SOCIOLOGÍAACÉNTOS

Libertad, Igualdad, Fraternidad

Le Serment du Jeu de paume, Jacques-Louis David, 1791

Recientemente, en Francia, el Alto Consejo para la Igualdad entre Mujeres y Hombres (HCE, por sus siglas en francés), a propósito de la anunciada revisión de la Constitución, propuso sustituir en el lema nacional de la República la palabra fraternité con adelphité, palabra que proviene del griego y que significa «fraternidad», pero privada de la connotación masculina propia del término precedente. Otros, para evitar el neologismo, proponen simplemente solidarité. La polémica entre quienes están a favor y los que están en contra de una u otra propuesta no si hizo esperar.

Interpelados también por el debate que está suscitando esta palabra, queremos reflexionar sobre su significado a partir de la referencia realizada por el papa Francisco en un reciente mensaje dirigido a la profesora Margaret Archer, presidenta de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, sobre los tres principios guía de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad[1]. Se trata de tres ideales, que los seres humanos han anhelado por mucho tiempo, propuestos juntos, aunque no se hayan realizado simultáneamente. Es posible afirmar que a finales del siglo XVIII se inició un proceso de gran importancia en la historia de Occidente. En este proceso de manifestación y concreción de los tres ideales, la fraternidad ha sido sin duda el menos desarrollado, y – destaca Francisco – ha terminado por ser eliminada del léxico político-económico. Sin embargo, es precisamente este el principio que debería regular el conjunto de la propuesta de la Revolución.

Se puede decir, retomando la simpática expresión de Henri Bergson, que la libertad y la igualdad «son dos hermanas que se pelean»[2] y que, al final, necesitan de alguien que las ponga de acuerdo. Esta es la función de la fraternidad. Estos ideales, deseados por mucho tiempo y alcanzados después de mucho sufrimiento, han producido en realidad nuevas formas de desigualdad y de esclavitud, debido a la falta de la función reguladora de la fraternidad, por tanto tiempo descuidada. El problema crucial es que las auténticas formas de fraternidad brotan «desde abajo», de quienes se sienten hermanos y expresan tal relación en una igualdad y una libertad respetuosa de las diferencias y de las necesidades de los demás.

La humanidad es una familia

En la base de esta conciencia de fraternidad hay una única certeza: la de tener un padre, pues solo podemos reconocer que somos hermanos si reconocemos un padre que nos hace tales. Los intentos por hacerse del lugar del padre para obligar a los hombres a vivir la fraternidad surgen, en cambio, «desde arriba». Y el resultado de estos intentos han sido, entre otras cosas, las diversas formas ilegítimas de fraternidad en un amplio espectro que va desde el comunismo al liberalismo.

El papa Francisco destaca que en este proceso, que necesitó de más de dos siglos para desarrollarse, ha llegado el momento de dar espacio al ideal de la fraternidad, no en cuanto simple ideal de la Revolución Francesa, sino como anhelo natural del hombre, que se manifiesta en el deseo profundo de una vida pacífica y en sociedad: «la fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera. Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor»[3].

La fraternidad no es teórica, no puede serlo: necesita encarnarse, porque el amor es un arte, y, como todo arte, está hecho de detalles. Es importante traducir esta convicción en gestos concretos. En el documento de Aparecida, en cuya redacción Bergoglio tuvo un papel central, encontramos modos concretos de encarnar la fraternidad y maneras de aprender a hacerlo a partir de pequeños gestos: «Es necesario educar y favorecer en nuestros pueblos todos los gestos, obras y caminos de reconciliación y amistad social, de cooperación e integración. La comunión alcanzada en la sangre reconciliadora de Cristo nos da la fuerza para ser constructores de puentes, anunciadores de verdad, bálsamo para las heridas. La reconciliación está en el corazón de la vida cristiana. Es iniciativa propia de Dios en busca de nuestra amistad, que comporta consigo la necesaria reconciliación con el hermano»[4].

¿Una sociedad de hijos únicos?

