Literatura

Joyce y la actualidad del «Ulises»

© YIN Renlong / La Civiltà Cattolica
© YIN Renlong / La Civiltà Cattolica

Este año se cumple el centenario del annus mirabilis del modernismo literario[1], cuando Ezra Pound, Thomas S. Eliot, Virginia Woolf y James Joyce publicaron obras de sorprendente novedad y belleza. El 2 de febrero de 1922 no sólo marcó el 40º cumpleaños de Joyce, sino también la publicación de su obra maestra, el Ulises. Esta obra coronó ocho años de elaboración, pero sus raíces se remontan a los días en que el autor era estudiante[2].

Probablemente ninguna novela en inglés del último siglo haya despertado emociones más fuertes ni haya dado lugar a más reflexiones. En los primeros años, su fortuna se limitó a la élite literaria, pero luego fue ganando un público más amplio en todo el mundo. Un momento importante en la historia del libro se produjo en 1998, cuando ocupó el primer puesto en la encuesta de los lectores de la Modern Library sobre las 100 mejores novelas en lengua inglesa publicadas en el siglo XX; en 2003, también encabezó la encuesta realizada por The Irish Times, junto con The James Joyce Centre, esta vez sobre 50 obras maestras de la narrativa irlandesa en lengua inglesa de todos los tiempos. Sin duda, estas encuestas no están exentas de polémica, pero creemos que ni siquiera a aquellos que no les gustan cuestionarían la importancia de este libro. Tanto si se ama como si se detesta, el Ulises sigue ocupando un lugar destacado en la literatura mundial del siglo pasado.

Un aproximación diferente a la novela

Esta novela tiene una curiosa característica: muchos de sus admiradores fueron antes sus detractores. Yo soy de estos últimos, aunque debo confesar que mi primera lectura del libro, realizada mientras me esforzaba por preparar los exámenes finales de mi primer máster en inglés, fue parcial y apresurada. Aquel verano también me dediqué a mi «magisterio», que es un periodo de la educación jesuita en el que también se acude a los colegios de la Compañía. Obtuve buenas notas en esos exámenes, pero, como la mayoría de los estudiantes jesuitas perfeccionistas, no pude evitar indagar en las respuestas en que me equivocaba. El examen escrito contenía un número especialmente elevado de preguntas sobre la obra maestra de Joyce, y descubrí que me había ido mal en esa área.

Así pues, mi primer encuentro con el Ulises -no quiero llamarla lectura- no fue alentador. Durante años sentí cierto resentimiento hacia ella. Pero luego aprendí a amarla y a leerla, a convertirla en objeto de mi enseñanza e investigación siempre que tenía la oportunidad. Actualmente es el tema principal del curso que felizmente he impartido en tres universidades, a las que se sumará una cuarta este otoño. La experiencia me hizo darme cuenta de que ningún libro, salvo la Biblia, consigue convertir a un grupo de desconocidos en una comunidad como lo hace el Ulises de Joyce, es decir, que atrae los corazones y las mentes de los lectores y convierte a todos los miembros de la clase en expertos en alguna dimensión del texto, al menos por un día[3].

¿Por qué he cambiado de opinión sobre el Ulises? Diría que se lo debo principalmente al hecho de haberla leído y luego enseñado en Dublín, entre las personas cuyos barrios, iglesias, escuelas y antepasados directos menciona la novela. Dos de mis compañeros de casa pertenecían a este último grupo, mientras que un tercero, un sacerdote de noventa años, llevaba el mismo nombre que un jesuita descrito en el libro y se había librado por poco de conocer a su homólogo en la vida real, al que además había oído describir como un «loco de atar».

Pero no sólo en mi casa el Ulises difuminó los límites entre la realidad y la ficción: en aquel momento Irlanda, gracias a un crecimiento económico que la había convertido en el «Tigre Celta», recibía una afluencia importante de emigrantes, entre los que Rudolph Virag, el padre de Leopold Bloom, se habría encontrado como en su casa. El país también estaba integrando a miles de refugiados y se enfrentaba más que nunca a su identidad multicultural y multirracial. El hecho de que Joyce haya adoptado la perspectiva del hijo de un inmigrante y de un judío parecía muy importante en 2004, el centenario del primer Bloomsday. Si el escritor había retratado a Bloom como el último forastero de su tiempo, la Irlanda de principios del siglo XXI parecía abierta a la aportación de experiencia y sabiduría que ofrecían sus residentes recién llegados, a los que ese país nunca etiquetó oficialmente como aliens, «extranjeros». En resumen, el Dublín de 2004 parecía reintroducir más de un atisbo del Dublín de 1904, y el libro que retrataba este último de forma tan exhaustiva adquiría una relevancia que no había tenido cuando me disponía a realizar mis exámenes de maestría 10 años antes, al otro lado del globo.

