FILOSOFÍA Y ÉTICA

Maestros espirituales del Papa Francisco:

Hugo Rahner, Miguel A. Fiorito, Gaston Fessard

© Vatican media

En el proyecto de reforma misionera querido y deseado por el papa Francisco, la espiritualidad ocupa un lugar de excepción. Efectivamente, desde su primer escrito programático, la exhortación evangélica Evangelii gaudium, había llamado la atención sobre la tarea urgente de nuestro tiempo, que consiste en que todo el pueblo de Dios se prepare a emprender «con Espíritu» una nueva etapa de evangelización[1].

A las raíces ignacianas del papa Francisco: “nuestro modo de proceder”

El objetivo de estas páginas es rastrear las raíces espirituales que vienen sosteniendo la empresa reformadora de Jorge Mario Bergoglio a través del tiempo, primero como jesuita de a pie y luego como provincial, después como pastor en una megalópolis como Buenos Aires y, finalmente, como Obispo de Roma. Sin duda, a la base de este empeño se encuentran los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. En el año 2006, el entonces cardenal Jorge M. Bergoglio dio los Ejercicios a los obispos españoles. Sus pláticas y meditaciones fueron publicadas después en un libro bajo el rótulo En Él solo la esperanza, que nos servirá de referencia a la hora de evaluar su apropiación personal de la espiritualidad ignaciana. Ahí escribe: «El Señor nos envía al combate espiritual. Un combate a muerte que Él lleva adelante y en el que nosotros somos invitados a encontrar nuestro lugar de lucha definitivo, conscientes de que la guerra es de Dios. La guerra es “contra el enemigo de natura humana”, como llama Ignacio al Demonio. Y por tanto es guerra del “amigo de natura humana”, del Señor, que quiere conquistarnos para Dios y recapitular todo lo bueno de la creación en sí para ofrecerlo al Padre, para gloria suya»[2].

Este fragmento sintetiza la herencia ignaciana de Francisco al hilo de una de las contemplaciones más características de los Ejercicios espirituales, la meditación de las Dos Banderas (cfr EE 137-147). Nos proponemos estudiar cómo ha recibido y asimilado el jesuita Bergoglio el legado espiritual de san Ignacio desde los años de su formación teológica. Como vamos a ver, su apropiación de la fuente principal del carisma ignaciano lleva el sello de tres grandes maestros, Hugo Rahner, Miguel Ángel Fiorito y Gaston Fessard.

San Ignacio había diseñado, bajo el impulso del Espíritu Santo, un camino luminoso para el despliegue de la misión de la Iglesia católica en el momento desafiante en el que se estaban echando los cimientos de la civilización y de la cultura moderna. Y este proyecto, que era la explicitación de aquello que había vivido como conversión interior, abarcaba la formación de los niños y la cultura científica y universitaria, la evangelización de las lejanas Indias orientales y occidentales, la acción social entre los más pobres, la lucha por la unidad católica frente al complejo fenómeno cultural y religioso de la Reforma[3]. Todo lo que Ignacio ha sentido ser la voluntad de Dios en aquella hora histórica ha quedado recapitulado en esta locución: nuestro modo de proceder. Este es el proyecto que asumió y en el que fue adiestrado Jorge Mario Bergoglio al ingresar, el 11 de marzo de 1958, en la Compañía de Jesús.

Empecemos por lo más elemental: ¿qué le había movido al actual Papa a tomar la decisión de entrar en la Compañía de Jesús? Jorge M. Bergoglio ingresó en el seminario de Buenos Aires, situado en Villa Devoto, que estaba confiado a los jesuitas. Aunque le atraían los dominicos, —confiesa biográficamente—, eligió a los hijos de san Ignacio. Tres cosas le habían impresionado de la Compañía de Jesús: «su carácter misionero, la comunidad y la disciplina»[4]. Ahora bien, ante la pregunta sobre el aspecto de la espiritualidad ignaciana que más le ayuda a vivir su ministerio petrino, responde sin dudar: «el discernimiento». Y añade: «El discernimiento es una de las cosas que Ignacio ha elaborado más interiormente. Para él es un instrumento de lucha para conocer mejor al Señor y seguirlo más de cerca»[5].

