Vida de la Iglesia

Los laicos como maestros en la Iglesia

Escritores, cineastas, artistas y compositores

© Wikimedia / Charles Cameron Macauley (Foto coloreada por YIN Renlong / La Civiltà Cattolica)

En su audiencia general semanal del 27 de mayo de 2015, el Papa Francisco aconsejó a los novios que leyeran la novela I promessi sposi («Los novios»), de Alessandro Manzoni. De hecho, era consciente de que escritores como éste, que no son ni obispos ni sacerdotes, pueden enseñar a la Iglesia mucho sobre la fe y la vida cristiana. La obra clásica de Manzoni retrata la problemática historia de amor de Renzo y Lucía. Como «obra maestra sobre el noviazgo», contiene lecciones que siguen siendo importantes para los jóvenes de hoy, porque muestra la resistencia heroica que necesitan los seguidores de Jesús para afrontar el sufrimiento y enfrentarse incluso a los grandes males con la esperanza de que llegue la justicia divina.

En su exhortación apostólica de 2016 Amoris laetitia (AL), sobre el amor en la familia, el Papa citó a Jorge Luis Borges (cf. AL 8) y a otros escritores modernos (cf. AL 107; 181). Aunque nunca han sido considerados oficialmente como maestros para los católicos y otros cristianos, tienen muchas cosas importantes que enseñarnos, en este caso sobre la vida familiar.

La misma exhortación apostólica abrió nuevos horizontes al citar una película, favorita del Papa, El festín de Babette: «Puesto que estamos hechos para amar, sabemos que no hay mayor alegría que un bien compartido». (AL 129). El intercambio desinteresado de Babette aporta una gran alegría a las personas que han vivido vidas duras y rígidas; su amor les abre a las sencillas alegrías de la vida.

Para conmemorar el 700 aniversario de la muerte de Dante Alighieri, el Papa Francisco escribió la carta apostólica Candor lucis aeternae el 25 de marzo de 2021. En la Introducción afirma que Dante «supo expresar, con la belleza de la poesía, la profundidad del misterio de Dios y del amor». Volveremos más adelante al poeta florentino y lo que consiguió como maestro de los cristianos y, por supuesto, de todos los seres humanos.

Podríamos añadir que todos los hombres y mujeres – bautizados como Dante o no -, cualquiera que sea la posición que ocupen en la Iglesia o en la sociedad, son, por naturaleza, maestros además de aprendices. Como observa el teólogo jesuita Bernard Lonergan en su clásico Insight, «hablar es un arte humano fundamental; a través de él cada persona revela [a los demás] lo que sabe»[1].

El Concilio Vaticano II sobre la función docente de los laicos

El Concilio Vaticano II (1962-65) transmitió una visión integradora, incluso universal, de quienes pueden contribuir a la función docente de la Iglesia. Por estar bautizados, todos los cristianos participan en el triple «oficio» de Cristo como sacerdote, profeta y rey-pastor. La idea de San John Henry Newman de que los laicos reciben este triple oficio – en particular, el oficio profético – le inspiró a escribir el importante ensayo de 1859 Consulta a los fieles en materia doctrinal[2].

Pero Newman no fue el único que preparó el camino para que el Vaticano II reconociera el potencial de la enseñanza laica. En Jalones para una teología del laicado[3], Yves Congar dedicó tres capítulos a la participación de los laicos en el oficio sacerdotal, real y profético (en ese orden) de Cristo. Otro libro sobre el laicado, escrito por Gérard Philips, un teólogo que desempeñaría un papel importante en el Vaticano II, apareció en 1962, poco antes de la apertura del Concilio: Pour un christianisme adulte[4]. En uno de los capítulos de este libro expuso las tres funciones de los laicos como «pueblo sacerdotal, profético y real».

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En la historia de los concilios generales de la Iglesia, el Vaticano II abrió un nuevo camino al introducir explícitamente el magisterio de los laicos: en particular, en un capítulo de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium (LG), en los números 30-38, y en el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos Apostolicam Actuositatem (AA). Varios pasajes de otros documentos del Vaticano II contienen otras referencias al magisterio de los laicos: por ejemplo, en el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes (AG), números 15 y 21. Ninguno de los 20 concilios ecuménicos anteriores había propuesto nunca una doctrina de este tipo sobre la vida y la misión de los laicos, en particular en su calidad de maestros proféticos[5].

