La Verónica con la Santa Faz, El Greco (Ca. 1580)

Publicamos a continuación el prólogo del Papa Francisco al libro de nuestro director, p. Antonio Spadaro S.I., titulado Una trama divina. Gesù in controcampo (Venecia, Marsilio, 2023). El texto del Pontífice se cierra con una invitación a los artistas. El primero en responder fue el director de cine Martin Scorsese, y lo hizo escribiendo un guion original para una posible película sobre Jesús. Lo publicamos a continuación. Al final, p. Spadaro cuenta cómo se fraguó esta original respuesta.

Para sus contemporáneos, Jesús podría haber entrado en el paradigma del inadaptado, de la persona que no se ajusta, desadaptada, que no se conforma con lo que es obvio. Basta leer en los Evangelios las reacciones que provocan sus gestos. En Marcos, vemos que «sus parientes […] salieron para llevárselo, porque decían: “Es un exaltado”». Algunos declaraban abiertamente, como nos dice Mateo: «Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». A veces, Jesús tiene reacciones duras, indignadas: derriba las mesas de los mercaderes del Templo, por ejemplo. No se adapta, no se conforma.

Siguiendo a Jesús por su camino, vemos que abandona Nazaret, su «patria». Protesta contra los que se sienten tan incluidos que excluyen a los demás, contra los que creen ver tan claro que se han vuelto ciegos, contra los que son tan autosuficientes en la administración de la ley que se han vuelto injustos.

Una trama divina nos acompaña en la búsqueda de Jesús mientras camina, se encuentra gente en el sendero y se dirige con decisión hacia la meta: Jerusalén.

¿Quién es? ¿Qué es lo quiere? Jesús va por las calles de los pueblos enseñando, sanando a los enfermos, consolando a los afligidos. La gente se sorprende y se pregunta quién es. Como hizo con sus discípulos, nos mira a los ojos y nos pregunta: «Pero ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Siento que me lo pregunta a mí. Frente a la historia de Jesús, esta sigue siendo la pregunta fundamental, y su eco se escucha en todas las páginas de este volumen.

A veces nos agobian imágenes de Jesús que, en realidad, son más figuritas que retratos eficaces. Tendemos a domesticar a Jesús, a hacerlo amable, pero de una manera que vuelve su mensaje innecesariamente dulce. Da paz, consuela, es «luz amable», como escribió san John Henry Newman, pero no hace dormir con canciones de cuna y, sobre todo, no anestesia. La sana inquietud insatisfecha, junto con el asombro ante lo nuevo, abre el camino a la audacia. No necesitamos, por lo tanto, cuentos edificantes, especialmente en los tiempos difíciles en que vivimos. Este libro los deja afuera, destacando a menudo los claroscuros, las asperezas de los relatos evangélicos. Jesús vino a traer fuego a la tierra. Si trae luz, no teme las sombras. Y, por otra parte, es cierto que los que crecen en un mundo de cenizas no alimentan con facilidad el fuego de los grandes deseos.

No debemos perder el fuego del encuentro con Jesús. Por eso, miremos al Maestro, sigámoslo en su camino sin perderlo de vista. Todo el mundo puede hacerlo, aunque no siempre sea fácil comprender a Dios, prever su camino. Es bueno dejarse comprender por Él y dejarse guiar.

Aprendamos a quitar el polvo acumulado en las páginas del Evangelio, redescubramos su sabor intenso. Éste es el camino que estamos llamados a recorrer: escuchar el tono de voz de quien pronunció las bienaventuranzas, de quien compartió el pan entre la multitud, de quien curó a los enfermos, de quien perdonó a los pecadores, de quien se sentó a la mesa con los publicanos.

La historia de Jesús se une a la de los hombres y mujeres, despertando y potenciando las energías ocultas, la pasión adormecida por la verdad y la justicia, los destellos de plenitud que el amor ha suscitado en nuestro camino, pero también la capacidad de afrontar el fracaso y el dolor, de exorcizar los demonios de la amargura y el resentimiento.

