Biblia

La sabiduría: una inteligencia que lleva a vivir bien

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El último libro del Antiguo Testamento, Sabiduría, es poco conocido, por lo que ha sido estudiado escasamente y empleado solo marginalmente en la oración. Algunas páginas están presentes en la liturgia de la palabra y en el breviario. Tampoco en la Antigüedad fue muy comentado. Los padres de la Iglesia griegos hablaron poco de él; los latinos, menos aún, y lo mismo puede decirse de los grandes teólogos de la Edad Media. ¿A qué obedece esa escasa consideración?

Una razón podría buscarse en la característica de la cultura occidental en la que se ha desarrollado el cristianismo: una cultura muy atenta a la filosofía y a las ciencias, y menos a la sabiduría popular, que se expresa en locuciones transmitidas en su mayoría de forma oral y, por tanto, no fácilmente catalogables como material literario.

Otra razón podría estribar en la pertenencia del libro al género sapiencial, común también a las culturas antiguas. Todos los pueblos tienen un tipo de literatura que puede definirse como «sapiencial». Este comprende proverbios, máximas, aforismos, ejemplos didácticos que reúnen y sintetizan la experiencia de vida de un pueblo, transmiten el bien común y se perfeccionan a lo largo de las generaciones. También en la Biblia hay libros «sapienciales»: Proverbios, Job, Eclesiástico o Sirácida, Eclesiastés o Qohélet, y Sabiduría[1]. No obstante, hasta el comienzo del siglo pasado la sabiduría bíblica fue poco estudiada.

La consideración de la sabiduría bíblica ha cambiado con el descubrimiento de las literaturas del antiguo Oriente Próximo, en particular de Egipto y de Mesopotamia, donde floreció una vasta cultura sapiencial que precede en siglos a la de la Biblia. En el siglo pasado, cuando se publicaron los antiguos textos sapienciales, se descubrió una impresionante afinidad de la «sabiduría» bíblica con la literatura del mundo antiguo, de la cual el libro sagrado es en gran medida deudor.

La «sabiduría» en Oriente

¿Qué es la «sabiduría» en Oriente Próximo? Es un saber empírico que nace de la vida cotidiana: indica la habilidad en un arte, más precisamente, la pericia manual de un artesano[2]. Además de en el libro de los Proverbios, un reflejo de la sabiduría oriental antigua aparece también en el Deuteronomio, donde la sabiduría de Dios es su misma actividad creadora, es decir, la habilidad artesanal con la que Dios construye el universo[3]; y también en el libro del Éxodo, donde indica la maestría de los artesanos en la fabricación de los ornamentos sagrados, en la construcción del santuario y en la realización de los trabajos para el tabernáculo o tienda del encuentro[4]. En el libro de la Sabiduría esta indica la presencia y la acción de Dios en el hombre, el Logos, la palabra divina (cf. Sab 18,15)[5], y, al mismo tiempo, el Espíritu Santo, que es amigo del hombre y lo educa (cf. Sab 1,5-6).

Más tarde, en el mundo antiguo la «sabiduría» pasa a ser el arte de construir la propia vida y, por consiguiente, implica la inteligencia de las cosas humanas, el conocimiento de la experiencia de los antiguos, los consejos para vivir bien y ser felices. Todo ello en un ambiente religioso y de fe en el cual no es posible separar el ámbito de la vida del de la relación con lo divino. Así lo revela la oración de Salomón, que se dirige a Dios pidiendo la sabiduría, es decir, un corazón dócil para discernir y juzgar rectamente (cf. 1 Re 3,9). Así pues, en el conjunto de los libros sapienciales la sabiduría dicta los criterios que permiten a los hombres hacer de la propia existencia una «obra de arte» y, por eso, comprende la doctrina, la experiencia, la ciencia, la sabiduría de los ancianos, la prudencia y, sobre todo, la fidelidad a Dios, que es el eje de la «verdadera sabiduría»[6].

