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Educar a los hijos según «Amoris Laetitia»

La pedagogía del papa Francisco

© Steve Johnson/unsplash

Cuando el papa Francisco alza la vista del papel, o directamente se lo entrega al encargado para que lo reparta luego, y comienza a hablar mirando a sus interlocutores y sopesando lo que siente en su corazón, se nota que tiene alma de maestro. Un maestro atento a lo que pueden asimilar sus alumnos y no tanto a la brillantez de su discurso. De esta intención pedagógica brotan no solo sus intervenciones espontáneas sino también sus escritos más elaborados.

Una síntesis sencilla de su pedagogía puede verse en esa recomendación que hace en Evangelii Gaudium a propósito de la prédica: «Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener “una idea, un sentimiento, una imagen”» (EG 157). El papa Francisco ama hablar con imágenes, porque las imágenes no se dirigen solo al razonamiento, como los ejemplos, sino que «ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir […] como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida» (íd.). Esto es algo más profundo que un mero recurso pedagógico: es confianza en la fuerza que el Evangelio tiene por sí mismo, en cuanto «semilla que crece y da fruto por sí sola» (Mc 4, 26-29).

Nuestra reflexión sobre el capítulo 7 de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (AL)[1] —«Fortalecer la educación de los hijos»—, tiene un supuesto: que en los consejos que el Papa da a los padres se puede encontrar luz para comprender toda su tarea Magisterial[2]. El Cardenal Schönborn decía en la presentación de la Exhortación que «resulta muy iluminador poner en relación los pensamientos del santo Padre sobre la educación de los hijos con sus pensamientos de toda la praxis pastoral de la Iglesia»[3].

En primer lugar aplicaremos a la Exhortación entera el esquema pedagógico de «una imagen, una idea, un sentimiento», luego nos centraremos en dos aspectos de la pedagogía de Francisco que a nuestro parecer son claves: su atención al contexto vital de la educación y el carácter sapiencial de sus criterios pedagógicos.

Una imagen, una idea, un sentimiento

Como imagen-símbolo de la pedagogía de Amoris Laetitia, se destaca la «feliz escena del film La fiesta de Babette[4], donde la generosa cocinera recibe un abrazo agradecido y un elogio: “¡Cómo deleitarás a los ángeles!”» (AL 129). La escena del agradecimiento final de los invitados sintetiza un proceso en el que los gestos de Babette van cambiando la expresión del rostro de sus comensales. Paso a paso, la cocinera les va sirviendo sus platos, exquisitamente preparados, y provoca en ellos el deleite del que se siente amado de modo tan sobreabundante que le cambia el humor y le convierte el corazón.

La pedagogía de Babette para con esa familia es la pedagogía de la alegría del amor expresado en pequeños gestos. Esta es la pedagogía que el santo Padre valora como presente en la vida de las familias y que propone como ejemplo a seguir y a cultivar. Las recomendaciones del punto 7, acerca de no hacer una «lectura general apresurada» de la Exhortación, sino profundizar «pacientemente parte por parte» o buscar «en ella lo que puedan necesitar en cada circunstancia concreta», se entienden bien si uno tiene en mente el modo de deglutir los alimentos en La fiesta de Babette. Los consejos acerca de la educación de los hijos van también por el lado de «alimentarlos» pacientemente, haciéndoles sentir que son «preciosos» (AL 263), como sucede en el film.

La idea pedagógica de Amoris Laetitia se puede expresar con un verbo: «facilitar». Francisco la expresa contraponiendo dos imágenes: la de la «Iglesia aduana» contra la imagen de la «Iglesia casa paterna», en la que todos los hijos encuentran su lugar (AL 310). Hablando del ejercicio de transmitir la fe a los hijos, el Papa precisa que transmitir quiere decir facilitar la «expresión y crecimiento» de la fe (AL 289). De esta manera el esfuerzo que supone educar no se concentra en formular verdades u obligar comportamientos. Todo lo contrario, el Papa anima a facilitar. «Es hermoso cuando las mamás enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen» (AL 287). Con los adolescentes, el Papa aconseja «estimular sus propias experiencias de fe», y más que darles muchos consejos, acercarles modelos de personas cuyo testimonio «se imponga por su sola belleza» (AL 288).

