Desde el inicio de su pontificado, el Papa León XIV ha mostrado gran atención a la dramática situación internacional y al recrudecimiento de los conflictos, y no ha escatimado en constantes y apremiantes llamados a la paz. Como quien quiere profundizar en tales llamados, el pasado agosto animó a los laicos católicos a santificar el mundo de la política y a trabajar por la paz, subrayando que esta exige una conversión basada en la justicia y en la verdad. Lo hizo en dos discursos: el primero, pronunciado el 23 de agosto al recibir a la International Catholic Legislators Network, y el segundo, el 28 de agosto, dirigiéndose a los fieles comprometidos en política de la diócesis de Créteil, en Francia.
En estas intervenciones, para referirse a los desafíos del compromiso político, el Papa recurrió a los conceptos presentes en la obra La ciudad de Dios, de san Agustín de Hipona. Así situó el corazón humano en el centro de la vida social y pública, e invitó a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad a ser promotores de paz y de justicia a la luz del pensamiento agustiniano. Además, ofreció una lección magistral sobre la Doctrina Social de la Iglesia, en fecunda continuidad con su homónimo y predecesor, León XIII.
«El futuro de la prosperidad humana – afirmó León XIV en el discurso del 23 de agosto – depende de qué “amor” elijamos para organizar en torno a él nuestra sociedad: un amor egoísta, el amor de sí mismo, o el amor de Dios y del prójimo». En efecto, el Papa había comenzado este discurso sobre la política y el arte del gobierno con un tema inesperado: los deseos del corazón humano. Un punto de partida sin duda necesario para sondear las realidades espirituales que sostienen el mundo, porque las dimensiones políticas más amplias se fundamentan en los movimientos más íntimos de la persona. Esta enseñanza se encuentra entre las intuiciones guía de san Agustín, es decir, la distinción entre «dos orientaciones del corazón humano» hacia dos amores diferentes: el amor de sí hasta el desprecio de Dios y el amor de Dios (y del prójimo) hasta el desprecio de sí mismo. Los dos amores repercuten en la sociedad, porque corresponden a dos «ciudades» o realidades espirituales que trascienden a cada individuo. Existe, por tanto, un vínculo intrínseco entre individuo y comunidad, entre lo ético y lo político, entre lo espiritual y lo social.
En consecuencia, la fe tiene también una dimensión pública. Como afirmó el Papa dirigiéndose a los peregrinos franceses el 28 de agosto, «el cristianismo no puede reducirse a una simple devoción privada, porque supone un modo de vivir en sociedad impregnado del amor a Dios y al prójimo que, en Cristo, ya no es un enemigo, sino un hermano». La cuestión de la «prosperidad humana» no puede, por tanto, ser relegada: no solo el Evangelio tiene necesariamente consecuencias públicas, sino que el simple intento de dejarlo de lado implica un giro espiritual hacia la ciudad terrena, que oscurece, si no encubre, las verdades más profundas sobre la persona humana. Esta es, en suma, la intuición de las «dos ciudades» de san Agustín. Y en esta perspectiva, observa el Pontífice, la misión de la Iglesia vuelve a delinearse con claridad: actuar como un «puente». Los cristianos, al reconocer las dos realidades presentes en el mundo, tienen un papel especial en dar voz a los deseos más profundos de la persona humana: curación, reconciliación y, en definitiva, paz. En esencia, un deseo que es amor y no se contenta con nada menos.
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Los cristianos, sin embargo, solo pueden hacer posible este servicio – precisó León XIV a los peregrinos franceses – a condición de unirse cada vez más a Jesús y de dar testimonio de Él. En consecuencia, «en una figura pública, no existe por un lado el político y por otro el cristiano. Existe el político que, bajo la mirada de Dios y de su conciencia, vive cristianamente sus compromisos y sus responsabilidades». Así como los grandes conflictos geopolíticos encuentran en última instancia su origen en los deseos del corazón, también la conversión que prepara a los cristianos a contribuir a la paz y la justicia dentro de ese orden de amores debe tocar su interioridad espiritual más profunda.
Al presentar esta invitación a participar en la misión de Cristo, León XIV abre amplios horizontes sobre la Doctrina Social de la Iglesia y sobre el pensamiento de san Agustín. Sobre todo, relaciona estrechamente la noción de desarrollo humano integral con la tradición de la Doctrina Social católica. Al arraigar este tema – tan querido por san Pablo VI – en el orden de los dos amores y de las dos ciudades y con referencia a la felicidad eterna alcanzable solo en Cristo, el Papa recuerda a la Iglesia que el desarrollo humano integral remite, en definitiva, al Evangelio. Así se hace eco del Papa Benedicto XVI, quien en la encíclica Caritas in veritate escribía: «No hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí, sino una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva» (n. 12).
