Conversaciones

«Liberar los corazones del odio»

Encuentro del Papa Francisco con los jesuitas de la región rusa

El jueves 15 de septiembre de 2022, en el marco de su viaje apostólico a Kazajistán, el Papa Francisco se reunió con 19 jesuitas de la denominada «Región rusa» de la Compañía de Jesús. La cita estaba fijada para las 9:00 en la Nunciatura apostólica, pero el Papa se presentó un poco antes, a las 8:45. Tras ingresar a una sala con las sillas dispuestas en círculo, el superior, el padre Bogusław Steczek, dio a conocer las actividades de los jesuitas de la región, con las siguientes palabras:

«Santo Padre, somos sus hermanos de la Región rusa de la Compañía de Jesús. Trabajamos en tres países: Rusia, Bielorrusia y Kirguistán. En Bielorrusia vivimos en el lugar en que la Compañía sobrevivió a su supresión en el siglo XVIII. Estos jesuitas contribuyeron enormemente al renacer de la Compañía en 1814. Trabajamos en la ciudad de Vítebsk, en la que tenemos una parroquia. Recientemente, el obispo consagró una iglesia dedicada a San Ignacio. En Rusia estamos en Moscú, donde tenemos un Instituto de formación superior llamado Santo Tomás. Ahí se publica, de hecho, la edición rusa de “La Civiltà Cattolica”. El superior y director del Instituto es, además, Secretario General de la Conferencia de Obispos Católicos en Rusia.

Trabajamos en la pastoral de Moscú, pero también fuera de la ciudad, llegando incluso a una parroquia que está a 1.500 km de distancia. También trabajamos en Kírov, que está a 1.000 km, hacia los Urales. Recientemente, dos jesuitas, uno de Chile y otro de Polonia, se han incorporado al seminario mayor de San Petersburgo. En Siberia estamos en Novosibirsk, donde el obispo es Joseph Wert, nuestro colega, nombrado hace 31 años por Juan Pablo II como obispo de toda Siberia. También tenemos allí un centro cultural y espiritual, que hemos llamado “Íñigo”. Desde 1993 nos encargamos de un programa especial de pre-seminario para preparar a los candidatos al seminario mayor de San Petersburgo.

Estamos también en Tomsk, una ciudad universitaria, donde tenemos una parroquia muy dinámica y viva y una escuela católica, la única de toda Rusia. Hemos aceptado además una parroquia en Novokuznetsk, donde trabajamos con católicos latinos y griegos.

También trabajamos en Kirguistán. El administrador apostólico es el padre Anthony Corcoran. El padre Anthony quiere construir una nueva catedral cerca del centro de la ciudad, por lo que ha traído la primera piedra – que pesa 30 kg – para que la bendiga. En la capital, Bishkek, somos responsables del trabajo pastoral, pero también de la Caritas. Ayudamos, sobre todo, a los pobres y a los niños, independientemente de su religión. También trabajamos en el sur del país, en Jalal-Abad y en Osh, la segunda ciudad más grande de Kirguistán.

Creo que he enumerado todas nuestras actividades. En resumen, estamos trabajando en las fronteras geográficas, culturales y religiosas. Para ello, para avanzar con valentía, le pedimos su bendición apostólica».

El Papa, entonces, inicia la conversación.

Muchas gracias por visitarme. Estos encuentros con jesuitas se han vuelto una costumbre durante mis viajes. Hagan preguntas y comentarios, como quieran. ¡Aprovechemos este tiempo que tenemos juntos!

Santo Padre, ¿cómo está? ¿Cómo se siente? ¿Cómo va la salud?

Estoy bien de salud. Tengo un problema en la pierna que me hace andar más lento, pero la salud, en general, va bien: la física, ¡pero también la mental!

¿Cómo ve la situación geopolítica que estamos viviendo?

Hay una guerra y creo que es un error pensar que se trata de una película de vaqueros, en la que hay buenos y malos. Y también es un error pensar que esto es una guerra entre Rusia y Ucrania y nada más. No: esto es una guerra mundial.

Pero, en su opinión, ¿cuáles son las causas de lo que estamos viviendo?