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

Si el Ulises tenía mucho que decir en aquel tiempo y lugar, ahora lo tiene aún más. La pandemia de Covid-19 está lejos de llegar a su fin, así como la Gran Guerra no había terminado cuando Joyce escribió su obra maestra. Esto no le impidió soñar con un mundo mejor y, para empezar, le llevó a recrear un Dublín más feliz, sin problemas por una guerra de independencia que estaba a punto de convertirse en una guerra civil. Joyce fue capaz de ofrecernos los puntos de vista críticos, pero en última instancia benévolos, de tres de sus forasteros: un judío de mediana edad con una sexualidad indefinida; un ama de casa crónicamente aburrida, en la que la mayoría de los hombres proyectan sus deseos sexuales; y un joven artista pobre con grandes ambiciones, que parecen inalcanzables para todos menos para él. Para Joyce, estos tres personajes se convirtieron en los intermediarios a través de los cuales pudo imaginar un mundo menos asolado por la guerra y el odio y más impregnado de D’amor la vecchia dolce canzone, por citar el título de la ópera que desde entonces se ha convertido en el himno no oficial del libro.

La soledad, una característica de los protagonistas de la novela

¿Qué sabiduría puede ofrecer el Ulises, 100 años después de su publicación, a un mundo donde la pandemia ha exacerbado las divisiones y donde dos años de ansiedad y aislamiento han llevado a la gente a la paranoia? Tal vez nos eche una mano para entender la raíz de nuestros problemas, entonces como ahora: la soledad.

Ulises es un libro que se toma muy en serio la soledad. Revela la conciencia de una verdad que los científicos nos han confirmado a lo largo de los años, a saber, que la soledad puede poner a prueba la salud mental, física y espiritual de las personas. En cierto modo, los tres protagonistas de la novela se parecen en su marginación: en el día que describen, ninguno de ellos tiene una amistad verdadera, sincera, de igual a igual. Bloom tenía amigos de pequeño, pero los ha perdido; Stephen tiene compañeros de copas, pero nadie se preocupa por él en absoluto, excepto Bloom, un semidesconocido; la mayoría de los hombres ven a Molly como un objeto sexual y, en cuanto a las mujeres, no ha tenido relaciones duraderas con ninguna, incluida su madre.

Su soledad se expresa en términos conmovedores, ya que los lectores tienen acceso directo a sus pensamientos íntimos. Por ejemplo, en «Proteo», Stephen, tumbado en la playa de Sandymount, anhela el contacto humano y la intimidad. Se imagina diciendo a un amante: «Tócame. Ojos suaves. Mano suave, suave, suave. Me siento solo aquí. […] Estoy tranquilo aquí solo. Y triste. Tócame, tócame»[4]. Bloom nunca ha estado tan solo como en «Las sirenas», cuando su espíritu se rinde al influjo de la música melancólica y a la constatación de que su mujer le está engañando en ese mismo momento. Para distraerse, escribe unas líneas a una mujer que no conoce, con la que mantiene una relación epistolar: «Me siento tan triste. P. S. Tan solo para florecer»[5].

Sin embargo, Molly lo hace mejor que su marido en las cartas que escribe en su soledad. En «Penélope», confiesa que a veces su aislamiento era tan agotador que se escribía cartas a sí misma: «Los días eran como años, ni una carta de un alma, excepto las pocas que me dirigía a mí misma con trozos de papel en ellas, tan aburridas que de buena gana habría arañado a alguien»[6]. Compara el hecho de estar en casa con «sentirse encerrada como en una prisión o asilo»[7]. Los protagonistas del Ulises dan voz a ese profundo anhelo de contacto y comunicación que hemos experimentado durante los largos meses y años de esta pandemia.

Podríamos pensar que somos más afortunados que ellos, ya que para nosotros el periodo de aislamiento y soledad llegará a su fin. Para Stephen, Bloom y Molly, las perspectivas no son tan halagüeñas. El primero sabe que su estrategia personal y artística tendrá que contemplar el exilio. Nunca habrá un lugar para él entre los «literatos»: el episodio «Escila y Caribdis» lo deja claro. De la misma forma, Dublín nunca aceptará a Bloom como uno de los suyos, y desde luego no lo nombrará alcalde, como fantasea en un conmovedor pasaje de «Circe». Ni siquiera Molly puede escapar de su posición marginal en Dublín: aunque su canto es apreciado, nunca recibirá un cumplido sin que un hombre añada un comentario sobre sus «opulentas curvas»[8] y el hecho de que tiene «bastantes números»[9]. Los protagonistas del Ulises están atrapados en Dublín, mientras que nosotros podemos aprender de ellos algunas lecciones sobre cómo afrontar la soledad y el aislamiento prolongados.