La trama es propia de la historia. No hay historia sin trama. Dios ha entrado en la trama de la vida humana con una historia que se puede contar. La trama es un tejido de hilos. Jesús se ha enlazado a este tejido. Ningún hilo es igual a otro y, a veces, los hilos se anudan. Es en la trama de los asuntos humanos donde lo reconocemos «trabajando», como escribió san Ignacio: Jesús se conmueve, se acerca, toca el dolor y la muerte y los transforma en vida. Leer la historia de Jesús no nos aleja de la trama de nuestra existencia. Al contrario, nos llama a mirar nuestra historia, a volver a encontrarnos con ella sin huir.

Hay que «ver» a este Jesús, sentir su tacto en nuestra piel, de lo contrario el Hijo de Dios, el Maestro, se convierte en una abstracción, una idea, una utopía, una ideología. Con él se desarrolla un juego de miradas, pero no sólo eso, porque intervienen todos los sentidos. Jesús es rociado con perfume por una mujer, come y comparte pan y pescado, toca y cura, escucha y responde a sus interlocutores.

Abrir los Evangelios es como mirar a través de una cámara que nos permite ver a Jesús en acción. La mirada con la que Una trama divina nos ayuda a leerlos parece ser la del cine. En sus Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola nos pide que contemplemos los Evangelios con los ojos de la imaginación: con nuestros ojos, no mediante una abstracción mental. Al hacerlo, la historia de Jesús entra en la nuestra. La miramos a la luz de nuestra vida, vemos los rostros, los acontecimientos, los personajes… Incluso podemos imaginar que entramos en la historia de Jesús, que lo vemos a Él, sus lugares, sus movimientos, y que escuchamos las palabras de su voz viva. Por eso el Evangelio nos conmueve profundamente.

Los gestos de Jesús son inclusivos: convoca a los más pobres, los oprimidos, los ciegos, haciéndolos partícipes de su nueva visión de las cosas. La suya no es una mirada asistencialista. No cura a los ciegos para que puedan disfrutar el espectáculo mediático de este mundo, sino para que sean capaces de ver la acción de Dios en la historia. El Señor no viene a liberar a los oprimidos solo para hacerlos sentir bien, sino para enviarlos a obrar.

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Jesús confía en lo mejor del espíritu humano. Encontrarlo significa recuperar la energía, la fuerza, el coraje. Frente a la realidad, el Maestro no se abandona a las quejas, no da un juicio paralizador: al contrario, nos invita a un compromiso apasionando.

La vulnerabilidad de la gente, por la que el Señor siente compasión, no lo lleva a un cálculo prudente de nuestras limitadas posibilidades, como le sugieren los apóstoles: por el contrario, los exhorta a la sobreabundancia desbordante del Evangelio, como sucedió en la multiplicación de los panes.

Una trama divina, en este sentido, pone claramente de relieve la diferente capacidad de juicio de Jesús y la de sus discípulos. No tengamos miedo de ver a un Jesús a menudo incomprendido incluso por los suyos, difícil de aceptar, solo. Cuestionemos, en todo caso, nuestra propia capacidad de juicio y de comprensión del Evangelio.

Por último: ¿cómo hablar de Jesús? ¿Qué lenguaje usar? ¿Cómo presentar a este «personaje» que cambió la historia del mundo? Es uno de los desafíos del libro. Cierto, no con el lenguaje de la costumbre. El lenguaje de la verdadera tradición está vivo, es vital, capaz de futuro y poesía. El lenguaje de la costumbre, en cambio, es rancio, aburrido, ceremonioso, obvio. La Iglesia debe cuidarse de no caer en la trampa del lenguaje banal, de las frases que se repiten de manera mecánica y fatigosa.

El Evangelio debe ser una fuente de genialidad, de sorpresa, capaz de sacudir profundamente. Lo peor que puede ocurrir es traducir el poder del lenguaje evangélico a un algodón de azúcar: suavizar el impacto de las palabras, pulir los ángulos de las frases, domesticar el sentido del discurso. ¡Qué importantes son las palabras! Los artistas, los escritores, precisamente por la naturaleza de su inspiración, son capaces de custodiar el poder del discurso evangélico.