Esta idea del discernimiento como instrumento de lucha no sólo viene a los labios de Bergoglio con frecuencia[6], sino que anticipa el núcleo de su comprensión de la espiritualidad ignaciana. ¿Quién le ha aproximado a esta interpretación del carisma ignaciano? Sus biógrafos han puesto de relieve que durante los estudios de Teología el joven jesuita quedó marcado «por la obra de renovación de la concepción ignaciana llevada adelante por su profesor de filosofía, el padre Miguel Ángel Fiorito»[7], un buscador incansable en el retorno al carisma primitivo y fundacional de la Compañía de Jesús.

Carisma ignaciano y estilo pastoral de Francisco: el «Maestro Fiorito»

El 13 de diciembre de 2019, Francisco participó en la presentación de los escritos de Miguel Ángel Fiorito (1916-2005), que tuvo lugar en la Curia General de la Compañía de Jesús[8]. Allí hizo la siguiente afirmación: «el “Maestro Fiorito” —así le llamaban en la provincia jesuítica argentina— nos enseñó el “camino del discernimiento”». En tono biográfico añadía estos testimonios: «Conocí a Fiorito en el año 1961, al regreso de mi juniorado en Chile. Era profesor de Metafísica en el Colegio Máximo de San José, nuestra casa de formación en San Miguel, en la provincia de Buenos Aires. Desde entonces comencé a confiarle mis cosas, a dirigirme con él. Se encontraba en un proceso profundo que lo habría llevado a dejar de enseñar Filosofía para dedicarse totalmente a escribir de espiritualidad y a dar ejercicios. El volumen II, de los años 1961 y 1962, incluye un solo artículo: “El cristocentrismo del Principio y Fundamento de San Ignacio”[9]. Uno solo, pero que para mí fue inspirador. Allí comencé a familiarizarme con algunos autores que me acompañan desde entonces: Guardini, Hugo Rahner[10], con su libro sobre la génesis histórica de la espiritualidad de san Ignacio, Fessard[11] y su Dialéctica de los Ejercicios»[12].

Podemos resaltar varias cosas basándonos en estas noticias. En primer lugar, sus biógrafos han señalado cómo las lecturas de Romano Guardini han contribuido a la formulación de los cuatro principios bergoglianos con la asunción de la teoría de la «oposición polar», idea directriz en Der Gegensatz (1925)[13] del teólogo italo-germano; por otro lado, algunos pasajes de la encíclica Laudato si’ se apoyan en El ocaso de la Edad Moderna[14]. Sin embargo, bajo el influjo de Fiorito, habían entrado otras obras de Guardini en su campo de interés, como El Señor: meditaciones sobre la persona y vida de Jesucristo (1949), La esencia del cristianismo (1953) y, especialmente, La imagen de Jesús el Cristo en el Nuevo Testamento (1953). Y comentaba Francisco que «Fiorito hacía notar “la coincidencia de la imagen del Señor, sobre todo en san Pablo, tal cual la explicaba Guardini, y la imagen del Señor, tal cual creemos nosotros encontrarla en los Ejercicios de san Ignacio”»[15].

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Por otra parte, Francisco ha confesado la gran influencia que sobre él ha ejercido Gaston Fessard; dice haber leído muchas veces La dialéctica de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola (1956). El primer contacto con el jesuita francés debió tener lugar en el bienio 1962-1964[16]. Por lo demás, como vamos a ver, existe una gran convergencia entre la interpretación de los Ejercicios de Fiorito y la de Fessard, de modo que ambos son de importancia decisiva en la biografía intelectual y espiritual de Bergoglio.

En este punto ha insistido también el jesuita belga Jacques Servais en su estudio sobre los teólogos que han modulado la lectura que Francisco ha hecho de los Ejercicios espirituales: quien inició al joven jesuita Bergoglio en el estudio de los Ejercicios ignacianos fue Fiorito, que a su vez promovía y patrocinaba la interpretación de Gaston Fessard (1897-1978), con su idea de la dialéctica, es decir, la tensión entre gracia y libertad, que —frente a Hegel— encuentra una reconciliación en el misterio de Dios que actúa en la historia. A los nombres de Romano Guardini, de Henri de Lubac y de Hans Urs von Balthasar, Servais añade el de Erich Przywara, con su monumental obra Deus semper maior, una teología de los Ejercicios que Bergoglio cita a través de la síntesis abreviada, Teologúmeno español (1962)[17].

