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La paz en los salmos de peregrinación

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Los salmos de peregrinación, o salmos de ascensión – así llamados por su título común (shir hamaalòt = canto de las subidas) – son 15 composiciones breves (Sal 120-134) para las «subidas» de los israelitas al templo de Jerusalén, con ocasión de las fiestas de peregrinación: la Pascua judía y Pentecostés, y la fiesta de las tiendas[1]. La colección de los «Cantos de las Subidas» no era para uso exclusivo de los peregrinos a Jerusalén. El número de salmos corresponde a los 15 escalones que conducían desde el patio de las mujeres del templo de Jerusalén hasta el patio de los israelitas, a través de la puerta de Nicanor[2]. Se supone que los salmos se recitaban o cantaban en cada escalón de estas «escaleras» (que es una posible traducción de la palabra hebrea maalòt, alternativa a «subidas»), durante la liturgia del templo. Algunos exegetas, además, creen que los salmos de las ascensiones fueron compuestos con motivo del regreso a Jerusalén tras el exilio babilónico[3].

Los padres de Jesús subían a Jerusalén cada año para la fiesta de la Pascua[4]. Por ello, recitaron muchas veces los salmos de la ascensión (de memoria). En el Evangelio de Juan, Jesús se encuentra en Jerusalén al menos dos veces con motivo de la Pascua, luego con motivo de una fiesta no especificada, una fiesta de las tiendas y una fiesta de la dedicación[5]. La presentación en los evangelios sinópticos[6] del ministerio público de Jesús como una «subida» a Jerusalén puede contener motivos que caracterizan a los salmos de la ascensión. Jesús recitaba los salmos, no sólo los de las ascensiones, y no sólo cuando iba a Jerusalén. Las palabras de estas oraciones muestran lo que estaba cerca de su corazón, y cuáles eran los pensamientos de su corazón sobre Jerusalén.

La motivación de la peregrinación (Sal 120)

En los Cantos de la Ascensión, la «subida» a Jerusalén comienza con la respuesta del Señor a la petición de ayuda que le dirige un creyente anónimo: «En mi aflicción invoqué al Señor, y él me respondió» (Sal 120,1b). En el texto hebreo del salterio – como se llama el libro de los salmos, por el nombre griego y latino del instrumento musical de cuerda que acompañaba el canto de estas composiciones – la invocación se expresa con el verbo qara («llamar», «leer en voz alta»). Este término puede tener varios significados, además de «rezar» e «invocar»[7]: «dar un nombre», «convocar», «proclamar», «gritar»[8]. La invocación del v. 1 se presenta como un grito. El salmista clamó al Señor con angustia – en hebreo, tzarà, término que indica una «estrechez» (tzàr) y que se refiere, por un lado, a la causa de esa situación desagradable y, por otro, a la condición en la que se encuentra el que sufre, incluida la sensación de asfixia, como la «estrechez» de la respiración que caracteriza el estado psicológico de la ansiedad.

El Señor siempre escucha al creyente que le invoca en esta situación «asfixiante». Por ello, el salmista explica el motivo de la invocación y la respuesta del Señor. Una primera explicación está contenida en el significado de las palabras del v. 2 que describen la intervención del Señor como una liberación de la mentira, de los labios mentirosos (sfàt shèqer) y de la lengua engañosa (lashòn remiyya)[9]. La mentira es una conducta que el Señor y los justos odian[10]. El testimonio mentiroso (shèqer) está prohibido por los mandamientos[11]. Los profetas denuncian la mentira, especialmente en los discursos religiosos[12], como una de las causas del exilio, así como una característica de los países del exilio[13]. En contraste con la mentira, la «verdad» (emèt) es una peculiaridad de Dios y de sus siervos que proclaman «fielmente» su palabra[14]: es la fidelidad a la palabra de Dios; la fidelidad de la palabra de Dios, y de Dios a su palabra.