Hoy resuena en el mundo un «eco de plomo», para utilizar una expresión del poeta jesuita Gerard Manley Hopkins. Hago un llamado: en este tiempo de crisis del orden mundial, de guerras y grandes polarizaciones, de paradigmas rígidos, de graves desafíos climáticos y económicos, necesitamos la genialidad de un lenguaje nuevo, de historias e imágenes poderosas, de escritores, poetas, artistas capaces de gritar al mundo el mensaje del Evangelio, de hacernos ver a Jesús.

 

Guion para una posible película sobre Jesús

Martin Scorsese

Me conmovió profundamente la introducción de Su Santidad a Una trama divina, del padre Antonio Spadaro, y su llamado a los artistas me estremeció hasta la médula. Quise dar una respuesta y decidí hacerlo de esta forma.

Comenzamos sumergidos en la oscuridad.

Una imagen pintada del rostro de Jesús ilumina de repente el encuadre… y luego, con la misma rapidez, desaparece de nuevo en la oscuridad.

CAMBIO DE PLANO a una serie de imágenes: una sencilla cruz de madera colgada sobre una cama bien hecha en un condominio popular… vitrales de iglesia con escenas de la vida de Jesús… una escultura de mármol de María con el cuerpo de Jesús en brazos… una pequeña cruz dorada junto a una imagen popular de Jesús rezando al cielo… un niño sentado a una mesa mirando a la cruz junto a complejos dibujos coloreados para una película imaginaria llamada «La ciudad eterna».

Otras imágenes de Jesús: otros retratos familiares producidos en serie, breves imágenes en movimiento de Intolerancia, la versión muda de El rey de reyes, La túnica sagrada y la versión sonora de Rey de reyes.

VOZ: Como millones de niños de todo el mundo, crecí rodeado de imágenes de Jesús, todas ellas basadas en una idea común de su aspecto y comportamiento: guapo, con un maravilloso pelo largo y barba, asceta, piadoso…

Una escena del Evangelio según San Mateo de Pasolini: el sermón de la montaña.

VOZ: En el momento en que empezó a concretarse la idea de hacer cine, tenía en mente hacer una película sobre Cristo en el mundo moderno, con ropa moderna, rodada en 16 mm y en blanco y negro en las calles de Nueva York, con apóstoles con traje en viejos pasillos descascarados y expuestos a la intemperie, con la crucifixión ambientada en los muelles del West Side y policías en lugar de centuriones… mi mundo. Pero entonces vi El Cristo de Pasolini. El escenario no era moderno, pero la sensación que transmitía sí lo era. Se asistía a la inmediatez de Cristo. Pasolini nos mostró a un Jesús a menudo enfurecido, furioso. Luchador… Su película volvía bastante superfluo lo que yo tenía pensado hacer, pero me inspiró para seguir adelante.

Una estación de montaje cinematográfico. Una imagen en la pantalla enmohecida de una vieja estación de montaje, que está bloqueada. Unas manos aparecen en el encuadre, recogen la película y la cortan.

VOZ: ¿Cómo se representa a Jesús en el cine? He pensado en ello durante años y he hecho mis propios intentos. Y las palabras de Su Santidad me dieron un nuevo estímulo, una nueva referencia.

La mano en la estación de montaje se dirige a una «cesta» de lona con tiras de película numeradas que cuelgan de ganchos en la parte superior. Elige una tira, la coloca en la empalmadora, aplica cinta adhesiva sobre ella y su mano presiona el metal para sellar la unión entre las dos imágenes.

VOZ: El cine nunca consiste en imágenes aisladas. Se trata de imágenes en movimiento, pero sobre todo de imágenes unidas. Coges una imagen, la pones al lado de otra imagen y una tercera imagen se ilumina en tu mente. Esto es el cine: comunica a través de una impresión o una idea creada en la mente y el corazón, que no existe en la realidad. Es en esta esfera eterna, entre las imágenes de lo real, de nuestro mundo, donde se puede sentir la presencia de Jesús.

PLANO sobre la Grand Central Station de Nueva York.

