Literatura

El arte de la amistad

Borges lee Don Quijote

La amistad en la vida y en las obras literarias de Borges se puede ubicar en dos ámbitos, uno el de las anécdotas, el otro, en lo más íntimo de su corazón y de sus escritos. Uno de sus amigos auténticos, el poeta jujeño Jorge Calvetti, nos da testimonio: «¡Borges no podía hablar de la amistad sin conmoverse! […]. Sus amigos, sus verdaderos amigos, eran admirados por él» y les «erigía monumentos de amistad, en la admiración»[1]. Esta admiración lo llevaba al punto de hacerse amigo de personajes literarios: «Muchas veces – confiesa Calvetti – le oí decir con cierto temblor en la voz: “Caí como herido del rayo cuando lo vi muerto a Cruz”» [2].

La amistad es capaz de darse entre personas reales y personajes de ficción, como afirma Borges que sucede en el Quijote, donde la amistad del caballero con Sancho Panza se contagia y no solo el autor – Cervantes – sino también los lectores – Borges – se convierten en amigos entre sí y de los personajes.

La relación entre literatura y amistad es tan honda que se proyecta hacia lo eterno: «Dunne[3] – afirma Borges – asegura que en la muerte aprenderemos el manejo feliz de la eternidad. Recobraremos todos los instantes de nuestra vida y los combinaremos como nos plazca. Dios y nuestros amigos y Shakespeare colaborarán con nosotros»[4].

El Quijote

Para desarrollar el tema recurriremos a las reflexiones de Borges acerca de la amistad como argumento íntimo del Quijote[5]. Don Quijote es uno de los grandes clásicos de la literatura española y mundial. Lo es en el sentido en que Italo Calvino habla de un clásico como «un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir»[6], que permanece actual porque permite lecturas renovadas. Indicamos aquí algunas de las diferentes lecturas e interpretaciones que la novela de Cervantes ha tenido a lo largo del tiempo.

En el siglo XVII, el Quijote se leía como una novela de aventuras caballerescas. Alonso Quijano, hidalgo español, enloqueció leyendo libros de caballería y salió en busca de aventuras acompañado de su fiel amigo, Sancho Panza. Su meta era enderezar toda clase de situaciones injustas y ganar fama con acciones caballerescas para conquistar el amor de su amada Dulcinea, una campesina vulgar idealizada por el caballero andante.

El siglo XIX enfatizó al personaje romántico que luchaba contra molinos de viento, cuyo carácter – más que las aventuras –, era lo central como puede verse en el desarrollo que tiene la novela en su segunda parte. Alonso Quijano recuperará la cordura y morirá condenando los libros de caballería que le llevaron a querer ser Don Quijote pero, paradójicamente, esta conversión dará un realismo especial al personaje imaginario.

En el siglo XX, lo que fascinó del Quijote fue su carácter de «hipernovela», origen de la «metaficción», en la que los juegos de espejos y desdoblamientos del narrador involucran al lector en la reflexión sobre lo que es la lectura. Sin embargo, hay otro aspecto fascinante en el Quijote y es el que advierte Jorge Luis Borges: «En el Quijote hay, por lo menos, dos argumentos: uno, el argumento ostensible; es decir, la propia historia del ingenioso hidalgo, y el otro, el argumento íntimo, que yo creo que es el verdadero tema: la amistad de don Quijote y de Sancho»[7] .

Borges va más lejos aún cuando expresa: «Creo que todos podemos considerar a Don Quijote como un amigo. Esto no ocurre con todos los personajes de ficción»[8]. Más aún, hablando de Cervantes, Borges dirá que, «a diferencia de Quevedo, de quien nadie se siente amigo, él siente a Cervantes y a Alonso Quijano, que quiso ser el Quijote y lo fue por algún tiempo, como sus amigos personales»[9].

Borges habla de «clave de lectura», no de «clave de una interpretación conceptual». Esta última sería algo abstracto y en cambio la lectura siempre es personal y concreta, algo que lleva tiempo: el tiempo de leer y, sobre todo, de releer.

