Espiritualidad

Contra el triunfalismo y la mundanidad espiritual

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El triunfalismo – el cristianismo sin Cruz – y su forma más sutil – la mundanidad espiritual – es difícil de discernir. Si hay un tema particularmente recurrente en la doctrina de Bergoglio-Francisco, es precisamente este[1]. En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, con su «no a la mundanidad espiritual», Francisco puso las cosas blanco sobre negro. La alternativa se da entre una Iglesia en movimiento de salida para evangelizar al Mundo y una Iglesia invadida por la mundanidad espiritual: «Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios» (EG 97).

Ya en 1984 Bergoglio afirmaba: «La actitud triunfalista no siempre es abierta. La mayoría de las veces aparece sub angelo lucis en la opción por nuestros métodos pastorales, pero siempre puede reducirse a la invitación para bajar de la cruz»[2]. El triunfalismo, y esa forma sutil que adquiere en cuanto «mundanidad espiritual», lo definió proféticamente Henry de Lubac como el peor daño que le puede pasar a la Iglesia. «Siempre me causa profunda impresión leer las últimas páginas del libro del padre De Lubac: la Meditación sobre la Iglesia[3], las últimas tres páginas, donde habla precisamente de la mundanidad espiritual. Y dice que es el peor daño que le puede pasar a la Iglesia; y no exagera, porque luego dice algunos males que son terribles, y este es el peor: la mundanidad espiritual, porque es una hermenéutica de vida, es una forma de vida; también un modo de vivir el cristianismo»[4].

No se trata de simples tentaciones de superficialidad, como podrían sugerir los conceptos que las caracterizan – el triunfalismo y la mundanidad –. El Papa recuerda que la mundanidad odia a la fe, nos roba el Evangelio, mata a los que la rechazan de plano, a nuestros mártires[5], como mató al Señor, y seduce a los que en algo están dispuestos a aceptarla, rechazando alguna cruz. «Es curioso: [de] la mundanidad, alguien me puede decir: “Pero padre, esto es una superficialidad de vida…”. ¡No nos engañemos! ¡La mundanidad no es superficial en absoluto! Tiene raíces profundas, raíces profundas. Es como camaleónica, cambia, va y viene según las circunstancias, pero la sustancia es la misma: una propuesta de vida que entra en todas partes, incluso en la Iglesia. Mundanidad, hermenéutica mundana, maquillaje, se maquilla todo para que sea así»[6].

Una tentación difícil de discernir

Cuando el Papa dice que se trata de una tentación que afecta nada menos que a nuestro modo de vida y a nuestra manera de interpretar la realidad y que es difícil de discernir, esto debe ser tomado en serio. Lo difícil no es comprender la «idea» del triunfalismo con una mirada sociológica o sicológica, sino hacer un «discernimiento evangélico» (EG 50) concreto en cada caso, gracias al cual cada persona o la Iglesia entera sienta, interprete y elija lo que la lleva a salir a evangelizar, y rechace lo que la quiere encerrar e invadir. Hay que discernir los comportamientos, las situaciones y las estructuras en que la mundanidad se esconde y se disfraza en cada situación. Evangelii Gaudium marca claramente que no hay punto neutro: si no damos la Gloria a Dios, nos la damos entre nosotros (EG 93); si nuestra prédica no se incultura, se vuelve abstracta, gnóstica; si no somos pastores que apacientan nos volvemos mercenarios neopelagianos que controlan (EG 94); si no cargamos con las humillaciones de nuestra cruz, comienzan las guerras internas entre nosotros (EG 98). Por eso juzgamos que el tema no solo es importante, sino cuestión de vida o muerte. Y para combatir bien, es necesario descubrir el «dinamismo» de esta tentación triunfalista, de manera tal que se puedan conectar los frutos malos con la raíz que los alimenta.

Creer que se tiene la precisa: «hybris»

Entramos en el tema ayudados por una de esas expresiones originales típicas de Francisco. Hace poco, hablando del triunfalismo en un encuentro privado, usó una expresión que ya había usado en sus diálogos ecuménicos con el rabino Skorka, siendo cardenal: El triunfalismo «entra cuando uno se cree que tiene la precisa»[7]. Es decir, cuando creemos que no necesitamos involucrarnos en el trabajo exigente que da hacer un proceso de discernimiento o estar involucrado en las tareas pastorales al servicio del Pueblo de Dios, que pide presencia y cosas concretas a su pastor.

