FILOSOFÍA Y ÉTICA

Zygmunt Bauman:

El sociólogo que escrutó los tiempos

foto: flickr/uoc_universitat

Este año se cumple el centenario del nacimiento de Zygmunt Bauman, sociólogo polaco con ciudadanía inglesa, uno de los más conocidos intérpretes de la posmodernidad. Bauman murió a los 91 años, y dejó tras de sí una vida «colmada de días», como dice la Escritura: no solo por su cantidad, sino por la profundidad con que fueron vividos. Con su muerte caía el telón sobre uno de los principales intelectuales contemporáneos, fecundo en ideas hasta el final. Las muchas arrugas grabadas en su rostro, más que cualquier palabra, hablaban de los numerosos capítulos del libro de una vida marcada por dificultades.

Nacido en Poznań el 19 de noviembre de 1925, de origen judío, en 1939 Bauman se refugia en la URSS para alistarse en el ejército soviético contra la invasión nazi de Polonia. Tras la guerra, estudia sociología en la Universidad de Varsovia. De 1944 a 1953 Bauman es oficial del ejército polaco bajo control soviético. En 1946 se convierte en miembro del Partido Comunista. De 1953 a 1968 enseña filosofía marxista y sociología. En 1968, a raíz de la oleada antisemita del régimen comunista que le revoca la cátedra, se traslada a Israel con su esposa Janina y sus tres hijas.

En Tel Aviv no comparte el sionismo de su padre y, en 1971, emigra a Leeds, una ciudad inglesa situada a unos 300 km al norte de Londres, donde encuentra un hogar y una cátedra. Allí echó raíces y desarrolló los frutos de su pensamiento, que hicieron debatir a Occidente durante cerca de medio siglo.

La felicidad (moral) y el fin de la vida pública

Como se ha escrito, en una sociedad huérfana del papel del padre, «Bauman ha sido un padre». Voces autorizadas, como la del cardenal Carlo Maria Martini, lo han definido como un «no creyente pensante», porque, gracias a su inclinación por la filosofía, el psicoanálisis y la antropología, buscó el diálogo con los hombres de fe sobre las preguntas últimas y de sentido que la investigación a menudo ignora. A pesar de haber vivido las tragedias y los fracasos del siglo XX —nazismo, Shoah, Hiroshima, comunismo—, en sus escritos emerge un optimismo de fondo hacia la vida, considerada un don, pero también una responsabilidad. Bauman decía de sí mismo: «Soy pesimista a corto plazo, optimista a largo plazo».

Sus intuiciones han sido un puente que ha ayudado a la cultura a pasar de la orilla de la modernidad, con sus valores y certezas, a la de la posmodernidad, el tiempo del miedo y la precariedad[1]. La cultura contemporánea hereda de su pensamiento una brújula que orienta el camino del ser humano: Bauman, en efecto, no perdió la ocasión de indicar la dirección, para no dejarse engañar por falsos caminos.

En sus escritos le gusta subrayar que la riqueza de un país no produce felicidad; es más, «el PIB mide todo, excepto aquello que hace que la vida merezca ser vivida».[2] Para vivir la vida como una obra de arte, escribe, «debemos —como todo artista, sea cual sea su arte— plantearnos desafíos difíciles»[3]. Bauman considera que el «arte de la vida» consiste en crear y recrear el propio yo y el mundo que nos rodea a través de momentos de sufrimiento, dolor, búsqueda, renuncia y satisfacciones. En la crítica —a veces incluso excesiva— que dirige a las nuevas generaciones replegadas sobre sí mismas, se muestra menos interesado en profundizar en la responsabilidad de las generaciones de los padres, los verdaderos responsables de la «liquidez».

Bauman enseñó a desconfiar de las fórmulas de felicidad que premian «los atajos, los proyectos que pueden completarse en poco tiempo, los objetivos alcanzados de inmediato»[4], y recordó los dos modelos de felicidad propuestos por la filosofía: las narraciones del mito del superhombre y la del hombre débil y humillado. O bien elegir, para ser felices, vivir como poderosos excluyendo la propia debilidad, según el pensamiento de Friedrich Nietzsche, o bien comprometerse a vivir «la felicidad del ser para», como enseñaba uno de sus referentes, Emmanuel Lévinas. El grado de felicidad depende de una elección, del modo en que el sujeto logra ser para los otros, en cuanto que «“ser” y “ser para los otros” son en la práctica sinónimos»[5].