El capítulo 4 de la Lumen Gentium desarrolla el triple oficio de los laicos como sacerdotes, profetas y reyes (en ese orden). En primer lugar, «Cristo Jesús, el supremo y eterno Sacerdote» concede a los laicos participar en su «oficio sacerdotal», para ofrecer el culto espiritual en el Espíritu Santo «para gloria de Dios y la salvación de los hombres» (LG 34).

En segundo lugar, Cristo, «el gran Profeta, que proclamó el reino del Padre», ahora «cumple su misión profética […], no sólo a través de la Jerarquía, […] sino también por medio de los laicos». Los «constituye en testigos» y «pregoneros de la fe» (LG 35). Anteriormente, la Lumen Gentium había declarado que en su «Iglesia doméstica los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe» (LG 11). Y el Papa Francisco ha destacado a menudo el papel esencial de los padres como educadores. Por ejemplo, el 20 de mayo de 2015 concluyó su audiencia rezando para que todos los padres tengan la confianza, la libertad y el coraje de llevar a cabo esta misión suya como educadores.

En tercer lugar, «también por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino». El oficio real de los laicos se expone de forma aún más amplia que su oficio sacerdotal y profético (cf. LG 36).

En la medida en que han sido «hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo», los bautizados «ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano» (LG 31). Están llamados a enseñar (como profetas), a santificar (como sacerdotes) y a gobernar (como reyes-pastores).

¿Con qué autoridad enseñan los laicos

Pero como los laicos no son parte del «sagrado ministerio», la Lumen Gentium especifica que, a diferencia de los pastores, su función no se expresa «enseñando con la autoridad de Cristo» (cf. LG 32). Sólo los ministros ordenados «representan a Cristo» (LG 37). El Concilio se cuidó de mantener la distinción entre los laicos, que participan en la misión profética y educativa de Cristo, y los obispos – y sus colaboradores sacerdotales en el ministerio ordenado – que a su vez la llevan a cabo.

En cuanto a la función profética y docente de los laicos, el Vaticano II reconoció que los fieles no ordenados son constituidos por Cristo como «instrumentos vivos» comprometidos en la evangelización de su Reino (cf. LG 33). En cierto sentido, por tanto, los laicos tienen también la capacidad de enseñar en nombre de Cristo, de valerse de su autoridad y de representar su persona. Es principalmente a través de él que han recibido una participación en la «misión salvadora de la Iglesia» (LG 33) y, en particular, en su oficio de enseñanza profética.

El capítulo 4 de LG ha proporcionado otros dos términos útiles: los carismas de todos (cf. LG 30) y la experiencia de los laicos (cf. LG 37). Estos sugieren una forma creíble de distinguir – pero no de separar – la misión docente del magisterio y la de los laicos. Mediante la ordenación episcopal, los obispos asumen una función docente oficial. En cuanto a los laicos, con sus carismas y experiencias personales pueden aportar una «profundización de la verdad revelada» (LG 35), que los establece como maestros eficaces en la Iglesia y en el mundo.

Justo al final del Vaticano II, la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes (GS) une singularmente a la Iglesia y al mundo en la enseñanza de los laicos: «Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana» (GS 43). Esto significa que los laicos ejercen su oficio profético como testigos de Cristo en su vida conyugal y familiar (cf LG 5; AA 11; 30) y en la actividad pública, especialmente en el lugar de trabajo (cf LG 25).

Por último, el Concilio Vaticano II alabó «esa legión tan benemérita […] que está formada por catequistas [laicos], hombres y mujeres», cuya misión es «enteramente necesaria» (AG 17). Por definición, los catequistas son maestros y deben contarse entre las figuras esenciales de la Iglesia docente.