Nos preguntamos con Borges: ¿cómo logra un escritor crear un personaje que se vuelva amigo de todo el que lee sus aventuras? Y, más aún, ¿cómo logra el autor mismo, volverse una voz amiga de sus lectores, compartiendo con ellos las aventuras de sus personajes?

Tomando en consideración el argumento íntimo de la amistad como clave de lectura del Quijote intentaremos avanzar un poco más en esta dirección, considerando la amistad como la clave de toda lectura (y escritura) literaria.

Amistad y credibilidad

Tal vez la eficacia del Quijote en esto de ser creíble, se deba a lo que podríamos llamar la voz de Cervantes. ¿Cómo es que la voz despierta la fe en los personajes más que ninguna técnica? Borges no lo define, sino que lo narra: se trata de una voz «amable y natural»[10], de una imaginación que fluye y cuya característica es dejarse llevar por la fábula de (la amistad de) don Quijote y Sancho. La voz es eficaz porque es «instrumento dócil» de la fábula; como esa pluma a la que el Cide Hamete – autor imaginario inventado por Cervantes – le da la palabra al final del Quijote, cuando esa pluma (la voz del narrador) dice: «Para mí sola nació Don Quijote y yo para él; él supo obrar y yo escribir»[11].

El no querer imponerse de esta voz, el estar al servicio de la fábula, es lo que la vuelve amigable. El narrador – la voz – se pone de nuestro lado, logra sintonizar con nuestro punto de vista e interés despojándose del suyo, lo cual significa que cree en el valor de su historia y lo que hace es, simplemente, dar testimonio. Testimonio del personaje, más que de sus aventuras.

Esto nos lleva a distinguir distintos tipos de novelas[12]. Un tipo es el de las novelas de carácter rudimentario, que muestran una mera sucesión de aventuras, como es el caso de «Simbad el marino». Otro tipo de novelas es aquel en que el héroe muestra su carácter a través de los hechos, como sucede en la primera parte del Quijote. Un tercer tipo es aquel en que el héroe modifica las circunstancias y estas modifican su carácter, como acontece en la segunda parte del Quijote. Dentro de estas últimas, en algunas (pocas por cierto) el diálogo del héroe consigo mismo logra modificar de manera significativa la realidad del lector (¡y del mismo autor!).

Esto es lo que Borges dice que sucede con la muerte del Quijote. El breve capítulo final en que recupera la cordura y vuelve a ser Alonso Quijano el Bueno, es tan conmovedor que se nota que conmueve al mismo Cervantes. «Es indudable – afirma Borges – que en esas líneas Cervantes sintió la muerte de Don Quijote como algo propio, como algo muy triste. Triste para los lectores y triste para Alonso Quijano, que muere confesando que no ha sido Don Quijote. Pero también triste para Cervantes, que narra la muerte de su personaje con estas palabras: “entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió”. En aquel momento, uno espera una frase literaria; una frase ambiciosa, como por ejemplo, las palabras de Shakespeare al morir Hamlet, pero no; se ve que Cervantes está tan emocionado al despedirse de nuestro amigo y de su amigo, que vacila y concluye finalmente con aquellas palabras: “dio su espíritu”, y luego explica: “quiero decir que se murió”, desechando así toda posibilidad retórica. Cervantes está profundamente, sinceramente emocionado al quedarse solo»[13].

La muerte de Alonso Quijano nos devuelve a la realidad al cerrar la fantasía y, paradójicamente, al amigarnos con el Quijano cuerdo se acrecienta y se nos vuelve más real – deseable – el Don Quijote que Alonso Quijano había querido ser.

Para Borges en el Quijote «las historias no tienen nada de especial, no se ve ninguna ansiedad especial en la urdimbre que las une, pero son, en cierto sentido, como espejos, como espejos en los que podemos ver a Don Quijote»[14]. La tesis, pues, de Borges es que para aceptar un libro tenemos que aceptar a su personaje central. Podemos pensar que estamos interesados en las aventuras, pero en realidad estamos más interesados en el héroe. Por eso uno cree en Don Quijote, aunque no crea en las cosas que le pasan. Y en esto de hacer creíble – amigable – un personaje, puede verse la grandeza de Cervantes.