A diferencia de la verdad, la falsedad y el engaño no proporcionan estabilidad ni firmeza. En hebreo, engaño (remiyà) alude a la debilidad, a la lasitud[15]. La salvación (natzàl) invocada por el salmista en el v. 2 es una liberación – de nuevo comparable a la de la opresión de la esclavitud en Egipto – de un peligro causado por un agente débil que causa sufrimiento y socava una vida pacífica[16], haciéndola complicada y difícil[17]. ¿A qué se refiere exactamente el salmista? ¿Qué situación describe, más precisamente?

Con la mención de la lengua «débil», puede haber una referencia a la calumnia, en un sentido amplio, o a las enseñanzas y doctrinas falaces, incluidas las religiosas. El grito de auxilio en la angustia, en el Sal 120,1, podría estar causado por las situaciones vividas por el salmista en la tierra del exilio, que describe como un lugar de tribulación y ansiedad generada por palabras falsas, discursos falaces y falsas doctrinas[18]. ¿Se puede esperar algo de la «lengua traicionera», de los que mienten? De él no se puede esperar ningún alivio, ni ningún cambio para mejor (v. 3), sino sólo sufrimiento, comparable con la perforación de las flechas y la quema de las brasas de retama (v. 4)[19].

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La corrección de la lengua mentirosa es, por otra parte, un esfuerzo vano. El salmista no investiga las razones, a menudo complejas, de la mentira (deseo de omnipotencia, envidia, competencia, complacencia, ambigüedad, etc.). Sólo observa el hecho. El orador compara la lengua mentirosa con las ascuas y las flechas de un guerrero, como, por ejemplo, en las traducciones arameas (Targumìm) de Gn 49,23[20], para decir que son los discursos y las enseñanzas (con repercusión en el comportamiento) los que destruyen: «queman» durante mucho tiempo, «hieren» profundamente. Tal es la angustiosa situación en la que se encuentra el orante: en Mésec y en las tiendas de Quedar (v. 5), nombres que designan no sólo lugares geográficos[21], sino también situaciones de dificultad, como la descrita en el salmo.

El salmista, oprimido, perseguido por su fidelidad al Señor, no está lejos, espiritualmente, de Jerusalén. Por ahora, la Ciudad Santa es un deseo imperioso de paz en medio de las tramas de los enemigos y de las divisiones provocadas por las mentiras, atestiguadas precisamente por el sufrimiento ahora insoportable del orante. El salmista anónimo se ha quedado demasiado tiempo con los que odian la paz (v. 6)[22]. Está a favor de la paz, y cuando habla de ella, sus enemigos están a favor de la guerra (v. 7)[23]. En esta situación, ahora insoportable, surge el deseo de paz y, por ende, de Jerusalén. El primer salmo de las Ascensiones no menciona explícitamente a Jerusalén (en hebreo, Yerushalàym). Una alusión a la Ciudad Santa está contenida en el término «paz» de los vv. 6 y 7. Un posible significado del nombre de la Ciudad Santa es, de hecho, «Ciudad (yìr) de la Paz (shalòm)».

El comienzo de la peregrinación (Sal 121)

El Salmo 121 es una oración en forma de diálogo, en la que la identidad del interlocutor no es evidente: ¿el propio peregrino, como si se hablara consigo mismo? ¿Un sacerdote? ¿Otra persona? Los primeros versos (vv. 1-2) conectan con el salmo anterior: el Señor, que respondió a la invocación del peregrino, es su ayuda. Todo el salmo es una explicación de la ayuda del Señor a los fieles, que se ponen en marcha con confianza, movidos por el deseo de paz[24]. La ayuda en el Sal 121 es una experiencia de la presencia del Señor, de su paz y amor, explicada en términos de cuidado y custodia.

El salmista levanta los ojos hacia las montañas, preguntándose de dónde le vendrá la ayuda, como si buscara la confirmación de su confianza (v. 2)[25]. El Señor, que hizo el cielo y la tierra, es su ayuda[26]. En los salmos, la ayuda del Señor (en hebreo, èzer) puede asociarse a la defensa (en hebreo, maghèn)[27], a la liberación (mefalèt)[28], a la fuerza (eyyalùt)[29]: no se trata simplemente de una acción del Señor en favor de los fieles, sino que expresa la presencia misma del Señor, e implica una relación recíproca[30]. El salmista se aleja del país en el que vive, a causa de los sufrimientos y persecuciones que tiene que soportar, movido por el deseo de paz y animado por la confianza en la ayuda del Señor. Los versículos 3-8 explican cómo se manifiesta la ayuda y la presencia del Señor: no permitirá que el pie de los que se han confiado a él flaquee, por cansancio o incertidumbre, porque es un guardián (o custodio) vigilante[31].