Stephen se refugia en su arte, y también lo hace Bloom, aunque en niveles diferentes, como muestra el episodio «Eumeo». El arte de Stephen es el del ciudadano refinado del mundo, capaz de interactuar con varios idiomas, géneros y épocas; Bloom prefiere el arte cotidiano, es decir, las canciones populares, los eslóganes, las imágenes publicitarias y las pantomimas navideñas de Dublín. De diferentes maneras, la soledad les lleva a desarrollar un gran aprecio por el arte y su capacidad para estudiarlo y crearlo. Esto es más evidente en el caso de Stephen: por ejemplo, en «Escila y Caribdis» presenta una ingeniosa lectura biográfica de las obras y sonetos de Shakespeare, sólo para admitir que no se los cree. Es fácil menospreciar el arte de Bloom más relacionado con la cultura pop, como sus anuncios imaginarios para un antiguo empleador, la papelería Wisdom Hely. Sin embargo, en «Cíclope», sus habilidades retóricas y fabulatorias resultan tan eficaces que se impone a uno de los oradores más conocidos de Dublín y a sus miopes argumentos xenófobos. El arte de Stephen le empujará lejos de Dublín, mientras que el de Bloom le permitirá vivir allí con cierta satisfacción y orgullo. En cualquier caso, es difícil imaginar que ninguno de los dos sea el artista que es sin haber conocido más que su cuota de aislamiento y rechazo.

La reciente pandemia ha inquietado a muchos artistas de cierta talla, como Stephen y su creador, James Joyce, pero algunos han sabido aprovechar esa experiencia orientando su trabajo hacia objetivos más profundos y originales. Muchos artistas que no pudieron actuar perdieron beneficios, pero en ausencia de los espectáculos, aprovecharon el tiempo para desarrollar y perfeccionar su talento. En cambio, los artistas ordinarios, los que se parecen a Bloom, han experimentado una explosión en los últimos años. Las plataformas de redes sociales, como TikTok, han despegado, lideradas por cocineros caseros, panaderos y expertos en bricolaje, que se han convertido en creadores de contenidos. La personalización de camisetas, la fabricación de jabones y una amplia gama de habilidades pasaron de ser pasatiempos a ser artesanías completas que la gente podía hacer desde su casa. Uno puede imaginarse fácilmente a un Bloom prosperando en este terreno. En «Ítaca», se imagina a sí mismo como «el Bloom de Flowerville», un «hacendado, productor y agricultor»[10] que se dedica a la jardinería, la horticultura, la cría de animales, la fotografía instantánea y la carpintería doméstica, entre otras cosas. Es su sueño para cuando se jubile, pero incluso si su vida se hubiera visto interrumpida por una pandemia, podría haber dejado su profesión habitual para ganarse la vida con su arte, que parece ser mucho más agradable para él que su ocupación ordinaria de agente publicitario.

La soledad puede fortalecer la vida interior

Los personajes del Ulises también nos muestran cómo la soledad puede fortalecer nuestra vida interior. «Proteo» nos da la bienvenida a la mente de Stephen, que denota una amplitud de referencias e ideas que sólo una educación de primera clase y un ambicioso currículo de lecturas pueden transmitir. Las consideraciones de Bloom en los capítulos centrales de la novela, aunque de forma totalmente diferente, son igualmente impresionantes. Dado que su vida ha sido en gran medida tranquila y concentrada en un área tan pequeña, sus reflexiones miran hacia adelante. Desde su posición en la mediana edad, pasa mucho tiempo imaginando posibilidades que cree que todavía están abiertas para él. Este sentimiento se manifiesta en parte en las ensoñaciones de «Circe» y en la revisión catequética de «Ítaca», aunque los lectores sólo consiguen vislumbrar su paisaje interior.