Volviendo al testimonio biográfico que hemos citado más arriba, hay que completar este listado con el nombre del padre Hugo Rahner (1900-1968). De hecho, Bergoglio pone un énfasis muy especial en la figura de este jesuita alemán, porque él fue quien marcó la conversión de Fiorito a la espiritualidad y marcó también «toda una etapa de la vida de nuestra provincia y marca lo que en mi pontificado tiene que ver con el discernimiento y el acompañamiento espiritual»[18]. Hugo Rahner vino a imprimir —explicaba Francisco— estas tres gracias en el alma del maestro y de sus discípulos: «la del magis ignaciano, que era la marca de la capacidad anímica de Ignacio y el margen sin límites de sus aspiraciones; la del discernimiento de espíritus, que le permitía al santo encauzar esa potencia, sin tanteos inútiles ni tropiezos. Y la de la charitas discreta, que así afloraba en el alma de Ignacio como contribución personal en la lucha que se venía trabando entre Cristo y Satanás; y cuya línea de combate no estaba fuera del santo, sino que pasaba por medio de su misma alma, dividida así en dos yos, que eran las dos únicas alternativas posibles para su opción fundamental»[19].

En el libro de Hugo Rahner, La génesis de la histórica formación espiritual de S. Ignacio, Fiorito descubrió los elementos sustanciales de la espiritualidad ignaciana, indicando que su dinámica más profunda queda recapitulada en la máxima Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo divinum est: «No amilanándose uno ante lo más grande, se preocupa de lo más pequeño […]. Tendiendo siempre a lo que está más allá, atiende también a lo de acá»[20]. Volveremos enseguida sobre lema, cuyo auténtico origen fue esclarecido por el investigador alemán: no se trata, como pensaba y escribió Hölderlin, de una frase grabada en el sepulcro de Ignacio de la Iglesia del Gesù de Roma, sino un fragmento del Elogium sepulcrale S. Ignatii, de autor anónimo, recogido en la monumental obra Imago primi saeculi, editada en Amberes (1640) para conmemorar el primer centenario de la Compañía de Jesús.

Por otro lado, Fiorito afirmaba una verdadera «cristología en germen» en el «Principio y fundamento» de los Ejercicios, ya que «cuando Ignacio usa la expresión “Dios nuestro Señor”, está hablando concretamente de Cristo, del Verbo hecho carne, Señor no solo de la historia sino de nuestra vida práctica»[21]. Por tanto, Fiorito formaba parte del grupo pionero de intérpretes de los Ejercicios que ha intentado desarrollar la cristología del Principio y fundamento para señalar que el hilo de la elección es la guía de toda la experiencia espiritual.

Bergoglio, que se confiesa discípulo del «Maestro Fiorito», asume decididamente la interpretación cristológica del «Principio y fundamento» (cfr EE 23). Así se percibe en el texto de los Ejercicios que impartió a los obispos españoles, donde habla de «Mirar al Señor». Su comentario registra los ecos de Fiorito, Rahner y Guardini: «En este Principio y Fundamento, cuando nos habla de cuáles han de ser nuestras actitudes de criaturas salvadas y que buscan su salvación, Ignacio nos da la imagen de Cristo, creador y salvador nuestro. Y cuando nos presenta el programa de la indiferencia y de la discreta generosidad para elegir “lo que más nos conduce”, nos presenta al “Cristo siempre mayor”, al Deus semper maior, al intimior intimo meo. Esta imagen del Deus semper maior es la más propia de Ignacio, es la que nos saca de nosotros mismos y nos eleva a la alabanza, a la reverencia y al deseo de más seguimiento y de mejor servicio. Por este Señor y para él “el hombre es creado”»[22].

En este breve fragmento resuena el Deus semper maior inculcado por E. Przywara. En la misma línea se sitúa Bergoglio que la considera como la imagen de Dios «más propia de Ignacio». Así lo corroboran otras reflexiones, de su época de superior, cuando señalaba cuál era la herencia jesuítica que había que transmitir a las futuras generaciones: «El Dios que hemos heredado es Jesús, manifestación y ocultamiento del “Dios siempre mayor”. En Él, la trascendencia divina ha desposado nuestra inmanencia. En Él halla su fundamento el famoso lema: Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo divinum est»[23].

Gaston Fessard y el descubrimiento de la dialéctica espiritual

En su artículo «Teoría y práctica de los Ejercicios espirituales según Gaston Fessard» (1957), Fiorito había hecho una amplia y pormenorizada recensión de la obra del jesuita francés, señalando que La dialéctica de los Ejercicios espirituales es en realidad una exégesis de estos tres textos: el libro de los Ejercicios propiamente tal, el Elogium sepulcrale S. Ignatii, y la sentencia ignaciana de Gabriel Henevesi, un jesuita húngaro del siglo XVIII[24].

