Personajes

El «milagro» de Rutilio Grande

Un mural dedicado a p. Rutilio Grande.

Las beatificaciones y canonizaciones pueden ser signos de la orientación de la Iglesia. El 22 de enero de 2022, el jesuita Rutilio Grande, junto con sus dos compañeros, Nelson Rutilio Lemus y Manuel Solórzano, y el franciscano Cosme Spessotto, fueron proclamados mártires en el estado centroamericano de El Salvador. Los nuevos beatos representan el nuevo fermento de la Iglesia latinoamericana tras el Concilio Vaticano II. También encarnan una Iglesia misionera y perseguida, que ha generado numerosos mártires por la fe y la justicia.

En la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín en 1968, el Concilio se adaptó de forma creativa al contexto de América Latina. Allí, los obispos reconocieron que el signo más importante de los tiempos era la pobreza del subcontinente, una pobreza que clamaba al cielo. Inspirados en el Evangelio y en la teología entonces emergente, asumieron la opción preferencial por los pobres como programa de la Iglesia. Rutilio Grande situó esta opción por los pobres en el centro de su nuevo concepto de ministerio misionero rural. En nuestra revista hemos hablado ampliamente de él[1], pero con motivo de su beatificación es bueno recordar algunos aspectos de su figura.

Un pastor

Nacido en 1928 en el seno de una familia pobre en el pequeño pueblo de El Paisnal, El Salvador, Rutilio ingresó en la Orden de los Jesuitas en 1945. Siguió la formación filosófica y teológica habitual de la Orden en Venezuela, Ecuador, España, Francia y Bélgica. Hasta 1972 se dedicó a la formación de sacerdotes en el seminario nacional de la capital, San Salvador, donde trató de introducir el espíritu del Concilio Vaticano II y de la Conferencia Episcopal de Medellín. Su biógrafo, Rodolfo Cardenal, escribe: «El objetivo de Rutilio era formar sacerdotes que estuvieran al servicio del pueblo». En otoño de 1972, Rutilio optó por dedicarse al trabajo parroquial directo en la comunidad de Aguilares, a la que también pertenecía su pueblo natal.

En este pueblo, la gran mayoría de la gente vivía en la más absoluta pobreza. La tierra estaba en manos de unos pocos latifundistas. Para Rutilio estaba claro que Dios no era indiferente a esta situación. A menudo en sus sermones decía: «Dios no está recostado en una hamaca en el cielo, sino que está en medio de nosotros. Le preocupa la suerte de los pobres que viven aquí». Así que, junto con un grupo de jesuitas y religiosas, comenzó a poner en marcha un plan pastoral que llevara a la Iglesia a ponerse del lado de los pobres, como se había decidido en la Conferencia Episcopal de Medellín. En 1973, en la misma línea, la Orden de los Jesuitas había redefinido su misión en el mundo actual desde la perspectiva de la relación inseparable entre el anuncio de la fe y la lucha por la justicia.

En su enfoque pastoral, Rutilio partió de la piedad popular. Este correspondía a la «teología del pueblo», desarrollada en Argentina por Lucio Gera, quien también ejerció una fuerte influencia en el Papa Francisco. Pero Rutilio era muy consciente de que la piedad popular también debía liberarse de los elementos mágicos y ser evangelizada. Por otra parte, al recuperar la fiesta del maíz, reconoció el valor de las tradiciones indígenas ancestrales en el espíritu de inculturación de la fe cristiana.

Una parte esencial de su visión pastoral era la participación activa de los fieles. El secreto y la semilla del nuevo camino estaba en las comunidades que leían la Biblia juntas. El objetivo era conectar la palabra de Dios con la vida de las personas. Para ello, los grupos siguieron la metodología de los tres momentos – ver, juzgar, actuar –, procedente de la juventud obrera cristiana. Con su equipo pastoral de hombres y mujeres, Rutilio creó los Delegados de la palabra, que partieron para dar vida a nuevos grupos. Aguilares se puso en marcha. Cuando los campesinos de ese pueblo utilizaban este método para juzgar su situación de vida a la luz de la palabra de Dios, eran verdaderamente iluminados. De esa forma descubrieron que la pobreza y la opresión eran temas que se repetían siempre en la Biblia. Así, a través de los profetas y de Jesús, Dios se ponía del lado de las víctimas.