En español, el vocablo «sabiduría» deriva del latín sapientia, que proviene, a su vez, de sapere, verbo que indica tener sabor, gustar y, también, en sentido figurado, comprender, ser sabio, tener juicio e inteligencia. En la Vulgata, sapientia traduce el griego sophia, que traduce a su vez el hebreo ḥokmā (sapientia), o bien daʿat (scientia): por tanto, la sabiduría es una inteligencia de lo real que lleva a «saber vivir»; comprende los valores morales, como la honestidad, la valentía, el compromiso, y los religiosos, como el temor de Dios, la fe y la piedad.

El libro de la Sabiduría

El libro de la Sabiduría es el último de los libros sapienciales. En la Biblia cristiana, como también en la Biblia griega de los Setenta, se encuentra después de los libros históricos. En cambio, en la Biblia hebrea los libros sapienciales están al final y constituyen la tercera categoría después de la Torá y de los libros proféticos. Pero el libro de la Sabiduría no pertenece a la Biblia hebrea, porque fue escrito en griego. Es también el más reciente del Antiguo Testamento. Según algunos autores, fue compuesto al comienzo de la era cristiana, tal vez cuando Jesús ya había nacido[7]. Su fuerza proviene en gran medida de esta colocación al final del Antiguo Testamento y, por tanto, en el umbral del Nuevo. No se trata de una posición, que es puramente cronológica, sino que, en sentido estricto, este libro es un puente ideal entre el Primer Testamento y el Segundo. Dicho de manera más precisa, la función de puente la ejerce un grupo de libros —al cual pertenece también Sabiduría— denominados «deuterocanónicos»[8] que fueron aceptador por la Iglesia en el canon de las Sagradas Escrituras tras un largo período de perplejidades.

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Después del 70 d.C. y de la destrucción de Jerusalén, el partido de los fariseos siguió siendo el verdadero dueño de la situación: se eliminó a los demás grupos y, por último, también a los cristianos, expulsados de la Sinagoga. Justamente, para distinguirse de los cristianos, los fariseos tomaron con fuerza la decisión de definir el canon de los libros sagrados del Antiguo Testamento. Implícitamente, también plantearon el problema a la Iglesia. En cualquier caso, a finales del siglo I d.C. la carta a los Corintios de Clemente documenta que el canon cristiano de la Biblia aún no estaba definido.

Mientras tanto, en el proceso de formación del canon los fariseos eliminaron de los libros sagrados algunos textos más recientes o considerados como tales, que se cualifican por un espíritu diferente y nuevo respecto del Pentateuco y que revelan una cercanía respecto del anuncio evangélico. Entre ellos estaba el libro de la Sabiduría.

La exclusión del libro

Para nosotros, el interés del libro está dado justamente por la exclusión que ha determinado su condición de «deuterocanónico». Con dos consecuencias: en primer lugar, y siendo un libro difícil, fue poco comentado; en segundo lugar —como se ha dicho—, se trata de un libro al que se ha tenido escasa estima. Lo apreciaron algunos grandes santos del pasado, aunque con mucho esfuerzo[9]. El punto fuerte de los libros deuterocanónicos estriba en que representan a todo el Antiguo Testamento, pero en la perspectiva de aquella transformación que estaba perturbando desde dentro la tradición bíblica antes de la novedad cristiana.

El libro de la Sabiduría no tiene la preocupación de construir un razonamiento en torno a la «sabiduría», ni la de persuadir al lector: su intención es ofrecer una reflexión basada enteramente en el acto de comunicarse, pero que, aun así, no tiene nada de improvisado. Tal comunicación, que nace de la soledad y de la oración, es ejercicio del lenguaje; más aún, expresión de arte «retórica» en el sentido tradicional del término. Y bien se sabe qué importante es en una obra de retórica la entonación al hablar: se trata de un discurso que verifica en su calidad fonética su propia calidad interior[10].

La Sabiduría de Salomón

El libro de la Sabiduría está escrito en griego, en la lengua de la koinḗ alejandrina, por lo que el título antiguo —«Sabiduría de Salomón»— presente en el texto griego, es de carácter simbólico y no debe tomarse al pie de la letra (Salomón había muerto muchos siglos antes). Efectivamente, en la segunda parte del texto aparece un personaje anónimo: todo el contexto indica que se trata de Salomón, y se entra también en detalles para confirmar hasta el final esa designación. Pero el nombre no se indica, y ello en virtud de un principio que atraviesa todo el libro: el de no indicar nunca nombres de personas, pueblos o instituciones. Por eso, este libro, aun siendo típicamente israelita, nunca menciona a Israel, a Moisés, a David ni a Salomón. Desde este punto de vista, el libro pertenece a la literatura hoy denominada «apócrifa», como libro que atribuye al propio autor una identidad no verdadera[11].