Es en el volumen Ética posmoderna donde se perfila un primer paso fundamental de su pensamiento: la vida feliz se basa en la calidad de la vida moral fundada en la estima y en la confianza, en la amistad y en relaciones correctas, en una vida sobria y solidaria. La levadura de la vida son los vínculos amistosos, «nuestra única “reserva” (social) en las “aguas turbulentas” del mundo líquido-moderno»[6]. Un amigo fiel es «como la isla para el náufrago o el oasis para quien se ha perdido en el desierto».

Más compleja, en Bauman, es la idea del fundamento de la moral social. Con el ocaso de las «grandes narraciones» y de las ideologías del siglo XX, la moral posmoderna ha visto fragmentarse las verdades absolutas y la posibilidad de reafirmar una moral social compartida. Por ello, en sus escritos la moral nace como «la entrega total del yo al tú».

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Lo reafirma, en un comentario sobre este tema, el sociólogo Mauro Magatti: en Bauman «es la dimensión moral originaria y pre-social del individuo la que funda la sociedad y no viceversa»[7]. Se trata de una elección libre, individual, frágil y siempre por renovar. Un acto libre y personal que debe vivirse en una sociedad. La moral social es totalmente irracional y es la suma de los actos individuales, porque el impulso a ser «para el otro», a donarse al otro, no es un acto racional. Así es como, para Bauman, nace la sociedad democrática.

Cuando, en sus obras, utiliza el término «persona», no lo hace según la gran corriente del pensamiento occidental de la tradición personalista de Maritain y Mounier. Para esta corriente, que ha inspirado la Carta de las Naciones Unidas y muchas constituciones europeas, la persona debe entenderse como un «ser en relación»: no se basta a sí misma, depende de otro y necesita de una comunidad para crecer, en cuanto portadora de derechos innatos e indisponibles, que el Estado tiene la tarea de reconocer y promover. Para Bauman, en cambio, la «persona» es una máscara que cubre un papel, hasta el punto de que la identidad es la suma de todos los roles que el individuo desempeña.

Existe, por tanto, una instancia ética individual que precede a la formación de la sociedad y de la cultura. Desde el momento en que uno se abre al otro, la vida social es posible. La moral que nace de un impulso irracional y libre elude una pregunta: en sociedades complejas y plurales, que necesitan reglas, ¿puede existir una moral común compartida? Bauman no responde explícitamente a esta pregunta, pero enseña que la participación en la vida pública y la formación de una ética universal que no se someta al poder de los más fuertes comienzan por la inclusión de la diversidad y por la escucha del «yo moral»[8].

La política en el pensamiento de Bauman

El adjetivo que ha hecho célebre a Bauman es «líquido». Su formación comunista y la deuda cultural con Gramsci lo llevarán en más de una ocasión a ser «un pensador solitario», malinterpretado por la izquierda y criticado por la derecha. Según el sociólogo, lo que ha cambiado es el objeto del marxismo, no sus fundamentos: la producción ha debido ceder su lugar al consumo, verdadero chivo expiatorio del ocaso de las ideologías.

La ruptura de la dependencia recíproca entre el capital y el trabajo (fordista) ha dado lugar a la «segunda modernidad», en la que se cambia de trabajo muchas veces y se llega a ser consumidores de identidades, elecciones, pertenencias —de clase, género, fe, origen— que pueden asumir un significado preciso, pero también su contrario. «Bauman explora un mundo en el que se ha cumplido la profecía marxiana que concibe el capitalismo como la condición en la que todo lo que es sólido y estable se desvanece en el aire, todo lo que es sagrado es profanado»[9]. La comunidad, el partido, la asociación, la parroquia se han debilitado a causa de la fragilidad de las elecciones y de la velocidad de los consumos.

Con la mirada de un águila, Bauman ha sido capaz de enfocar desde muy lejos lugares, personas y objetos de la política. Sus análisis de la realidad han abarcado numerosos ámbitos: la incertidumbre social e individual, sobre todo ligada al trabajo y a la estabilidad necesarias para realizar proyectos; los vínculos, cada vez más frágiles y cambiantes; las ciudades, alienantes en muchos aspectos a causa del tráfico y la soledad. Y también las migraciones, la relación entre el ser humano y la máquina y las guerras, la globalización.

No se cansaba de repetirlo: «La vida líquida es precaria, vivida en condiciones de continua incertidumbre»[10]. Es la precariedad la que genera el miedo social y esa sensación de ser tomados por sorpresa y quedar rezagados. Lo que parece contar es la velocidad de los consumos, no la profundidad del sentido de lo que hacemos y somos.