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«Tener la precisa» es un modismo muy argentino que refleja lo que tiene en la mente el que está afectado por lo que tradicionalmente se da en llamar «síndrome de la hybris», el síndrome del arrogante, del que cree que se las sabe todas y se siente superior e impune. Hybris en griego (superbia en latín) significa la arrogancia, el exceso y la desmesura del que trasgrede los límites que marca la justicia.

No se trata solo de un fenómeno religioso ni mucho menos[8]. Su lógica está presente en todas las etapas y ámbitos de la vida. Baste pensar en lo rápido que aprendemos de niños a festejar como una victoria gloriosa algún triunfo deportivo que vemos festejar a los mayores. Esta lógica se convierte en un verdadero paradigma: el paradigma tecnocrático que hoy es homogéneo y unidimensional, y reduce la realidad con el fin de dominar totalmente (triunfar) algunas áreas que son de interés para los poderosos. La (falsa) idea del crecimiento infinito y de la «disponibilidad infinita de bienes del Planeta, que conduce a exprimirlo hasta el límite y más allá del límite» (Laudato si’ [LS], n. 106) fascina a economistas, políticos y tecnólogos.

La hybris es el exceso en que cae el soberbio al humillar por placer a la víctima más débil. La lógica conecta la hybris con un sobrepasar los límites en un tiempo, cosa que acarrea la posterior némesis o venganza de los dioses contra el ser humano que no se ubicó en su lugar en el universo. El que está dominado por la hybris se alimenta de triunfos como de «presas». Es significativo que el estupro, en griego se diga hybrisein. Debajo del horror de los abusos en la Iglesia está el pecado de la hybris, esa arrogancia desmesurada que suele disimularse muy bien y que, sin embargo, se la puede percibir en algunas de sus manifestaciones, a veces aparentemente superficiales[9]. Actualmente, al santo Padre le preocupa la conexión que se ha dado en la Iglesia en estos últimos tiempos entre el triunfalismo manifiesto de algunos nuevos movimientos y personajes con los abusos escondidos que convivían entre ellos[10].

El contexto de «Las Cartas de la tribulación»

Es importante recordar el contexto en que Bergoglio trató el tema del «triunfalismo» de manera orgánica. Fue en el período de tribulación que pasó en Córdoba, entre junio de 1990 y mayo de 1992. En diciembre de 1990, escribió una serie de apuntes que se publicaron con el título de «Silencio y Palabra»[11], pensados – explicaba Bergoglio en la nota introductoria[12] – para ayudar en el «discernimiento de una comunidad religiosa que estaba pasando por circunstancias difíciles». Es decir, el carácter del escrito es netamente pastoral, orientado a una comunidad concreta que vive una situación concreta.

Austen Ivereigh, su mejor biógrafo sin lugar a dudas, encuentra «doblemente fascinante» ese texto escrito en tiempos de tribulación: «La comunidad, claro está, era la provincia jesuita argentina, y lo que convierte al discernimiento en algo doblemente fascinante es que las fuerzas espirituales que según él intervenían en su crisis eran las mismas que, años después, el Papa Francisco buscaría para combatir la que afectaba a la Iglesia en su conjunto»[13].

Esto fue lo que llevó a La Civiltà Cattolica, con el beneplácito del Papa, a reeditar Las Cartas de la tribulación y comentarlas. La actitud paradigmática de una «persecución mayor» como la que reflejan Las Cartas, «proporciona un marco espiritual para enfrentar cualquier otra. Sigue el espíritu de la Carta de Pedro de no maravillarse del incendio que se desata (cfr. 1 Pe 4, 12) cuando hay una persecución»[14].

