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La Rusia de Putin

© Ignat Kushanrev / Unsplash

Veinte años después de la elección de Vladimir Putin como presidente de Rusia, el país se encuentra en una encrucijada, en un momento crítico debido a la invasión de Ucrania. La situación anterior al conflicto era esencialmente positiva. De hecho, a pesar de los fuertes monopolios estatales, Rusia tiene básicamente un sistema económico capitalista y puede funcionar de forma mucho más eficiente que su predecesora, la URSS[1]. El gobierno es tecnocrático e innovador (en cuanto a innovaciones técnicas y digitalización de la administración), pero es incapaz de sacar a la nación de su dependencia de una economía todavía basada en gran medida en la extracción de recursos naturales. Y el gran riesgo es que la nación se está preparando para años de estancamiento económico.

Por supuesto, también hay opiniones diferentes, que describen a Rusia como un país en desarrollo normal, con todos los problemas y peculiaridades que suelen tener este tipo de países. También puede verse como la antítesis del liberalismo occidental (que muchos conservadores en Rusia consideran un cumplido). Según este punto de vista, el «putinismo» es un desafío declarado al liberalismo y a la «democracia liberal»: modernización militar, agresión a la vecindad postsoviética, construcción de una red global de propaganda. El «putinismo» se describe como una forma de autocracia conservadora y populista. Es conservadora no sólo porque hace hincapié en los llamados «valores tradicionales», como la familia, compuesta exclusivamente por el marido, la mujer y los hijos, la religión, etc., sino porque en general quiere mantener el status quo. No quiere ningún cambio, ni siquiera en la economía. No necesita cambios ni reformas, porque vive de la venta de recursos del subsuelo.

La economía petrolera de Rusia ofrece a las élites gobernantes una mayor oportunidad de enriquecerse que el desarrollo económico que podría lograrse mediante reformas a largo plazo, lo que toma tiempo. En lugar de apoyar la diversificación y el desarrollo de los sectores industriales y de servicios, el «putinismo» concentra la riqueza en manos de unos pocos. En lugar de fomentar el surgimiento de una clase media y de un empresariado autónomo y actualizado, promueve a las personas que están al servicio del Estado y dependen de él. Pareciera que en una economía basada en la explotación del petróleo no se necesitaran funcionarios competentes que muestren capacidad de iniciativa. Y hay casos en los que los administradores locales son despedidos no cuando sus regiones no muestran crecimiento económico, sino cuando no votan al presidente o al partido gobernante en las elecciones[2].

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El estado de la economía y la actuación del presidente es lo que preocupa a la mayoría de los rusos. Esto es también lo que determina la supervivencia (o no) del sistema que ha creado Putin. Siendo Rusia una economía puramente -o principalmente- petrolera, cabe temer que la existencia del «sistema Putin» dure sólo unos pocos años, ya que, a pesar de todas las dificultades, la transición de la economía mundial hacia «energías más verdes» está avanzando. Es muy difícil imaginar un cambio de rumbo significativo a corto plazo, sobre todo cuando, sin descuidar los problemas de la economía, parece haber otras prioridades en el horizonte, como la competencia geopolítica con Estados Unidos.

Por supuesto, no todos los problemas del país pueden atribuirse al gobierno actual. Putin heredó una economía en mal estado y consiguió estabilizarla y hacerla crecer, con la ayuda de buenos colaboradores, como el entonces ministro de Finanzas Alekséi Kudrin (la subida vertiginosa de los precios del petróleo y el gas hizo el resto). En casi 10 años, de 1999 a 2008, el PIB de Rusia creció un 94% y los ingresos de los rusos aumentaron al mismo ritmo. Sin embargo, el periodo posterior puede describirse como una transición de la estabilidad al estancamiento. La crisis económica mundial también golpeó duramente a Rusia, y quedó claro que el modelo de desarrollo basado en la venta de materias primas ya no funcionaba. El crecimiento económico anual entre 2010 y 2019 sólo alcanzó el 2%. Al igual que en la década de 1990, la fuga de capitales volvió a alcanzar cifras enormes: de 2014 a 2018 se sacaron del país 320.000 millones de dólares. Había que encontrar otro modelo, y se hicieron reformas de gran envergadura, pero no tan audaces como la situación requería.

2014 fue un año especialmente difícil para Rusia. La crisis desencadenada en la frontera ucraniana empeoró las relaciones con Occidente, lo que afectó negativamente a la disposición de las empresas extranjeras a invertir en Rusia. La repentina caída de los precios del petróleo también tuvo sus dramáticas consecuencias. Desde entonces, los ingresos rusos no han dejado de caer: en 2020 eran más bajos que en 2014.