El término «custidio» (shomèr) y el verbo «custodiar» (shamàr), que también significa «observar», aparecen seis veces en estos versículos. En la Biblia hebrea, el término aparece cuando el Señor hace la alianza con Abraham y le pide que la observe con el signo de la circuncisión[32]. Con este significado, el verbo vuelve con frecuencia en relación con la observancia de los mandamientos[33]. Con el significado de «proteger», el verbo aparece, por ejemplo, en 2 Sam 15,16; 16:21. La obediencia a los mandamientos puede entenderse no como una simple observancia legalista, sino como una guarda y un «cuidado» del mandato del Señor, como el Señor cuida de sus fieles, protegiéndolos de todo mal, en todo lugar y siempre. Hay una reciprocidad «gratuita» entre el cumplimiento de los mandamientos y el cuidado del Señor por sus fieles[34].

El salmista está dispuesto a abandonar el país en el que se encuentra, movido por el deseo de paz, que es el deseo de Dios y de su palabra, de su cercanía, de su presencia vigilante y de su cuidado. Se prepara para el viaje, expresando su confianza: el guardián de Israel nunca se duerme (v. 4); el Señor vigila de cerca, como la sombra a su lado derecho (v. 5), y por tanto como una presencia íntima[35]. Por lo tanto, no habrá daño ni de día, por el sol, ni de noche, por la luna (v. 6). El Señor protege de todo peligro (v. 7), fuera y dentro, en todo lugar y en todo momento (v. 8)[36]. A esta descripción de la tutela del Señor, que expresa su amor, corresponde la formulación del Shemah[37]: la confesión de fe, con la observancia del mandamiento del amor de Dios, con todo el corazón, el alma y las fuerzas, en casa y en el camino, en el tiempo del sueño y durante el día[38].

La meta de la peregrinación (Sal 122)

Con la descripción de Jerusalén en el Salmo 122, se presenta la «paz» que ha motivado el viaje del salmista y que se expresa en el acto de entrega como una profesión de confianza en la ayuda del Señor, en la bendición de su presencia[39]. El salmista recuerda, en primero lugar, su alegría cuando fue invitado a unirse a la peregrinación: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la Casa del Señor”!» (v. 1b). Aquí descubrimos que la aventura del salmista lo une a otros[40].

La decisión de peregrinar no es una cuestión exclusivamente personal, no surge de la desesperación de un solitario. Se presenta como una invitación de quienes comparten el mismo «grito», la misma situación dolorosa y el mismo deseo de paz. Una vez tomada la decisión de viajar y formulada la oración de encomienda, el grito se transforma en la alegría de formar parte de un grupo – y de un viaje que es como un proceso «sinodal» – ya a las puertas de Jerusalén (v. 2)[41]. La Ciudad Santa, con la paz, evoca la alegría[42]. Dijeron al exiliado: «Vamos a la Casa del Seño». Y este experimentó una alegría inolvidable, que acorta el camino y acerca a la meta. El salmista llega a Jerusalén (por ahora) con alegría. Este sentimiento evoca la visión de Jerusalén.

La descripción de la solidez de Jerusalén corresponde a la unidad de un pueblo formado por el deseo de paz y el amor de Dios que da alegría, sobre todo si las puertas de Jerusalén aluden a Dt 6,9. En cualquier caso, el salmista parte junto a otros creyentes, animados por la misma fe, o se siente parte de un grupo de peregrinos que viajan hacia la casa de Dios. La solidez de Jerusalén, su alegría y su paz tienen el poder de unir y atraer, como la acción de un campo magnético.