El método y las raíces del triunfalismo

Se trata de un texto que busca «el consuelo de la fe común» en un tiempo de tribulación. El silencio se le había impuesto a Bergoglio por el propio peso de la situación que estaba viviendo, y cuando se decide a hablar para ayudar a otros, dado que no es posible «tener una visión de conjunto» del conflicto, va «buscando y encontrando» en la Escritura, en los Ejercicios y en las Cartas de la Tribulación el «método para leer la historia»[15].

Podemos decir que el modo de leer la historia de Bergoglio es propiamente un modo contemplativo en la acción. Se trata de un método que incluye pasos prácticos y no solo intelectuales para hacer que «salte» el mal espíritu del triunfalismo. Bergoglio hace un tiempo de silencio, se anonada y no discute, se acusa a sí mismo antes que a los demás. Son modos de hacer lugar a la luz de Dios. Bergoglio no sale del silencio con el fin de elaborar un discurso abstracto, sino para hacer un discernimiento evangélico de una situación real[16], a la que a lo más se le pueden hacer “acotaciones y precisiones” allí donde se encuentran signos en los que aflora la tentación de consolidar un proyecto propio en lugar del proyecto de Dios.

En «Silencio y palabra», Bergoglio va describiendo actitudes y buscando conexiones entre las diversas tentaciones contra el plan de Dios que son más propias de un tiempo de tribulación. Las que se daban en aquella situación eran, entre otras, la división en facciones internas: «El activista de “internas” es uno que “se excede” de la comunidad, con su proyecto propio: es el proagón (2 Jo 1,9)»[17]; la ambición maquillada de piedad: «Se busca la propia promoción, pero de manera escondida, habiendo elegido previamente el camino: “yo te sirvo, pero de esta manera”»[18]; la falta de pobreza de la festichola[19], en lugar de la fiesta: la que hace que la «fiesta del Señor», que siempre tiene una dimensión escatológica, se reduzca a la festichola.

Otra tentación es el apego a la penumbra y la suspicacia: el suspicaz «posee una megalómana confianza en sí mismo, crecida por los muchos o pocos éxitos que su conducta le ha deparado»[20]. También está el negocio: «El simple negocio humano es siempre, en la Compañía, primero o segundo binario. Si se renuncia a negociar mal, será la señal de que uno busca el bien del todo sobre el de la parte»[21]. Finalmente, el triunfalismo y su expresión más sutil, la mundanidad espiritual, que siempre suelen terminar en algún encarnizamiento con el justo[22]. La fuerza que tienen las caracterizaciones que hace Bergoglio se debe a que no analiza «ideas», sino situaciones reales.

Por otra parte, Bergoglio va profundizando en las tentaciones hasta hacer ver la raíz común a todas: la cruz rechazada y el propio perfeccionamiento en vez de la mayor Gloria de Dios; luego busca los remedios concretos y personalísimos para descubrir, enfrentar y rechazar esta tentación señalando también a los «verdaderos protagonistas» de esta guerra: Dios y Satanás.

El triunfalismo, que está en la raíz de todas las tentaciones contra la cruz de Cristo y la gloria del Padre[23], parecía solo una tentación más, pero aquí es desenmascarado como la contradicción principal al plan de Dios. Hablando de los jesuitas en 1985, Bergoglio expresaba algo que es válido para todos: «Si, como decíamos antes, el núcleo de la identidad jesuita está – según san Ignacio – en la adhesión a la cruz (por la pobreza y las humillaciones), la cruz como verdadero triunfo, el pecado fundamental del jesuita será precisamente la caricatura del triunfo de la cruz: el triunfalismo como formalidad de todas sus acciones; el exitismo, la búsqueda de sí mismo, de sus cosas, de su propio parecer, la acepción de personas, el poder»[24].

Talante mariano: los remedios contra el triunfalismo

A la hora de buscar remedio y ayuda para luchar bien contra el Maligno, señalamos que la Santísima Virgen juega un papel decisivo en la espiritualidad de Bergoglio – Francisco, cuyo talante es netamente mariano: «María aparece en la reflexión cuando Bergoglio evoca la Encarnación, la contradicción, la cruz. La Madre es símbolo de carne, de corazón, de ternura»[25].