Para los contemporáneos del autor y durante muchas generaciones más, la pseudoepigrafía era un artificio retórico totalmente incontestado. Para expresar un cierto discurso se tenía el derecho de asumir un rostro ajeno: una máscara que, como en las representaciones teatrales, se mantenía cerca del rostro en el momento de hablar y se agitaba de tal modo que quedase claro que se trataba de una máscara. A veces, durante el discurso, se la dejaba también en el suelo, abandonada, pero en ciertos momentos se la recogía para ponérsela delante del rostro. Esta máscara significa aquí algo determinado: tiene la intención de alcanzar —y no solo en la voluntad y en las aspiraciones, sino también en lo concreto de la vida— la plenitud de la experiencia sapiencial del Antiguo Testamento, que tiene su emblema en Salomón. Tal como toda la literatura sálmica se atribuye simbólicamente a David y la legislativa a Moisés, la literatura sapiencial se atribuye a Salomón. En particular, el libro de la Sabiduría es presentado como un discurso pronunciado por el «sabio», aunque, haciendo uso de discreción, el rostro de Salomón aparece explícitamente solo al promediar el texto del libro.

Sin embargo, esta fue una razón de descrédito para los primeros cristianos. La atribución a Salomón sin ser su verdadero autor era para ellos un dato negativo, sobre todo en un tiempo en que tales procedimientos retóricos ya no estaban en vigencia. Era un motivo para dudar que el libro pudiese ser «palabra de Dios». Parecía un fraude, y Dios no puede mentir. He ahí una de las razones —tal vez, la más fuerte— de la vida apartada que llevó durante un par de milenios el libro de la Sabiduría[12]: primero porque fue rechazado del canon judío, y, después, porque, de un modo u otro, tal rechazo tuvo resonancias en la formación del canon cristiano, que se dio a partir del siglo II d.C.

Por esos motivos, el libro de la Sabiduría es un texto particularmente nuevo y desconocido. Se trata, en suma, de un libro por descubrir. Desde mediados del siglo pasado no faltan comentarios autorizados e interesantes realizados por filólogos que conocen muy bien la lengua griega y su evolución histórica[13].

Sabiduría: ¿un libro para los jóvenes?

El libro de la Sabiduría es un escrito destinado no solo a los reyes y a los gobernantes, sino a todos; más aún, se propone de forma inmediata como ofrecimiento a todo ser humano. Al comienzo del capítulo 7, el que habla por boca de Salomón, avala la credibilidad de su discurso invocando no la autoridad real, sino su condición de ser humano: un hombre como nosotros, comunes mortales.

Por tanto, el discurso es universal y, a la pregunta «¿Cómo nace un rey?», la respuesta es clara: «Nace como todo ser humano». Así pues, no solo la muerte, sino, en cierto sentido, también el nacimiento, nivela a los seres humanos: «La entrada y la salida de la vida son iguales para todos» (Sab 7,6).

Maurice Gilbert, una autoridad en exégesis, sostiene en este contexto que Sabiduría es un libro escrito en particular para los jóvenes y su formación[14]. Según Gilbert, se trata de un discurso dirigido a todo joven lector que esté en busca de la sabiduría, que, más tarde, una vez adulto, será responsable de la sabiduría que se le haya dado[15].

En la parte central del libro, donde se proclama el elogio de la sabiduría (7,1-8,21), que culmina en la oración a Dios, el autor dice de sí: «Era yo un muchacho de buen natural, me tocó en suerte un alma buena, o mejor dicho, siendo bueno, entré en un cuerpo sin tara» (8,19-20). Por tanto, el sabio, antes de ser tal, fue un joven: un muchacho débil y frágil, incapaz de afrontar el choque con la realidad. Por eso busca cómo regularse en la vida, cómo hacer elecciones apropiadas, cómo discernir el bien del mal, cómo poder tomar decisiones sabias.