Escritores y directores

Sin duda, el Vaticano II se expresó ampliamente sobre la misión – en particular, sobre la misión educativa – de los laicos en la Iglesia y para la Iglesia. Pero también debemos considerar la aplicación de esta enseñanza y, como el Papa Francisco, proponer ejemplos de fieles bautizados que enseñen a la Iglesia. En efecto, ellos pertenecen a la «tradición viva» (Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum [DV], n. 12) y desempeñan un papel importante en la enseñanza de la autorrevelación divina, que alcanzó su culminación en Jesucristo.

Empecemos por dos grupos: los escritores y los directores de cine. Para la Iglesia, son maestros y voces significativas de esa «tradición viva», que es uno de los canales de la autocomunicación divina.

Según una tradición desarrollada por Evagrio Póntico (345-399) y Gregorio Magno (aprox. 540-604), los «siete pecados capitales» son la soberbia, la avaricia, la lujuria, la envidia, la gula, la ira y la pereza. Evagrio y luego Gregorio reelaboraron así la verdad de la pecaminosidad humana. Cuando recibimos la buena noticia de Jesús, debemos arrepentirnos de nuestros pecados (cf. Mc 1,15).

Varios siglos después de Gregorio, Dante Alighieri (1265-1321) hizo una descripción detallada de la vida moral, imaginando una larga subida a la montaña del Purgatorio. Dividió ese monte en siete cuadros, donde los pecadores son purificados de los pecados capitales. Están ordenados desde el peor, la soberbia, hasta el menos grave, la lujuria. Dante conocía la enseñanza bíblica de los diez mandamientos, pero consideraba más comunicable la doctrina de los siete pecados capitales.

La elección del poeta resultó ser muy acertada. Durante siglos, su Purgatorio fue un vívido manual para que los cristianos examinaran sus conciencias sobre los pecados que habían cometido. Dante ha contribuido a mantener viva esta enseñanza hasta los tiempos modernos. Películas como Los siete pecados capitales (1962) – dirigida por nueve directores – muestran cómo esta doctrina tradicional se ha mantenido sólida y eficaz a lo largo del tiempo. Así lo reconocen las numerosas personas que han visto la interpretación teatral de Marcel Marceau (1923-2007) de estos pecados a través de su pantomima muda.

El Catecismo de la Iglesia Católica de 1993 enumera los siete pecados capitales, que sutilmente pueden generar otros (nº 1866). En otro lugar los expone individualmente: soberbia (nº 1931), avaricia (nº 1849), lujuria (nº 2541), envidia (nº 2553), gula (nº 2290), ira (nº 2302) y pereza (nº 2094).

A través de su imaginativa peregrinación al otro mundo en la Pascua de 1300, Dante pudo enseñar a la Iglesia cristiana mucho más que una doctrina sobre el pecado. Producto brillante de la revelación divina y del genio humano, la Divina Comedia rebosa de enseñanzas sobre el papel de la razón natural, la oración del «Padre Nuestro», el amor divino y humano, y muchas otras verdades de la revelación, hasta el punto de mostrarnos el propósito y la meta de nuestras vidas: la visión beatífica del Dios trino. Ninguna otra obra escrita por un laico ha tenido un impacto tan fuerte y didáctico en el cristianismo – y más allá de sus fronteras – como la de Dante.

Además de ser un monumento clásico de la literatura universal, la Commedia debe considerarse una obra fundamental entre los textos postbíblicos de la «Iglesia docente» por la enorme influencia que ha tenido. Lo que Dante nos ha dejado es uno de los más grandes tratados teológicos, que debería colocarse junto al libro de un sacerdote (que pronto se convirtió en obispo), las Confesiones de San Agustín; y la obra de un sacerdote teólogo, la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino.

Sobre algunos artistas cristianos – por ejemplo, Sandro Botticelli y William Blake – Dante ejerció una profunda influencia[6], lo que confirma el hecho de que debe ser considerado como uno de los más grandes escritores cristianos seculares. Pero no está solo. Entre los exponentes de la «Iglesia docente» hay muchos otros, tanto hombres como mujeres. Podemos citar a poetas como Thomas Stearns Eliot y John Milton; a apologistas como Gilbert Keith Chesterton, Clive Staples Lewis, Romano Guardini y Dorothy L. Sayers; a escritores de ficción como Georges Bernanos, Miguel de Cervantes, Fyodor Dostoevsky, Flannery O’Connor y Lev Tolstoy. Todos ellos han ayudado a innumerables hombres y mujeres a comprender y vivir el mensaje de Jesús, demostrando así ser maestros de la Iglesia.