Por esta vía, la fe desarrolló la acción social y política. Grande animó a los campesinos a organizarse en sindicatos y a exigir su derecho a una vida digna y un salario justo. Otros sacerdotes también siguieron su ejemplo. Ante esto, los terratenientes vieron amenazados sus intereses. Entonces comenzó la persecución de la Iglesia en El Salvador. Especialmente los sacerdotes y jesuitas extranjeros fueron acusados de propagar el desorden y el comunismo. A principios de 1977, fueron torturados y expulsados los primeros sacerdotes, entre ellos el colombiano Mario Bernal, párroco de Apopa, cerca de Aguilares.

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

El 13 de febrero tuvo lugar en Apopa una manifestación de protesta contra la expulsión de Bernal, a la que asistieron más de 6.000 personas. En la misa de clausura, Grande pronunció una encendida homilía, afirmando con valentía: «¡Es peligroso ser cristianos entre nosotros! ¡Es peligroso ser católicos de verdad! En la práctica, ¡es ilegal ser cristianos en nuestro medio, en nuestro país!». Citó estadísticas sobre la injusticia y la pobreza en El Salvador. Y continuó: «Cubrimos todo esto con falsa hipocresía y obras fastuosas. ¡Ay de los hipócritas, que se llaman a sí mismos católicos sin creerlo, mientras están llenos de impura maldad! Son caínes y crucifican al Señor, que se llama Manuel, Luis, Chavela, ¡que lleva el nombre del simple trabajador del campo!».

La homilía terminaba con la imagen del regreso de Jesús a El Salvador: «Mucho me temo, queridos hermanos y amigos, que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán entrar en nuestras fronteras; sólo llegarán las portadas, porque todas sus páginas son subversivas. Subversivo contra el pecado, por supuesto… Mucho me temo, hermanos: si Jesús de Nazaret volviera y, como en aquella época, bajara de Galilea a Judea, es decir, de Chalatenango a San Salvador, me atrevo a decir que con su predicación y sus obras no llegaría a Apopa. Creo que sería detenido en Guazapa. Allí sería detenido y encarcelado. Lo llevarían ante algún Tribunal Supremo, acusándolo de romper la Constitución, de ser un subversivo. El Hijo del Hombre, el prototipo del hombre, sería acusado de ser un revolucionario, un extranjero judío, un conspirador con extrañas ideas extranjeras contra la democracia, contra la minoría. Ideas contrarias a Dios, porque son las del clan de Caín. Sin duda, hermanos míos, volverían a crucificarlo».

Es posible que fuera precisamente este sermón el que provocó la condena a muerte de Rutilio. El 12 de marzo de 1977, él y dos compañeros – Manuel Solórzano, de 70 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 15 – fueron asesinados en una emboscada por miembros de la Guardia Nacional cuando se dirigían a celebrar la misa. Los instigadores fueron los terratenientes. Envueltos en telas de lino, los tres cuerpos fueron colocados frente al altar de la iglesia de Aguilares. A última hora de la tarde llegó Óscar Romero, recién nombrado arzobispo.

Rutilio y Romero

Aunque Grande era amigo de Romero, éste se había opuesto en ocasiones a su proyecto pastoral en Aguilares. Una nota en este sentido se encuentra en un informe de Romero a la Comisión Pontificia para América Latina en Roma. Pero cuando se encontró frente al cuerpo de Grande, Romero se estremeció hasta el fondo. Hizo que le mostraran la sencilla habitación del sacerdote y, hablando consigo mismo, dijo: «Vivió como un verdadero pobre». Romero decidió celebrar una misa en medio de la noche. Como texto bíblico, eligió el pasaje del Evangelio de Juan: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

Los tres cuerpos fueron trasladados a la capital, donde Romero celebró la misa de funeral en la catedral el 14 de marzo, que fue transmitida por la radio. Intuyendo que los asesinos podían estar escuchando la emisión desde su escondite, el arzobispo se dirigió a ellos con estas conmovedoras palabras: «Queremos decirles, hermanos homicidas, que los queremos y que pedimos a Dios que se arrepientan de corazón, porque Él no es capaz de odiar y no conoce enemigos».