Facilitar no quiere decir «facilismo». Se pueden facilitar también las cuestiones objetivamente más arduas. Si algo es difícil y complejo el solo hecho de no volverlo más pesado, lo facilita. Un ejemplo: dos temas difíciles como el de las sanciones y el de la sexualidad, el Papa los trata dialogando con los papás para que ellos traten estos temas con sus hijos. Así, la sanción aplicada por quien nos quiere no mutila el deseo, sino que estimula a crecer en libertad (AL 268-270) y la educación sexual no la orientan los que solo se preocupan de «protegerse» sino los que nos dieron la vida (AL 283).

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El sentimiento motivador es, sin duda, el de alegría. Sentimiento de «dilatación del corazón». Tanto el Cardenal Schönborn como el matrimonio de Giuseppina de Simone y Francesco Miano, en la conferencia de prensa para la presentación de Amoris Laetitia expresaron la «profunda alegría»[5] con que leyeron la Exhortación. Alegría porque quien lee siente «que se está hablando de uno», decía Giuseppina; alegría porque, como dice el Cardenal Schönborn, «el continuo tono lingüístico» del papa Francisco transmite la alegría del evangelio «que Jesús concede a todos»; alegría también porque supera la artificiosa, exterior, neta división entre «regular» e «irregular» poniendo a todos bajo la instancia común del Evangelio.

En la base de toda pedagogía, de toda relación en la que alguien enseña algo a otro, están presentes esta imagen de la belleza de la educación, esta idea de que aún lo difícil se facilitará todo lo posible, y el sentimiento de que el ritmo y las etapas del aprendizaje se podrán llevar con un ánimo alegre, dilatado, amplio y sereno. Como bien decía el Cardenal Martini: «Educar es difícil, sin embargo es posible y, en última instancia, bello»[6].

La vida familiar como ámbito pedagógico

Nos detenemos en la palabra «contexto» que aparece en el punto «La vida familiar como contexto educativo» (AL 274-279). En el pensamiento del papa Francisco, el contexto no tiene nada de marco meramente exterior. Se trata más bien de un «ámbito vital». Para el Papa —y esto dicho con sus palabras de los años setenta— un «ámbito» incluye un horizonte y un espacio de acción concreto en el que se vuelca un sentido del tiempo[7]. Dicho con imágenes: el sentido del tiempo lo vuelcan los esposos cuando se dan «siempre un beso por la mañana», se bendicen «todas las noches» y esperan al otro y lo reciben «cuando llega». Estos gestos, dice el Papa, crean «una rutina propia, que brinda una sana sensación de estabilidad y de seguridad» a la familia (AL 226). La rutina cotidiana, ritmada por gestos sencillos de amor, es bueno cortarla «con la fiesta, no perder la capacidad de celebrar en familia» (íd.). Este sentido del tiempo es el que transforma un mero espacio físico en un verdadero hogar, en un «ámbito vital».

Reflexionaremos sobre este ámbito familiar que hace que la familia sea la primera educadora, no solo en sentido temporal sino en cuanto modelo de «cómo educar», del cual también la Iglesia aprende. Y esto es clave: el papa Francisco nos habla de una Iglesia que aprende no solo de Dios sino también de sus hijos, de las familias y los pueblos. «La Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y la familia» prestando atención a «la realidad concreta» de estas, donde resuenan «las exigencias y llamadas del Espíritu Santo» (AL 31). Y aún de manera más explícita: «Los esposos […] constituyen una iglesia doméstica, de manera que la Iglesia, para comprender plenamente su misterio, mira a la familia cristiana, que lo manifiesta de modo genuino» (AL 67; énfasis nuestro).

El horizonte dilatado de la alegría del amor

Detrás de los criterios pedagógicos de Amoris Laetitia hay un «sí» y un «no» radicales. El «sí» de la Exhortación es el sí a la alegría del amor, presentada como fundamento de la familia y como horizonte ideal que nos atrae. La alegría dilata el corazón y da el tono a la totalidad de la existencia familiar.