En este contexto, no debemos olvidar a las místicas clásicas, como Juliana de Norwich, Hildegarda de Bingen y Catalina de Siena. La contribución a la enseñanza de la oración y otros aspectos de la vida espiritual de Hildegarda, Catalina, Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux ha sido reconocida oficialmente, y se las ha contado entre los «doctores de la Iglesia». Estos santos nunca recibieron la ordenación sacerdotal y, sin embargo, hace tiempo que se establecieron como maestros creativos para la Iglesia cristiana, e incluso más allá.

Los laicos enseñan a través del cine

En un mundo en el que la pantalla es la forma de arte dominante, el cine no debe ser descuidado. A veces recurre directamente a los relatos bíblicos, como Noé (2014), de Darren Aronofsky, La Pasión de Cristo (2004), de Mel Gibson, El Evangelio según San Mateo (1964), de Pier Paolo Pasolini, o Jesús de Nazaret (1977), de Franco Zeffirelli. Otras veces dialoga más veladamente con el mensaje de las Escrituras, como Jésus de Montreal (1989), de Denys Arcand, y Silencio (2016), de Martin Scorsese.

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No podemos ignorar las películas que muestran la vida de los cristianos. Hombres de Dios (2010), de Xavier Beauvois, presenta la vida y la muerte de los nueve trapenses asesinados en 1996 durante la guerra civil argelina. El Camino de Santiago (2010), de Emilio Estévez, contaba la historia de un médico que, tras la trágica muerte de su hijo adulto, emprende el Camino de Santiago, donde se encuentra con otros tres compañeros de peregrinación. Este tipo de películas forman parte de la misión pedagógica de los cristianos, porque muestran cómo se expresa la fe cristiana en las acciones y el culto.

Hay grandes películas que cuentan historias de redención humana, como lo hacen las obras maestras literarias. Por ejemplo, Midnight Cowboy (1969), Tres colores – Azul (1993), Tres colores – Rojo (1994), Gran Torino (2008) y Tres anuncios en las afueras (2017). Uno puede preguntarse si se puede hablar de «pre-evangelización» en estos casos, pero ciertamente estas películas transmiten el mensaje de que uno es redimido por la sangre de Cristo.

Artistas

Hay un amplio ejército de laicos que, como escultores, arquitectos, escritores de íconos, pintores y tejedores de tapices, han demostrado ser eficaces maestros cristianos. Muchos de ellos permanecen en el anonimato, pero han enseñado a generaciones y generaciones de cristianos cómo adorar, en qué creer y cómo comportarse.

Desde las catacumbas del cristianismo primitivo, los artistas enseñaron a la Iglesia. Luego, cuando el arte cristiano se desarrolló, produjo edificios de gran riqueza pedagógica, como la basílica de Santa Maria Maggiore en Roma, la abadía y la catedral de Monreale y la catedral de Chartres. Estos edificios y su contenido siguen siendo testimonios elocuentes a través de los cuales sus creadores, en su mayoría desconocidos para nosotros, transmitieron el mensaje de Cristo y las características de la vida cristiana. Los vitrales de la catedral de Chartres cuentan toda la historia de la salvación, y en cada una de ellas el Antiguo y el Nuevo Testamento se interpretan mutuamente.

Pinturas, frescos y mosaicos anuncian e ilustran el Evangelio cristiano y le rinden homenaje. Muchos pintores se han centrado en la historia de la pasión de Jesús, especialmente en la institución de la Eucaristía. En su comentario al Evangelio de Mateo, Ulrich Luz ha utilizado ocho representaciones artísticas de la Última Cena, que van desde obras clásicas de Duccio di Buoninsegna, Leonardo da Vinci y Tintoretto hasta una obra expresionista de Emil Nolde, pintada en 1909[7]. Los artistas se centran en la institución de la Eucaristía o en su celebración a lo largo del tiempo. Representan la muerte inminente de Jesús como un sacrificio, o subrayan el significado de la Última Cena como mesa de comunión. Puede que nunca hayan tenido la intención de ejercer una función de enseñanza para los cristianos y los demás, pero en la práctica sus dotes personales y su esfuerzo les hicieron capaces de cumplir esa función.