Sobre todo, aprende que la sabiduría no puede obtenerse con el esfuerzo personal o con la propia inteligencia, porque es un don de Dios y es preciso pedirla humildemente en la oración (8,21). Pero tiene una condición: que se la prefiera a todo, incluso a la salud y a la felicidad. Varias veces regresa el discurso a la excelencia de la sabiduría, que es superior incluso a los bienes propios del rey: el poder, la riqueza, la gloria (7,8-10; 8,10-15); ella está también por encima de la cultura, de la filosofía y del saber científico que califican al hombre sabio (7,17-20), y hasta es más excelsa que todas las virtudes (8,7).

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Esta estima se traduce en un amor apasionado por la sabiduría, hasta tal punto que el joven la desea por esposa y confiesa el ardor con que la busca desde la adolescencia, entonando su alabanza: «La amé y la busqué desde mi juventud y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura» (8,2).

Por tanto, si bien el libro de la Sabiduría puede considerarse escrito para todos, ha sido escrito en particular para los jóvenes, para que capten el valor de ese don divino, sepan verdaderamente expresarse, argumentar y comunicarse, puedan construir el presente y proyectar el futuro, entender el pasado y la historia y el modo de insertarse bien en la sociedad y en el mundo (7,15-23). En realidad, la sabiduría, que es un don divino, no solo produce frutos abundantes, sino también la amistad con Dios, la profecía y la santidad (7,14).

El libro de la Sabiduría y la historia de Israel

El texto del libro de la Sabiduría es una síntesis original de la historia de Israel desde la creación hasta el Éxodo hecha a través de abreviaciones que evocan el valor del libro. Esta historia está, por un lado, documentada con exactitud y, por el otro, interpretada de manera original, una manera en la que hay que destacar el modo y la libertad con la que se desarrolla, así como el hecho de que se la ofrece a todos para que cada uno reconozca en ella su propia historia personal.

El libro enseña quién es el personaje «Sabiduría» y quién es el sabio[16]: «Este no es alguien que sea sabio por sí mismo, porque ha almacenado sabiduría y la posee. Según el autor del libro, la sabiduría nunca se posee, porque lo que es de Dios no puede poseerse, nunca se es su propietario. Pero si se está y se permanece abierto a la iniciativa de Dios, se está bajo su mano y bajo su guía»[17].

«En el comienzo del libro se dice también: “Pensad correctamente del Señor y buscadlo con sencillez de corazón” (Sab 1,1). La expresión es importante no tanto porque el objeto de esta consideración correcta sea “el Señor”, sino porque, en la literatura sapiencial, la vida de la inteligencia se concibe con una especificidad que tiene muy pocos paralelismos con la experiencia del hombre de hoy, y los que tiene son todos negativos. […] Y [ese lenguaje] está ausente precisamente porque ha desaparecido toda huella de la experiencia que él ha nacido para expresar. Lo importante es situar exactamente esta distancia, que parece radicar en una manera diferente de comprender la actividad del intelecto. Para el hombre de hoy, esta estriba en el hecho de que el pensar importante —y aquel del cual se habla corrientemente— consiste en la producción de un cierto tipo de objetos, y se resuelve totalmente en la presencia tranquilizadora, a nuestro alrededor, de una maquinaria bien hecha: mecanismos de razones que traducen en eventos empíricos el desarrollo de las razones. En cambio, en la literatura sapiencial la reflexión y el juicio son la colocación, adecuada o no, del propio interior, de la propia identidad moral, en el universo de los hombres y de las cosas»[18].

«La literatura sapiencial se encuentra en un plano diferente: en ciertos aspectos, es un plano simplemente inferior y arcaico, pertenece a niveles superados de la convivencia humana; pero, en otros aspectos, es el plano de la existencia entera, la condición para que el desarrollo técnico siga siendo humano»[19].

La estructura del libro

El libro se compone de tres partes. La primera (Sab 1,1-6,21) es «el libro de la escatología», dedicado a la vida futura de los justos en contraste con los impíos. Los justos parecen no tener palabra, mientras que los impíos son sumamente locuaces. Estos representan la injusticia institucionalizada que se impone mediante la fuerza de la que dispone el poder.