De hecho, con la ayuda de san Agustín, el Papa León XIV relaciona los deseos del mundo con la misión más profunda de la Iglesia. La del desarrollo humano integral dista mucho de ser una batalla de retaguardia que la Iglesia libra para oponerse a las métricas económicas y sociales contemporáneas o para corregirlas; expresa y da respuesta, más bien, a la profunda «hambre del Pan del cielo» que mueve a los cristianos a ofrecer al mundo «tanto el pan material como el pan de la Palabra», como se afirmó en el Mensaje pontificio del 4 de agosto a los participantes en la Semana Social en Perú.
En sus intervenciones, León XIV propone el pensamiento de san Agustín como un tesoro de gran valor para la Iglesia. La doctrina de las «dos ciudades» es una de sus intuiciones más profundas, pero corre el riesgo de perderse entre los muchos otros modelos políticos actuales. El Papa nos ayuda, por tanto, a reeducar nuestra imaginación hacia una política de la esperanza – una formación que necesitamos urgentemente – y nos exhorta a continuar cultivando el deseo de esa esperanza en una vida abundante.
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Puede añadirse que propone un san Agustín accesible a todos y que lo hace de manera comprensible, no solo por la claridad y vivacidad de su estilo, sino sobre todo por su nítida conciencia de la sabiduría que el obispo de Hipona ofrece al mundo de hoy y de todos los tiempos. León XIV percibe que la «respuesta» de la Iglesia al mundo debe ser nuevamente vinculada al corazón mismo de la pregunta a la que pretende responder. Y pocos santos poseen, al reformular dicha pregunta, una sabiduría mayor que aquel a quien la Iglesia ha definido como «el Doctor de la Gracia».
En los discursos del Papa que hemos querido recordar se perciben también las profundas resonancias del presente pontificado con el de León XIII. En particular, es la búsqueda de la naturaleza del orden social lo que caracteriza la sabiduría en las cuestiones sociales. Así como León XIII se esforzó por situar las «tres sociedades necesarias» –la familia, la comunidad política y la Iglesia– en el seno de la Providencia divina, incluso ante el derrumbe definitivo de la cristiandad, también el actual Pontífice contextualiza la persona y la familia, la familia de las naciones y la Iglesia dentro de las realidades espirituales de las «dos ciudades», que constituyen un referente fundamental para todas las demás cuestiones sociales.
Para ambos Leones, la doctrina social presupone la armonía entre fe y razón: una armonía que, sin embargo, debe proponerse de nuevo a cada generación. En el discurso del 28 de agosto, León XIV exhortó a los cristianos a fortalecerse en la fe, «a profundizar en la doctrina – en particular la doctrina social – que Jesús enseñó al mundo», la cual, precisó, es «sustancialmente congruente con la naturaleza humana, con la ley natural que todos pueden reconocer, incluso los no cristianos, incluso los no creyentes». Esta consonancia significa que los cristianos no deben «temer proponerla y defenderla con convicción: es una doctrina de salvación que apunta al bien de todo ser humano, a la edificación de sociedades pacíficas, armoniosas, prósperas y reconciliadas», como explicó el Papa a la delegación francesa. El diálogo entre fe y razón funda, de hecho, el diálogo entre los cristianos y todos los hombres de buena voluntad.
En ambos discursos del pasado agosto surge asimismo la confianza de que Dios ha confiado a la Iglesia un valioso tesoro de sabiduría para compartir con el mundo. León XIII estaba animado por la misma convicción: al inaugurar lo que parecía una novedad – la Doctrina Social católica –, en realidad sacaba a la luz algo muy antiguo.
Finalmente, en la presentación de la Doctrina o pensamiento social de la Iglesia por parte del Pontífice se perciben un maravilloso equilibrio y una plenitud que completan la síntesis tomista de León XIII: felicidad terrena y celeste; razón (la ley natural) y Evangelio; Iglesia que escucha e Iglesia que enseña; unidad de los cristianos en Cristo y testimonio de paz en los lazos fraternos entre las religiones; pecado y gracia, también en el pensamiento de san Agustín; acción y contemplación; paz como don de Dios y actividad humana; deseo humano y su cumplimiento último, que corresponde a la complementariedad, en la enseñanza de León XIII, entre la experiencia «subjetiva» y la naturaleza «objetiva» de la persona humana, y entre la persona y la comunidad. Así, la búsqueda moderna de integridad del corazón, del alma y del espíritu encuentra su culminación en la plenitud de los múltiples dones que la Iglesia desea compartir con el mundo, en calidad de administradora y no de propietaria.

