El 9 de octubre de 2025 se publicó la exhortación apostólica Dilexi te, del Papa León XIV, sobre el amor hacia los pobres. El documento, firmado el 4 de octubre anterior, fiesta de san Francisco de Asís, es el primero del nuevo Pontífice y recoge y desarrolla un proyecto que el Papa Francisco estaba preparando en sus últimos meses de vida. León XIV lo explica, precisamente al inicio del documento, con estas palabras: «Habiendo recibido como herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío —añadiendo algunas reflexiones— y proponerlo al comienzo de mi pontificado, compartiendo el deseo de mi amado predecesor de que todos los cristianos puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres» (n. 3). En otras palabras, expresadas y desarrolladas de diversos modos a lo largo del documento, el amor a los pobres es garantía de fidelidad al corazón de Dios[1].
Dilexi te se sitúa en una continuidad evidente con la última encíclica del Papa Francisco, Dilexit nos, que él quiso dedicar al amor humano y divino del corazón de Jesucristo. Precisamente de este amor salvador, dirigido a todos, brota el amor preferencial y personal hacia los más pobres, que la Iglesia está llamada a concretar. Lo ha hecho a lo largo de su historia bimilenaria y continúa haciéndolo hoy, haciendo visibles las palabras: «Te he amado» (Ap 3,9). Si el mismo título del documento evoca el vínculo con Dilexit nos, las numerosas citas de Evangelii gaudium, Laudato si’, Gaudete et exsultate y Fratelli tutti contribuyen a hacer de este texto un claro tributo a las enseñanzas del papa Francisco.
La exhortación apostólica está estructurada en cinco capítulos con los siguientes títulos: 1) «Algunas palabras indispensables» (nn. 4-15); 2) «Dios opta por los pobres» (nn. 16-34); 3) «Una Iglesia para los pobres» (nn. 35-81); 4) «Una historia que continúa» (nn. 82-102); 5) «Un desafío permanente» (nn. 103-121). Se parte, pues, de una contextualización y definición de conceptos (cap. 1); se continúa con una reflexión bíblica y teológica sobre la opción preferencial de Dios por los pobres (cap. 2); se muestra cómo, en la historia de la Iglesia, se ha vivido concretamente el amor por los más débiles (cap. 3); se recuerda la formulación de la Doctrina Social de la Iglesia y sus consecuencias también sociopolíticas (cap. 4); y finalmente se concluye constatando que el amor por los pobres sigue siendo un desafío ineludible y urgente para la Iglesia de hoy (cap. 5).
«Algunas palabras indispensables»
El capítulo introductorio de la Exhortación, titulado «Algunas palabras indispensables», recuerda las palabras de Jesús, que se identifica con los más pequeños: «Todo lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). De modo más concreto, «ningún gesto de afecto, ni siquiera el más pequeño, será olvidado, especialmente si está dirigido a quien vive en el dolor, en la soledad o en la necesidad» (n. 4).
De la identificación del Señor con los más pequeños se derivan consecuencias claras: «No estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación; el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia. En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos» (n. 5). León XIV evoca a continuación el ejemplo de san Francisco de Asís para reafirmar: «Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito» (n. 7). Así lo hizo Dios mismo, escuchando los gritos del pueblo hebreo en Egipto. En consecuencia, también nosotros, «escuchando el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios, que es premuroso con las necesidades de sus hijos y especialmente de los más necesitados» (n. 8).
La condición de los pobres —escribe el Papa— nos interpela personalmente, así como interpela a la sociedad, a los sistemas políticos y económicos y a la misma Iglesia. Y lo hace en la diversidad de formas en que la pobreza se manifiesta: «aquella de los que no tienen medios de sustento material, la pobreza del que está marginado socialmente y no tiene instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades, la pobreza moral y espiritual, la pobreza cultural, la del que se encuentra en una condición de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no tiene derechos, ni espacio, ni libertad» (n. 9). También hay que decir que no basta con el compromiso concreto por los pobres: a este «es necesario asociar un cambio de mentalidad que pueda incidir en la transformación cultural» (n. 11). Especialmente en lo que respecta al estilo de vida en el que se busca la felicidad —tantas veces basada en la acumulación de riquezas— y el éxito, incluso aprovechándose de sistemas sociales que favorecen a los más fuertes y excluyen a los más débiles (cf. n. 11).
