Espiritualidad

Apuntes para una teología de los «Ejercicios Espirituales»

Exercitia Spiritualia by Ignatius of Loyola, Gilles Roussele (1644)

El tema del discernimiento de espíritus[1], característico de la espiritualidad de San Ignacio de Loyola y pieza esencial de sus Ejercicios Espirituales (EE), ha sido objeto, en todo tiempo de estudios especializados. Es típico de nuestro tiempo el intentar una teología de los Ejercicios, o sea la búsqueda, en las fuentes de la teología especulativa, de temas que, en el pasado, sólo eran objeto de comentarios históricos o espirituales.

La teología que hizo San Ignacio en sus Ejercicios tiene un carácter especial. La consideramos como un tipo de reflexión teológica que Ignacio llamaba «teología positiva» y que nosotros llamaremos «teología kerigmática». Es una teología que intenta conjugar el rigor teológico de la espe­culación sistemática, que busca el equilibrio entre todos los temas, con el vigor vital de la reflexión a-sistemática[2], que privilegia el discernimiento, sacrificando, diríamos, la lógica y el equilibrio del sistema en beneficio de la profundidad del enfoque teológico.

Lo propio de la teología kerigmática del discernimiento es que se orienta a la práctica, la de la fe que obra por la caridad. Es una teología vivida, que reflexiona haciendo consciente una experiencia espiritual y la ordena y profundiza a medida que lo necesita para comunicarlo a otros.

Ahora bien, el discernimiento de espíritus se inserta, como corazón, en el proceso integral de los Ejercicios Espirituales. De ahí que la totalidad de los temas y el orden y los tiempos en los que estos Ejercicios consisten, sea esencial al discernimiento. Dicho de otra manera: no se puede hacer un discernimiento «de buenas a primera», como si uno se sentara a razonar simplemente, y pusiera en un papel las razones a favor y en contra del tema acerca del cual tiene que elegir una opción u otra. Como veremos, en los Ejercicios este sería un «escenario» posible para plantear una elección. Pero el primer discernimiento de todo aquel que quiera discernir seriamente, consiste en clarificarse dos cosas: una, que su problema requiere entrar en un proceso; la otra: que necesitará acompañamiento y ayuda.

Lo primero, pues, para una teología del discernimiento, es una teología de los Ejercicios Espirituales en su conjunto, a nivel temático. San Ignacio le daba tanta importancia a los temas de oración que, respecto de ellos, exigía una peculiar fidelidad al director de los Ejercicios[3]. Esta fidelidad la exigía precisamente para poder contar con que se darían mociones en el ejercitante. Los temas mismos, en su totalidad y en el orden en que vienen presentados, tienen la gracia kerigmática de provocar estos movimientos de espíritu.

Si desde un punto de vista abstracto pudiera parecer reductivo el planteo de ceñir el tema del discernimiento a los Ejercicios de San Ignacio, tengamos en cuenta que en la Iglesia hay carismas que son «universales y concretos»: no excluyen sino que condensan y se complementan con otros carismas. Son gracias que el Espíritu da a una persona santa en concreto pero no para beneficio de pocos sino «para el bien común».

Y así como en cuestiones especulativas, recurrir a la autoridad de los Padres o de Santo Tomás, no se considera como un camino particular sino universal (el de la tradición católica), en lo que hace al discernimiento, recurrir a San Ignacio es recurrir a aquel a quien la Iglesia a nombrado Patrono de los Ejercicios Espirituales[4]. Y practicar los Ejercicios es algo que la Iglesia recomienda como «método óptimo»[5], no para un tipo especial de personas sino para todos los cristianos. Lo propio de los Ejercicios de San Ignacio es la flexibilidad – un «hacerse todo a todos» – para ayudar a todo aquel que desee seguir un poco más de cerca a Jesucristo, eligiendo el lugar de servicio que el Señor le da para el bien de la Iglesia y reformando su vida.

Para el discernimiento – y para una teología del discernimiento – los Ejercicios Espirituales son una puerta privilegiada para entrar a dialogar y a aprovechar toda la riqueza de la tradición y de la Escritura. La importancia del tema a discernir y la condición de las personas implicadas en el discernimiento marcarán el tiempo que se deberá dar a este proceso de los Ejercicios y el modo de llevarlo adelante

La estructura kerigmática de los «Ejercicios» en el plano temático

Los «temas» que San Ignacio presenta en sus Ejercicios Espirituales tienen una estructura kerigmática que los ordena y expresa de modo que sea vivible la verdad que contienen y no solamente apta para especulaciones.