¿Qué es lo propio de este «sí»? Lo propio de los principios positivos es la «gradualidad»: siempre se puede crecer y madurar en el bien: «santo Tomas de Aquino decía de la caridad: “la caridad, en razón de su naturaleza, no tiene un límite de aumento […] porque al crecer la caridad, sobrecrece también la capacidad para un aumento superior” (Summa Theologiae II-II, q. 24, a. 7)» (AL 134).

El «no», en cambio, es el horizonte como límite. Pero nunca como un límite absoluto, sino como límite de lo que puede dañar al sí, como límite de lo que puede entramparlo y no dejarlo que crezca. En la vida y en el amor el «no» está al servicio del sí. El «no» de la Exhortación es fundamentalmente un «no» a la tendencia a «encerrarse en los no». Los principios negativos ayudan a que la vida no se convierta en muerte, pero la vida no avanza ni madura a fuerza de multiplicar los no sino en la gradualidad de muchos sí.

El Papa modera el uso de los no para que no conviertan el lenguaje magisterial de la Iglesia, que es Madre y Maestra, en un lenguaje meramente jurídico, condenatorio y abstracto. Esta pedagogía del «no a los no» se puede ver en toda la impostación del capítulo VIII (Acompañar, discernir e integrar la fragilidad), que explicita lo que «el mismo Evangelio nos reclama que no juzguemos ni condenemos» (cfr Mt 7,1; Lc 6,37) (AL 308). Veamos algunos ejemplos: «no condenar a nadie para siempre» (AL 296); «no catalogar» (AL 298); no igualar la responsabilidad en todos los casos (AL 300); no negar la misericordia a alguien (AL 300); no hacer sentir a los divorciados y reesposados como «excomulgados» (AL 299); no identificar toda situación irregular con estado de pecado mortal (AL 301). En fin: «Un juicio negativo sobre una situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o sobre la culpabilidad de la persona implicada» (AL 302).

El horizonte final, desde donde se ordena sapiencialmente la vida de la familia, es el del «Sí» incondicional de Dios: el sí de su Misericordia infinita y el sí de su Gloria definitiva. Es el sí de un Dios que «ama el gozo del ser humano» (AL 149) y de una Iglesia cuyo «júbilo» es la alegría de las familias (AL 1).

El espacio de acción exclusivo de lo que solo se aprende en familia

Este «sí» que es horizonte primero y último, se concreta en los sí (y los no) prudenciales. El Papa expresa esto afirmando que hay cosas que solo puede enseñar la familia y que solo se pueden aprender en la familia. Y esta es la primera lección: la pedagogía de Amoris Laetitia no trata solo de los temas que hay que enseñar y aprender, sino que privilegia a las personas que pueden enseñar de manera profunda. Aquí entra la visión del Papa de «lo artesanal»: «La familia es el lugar donde los padres se convierten en los primeros maestros de la fe para sus hijos. Es una tarea artesanal, de persona a persona» (AL 16; cf. 221).

El texto básico y más significativo es el que nos dice que «en la familia se enseña a amar». Nada menos. «La fuerza de la familia “reside esencialmente en su capacidad de amar y de enseñar a amar”. Por muy herida que pueda estar una familia, esta puede crecer gracias al amor» (AL 53 y 208). A los hijos, la familia les enseña el amor de sí —la autoestima—, el amor al otro —sexualidad y amor social— y el amor a Dios.

Y porque enseña a amar, la familia valora y estimula la libertad: en la familia se aprende «el buen uso de la libertad» (AL 274), a ser dueños de sí y a respetar la libertad de los otros (AL 275). Cuando hablamos de libertad es importante todo lo que se dice de la relación con los otros, porque la libertad nunca se da ni madura frente a la naturaleza pura o frente al mundo tecnológico, sino frente al rostro del otro que me limita con su libertad y me hace «responder» por mis actos. En la familia, dice la Exhortación, se aprende «a recuperar la vecindad» y a «reconocer que vivimos junto a otros» (AL 276).