De aquí proviene la crítica de Borges a quienes ponderan que Sancho y Quijote sean mitos. Alguno estudiosos – dice – : «suelen asimismo abundar en la opinión de que son símbolos. Pero mi propósito no es controvertir esa mágica afirmación; lo que niego es la hipótesis monstruosa de que esos españoles, amigos nuestros, no sean gente de este mundo sino las dos mitades de un alma. El Sancho y el Quijote de la leyenda pueden ser abstracciones; no los del libro, que son individuales y complejísimos»[15].

Literatura y felicidad

Creer en Don Quijote, confiesa Borges, es lo que hace que leer sus andanzas le proporcione felicidad. En la conferencia en Austin, que pronunció (y escribió) en inglés en el año 1968, decía que «haber conocido a Don Quijote era una de las cosas felices que le habían ocurrido en la vida»[16]. Como también para Cervantes la literatura es cuestión de deleite, imaginar la felicidad de un lector futuro como Borges, seguramente le habrá proporcionado felicidad también a él.

De la felicidad habla Sancho a don Quijote, luego de la experiencia en la Cueva de Montesinos, a cuyo fondo Don Quijote fue bajado con cuerdas y de la que ascendió dormido luego de una hora que para él habían sido tres días. Más allá de las incontables lecturas e interpretaciones del símbolo de la cueva[17], nos quedamos con lo que dice Sancho: que en esa jornada había ganado varias cosas y «la primera, es haber conocido a vuesa merced, que lo tengo a gran felicidad»[18].

La felicidad que da descubrir o reencontrarse con un personaje al leer o releer una obra sea por casualidad, sea por elección, es un criterio de lectura. Como decía Borges, cuando no se da esa felicidad, es que ese libro no es para uno en ese momento. Pero cuando esa felicidad se da siempre es señal de que ese personaje es un amigo.

La amistad, entre la realidad y la ficción

Entramos con esto en el tema de la relación (y mezclas) entre la ficción y la realidad. Borges, que ha dicho que el argumento íntimo del Quijote es la amistad, dirá también que «la esencia» del Quijote está en ese juego que «inventó» Cervantes de entrar y salir de la realidad y la ficción[19]. El ejemplo que le parece que mejor refleja esto es la escena en la que vemos al barbero y al párroco en la biblioteca de Alonso Quijano en el momento en que descubren un libro de… ¡el Quijote! Da la impresión de que en cualquier momento van a encontrarse leyendo su propia realidad, como sucede en uno de los cuentos de Las mil y una noches. Lo mismo sucede en ese otro simpático pasaje en el que Don Quijote se entera de que han escrito sus aventuras y de alguna manera da recomendaciones amigables al escritor.

Borges dice que este juego hace que el lector sienta que puede estar siendo él mismo, en este instante, un personaje de ficción. Pero esto no lo dice solo para suscitar en nosotros esa inquietud metafísica que se despierta con los juegos de espejos sino, más hondamente aún, como un modo de abrir una ventana a la posibilidad de entrar en amistad con Don Quijote, haciéndonos también nosotros un personaje de ficción como él (y mejor aún: un autor de ficción, ya que al leer nos desdoblamos y adoptamos una perspectiva peculiar que de alguna manera nos vuelve autores del texto que estamos leyendo).

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Esto forma parte de la así llamada literatura de metaficción, algunas de cuyas características se encuentran ya en el Quijote. De diversas maneras, mediante juegos de espejos en que «la obra aparece en la obra», y mediante los desdoblamientos del narrador se le recuerda al lector que está ante una obra de ficción, y se juega a problematizar la relación entre ésta y la realidad. En el Quijote – y en Borges – esto no es un mero juego literario. Toca eso misterioso que expresamos cuando decimos que hay realidades que parecen de fábula y fábulas que son más reales que los hechos que informan los noticieros de hoy.