El peregrino expresa su alegría: primero, hablando de Jerusalén y a Jerusalén (vv. 2-5); luego, rezando e invitando a la gente a rezar (¿compañeros de peregrinación?) por la paz de la Ciudad Santa (vv. 6-9). Jerusalén es compacta. Allí se compactan las tribus del Señor, según la ley del Señor. La unidad de Jerusalén (y su paz) se debe a su centralidad (y singularidad) religiosa y política para las tribus del Señor, en relación con la palabra de Dios[43]: para alabar juntos el Nombre del Señor, y para el ejercicio del juicio (vv. 3-5)[44].

El término hebreo que en el v. 3 expresa la unidad (chbr), lo que mantiene unidas a las tribus del Señor – y que en este salmo describe la característica de Jerusalén – significa «unir», «conectar», «atar», «enlazar». En la Biblia hebrea, se repite para describir la unidad de los broches de oro, los paños y los broches de plata de la morada de Dios en la época del éxodo[45]. La unidad es un «testimonio». La unidad de Jerusalén (donde se reúnen las tribus del Señor) es un «testimonio» para Israel. El término «testimonio» (en hebreo: edùt; en latín: testimonium, lex), en el v. 4, es la Ley escrita por el dedo de Dios en tablas de piedra y contenida en el arca que estaba en la morada[46]. El testimonio (edùt) es, pues, la Ley y la correspondencia fiel a la palabra de Dios. En este salmo, Jerusalén es un testimonio (para Israel) y una representación fiel de la palabra de Dios que une a las tribus del Señor: para agradecer al Señor que allí (donde está la casa de Dios) están las sedes de la justicia, y por tanto el juicio será según la misericordia del Señor[47].

La invitación a rezar por la paz para Jerusalén (shaalù shalòm Yerushalàym) corresponde al significado del nombre de la ciudad y a su identidad como «ciudad de la paz», que se expresa -idealmente – en su unidad y en su característica especial de unir a las tribus, en la alabanza y en el ejercicio del juicio (vv. 6-9)[48]. Las peticiones de los vv. 6-9, expresadas en hebreo con términos que indican paz (shalòm) y tranquilidad (shalvà) – evocados por el propio nombre de Jerusalén (Yerushalàym) – se refieren a la ciudad y a sus habitantes, a los edificios y a la vida que se desarrolla en ellos: unen al que reza con las murallas de la ciudad, las viviendas, los habitantes y la casa del Señor.

En la Biblia hebrea, el término «paz» (shalòm) puede indicar una situación de ausencia de peligro a la que conduce la observancia de los mandamientos. El término puede referirse a las relaciones entre personas y grupos. Los significados de «paz» se especifican con sinónimos: justicia con verdad y bondad; seguridad; descanso; serenidad. La paz viene de Dios y abundará al final de los tiempos en todo el mundo a través de la obra del descendiente de David, que hará brillar la luz con la paz[49]. De esta paz bíblica y mesiánica se habla, por ejemplo, en el Salmo 72. En el Salmo 122, la paz es sinónimo de tranquilidad y expresión de unidad; recuerda la seguridad y la estabilidad debidas a la presencia del Señor y a la fidelidad de su palabra, que caracterizaron la confianza del salmista en el Salmo 121 y motivaron su viaje en el Salmo 120.

Actualidad y actualizaciones de los Salmos 120-122

La búsqueda de la paz caracteriza y une las prácticas de peregrinación de los creyentes de diferentes religiones y de las personas no religiosas. Como en los salmos de la ascensión, la peregrinación está motivada por el deseo de paz, de conversión o de algún cambio radical. Al igual que los salmos de ascensión, la «peregrinación» puede tener un significado espiritual: puede ser un viaje y una «ascensión interior», como si saliera de las profundidades de un abismo. Las palabras de los salmos de las ascensiones son, por tanto, pertinentes para alimentar el deseo de paz y de cambio, especialmente en los momentos de dificultad.

Las palabras de los salmos de la ascensión son actuales, además, si consideramos su «actualización» en el Nuevo Testamento. La actualización de la paz y de la Ley, que mantiene unida a Jerusalén y la hace segura y estable, está contenida, por ejemplo, en la explicación de Jesús del mandamiento del amor de Dios en Dt 6,4-9, un texto evocado por la reciprocidad de la custodia en el Sal 121, la Ley y la unidad de Jerusalén en el Sal 122, así como el deseo de paz en el Sal 120.