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San Ignacio es un teólogo; y en sus Ejercicios, hace teología, no cierta­mente a la manera de los teólogos escolásticos de quienes, como él mismo dice, «es más propio el definir o declarar», pero sí a la manera de los «doctores positivos, como San Jerónimo, San Agus­tín, y San Gregorio, etc.», «de quienes es más propio […] el mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor»[6].

La de Ignacio es una teología del discernimiento que trata de ayudar «para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor» (EE 363). Es una teología que no sistematiza los temas según un esquema conceptual, sino que los va presentando a medida que los necesita. Y esto no para especular o profundizar teóricamente en el tema central, sino para practicarlo. Por eso su teología, más que saberla definir, es importante saberla vivir.

Eso sí, tengamos en cuenta que no se trata meramente de una vivencia sin re­flexión, sino de la conciencia refleja de una vivencia, no precisamen­te en beneficio de la misma reflexión, sino para poder asegurar – y sobre todo comunicar a otros – la misma vivencia: por eso la llama­mos «teología kerigmática».

A nuestro juicio, San Ignacio es, en sus Ejercicios espiritua­les – y sobre todo en su concepción del discernimiento de espíritus y de la elección – un teólogo, no de profesión (en el sentido estricto del término, porque nunca ejercitó un magisterio teológico, aunque tenía título habilitante para ello), pero sí por gracia especial, por preocupación personal y por ambiente. Así lo testifica Nadal, uno de sus primeros compañeros, con­tra un contemporáneo que lo ponía en duda: «Ignacio usó de los libros y consultó a toda la ciencia teológica [la de su tiempo], por lo menos cuando decidió hacer públicos sus Ejercicios, con el fin de que todo aquello [contenido en los mismos] que más había recibido por divina inspiración que por los libros, fuera confirmado por todos los libros, por los teólogos, y por las Sagradas Escrituras»[7].

Damos por supuesto que no vamos a encontrar, en los Ejercicios, una teología especulativa, sea sistemática sea a-sistemática. Creemos, en cambio, que podemos encontrar, en San Ignacio, una verdade­ra teología más práctica que especulativa, más descriptiva que nocio­nal, y más directamente orientada a la acción que a la enseñanza: y esta es la teología que llamamos «kerigmática».

Una teología práctica, descriptiva y orientada a la acción

Las características principales de esta teología ignaciana serían estas tres:

1. Es una teología cuya selección de las verdades teológicas, se hace con un criterio no especula­tivo sino práctico; o sea, no para enseñarlas meramente o para discu­tirlas, sino para vivirlas.

2. Es una teología cuyo orden peculiar en la presentación de dichas verdades, se hace de modo que constituyan una unidad doctrinal, vital y orgánica, que no se jus­tifica por razones lógicas o conceptuales, sino por experiencia espiritual.

3. Finalmente, y como consecuencia de las dos características anteriores, es una teología que tiene una eficacia especial para mover al oyente a que acepte esas verdades de todo corazón, y las viva, «hecho, no oyente olvidadizo, sino ejecutor bienaventurado» (Sant 1, 25).

Al presentar la teología del discernimiento de espíritus trataremos de dar razón de esas características, y razón teológica, para poder así concluir que, por esa razón, la teología del discernimiento de espíritus es, en San Ignacio, una teología kerigmática. En este sentido es distinta – aunque complementaria – de cualquier otra teología más especulativa. Distinta al menos en su expresión última ya que la intención de todo teólogo debe ser la misma (no la mera especulación, sino la comunicación del mensaje); pero la expresión puede ser bien distinta, y ser una más es­peculativa y la otra más kerigmática.

Un esquema sencillo

Los Ejercicios son fruto de una experiencia – y de una experiencia mística – cuya característica esencial es la unidad. Cuando especulamos por cuenta propia sobre un tema espiritual, solemos tener la impresión de que vamos un poco a ciegas, sin notar mayormente las conexiones de los datos que vamos juntando; pero cuando Dios, con su gracia, nos va haciendo experimentar ese mismo tema, sin duda que tiene un plan, cuya característica más notable es precisamente la unidad en la variedad de las gracias.

Por eso, cuando se trata de estudiar los Ejercicios, si se quiere respetar su origen experimental y divino, hay que tratar de conocer cuanto antes su unidad, para respetarla en toda etapa del estudio: la unidad de todos ellos, y la unidad de cada una de sus par­tes (semanas, etapas, meditaciones, etc.). Por eso, para presentar la teología del discernimiento de espíritus vamos a usar un esque­ma mental que nos ayude a estudiar los Ejercicios analíticamente, sin por eso romper su unidad, y por tanto respetando su esencia —y su origen— experimental.

Este esquema permite que se aprecien las características principales de la teología ignaciana que hemos mencionado: la selección de verdades, el orden de las mismas, y la eficacia para el fin práctico que se pretende, que es «buscar y hallar —mediante el discernimiento de espíritus— la voluntad divina en la disposición de su vida» (EE 1).