«Pierre Menard, autor del Quijote»

Hemos compartido, pues, algunas reflexiones acerca de la estrecha relación entre amistad, felicidad y literatura. Para adentrarnos más en esta relación analizamos ahora un cuento de Borges – emblemático para nuestro tema – titulado «Pierre Menard, autor del Quijote»[20]. Este relato ha sido objeto de mucha atención por parte de la crítica literaria: se lo considera como el «manifiesto de la estética de Borges»[21]. Así lo afirma, entre otros, V. Ferlito, a cuyo análisis exhaustivo de esta «estética» nos remitimos. Nosotros nos concentraremos en la relación entre amistad y literatura. Pero antes son necesarias algunas consideraciones para el que no conoce el relato.

La trama

La trama del relato parece sencilla: al morir Pierre Menard, un escritor francés de poco renombre, sus amigos auténticos[22] desean hacer justicia a su obra, la cual, a su parecer no ha sido bien catalogada por una tal Madame Henri Bachelier. Uno de estos amigos – el narrador a quien Borges da la voz para que cuente en primera persona –, informa que hay dos obras de Pierre Menard: una «visible», de la cual hace un nuevo catálogo, y otra que califica de «invisible», de la cual él es el único testigo, ya que Pierre Menard «no permitió que sus manuscritos fueran examinados por nadie y cuidó que no le sobrevivieran»[23].

Único testimonio de esta obra invisible es una carta que el propio Menard escribió a su amigo – la voz que narra –, el 30 de setiembre de 1934. En ella describe el «propósito» de su obra como «meramente asombroso»: «He contraído – dice Menard – el misterioso deber de reconstruir literalmente [la] obra espontánea [de Cervantes]», esto es: «componer el Quijote»[24].

Un detalle significativo para la trama del cuento es que esta carta no está clasificada entre las «piezas» del catálogo que nuestro amigo narrador se ocupó de registrar afirmando dos veces que eran «fácilmente enumerable[s])» y que por tanto se debían juzgar como «imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por Madame Henry Bachelier»[25]. El disparatado proyecto del tal Pierre Menard y la poca fiabilidad científica del narrador logran de alguna manera misteriosa, como sucede en el Quijote, que se sienta como real la amistad (argumento íntimo del relato) que llevó al primero a confiar a su amigo su secreto y a este a defenderlo y contárnoslo.

Hasta aquí nuestro resumen de la trama (se podrían hacer otros diversos). Pero «debajo de este sencillo argumento se esconde una de las estructuras meta-narrativas más complejas de la ficción postmodernista y un precedente claro de la teoría de la recepción y del postestructuralismo»[26]. Se puede releer mil y una vez «Pierre Menard, autor del Quijote» y siempre se encontrarán nuevos detalles que – como un espejo que reordena otros – abrirán nuevas perspectivas e interpretaciones al cuento.

Un prólogo

Son famosos los «prólogos» de Borges, a sus libros, a los de otros y los «prólogos a prólogos»[27]. Se trata de metarrelatos que interactúan con sus otros escritos, jugando a modificar – a veces sustancialmente – su sentido con las nuevas perspectivas que su autor abre.

En el Prólogo al libro «Ficciones», que incluye el relato que estamos considerando, Borges proporciona al lector una «mayor elucidación» sobre las «piezas» – así define ajedrecísticamente los cuentos – de su libro. De una dice que es «[una pieza] policial», de otras dos que son «[piezas] fantásticas»; de una tercera, que él «no es el primer autor de la narración»; de «Las ruinas circulares», afirma que se trata de una pieza en la que «todo es irreal»; y de «Pierre Menard, autor del Quijote», la pieza que aquí nos ocupa, afirma que: «lo que es irreal es el destino que su protagonista se impone». Agrega, además: «La nómina de escritos que le atribuyo (el catálogo u obra visible) no es demasiado divertida pero no es arbitraria; es un diagrama de su historia mental…»[28].

Dejando a los eruditos las siempre interesantes e inagotables consideraciones sobre esta última afirmación[29], nos centramos en un detalle significativo: Borges no le atribuye irrealidad a todo el relato ni al narrador ficticio, sino solo al «destino que su protagonista se impone». ¿Quién es este protagonista y cuál el destino que se impone? Se suele dar por supuesto que «el protagonista» es Pierre Menard y que el «destino que se impuso» coincide con su «propósito»: «componer el Quijote». ¡Pero no es así! Lo que en realidad quiere Pierre Menard es «ser, de alguna manera Cervantes»[30]. Por eso es clave el dato de que se vio obligado a «excluir el prólogo autobiográfico de la segunda parte del Quijote»[31]. El destino que se impuso fue ser «el autor del Quijote» – como dice el título de manera tan clara que algunos olvidan, fascinados por los avatares de la tarea imposible de «componer el Quijote».