Fessard ha sabido colocar la espiritualidad de san Ignacio en el marco de una interpretación teológica de la historia y de las relaciones entre la libertad humana y la gracia divina. Su estudio de los Ejercicios, que aúna teoría y praxis, pone en primer plano su punto central, esto es, la «elección» de vida o estado, «como punto de coincidencia de la libertad humana y de la divina, y acto cuya dialéctica constituye la historia del hombre en la tierra». En este horizonte se entiende que haya prestado una atención especial a las «Reglas de discernimiento de espíritus». El otro punto clave es la consideración de la elección como «la situación característica de la libertad humana».

La centralidad de la elección determina la división de los Ejercicios en cuatro semanas, cuyos temas son, respectivamente, la meditación del pecado, la contemplación de los misterios de la vida pública del Señor, la Pasión y cruz, la contemplación de la resurrección y gloria. La elección está situada estratégicamente al final de la segunda semana. Los misterios de Cristo se distribuyen antes y después de la elección personal, de manera que constituyen la trama objetiva de los Ejercicios. Por tanto, Fessard adopta el esquema dialéctico de la elección con sus dos antes (primera y segunda semana) y dos después (tercera y cuarta semana)[25]. Piensa además que san Ignacio ha rechazado el esquema tradicional de las tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva, para adoptar la división personal de las cuatro semanas. «El esquema temporal de las cuatro semanas —comentaba Fiorito— resulta más práctico que el esquema espacial de las tres vías; y también más cómodo en la dirección espiritual de toda clase de almas, porque no crea el falso problema del punto de perfección a donde se ha llegado —purgación, iluminación o unión—, sino que siempre plantea el verdadero problema del punto de perfección hacia donde se debe tender»[26].

Cuadra bien esta apreciación con el Dios que san Ignacio quiere hacer presente en el espíritu del ejercitante, el Deus semper maior. Existe una unidad interna férrea, una circularidad de los Ejercicios espirituales, desde el «Principio y fundamento» hasta la «Contemplación para alcanzar amor», ya que se trata de llegar a vivir plenamente la gracia en un único acto de libertad del hombre en la plenitud del Espíritu Santo.

En este sentido, Fessard ofrece una visión sintética de los Ejercicios, de modo que en su dialéctica interna quedan reducidos a un instante: el encuentro de la libertad humana con la voluntad de Dios que interviene en mi historia personal. Este instante no se circunscribe al tiempo de los Ejercicios, sino que se actualiza en la vida cotidiana.

En la conclusión del libro, dedicada a la «Contemplación para alcanzar amor», Fessard recurría al elogium sepulcrale para establecer una conexión histórica entre san Ignacio y Hegel, y explicar cómo esta máxima resume el objetivo supremo de los Ejercicios y sintetiza la espiritualidad ignaciana en su tensión dialéctica: «Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo. Este doble impulso contrario es el alma, en todo momento presente, de los Ejercicios, porque el problema de mi libre decisión —id quod volo— es su centro, como lo fue en lo más íntimo de la inquietud de Ignacio»[27]. «Divinum est. Esta divina síntesis de contrarios, Ignacio no se contenta con desplegarla en el inmenso panorama que engloban sus cuatro semanas. Hasta en los más mínimos detalles, su pedagogía se inspira en ella, siempre cuidadosa de equilibrar el uno por el otro: nuestro impulso infinito hacia la transcendencia y nuestra necesidad no menor de inmanencia»[28].

Antes de pasar a los usos y aplicaciones que de la máxima ha hecho el papa Bergoglio, recordemos la sentencia ignaciana de Gabriel Hevenesi, que ocupa el estudio final en La dialéctica de los Ejercicios: «Esta es la primera regla que debemos observar en las obras que Dios nos pide: “confiar en Dios, como si todo el éxito dependiera de ti y nada de Dios; y, sin embargo, dedicarse a ellas de lleno, como si tú no tuvieras nada que hacer y Dios lo tuviera que hacer todo”»[29].