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

El asesinato de Rutilio y sus compañeros produjo una profunda transformación en Romero. En retrospectiva, él mismo describe su intuición ante el cadáver de Rutilio: «Si lo mataron por lo que hizo, entonces debo seguir el mismo camino. Rutilio me abrió los ojos». Romero reaccionó al asesinato de Rutilio anunciando que no volvería a participar en ningún acto oficial del gobierno hasta que se esclareciera el crimen. El 20 de marzo dio otra señal: para toda la archidiócesis, quería que se celebrara una única misa en la catedral de San Salvador. En esa tensa situación, el régimen militar temía que se produjera una gran concentración de personas y trató de impedir la celebración por todos los medios. El nuncio también se opuso, pero Romero no se dejó impresionar. Se reunieron más de 100.000 personas. En su sermón, el arzobispo dijo claramente: «Quien toca a uno de mis sacerdotes, me toca a mí». En las escuelas católicas se leyó a los alumnos textos de la Biblia, del Concilio Vaticano II y de Medellín, en lugar de las clases normales.

Para el Papa Francisco, la beatificación de Rutilio siempre fue una preocupación particular, al igual que la canonización de Romero en 2018. Como provincial de los jesuitas argentinos, había seguido de cerca su historia. En una conferencia pronunciada ante los obispos de Centroamérica durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2019 en Panamá, Francisco presentó a Romero como un modelo de obispo que dio su vida por sus ovejas. Había conocido la biografía de Rutilio a través de un libro de Rodolfo Cardenal, que se había publicado poco después de su asesinato. En 2015, le dijo a Cardenal, durante un encuentro en Roma: «El gran milagro de Rutilio Grande es Monseñor Romero».

Una era de transformación en la Iglesia latinoamericana

La beatificación de Rutilio llega en un momento de nuevos movimientos y transformaciones en la Iglesia latinoamericana y caribeña, que puede compararse con la efervescencia eclesial que siguió a la Conferencia Episcopal de Medellín. En 2019 tuvo lugar en Roma el Sínodo de la Amazonia, que en su visión de una Iglesia con rostro amazónico debía abrir nuevos caminos para la Iglesia. Se dio un paso importante con la creación de la Conferencia de la Iglesia Amazónica CEAMA, con el objetivo de poner en práctica las conclusiones del Sínodo. En la nueva conferencia están representados obispos, sacerdotes, diáconos y miembros de los pueblos indígenas de los nueve estados amazónicos. Del 21 al 28 de noviembre de 2021 tuvo lugar en México un acontecimiento innovador: la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe. De hecho, en la serie de grandes asambleas de obispos latinoamericanos que siguieron a Aparecida 2007, ésta iba a ser la sexta. Pero el Papa Francisco ha querido explícitamente que no sea una asamblea de obispos, sino una asamblea eclesial, en la que participen sacerdotes, religiosos y laicos[2].

Mucho de lo que ahora está en la agenda de la renovación de la Iglesia en América Latina y el Caribe ya había sido anticipado por Rutilio Grande en su proyecto de pastoral misionera rural en Aguilares: el nuevo impulso misionero, la nueva participación de los laicos, el reconocimiento de las tradiciones indígenas, la contribución profética de la Iglesia a las transformaciones políticas y estructurales. Así, las beatificaciones del 22 de enero fueron un signo que anima a la Iglesia a seguir su camino de conversión social, cultural, ecológica y sinodal.

  1. Cfr J. M. Tojeira, «Il martirio di Rutilio Grande», en Civ. Catt. II 2015 393-406.

  2. La Asamblea se celebró de forma híbrida, debido a la pandemia de Covid-19: asistieron unos 80 participantes de México, mientras que en conexión hubo otros 1.000 participantes de todo el continente: 200 obispos, 200 sacerdotes, 200 religiosos y 400 laicos. Esto fue precedido por un amplio proceso de consulta, basado en un documento preparatorio con el título programático: «Todos somos discípulos misioneros en salida». A partir de las 70.000 contribuciones recibidas de individuos y grupos, se elaboró una «Síntesis Narrativa», que a su vez sirvió de base para las consultas en México y en todo el continente. La Asamblea de la Iglesia aprobó una declaración final en la que se exponen 12 necesidades urgentes para la Iglesia en América Latina y el Caribe. Cfr Card. P. Barreto Jimeno y M. López Oropeza, «La Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe», 4 de febrero de 2022, en La Civiltà Cattolica en español: https://www.laciviltacattolica.es/2022/02/04/la-primera-asamblea-eclesial-de-america-latina-y-el-caribe/

Martín Maier
Jesuita, Doctor en Teología con una tesis sobre la Teología de la Liberación de Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino. Director y Redactor-Jefe de la prestigiosa revista Stimmen der Zeit. Profesor invitado en la UCA de San Salvador y en el Centro “Sèvres” de París y autor de Óscar Romero. Mística y lucha por la justicia (2005).

    Comments are closed.