La segunda parte (6,22-9,18) es «el libro de la Sabiduría»[20] puesto en boca de Salomón, que, sin embargo, no es mencionado por su nombre. Esta parte enseña que él, el rey, no es «dios» ni deriva de los dioses —en fuerte polémica con la sabiduría egipcia y la religiosidad helenística—, sino solo un hombre mortal como todos. El rey ora a Dios para obtener la sabiduría para juzgar y para saber discernir el bien dondequiera que se encuentre.

La tercera parte (10-19) es «el libro de la historia», con los juicios de Dios extraídos del Éxodo. Se hace alusión a los protagonistas de la historia con una indicación universal de «justos», a los que se oponen los otros, que serían los egipcios. Pero en esa contraposición emerge la novedad del libro de la Sabiduría y su misterio. Si bien el libro está totalmente inmerso en el Antiguo Testamento, donde los adversarios son un pueblo consagrado al exterminio, no se hace mención de su nombre. La razón estriba en que hay que separar fieles e impíos, luz y tinieblas, ellos y nosotros, pero ni unos ni otros tienen nombre: es singular el hecho de que ni siquiera se nombre a Israel, y que tampoco el «nosotros» tenga nombre. Resulta fundamental el pasaje de Sab 18,8: «nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti». La indicación de ese «nosotros» es anónima, porque no existe categoría histórica alguna que corresponda a «nosotros» y a «ellos». Todo ser humano, toda persona, cada uno de nosotros puede pertenecer a una categoría o a la otra, porque nadie está seguro de la propia fidelidad al Señor y, por tanto, de la propia pertenencia.

En las páginas finales del libro se revela su originalidad: es casi una invitación que involucra al lector en la historia del Éxodo y lo interroga sobre la continua incerteza que el hombre tiene sobre su propia identidad y sobre la fidelidad al Señor, pero también sobre la importancia de la insignificante historia personal frente a la historia del mundo.

La polémica con la sabiduría egipcia

Lo que, por último, resalta en la doctrina del libro es la polémica con el ambiente egipcio: una polémica vinculada a los acontecimientos del Éxodo, tal vez también para desacreditar la sabiduría egipcia, ligada asimismo a una antigua tradición religiosa. A los ojos de los judíos alejandrinos esta sabiduría es entendida simplemente como idolatría (y hasta como zoolatría, con el embalsamamiento de animales sagrados); en la teología del libro, esa idolatría es insipiencia y está en directa antítesis con la sabiduría.

No obstante, más allá de la diatriba contra la sabiduría egipcia, se impugna el tradicionalismo judío que no sabe acoger y desarrollar la novedad que surge de la experiencia de la alianza (Sab 3,13-4,20): esta puede resultar en contraste con las fórmulas tradicionales adquiridas, pero es al mismo tiempo acogida de todo lo inesperado que el Espíritu de Dios tiene que decir al hombre.

Esta es la razón por la cual el libro de la Sabiduría parte de las figuras y de los elementos más típicos de la historia de Israel: el personaje de Salomón, rey y sabio (Sab 6-9); la sátira contra los ídolos (13-15); el tema de la justicia (1-5); del justo y del pobre (2,10-3,15); del bien (1,14-15); de la retribución (2,16-3,4; 11-12); de la prueba (1,3-6; 1,24-3,5; 11,9-10; 12,18-27); la resistencia a las categorías usuales para designar a los justos y a los impíos (16,4-11)… para llegar a una meditación profunda sobre la condición del hombre, sobre la contraposición con el otro —con Dios, con el prójimo—, para captar el sentido y el sinsentido del hombre mismo (8,17–9,6; 18,8). Una vez más queda clara la razón por la cual no se nombra Israel, aunque allí —precisamente allí y no en otra parte— se elabora una experiencia de fondo sobre quién es verdaderamente el hombre, una aventura que pertenece al hombre mismo, a todo hombre, y no a un grupo humano particular.

Así aparece con claridad por qué el de la Sabiduría es el último libro del Primer Testamento: lleva con dignidad la tarea de ser, entre los libros del Antiguo Testamento, el más cercano al Nuevo Testamento.

