SOCIOLOGÍA

¿Por qué vemos las series de televisión?

Las series de televisión son un importante producto cultural de nuestro tiempo. Tanto es así que universidades como Harvard y París Nanterre le han dedicado programas de estudio específicos, abordando el tema desde una perspectiva sociológica y de estudios literarios. Y no es raro oír referencias a series de televisión incluso en los discursos de jefes de Estado: Barack Obama mencionó por casualidad a Omar Little, un personaje de la serie The Wire.

Hay escritos políticos dedicados a Juego de tronos: por ejemplo, el de Pablo Iglesias y otros politólogos cercanos al partido Podemos (Ganar o morir: Lecciones políticas en Juego de tronos, 2014). Se habla de series incluso en textos de filósofos: Umberto Eco ilustró el concepto de «eterno retorno» recurriendo a la serialidad televisiva. Por sorprendente que pueda parecer, las series de televisión son un elemento esencial, y quizá incluso el más creativo, de la producción cultural del siglo XXI.

Un enorme salto de calidad

El protagonismo actual de las series se debe en gran medida a la llegada de directores de cine de primera fila, como David Lynch, Martin Scorsese, Steven Spielberg, Lars von Trier, Jane Campion y Quentin Tarantino. Curiosamente, esta entrada de grandes cineastas en el universo de las series se produce de dos maneras: dirigiendo una serie entera o firmando un solo episodio. Tarantino, por ejemplo, dirigió un episodio de E.R. (Urgencias) y dos de CSI (En la escena del crimen), y recientemente ha anunciado que escribirá y dirigirá toda una serie western, Bounty Law. En términos más generales, desde la música (Hans Zimmer, James Horner) a la fotografía (Adam Arkapaw), desde el guión (Jeffrey J. Abrams, Aaron Sorkin, David Chase) a los intérpretes (Glenn Close, Bruce Willis, Matthew McConaughey), muchos de los mayores talentos cinematográficos de cualquier especialidad alternan hoy, con gran facilidad, entre el cine y las series de televisión.

Por lo tanto, sería un error seguir pensando que las series son los parientes pobres de la familia audiovisual. Las series de televisión de baja calidad que conocimos en los años 90, como Dallas o Soldier of Fortune, están hoy en vías de extinción. La diferencia de calidad con respecto a los actuales es tan evidente que alguien ha propuesto distinguirlos utilizando dos términos diferentes[1].

A menudo se identifica la primera gran revolución en el panorama de las series de televisión con el lanzamiento de Twin Peaks, que sería entonces la primera serie de televisión de los tiempos «modernos». En efecto, cuando en abril de 1990 David Lynch y Mark Frost nos mostraron al agente del FBI Dale Cooper (interpretado por Kyle MacLachlan) y al sheriff Harry Truman (Michael Ontkean) investigando el asesinato de la joven Laura Palmer (Sheryl Lee) en el aparentemente tranquilo pueblo de Twin Peaks (Washington), rompieron muchas convenciones entonces vigentes. En primer lugar, al poner el foco en la ciudad, cuyo nombre daba título a la serie, en lugar de en un personaje, sugerían que la historia no trataba de individuos, sino de una comunidad humana (una comunidad que más tarde resultaría aterradora, a pesar de su aparente bondad). En segundo lugar, el uso de una fotografía casi onírica y de la etérea banda sonora de Angelo Badalamenti trastocó el modelo de relación con el espectador que las series de televisión habían heredado de las novelas populares del siglo XIX (cuyo principal objetivo era mantener la atención del lector). En Twin Peaks, se incita constantemente al espectador a cuestionar los límites de la realidad y la ficción.

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A esta revolución estética siguieron muchas otras en diversas direcciones. Pero Twin Peaks abrió una nueva etapa en la historia de las series de televisión: a partir de entonces, los críticos de cine ya no podrían rechazarlas con desdén, y ningún espectador volvería a sonrojarse si era sorprendido viendo una de ellas.