En la sentencia de Hevenesi se concentra en toda su intensidad la vida misma de los Ejercicios en su totalidad. Así como en las meditaciones y contemplaciones la gracia y la libertad se enlazan y compenetran, de la misma forma se deja traslucir la circularidad viva que late a partir de un dinamismo inagotable: «el de Dios que se hace hombre para que el hombre se haga Dios»[30]. Por tanto, la relación entre gracia y libertad, entre acción divina y humana, siempre se da en forma de pregunta abierta, un interrogante imperecedero llamado a actualizarse de continuo en la relación entre Dios y su criatura en el horizonte de la historia. Esta es la lógica que asiste al discernimiento de espíritus y que palpita en la otra máxima que vamos a analizar seguidamente, para señalar cómo forma parte del repertorio espiritual e intelectual del actual Papa: Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo divinum est.

«Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo divinum est»

Bergoglio ha hecho diversos usos y aplicaciones del elogio sepulcral ignaciano. Ya hemos mencionado una explicación que se sitúa en la secuela de Fiorito y de Fessard para subrayar, por un lado, que el fundamento del lema jesuítico es cristológico, porque Jesucristo es «la manifestación y ocultamiento del “Dios siempre mayor”», y, por otro lado, para imprimirle una indicación muy precisa, «la tarea del discernimiento: decisivo camino para descubrir, sin confundirse, a Quien se caracteriza por estar siempre más allá de toda carne, refugiándose precisamente en la humildad de esta carne, al Verbo de Dios “así nuevamente encarnado” (EE 109)»[31].

Este lema fue glosado por Bergoglio en una reflexión espiritual (publicada originalmente en 1981) que lleva por título «Conducir en lo grande y en lo pequeño». En aquella ocasión tradujo la máxima de esta forma: «No amilanarse por lo grande y sin embargo tener en cuenta hasta lo más pequeño, eso es de Dios»; y declaraba de entrada que esta consigna iba más allá de una regla de conducta «para situarse en un modo de sentir las cosas de Dios y desde el corazón de Dios»[32]. El Papa jesuita indagaba en la mente de san Ignacio y apelaba al criterio de gobierno que propone en las Constituciones de la Compañía de Jesús, a saber, que los grandes principios deben ser concretados según los diversos «lugares, tiempos y personas». La razón es que la ambigüedad de la vida sólo puede ser rescatada para Dios por medio del discernimiento. Esta máxima encierra una lógica paradójica a la hora de tomar una decisión: que no nos asuste el horizonte de las grandes empresas, pero tampoco despreciemos las cosas pequeñas. Podemos elaborar grandes planes sin atender a las mediaciones concretas para realizarlos, o podemos quedar enredados en las pequeñeces de cada momento sin ser capaces de trascenderlas hacia el plan de Dios. Por eso, quien conduce a un grupo humano debe saber valorar «lo pequeño» desde los grandes horizontes del Reino, y debe animar al crecimiento y a la audacia apostólica.

La máxima aparece en el texto de los Ejercicios impartidos (en 2006) a los obispos españoles por el entonces arzobispo de Buenos Aires[33]. Es interesante situar el lema en su contexto preciso. El marco general es la presentación de las contemplaciones sobre la vida de Jesús, que tienen como pórtico la «meditación del Reino», según la lógica del «llamamiento» del Señor que provoca nuestro «seguimiento». En la visión de Ignacio, realista con respecto al combate espiritual, el camino del seguimiento lo marcan las bienaventuranzas. Seguir a Jesús en la invitación del Reino es seguirlo en el trabajo apostólico: «quiero, deseo, es mi intención deliberada» (EE 98)[34].

Este deseo se opone al vicio anti-apostólico de la acedia, que describe como un «no hacernos cargo de los “tiempos, lugares y personas” en que se enmarca nuestra acción pastoral […] Unas veces se presenta en la elaboración de grandes planes sin atender a las mediaciones concretas que los van a realizar; o, por el contrario, enredada en las pequeñeces de cada momento sin trascenderlas hacia el plan de Dios»[35]. Así se apolilla la misión de los pastores en medio del pueblo fiel.

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En perspectiva biográfica es interesante la reflexión que Francisco ofrece en la entrevista con Spadaro, de agosto de 2013. Cuando el diálogo se concentra en el tema del discernimiento y del ministerio del sucesor de Pedro, aflora este lema: «Me ha impresionado siempre una máxima con la que suele describirse la visión de Ignacio: Non coerceri maximo, sed contineri a minimo divinum est. He reflexionado largamente sobre esta frase por lo que toca al gobierno, a ser superior: no tener límite para lo grande, pero concentrarse en lo pequeño. Esta virtud de lo grande y lo pequeño se llama magnanimidad, y, a cada uno desde la posición que ocupa, hace que pongamos siempre la vida en el horizonte. Es hacer las cosas pequeñas de cada día con el corazón grande y abierto a Dios y a los otros. Es dar su valor a las cosas pequeñas en el marco de los grandes horizontes, los del Reino de Dios»[36].