El Papa León XIV reafirma que «no debemos bajar la guardia respecto a la pobreza » (n. 12), ni siquiera en los países ricos, en los cuales resultan preocupantes las cifras relativas al número de pobres y « se percibe que han aumentado las distintas manifestaciones de la pobreza», que «se traduce en múltiples formas de empobrecimiento económico y social, reflejando el fenómeno de las crecientes desigualdades también en contextos generalmente acomodados» (n. 12). En este contexto, al final del primer capítulo, Dilexi te recuerda los prejuicios ideológicos o las instrumentalizaciones que se producen, empezando por la interpretación de los datos «en modo tal de convencernos que la situación de los pobres no es tan grave» (n. 13). Citando Fratelli tutti, el Pontífice reafirma que la realidad es clara: «Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral» (n. 13). «Los pobres no están por casualidad o por un ciego y amargo destino. Menos aún la pobreza, para la mayor parte de ellos, es una elección. Y, sin embargo, todavía hay algunos que se atreven a afirmarlo, mostrando ceguera y crueldad» (n. 14).
La advertencia final del primer capítulo es, por tanto, muy clara: «También los cristianos, en muchas ocasiones, se dejan contagiar por actitudes marcadas por ideologías mundanas o por posicionamientos políticos y económicos que llevan a injustas generalizaciones y a conclusiones engañosas. El hecho de que el ejercicio de la caridad resulte despreciado o ridiculizado, como si se tratase de la fijación de algunos y no del núcleo incandescente de la misión eclesial, me hace pensar – escribe el Papa – que siempre es necesario volver a leer el Evangelio, para no correr el riesgo de sustituirlo con la mentalidad mundana» (n. 15).
«Dios opta por los pobres»
El segundo capítulo de la Exhortación — «Dios opta por los pobres» — nos muestra cómo Dios ha elegido y sigue eligiendo a los pobres. Él mismo se hizo pobre y vino en medio de nosotros «para liberarnos de la esclavitud, de los miedos, del pecado y del poder de la muerte» (n. 16). Por eso, también desde un punto de vista teológico, podemos hablar de «una opción preferencial de Dios por los pobres», como reconoció la Asamblea de Puebla y ha recordado posteriormente el magisterio de la Iglesia. Esta «preferencia» —añade León XIV— no significa exclusivismo ni discriminación hacia otros grupos: «desea subrayar la acción de Dios que se compadece ante la pobreza y la debilidad de toda la humanidad y, queriendo inaugurar un Reino de justicia, fraternidad y solidaridad, se preocupa particularmente de aquellos que son discriminados y oprimidos, pidiéndonos también a nosotros, su Iglesia, una opción firme y radical en favor de los más débiles» (n. 16).
Jesús se presenta como un Mesías pobre, «de los pobres y para los pobres» (n. 19). En su vida pública vive como un maestro itinerante, en una pobreza que él mismo exige también a sus discípulos, en cuanto que «es signo del vínculo con el Padre […], precisamente para que la renuncia a los bienes, a las riquezas y a las seguridades de este mundo sean signo visible de la confianza en Dios y en su providencia» (n. 20).
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La Escritura está llena de ejemplos que ilustran la misericordia de Dios hacia los pobres, exigiendo de los creyentes una actitud semejante, como se expresa en la parábola del juicio final (cf. Mt 25,31-46). Ante tanta claridad, el Papa se interroga: «Muchas veces me pregunto por qué, aun cuando las Sagradas Escrituras son tan precisas a propósito de los pobres, muchos continúan pensando que pueden excluir a los pobres de sus atenciones» (n. 23). Y citando Evangelii gaudium, concluye que la Escritura «es un mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia sobre estos textos no debería oscurecer o debilitar su sentido exhortativo, sino más bien ayudar a asumirlos con valentía y fervor» (n. 31). Así lo hizo la primera comunidad cristiana, ejemplo en el «compartir los bienes y asistir a los pobres» (n. 32).