En «Silencio y Palabra» Bergoglio centra sus reflexiones en torno a seis imágenes fuertes de Nuestra Señora: María que hace silencio y medita las cosas en su corazón; María que «desata los nudos» que se nos arman; María que protege a sus hijos bajo su manto; María que, con un corazón fatigado resiste al mal y canta el Magnificat en casa de Isabel; María orando en el Cenáculo y, en torno a Ella, agolpados «como piojo en costura», los apóstoles, esperando al Señor. La imagen más fuerte es la de nuestra Señora al pie de la cruz: «El triunfalismo quedó destruido en el corazón fatigado de nuestra Señora al pie de la cruz»[26].

El antídoto contra el triunfalismo está en esa peculiar fatiga del corazón que san Juan Pablo II hizo notar en Nuestra Señora y que Bergoglio retoma siempre como signo de fe: «Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta “una particular fatiga del corazón”[27]. Es la noche de la fe. En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar»[28].

La fatiga del corazón de María se inscribe en la historia de una nube de testigos que vivieron y viven en medio del Pueblo fiel de Dios. Los pueblos disciernen y explicitan lo que son, no solo con su hacer, sino también con su padecer: con su resistencia al mal, pasiva en cuanto a que es no violenta, pero activa en una fe que opera por la caridad. Bergoglio toma esta doctrina de san Agustín, para el cual: «El criterio de sanidad y ortodoxia cristiana no está tanto en el modo de actuar como en el modo de resistir»[29]. Y explicita algunos signos de resistencia a los que califica como «signos cristianos»: «La lucha de los pobres, de los humildes, de los niños […], que se expresa en gestos y actitudes de niño, tales como la receptividad, la capacidad de escuchar, el caminar… [Esta resistencia] descarta todo tipo de triunfalismo»[30].

El pueblo fiel tiene conciencia del verdadero enemigo y sabe encontrar refugio en la Virgen Madre. «En el techo de la Capilla Doméstica de la Residencia de la Compañía en Córdoba – donde rezaba Bergoglio – hay una imagen muy cara a Bergoglio. Allí, los hermanos novicios están bajo el manto de María, protegidos; y debajo escrito un clamor: Monstra te esse matrem («¡Muestra que eres madre!»). En los momentos de turbulencia espiritual, cuando Dios quiere pelear, nuestro sitio está bajo el manto de la Santa Madre de Dios»[31]. Allí no puede entrar el diablo. Refugiarse bajo el manto de nuestra Señora implica que en esos momentos en los que se hace patente una desmedida ferocidad en la lucha, uno toma conciencia de la verdadera dimensión de la guerra: no se trata de una guerra nuestra, sino de Dios, el cual es el verdadero protagonista contra el que lucha el demonio[32].

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Saber leer la historia desde la fe y vivirla coherentemente, todo esto fatiga el corazón, pero no olvidemos que corde intelligitur⁠. Saber discernir la voluntad de Dios en medio de la ambigüedad de la vida, causa fatiga en el corazón, pero como es fatiga buena, vuelve más lúcido y sólido al discernimiento, aunque a veces la ambigüedad se torne densa y las decisiones a tomar sean crucificantes. La fatiga del corazón de nuestra Señora es el lugar por excelencia desde donde resiste el pueblo fiel de Dios. También el pastor se define por su capacidad de resistir al mal, junto con su pueblo. Por eso, nuestro cansancio es precioso a los ojos de Dios. Nuestra fatiga luego del trabajo pastoral es preciosa a los ojos de Jesús[33].

En definitva, Bergoglio opone a la hibrys del triunfalismo la fatiga del trabajo que conlleva ir descubriendo la voluntad de Dios y realizarla en nuestra vida. Dar un paso adelante en la fe, interpretar bien los signos de los tiempos, saber leer la historia desde la fe, como María, fatiga el corazón porque lleva consigo trabajo y discernimiento.

Tres actitudes que amenazan la fatiga del corazón

Francisco señala algunas actitudes que delatan mundanidad y triunfalismo: una actitud tiene que ver con el tiempo y la fiesta. El triunfalista se delata por «festejar antes de tiempo»: «Contra la fatiga del corazón atenta la falta de esperanza, el gesto omnipotente de adelantar el triunfo por medio de otros caminos más rápidos, por medio del atajo del negocio, adelantar el triunfo sin pasar por la cruz»[34].