La totalidad del amor, exigida por la observancia del mandamiento de amor de Dios en Dt 6,4-9, presupone la paz, que en hebreo significa literalmente «totalidad» (shalòm, de la raíz shlm). En los sinópticos, con la totalidad de las facultades que, según el texto hebreo, deben estar implicadas en el amor a Dios (corazón, alma, fuerza) se menciona la inteligencia o mente (dianoia)[50]. Este término podría, por un lado, destacar la totalidad del amor de Dios que no excluye nada ni a nadie y, por otro, explicar una facultad de Dt 6,5[51].

En el Evangelio de Lucas (cf. Lc 10,25-37), el mandamiento del amor a Dios (cf. Dt 6,4-5) – y sus interpretaciones, que incluyen el amor con la inteligencia (o la astucia) – se ejemplifica con la parábola del buen samaritano, después de haberse explicado con el mandamiento del amor al prójimo (cf. Lv 19,18). La explicación de Dt 6,4-5 con Lv 19,18 sigue la regla rabínica de la gezera sheva, según la cual se aclara el significado de un texto bíblico relacionándolo con otro texto bíblico en el que aparece el mismo término, que en este caso es «amar» (weahvtà, en hebreo)[52]. El mandamiento más importante, el del amor a Dios (cf. Dt 6,4-5), se explica con el del amor al prójimo (cf. Lv 19,18), que se convierte, así, también en el mandamiento más importante.

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La parábola del buen samaritano ejemplifica entonces el amor a Dios y al prójimo – y la paz que este amor conlleva – con la compasión del samaritano (esplanchnisthē, Lc 10,33). Para Jesús, el amor es concreto: no hay amor a Dios sin amor al prójimo[53]. Amar es cuidar, custodiar. Amar a Dios, y observar y guardar el mandamiento del amor de Dios, significa cuidar del prójimo. Pero, ¿quién es el prójimo?

Con la parábola del buen samaritano, con la explicación de Lv 19,18 y el valor adverbial de «cómo» amar al prójimo (como se ama a sí mismo, según la regla de oro, cf. Lc 6,31), es decir, con un determinado modo de ver y amar que es la compasión (kai idōn esplanchnisthē, Lc 10,33), se explica el valor adjetival de kamocha (a ti mismo) en el texto bíblico[54]: quién (y por qué razón) es el prójimo que hay que amar, y no sólo cómo amar al prójimo para practicar el amor de Dios.

La parábola pretende mostrar que el que es considerado extraño, diferente y enemigo no sólo es un hermano al que hay que amar, sino que es un hermano porque sabe amar, custodiar y cuidar. Destaca el realismo del pacifismo de Jesús, la concreción y la totalidad del amor del que habla, y su comprensión del amor de Dios. El que sabe amar, ama a todos. Esta es la paz de Jerusalén, que atestigua la totalidad del amor de Dios. La paz de Jerusalén incluye a todos. Por eso el Salmo 87 dice que todos han nacido en Jerusalén.

En Jerusalén han nacido todos, y todos renacen ahí. Para la Biblia hebrea, todo el mundo desea la paz de Jerusalén, y el deseo de paz de todo el mundo se cumple con la paz de Jerusalén. La paz de Jerusalén se cumple con el deseo de esta paz[55]. En el Nuevo Testamento, este deseo se cumple y se actualiza para todos con el don de la vida de Jesús y la práctica de su mandamiento, con el don del Espíritu Santo[56]. Los Evangelios y el Nuevo Testamento muestran que Jesús cumple el deseo de paz de Jerusalén como comunión con él y como participación en su comunión con el amor del Padre. La paz de Jerusalén en el Nuevo Testamento es Jesús, y es dada por él[57]. «La paz» se concreta en aquellos que están en comunión con Jesús – como con Jerusalén –, con su «grito», haciendo realidad las profecías del Sal 120,7.