«Una Iglesia para los pobres»
El tercer capítulo de la Exhortación, titulado «Una Iglesia para los pobres», es el más extenso y comprende los números 35–81. En él, el Papa León XIV ofrece una síntesis del compromiso con los pobres y los más débiles a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Se comienza por los tiempos apostólicos, cuando ya las primeras comunidades cristianas tenían «clara conciencia de la necesidad de acudir a aquellos que sufren mayores privaciones» (n. 37). Y, como muestra la actitud de san Lorenzo, los consideraban los verdaderos «“tesoros de la Iglesia”» (n. 38). A continuación se pasa a los Padres de la Iglesia, quienes «reconocieron en el pobre un acceso privilegiado a Dios, un modo especial para encontrarlo» (n. 39). Para ellos, «la caridad hacia los necesitados no se entendía como una simple virtud moral, sino como expresión concreta de la fe en el Verbo encarnado» (n. 39). Por ello, la comunidad de los fieles no consideraba a los pobres «un apéndice, sino parte esencial de su cuerpo vivo» (n. 39), y «la Iglesia naciente no separaba el creer de la acción social» (n. 40).
El Pontífice cita a San Ignacio de Antioquía, San Policarpo y San Justino, para detenerse luego especialmente en San Juan Crisóstomo y San Agustín. De los escritos y homilías de Juan Crisóstomo se desprende que «exhortaba a los fieles a reconocer a Cristo en los necesitados», porque «si no encuentran a Cristo en los pobres a su puerta, tampoco lo encontrarán en el altar» (n. 41). En consecuencia, el obispo «denunciaba con vehemencia el lujo exacerbado, que convivía con la indiferencia hacia los pobres» (n. 42). En cuanto a San Agustín, se había formado en la escuela de San Ambrosio, quien afirmaba que «la limosna es justicia restaurada, no un gesto paternalista» (n. 43). Siguiendo a su maestro, el obispo de Hipona enseñó el amor preferencial por los pobres, reconociendo en ellos la presencia sacramental del Señor (cf. n. 44) y viendo en el cuidado de los más necesitados «una prueba concreta de la sinceridad de la fe» (n. 45). Por eso —concluye el Papa León XIV— «en una Iglesia que reconoce en los pobres el rostro de Cristo y en los bienes el instrumento de la caridad, el pensamiento agustiniano sigue siendo una luz segura» (n. 47).
El tercer capítulo continúa con una síntesis particularmente sugerente sobre el compromiso de la Iglesia con los pobres a lo largo de los siglos y en los distintos ámbitos en que se ha concretado. Comienza con la atención a los enfermos y a los que sufren, recordando los numerosos institutos religiosos fundados con esta finalidad específica, y subraya que hoy «ese legado continúa en los hospitales católicos, los puestos de salud en las regiones periféricas, las misiones sanitarias en las selvas, los centros de acogida para toxicómanos y los hospitales de campaña en las zonas de guerra» (n. 52). «En el gesto de limpiar una herida – reitera el Pontífice – la Iglesia proclama que el Reino de Dios comienza entre los más vulnerables» (n. 52).
La Exhortación recuerda también el cuidado de los pobres en la vida monástica, pues los monasterios, además de la asistencia material, «desempeñaron un papel fundamental en la formación cultural y espiritual de los más humildes» (n. 57). Así, «allí donde los monjes abrieron sus puertas a los pobres, la Iglesia reveló con humildad y firmeza que la contemplación no excluye la misericordia, sino que la exige como su fruto más puro» (n. 58).
Se evoca asimismo la obra de liberación de los prisioneros, en particular, la acción de los Trinitarios y Mercedarios en favor de los cristianos «capturados en el Mediterráneo o esclavizados en las guerras» (n. 60). Sin embargo, no se queda en el pasado, porque las necesidades de liberación son hoy más actuales que nunca: «Aún en nuestros días – escribe el Papa – en los que existen “millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud”, dicha herencia es continuada por estas Órdenes y por otras Instituciones y Congregaciones que actúan en las periferias urbanas, las zonas de conflicto y los corredores migratorios. Cuando la Iglesia se arrodilla para romper las nuevas cadenas que aprisionan a los pobres, se convierte en signo de la Pascua» (n. 61).