Aquí la víctima de este conflicto es Ucrania. Quiero razonar sobre por qué no se evitó esta guerra. La guerra es como un matrimonio, en cierto modo. Para entender, hay que investigar la dinámica que desarrolló el conflicto. Hay factores internacionales que contribuyeron a provocar la guerra. Ya he mencionado que un jefe de Estado, en diciembre del año pasado, vino a decirme que estaba muy preocupado porque la OTAN había ido a ladrar a las puertas de Rusia sin comprender que los rusos son imperiales y temen la inseguridad fronteriza. Expresó su temor de que esto provocara una guerra, que estalló dos meses después. Por lo tanto, no se puede ser simplista al razonar sobre las causas del conflicto. Veo imperialismos en conflicto. Y, cuando se sienten amenazados y en declive, los imperialismos reaccionan pensando que la solución es iniciar una guerra para compensar, y también vender y probar armas. Algunos dicen, por ejemplo, que la guerra civil española se hizo para preparar la Segunda Guerra Mundial. No sé si esto es realmente así, pero podría serlo. En todo caso, no dudo de que ya estamos viviendo la Tercera Guerra Mundial. En un siglo hemos visto tres: una entre 1914 y 1918, otra entre 1939 y 1945, y ahora estamos viviendo esta.

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Desde febrero, nos esforzamos por liberar los corazones del odio. Para nosotros este es un compromiso pastoral prioritario. Le decimos a la gente que odiar a alguien no es cristiano. Pero la división es una carga que llevamos sobre los hombros. Todos los días rezamos el rosario por la paz.

Es lo que debemos hacer: liberar los corazones del odio. Desde el primer día de la guerra hasta ayer he hablado constantemente de este conflicto, refiriéndome al sufrimiento de Ucrania. El día de la independencia de Ucrania la bandera ondeaba en la Plaza de San Pedro, y yo mismo hablé de ello, por supuesto. Después de hablar de Ucrania, pensé en decir unas palabras sobre el sufrimiento de los dos pueblos, el ucraniano y el ruso. Porque en las guerras es la gente la que sufre. Pagan los pobres, como siempre. Y esto genera odio. Los que hacen la guerra se olvidan de la humanidad y no miran la vida concreta de las personas, sino que ponen los intereses partidistas y el poder por encima de todo. La verdadera víctima en estos conflictos es la gente común, que sufre en carne propia las locuras de la guerra. Luego me referí también a la joven que murió con una bomba. Llegados a ese punto se olvidaron de todo lo que había dicho hasta entonces y solo se prestó atención a esa alusión. Pero entiendo las reacciones de la gente, porque está sufriendo mucho.

Quiero recordar que al día siguiente del comienzo de la guerra fui a la embajada rusa. Fue un gesto inusual: el Papa nunca va a una embajada. Sólo recibe personalmente a los embajadores cuando presentan sus credenciales, y luego al final de su misión en una visita de despedida. Le dije al embajador que me gustaría hablar con el Presidente Putin, para que me dejara una pequeña ventana para el diálogo.

También recibí al embajador ucraniano y hablé dos veces con el presidente Zelensky por teléfono. Envié a Ucrania a los cardenales Czerny y Krajewski, que llevaron la solidaridad del Papa. El Secretario para las Relaciones con los Estados, Monseñor Gallagher, visitó el país. La presencia de la Santa Sede en Ucrania tiene el valor de aportar ayuda y apoyo. Es una forma de expresar que estamos presentes. Yo también pensaba ir. Me parece que la voluntad de Dios es que no vaya en este preciso momento; veremos más adelante qué sucede.

Algunos enviados ucranianos vinieron a verme. Entre ellos estaba el vicerrector de la Universidad Católica de Ucrania, acompañado por el consejero del Presidente para asuntos religiosos, un evangélico. Hablamos, discutimos. También vino un jefe militar encargado del intercambio de prisioneros, de nuevo con el consejero religioso del presidente Zelensky. Esta vez me trajeron una lista de más de 300 presos. Me pidieron que hiciera algo para hacer un intercambio. Llamé inmediatamente al embajador ruso para ver si se podía hacer algo, si se podía acelerar un intercambio de prisioneros.