Movimiento constante desde todas las direcciones, gente subiendo y bajando de los trenes, gente corriendo al metro, gente buscando a otra gente y alguna gente simplemente… yendo… Un lienzo de Bruegel en movimiento, amenazando con desbordar el marco y envolvernos.

VOZ: Jesús contiene multitudes. Es constante. Está presente en nuestros esfuerzos cuando sentimos el impulso de actuar movidos por el amor, aunque no lo consigamos. Está presente en cada vaga insinuación de amor. No el amor por una cosa o persona concreta, el amor como fuente de poder.

La cámara vuela entre la multitud y se detiene en este rostro, luego en aquel, luego en otro y en otro… vidas individuales que se viven aquí y ahora…

Una joven entra en el metro, donde todo el mundo se hace su propio hueco, saca el móvil y empieza a desplazarse con el dedo… ella no es una excepción.

VOZ: En Mateo 10, Jesús dice que no vino a traer la paz, sino la espada. ¿Es esto una incitación a la violencia? Obviamente, no. Para mí es una incitación a ir más allá de las dudas y buscar a Dios en nuestro interior, el sentimiento genuino, dentro de nosotros, de que actuamos movidos por el amor.

Las puertas del metro se abren.

Entra un hombre. Es repugnante, sucio, lleva ropa harapienta.

De una bolsa de plástico llena de periódicos y envases de plástico saca un vaso y viene directo hacia nosotros.

Pronuncia un discurso – perdió su piso en un incendio, aún tiene que encontrar tres dólares para pagar una cama limpia para pasar la noche – y luego empieza a cantar con voz chillona.

Se tambalea por el vagón abarrotado con su gran bolsa abultada.

Todos están nerviosos, mirando hacia otro lado. Unos pocos lanzan una mirada fugaz, la mayoría mantiene la vista fija en otra parte.

El hombre se vuelve agresivo, incluso insultante.

La mujer no aparta los ojos del teléfono.

Ya casi es su turno. Se está acercando.

Tiene el dinero en el bolso, pero…

…¿los billetes de un dólar están doblados bajo los de más valor o es al revés? Sería vergonzoso que la viera buscar entre los billetes de 10 y 20 dólares para darle un dólar.

Si ella es la única que le da dinero, ¿qué pensará la gente de su entorno? ¿La juzgarán?

Ansiedad.

El hombre se acerca. Está casi a su lado…

De repente…

La mujer levanta la vista de su teléfono y mira directamente a los ojos del hombre…

…él mira a los suyos. Nos detenemos en ellos, permanecemos dentro de su intercambio.

VOZ: Te sorprendes, ves realmente a alguien, reconoces su humanidad… ahí está la espada de Jesús, rompiendo todos los lazos de la costumbre, las coartadas, los comportamientos no expresados que nos mantienen a una distancia cortés de los demás… y vas derecho al corazón del amor.

Nos quedamos allí, ante esos rostros….

VOZ: La revelación puede llegar en cualquier momento, en la sala de juntas de un consejo de administración, en las colinas de Oklahoma, en el patio de una prisión de máxima seguridad, en un aeropuerto o en un Starbucks, en un museo o en una caja de cartón isotérmica que alguien ha convertido en refugio improvisado, en una sala de conciertos o en una cámara de tortura.

El momento pasa, el hombre no se molesta en esperar el dinero y se aleja, la mujer recoge sus cosas.

VOZ: La vida nunca se detiene. Pero ese momento puede abrir la puerta a un cambio real. ¿Pero cruzar el umbral? Eso es harina de otro costal. Da miedo. Quizá por eso Jesús utilizó la imagen de la espada.

La mujer baja en la parada… y es engullida por el enjambre de humanidad. Otra vez Bruegel.

VOZ: Pintores, compositores, novelistas, coreógrafos, cineastas… seguimos intentándolo… No se trata de buscar respuestas o hacer declaraciones. Intentamos crear algo que se parezca a la vida tal y como se vive… dar forma a… ¿qué? A este misterio inexplicable y siempre cambiante. Seguimos intentándolo, con la esperanza, al final, de acabar con algo que exprese ese misterio. Para algunos de nosotros, intentar describir lo que ocurre en torno a estos momentos de revelación es la esencia de nuestro trabajo.