Como venimos observando, Bergoglio trueca el epitafio sepulcral en un criterio de discernimiento fundamental, especialmente útil a la hora del ejercicio de la autoridad: seamos conscientes de que al ir buscando siempre lo que más nos conduce hacia Dios, eso no se identifica ni con lo más grande ni con lo pequeño. Según el estilo de gobierno de san Ignacio, hay que saber encarnar los grandes principios en las circunstancias de «lugar, tiempo y personas». Francisco desconfía de las decisiones tomadas improvisadamente y se muestra convencido de que los cambios y las reformas necesitan de ese tiempo de discernimiento: «El discernimiento en el Señor me guía en mi modo de gobernar»[37]. Estamos ante un pilar de la espiritualidad del papa Bergoglio que es expresión de su identidad de jesuita.

Teoría y práctica de los «Ejercicios espirituales» según Bergoglio

Llegados a este punto, a modo de recapitulación, vamos a hacer una presentación del texto de los Ejercicios que Francisco impartió a los obispos españoles, En Él solo la esperanza. Antes que nada, conviene recordar que, como jesuita, Bergoglio fue maestro de novicios (1972-1973), provincial (1973-1979) y rector de una casa de estudiantes jesuitas (1980-1986) en San Miguel. Estas tareas implican una intensa dedicación y familiaridad con la espiritualidad ignaciana. En todo caso, no nos interesa tanto detallar de forma minuciosa los contenidos cuanto establecer la estructura de fondo que refleja el estilo propio de quien da los Ejercicios al realizar la tarea que san Ignacio le asigna: proponer «modo y orden para meditar» (EE 2). Tomamos este texto como banco de pruebas para intentar responder a estas cuestiones: ¿cómo se percibe en la teoría y en la praxis la lectura de los maestros? ¿Se pueden identificar los principios de una lectura «dialéctica» de los Ejercicios espirituales?

Una primera consideración afecta al planteamiento característico del «Principio y fundamento» que exhibe, bajo el influjo de H. Rahner y de Miguel Á. Fiorito, una decidida opción por su acento cristológico que se refleja desde el mismo título: «El Señor que nos funda»[38]. En este sentido explicaba en otro lugar que, «al comenzar los Ejercicios, san Ignacio nos pone frente a este Dios verdadero, Dios Nuestro Señor, Jesucristo, Testigo de Verdad. Y nos hace considerar verdades sobre nuestra vida, esas verdades elementales, a las cuales nos hará recurrir en los momentos más decisivos de la elección (cfr EE 170; 184-185)»[39]. Bergoglio insistía en este punto: «El Señor, al darnos la misión, nos funda. […] Jesús nos funda en su Iglesia, en su santo pueblo fiel, para gloria del Padre»[40]. Ese Señor que nos funda nos evoca «la imagen del Señor siempre mayor que san Ignacio nos propone en el “Principio y Fundamento”»[41]. Cristo nuestro Señor es, en los Ejercicios, el punto central de la historia personal y de la historia de la salvación.

Desde aquí podemos echar una mirada de conjunto al capitulario, donde lo más llamativo es que el enunciado de las secciones principales ostenta siempre, salvo en una ocasión, el mismo sujeto, «El Señor» (¿un guiño a Guardini?). Veamos la secuencia en su conexión con los temas básicos de los Ejercicios: 1) El Señor que nos funda («Principio y Fundamento»); 2) El Señor que nos reprende y nos perdona; 3) El espíritu del mundo o el “Antirreino” (meditación de los pecados); 4) El Señor que nos llama y nos forma; 5) El Señor que nos forma (meditación del Reino); 6) El Señor que combate por nosotros y con nosotros; 7) El Señor que nos misiona (las Dos banderas); 8) El Señor que nos reforma (los tres binarios); 9) El Señor que nos unge (las tres maneras de humildad); 10) El Señor, muerte y resurrección nuestra; 11) El Señor que nos transforma con su amor («Contemplación para alcanzar amor»).