Cuando un obispo católico ucraniano vino a visitarme, le entregué un paquete con mis declaraciones sobre el tema. Califiqué la invasión de Ucrania como una agresión inaceptable, repugnante, insensata, bárbara y sacrílega… ¡Lean todas las declaraciones! La Sala de Prensa las ha conservado. Pero quiero decirles que no me interesa que ustedes defiendan al Papa, sino que el pueblo se sienta acariciado por ustedes, que son hermanos del Papa. El Papa no se enfada si se le malinterpreta, porque conoce bien el sufrimiento que hay detrás.

Santo Padre, estoy convencido de que usted tendrá un rol cuando obtengamos la paz, si ese día llega. Y será un aporte importante.

Nosotros somos un grupo de jesuitas de distintos países. Usted, como jesuita, ¿qué pasos nos aconseja dar? ¿Qué se espera de nosotros? ¿Qué podemos hacer?

Para mí lo que hay que hacer es mostrar cercanía. Esta es la palabra clave: estar cerca, ayudar a la gente que sufre. El pueblo debe sentir que su obispo, su párroco, la Iglesia están cerca suyo. Ese es el estilo de Dios. Lo leemos en el Deuteronomio: «¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos?». El estilo de Dios es la cercanía.

Cuando usted era provincial de Argentina le tocó vivir bajo una dictadura. ¿Cómo fue su experiencia en ese momento?

Los gobiernos dictatoriales son crueles. Siempre hay crueldad en la dictadura. En Argentina, tomaban presa a la gente, la metían en un avión y luego la tiraban al mar. ¡Cuántos políticos he conocido que fueron apresados y torturados! En situaciones como esta se pierden los derechos, pero también la sensibilidad humana. Lo sentí en ese momento. Cuántas veces escuché a católicos, incluso buenos católicos, decir: «¡Se lo merecían estos comunistas! ¡Se lo buscaron!». Es terrible cuando las ideas políticas superan los valores religiosos. En Argentina, fueron las madres las que crearon un movimiento para luchar contra la dictadura y buscar a sus propios hijos. Fueron las madres las que fueron valientes en Argentina.

Una pregunta y una petición: ¿qué hay en su corazón? ¿Qué hay en su oración particular? Y la petición es para los chicos del seminario: un consejo, un mensaje…

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Empiezo por lo segundo. Mi petición para los seminaristas: que sean normales, chicos normales. Uno de los problemas de algunos seminarios es que no se recibe a gente normal. Cuidado con las expresiones religiosas o humanas extrañas. Digo a los seminaristas: sean normales también en la oración. Recen como un hijo a su padre. La normalidad significa seriedad. ¿Qué es lo que llevo en mi corazón y en mi oración?, me preguntas. La oración, la que me sale naturalmente, es siempre la invocación: «¡Mira a tu pueblo, Señor!». No se me ocurre otra. Es realmente una cosa muy sencilla. La intercesión es llamar al corazón del Señor. Es la oración de intercesión. Y no olvidemos que la oración requiere parresia, claridad, coraje. El modelo es el de Abraham, cuando reza: «Que no se enoje mi Señor si…», y luego hace su petición con insistencia. Hay que rezar pulseando con Dios, como decimos en español. Es una oración valiente, cara a cara. No tanto buscando consuelo, que hay que buscarlo, sí. Pero sobre todo pedir, pedir, pedir…. Pensamos que la parresia es sólo una virtud de la acción, pero no, es también una virtud de la oración.

Cuando observa la situación de la Compañía de Jesús, ¿qué le reconforta y qué le inquieta?

Hace poco asistí a una reunión en la Curia General con hermanos jesuitas de todo el mundo. Había unos cuarenta. Escucharlos me consoló mucho. Me consuela que un jesuita rece y confíe en el Señor. Creo que el nivel de la Compañía es bueno en este sentido. Por otro lado, no me consuela ver a un jesuita que es más un «especialista» en tal o cual tema, que un jesuita a secas. Hay una cosa previa a la especialización: es la pertenencia afectiva a la Compañía.