Es un esquema mental muy sencillo: consiste en la clasificación de los documentos de los Ejercicios en tres planos o grupos[8].

1. documentos temáticos, o sea temas de meditación, contemplación, examen, etc.;

2. documentos nor­mativos, o sea normas o reglas de discernimiento, de oración mental, de penitencia, etc.;

3. documentos prácticos, o sea modos prácticos de ejercitarse, de elegir, de reformar, etc.

En el plano temático, tendremos en cuenta todos los temas de los Ejercicios, desde el «Principio y Fundamento» hasta la «Contemplación para alcanzar amor»: temas que se suceden en cada una de las cuatro Semanas en que San Ignacio dividió la práctica de los Ejercicios. Lo importante aquí es ver que los temas están de tal manera estructurados – o sea, elegidos y ordenados – que necesariamente provoquen las mociones, consolaciones o desolacio­nes, cuyo discernimiento se hará con las reglas correspondientes, pro­pias del plano siguiente.

Documentos temáticos del discernimiento

Estos documentos, que contienen los temas doctrinales de los di­versos ejercicios, se encuentran distribuidos en cuatro Semanas que se han hecho clásicas. Pero nosotros preferimos presentar esos temas distribuidos, a nuestra manera, en tres etapas respecto de la elección o de la reforma de vida, que es el fin y la razón de ser de los Ejercicios. Este es­quema tripartito (sugerido por las indicaciones de San Ignacio) nos ayudará para hallar su razón de ser teológica.

Estas tres etapas serían:

Preparación remota de la elección o reforma de vida, que va del «Principio y Fundamento» al «Rey Eternal» inclusive;

Preparación próxima, desde el mismo «Rey Eternal» hasta las «Tres maneras de humildad»;

Elección o reforma de vida propiamente dicha, con su confirmación, que va desde el pri­mer misterio de la vida pública de Cristo, hasta la «Contemplación para alcanzar amor»[9].

Preparación remota de la elección

El tema de la primera etapa, de preparación remota, es el de Cristo, Señor y Salvador; o sea, una cristología sotereológica, cuyo centro es, no una imagen estática de Cristo, sino la obra de Cristo en cada uno de nosotros:

– el «Principio y Fundamento» nos lo presenta, des­tinado desde toda la eternidad a ser nuestro Señor;

– la Primera se­mana nos lo presenta rechazado, como Señor, en la historia de los án­geles y de los hombres, por todos los pecadores, pero a la vez salvando a cada ejercitante de su pecado;

y, a continuación – en la «Contemplación del Rey Eternal» – el Señor se nos presenta llamando a cada ejercitante a que le ayude a salvar a los demás hombres.

La contemplación llamada «del Rey Eternal» debe incluirse en esta pri­mera etapa, porque sin él quedaría trunca la imagen de Cristo, Señor y Salvador. Sería una imagen a la que le faltaría ese rasgo de universalidad que tiene su salvación, como la tuvo – en el plan inicial de Dios Padre – su señorío; así como si en la Primera semana se contemplara solamen­te la salvación universal, y no la experimentara cada ejercitante en su propio pecado, no sería una revelación para cada ejercitante, sino pura teoría.

Tal sería precisamente la diferencia fundamental entre esta cris­tología ignaciana, orientada a la elección, y una cristología especulati­va, sistemática o no, cual se puede encontrar en los tratados de teolo­gía escolástica[10].

Hay pues una razón teológica – y de teología práctica – para in­cluir al Rey Eternal en la primera etapa, de preparación remota de la elección. El plan de Dios, el desorden de dicho plan y su reparación en cada ejercitante, y el llamado a cada ejercitante para que contribuya personal­mente a la reparación de dicho plan en los demás, son las ideas claves de esta primera etapa. Y están unificadas vitalmente en Cristo, Señor nuestro, Salvador y Rey Eternal.

Este núcleo kerigmático, que unifica una visión positiva de la propia historia antes de considerar los pecados e, inmediatamente, con el llamado, hace pasar a colaborar con el Señor, tiene un fuerte impacto en el ejercitante. No se comienza por las heridas sino por la alabanza, la adoración y el servicio («Principio y fundamento»), y apenas el ejercitante experimenta la misericordia del Señor para con sus pecados, no se insiste en la introspección personal sino que la invitación hace salir hacia los demás. Esta «primera etapa» es preparación remota para lo que cuenta: la elección y reforma de la propia vida, no en sí misma, como quien buscara la propia perfección, sino orientada a Dios y a los demás.