Conclusión

Para los Evangelios y para el Nuevo Testamento, Jesús realiza el deseo de paz de Jerusalén con su pasión y la entrega de su vida, y cumple así las expectativas, los deseos y las bendiciones de paz de Jerusalén, que son los deseos de paz de todos. La «partida» de la que habla Jesús a los discípulos en la Última Cena del Cuarto Evangelio está asociada a la tristeza y a la promesa de paz y alegría, como en los Salmos de la Ascensión[58]. En los Sinópticos, Jesús experimenta tristeza y angustia después de la Última Cena, mientras se encomienda al Padre, y reza con las palabras del «Padre Nuestro»[59].

El viaje de Jesús (hacia el Padre) comienza con un grito de angustia y una oración de entrega, precisamente donde la angustia debe dar paso a la alegría y la entrega debe encontrar su cumplimiento: en Jerusalén[60]. La peregrinación de Jesús continúa hacia el Padre para cumplir las expectativas de paz de Jerusalén, y para que en la aceptación de su Palabra todos experimenten la paz de Jerusalén, profetizada en los salmos de las ascensiones[61].

Para el Nuevo Testamento, la paz y la alegría de Jerusalén – que en los salmos de la ascensión unen las aspiraciones de paz de los peregrinos y acortan su camino – son el don de la vida de Jesús. La alegría que promete a los discípulos es la profetizada por el salmista. Es la obra del Espíritu, en un «tiempo breve», como la alegría que acorta el tiempo y lleva inmediatamente al peregrino y a sus compañeros a las puertas de Jerusalén[62].

  1. A Jerusalén se «sube» por su situación geográfica a 754 metros sobre el nivel del mar y a más de 1.000 metros sobre el nivel del Mar Muerto. Los salmos de la ascensión son apropiados para un ascenso espiritual. El Targùm traduce al arameo las primeras palabras del De profundis, relacionándolas con el título: «Salmo de las ascensiones desde las profundidades…» (Sal 130,1)

  2. Cfr H. Danby (ed.), The Mishnah, Oxford, Oxford University Press, 1933, 180.

  3. Cfr F.-L. Hossfeld – E. Zenger, Die Psalmen. Psalm 51-100, Würzburg, Echter Verlag, 2012, 725.

  4. Cfr Lc 2,41.

  5. Cfr Jn 2,13-22; 5,1; 7,2; 10,22; 11,55-56.

  6. Cfr Lc 9,51.

  7. Is 12,4; cfr Targum en Gen 22,14.

  8. Cfr Gen 1,5.8.10; Ex 19,7; 24,7; Is 40,2.3.6.

  9. «¡Líbrame, Señor, de los labios mentirosos y de la lengua traicionera!» (Sal 120,2).

  10. Cfr Pr 6,17; 12,22; 13,5.

  11. Cfr Ex 20,16; 23,7; Lv 5,22; 19,12.

  12. Cfr Jer 7,4.8.9; 8,8; 9,4; 13,25.

  13. Cfr Jer 51,17; Ez 13,22. Algunos profetas pueden mentir (cfr Jer 5,31; 14,14).

  14. Cfr Sal 69,14; 71,22; Jer 23,28.

  15. Cfr Jer 48,10; Os 7,16; Pr 10,4; 19,15.

  16. Cfr 2 Re 19,11.

  17. Cfr Sal 64; 140; 142.

  18. Cfr Jer 7,1-4; 7,14; 23,1-6; Ez 34,1-9; Sal 119,49-50 etc.

  19. El Salmo 120,3-4 dice: « ¿Con qué te castigará el Señor, lengua traicionera? Con flechas afiladas de guerrero y con brasas de retama». La retama se utiliza como carbón por la dureza de su tronco, que, al quemarse, mantiene vivo el fuego de las brasas durante mucho tiempo. Cf. H.-J. Kraus, Psalmen. Psalmen 60-150, Neukirchen – Vluyn, Neukirchener Verlag, 1978, 1009. Para la mayoría de los comentaristas, en estos dos versos el salmista se dirige al enemigo. En el v. 3 pide sobre él el castigo que, con fórmulas similares, invocan para sí Rut y Jonatán (cf. Rut 1,17; 1 Sam 20,13). En el v. 4 el castigo sigue el principio de la ley del talión.