En la familia se da la primera socialización: «se aprende la experiencia del bien común» (AL 70); se aprende «una ecología integral» (277); se aprende «la devoción» (AL 174) y se enseñan las razones y la belleza de la fe.

Así, en la familia se vive de manera artesanal la tensión básica de toda pedagogía de unir los principios universales con la vida concreta. «La encarnación del Verbo en una familia humana» hace que «la alianza de amor y fidelidad, de la cual vive la Sagrada Familia de Nazaret, ilumina el principio que da forma a cada familia, y la hace capaz de afrontar mejor las vicisitudes de la vida y de la historia» (AL 66). El Papa sintetiza en tres palabras simples —permiso, perdón y gracias (AL 133)— la concreción de un amor que «no tiene límite de aumento» como dice Santo Tomás (AL 134) pero que necesita esa «tierra buena» de la familia para crecer y dar fruto.

3. El sentido temporal de la maduración de la libertad

El sentido del tiempo es esencial a la pedagogía de Amoris Laetitia. El sentido del tiempo y de los tiempos oportunos, esos en los que quien aprende puede dar un paso adelante de crecimiento. La familia es maestra porque tiene este sentido del tiempo de sus hijos. La familia sabe volcar un sentido del tiempo en todos los sí y los no que va diciendo a sus hijos. Y lo hace desde la calidad de su adhesión incondicional al bien de ellos. Decía Bergoglio: «El tiempo se estructura desde la calidad de la adhesión al bien y cuanto más universal es este bien y más fuerte, estable y durable (fiel), mejor»[8].

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El concepto de maduración que lleva tiempo está presente a lo largo de toda la Exhortación Apostólica y de modo especial en el capítulo VII. En el número 261 el Papa habla de «procesos de maduración de la libertad» de los hijos. La imagen de los padres preocupados por saber dónde están sus hijos es una imagen fuerte, que sintoniza con el alma de los papás. Sin teorizar demasiado, el Papa discierne el problema de cómo educar en una época en la que los valores se han licuado: no se trata de formar en este o aquel valor, sino de fortalecer el centro generador de la afección a los valores: la libertad. En el punto 267 se explaya acerca de esta educación moral, que define como «un cultivo de la libertad» con una pedagogía de propuesta y estímulo más que de imposición.

Educar en la libertad es la tarea más compleja del mundo y, «en una familia sana, este aprendizaje se produce de manera ordinaria por las exigencias de la convivencia» (AL 275) cotidiana. En la familia, el horizonte grande siempre es un sí y todos los no se orientan a él. La familia es capaz de convivir con la cizaña para no dañar el trigo y para pagar a los últimos igual que a los primeros…

Carácter sapiencial de los criterios pedagógicos

Así como se han vuelto famosos los cuatro principios de Bergoglio sobre la realidad, el tiempo, la unidad y el todo, en lo que hace a lo pedagógico se pueden sintetizar su «sí» y sus «no» en la formulación siguiente: «hacerse cargo de los deseos y no maltratar los límites». Esta formulación intuitiva y sintética puede ayudar a interpretar sus reflexiones y consejos a la hora de educar a los hijos —los de cada familia y al pueblo de Dios en su conjunto, como hijo de la Iglesia—. Amoris Laetitia termina con una formulación que tiene este espíritu: «Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de nuestros límites y cada familia debe vivir en ese estímulo constante», sin juzgar «con dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad» (AL 325, énfasis nuestro).

Hacerse cargo de los deseos

Hacerse cargo de los deseos fue siempre uno de los leitmotiv de la tarea de Bergoglio como formador. En sus Reflexiones espirituales recopiladas en 1987 se encuentra una charla que se titula «Hacerse cargo de los deseos»[9].