Estos gestos son importantes, porque crean en nosotros una actitud de hombres pertenecientes a la cultura de la fraternidad: mirar a los ojos, recordar un rostro, acariciar un enfermo, escuchar a los que sufren, todos gestos que implican un encuentro, el olvido de sí mismo, y que expresan el sustrato existencial de esta cultural.

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Aunque es un elemento esencial de la vida humana, la propuesta de crear una sociedad fraterna se funda en la relación que Dios estableció con los hombres. Es el amor de Dios que nos invita a ver a los hombres con sus ojos, los ojos del Padre, y a reconocer en ellos hermanos y no enemigos: «El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios»[5].

«En el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros» (Evangelii gaudium [EG], n. 179). En esta línea, la propuesta de Francisco va más allá del plano de las virtudes sociales: llegar a la raíz, la esencia del hombre, y desde ahí nos invita a construir la vida social. Esto aparece claramente cuando el Papa pone en relación la solidaridad con la fraternidad: «Mientras que la solidaridad es el principio de la planificación social que permite a los desiguales llegar a ser iguales, la fraternidad permite a los iguales ser personas diversas. La fraternidad permite a las personas que son iguales en su esencia, dignidad, libertad y en sus derechos fundamentales, participar de formas diferentes en el bien común de acuerdo con su capacidad, su plan de vida, su vocación, su trabajo o su carisma de servicio»[6].

La fraternidad que crece en el corazón no se realiza bajo la amenaza del castigo, sino en la conciencia de que la propia felicidad depende de la de mi hermano y que la preocupación por el otro y por sus necesidades surge espontáneamente: «No es capaz de futuro una sociedad en la que se disuelve la verdadera fraternidad; es decir, no es capaz de progresar la sociedad en la que sólo existe el “dar para recibir” o el “tener que dar”. Por eso, ni la visión del mundo liberal-individualista, en la que todo (o casi) es trueque, ni la visión centrada en el Estado en la que todo (o casi) es obligación, son guías seguras para llevarnos a superar la desigualdad, la inequidad y la exclusión en que nuestras sociedades están sumidas»[7].

Así, la propuesta de construir una sociedad fraterna se convierte en: «una alternativa a las propuestas neoliberales y neoestatalistas, ambas guiadas por el egoísmo, la codicia, el materialismo y la competencia desleal». De este modo, «se formará una nueva mentalidad política y económica que ayudará a transformar la dicotomía absoluta entre la esfera económica y social en una sana convivencia»[8].

El llamado del Papa a caminar en esta dirección tiene sus raíces en la esencia del hombre, en la historia, en la cultura, pero es, en el fondo, la propuesta del Evangelio, que Francisco nos recuerda haciendo propias las palabras de su predecesor[9]: «“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6:33) ha sido y sigue siendo una nueva energía en la historia que tiende a suscitar fraternidad, libertad, justicia, paz y dignidad para todos. En la medida en que el Señor reine en nosotros y entre nosotros, podremos participar en la vida divina y seremos unos para otros “instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad”»[10].

Fraternidad «desde arriba» o «desde abajo»

En el Martín Fierro, poema épico argentino y expresión mítica de esa nación, encontramos una enseñanza que está en la base de esta propuesta del Papa. Al final de la segunda parte del poema, poco antes de despedirse de sus hijos, el gaucho Martín Fierro canta: «Mas Dios ha de permitir / que esto llegue á mejorar / pero se ha de recordar / para hacer bien el trabajo, / que el fuego pa calentar / debe ir siempre por abajo»[11]. El fuego para calentar debe venir siempre desde abajo. Las formas de fraternidad impuestas intentan partir desde arriba, y, como demuestra la historia, fracasan. Solo las que nacen desde abajo logran formar un pueblo. Solo cuando se reconoce una auténtica igualdad y una auténtica libertad, se puede formar un pueblo[12]. Y esto se consigue si nos reconocemos como hermanos.