Cambios en la distribución

Si la presencia de algunos de los mejores artistas del mundo del cine contribuyó a la explosión de series, los cambios en las redes de distribución no tuvieron un rol menor. El giro de la cadena HBO (hasta entonces dedicada principalmente a los deportes) hacia la producción de series que trataban abiertamente temas controvertidos – como, por ejemplo, Sex and the City (1998-2004) – le proporcionó una impresionante fuerza financiera, que reinvirtió para aumentar su propia producción[2]. De hecho, se sabe que fueron las aventuras y desventuras amorosas y (a veces) profesionales de Carrie Bradshaw, interpretada por Sarah Jessica Parker, las que financiaron la producción de Los Soprano – una magistral reinterpretación del tema de la familia mafiosa -, en la que David Chase nos muestra la mafia desde el punto de vista de los dramas cotidianos de una familia mafiosa (nada que ver con las historias de honor, fuerza y poder de la «familia mafiosa» que habíamos conocido de la mano de Scorsese y De Palma). La apuesta tuvo éxito, hasta el punto de que Los Soprano (1999-2007) reunió nada menos que 112 nominaciones en diversas categorías de los premios Emmy, de las que ganó 21.

Hoy en día, es Netflix quien está barajando las cartas. Fundada en 1997, esta empresa empezó distribuyendo DVD por correo, pero se especializó en la venta de contenidos por streaming, empezando en Estados Unidos en 2007 y extendiéndose a Canadá en 2010. Netflix ha revolucionado el mercado, tanto porque no interfiere en la producción de las series – una vez aprobado el guión, los ejecutivos de Netflix no siguen de cerca la producción ni aprueban sus distintas fases – y da mucha más libertad a productores y directores, como porque lanza temporadas completas de una vez, huyendo del modelo tradicional de emisión de un episodio por semana. Esto deja en manos de los espectadores la decisión sobre el momento y el ritmo de lo que ven.

Esta revolución está teniendo importantes resultados: se calcula que Netflix cuenta ahora con unos 160 millones de abonados, para los que produce contenidos en 22 idiomas diferentes. Es interesante señalar que la llegada de las películas de Netflix a las salas de cine ha causado cierta polémica, tanto por su presentación en festivales como el de Cannes, incumpliendo sus normas[3], como porque las películas producidas por la compañía con sede en Los Gatos no se han proyectado en cines[4].

La hibridación de dos géneros

Sin embargo, el cambio entre las series de televisión de hace treinta años y las actuales no se ha limitado a una mayor calidad: hoy, en su mayoría, ya no siguen el modelo de un conjunto fijo de personajes que comienzan y terminan una historia en cada episodio, como hacían, por ejemplo, los agentes de Misión: Imposible. Casi todas las series actuales mezclan rasgos característicos de las telenovelas (Soup opera) con otros de las series tradicionales. Cada episodio tiene una trama específica (como en las series de televisión de antaño), pero casi todos tienen referencias cruzadas que se extienden a lo largo de varios episodios (como en las telenovelas)[5].

Pero lo más interesante que resulta de la fusión de estos dos ritmos es que este cruce confiere a la serie una temporalidad específica. La combinación del ritmo repetitivo de los episodios con el ritmo alargado de las temporadas de larga duración parece ofrecer a los espectadores un formato especialmente adaptado a sus vidas aceleradas, organizadas hasta el exceso. Las series están plagadas de flashbacks, elipsis y anticipaciones, que recuerdan al espectador los signos del paso del tiempo, la modulación de los personajes a lo largo de los años y las temporadas, y las razones por las que un determinado personaje se encuentra en la situación actual en el episodio que se está viendo. Pero el espectador puede contar, al mismo tiempo y en cada episodio, con la finalización de una línea narrativa que ofrece cierto consuelo o incluso alivio existencial a quienes viven una vida agitada en constante cambio. La serie ofrece una especie de «reserva de tiempo» a quienes nunca lo tienen.