Sin embargo, el verdadero desafío del libro es «Penélope», en el que Molly revela un paisaje psíquico tan amplio que rara vez ha sido igualado en la literatura. Su mirada parece dirigirse sobre todo hacia atrás; tiene mucho que recordar con asombro y cariño. En las casi dos horas y cuarto que se tarda en leer o recitar el episodio, los pensamientos de Molly llevan a los lectores de Gibraltar a Dublín, y de los acontecimientos de su primera infancia a los que ocurrieron esa tarde y noche. Recuerda a sus amantes; hace un recuento de su vida romántica; menciona a todos los miembros de su familia y a los pocos amigos que ha tenido; contempla su cuerpo y sus preocupaciones de salud; se lamenta por el hijo recién nacido que perdió; y, sobre todo, piensa en su marido, en todas sus «ideas torcidas»[11] y en ese «montón de cosas»[12] que sabe, en sus ridículos coqueteos y en sus muchos defectos. Sin embargo, sigue situándolo por encima de todos los hombres de Dublín; recuerda que bebe y gasta con moderación, mantiene a su mujer y a su familia, es bondadoso con las personas y los animales indefensos y se mantiene absolutamente entregado a ella. El capítulo «Ítaca» puede leerse como una enciclopedia, pero también «Penélope», porque la conciencia de Molly entrelaza el pasado y el presente, lo sagrado y lo profano, lo sublime y lo ridículo.

Algunos críticos sostienen que los pensamientos de Molly en «Penélope» no deben entenderse en un sentido real. Aunque es notablemente humana, también representa a la Madre Tierra, el eterno arquetipo femenino, y «la carne que siempre afirma»[13], en palabras de Joyce. Suponiendo que sea así, esas ideas quedan en segundo plano: en primer plano estamos frente a una persona cuya conciencia es capaz de tocar una variedad sorprendente de acordes. Las mentes de los protagonistas muestran a los lectores que la soledad lo pone a uno en un estado de agonía, pero no necesariamente mata. Cuando se vuelve hacia la dimensión artística o contemplativa, ella puede resultar productiva y gratificante.

La «sacramentalidad» del «Ulises»

Nos gustaría proponer otra forma en la que el Ulises podría decir algo sobre nuestra situación actual. Recordemos que el modernismo fue algo más que un mero giro hacia lo nuevo y lo bello: también buscó la esencia de las cosas, los animales y las personas, y la disfrutó. Pensemos en las ciruelas o en la carretilla roja de William Carlos Williams, en los cisnes de Yeats, en el martín pescador de Gerard Manley Hopkins y en el cuadro de Lily Briscoe en Al faro, de Virginia Woolf: en todas estas cosas hay más de lo que parece. Desde una perspectiva católica, tienen cualidades «sacramentales»: en su banalidad contienen y conducen a la alteridad, por vías misteriosas y redentoras. El Ulises de Joyce, a su vez, comparte y ofrece esta visión sacramental del modernismo: un regalo que no puede dejar de reanimar los espíritus cansados y angustiados tras una época de desintegración y dolor.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

En el Ulises, las cosas se convierten en personajes, hasta el punto de que muchas de ellas hablan y actúan en el fantasmagórico episodio de «Circe». El trozo de jabón de Bloom, comprado por Molly, se convierte en una «jabonera»[14] viva y brillante, que expresa un deseo compartido con Bloom de iluminar e ilustrar la creación. Desde una perspectiva católica, se transfigura: su alteridad se hace audible y visible. Más tarde, las gaviotas del río Liffey reaparecen en «Las simplégades», saciadas por los panecillos dulces de Banbury que Bloom les había dado de comer. El graznido de los pájaros es incomprensible, pero Bloom nos lo traduce: los proclama «amigos del hombre. Criado con bondad»[15]. Por último, las campanas de la iglesia de San Jorge reaparecen en «Calipso» y, en lo que podría ser una alusión a «As kingfishers catch fire», de Hopkins, cada una «encuentra el lenguaje para lanzar su nombre»[16]: «¡Hey-o! Hey-o!»[17].

Todo esto en «Circe» es muy divertido, pero los momentos sacramentales más conmovedores se producen en «Ítaca», donde los objetos suelen permanecer en silencio, sin dejar por ello de transmitir realidades profundamente espirituales. Aquí se menciona el contenido de los cajones de Bloom, y los artefactos colocados en el primer cajón conforman la colección de objetos serios y fútiles que reflejan su alma: un broche que perteneció a su madre; unas monedas austrohúngaras, presumiblemente de su padre; un boceto de la primera infancia y una carta de su hija Milly a su querido padre; y, porque Bloom es Bloom, dos postales eróticas. Pero los objetos sacramentales del segundo cajón se ponen realmente serios: su póliza de seguro de vida; su libreta de depósitos bancarios, que revela su pobreza; el recibo de la compra del sepulcro familiar; un libro de oraciones judío desgastado, en el que las gafas de su padre aún llevan la marca del rito pascual; y, por último, la nota de suicidio de su padre, que Bloom sólo puede soportar leer en breves fragmentos. Cada uno de estos objetos transmite su propia verdad al protagonista, hasta que éste -y, con él, el lector- se siente casi abrumado. Esta es la escritura modernista en su mejor forma sacramental.