¿Con qué efectos sobre la vida política? En primer lugar, el deslizamiento de la democracia hacia formas de gobierno oligárquicas: «La sociedad actual se está convirtiendo lenta y constantemente en una sociedad oligárquica en la que la clase política —cada vez más autorreferencial—, en lugar de hacerse cargo de los problemas de la sociedad e interesarse por quienes más necesitan ayuda y asistencia, continúa garantizando la posibilidad de que la riqueza se acumule en manos de unas pocas personas»[11].

En el espacio público, las personas han perdido la capacidad de traducir los problemas privados en cuestiones públicas, y viceversa; los lugares actualmente considerados como las nuevas ágoras ya no constituyen el punto de encuentro entre la esfera pública y la privada: «Las historias personales basadas en la autoafirmación están llenas de riesgos y destinadas a la derrota. […] No hay soluciones individuales para problemas que son de naturaleza social»[12].

El diagnóstico posible, para el sociólogo polaco, es más que claro: lo que ha cambiado es la relación entre poder y servicio. La desaparición de esta condición, en la relación entre sociedad y política, ha debilitado la dimensión del servicio y potenciado la del poder desnudo, que se sirve a sí mismo y no a los ciudadanos. Los partidos europeos corren el riesgo de transformarse en trampolines para los líderes y sus grupos de interés, megáfonos de los populismos, lugares de ambiciones personales, instrumentos de demagogia electoral que engrosan «la comunidad de soledades». El remedio es la promoción de la justicia[13]. Y además: «Vivimos la crisis de la separación entre poder y política: los poderes se emancipan del control de la política y la política pierde así el más importante de los presupuestos para producir acciones efectivas»[14].

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Según Bauman, las instituciones deben reformarse profundamente a partir del espíritu que anima las democracias. Pero la política debería detenerse a reflexionar e invertir la moda del «usar y tirar» en los vínculos sociales. Para el sociólogo, es paradigmática la invitación del presidente estadounidense Bush, al día siguiente del atentado contra las Torres Gemelas, a «volver a hacer compras». Las culturas necesitan, en cambio, partir de nuevo del «principio de esperanza», que Bauman profundiza en las obras de Ernst Bloch[15]. Es necesario recomenzar por la construcción de ágoras en las que sea posible encontrarse, conocerse, recomponer la diversidad de intereses, promover estilos de vida sobrios e invertir en políticas ambientales, sin alimentar ilusiones de crecimiento basado en consumos superfluos.

La vida es un migrar desde uno mismo y hacia otras tierras

El principio de esperanza es el verdadero antídoto contra el miedo, de la misma manera en que el suero cura el veneno de la víbora: «Nuestro mundo contemporáneo no vive una guerra orgánica, sino fragmentada. Guerras de intereses, por dinero, por recursos, por gobernar sobre las naciones. No la llamo guerra de religión; son otros los que quieren que sea una guerra de religión»[16]. El miedo se arraiga «en las ansiedades de las personas y, aunque tengamos situaciones de gran bienestar, vivimos con un gran miedo. Miedo a perder posiciones. Las personas tienen miedo de tener miedo, incluso sin poder explicarse la causa. Y este miedo tan móvil, inexpresado, que no revela su origen, es un excelente capital para todos aquellos que quieren utilizarlo por motivos políticos o comerciales. Hablar así de guerras y guerras de religiones es solo una de las ofertas del mercado»[17].

Bauman no ofrece recetas prefabricadas para los temas candentes de la política, sino que deja como herencia un método y un horizonte. Propone las condiciones para un diálogo entre las diferencias que supere los límites de los Estados-nación y tenga como interlocutores a las culturas y a los centros reales de poder, como, por ejemplo, los grandes grupos financieros, los que controlan la Red, las grandes multinacionales, etc. El diálogo es «enseñar a aprender», porque en el diálogo «no hay perdedores, solo ganadores». Decir «política» significa, para el sociólogo, construir «identidades sólidas». La alternativa, la de dejarse llevar en la sociedad líquida, es encontrarse «en casa en cualquier lugar, aunque (o porque) ese lugar que llamo casa no exista en ninguna parte»[18]. De la crisis se puede salir invirtiendo en cultura y en un nuevo humanismo, basado en la cooperación y la solidaridad, en el que los procesos deberían ser guiados por élites culturales preocupadas por «cultivar personas» y no por «seducir clientes».