  1. Cf. L. Mazzinghi, Il Pentateuco sapienziale. Proverbi Giobbe Qohelet Siracide Sapienza. Caratteristiche letterarie e temi teologici, Bolonia, EDB, 2016.

  2. En acadio, por ejemplo, el término «sabiduría» tiene la misma etimología que la palabra hebrea ḥokmā, e indica un conocimiento, es decir, el tener instrucción en algún arte, más que observar el comportamiento propio de un sabio: cf. A. Vanel, «Sagesse», en Supplément au Dictionnaire de la Bible, XI, París, Letouzey & Ané, 1991, p. 7.

  3. Cf. Dt 32,6.

  4. Cf. Éx 28,3; 31,6-11.

  5. Esta presentación del Logos preanuncia el Evangelio de Juan y el primer capítulo del Apocalipsis.

  6. Cf. A. Vanel, «Sagesse», op. cit., p. 37: Dt 4,6; Prov 9,10; Eclo 1,14-18 y 19,10.

  7. Los estudiosos datan el libro entre comienzos del siglo I a.C. y el fin del imperio de Calígula (41 d.C.): cf. Mazzinghi, Il Pentateuco sapienziale…, op. cit., pp. 222s. Según G. Scarpat, Libro della Sapienza, I, Brescia, Paideia, 1989, pp. 16-22, el libro fue compuesto después del año 30 a.C. y a caballo entre la era precristiana y la cristiana.

  8. Los «deuterocanónicos» son los libros sagrados que entraron en el canon bíblico en un segundo momento, pero sobre los cuales no hubo, en los primeros siglos del cristianismo, un consenso unánime acerca de su carácter inspirado. Son deuterocanónicos los dos libros de los Macabeos, Eclesiástico, Sabiduría, Baruc, Tobías y Judit, así como fragmentos de Daniel y de Ester. Los protestantes los denominan «apócrifos», es decir, de canonicidad controvertida.

  9. En particular, san Agustín, santo Tomás de Aquino, el autor del comentario atribuido a san Buenaventura, san Bernardo, el venerable Dionisio el Cartujo y, en los primeros años del siglo XVIII, san Luis María Grignion de Montfort: cf. M. Gilbert, La Sapienza di Salomone, I, Roma, AdP, 1995, pp. 27-33

  10. El libro de la Sabiduría repite las palabras a corta distancia, es decir, se adapta sin resistencia a aquel uso del lenguaje hablado por el cual un fonema tiende a reiterarse de forma casi rítmica y, por tanto, un término se asocia por instinto a otros de sonido similar o igual. Además, la intención de los artificios expresivos es aquí siempre retórica, nunca estética: activar una experiencia, intensificarla, elaborarla, no ya gozar de la propia vitalidad expresiva.

  11. «Apócrifo», en griego, significa «escondido, oculto». La Iglesia ha negado a ese tipo de libros el carácter inspirado y los ha excluido del canon. Los protestantes los llaman «pseudoepigráficos», es decir, de falsa atribución.

  12. Cosa que no sucedió con los salmos y su atribución a David.

  13. Véase a propósito la reciente versión poética italiana realizada por el biblista P. Saverio Corradino: S. Corradino y G. Pani, La Sapienza. Σοφία, Palermo, P. Vittorietti, 2019.

  14. M. Gilbert, La Sapienza di Salomone, op. cit., pp. 10, 12 y 71.

  15. En el prólogo al libro de los Proverbios, por ejemplo, se lee que el libro está dirigido explícitamente a los jóvenes (cf. Prov 1,1-7).

  16. No es exacta la versión que traduce Sab 2,2: «Amad la justicia, gobernantes de la tierra». En griego dice: «Amad a Justicia», donde Justicia es una personificación.

  17. S. Corradino y G. Pani, La Sapienza…, op. cit., p. 19.

  18. Ibíd., pp. 19s.

  19. Ibíd., p. 20s. No obstante, tomar en serio la literatura sapiencial no significa rechazar la ciencia y la técnica.

  20. Véase la estructura detallada en V. Dalario, Sapienza, Cinisello Balsamo, San Paolo, 2018, p. 11.

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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