Un apartado específico está dedicado a la historia de la vida religiosa: el surgimiento de las órdenes mendicantes, como los franciscanos, los dominicos, los agustinos y los carmelitas. Tampoco se olvida, en este contexto, la fundación, por santa Clara de Asís, de la Orden de las Damas Pobres, luego llamadas «clarisas». A propósito de san Francisco de Asís —figura emblemática del movimiento mendicante—, el Papa escribe: «No fundó un servicio social, sino una fraternidad evangélica. Entre los pobres veía hermanos e imágenes vivas del Señor. […] Su pobreza era relacional: lo llevaba a hacerse cercano, igual, más aún, menor. Su santidad brotaba de la convicción de que sólo se recibe verdaderamente a Cristo en la entrega generosa de sí mismo a los hermanos» (n. 64). Y de Santo Domingo el Papa subraya que «quería proclamar el Evangelio con la autoridad que deriva de una vida pobre, convencido de que la Verdad necesita testigos coherentes» (n. 66). En síntesis, «los mendicantes – afirma el Pontífice – se han convertido en un signo de una Iglesia peregrina, humilde y fraterna, que vive entre los pobres no por estrategia proselitista, sino por identidad. Enseñan que la Iglesia es luz sólo cuando se despoja de todo, y que la santidad pasa por un corazón humilde y volcado en los pequeños» (n. 67).
En este recorrido histórico, tampoco se omite el compromiso de la Iglesia con la educación de los pobres, que tomó forma en los institutos religiosos masculinos y femeninos dedicados a la formación popular. Se recuerdan, a este respecto, los ejemplos de los santos José de Calasanz, Juan Bautista de La Salle, Marcelino Champagnat y Juan Bosco, y del beato Antonio Rosmini. En palabras de la Exhortación, «para la fe cristiana, la educación de los pobres no es un favor, sino un deber», con el propósito no sólo de formar profesionales, «sino personas abiertas al bien, a la belleza y a la verdad. Por eso, la escuela católica, cuando es fiel a su nombre, se convierte en un espacio de inclusión, formación integral y promoción humana. Así, conjugando fe y cultura, se siembra futuro, se honra la imagen de Dios y se construye una sociedad mejor» (n. 72).
Después de la educación, León XIV recuerda la importancia del acompañamiento a los migrantes, en quienes la Iglesia, haciendo memoria de la experiencia del Pueblo de Dios, siempre ha reconocido « una presencia viva del Señor, que en el día del juicio dirá a los que estén a su derecha: “Estaba de paso, y me alojaron” (Mt 25,35)» (n. 73). En el siglo XIX, millones de europeos emigraron en busca de mejores condiciones de vida, y la Iglesia los acompañó, «ofreciéndoles asistencia espiritual, jurídica y material» (n. 74). Ejemplos de este compromiso son San Juan Bautista Scalabrini y Santa Francisca Javier Cabrini. Se trata de una labor que continúa hoy con los migrantes y refugiados, poniendo de relieve los cuatro verbos que el Papa Francisco solía repetir: acoger, proteger, promover e integrar (cf. n. 75). El Papa León XIV los resume con estas palabras, más actuales que nunca: «La Iglesia, como madre, camina con los que caminan. Donde el mundo ve una amenaza, ella ve hijos; donde se levantan muros, ella construye puentes. Sabe que el anuncio del Evangelio sólo es creíble cuando se traduce en gestos de cercanía y de acogida; y que en cada migrante rechazado, es Cristo mismo quien llama a las puertas de la comunidad» (n. 75).
Llegando a nuestros tiempos, el Papa quiere evocar aún a quienes han trabajado o trabajan junto a los últimos, «en los lugares más olvidados y heridos de la humanidad. Los más pobres entre los pobres […] ocupan un lugar especial en el corazón de Dios»; en ellos «la Iglesia redescubre la llamada a mostrar su realidad más auténtica» (n. 76). El ejemplo más conocido de los mencionados es el de Santa Teresa de Calcuta, quien «no se consideraba una filántropa ni una activista, sino esposa de Cristo crucificado, a quien servía con amor total en los hermanos que sufrían» (n. 77). Su ejemplo, como el de tantos otros, nos enseña «que servir a los pobres no es un gesto de arriba hacia abajo, sino un encuentro entre iguales, donde Cristo se revela y es adorado» (n. 79). Por eso, como enseñaba San Juan Pablo II, «en la persona de los pobres hay una presencia especial [de Cristo], que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos» (n. 79). De este modo —concluye el Papa León XIV— «cuando la Iglesia se inclina hasta el suelo para cuidar de los pobres, asume su postura más elevada» (n. 79).