Lo mismo ocurre con las pinturas de Cristo crucificado. Muchos cristianos y otras personas han aprendido lo que significa la pasión y la muerte de Jesús contemplando la Crucifixión de Rafael (1503), el Altar de Isenheim de Matthias Grünewald (1516), las diversas obras de El Greco, Rouault y Rembrandt, y muchos asombrosos retratos de la crucifixión de África y América Latina.

También podríamos recordar cómo Caravaggio, El Greco, Grünewald, Miguel Ángel y Piero della Francesca representaron e interpretaron a Jesús resucitado. Estos y otros artistas enseñaron a la Iglesia lo que significa la resurrección de Jesús crucificado.

Por sus dotes personales de pintores, muchos cristianos laicos han pasado a la historia como eminentes maestros de la Iglesia cristiana. Lo mismo puede decirse de un pintor judío, Marc Chagall (1887-1985), autor de la Crucifixión blanca. Chagall pintó esta obra después de la Kristallnacht «Noche de los Cristales», que tuvo lugar entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938, cuando los nazis de Alemania y Austria destruyeron o devastaron 7.500 comercios y tiendas judías y casi 1.000 sinagogas, detuvieron hasta 30.000 varones judíos y mataron al menos a 91. Ese pogromo anticipó la Segunda Guerra Mundial y la destrucción sistemática del pueblo judío en Europa.

En la composición de Chagall, un largo rayo de luz blanca confiere belleza a la crucifixión e infunde una sensación de paz orante en el rostro de Cristo, realzada por el manto de oración que cubre sus caderas. El sufrimiento de los judíos destaca en ambos lados del cuadro. A la derecha del Cristo crucificado vemos un pueblo saqueado y quemado, mientras que abajo, un grupo de refugiados huye en una barca. A su izquierda, la quema de una sinagoga. Debajo de la cruz, varias personas huyen a pie. Una menorá encendida se une al haz de luz sobre el que yace Cristo muerto en la cruz e ilumina a los judíos que huyen. Estos detalles son una fuente de belleza y esperanza para aquellos que sufren con Jesús, su compañero judío.

La Crucifixión blanca de Chagall retrata el sufrimiento infligido a los judíos, y lo hace asociándolos con Jesús en el Evangelio crucificado. Propone completar los personajes mencionados por Jesús y en los que reconocemos su presencia: el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo y el encarcelado (cf. Mt 25,31-46). La pintura de Chagall nos enseña a añadir a esta lista: «Yo era un judío perseguido y tú me diste refugio». A algunos les puede parecer criticable asociar a un judío no bautizado como Chagall con la «Iglesia docente». Sin embargo, es un judío crucificado y resucitado, el propio Jesús, quien permanece para siempre como cabeza de la Iglesia y encarna un vínculo vivo y personal con el pueblo judío. La experiencia de los judíos sigue enseñando a los cristianos. Y estos últimos pueden aprender el significado de la crucifixión de Cristo de un extraordinario pintor judío, uno de los hermanos de Cristo «en la carne».

Los compositores son maestros

Los compositores de himnos y cantos cristianos, entre los que se encuentran muchos laicos y algunos obispos y sacerdotes, han sido extraordinarios en la enseñanza del culto, la creencia y el comportamiento cristianos. En el cristianismo, tanto oriental como occidental, ha florecido una rica tradición musical basada en la Biblia. Uno de los más bellos cantos de alabanza dirigidos a la Madre de Dios en el Oriente bizantino, el Acatisto, se atribuye al diácono San Román el Méloda (siglo VI) o a un patriarca de Constantinopla. El padre del canto litúrgico en Occidente, San Ambrosio de Milán (340-397), también fue obispo.