  20. Cfr Sal 55,22; Pr 25,15; Sir 18,15-29; 28,13-26.

  21. «¡Ay de mí, que estoy desterrado en Mésec, y vivo en los campamentos de Quedar!» (Sal 120,5).

  22. «Mucho tiempo he convivido con los que odian la paz» (Sal 120,6). El término «convivir» (shachàn) puede designar la Morada de Dios (cf. Ex 26; 1 Re 8). Aquí evoca la lejanía del templo.

  23. «Cuando yo hablo de paz, ellos declaran la guerra» (v. 7).

  24. Cfr L. Sabourin, The Psalms. Their Origin and Meaning, New York, Alba House, 1974, 276, donde se dice que en el Salmo 121 se recuerda la Ciudad Santa mediante la mención de las montañas (v. 1b). La paz puede evocarse mediante referencias al vocabulario de la bendición sacerdotal (cfr Nm 6,24-26).

  25. «Levanto mis ojos a las montañas: ¿de dónde me vendrá la ayuda?» (Sal 121,1b).

  26. «La ayuda me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121,2).

  27. Cfr Sal 33,20; 115,9.10.11. Cfr Sal 71,13 con Sal 71,2.

  28. Cfr Sal 70,6.

  29. Cfr Sal 22,20.

  30. Cfr Sal 16; 22,20; 27,9; 35,2; 38,23; 40,14.18; 63,8; 70,2; 71,12; 94,17.

  31. «El no dejará que resbale tu pie: ¡tu guardián no duerme!» (Sal 121,3). Cfr Sal 23,3-4; 66,9; 84,6-7.

  32. Cfr Gen 17,9.10.

  33. Cfr Ex 12,17.24 etc.

  34. Cfr Sal 127,1. El incumplimiento de los mandamientos causó el exilio (cfr Jer 16,11). El Señor, que dispersó a Israel por sus pecados, lo reúne y lo «cuida» como un pastor a su rebaño (cfr Jer 31,10; Ez 36,24).

  35. «No, no duerme ni dormita el guardián de Israel. El Señor es tu guardián, es la sombra protectora a tu derecha» (Sal 121,6-8). En algunos salmos, la sombra expresa la presencia del Señor, en quien el creyente habita como en un refugio (Sal 17,8; 36,8; 57,2; 63,8; 91,1).

  36. «De día, no te dañará el sol, ni la luna de noche. El Señor te protegerá de todo mal y cuidará tu vida. El te protegerá en la partida y el regreso, ahora y para siempre» (Sal 121,6-8). La luna, al igual que el sol, puede provocar enfermedades. La epilepsia, por ejemplo, se creía un efecto de la luna. En Mt 17,15 el epiléptico se ve afectado (y sufre) a causa de la luna (seleaniazetai).

  37. «Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes» (Dt 6,4-9).

  38. Cfr Sal 121,7.8a.8b.

  39. Jerusalén da testimonio de la unidad de Dios y de su amor único (cfr Dt 6,4-5) por el hecho de ser la sede de su Morada. Cfr Sal 84; 87; Dt 12,5.11; 14,23; 16,2.6.11; 26,2; 2 Reyes 23. La casa de Dios, en Jerusalén, se menciona al principio y al final del salmo (vv. 1,9). La casa del Señor es el templo: por ejemplo, en Sal 118,26; 134,1; 135,2.

  40. Cfr Ch. Böhm, Die Rezeption der Psalmen in den Qumranschriften, bei Philo von Alexandrien und im Corpus Paulinum, Tübingen, Mohr Siebeck, 2017, 45.

  41. «Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén» (Sal 122,2).

  42. Cfr Dt 12,7.12.18; 16,11.14.15; 26,11.

  43. Cfr Is 2,1-5.

  44. «Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor – según es norma en Israel – para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David» (Sal 122,3-5).

  45. Cfr Ex 26,6.9.11; 36,10.13.16.18. La Jerusalén escatológica se caracteriza por la unidad con Dios y entre los hombres (cfr Is 60-62; Ap 20-21).