Es bueno «festejar cada paso adelante que se da en la evangelización» (EG 24). Pero la fiesta que adelanta el triunfo es la Eucaristía, no cualquier festichola. Una Eucaristía que, al mismo tiempo que es consuelo y premio, es viático para el camino de la Iglesia que sale. La Fiesta Eucarística es inclusiva, no como la festichola triunfalista, que es de elite. Y es fiesta con pan compartido y lavatorio de pies, que es el gesto profético que nuclea y expande apostólicamente el pontificado del Papa Francisco.

Adelantar triunfos tiene poder adictivo y se va convirtiendo en una manera de leer y de vivir la historia. La festichola debilita la tensión fecunda de la Esperanza[35], que nos hace «mantener las posiciones», resistiendo al mal, y que nos lleva a prepararnos para salir de nuevo a la batalla, siempre para mayor gloria de Dios.

Esta manera de vivir el tiempo privilegiando el momento, atenta contra la Esperanza y se refleja en el lenguaje. Hablando en general, «el triunfalismo tiene su relato o, mejor aún, consiste en su relato, en gran parte. Este relato es una caricatura de la historia de la Salvación, porque se alimenta de logros parciales y busca palabras para explicarlos, pero con la diferencia de que no han pasado por el crisol de la cruz ni por la visión de la fe»[36].

Otra actitud que delata la hybris: los triunfalistas «aman las estadísticas»[37]. Pero las usan porque necesitan comparar sus logros con otros, y por eso eligen siempre a los que son, a su parecer, peores que ellos. El prototipo es el fariseo que reza de pie y necesita compararse con el publicano, despreciándolo. Bergoglio termina diciendo que el triunfalista come carroña y que es una hiena. Este carácter comparativo hace perder la tensión fecunda hacia el ser perfectos (en misericordia), como lo es el Padre.

En nuestra Señora, podemos ver que el triunfo que se consuma al pie de la Cruz estuvo presente desde el comienzo de su camino de fe. Apenas recibido el lieto anuncio ella se pone en camino para servir. No se quedó «elaborando un relato de lo sucedido», sino que fue meditando las cosas en su corazón, cuya fatiga se puede captar después de la caminata apresurada a Ain Karim (cfr Lc 1,39). Es precisamente a causa de esa fatiga del corazón que resuena limpio y puro de toda ambición el más bello himno de alabanza a Dios: el Magnificat, a cuya luz leemos e interpretamos la historia.

«La abstracción, para mí, es siempre un problema»

Nos detenemos un momento a reflexionar sobre el lenguaje abstracto de la mundanidad espiritual. Hay un error y un defecto metódico en querer pensar e instrumentalizar las verdades reveladas por Jesucristo, la Palabra hecha carne, solo por medio de palabras abstractas y discursos racionales. Es propio de la teología como ciencia usar la abstracción y el discurso racional, pero es triunfalismo pretender que las conclusiones de una determinada teología coincidan con la verdad revelada de manera excluyente y que se deban imponer a todos. Este no es el camino que Jesús, el Verbo Encarnado, eligió para revelarse.

En su breve exposición ante los cardenales en las Congregaciones Generales, días antes del cónclave, el cardenal Bergoglio usó esta expresión para indicar la «imagen de Iglesia» que se debía evitar en el futuro: «La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual. Ese vivir para darse gloria los unos a otros. Simplificando, hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí, la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas»[38].

Para el Papa, este es un tiempo de ideologías y hay que desenmascararlas, pero no anecdóticamente, sino yendo a las raíces y mostrando en sus frutos por qué son ideologías. Les decía Francisco a los jesuitas que trabajan en Eslovaquia en su reciente encuentro con ocasión del viaje apostólico: «Cuando hablo de ideología, hablo de la idea, de la abstracción que permite que todo sea posible, no de la vida concreta de las personas y de su situación real»[39]. Su afirmación espontánea: «la abstracción, para mí, es siempre un problema», es muy sugestiva, porque aclara tantas cosas de la manera de pensar de Francisco.