Pero muchos de los que componían himnos y cantos no eran obispos. La música sacra, que se sigue enseñando por doquier en los seminarios, se remonta a menudo a personas que no pertenecían al magisterio oficial. Esos compositores resultaron ser los principales exponentes de la «Iglesia docente». El Stabat Mater, un himno dramático medieval inspirado en Jn 19,25-27 y atribuido a un religioso que no era sacerdote, describe el sufrimiento de la Virgen María durante la crucifixión de su Hijo. Se utilizaba mucho en la celebración de la Eucaristía y en el Vía Crucis. Junto con el Ave María y el Magnificat, el Stabat Mater fue musicalizado por Bach, Brahms, Dvořák, Gounod, Haydn, Palestrina, Schubert, Verdi, Vivaldi y otros famosos compositores. No todos pusieron música a los tres textos, pero algunos desarrollaron varias versiones de uno u otro. Giovanni da Palestrina, por ejemplo, puso música a 35 Magnificats. La obra más famosa de todas es probablemente una cantata sobre el Magnificat que debemos a Johann Sebastian Bach. En cuanto a nuestro tema, sólo uno de los músicos nombrados aquí (Vivaldi) era sacerdote, los otros ocho sólo eran laicos bautizados, y sin embargo enseñaron a la Iglesia cristiana a través de sus composiciones.

Las misas compuestas por Bach, Beethoven, Brahms, Byrd, Haydn, Mozart, Palestrina y otros músicos clásicos han ayudado a innumerables personas a apreciar la Eucaristía, el misterio sacramental que está en el corazón del cristianismo. Junto con muchos autores anónimos de misas cantadas, han sido maestros influyentes en la Iglesia mundial. Lo mismo puede decirse de la Pasión según San Mateo de Bach y del Mesías de Georg Friedrich Händel. Estas obras están animadas por numerosos instrumentistas, cantantes, coristas, maestros de coro y directores, es decir, laicos que aportan una contribución indispensable. Todas las parroquias reciben la valiosa aportación de músicos y cantantes, y a veces la música sacra popular enseña a los fieles más que la homilía de los sacerdotes.

Conclusión

Hemos comenzado con los ejemplos – recordados por el Papa Francisco – de laicos admirados por su contribución a la enseñanza de la Iglesia. El Papa los propuso a raíz del Concilio Vaticano II, que subrayó el papel profético de padres y catequistas. Algunos laicos tienen grandes dotes como comunicadores y profesores. Sus carismas personales pueden convertirlos en maestros eminentes para cristianos y no cristianos. Superando la dimensión puramente conceptual, desarrollan la imaginación al presentar temas que pertenecen a la vida de la fe cristiana.

Dentro de la Iglesia, los obispos occidentales y los exarcas orientales constituyen el magisterio y enseñan oficialmente. Al mismo tiempo, innumerables laicos pueden contribuir con su enseñanza a la misión docente de la Iglesia, no sólo como padres y catequistas, sino también en su papel de escritores, directores, artistas y compositores. También ellos enseñan a otros la verdad de la autocomunicación divina en Cristo.

  1. B. J. F. Lonergan, Insight: Uno studio del comprendere umano, Roma, Città Nuova, 2007, 387.
  2. Cfr J. H. Newman, s., Consulta a los fieles en materia doctrinal, Salamanca, Universidad Pontificia de Salamanca, 2001.
  3. Cfr Y. Congar, Per una teologia del laicato, Brescia, Morcelliana, 1953.
  4. Cfr G. Philips, Pour un christianisme adulte, Tournai, Casterman, 1962.
  5. Sobre esta doctrina acerca de los laicos, cfr O. Rush, The Vision of Vatican II: Its Fundamental Principles, Collegeville, Liturgical Academic, 2019, 269-308.
  6. El impacto de Dante en la iconografía cristiana se manifiesta también en los manuscritos medievales, como los conservados en la Biblioteca Nazionale Marciana di Venezia.
  7. Cfr U. Luz, Vangelo di Matteo, 4 vol., Brescia, Paideia, 2006-2013.
Gerald O'Collins
Es un jesuita australiano y teólogo, escritor religioso y académico, conocido por sus trabajos sobre cristología. Enseñó por más de tres décadas en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Entre sus publicaciones destacan Christology: A Biblical, Historical, and Systematic Study of Jesus (Oxford University Press, 1995) y Retrieving Fundamental Theology (CIPG, 1993).

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