Se pueden encontrar allí algunas de las claves de la pedagogía de Francisco que apuesta por el deseo de formar familia. Entendámonos bien: no es que el Papa solamente «aconseje a las familias que se hagan cargo de sus deseos»; esto lo hace, por supuesto. Lo importante es que considera que una familia real es el testimonio viviente de un hombre y una mujer que se han hecho cargo de sus deseos y llevan adelante la vida dando frutos de paz, de crecimiento y de madurez en el amor[10]. El Papa valora esto, lo anima e impulsa y anima a los pastores a acompañar a las familias, partiendo de su situación real, con todas sus imperfecciones. «Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia mira con amor a quienes participan en su vida de modo imperfecto: pide para ellos la gracia de la conversión; les infunde valor para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y para estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan» (AL 78, énfasis nuestro). Este «hacerse cargo el uno del otro para la maduración de los dos y para el crecimiento de la unión» (AL 218) es como una definición existencial del matrimonio que da el Papa (Cf. 291). La educación del niño será ayudarlo a que experimente «que puede hacerse cargo de sí mismo» (AL 275), para madurar en su libertad y para aprender a respetar la libertad de los otros.

El papa Bergoglio atisba en los deseos más íntimos del hombre actual allí donde sus deseos lo resumen y muestran lo que es. Contra toda expectativa, contra lo que muchos dan por obvio —que la familia está en vías de disolución en el mundo actual—, el Papa nos dice que se deja motivar por el deseo profundo de formar familia que permanece vivo, especialmente en los jóvenes (AL 2) y apuesta a él.

Una imagen fuerte de lo que implica «hacerse cargo de los deseos» la presenta en «lo que hizo Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,1-26): dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio» (AL 294).

En este pasaje se muestra la pedagogía de Jesús que quiere seguir Francisco: el diálogo que el Señor entabla con la Samaritana hasta que ella misma «discierne» su situación, con medias palabras que el Señor de manera delicada acepta como confesión, así como también la deja llevar adelante el impulso misionero que la mueve. El deseo del que se hace cargo el Papa no es un deseo más, sino el deseo de que el Espíritu Santo «derrame su fuego sobre nuestro amor para fortalecerlo, orientarlo y transformarlo en cada nueva situación» (AL 164).

En el Memorial de su visita como Provincial a nuestro noviciado en el año 1977[11] nos decía que como futuros pastores teníamos que aprender a vivir bien la tensión entre «ser fieles al Mensaje que hay que transmitir, intacto y vivo, y a los hombres que son sus destinatarios» (Evangelii Nuntiandi 4). El criterio, decía, se encuentra en la Carne de Cristo. «En Cristo, Hijo de Dios encarnado, es precisamente donde el cristiano experimenta de manera concreta, no teórica, cómo puede Dios manifestarse al máximo en un hombre por entero ligado a la tierra y al tiempo; y cómo un hecho histórico y particular puede afectar y resumir en sí mismo universalmente a toda la humanidad y a la historia de los hombres». Y se encuentra a través del discernimiento, que «consiste en imitar de forma dinámica a Cristo siguiendo las mociones interiores del Espíritu»[12].

Debemos aclarar que el discernimiento nunca es «entre algo malo y algo bueno». El discernimiento siempre es entre cosas buenas, para ver cuál es la que el Espíritu me indica como mejor en un momento dado. No implica cuestionar ninguna ley en sí misma. «Por el discernimiento conseguimos detectar las verdaderas inspiraciones (deseos) del Espíritu y siguiéndolas fielmente, nos vamos asemejando —identificándonos— cada vez más con Jesús»[13]. En todo hacerse cargo de los deseos, que está en la base de los que forman familia, hay un discernimiento, un sí al Espíritu que suscita este deseo y que puede y debe madurar.

Bergoglio retoma lo de san Ignacio que habla de que si uno no tiene deseos al menos piense si tiene «deseos de deseos»[14], que con esa llamita encendida se puede reavivar un fuego. Contra la idealización excesiva que mata el deseo del matrimonio (AL 36; 270), el Papa apela a una pedagogía dulce y llena de ternura. Cita a Pablo VI en su Discurso de Nazaret (5 de enero de 1964): «Enseñe Nazaret lo que es la familia […] lo dulce e insustituible que es su pedagogía» (AL 66).