En la apertura del Sínodo, el Papa hizo referencia a esta tentación: «Un segundo riesgo es el intelectualismo — es decir, la abstracción; la realidad va por un lado y nosotros con nuestras reflexiones vamos por otro —: convertir el Sínodo en una especie de grupo de estudio, con intervenciones cultas pero abstractas sobre los problemas de la Iglesia y los males del mundo; una suerte de “hablar por hablar”, donde se actúa de manera superficial y mundana, terminando por caer otra vez en las habituales y estériles clasificaciones ideológicas y partidistas, y alejándose de la realidad del Pueblo santo de Dios y de la vida concreta de las comunidades dispersas por el mundo»[40].

Pensar, reflexionar, para Francisco implica involucrarse en un proceso de discernimiento de situaciones concretas, y no elaborar (y mucho menos discutir acerca de) teorías abstractas. Su alergia a la abstracción dice mucho también acerca de su manera de comunicar narrativamente más que con definiciones; y de su forma de conducir, manteniéndose siempre como pastor, incluso del que lo critica o no obedece, sin caer en política.

¡Sé pastor!

Si a nivel intelectual el triunfalismo se vuelve ideológico (toda ideología es en sí misma triunfalista), a nivel práctico, de gobierno, al querer imponerse por proselitismo y prescripciones en vez de privilegiar un gobierno pastoral, se cae en política y en funcionalismos. Valga aquí para ilustrar esto el relato de lo que dijo Francisco en el vuelo de regreso de su viaje apostólico a Budapest y Eslovaquia[41]. Tocando el tema candente de la excomunión al presidente Biden, una pregunta del periodista irlandés Gerard O’Connell acerca de «¿qué le aconsejaría a los Obispos norteamericanos?» suscitó una respuesta magistral del Papa. Francisco expresó lo que le diría al Obispo que tiene dudas «teóricas»: «Tú, sé pastor, y el pastor sabe qué cosa debe hacer en cada momento, pero como pastor, pero si sale de esta pastoralidad de la Iglesia, inmediatamente se convierte en político. Y esto lo verá en todas las denuncias y condenas no pastorales que hace la Iglesia. Con este principio creo que un pastor puede moverse bien. Los principios son de la teología. La pastoral es la teología y el Espíritu Santo que te va conduciendo a hacerlo al estilo de Dios».

Pero yendo a la respuesta de fondo sobre la excomunión: «El problema no es un problema teológico, esto es sencillo. El problema es pastoral [con énfasis, como tocando el problema con la mano]. ¿Cómo nosotros los obispos gestionamos pastoralmente este principio? Si miramos la historia de la Iglesia veremos que, cada vez que los obispos han gestionado un problema no como pastores se alinearon en la vida política, en el problema político […]. Cuando la Iglesia para defender un principio no lo hace pastoralmente se mete en el plano político y esto siempre ha sido así. Basta con mirar la historia. Y, ¿qué debe hacer el pastor? Ser pastor y no ir condenando o no condenando, ser pastor. ¿Pero también pastor de los excomulgados? Sí. Y debe ser pastor con él, debe ser pastor con el estilo de Dios y el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura […]. Un pastor que no sabe gestionar con el estilo de Dios se resbala y se mete en muchas cosas que no son de pastor».

El secreto de Francisco es que nunca se sale de su ser pastor. También se pone en su lugar de pastor incluso frente al que lo quiere arrastrar para el campo de los hechos políticos o de la teología abstracta o de la moral casuística. La svolta, el giro, de Francisco consiste en poner a la Iglesia, una y otra vez, en salida. Sin necesidad de decir nada, el solo hecho de «tener que volver a salir», anula en su raíz todo triunfalismo, cuya condición es creer «que uno ya ha llegado». Resuenan aquí las veces en que Jesús se pone nuevamente en movimiento hacia sus «otros rebaños»: «Tengo además otras ovejas que no son de este corral, a las que también debo guiar […]. Este es el mandato que recibí de mi Padre» (Jn 10,1-18). Le hace eco Pablo: «Olvidando lo que dejé atrás, persigo lo que está al frente, y corro así en dirección a la meta» (Fil 3,13-14).