El protagonista

Esto nos lleva a la cuestión acerca de quién es el verdadero protagonista del cuento. Y para ello vale una reflexión acerca de quién es el protagonista del Quijote. Hay quienes piensan, y dan buenas razones de ello, que el protagonista de la novela Don Quijote de la Mancha no es el hidalgo sino el mismo Cervantes. Afirma Carlos Oscar Nállim: «Quizá la explicación profunda y obvia la haya dado un docto amigo mío, que concluye un trabajo iluminador sobre un recurso cervantino, el de convertirse en “narrador infidente”»[32]. Este recurso es una pequeña maravilla técnica que implica romper – por primera vez en la historia de la literatura – las reglas de la estética aristotélica que daba por supuesto que el narrador no ocultaba información. Cervantes oculta información deliberadamente en la escena en que Don Quijote le dice a Sancho y al Bachiller Carrasco que hará una nueva salida y les pide que tengan la cosa en secreto. Allí Cervantes dice que Carrasco prometió guardarlo – «todo lo prometió Carrasco»[33] – y no nos dice que no cumplió su promesa sino hasta avanzada la novela. Recién en el capítulo XV de la segunda parte Cervantes le hará decir a Carrasco que todo había sido un plan urdido para hacer salir a Don Quijote y vencerlo – disfrazado de Caballero de los Espejos – , de modo que no tuviera más remedio que volver a su casa, ya que no era posible disuadirlo de otra manera de sus locuras.

Este primer «narrador infidente» de la literatura se volverá común en nuestra época. Borges utilizará el recurso en muchos de sus cuentos, por ejemplo, en «La forma de la espada» y «La casa de Asterión»[34]. Ahora bien, este es el punto: ¡este recurso convierte al narrador en personaje principal! «El principal personaje de la novela – dice Nállim – no tiene que serlo el protagonista, sino que puede serlo el narrador, como lo es aquí [en el Quijote]. Me atrevo a afirmar – agrega – que Borges estaría de acuerdo»[35].

El hecho de convertirse el narrador en personaje hace «entrar» al lector en el cuento o en la novela. El lector en cierto momento «cae en la cuenta» de que ha sido convertido en protagonista, llevado por el engaño del narrador infidente. Aquí se da el placer estético de la lectura como «reescritura».

Esto nos lleva a formular nuestra hipótesis: en «Pierre Menard, autor del Quijote» el protagonista es Borges a través del narrador, que nos mete en su interpretación del destino que se impuso su amigo, haciendo que le creamos, aunque él mismo confiesa que «es muy fácil recusar su pobre autoridad»[36]. ¡El atractivo de lo que nos cuenta es tal que nos dejamos llevar por su voz! Y le creemos tanto que nos olvidamos de él y, ¡discutimos acerca de Pierre Menard como si fuera real! Sin este narrador no tendríamos nada de Menard, porque quemó sus manuscritos y la carta no está en su archivo personal. Es el narrador el que «descubre» la importancia de Menard, lo que su técnica nos aporta, una posibilidad nueva de leer el Quijote como si fuera el de Menard (realizando el salto de leer todo con «atribuciones erróneas» y «anacronismos deliberados», como las define).

El cuento termina con un lugar y una fecha: «Nimes, 1939»[37], y debajo una nota, cuyas últimas palabras – «alegre fogata» – referidas a la que hacía Pierre Menard con sus textos, son indicativas de que más que las palabras escritas lo que importa es la voz del narrador que cuenta la amistad de sus personajes, que se convierten todos en nuestros amigos para siempre.

La amistad como argumento íntimo de «Pierre Menard, autor del Quijote».