Estos enunciados permiten hacer el recorrido por los momentos básicos de las cuatro semanas de los Ejercicios: pecado; contemplación de la vida pública del Señor desde la meditación del Reino; pasión, cruz y muerte; pascua y contemplación para alcanzar amor. Aparte del gusto por las fórmulas polares (el Señor que nos reprende y nos perdona; el «Antirreino» y el Reino; el Señor que combate por nosotros y con nosotros), la estructura del capitulario pone un acento especial en las contemplaciones típicamente ignacianas: Reino, Banderas, Binarios, Maneras de humildad. La razón de fondo estriba en la importancia dada a «la elección», como centro de la experiencia espiritual de los Ejercicios, siguiendo los pasos de Fiorito y Fessard. Sin embargo, a la hora de buscar un principio de fondo son determinantes las observaciones que ese director de Ejercicios que es Bergoglio hace bastante al final, cuando considera que se ha traspasado el momento decisivo de la experiencia: «Una vez hecha nuestra elección o reforma de vida nos vamos a los pies del Señor junto al madero de la cruz para pedirle que nos fortalezca para llevarlo adelante, siguiendo el antiguo adagio acerca de la dinámica de los Ejercicios: Deformata reformare, reformar lo que había sido deformado por el pecado; reformata conformare, lo reformado configurarlo con la vida del Señor; conformata confirmare, lo configurado fortalecerlo frente a la Pasión y la Cruz del Señor; confirmata transformare, lo confirmado transfigurarlo a la luz de la resurrección»[42].

Por lo pronto, hemos de notar que «el antiguo adagio acerca de la dinámica de los Ejercicios», con sus cuatro oposiciones clásicas, se encuentra asumido y explicado en La dialéctica de los Ejercicios Espirituales de G. Fessard[43]. A su juicio, como ya hemos señalado más arriba, resulta capital la decisión de san Ignacio al abandonar el esquema tradicional de las tres vías (purgativa, iluminativa, unitiva), para adoptar la división personal de las cuatro semanas, que jalonan estos cuatro movimientos: deformatareformataconformataconfirmata. Por consiguiente, en la secuela de Fessard, Bergoglio asume el esquema dialéctico que establece «dos antes» y «dos después» en razón de la elección: los «dos antes» previos al acto de libertad corresponden, de manera sucesiva, al tiempo espiritual de la primera semana (reformar lo deformado por el pecado: El Señor que nos reprende y nos perdona), y de la segunda semana (configurar lo deformado con la vida del Señor: El Señor que nos llama y nos forma); los «dos después» tras la elección apuntan en la doble dirección que establece, primeramente, la tercera semana (confirmar lo configurado por la pasión y cruz del Señor: El Señor, muerte nuestra), y finalmente, la cuarta semana (transfigurar lo confirmado a la luz de la resurrección: El Señor que nos transforma con su amor).

Añadamos una última observación. Las cuatro meditaciones, Reino, Dos banderas, Tres binarios, Tres grados de humildad, componen la estructura que acompaña a la contemplación de los misterios de la vida y muerte del Señor. Los Tres grados de humildad resumen el proceso seguido por el ejercitante hasta ese momento, y el tercer grado, en concreto, resume el antes y anuncia el después. Francisco le ha dado este título: El Señor que nos unge. Se unge lo que debe ser perfeccionado, ser ungido es participar en la sabiduría de la cruz de Cristo[44].

En esta reconstrucción de la teoría y de la práctica de los Ejercicios espirituales de Jorge Mario Bergoglio se pone de manifiesto que ha sido un asiduo lector de G. Fessard. Para concluir, es interesante constatar que una fuente permanente de inspiración de estos Ejercicios es la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de san Pablo VI. De ahí está tomado ese lema que el Papa Bergoglio utiliza con gusto en su programa de renovación eclesial: «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»[45].