Hasta el último momento, Zygmunt Bauman recomendó a los jóvenes no perder la memoria histórica. Hitler justificó una nueva masacre porque, apenas 30 años después de los hechos, decía: «¿quién recuerda el genocidio de los armenios?». Y, sin embargo, este había exterminado a alrededor de un millón y medio de personas. ¿Dónde estaba la sociedad y los hombres morales? ¿Por qué en esos años la memoria se había adormecido? Terminada la guerra, a través de los medios de comunicación, Alemania logró recuperar la memoria como país. Y su futuro cambió: se convirtió en uno de los países más importantes del mundo. Bauman siempre tuvo miedo del mal. Como afirmaba Anders, todo «puede volver a suceder porque ya ha sucedido»[19]. El Holocausto permaneció para él como una herida que nunca dejó de sangrar. Gracias a su esposa Janine, el volumen Modernidad y holocausto reconstruye aquella dramática experiencia, en la que incluso personas decentes se convirtieron, con su silencio, en corresponsables de tanto mal.

También estuvo atento al tema de las migraciones: «Un día Lampedusa, otro Calais, otro aún Macedonia […]. Ayer Austria, hoy Libia. ¿Qué “noticias” nos esperan mañana? Cada día se cierne una nueva tragedia de rara insensibilidad y ceguera moral. Son todos señales: estamos precipitándonos, de manera gradual pero imparable, en una especie de cansancio ante la catástrofe»[20].

En la sociedad europea, Bauman interrogó la conciencia social sobre los grandes cambios en curso: «Estos migrantes, no por elección sino por destino atroz, nos recuerdan cuán vulnerables son nuestras vidas y nuestro bienestar […]. Nos reducimos a descargar nuestra ira sobre quienes llegan, para aliviar nuestra humillante incapacidad de resistir la precariedad de nuestra sociedad. Y mientras tanto, algunos políticos o aspirantes a ello, cuyo único pensamiento son los votos que obtendrán en las próximas elecciones, continúan especulando sobre estas ansiedades colectivas, a pesar de saber perfectamente que nunca podrán cumplir sus promesas. Pero algo es cierto: construir muros en lugar de puentes y encerrarse en “habitaciones insonorizadas” no conducirá a otra cosa que a una tierra desolada, de separación mutua, que solo agravará los problemas»[21]. En sus análisis sobre el tema, acuñó la expresión «cultura del descarte», anticipando así al Papa Francisco, a quien reconocía como la principal autoridad moral en el escenario internacional.

Por la radicalidad de sus argumentos, no faltaron voces críticas sobre su pensamiento. Algunos estudiosos lo consideran centrado únicamente en las categorías de producción y consumo; para otros, fue poco inclinado a considerar positivo el mercado y el liberalismo con sus lógicas y fines sociales[22].

Lo que queda es el amor

Cuando, a finales de 2009, Janina muere a los 83 años, tras 62 años de matrimonio, Bauman define así el amor, citando al filósofo alemán Franz Rosenzweig: «Nos hace desear ser dos, tener “alguien dotado de una boca para poder escucharlo, alguien con quien conversar para que algo pueda suceder”». Para el sociólogo polaco, el amor es un cumplimiento y una promesa, no una experiencia para consumir: «Es la perspectiva de envejecer la que está ya pasada de moda, identificada con una disminución de las posibilidades de elección y con la ausencia de “novedades” […]. Tendemos a no tolerar la rutina, porque desde la infancia hemos sido educados para perseguir objetos “de usar y tirar”, destinados a ser reemplazados rápidamente. Ya no conocemos la alegría de las cosas duraderas, fruto del esfuerzo y de un trabajo minucioso»[23]. Este es el antídoto al amor líquido, que empuja a buscar siempre nuevas historias. En efecto, «el amor líquido es precisamente esto: un amor dividido entre el deseo de emociones y el miedo al vínculo»[24].

Bauman nos deja dos iconos sobre los que fundar la vida: el del turista, ansioso por consumir experiencias sin conocer su sentido, y el del peregrino, que mediante el sacrificio avanza desde una dirección para alcanzar su meta.

El sociólogo polaco ha mirado también a los ojos el tema de la muerte, sin querer exorcizarla: «El vuelo de la vida nos conduce inevitablemente (y literalmente) al encuentro con la tierra». Ha combatido su «buen combate» con las armas de la mansedumbre y el diálogo, mientras intentaba de muchos modos conjugar la palabra «amor» en altruismo, solidaridad, fraternidad, responsabilidad, generosidad. «La vida no es una carrera», afirmaba. El exceso de competencia solo puede vencerse así. Por esto y por muchas otras enseñanzas, la cultura contemporánea le es deudora.