Además de la sacramentalidad de los objetos, el Ulises retrata una serie de encuentros sacramentales sutiles pero profundos. El jesuita Robert Boyle ha identificado siete «misas» en el Ulises: algunas son paródicas, pero no por ello menos reveladoras, como la misa simulada que abre el libro. Otras muestran una verdadera comunión sacramental, como cuando Bloom y Stephen se encuentran en la cocina del primero, donde, significativamente, comparten «la creación de cacao en serie de Epps»[18]. Boyle muestra cómo estos encuentros se diferencian de los demás en el libro: ya sea porque traen dolor (como la misa simulada) o comodidad (como la hospitalidad en la cocina), las personas convergen en la materia y la forma, comparten deseos de realización que trascienden lo mundano y lo físico. No todo el mundo sale transformado, como Malachi Mulligan en la primera misa, pero Stephen está verdaderamente «orientado» por ese encuentro. Su destino sigue siendo tan misterioso para él como antes, pero ha visto claramente quién no quiere ser: el falso sacerdote, Malachi Mulligan.

¿De qué manera todo esto nos implica? Gran parte de la sacramentalidad del Ulises está presente en el episodio «Ítaca», que se desarrolla principalmente en el interior de la casa de Bloom, una especie de «iglesia doméstica». Los objetos parecen tan animados como las personas. Por ejemplo, en un momento dado la mesa de Bloom emite un «fuerte y único crujido»[19], que permanece sin explicación. Durante la pandemia, los objetos de nuestras «iglesias domésticas» adquirieron un significado más sacramental, especialmente aquellos que podían transmitir la esencia de los familiares y amigos ausentes. La sensibilidad «sacramental» que se encierra en el corazón del Ulises y de gran parte del modernismo exhibe una renovada relevancia hoy en día.

Joyce se jactó en una ocasión de que, si Dublín fuese alguna vez destruida, podría reconstruirse utilizando las descripciones del Ulises. No era una afirmación vacía. De hecho, el contexto que esa novela ayudó a reconstruir fue aún mayor: la literatura del siglo XX. Del Ulises, en este momento, nos hace bien el cuidado que dedica al arte, a la vida interior y al impulso sacramental de recrear nuestra «casa común».

  1. El modernismo se entiende, en literatura, como un movimiento surgido entre los siglos XIX y XX en Europa y América Central y del Sur. Se caracterizó por la búsqueda de nuevas técnicas narrativas y poéticas capaces de renovar la novela y la poesía derivadas del romanticismo del siglo XIX, pero también por la atención a la mitología, la antropología y la historia de las religiones. También se postuló un distanciamiento del artista de la obra.

  2. Cfr B. Bradley, «Un ritratto di James Joyce», en Civ. Catt. 2004 IV 217-227.

  3. Por ejemplo, los estudiantes de filosofía suelen ayudarnos a entender el episodio «Proteo», mientras que los especialistas en inglés nos guían a través de «Escila y Caribdis» y «Bueyes del sol». Los oyentes más jóvenes se benefician de las ideas que ofrecen los oyentes de mediana y avanzada edad, que pueden expresar profundas reflexiones sobre el matrimonio, la paternidad y la vida pública. Yo mismo puedo sentirme convocado para un día en el que el texto trate sobre los jesuitas, nuestra educación y espiritualidad.

  4. J. Joyce, Ulisse, Milán, Mondadori, 2015, 126. Las citas al Ulises en este artículo son traducciones realizadas desde la versión italiana (Nota del traductor).

  5. Ibid, 398.

  6. Ibid, 1064.

  7. Ibid, 1076.

  8. Ibid, 913.

  9. Ibid, 201.

  10. Ibid, 1002 s.

  11. Ibid, 1092.

  12. Ibid, 1044.

  13. J. Joyce, «I am the flesh that always affirms», carta a Frank Budgen, 16 de agosto de 1921, en R. Ellmann (ed.), Selected Letters, New York, Viking Press, 1975, 285.

  14. J. Joyce, Ulisse, cit., 650.

  15. Ibid, 666.

  16. En la versión original en inglés: «finds tongue to fling out broad its name».

  17. J. Joyce, Ulisse, cit., 988.

  18. Ibid, 948.

  19. Ibid, 1024.

James Pribek
Es vicepresidente adjunto para la Misión de la Universidad de Marquette, Milwaukee. Previamente se desempeñó como profesor del departamento de Inglés de la Universidad de Creighton. Es especialista de literatura irlandesa.

    Comments are closed.