La esperanza de esta pedagogía «implica aceptar que algunas cosas no sucedan como uno desea, sino que quizá Dios escriba derecho con las líneas torcidas de una persona y saque algún bien de los males que ella no logre superar en esta tierra» (AL 116). Se trata de dilatar y perfeccionar el deseo (AL 149). «La tarea de los padres incluye una educación de la voluntad y un desarrollo de hábitos buenos e inclinaciones afectivas a favor del bien. Esto implica que se presenten como deseables comportamientos a aprender e inclinaciones a desarrollar» (AL 264). En un proceso que va de lo imperfecto a lo más pleno. De ahí lo de alentar aún los deseos de deseos.

No maltratar los límites

¿Cómo hacer —se pregunta el Papa— para «integrar disciplina con inquietud interior?» (AL 270). Esto era precisamente lo que formulaba en sus años de formador en una charla acerca de «Los límites en la educación: marco de seguridad y riesgo»[15]. Allí Bergoglio planteaba que nuestra imagen de Dios Padre se construye en la tensión entre su Misericordia —que nos brinda un marco de seguridad indestructible— y su Mayor Gloria —que nos impulsa al riesgo—. En Amoris Laetitia define esa Misericordia como «inmerecida, incondicional y gratuita» (AL 297) y nos invita a «proponer pequeños pasos» posibles de crecimiento (AL 271).

Esta es la pedagogía de los Ejercicios de san Ignacio que llevan a fundamentar nuestra vida en el Amor siempre más grande de Dios, cuya misericordia perdona todo y siempre da una nueva oportunidad. Así es posible crecer en ese amor pasando del mero cumplimiento de los mandamientos a la elección libre de los consejos, cuya perfección «es posible y accesible a cada uno de los hombres» (AL 160). En orden a la caridad evangélica, decía Bergoglio, «la ley, como marco de seguridad, es solo un polo. El otro es el de arriesgarse a dar un paso más: fuera del camino, como en el caso del Buen Samaritano, fuera del tiempo legal, como cada vez que el Señor se salta el cumplimiento del Sábado, fuera de los ritos, como cuando el leproso agradecido no cumple con el mandato de ir a presentarse a los sacerdotes, o el Señor deja que la pecadora le toque los pies»[16].

Esta es la dinámica del Evangelio donde las tensiones se dan entre condena-perdón y dar un paso más, adelante. «La condena del Señor en general es a la hipocresía como proceso de absolutización de la ley que, al no poder cumplirse, corrompe el corazón y origina la actitud de cumplimiento: cumplo y miento»[17]. Esta es la condena que se ve en toda la Exhortación.

El perdón del Señor implica un no maltratar los límites. En Amoris Laetitia el Papa dice que la ternura «se expresa, en particular, al dirigirse con atención exquisita a los límites del otro, especialmente cuando se presentan de manera evidente» (AL 323). No maltratar los límites requiere una profundización en la mirada, apartándola de la transgresión y poniéndola más hondo: «Jesús —decía Bergoglio— saca la mirada de la enfermedad física y la pone en la fe (“tu fe te ha salvado”; “qué es más fácil decir”; “carga tu camilla”); la saca de lo ritual y la pone en el agradecimiento (pasaje de los diez leprosos); la saca de la culpa pasada y la pone en el futuro, igualando a todos (“nadie te ha condenado… vete y en adelante no peques más”). Al perdonar el Señor amplía el marco de seguridad hasta el infinito: la misericordia del Padre es inagotable y por tanto no hay que fingir para controlarla»[18].

El ir más allá de los límites implica siempre un proceso de crecimiento en el cual coexisten una confianza sin límites en la gracia que crece por sí sola y un atento cuidado de lo pequeño. «Recordemos que “un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades”» (AL 305).

«Ampliar el marco de seguridad —no escandalizar, no apagar la mecha humeante, tener paciencia con la cizaña, vigilar y orar— implica cuidar el espacio y dejar el tiempo en manos de Dios. Una vez consolidada la gracia se puede dar una ampliación del riesgo, como en la invitación a venderlo todo y seguirlo. Se trata de un abandono del espacio, no llenándolo de “cosas”, para abrirlo a la acción de Dios. En síntesis: el Señor abre el límite cuando corre el riesgo de fosilizarse o pudrirse (como en el caso del paralítico que estaba tirado desde hacía años junto a la piscina) o hace que uno mismo se levante (carga tu camilla); protege el límite cuando está fecundado por la gracia y hace ir más allá cuando ha dado fruto»[19].