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Una escena de la película francesa de 1945 Le père Serge.

VOZ: Siempre he pensado que no existe el arte antiguo o el nuevo, es una conversación constante. Y las historias y películas que me han inspirado también forman parte de este retrato en mosaico. Como la historia de Tolstoi sobre un aristócrata que, tras un desengaño amoroso, se convierte en un hombre santo: cree haber alcanzado la verdad espiritual encerrándose en una cueva, pero de repente se da cuenta de que eso no es cierto en absoluto y sale al mundo, a la búsqueda…

Una escena de la película de Bresson Diario de un cura rural (el cura interactuando con la chica mentirosa).

VOZ: La historia de Georges Bernanos y Robert Bresson sobre el sacerdote enfermo que lucha hasta la muerte por las almas de sus feligreses, aunque éstos se burlen de él y le atormenten…

Una escena de Europa ’51 (Irene saluda a las personas a las que ayudó desde la ventana del hospital)

VOZ: La historia de Roberto Rossellini sobre la mujer que, tras la muerte de su hijo, decide dedicarse por entero a los necesitados, y acaba internada en un hospital psiquiátrico… donde continúa ayudando a los demás.

Una escena de Silencio: Kichijiro regresa tras otra traición. / Una escena de The Irishman: Frank pide al cura que deje la puerta entreabierta.

VOZ: Reflexionemos todos sobre los esfuerzos que hemos realizado en nuestro trabajo… las personas que permanecen indecisas ante el umbral de la redención, llenas de temor, temblando…

Una escena de Toro salvaje: Jake La Motta bajo un rayo de luz en la cárcel del condado de Dade.

VOZ: … y la gente que de algún modo se encuentra en el umbral de la redención y lo cruza…

Una escena de Mean Streets: Charlie en la iglesia.

VOZ: La gente que cree que puede elegir su penitencia y salirse con la suya…

Una escena de Silencio: Ferreira presenciando el fumi-e (el pisoteo del crucifijo) / Una escena de Más allá de la vida: Frank intubando cuidadosamente al hombre que ha sufrido un infarto.

VOZ: … o su papel espiritual…

Una escena de Casino: Joe Pesci y Sharon Stone haciendo el amor por primera vez, frenéticamente.

VOZ: …o gente que vive en un estado de ilusión.

Montaje: la imagen de Casino se congela.

VOZ: Intentamos encontrar finales para nuestras historias que den forma a la vida tal y como todos la vivimos. Mientras voy tanteando, me doy cuenta de que tal vez hago películas que conducen a otras preguntas, a otros misterios.

Se ve la película que se había cortado, las manos buscando otra toma en la cesta, la encuentran, la empalman, deslizan la película de nuevo en la máquina.

VOZ: ¿Cuál es el final de esta película provisional?

PLANO sobre el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Horeb y del monte Sinaí.

Seguimos a un hombre, una mujer y una niña a través de las puertas del monasterio, detrás de un guía.

VOZ: Un viaje a Egipto que hice con mi mujer y mi hija menor.

Caminamos por antiguos pasillos de piedra con estrechas curvas.

VOZ: Estamos al pie del monte Sinaí, en el antiguo monasterio de Santa Catalina, que contiene un museo; hay reliquias y objetos sagrados expuestos, tan preciosos que la luz que los ilumina permanece encendida sólo un minuto.

Nos encontramos a oscuras en una habitación pequeña.

VOZ: Doblo en una esquina, la luz aumenta de repente….

Se ve mi rostro, encantado, entre mi mujer y mi hija, encantadas ellas también.

VOZ: Es un Cristo Pantocrátor bizantino del siglo VI.

Es el cuadro que vimos por un momento al principio, con la luz cayendo sobre él.

VOZ: Fue pintado con la técnica de la encáustica, y eso le da una fuerza aún mayor, más profunda.