La última referencia del tercer capítulo está dedicada a los movimientos populares, para los cuales la solidaridad implica combatir las causas estructurales de la pobreza y promover políticas sociales no sólo dirigidas a los pobres, sino concebidas con los pobres y desde los pobres.
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«Una historia que continúa»
El recorrido histórico del tercer capítulo de Dilexi te ya nos había mostrado que el compromiso de la Iglesia con los pobres continúa en tiempos más recientes y en nuestros días. El cuarto capítulo lo subraya de modo particular, al hacer referencia a la formación y la contribución de la Doctrina social de la Iglesia, así como al papel de todos los miembros de la comunidad eclesial. En efecto, «el cambio de época que estamos afrontando hace hoy aún más necesaria la continua interacción entre los bautizados y el Magisterio, entre los ciudadanos y los expertos, entre el pueblo y las instituciones. En particular, se reconoce nuevamente que la realidad se ve mejor desde los márgenes y que los pobres son sujetos de una inteligencia específica, indispensable para la Iglesia y la humanidad» (n. 82).
Se reafirma que el Magisterio de los últimos ciento cincuenta años es rico en enseñanzas relativas a los pobres. Esto se ve tanto en las enseñanzas de los distintos pontífices, desde León XIII en adelante, como en el magisterio del Concilio Vaticano II, querido y convocado por san Juan XXIII. El Concilio «representa una etapa fundamental en el discernimiento eclesial en relación a los pobres, a la luz de la Revelación» (n. 84), al proponer «una nueva forma eclesial, más sencilla y sobria, que implicase a todo el pueblo de Dios y a su figura histórica. Una Iglesia más semejante a su Señor que a las potencias mundanas, dirigida a estimular en toda la humanidad un compromiso concreto para resolver el gran problema de la pobreza en el mundo» (n. 84).
En la enseñanza conciliar y en la de los Papas se subraya cómo toda propiedad privada tiene una función social, fundada en el destino común de los bienes. «Esta convicción fue impulsada nuevamente por San Pablo VI en la encíclica Populorum progressio, donde leemos que nadie puede considerarse autorizado a “reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario”» (n. 86). A su vez, San Juan Pablo II profundiza conceptualmente «la relación preferencial de la Iglesia con los pobres», reconociendo que «la opción por los pobres es una “forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia”» (n. 87). Además, el Papa Wojtyła sitúa el trabajo humano en el centro de toda la cuestión social.
Del aporte de Benedicto XVI, la Exhortación recuerda la identificación entre la consecución del bien común y el amor al prójimo: una identificación que él sitúa en la base del compromiso sociopolítico. Luego se llega al pontificado de Francisco. En este punto, se hace referencia a la importancia, también para toda la Iglesia, de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida, sobre las cuales el Papa León XIV escribe una nota autobiográfica: «Yo mismo, misionero durante largos años en Perú, debo mucho a este camino de discernimiento eclesial, que el Papa Francisco ha sabido unir sabiamente al de otras Iglesias particulares, especialmente las del Sur global» (n. 89).
Relacionando la enseñanza del Papa Francisco con la del Episcopado Latinoamericano, Dilexi te se detiene, al final del cuarto capítulo, en dos temáticas: «las estructuras de pecado que causan pobreza y desigualdades extremas» y «los pobres como sujetos». Es la ocasión para reafirmar que los débiles o menos dotados son personas humanas, tienen la misma dignidad que los demás y no deben limitarse solo a sobrevivir. Luego, citando el Documento de Aparecida de 2007, el Pontífice «insiste en la necesidad de considerar a las comunidades marginadas como sujetos capaces de crear su propia cultura, más que como objetos de beneficencia. Esto implica que dichas comunidades tienen el derecho de vivir el Evangelio, de celebrar y comunicar la fe según los valores presentes en su cultura. La experiencia de la pobreza les da la capacidad para reconocer aspectos de la realidad que otros no son capaces de ver, y por esta razón la sociedad necesita escucharlos. Lo mismo vale para la Iglesia, que debe valorizar positivamente la manera “popular” que ellos tienen de vivir la fe» (n. 100).