  46. Cfr Ex 25,22; 26,33.34; 31,18; 32,15; 38,21.

  47. Cfr Ex 34,6-7.

  48. «Auguren la paz a Jerusalén: “¡Vivan seguros los que te aman! ¡Haya paz en tus muros y seguridad en tus palacios!”. Por amor a mis hermanos y amigos, diré: “La paz esté contigo”. Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad» (Sal 122. 6-9). Cfr Sal 48. La totalidad de la paz y el amor de Jerusalén corresponde a la totalidad del amor de Dios en Dt 6,4-5.

  49. Cfr Sh. Talmon, «The Signification of “šālôm” and Its Semantic Field in the Hebrew Bible», en Literary Motifs and Patterns in the Hebrew Bible, Winona Lake, IN, Eisenbrauns, 2013, 251-289.

  50. Cfr Lc 10,25-26.

  51. En una reescritura del manuscrito vaticano de los LXX, dianoia se encuentra en lugar de «corazón» (en hebreo lev, que incluye las facultades de la razón y la decisión). En las palabras del escriba que en el Evangelio de Marcos interroga a Jesús sobre el primero de todos los mandamientos (cfr Mc 12,28), un término equivalente a dianoia, synesis, sustituye (y explica) alma (nefesh), reiterando quizá lo que había inmediatamente antes de la interpretación del mandamiento por parte de Jesús, que en el Evangelio de Mateo (cfr Mt 22,34-38) sustituye (y explica) fuerza (meod) por dianoia.

  52. La parábola del buen samaritano – situada en el transcurso de una salida de Jerusalén y protagonizada por un hombre «alejado» de Jerusalén (cfr Lc 9,53) – explica la paz que implica el mandamiento del amor de Dios, y con la custodia que implica este mandamiento explica la paz de Jerusalén.

  53. Cfr Mt 5,43-48; Lc 6,27-36; 1 Cor 13; Gc 2,14-16; 1 Jn 4,7-11.

  54. « No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor» (Lv 19,18).

  55. Cfr Is 60.

  56. Cfr Mt 5,43-48; Jn 13,34; 15,9-10; 21,21-23; Ap 21. San Pablo, en Ef 2,14-17, habla de la paz (de Jerusalén) lograda por Jesús con el derribo del sòreg, el muro que delimitaba y separaba, en el templo de Jerusalén, el espacio por el que podían circular los gentiles del que sólo podían acceder los judíos.

  57. Cfr Ef 2,14.

  58. Cfr Jn 14, 1-2.27; 16,22.

  59. Jesús, en los Evangelios, experimenta la angustia por la calumnia de los labios mentirosos y la lengua mentirosa, especialmente durante la pasión (cfr Mt 26,59). La angustia mortal se menciona explícitamente para describir la lucha interior de Jesús antes de su arresto (cfr Lc 22,44).

  60. Cfr Lc 13,31-35; y compárase con Mt 23,34-35 y con 2 Cr 24,20-22.

  61. En el Evangelio de Juan, el viaje de Jesús termina con su regreso al Padre que lo envió (cfr Jn 3,13-18). En los Evangelios sinópticos, los anuncios de la «pasión» especifican que éste es precisamente el motivo de la subida de Jesús a Jerusalén (cfr Mc 10,32-34).

  62. Cfr Jn 3; 16; P. Di Luccio, La parola di Dio e il tempo della salvezza. Il vangelo secondo Giovanni e il suo contesto, Roma – Cinisello Balsamo (Mi), Gregorian & Biblical Press – San Paolo, 2021, 155-158. Según Gal 5,22, la alegría se obtiene, así como la paz, con el don del Espirito.

Pino Di Luccio
Pino Di Luccio es profesor de Teología Bíblica en la Pontificia Universidad Gregoriana. Ha enseñado Exégesis del Pentateuco y de los Profetas en el Instituto Teológico del Seminario de Shkodra (Albania), Historia del Nuevo Testamento en el PBI de Jerusalén, Exégesis del Nuevo Testamento en el PIB de Roma, Libros Sapienciales en la Pontificia Facultad de Teología del Sur de Italia (Sección San Luis). En sus investigaciones estudia la formación de las tradiciones en los textos fundadores de las religiones monoteístas.

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