La cara de mi hija, casi aterrorizada.

VOZ: ¿El poder de hacer qué?

La cara de mi mujer, extasiada.

VOZ: Sea cual sea el motivo – el momento de mi vida, el hecho de que estuviera allí con mis seres queridos, el hecho de que lo encontráramos delante de nosotros sin previo aviso -, de todas las representaciones de Jesús que he visto, ésta es la que me impactó más directamente…

Se ve mi cara mirando la pintura.

VOZ: …la que me obligó a reaccionar. Tuvo en mí el impacto que describe Su Santidad, un impacto profundo. Una pregunta tomó forma y salió a la luz. La pregunta…

Se ve mi cara, y mi voz preguntando: «¿Qué quiere Cristo de nosotros?».

PLANO sobre el cuadro.

VOZ: La pregunta permanece en el aire. Y esta pintura del siglo VI que ha mirado directamente a mi alma, esta experiencia tan personal, me ha abierto la puerta a nuevas imágenes de Jesús, a nuevas formas de verlo… aquí… ahora… Estoy convencido de que si yo he tenido una experiencia así, otros también la tendrán, y encontrarán el modo de reflejarnos a Jesús bajo una nueva luz.

La luz irradia desde la pintura, inundando la habitación y luego todo el encuadre.

FIN

 

«¿Por qué el mundo no se deja sacudir por el cuerpo y la sangre de Cristo?»

Antonio Spadaro S.I.

El 3 de marzo de 2016, llamo por primera vez al timbre de la casa de Scorsese: es un día frío, pero luminoso. Es la una de la tarde. Me recibe en la cocina, como en familia y con un café caliente, Helen, la mujer de Martin, que me impresiona con su gracia mientras atraviesa un sufrimiento físico. Nos sentamos en el mismo sofá. Iniciamos una conversación lenta y profunda. Cuando llega Martin, el ritmo se acelera y se acelera, pero este permanece como guiado por la mirada de Helen. Recordamos su vida de hijo de inmigrante en los barrios bajos de Nueva York, su historia de monaguillo de respiración entrecortada, porque estaba enfermo de asma. Lo que surge de los recuerdos es una mezcla de lazos de sangre, violencia y lo sagrado. Los recuerdos se funden con los de un niño que, sin saberlo, convierte la calle en su primer escenario cinematográfico: el de su imaginación y sus sueños.

Pero también emerge el recuerdo de un sacerdote: «Cuando era niño, tuve mucha suerte, porque tuve un sacerdote extraordinario, el padre Príncipe. Aprendí mucho de él, entre otras cosas la piedad con uno mismo y con los demás. Por supuesto, a veces encarnaba la figura del estricto preceptor moral, pero su ejemplo era algo muy distinto. El hombre era un verdadero guía. Podía hablarme con severidad, pero nunca me obligó a hacer nada. Te guiaba. Te regañaba. Te persuadía. Tenía un amor extraordinario», me dice.

Desde ese día, cuando estoy en Nueva York, ocurre que reanudamos esas conversaciones. Han dado lugar, además, a dos entrevistas para La Civiltà Cattolica[1], pero también a un libro (La saggezza del tempo)[2] y a una miniserie de Netflix (Stories of a generation)[3]. Hay un tema que surge con cierta constancia: el sentido de la gracia. «Estoy rodeado de una forma de gracia», me dijo una vez con una sonrisa, mirando a Helen. Pero la gracia de la que me habla sería completamente incomprensible sin la condenación.

El pasado mes de octubre, por primera vez desde la pandemia, nos reunimos en casa para cenar. Antes de sentarnos, me regaló un pequeño libro de su biblioteca titulado The practice of the presence of God, del hermano Lorenzo de la Resurrección, un fraile carmelita de mediados del siglo XVII, con un prefacio de Dorothy Day. Veo algunos pasajes subrayados. En particular, uno en el que se dice que para estar con Dios basta «hacer de nuestro corazón un oratorio, al que nos retiremos de vez en cuando para entretenernos suave, humilde y amorosamente con Él»[4].