El gobierno ha hecho mucho para amortiguar el impacto de la caída de los precios del petróleo, mitigar las repercusiones de las sanciones occidentales y dar un giro a la economía rusa. Según las cifras del FMI, las sanciones aplicadas por los países occidentales sólo han reducido el PIB de Rusia en un 1,5%. Algunos sectores incluso han crecido. La agricultura, por ejemplo, se ha beneficiado, pero también la industria de la ingeniería agrícola. Además, como consecuencia de las sanciones, el gobierno ha realizado grandes inversiones en industrias importantes para el ejército, como la producción de motores para aviones, helicópteros y barcos (muchos de los cuales se importaban antes de Ucrania). Rusia también ha asegurado su sector financiero: se han aumentado las reservas de oro y se ha desarrollado un sistema de pagos propio.

Pero éstas son sólo algunas excepciones de una situación que sigue estando lejos de ser ideal. A pesar de todos los esfuerzos e inversiones del gobierno, el crecimiento fluctúa entre el 1% y el 2% anual. Y esto no es sostenible para un país como Rusia.

El principal problema ahora es que las ideas y perspectivas de crecimiento económico a largo plazo se han sacrificado en favor de la búsqueda obsesiva de la estabilidad política y geopolítica. La economía está mejorando, pero demasiado lentamente. El principal actor es el Estado, que quiere suplir la falta de inversión privada con los llamados «proyectos nacionales». Las inversiones estatales se concentran en unos pocos proyectos de gran envergadura, en los que sólo participan personas cercanas al gobierno. Los pequeños y medianos empresarios sufren las sanciones y la falta de oportunidades para conseguir capital. De hecho, el porcentaje de pequeñas y medianas empresas en la economía rusa ha bajado del 22% en 2017 al 20% en 2020. Si quisiéramos establecer una comparación, el porcentaje de pequeñas y medianas empresas en los Estados bálticos, que también formaban parte de la URSS, representa más de dos tercios de la fuerza de producción.

Dos de los mayores problemas que agravan la situación económica de Rusia son la desigualdad y la pobreza. En 2018, el 3% más rico de los rusos poseía el 87% de toda la riqueza. El número de multimillonarios en un año (de 2018 a 2019) pasó de 78 a 110, y el de millonarios de 172.000 a 246.000. En cambio, el 21% de los rusos viven en la pobreza. La mayor preocupación de los rusos no es la política, sino la economía: el 72% está preocupado por la subida de precios, el 52% por el aumento de la pobreza y el 48% por el desempleo[3].

Por desgracia, la evolución económica durante la pandemia ha reforzado esta tendencia, al igual que la dependencia del gobierno ruso de los ingresos del petróleo y el gas. Aunque el crecimiento de 2021 (más del 4%) compensa el descenso de 2020 (3%), se ha vuelto a poner de manifiesto la gran dependencia del desarrollo del país de la explotación del subsuelo. Dado que el precio del gas y del petróleo aumentó drásticamente en 2021, el presupuesto podría incluir un superávit. Pero el presupuesto es también la única fuente de financiación de los servicios sociales para una población en crisis -el gasto sanitario ha aumentado considerablemente- y de las inversiones para reactivar la economía. Además, el peligro que se cierne es que la transformación tecnológica de la economía mundial conduzca muy pronto a una disminución de la demanda de combustibles fósiles. Esto tendrá consecuencias muy graves para Rusia[4]. Ha llegado el momento de elegir entre la geopolítica y la economía.

Uno de los mayores problemas es que la clase dirigente presta mucha atención a la publicación de análisis estadísticos, pero los datos no siempre se corresponden con la realidad. A los rusos no les interesan las cifras alentadoras e ilusorias, sino la calidad de su vida concreta. Basta con recordar lo ocurrido recientemente en Kazajstán, donde las cifras oficiales de desarrollo económico eran incluso mejores que en Rusia. El gobierno ruso prevé un crecimiento económico superior al 4% y un aumento de los ingresos presupuestarios, mientras que los ingresos reales llevan más de 10 años en caída libre.

Muchos sostienen que es hora de gastar más dinero en proyectos sociales, pero esto no resolverá el problema de la baja productividad y, en consecuencia, de los bajos ingresos. Lo que se necesita es innovación e inversión privada, sobre todo del extranjero. Pero, como sabemos, para lograr todo esto habría que resolver el conflicto político con Occidente, que el conflicto con Ucrania ha radicalizado. La dura realidad es que Rusia es un país económicamente débil y no podía permitirse una política de confrontación. No se trata de establecer «quién tiene razón o quién tiene la culpa»: la política es el arte de lo posible, no de los deseos[5].

Los ciudadanos de Rusia están cansados de esta política, que no es capaz -ni siquiera está dispuesta- a crear condiciones para una vida normal, y que antepone los sueños geopolíticos de la clase dirigente al bienestar de los ciudadanos de a pie[6].

El Estado y la sociedad civil

Es bien sabido que, a excepción de algunos periodos concretos -1917 o los años 90-, Rusia siempre ha tenido un gobierno que otorga a su autoridad un papel fundamental. Putin y los que le rodean no hacen más que continuar con una vieja tradición en este sentido. Durante sus dos primeros mandatos, Putin fue capaz de poner fin al dominio de los grupos criminales que se escondían tras los eslóganes de «libertad» y «democracia», y trajo la «estabilidad». En esa etapa, afirmó -con razón- que la sociedad rusa era débil y estaba fragmentada y necesitaba la reconciliación. En realidad, la nueva estabilidad no se logró mediante la reconciliación, sino mediante la desmovilización y la pacificación. La sociedad cedió en parte voluntariamente sus derechos al Estado, y en parte simplemente se los quitaron. Pero en los primeros 10 años de Putin, el Estado se centró en la consolidación interna y no interfirió en los asuntos de la sociedad.