  1. Cf. S. Madrigal, «Aproximación a una mística eclesial: evangelizadores con Espíritu desde el espíritu del Vaticano II», en Íd., El giro eclesiológico en la recepción del Vaticano II, Sal Terrae, Maliaño 2017, 455-477.
  2. J. M. Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza. Ejercicios espirituales a los obispos españoles, BAC, Madrid 2013, 63 (n. 44). Cf. S. Madrigal, «El combate espiritual. Las raíces ignacianas de Francisco», en Íd., De pirámides y poliedros. Señas de identidad del pontificado de Francisco, Sal Terrae, Maliaño 2020, 237-276.
  3. Cf. «¿Qué son los jesuitas? Origen, espiritualidad, características propias», en J. M. Bergoglio, Reflexiones espirituales sobre la vida apostólica, Ed. Diego Torres, Buenos Aires 1987, 245-262.
  4. A. Spadaro, «Entrevista. Papa Francisco: Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos» en Razón y Fe 268 (2013) 249-276, 252.
  5. Ibid., 253-254.
  6. Cf. J. M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, Ed. Diego Torres, Buenos Aires 1982, 193.
  7. M. Borghesi, Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual. Dialéctica y mística, Encuentro, Madrid 2018, 37. A. Ivereigh, El gran reformador. Francisco, retrato de un papa radical, B ediciones, Barcelona 2015, 116.
  8. Cf. M. A. Fiorito, Escritos I-V, Edición preparada por J. L. Narvaja, La Civiltà Cattolica, Roma 2019.
  9. Cf. M. A. Fiorito, «Cristocentrismo del Principio y Fundamento de San Ignacio», en Escritos II, 27-51.
  10. Cfr Íd., «La opción personal de S. Ignacio: Cristo o Satanás», en Escritos I, 162-183, 164.
  11. G. Fessard, La dialéctica de los «Ejercicios espirituales» de san Ignacio de Loyola, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 2010.
  12. Francisco, «Miguel Ángel Fiorito, maestro di dialogo», en Civ. Catt. 2020 I 109.
  13. Cf. R. Guardini, L’ opposizione polare. Saggio per una filosofia del concreto vivente, Brescia, Morcelliana, 1977.
  14. M. Borghesi, Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual, 139-182. M. Sievernich (ed.), Papst Franziskus. Texte, die ihn prägten, Lambert Schneider, Darmstdt 2015, 115-130.
  15. Francisco, «Miguel Ángel Fiorito, maestro di dialogo», cit., 110. Cf. M. A. Fiorito, «Cristocentrismo del Principio y Fundamento», en Escritos II, 51, nota 88.
  16. Papa Francisco, grabación de audio (3 de enero de 2017), en M. Borghesi, Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual, 40.
  17. Cf. J. Servais, «Jorge Bergoglio and the theologians who shaped his readings of the Spiritual Exercises» en Gregorianum 99, 3 (2018) 483-507, 488.
  18. Francisco, «Miguel Ángel Fiorito, maestro del diálogo», 5.
  19. Ibid, 110 s. Cf. M. A. Fiorito, «La opción personal de S. Ignacio: Cristo o Satanás», en Escritos I, 163-164.
  20. Ibid., 175.
  21. Francisco, «Miguel Ángel Fiorito, maestro del diálogo», cit., 5.
  22. J. M. Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, cit., 10 (n. 7).
  23. J. M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, 35.
  24. M. A. Fiorito, «Teoría y práctica de los Ejercicios espirituales según Gaston Fessard», Escritos I, 233-250, 235.
  25. Cf. G. Fessard, La dialéctica de los Ejercicios espirituales, cit., 33-53.
  26. M. A. Fiorito, «Teoría y práctica de los Ejercicios espirituales según Gaston Fessard», cit., 239.
  27. G. Fessard, La dialéctica de los Ejercicios espirituales, cit., 221.
  28. Ibid., 223.
  29. Ibid., 383-456.
  30. Ibid, 427.
  31. J. M. Bergoglio, Meditaciones para religiosos, cit., 35-36.
  32. Ibid. 114-127.
  33. Cf. J. M. Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, cit., 51 (n. 34).
  34. Ibid., 47 (n. 32).
  35. Ibid., 51 (n. 34).
  36. Cf. «Entrevista: Papa Francisco», en Razón y Fe 268 (2013) 253.
  37. Ibid., 254.
  38. Cf. J. M. Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, cit., 9 (n. 6-7).
  39. J. M. Bergoglio, Reflexiones espirituales sobre la vida apostólica, 17.
  40. J. M. Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, 14 (n. 12).
  41. Ibid., 15-16 (n. 14).
  42. Ibid., 101 (n. 73).
  43. Cf. G. Fessard, La dialéctica de los Ejercicios espirituales, cit., 52-53; 245-259.
  44. Cf. J. M. Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, cit., 97-98 (n. 71).
  45. Ibid., 80-81 (n. 56).
Santiago Madrigal
Estudió en la Universidad Pontificia Comillas, donde obtuvo la licenciatura en Filosofía y el bachillerato en Teología. Es licenciado en Teología por la Philosophisch-Theologische Hochschule Sankt Georgen de Fráncfort, Alemania. Es doctor en Teología por la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), donde imparte desde 1995 los cursos de Eclesiología y Teología ecuménica.

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