Una vez más hablamos de Marilynne Robinson, que escribió algo que le impactó mucho: «somos brillantemente creativos e igualmente brillantemente destructivos». Esto hace al hombre inexplicable, irreductible a la explicación: es «el gran y asombroso misterio de nuestro ser, de vivir y morir». Cuando era monaguillo, al salir a la calle después de la misa, se preguntaba: «¿cómo es posible que la vida siga como si nada? ¿Por qué no ha cambiado nada? ¿Por qué el mundo no es sacudido por el cuerpo y la sangre de Cristo?». Es un pregunta lacerante y mística. ¿Cómo la ha vivido Scorsese durante las décadas de su vida?

Sin duda, a través del cine, de Toro salvaje a Silencio, pasando por La última tentación. Para esta última película fue a Jerusalén: «Me llevaron a la iglesia del Santo Sepulcro – me cuenta –, fui allí con el productor, Robert Chartoff, fallecido recientemente. Estuve ante la tumba de Cristo. Me arrodillé y recé. Cuando salí, Bob me preguntó si me sentía un poco diferente. Le respondí que no, que sólo estaba impresionado por la geografía del lugar». Volvió al avión, un monomotor, y… «de repente – me dice – sentí una sensación total de amor…». Llegaba en ese momento la respuesta a la pregunta de entonces: «algo ha cambiado».

Le hablé de Una trama divina, el libro sobre Jesús que estaba terminando: no una biografía, sino un comentario hecho de imágenes a su manera «cinematográficas». El Papa Francisco quiso escribir un prólogo al libro, razonando sobre la figura de Jesús. Sentí que tenía que compartirlo con Scorsese. El texto del Pontífice concluye con un llamado a los artistas, para que nos muestren a Jesús con «la genialidad de un lenguaje nuevo, de historias e imágenes poderosas».

Scorsese sintió la fuerza de una invitación personal. Me escribió por correo electrónico que sentía la necesidad de responder. No con un ensayo, sino como director – me escribió – con un guion, «algo que capte la mirada y la mente de forma inesperada». Cuando lo recibí, me sorprendió este gesto. Entre otras cosas porque, tras leer y releer este guion, sentí que en él – «quizá la base para una película», añadió – había mucho de su obra y de sí mismo. Y especialmente la voz de su esposa Helen.

Scorsese me escribió finalmente: «Sólo intento recoger la llamada del Papa a los artistas con una posible respuesta, que podría dar lugar a otras respuestas».

  1. A. Spadaro, «Silence. Entrevista a Martín Scorsese», en Civ. Catt., 3 de diciembre de 2021, https://www.laciviltacattolica.es/2021/12/03/silence/; Id., «El asma y la gracia. Entrevista a Martín Scorsese», en Civ. Catt., 3 de diciembre de 2021, https://www.laciviltacattolica.es/2021/12/03/el-asma-y-la-gracia/
  2. La saggezza del tempo. In dialogo con Papa Francesco sulle grandi questioni della vita, Venecia, Marsilio, 2018.
  3. https://www.netflix.com/title/81306329
  4. Brother Lawrence of the Resurrection, The practice of the presence of God, Springfield (IL), Templegate, 1974, 68.
Papa Francisco, Martin Scorsese y Antonio Spadaro
Papa Francisco. Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. A los 21 años entró como novicio en la Compañía de Jesús. Fue ordenado sacerdote en 1969, obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992, arzobispo de la misma ciudad en 1998 y cardenal en 2001. Fue elegido Papa el 13 de marzo de 2013 con el nombre de Francisco. Martin Scorsese. Es un célebre director de cine estadounidense de origen italiano, autor de películas como Taxi driver (1976), Goodfellas (1990) y The irishman (2019). Antonio Spadaro. Es el director de la revista La Civiltà Cattolica desde 2011. Es Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana, en la que ha enseñado a través de su Facultad de Teología y su Centro Interdisciplinario de Comunicación Social. Ha participado como miembro de la nómina pontificia en el Sínodo de los Obispos desde 2014 y es miembro del séquito papal de los Viajes apostólicos del Papa Francisco desde 2016.

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