Un ejemplo interesante de serie como reserva de tiempo es 24 (2001-10), producida por Fox, en la que Kiefer Sutherland interpreta al agente Jack Bauer. Cada temporada consta de 24 episodios, que corresponden a las 24 horas del día del protagonista. Así, el espectador tiene la opción de «pausar» la vida de Bauer, o de hacerla «avanzar» en el tiempo, simplemente pulsando con el dedo el botón correspondiente. Al final de un día de trabajo, el espectador, sentado en el sofá de su casa, puede decidir si la vida de Jack avanza un poco o se mantiene en suspenso hasta nuevo aviso. Las series narradas en «tiempo real», como 24, acentúan así el efecto de «reserva de tiempo» y la percepción de dominio del tiempo por parte del espectador: una sensación que a menudo no se experimenta en la vida real, y que en cambio ofrecen las series en streaming.

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Ver una serie tras otra no es una práctica existencial especialmente pacificadora. Ofrece una evasión de la realidad que no remite a la experiencia real. En este sentido, ver series puede ser un ejercicio de alienación[6]. Pero verlas en pequeñas dosis es un ejercicio que permite un cierto reposo del tiempo vivido y un olvido momentáneo de las preocupaciones. De esta manera, las series ofrecen, con un solo clic, la posibilidad de encontrar una reserva de tiempo, y así proporcionar un momento catártico fácilmente aprovechable.

Lo extraordinario de lo ordinario

El filósofo y narrador francés Tristan Garcia escribió un libro[7] sobre Six Feet Under (HBO, 2001-2005), serie creada por Alan Ball y centrada en la vida cotidiana de los miembros de la familia Fisher, que se ganan la vida con la muerte, pues regentan una funeraria. García intenta identificar las fuentes del humor negro de la serie analizando seis temas horizontales asociados a distintos personajes: la individualidad (Ruth), la familia (Claire), el trabajo (Rico), el amor (Keith), la muerte (Brenda) y la búsqueda del sentido de la vida (Nate Jr.). El escritor concluye que la descripción factual de la vida cotidiana de la familia Fisher sirve de arquetipo, en el siglo XXI, de la «novela» occidental de clase media: un género que suplantó a las novelas rusas, francesas y alemanas de los dos siglos anteriores. En Six Feet Under, García encuentra el prototipo de familia burguesa, que vive una narración modesta, nada heroica, pero que no carece de sentido.

Independientemente del caso que analiza, el aspecto más interesante que revela la interpretación del filósofo es la capacidad de las buenas series para mostrar lo extraordinario en lo ordinario. Las novelas clásicas a las que García contrapone Six Feet Under alentaban existencias heroicas y socialmente significativas. Series como ésta, en cambio, muestran el significado y la dimensión de lo extraordinario que puede encontrarse en actividades ordinarias y vidas aparentemente banales. Si esto es un signo de que las series son instrumentos de opresión burguesa a las clases trabajadoras, o de que manifiestan e ilustran la capacidad humana de «entrar en la espesura»[8] dando sentido a lo banal, es una elección que – como en cualquier otro tipo de arte – cada espectador tendrá que hacer por sí mismo.

Las series como medio de socialización

Por último, las series de hoy en día tienen un impacto que va mucho más allá de las pantallas de televisión, los ordenadores, los tablets y los teléfonos celulares. Muchas «series de culto» están vinculadas a festivales y convenciones donde los aficionados se reúnen y conversan. En algunos casos, los lazos forjados entre seguidores de una misma serie adquieren incluso los rasgos de los vínculos sociales y de complicidad creados entre seguidores de un mismo equipo de fútbol. Este vínculo emocional entre los espectadores de una misma serie promueve y se refleja en el mercado de objetos relacionados con el imaginario de las series, que hoy en día alcanza proporciones considerables.

De hecho, incluso los espectadores menos entusiastas suelen hablar con amigos, familiares y colegas sobre las series que ven. Las series son, pues, un elemento cada vez más presente e importante en las interacciones humanas de las sociedades occidentales. Esto se debe al hecho de que ver un episodio de una serie de televisión puede ser un pretexto para reunir a los amigos en casa de alguien, tal como se va en grupo al cine a ver una película. Pero también ocurre porque comentar el episodio emitido la víspera – y visto por todos en casa – se ha convertido, para muchos, en una especie de must, casi como conocer el resultado del partido de fútbol de la noche anterior.