La economía creció y muchos rusos pudieron, por primera vez en su vida, situarse en la «clase media» y disfrutar de prosperidad material. Pero esto no duró mucho. La crisis económica mundial de 2008, la crisis ucraniana y los efectos finales de la pandemia golpearon duramente al país, por lo que la promesa de una larga prosperidad se desvaneció.

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Ahora se puede observar que la población está cansada de la propaganda rimbombante: – «¡Tenemos que defendernos de los enemigos que rodean el país!» – y ya no se lo toma en serio. El gobierno está perdiendo no sólo el contacto con la sociedad, sino también su influencia ideológica en ella. Prueba de ello son también las actuales manifestaciones por la paz en Rusia. Según Tatiana Stanovaya, investigadora del Centro Carnegie de Moscú, desde 2018 la relación entre el Estado y la sociedad puede describirse con una máxima: «No te debemos nada»[7].

Según la opinión pública, la actual crisis en las relaciones con Occidente es lo que puede poner fin al «sistema Putin». Tras los acontecimientos de 2014, la mayoría de los rusos consideraron el choque con Occidente y la crisis económica como «una nueva normalidad». Lamentablemente, algo similar ocurrió con la percepción de la guerra. Desde el conflicto de Georgia en 2008, la guerra -en Ucrania, Siria, etc.- se ha convertido en una constante de la vida cotidiana. Con la actual crisis en Ucrania, el peligro de guerra a escala mundial es real. La guerra hace que se hunda la cotización del rublo y los mercados rusos, y no llevará a la sociedad a alinearse con al gobierno. La sociedad rusa es moderna y ha entrado en la «fase postheroica», en la que no todos están dispuestos a «morir por la patria y por Putin». Por el contrario, no sólo la guerra en sí, sino las consecuencias económicas de la misma -sobre todo si se prolonga en el tiempo- pueden provocar un descontento que muy probablemente se transforme en una protesta con fuertes connotaciones políticas. Y esta protesta no se producirá sólo en las grandes ciudades, ni se limitará a los ciudadanos políticamente activos, sino que involucrará a las masas de la población, a los jubilados y a los trabajadores de las provincias, es decir, a los que hasta ahora han sido firmes partidarios de la política gubernamental. Aunque es casi impensable que las protestas desemboquen en cambios políticos, es casi seguro que el mito del «modelo Putin» se verá disminuido.

A pesar de todas las crisis y catástrofes que han causado un sufrimiento increíble a sus habitantes hasta la fecha, Rusia siguió existiendo y se convirtió en una gran potencia política y militar, pero no económica. De hecho, económicamente no es capaz de igualar el poder de Estados Unidos o China.

Rusia, incluso bajo Putin, es la confirmación de que el destino de un país está determinado por sus tradiciones y su historia, y que los cambios profundos, para bien o para mal, sólo pueden producirse muy lentamente. Hoy en día, el riesgo de quedar aislada y experimentar un dramático estancamiento económico es muy real.

  1. El hecho de que Rusia sea un exportador neto de productos agrícolas revela una gran diferencia respecto a la URSS, que no era capaz de alimentar a su población sin recurrir a la importación.
  2. Cfr M. S. Fish, «The Kremlin Emboldened: What Is Putinism?«, en Journal of Democracy, vol. 28, n. 4, octubre 2017.
  3. Cfr R. E. Beris, «The State of the Russian Economy: Balancing Political and Economic Priorities», en www.nti.org/analysis/articles/state-russian-economy-balancing-political-and-economic-priorities
  4. Cfr V. Inozemtsev, «Oil, COVID and prospects of economic growth in Russia», en Riddle Russia (www.ridl.io/en/oil-covid-and-prospects-of-economic-growth-in-russia), 18 de noviembre de 2021.
  5. Cfr Id., «Time to choose geopolitics or stability», en Riddle Russia (www.ridl.io/en/time-to-choose-geopolitics-or-stability), 7 de enero de 2022.
  6. Cfr «Russian public covers ears as state media heighten Ukraine rhetoric», en Financial Times (www.ft.com/content/e5bd10cc-d4de-4600-bbdd-83e8d52e8e08), 26 de enero de 2022.
  7. Cfr R. E. Berls Jr., «Civil Society in Russia: Its Role under an Authoritarian Regime», en www.nti.org/analysis/articles/civil-society-russia-its-role-under-authoritarian-regime-part-i-nature-russian-civil-society
Vladimir Pachkov
Jesuita, estudió el idioma árabe y la religión islámica en Egipto y, luego trabajó en Asia Central. Escribe regularmente en La Civiltà Cattolica.

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