Para «justificar» todo lo que hemos dicho, seguimos una pista que no hemos visto que otros sigan y es la que nos dan los términos «amistad» y «amigo» – en realidad «nuestro amigo» – que aparecen literalmente cinco veces en el cuento.

La primera, cuando el narrador menciona a «los amigos auténticos de Pierre Menard», que en su entierro deciden desempañar de «error» su memoria[38]. No solo Pierre Menard es un personaje inventado por Borges, sino también sus «amigos auténticos» y entre ellos el narrador, que para hablar de Menard utiliza el posesivo cómplice «nuestro amigo», involucrando así a los lectores casi de manera natural.

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La segunda referencia es a algo que debió tratarse «de una broma de nuestro amigo, mal escuchada» [por Madame Henri Bachelier][39]. Más allá de los juegos borgeanos, que llevan a consideraciones casi infinitas, nos interesa aquí solamente la mención de la «amistad». Lo que desacredita a Madame Henri Bachelier no son sus omisiones o adiciones (en las que también cae nuestro narrador), sino el no haber entendido a Pierre Menard cuando hacía una broma. Lo cual, para un amigo, es señal de que el otro «no entiende nada» y de que solo los amigos se entienden al vuelo.

La tercera mención, esta vez a «la amistad», está un poco antes, cuando nuestro narrador clasifica bajo la letra “p” de su catálogo «una invectiva [de Pierre Menard] contra Paul Valéry», y agrega entre paréntesis que era «el reverso exacto de su verdadera opinión sobre Valéry. Éste así lo entendió y la amistad antigua de los dos no corrió peligro»[40]. Con lo cual se refuerza – si hiciera falta – nuestra tesis acerca de la amistad como clave de lectura del cuento ya que solo entre amigos se puede captar fácilmente el sentido de alguna cosa expresado en la forma exactamente contraria.

En la cuarta mención nuestro amigo narrador dice: «¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó [la empresa de componer el Quijote] y que leo el Quijote – todo el Quijote – como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el capítulo XXVI – no ensayado nunca por él – reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: “las ninfas de los ríos, la dolorosa y húmida Eco”. Esa conjunción eficaz de un adjetivo moral y otro físico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde: Where a malignant and a turbaned Turk…»[41]. Reconocer el estilo y la voz es algo que solo pueden hacer los amigos.

La última mención: «He reflexionado que es lícito ver en el Quijote “final” una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros – tenues pero no indescifrables – de la “previa” escritura de nuestro amigo»[42].

La buena literatura es, por tanto, para Borges «palimpsesto» (grabar de nuevo encima), es «de segundo grado, es reescritura, es recontextualización de algunas metáforas».[43] La buena literatura es «reescritura» y «relectura», pero hechas en clave de amistad.