El volver a salir para la Iglesia es «sinodal», lo que hará que la fatiga del corazón sea compartida por todos. Como dijo Francisco al abrir el sínodo: «El Espíritu nos guiará y nos dará la gracia para seguir adelante juntos, para escucharnos recíprocamente y para comenzar un discernimiento en nuestro tiempo, siendo solidarios con las fatigas y los deseos de la humanidad»[42].

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  1. Apenas comenzado su pontificado, afirmaba Francisco: «El triunfalismo que pertenece a los cristianos es el que pasa a través del fracaso humano, el fracaso de la cruz. Dejarse tentar por otros triunfalismos, por triunfalismos mundanos, significa ceder a la concepción de un “cristianismo sin cruz”, un “cristianismo a medias” (Francisco, Homilía, 29 de mayo de 2013).
  2. J. M. Bergoglio, «La cruz y la misión», Boletín de Espiritualidad, n. 89, set-oct 1984.
  3. H. de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Bilbao, Brouwer,1958.
  4. Francisco, Homilía en Santa Marta, 16 de mayo de 2020.
  5. Actitudes de soberbia y desprecio mundano de los martirizadores suelen estar presentes en el martirio de los que son coherentes con la fe.
  6. Francisco, Homilía en Santa Marta, 16 de mayo de 2020, cit.
  7. «Uno a veces cree tener la precisa, pero no es así […]. Al hombre le digo que no conozca a Dios de oídas. El Dios vivo es el que va a ver con sus ojos, dentro de su corazón» (J. M. Bergoglio – A. Skorka, Entre cielo y tierra. Conversación del Papa Francisco y un rabino sobre Dios, Buenos Aires, Aletheia, 2013.
  8. Es curioso ver cómo en la mitología son muchísimos y variados los castigados y los castigos por algún tipo de hybris. Creerse superior es el detalle común. El filósofo epicúreo Lucrecio interpreta el mito de Sísifo come la personificación de los políticos que aspiran a un puesto político pero son constantemente derrotados. La búsqueda del poder, en sí misma una «cosa vacía», es comparada con el rodar de la piedra por la colina. Tántalo fue castigado por robar la ambrosía y condenado a tener para siempre una sed y un hambre imposibles de saciar. Ícaro peca de hybris al querer alcanzar el sol. La raíz mimética del triunfalismo es espiritual y de ahí que tome tantas formas con la misma pasión, de acuerdo a lo que le hace a uno sentirse triunfador. Esto es lo engañoso y oculto para quienes son poseídos por este vicio.
  9. Como dice el proverbio: «Suele castigar Dios la secreta soberbia con manifiesta lujuria».
  10. «El Espíritu Santo, sin duda, sopla donde quiere y cuando quiere. […] A mí particularmente, sin embargo, me llama la atención que este fenómeno vaya, a veces, acompañado de cierto triunfalismo. Y el triunfalismo, realmente, no me convence. Desconfío de esas manifestaciones de fecundidad como “in vitro”, o de esas manifestaciones o mensajes triunfalistas que nos hablan de que la salvación está aquí o allí» (Francisco, La fuerza de la vocación, España, Claretianas, 2018, 69-70).
  11. Título inspirado en Guardini, que habla de la tensión polar entre silencio y palabra, lejos de los extremos del mutismo y el ruido (cfr R. Guardini, Ética. Lecciones en la universidad de Munich, BAC, Madrid, 2000, 180-186).
  12. J. M. Bergoglio, «Silencio y Palabra», en Reflexiones Espirituales, Buenos Aires, USAL, 1992, 19.
  13. A. Ivereigh, El gran reformador, Edición de Kindle, Posición 4589.
  14. D. Fares, «Contra el espíritu de “ensañamiento”», en J. M. Bergoglio-Francisco, Las Cartas de la tribulación, Barcelona, Herder, 2019, 68.
  15. Cfr J. M. Bergoglio, «Silencio y palabra», cit., 98.