Las últimas palabras del cuarto capítulo incluyen un agradecimiento y un llamado. El agradecimiento está dirigido a quienes han elegido estar entre los pobres, viviendo con ellos y como ellos, «una opción que debe encontrar lugar entre las formas más altas de vida evangélica» (n. 101). El llamado es a dejarse evangelizar por los pobres, reconociendo «la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos» (n. 102) y aceptando ser interpelados por su experiencia: «Sólo comparando nuestras quejas con sus sufrimientos y privaciones, es posible recibir un reproche que nos invite a simplificar nuestra vida» (n. 102).
«Un desafío permanente»
El quinto y último capítulo de la Exhortación apostólica, titulado «Un desafío permanente», comienza recordando el camino recorrido y explicando nuevamente sus fundamentos. Escribe el Papa: «He decidido recordar esta bimilenaria historia de atención eclesial a los pobres y con los pobres para mostrar que ésta forma parte esencial del camino ininterrumpido de la Iglesia. […] El amor a los pobres es un elemento esencial de la historia de Dios con nosotros y, desde el corazón de la Iglesia, prorrumpe como una llamada continua en los corazones de los creyentes, tanto en las comunidades como en cada uno de los fieles» (n. 103). «Por esta razón, el amor a los pobres […] es la garantía evangélica de una Iglesia fiel al corazón de Dios» (ibid.). Los pobres —continúa el Papa— no deben considerarse solo como un problema social: «son una “cuestión familiar”, son “de los nuestros”. Nuestra relación con ellos no se puede reducir a una actividad o a una oficina de la Iglesia» (n. 104). Por eso, León XIV cita la parábola del buen samaritano, retomando las palabras finales de Jesús como una advertencia cotidiana para cada cristiano: «Ve y procede tú de la misma manera» (Lc 10,37).
La Exhortación reafirma luego que la relación con los pobres comporta beneficios recíprocos. Los pobres son ayudados por quienes poseen medios económicos, pero, a cambio, evangelizan a quienes se acercan a ellos: «Revelan nuestra fragilidad y el vacío de una vida aparentemente protegida y segura» (n. 109). Los pobres —escribe el Papa— nos conducen «a lo esencial de nuestra fe» (n. 110), porque «no son una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo […], carne que tiene hambre, que tiene sed, que está enferma, encarcelada» (n. 110).
Por último, no se debe olvidar —afirma León XIV citando la Evangelii gaudium de Papa Francisco— que, sin subestimar la importancia del compromiso por la justicia, la falta de atención espiritual es la peor discriminación que sufren los más débiles. Por eso, «la opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria» (n. 114).
Es significativo, y en cierto modo inesperado, que la conclusión de Dilexi te esté dedicada a la limosna: «Aún hoy, dar», se lee. Se reafirma, por supuesto, que lo más importante es ayudar al pobre a conseguir un trabajo que le permita ganarse la vida dignamente; pero, cuando esto aún no es posible, «la limosna – afirma el Pontífice – sigue siendo un momento necesario de contacto, de encuentro y de identificación con la situación de los demás» (n. 115). No sustituye el compromiso de las instituciones ni la lucha por la justicia, pero «invita al menos a detenerse y a mirar al pobre a la cara, a tocarle y compartir con él algo de lo suyo. De cualquier manera, la limosna, por pequeña que sea, infunde pietas en una vida social en la que todos se preocupan de su propio interés personal» (n. 116).
El llamamiento final del Papa León XIV a cada uno de nosotros es muy claro y recuerda, una vez más, la relación que podríamos llamar «sacramental» con los pobres: «Ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son para él: “Yo te he amado” (Ap 3,9)» (n. 121).
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El texto de la Exhortación apostólica puede leerse en https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/apost_exhortations/documents/20251004-dilexi-te.html ↑
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