  1. J. Calvetti, «Borges y su sentido de la amistad», en www.descontexto.blogspot.com/2013/12/borges-y-su-sentido-de-la-amistad-de.html
  2. Ibid. El sargento Cruz es un personaje amigo de Martín Fierro, el protagonista del poema nacional argentino homónimo.
  3. John William Dunne (1875–1949) escritor irlandés amado por Borges.
  4. J. L. Borges, «E l tiempo y J. W. Dunne», en Obras completas, Emece, Bs. As.,1979, 649.
  5. M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Punto de lectura, Madrid, 2013.
  6. I. Calvino, Por qué leer los clásicos, Siruela, Madrid, 2012.
  7. R. Alifano, «El Quijote de Borges», en La Nación, 2 de enero de 2005.
  8. J. L. Borges, «Mi entrañable Sr. Cervantes», en Revista de Artes y Humanidades, UNICA, vol. 6, n. 12, enero-abril, 2005, pp. 221-230.
  9. J. L. Borges, «Entrevista al programa “A Fondo”», Madrid, TVE, 1976, en www.youtube.com/watch?v=Tst6vLOqfa0
  10. Ibid.
  11. M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, cit., II, LXXIV, 1105.
  12. Para esta clasificación, cfr. J. M. Torres Torres, «Contraposición de la idea de novela en Cervantes y Borges», en Espéculo. Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid, 2006: cfr www.webs.ucm.es/info/especulo/numero33/contrapo.html
  13. R. Alifano, «El Quijote de Borges», cit.
  14. J. L. Borges, «Mi entrañable Sr. Cervantes», cit. 221-230.
  15. Id., Textos recobrados 1931-1955, Barcelona, Emecé, 2000, 252 ss.
  16. J. L. Borges, «Mi entrañable Sr. Cervantes», cit. Un dato curioso: Jorge Luis Borges leyó de niño, a los 8 años, la traducción inglesa del Quijote que había en la biblioteca de su padre. Luego, cuando lo releyó en castellano, le pareció una mala traducción (cfr Id., Un ensayo autobiográfico, Barcelona, Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores – Emecé, 1999).
  17. Cfr el capítulo XXII de la segunda parte. La cueva en que Don Quijote se encuentra con el caballero ficticio Montesinos es, simbólicamente, como el espacio mítico original de la novela de Cervantes, donde se entremezclan el tiempo, lo subjetivo y lo objetivo, la realidad y el sueño.
  18. M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, cit., II, XXIV, 735.
  19. J. L. BORGES, «Mi entrañable Sr. Cervantes», cit.
  20. Id., Obras completas, cit., 444 ss.
  21. V. Ferlito, «Pierre Menard, autore del ‘Chisciotte’» (da Finzioni, 1944) manifesto dell’estetica de J. L. Borges», en www.31valfer03.myblog.it/2016/12/21/j-l-borges-pierre-menard-autore-del-chisciotte-riflessioni/
  22. Recordemos aquí la expresión de Calvetti acerca de «los verdaderos amigos» de Borges con que iniciamos nuestro artículo.
  23. J. L. Borges, Obras completas, cit., 450.
  24. Ibid. 448.
  25. Ibid. 444.
  26. S. Juan-Navarro, «Atrapados en la galería de los espejos. Hacia una poética de la lectura en “Pierre Menard” de Jorge Luis Borges», Clemson, Torres – King, 1989, pp. 102-108.
  27. J. L. Borges, Prólogos: con un prólogo de prólogos, Madrid, Alianza, 1998. En el prólogo Borges proyecta un libro (que no escribirá) «compuesto de prólogos a libros que no existen». Entre ellos «el prólogo a un Don Quijote o Quijano, que no sabe si es un pobre diablo que sueña con que es un paladín rodeado de encantadores o un paladín rodeado de encantadores que sueña que es un pobre diablo».
  28. Id., Obras completas, cit., 429.
  29. La afirmación de Borges sobre la nómina de escritos o catálogo de la «obra visible» de Pierre Menard da fundamento a todas las consideraciones acerca de que se trata de «su propia historia mental» y de su «estética».
  30. J. L. Borges, Obras completas, cit. 447.
  31. Ibid. 447. Incluir ese prólogo en el que Cervantes juega a desdoblarse y se convierte él mismo en personaje hubiera significado «presentar el Quijote en función de ese “(autor-)personaje” y no de Pierre Menard».
  32. C. O. Nállim, «Borges, Cervantes, don Quijote y Alonso Quijano», en Cervantes en las letras argentinas, III, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1998, pp. 65-81, cfr www.cvc.cervantes.es/literatura/quijote_america/argentina/nallim.htm
  33. M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, cit., II, III, 580.
  34. J. B. Avalle – Arce, «Cervantes y el narrador infidente», en Dicenda, Cuadernos de Filología Hispánica, n. 7. Arcadia, Estudios y textos dedicados a Francisco López Estrada, Universidad Complutense de Madrid, 1988, 164-172.
  35. C. O. Nállim, «Borges, Carvantes, Don Quijote y Alonso Quijano», cit.
  36. J. L. Borges, Obras completas, cit., 444.
  37. Ibid. 450.
  38. Cfr Ibid., 444.
  39. Ibid., 446, nota 1. Se trata de la mención – irónica – a «una versión literal de la versión literal que hizo Quevedo de la Introduction à la vie dévote de San Francisco de Sales».
  40. Ibid. 445.
  41. Ibid. 447.
  42. Ibid. 450.
  43. V. Ferlito, «Pierre Menard…», cit.
Diego Fares
Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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