  16. Es clave su discernimiento de que el triunfalismo es una tentación bajo apariencia de bien. Poseer una claridad que se impone (al menos en el momento del apogeo del relato) requiere de nuestra parte, no más luz (rebatir una formulación triunfalista con otras ideas), sino jugar al tiempo. Como su claridad es de flash, no de luz mansa de Dios, hay que esperar a que pase la luz fuerte.
  17. Cfr J. M. Bergoglio, «Silencio y palabra», cit., 90.
  18. Ibid, 91.
  19. Término coloquial usado en Argentina y Uruguay para designar una «fiesta ruidosa entre amigos» (RAE).
  20. Ibid, 94.
  21. Ibid, 97.
  22. «De igual manera, los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley se burlaban comentando entre ellos: “¡Salvó a otros y él no puede salvarse a sí mismo! Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que, al verlo, creamos”» (Mt 27, 41-42).
  23. En Dante, por ejemplo, se asocia el pecado original al deseo de ser como Dios de Adán y Eva. Apropiarse de lo que no es propio de uno es hybris.
  24. J. M. Bergoglio, Conferencia pronunciada en el Templo de la Compañía de Jesús en Mendoza, el 23 de agosto de 1985, en el marco de la conmemoración del IV Centenario de la llegada de los jesuitas a nuestras tierras (cfr J. M. Bergoglio, Reflexiones espirituales, cit. 244).
  25. A. Awi Mello, María – Iglesia. Madre del pueblo misionero, Daytona, Marian Library, 2017, 213.
  26. J. M. Bergoglio, «Silencio y palabra», cit., 100.
  27. Juan Pablo II, s. Encíclica Redemptoris Mater, 17.
  28. Francisco, Homilía de domingo de ramos, 14 de abril de 2019.
  29. Cfr J. M. Bergoglio, «Servicio de la fe y promoción de la justicia. Algunas reflexiones acerca del decreto IV de la CG 32», en Stromata, nn. 1/2, 1988, 7-22. La frase de san Agustín citada está en De pastoribus, Discurso 46, 13.
  30. Ibid, 20.
  31. Ibid, 106.
  32. Cfr ibid, 106 s. Lucifer se caracteriza en la Biblia por la hybris de «subir más arriba del Altísimo» y caer rápidamente. «¡Él con sus ángeles fueron arrojados a la tierra!» (Ap 12,7-9). El Señor afirma en el Evangelio de Lucas: «¡Como un rayo veía a Satanás caer del cielo!» (Lc 10,18). El origen de todos los pecados es la soberbia. Los santos Padres y los teólogos aplican tipológicamente al pecado del diablo la frase que Israel pronuncia en su rebelión contra Dios: «¡No te serviré!» (Jr 2,20).
  33. Francisco, Homilía del Jueves Santo, 2 de abril de 2015.
  34. Francisco, «Silencio y palabra», cit., 99.
  35. «Cuando elegimos la esperanza de Jesús, la que germinó en la cruz, poco a poco descubrimos que la forma de vivir vencedora es la de la semilla, la del amor humilde. No hay otro camino para vencer el mal y dar esperanza al mundo» (Francisco, Audiencia general, 12 de abril de 2017).
  36. Francisco, «Silencio y palabra», cit., 99.
  37. Ibid, 100.
  38. El texto completo del manuscrito entregado por Bergoglio al cardenal Ortega, apareció en Clarín, 26 de marzo de 2013 (https://www.clarin.com/mundo/texto-manuscrito-entregado-bergoglio-ortega_0_By2WJpYsP7e.html). A pedido del Arzobispo de La Havana (Cuba), el cardenal Jaime Ortega, Bergoglio le entregó manuscrito un texto con los cuatro puntos de su breve discurso a los cardenales. En el tercer punto subraya – literalmente – justo la expresión «mundanidad espiritual» y cita a Henri de Lubac.
  39. Francisco, «La libertad nos asusta», Civ. Catt. Disponible en: www.laciviltacattolica.es/2021/09/21/la-libertad-nos-asusta/
  40. Id., Discurso en la apertura del sínodo, 9 de octubre de 2021.
  41. Cfr Id., Conferencia de prensa durante el vuelo de retorno desde Bratislava, 15 de septiembre de 2021.
  42. Id., Discurso en la apertura del sínodo, 9 de octubre de 2021.
Diego Fares
Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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