Como las series se han convertido en tema habitual de conversación, para poder participar en ellas – en la pausa del trabajo, en una cena con amigos o en familia – se ha hecho imprescindible haber visto las mismas que han visto otros. Ver series y elegir qué series ver en la televisión constituye, así, una parte importante de las interacciones sociales de muchos de nuestros contemporáneos. Curiosamente, se ha demostrado que este fenómeno trasciende las categorías sociales y económicas habituales en los análisis sociológicos.

¿Por qué vemos series?

Hoy podemos decir que las series son objetos culturales en sentido pleno[9]. Vemos muchas series en primer lugar porque tienen cualidades estéticas notables. Pero no hay que olvidar que, como ocurre con todos los demás objetos artísticos, las series son el resultado de la sociedad que las produce y, al mismo tiempo, generan un determinado tipo de sociedad. Describir esta circularidad sociedad-serie, es decir, establecer una estética social de la serie, es, por ahora, una tarea imposible para los protagonistas del fenómeno. Sin embargo, también es cierto que contemplar la cultura del siglo XXI descuidando las series sería un error, ya que, con una calidad cada vez mayor, estas ocupan un lugar importante en la sociedad occidental, tanto como medio de entretenimiento personal como de socialización.

  1. Cfr F. Damour, «Pourquoi regardons-nous les séries télévisées ?», en Études, mayo 2015, 82.

  2. La primera producción de HBO fue la serie dramática Oz, que comenzó en 1997.

  3. En 2017, el Festival de Cannes presentó The Meyerowitz Stories y Okja, dos películas producidas por Netflix. Pero desde entonces, las producciones de Netflix ya no pasan por Cannes, porque la legislación francesa exige que transcurran 36 meses entre la presentación en salas de cine y su disponibilidad en streaming, mientras que Netflix hace que sus contenidos estén disponibles inmediatamente.

  4. Carlos Capucho lo lamentaba en un artículo aparecido en la sección cultural de Brotéria: «Si los cinéfilos portugueses se habían alegrado, meses atrás, de que los amos del streaming hubieran “concedido”, en paralelo, el estreno en salas de Roma, la premiada película de Alfonso Cuarón, esta vez la esperanza se ha desmoronado, porque la extraordinaria película de Martin Scorsese, The Irishman, no se verá en cines, confinada sólo a las “cajas” de los suscriptores de Netflix» (C. Capucho, «Vitalina Varela», en Brotéria, vol. 189, octubre de 2019, 826).

  5. Este último aspecto, dicen muchos expertos, es un elemento clave en el éxito de las series hoy en día, porque fideliza a la audiencia, hasta el punto de que algunos advierten de posibles adicciones patológicas asociadas a ver series. Cf. P. Soukup, «“Soap opera”, molto più che intrattenimento. Storia e sviluppo di un genere di culto», en Civ. Catt. 2018 I 354-363.

  6. Lo puede comprobar cualquier espectador que se haya sometido a un maratón de varias horas seguidas de episodios. Este hábito tiene un impacto directo en la pérdida de calidad del sueño, la fatiga acumulada, la aparición del insomnio y está estadísticamente correlacionado con los hábitos sedentarios y las malas elecciones alimentarias.

  7. Cfr T. Garcia, Six Feet Under: Nos vies sans destin, París, Presses Universitaires de France, 2012, 128.

  8. «Gocémonos, Amado; / y vámonos a ver en tu hermosura / al monte y al collado / do mana el agua pura; / entremos más adentro en la espesura» (Juan de la Cruz, s., Cántico espiritual, 36, Burgos, El Monte Carmelo, 1928).

  9. La revista portuguesa Brotéria, a partir de su número de septiembre-octubre de 2019, comenzó a incluir reseñas de series en su sección cultural junto a reseñas de crítica cinematográfica, libros, exposiciones, etc.

Manuel Lencastre Cardoso
Es Director adjunto de la revista portuguesa Brotéria. Ha publicado también diversos artículos en revistas académicas, principalmente de orientación filosófica.

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