Concluimos haciendo notar cómo al recordar a los padres su responsabilidad de educar bien a sus hijos, el tono del Papa alcanza su registro más exigente. Dado lo inevitable de su influencia en el desarrollo moral de sus hijos, para bien y para mal, «lo mejor es que acepten esta responsabilidad inevitable y la realicen de manera consciente, entusiasta, razonable y apropiada» (AL 259). Sus preguntas acerca de si los padres queremos saber «donde están los hijos» (AL 261) está formulada sin concesiones. El paso adelante en la educación de los hijos pueden darlo las familias, y para ello la Iglesia no maltrata los límites de la fragilidad de los esposos pero sí alienta su libertad amorosa, que es capaz de darlo todo por los hijos.

  1. Papa Francisco, Exhortación apostólica Amoris laetitia, 19 de marzo de 2016.
  2. «El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar» (cfr LG 25) (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2034).
  3. C. Schönborn, Intervento nella Conferenza Stampa per la presentazione dell’Esortazione Apostolica post-sinodale «Amoris Laetitia», en Bolettino Sala Stampa della Santa Sede, 8 de abril de 2016, n.º 241.
  4. Filme danés de Gabriel Axel (1987), basado en un relato de Karen Blixen. Babette llega a Gran Bretaña en 1871 huyendo de la represión en Francia y trabaja como cocinera en la casa de dos ancianas solteras, hijas de un estricto pastor protestante que ha frustrado todos los planes de ser felices de sus hijos. Un día Babette descubre que ha ganado la lotería, y en lugar de regresar a Francia, pide permiso para preparar una cena de celebración del centenario del pastor.
  5. F. Miano y G. de Simone, Interventi nella Conferenza Stampa per la presentazione dell’Esortazione Apostolica post-sinodale Amoris Laetitia, op. cit.
  6. C. M. Martini, Educare nella postmodernità, Brescia, La Scuola, 2010. Cf. A. Rossi, D. Fares y H. Salaberry, Educar es difícil, posible y bello, Buenos Aires, Bonum, 2002.
  7. Lo que sigue acerca del ámbito, el espacio de acción y el sentido del tiempo está tomado de apuntes personales de Jorge M. Bergoglio y de su Alocución como Provincial en la Apertura de la Congregación Provincial XV de los jesuitas en Argentina, el 8 de agosto de 1978. Cfr J. M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, Buenos Aires, Diego de Torres, 1982, pp. 50-65.
  8. Apuntes personales del autor, tomados de conversaciones con el papa Bergoglio.
  9. J. M. Bergoglio, Reflexiones espirituales sobra la vida apostólica, Bilbao, Mensajero, 2013, pp. 68-69. En este libro, a su vuelta de Alemania y antes de ser enviado a Córdoba, Bergoglio recopila charlas, conferencias y cursos de Ejercicios que dio y que fueron «desgrabados». La que comento es muy seguro que provenga de su época de Provincial (años 1973-1979), de las charlas que solía dar en las Reuniones de Superiores.
  10. Ibid., pp. 71-72.
  11. J. M. Bergoglio, Memorial público de la visita al Noviciado, San Miguel, 27 de agosto de 1977.
  12. Ibid.
  13. Ibid.
  14. J. M. Bergoglio, Reflexiones espirituales sobra la vida apostólica, op. cit., p. 66.
  15. Apuntes personales del autor, tomados de sus charlas. Cfr Papa Francisco, Discurso a los estudiantes de las escuelas de los jesuitas de Italia y Albania, 7 de junio de 2013. Allí Francisco, mientras hablaba de manera improvisada decía: «Al educar hay un equilibrio que se debe mantener, midiendo bien los pasos: un paso firme en el marco de seguridad, pero el otro caminando por la zona de riesgo». (cf. Papa Francisco, La mia scuola, Brescia, La Scuola, 2014, pp. 17-18).
  16. Apuntes personales del autor, op. cit.
  17. Ibid.
  18. Ibid.
  19. Ibid.
Diego Fares
Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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