Queremos terminar esta reflexión con la descripción que Leopoldo Marechal, un gran escritor argentino muy apreciado por el papa Francisco, hace de «la ciudad de los hermanos, Philadelphia»: «Philadelphia levantará sus cúpulas y torres bajo un cielo resplandeciente como la cara de un niño. Como la rosa entre las flores, como el jilguero entre las avecillas, como el oro entre los metales, así reinará Philadelphia, la ciudad de los hermanos, entre las urbes de este mundo. Una muchedumbre pacífica y regocijada frecuentará sus calles: el ciego abrirá sus ojos a la luz, el que negó afirmará lo que negaba, el desterrado pisará la tierra de su nacimiento y el maldecido se verá libre al fin. En Philadelphia los guardas de ómnibus tenderán su mano a las mujeres, ayudarán a los viejos y acariciarán las mejillas de los niños. Los hombres no se llevarán por delante, ni dejarán abierta la puerta de los ascensores, ni se robarán entre sí las botellas de leche, ni pondrán la radio a toda voz. Dirán los agentes policiales: “¡Buen día, señor! ¿Cómo está, señor?” Y no habrá detectives, ni prestamistas, ni rufianes, ni prostitutas, ni banqueros, ni descuartizadores. Porque Philadelphia será la ciudad de los hermanos, y conocerá los caminos del cielo y de la tierra, como las palomas de buche rosado que anidarán un día en sus torres enarboladas, en sus graciosos minaretes»[13].

No se trata de hacer cosas imposibles: se trata más bien de hacer las cosas de todos los días con un corazón abierto, para que este corazón se convierta en el puente entre el cielo y la tierra.

Finalmente, puede ser de ayuda evocar lo que predicaba San Agustín: «Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien»[14]. Cierto, si amas, puedes hacer lo que quieras; lo único que no puedes hacer es no amar.

  1. Cfr Francisco, Mensaje a la profesora Margaret Archer, presidenta de la Academia Pontifica de Ciencias Sociales, 24 de abril de 2017, en w2.vatican.va

  2. G. Galeazzi, «Il pensiero di papa Francesco», en Quaderni del Consiglio Regionale delle Marche, n. 215, 2016, 302.

  3. Francisco, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz 2014.

  4. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 de junio de 2007), n. 535. Sobre Aparecida y el rol de Bergoglio, cfr D. Fares, «A 10 anni di Aparecida. Alle fonti del pontificato di Francesco», en Civ. Catt. 2017 II 338-352.

  5. Francisco, Mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado, 5 de agosto de 2013.

  6. Id, Mensaje a la profesora Margaret Archer…, cit.

  7. Ibid.

  8. Id., Discurso a los nuevos Embajadores de la Santa Sede, 16 de mayo de 2013.

  9. Cfr Benedicto XVI, encíclica Caritas in veritate, n. 5.

  10. Francisco, Mensaje a la profesora Margaret Archer…, cit.

  11. J. Hernández, La vuelta de Martín Fierro, Librería del Plata, Buenos Aires, 1879, XXXIII.

  12. Cfr J. M. Bergoglio, «Prefazione» a J. Hernández, Martín Fierro, Milán, La Civiltà Cattolica – Corriere della Sera, 2014.

  13. L. Marechal, Adán Buenosayres, Madrid, Castalia, 1994, 556-557

  14. San Agustín, Comentario a la primera carta de San Juan, Homilía 7,8.

José Luis Narvaja
Jesuita de la Provincia Argentino-Uruguaya. Profesor de Patrísticas en la Universidad Católica de Córdoba. Escribió una tesis en filosofía sobre el pensamiento de Erich Przywara sj (Facultades de Filosofía y Teología de San Miguel), el doctorado en Teología y Ciencias Patrísticas sobre la teología del obispo arriano Eunomio de Cízico (Istituto Patristico «Augustiniano» - Roma), y una tesis de habilitación sobre la recepción de los Padres de la Iglesia en el Medioevo (Sankt Georgen - Frankfurt). Actualmente colabora con el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, en la cátedra de «Exégesis patrística».

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