Sólo quiero añadir, Santo Padre, entre las consolaciones de este año, que un ruso fue ordenado sacerdote y tenemos otro novicio ruso, y hace dos meses llegaron a Kirguistán dos jesuitas de Vietnam, un profesor de sociología y un bedel en formación. Tenemos un hermano jesuita que vive allí, en Kirguistán, y trabaja con el administrador apostólico, el padre Carcoran. Kirguistán es una Iglesia muy pequeña. ¡Todos los católicos podrían caber en esta habitación! Un familiar me sugirió que le dijera que también hay católicos en Kirguistán. Para nosotros, el apoyo de la Santa Sede es muy importante, así como el de la Nunciatura.

Es cierto: la Nunciatura es la longa manus de la Santa Sede para ayudar a las Iglesias locales, y especialmente a las más pequeñas. Pero ahora les haré yo una pregunta: ¿cómo ven ustedes, desde la periferia, el Vaticano?

¡A veces está tan lejos que lo olvidamos! Pero siendo un grupo tan pequeño es muy importante para nosotros pertenecer a la Iglesia universal. Además, así la gente se da cuenta de que no somos una pequeña secta, sino parte de la Iglesia universal. A veces duele tener la impresión de que los representantes de la Iglesia se preocupan poco por la vida de la Iglesia en un país pequeño. Incluso los gobiernos se preguntan, cada tanto, por qué la Iglesia se preocupa poco de nuestra situación.

¡Tienes razón! Entonces, en esta situación es importante gritar, hacerse escuchar. ¡Háganse oír! La Iglesia en el centro está ocupada con muchas cosas cotidianas y puede tener la tentación de olvidar o no prestar la atención adecuada. Pero si el bebé llora, llora, llora… ¡al final la madre da leche! La Iglesia necesita que todas las voces sean escuchadas, que se expresen, y que lo hagan incluso… ¡en dialecto!

Nuestros hermanos ortodoxos me han pedido que le diga al Papa que le están muy agradecidos porque está con la gente sencilla y necesitada. Nosotros colaboramos con nuestros hermanos ortodoxos en el ámbito de la discapacidad. Y me han pedido que les diga que están muy agradecidos.

Les estoy muy agradecido a ellos. Creo que hay un movimiento de acercamiento gradual entre católicos y ortodoxos. Y creo que esto es muy importante. Debemos trabajar juntos, rezar unos por otros, superar las sospechas. Justo ayer, en el Congreso de Líderes Religiosos, recibí a cuatro obispos ortodoxos rusos. Veo que todavía hay una preocupación por el uniatismo. Pero le contesté que esa palabra ya está olvidada. Tienen miedo de que vuelva el uniatismo. Tienen este fantasma. Hay que tranquilizarlos, y eso ayuda.

Padre, ¿qué sintió cuando fue elegido Papa?

Que, al aceptar, cumplía mi cuarto voto de obediencia.

La reunión llega a su fin. El superior de la Región pide al Papa que bendiga la gran piedra que será la primera para la construcción de la catedral en Kirguistán. Contiene otra piedra de Cafarnaúm. La iglesia estará dedicada al Buen Pastor. Francisco la toca y la bendice. A continuación, el superior presenta otros pequeños regalos, diciendo que son pequeños y pobres. El Papa comenta:

¡Custodien la pobreza! Cuando no hay pobreza, ¡entra todo el mal! Hay que custodiar la pobreza.

A continuación se le entrega un álbum de fotos con las obras de la Compañía en la Región. Luego un ángel de paja típico de Bielorrusia y, por último, un tocado de Kirguistán. Después de un Ave María y de la bendición, se toman una foto todos juntos. Antes de irse, el Papa se despide de los jesuitas presentes, uno por uno.

Antonio Spadaro
Obtuvo su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Mesina en 1988 y el Doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 2000, en la que ha enseñado a través de su Facultad de Teología y su Centro Interdisciplinario de Comunicación Social. Ha participado como miembro de la nómina pontificia en el Sínodo de los Obispos desde 2014 y es miembro del séquito papal de los Viajes apostólicos del Papa Francisco desde 2016. Fue director de la revista La Civiltà Cattolica desde 2011 a septiembre 2023. Desde enero 2024 ejercerá como Subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

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