  1. Cf. Z. Bauman, Mortalità, immortalità e altre strategie di vita, Bolonia, il Mulino, 2012.

  2. Cf. Id., Meglio essere felici, Roma, Castelvecchi, 2017.

  3. Id., L’ arte della vita, Roma – Bari, Laterza, 2009, 27.

  4. Ibid., 97.

  5. Ibid., 154.

  6. Ibid., 166.

  7. En la presentación del volumen de Z. Bauman, Una nuova condizione umana, Vita e Pensiero, Milán, 2004, 9.

  8. Sobre este tema, gracias al conocimiento que Bauman tiene de la filosofía, no faltan sus comentarios y citas extraídas de Sartre, Lacroix, Marcel, Nietzsche, Lévinas, Gadamer, Sennett, Offe y otros autores con los que dialogó.

  9. G. Sciortino, «È morto Zygmunt Bauman, il teorico della “società liquida”», 9 de enero de 2017, en www.ilsole24ore.com

  10. Z. Bauman, Vita liquida, Roma – Bari, Laterza, 2012, VIII.

  11. De una conferencia de Z. Bauman, jueves 13 de octubre de 2016, en www.avvenire.it

  12. Z. Bauman, Una nuova condizione umana, Milán, Vita e Pensiero, 2003, 71.

  13. Cf. ibid., 44.

  14. F. Scaglione, «Bauman: contro l’Europa del sospetto», 13 de julio de 2016, en www.avvenire.it

  15. En este sentido, también es heredero de la escuela de Frankfurt. Además, está de acuerdo con la crítica del progreso elaborada por Mann y Spengler, Nietzsche y Heidegger, cuando considera que la enfermedad de Occidente consiste en la imparable invasión violenta de la tecnología a la naturaleza.

  16. Entrevista de S. Falasca, «Bauman: “Il dialogo è la vera rivoluzione culturale”», 20 de septiembre de 2016, en www.avvenire.it

  17. Ibid.

  18. Z. Bauman, Cose che abbiamo in comune. 44 lettere dal mondo liquido, Roma – Bari, Laterza, 2012, 79.

  19. Id., Le sorgenti del male, Trento, Erikson, 2013.

  20. A. Guerrera, «I migranti risvegliano le nostre paure. La politica non può rimanere cieca», 28 de agosto de 2015, en www.repubblica.it

  21. Id., «È morto Zygmunt Bauman, filosofo della società liquida», 9 de enero de 2017, www.repubblica.it/ Para profundizar en el tema, cf. Z. Bauman, Stranieri alle porte, Roma – Bari, Laterza, 2016.

  22. Bauman se comprende, en primer lugar, a partir de su más importante trilogía: Modernidad y holocausto (1998), Ética posmoderna (2004) y Modernidad líquida (2002).

  23. Cf. Bauman, en R. De Santis, «Le emozioni passano, i sentimenti vanno coltivati», 20 de noviembre de 2012, en www.repubblica.it

  24. Ibid. Queda entonces la advertencia que afecta ante todo a los afectos antes que a la razón: «El mercado ha olido en nuestra desesperada necesidad de amor la oportunidad de obtener enormes beneficios. Y nos atrae con la promesa de poder tenerlo todo sin esfuerzo: satisfacción sin trabajo, ganancias sin sacrificio, resultados sin esfuerzo, conocimiento sin proceso de aprendizaje. El amor requiere tiempo y energía. […] Pero podemos comprar todo, menos el amor. No encontraremos el amor en una tienda. El amor es una fábrica que trabaja sin descanso, veinticuatro horas al día y siete días a la semana» (ibíd.). Véase Z. Bauman, Cose che abbiamo in comune…, cit.

Francesco Occhetta
Se licenció en derecho en la Universidad Estatal de Milán con una tesis en derecho canónico. En 2000 obtuvo el bachillerato en filosofía en el Instituto Filosófico Aloisianum, afiliado a la Pontificia Universidad Gregoriana. En 2001 realizó una especialización en derechos humanos en la facultad de ciencias políticas de la Universidad de Padua. De 2005 a 2007 se especializó en teología moral en la Universidad Comillas de Madrid. En 2010 obtuvo el doctorado en teología moral en la Pontificia Universidad Gregoriana con una tesis sobre los principios éticos en la Constitución italiana. Desde enero de 2011 es periodista profesional. Actualmente enseña en la facultad de Ciencias sociales de la Pontificia Universidad Gregoriana.

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