Preparación próxima de la elección

La preparación próxima para la elección incluye el tema del Rey Eternal, nuevamente[11], los temas de la Encarnación, Nacimiento y Vida oculta, que están tomados del Evangelio y no de la experiencia de Ignacio, y las meditaciones estructurales de Dos Banderas, Tres Binarios y Tres maneras de humildad.

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Vemos aquí cómo Ignacio va combinando sabiamente dos tipos de documentos temáti­cos: unos estructurales, originales suyos, y otros históricos, que son del patrimonio de la revelación pública. Los documentos que llamamos «históricos» están tomados de la Es­critura, mientras que los documentos «estructurales» (Rey Eternal, Dos Banderas …) son originales de San Igna­cio, y constituyen su revelación o inspiración personal.

El tema único de esta segunda etapa es la procla­mación de las exigencias radicales que Cristo nuestro Señor tiene res­pecto de todos y cada uno de los salvados por Él con amor de predilec­ción (y a eso apuntan los temas que hemos llamado «estructurales»). A la vez, se perfecciona la imagen de Cristo – en cuanto razón teológica de esas exigencias – con nuevos rasgos profundamente teológicos (y a eso apuntan los temas que hemos llamado «históri­cos»).

¿Cuáles son esos rasgos? La imagen grandiosa de Cristo: Señor nuestro («Prin­cipio y fundamento»), Salvador nuestro (Primera semana), y Rey Eterno, que llama a todos a colaborar con Él en la salvación del mundo entero, se enriquece doblemente: en la «Contemplación de la Encarnación», se enriquece con la visión trinitaria del misterio de salvación, y en la «Contemplación del Nacimiento», se enriquece con la visión de la cruz (que es la quinta-esencia de su vida, antes de serlo de su bandera). Además, esta cruz, en los Ejercicios, ya está iluminada por la resurrección del mismo Señor. Esto se ve en que su imagen gloriosa llena toda la hora de oración, desde la oración preparatoria[12] hasta los coloquios.

Todos estos aspectos teológicos – Trinidad, Cruz, Resurrección – de la imagen ignaciana de Cristo, son esenciales para su concepción de la elección, como encuentro personal con Cristo[13].

Elección propiamente dicha, incluyendo la confirmación

Con esta imagen de Cristo, pasamos a la elección propiamente dicha, que siempre incluye la confirmación. Esta etapa comienza temáticamente con la «Vida pública» (EE 163) y sigue hasta la «Ascensión» (EE 312); a lo que hay que añadir la confirmación – original de San Ignacio – que se debe hallar en la «Contemplación para alcanzar amor» (EE 230-237).

La elección de un estado de vida, y si ya se ha hecho una inmutable, la enmienda y reforma de vida (EE 169-189) es a lo que se ordenan los Ejercicios Espirituales. Se los hace para discernir y elegir «lo que más me ayuda para el fin para que soy creado» (EE 169). Este proceso de discernimiento se va haciendo junto con la contemplación de los misterios de la vida de Cristo, considerados unificadamente. La unidad del misterio de Cristo no nos permite separar demasiado sus detalles (razón teológica), y el evangelio nos indica que la participación en el Apostolado está condicionada a la convivencia con Cristo, todo el tiempo de su vida pública (cfr. Hch 1, 21-23) (razón de teología bíblica).

Todos los temas evangélicos se proponen para contemplar en una relación dialéctica con los temas estructurales propios de San Ignacio que se condensan en los «coloquios» que Ignacio propone[14]. En estos coloquios se pide, con una intensidad creciente, que de una petición pasa a ser una oblación de sí mismo, que el Señor «elija en pobreza y humillaciones». Y esto se hace contra la propia repugnancia (nota EE 157) y por la única razón de «más parecerse a Cristo» (EE 167). Hacer esta petición «única» diríamos, en diálogo con Jesús, la Virgen o Dios Padre, mientras se contempla la variedad de temas de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor, es algo muy movilizante: hace que se experimentan deseos y temores, consolaciones y desolaciones.

En cierto momento de este proceso, «se hace la elección o deliberación», como la llama Ignacio (EE 183). Elección con la que el ejercitante debe ir «con mucha diligencia a ofrecerla» al Señor para que la reciba y confirme (Ibid). Esta confirmación puede llevar también su tiempo. Por eso la etapa de elección termina con la «Contemplación para alcanzar amor». La confir­mación de la elección – o sea, ese «hallar en paz a Dios nuestro Señor», que es el ideal de todo ejercitante (cfr. EE 150) – es esencial en la concepción que de la elección se hacía San Ignacio. Esto se nota en todos los documentos que hablan de la elección (EE 183, 188, 213), pero sobre todo se nota en la misma experiencia espiritual ignaciana, ya que el santo nunca da cuenta de una elección sin mencionar su confirmación[15].

Ahora bien, la «Contemplación para alcanzar amor», entendida como un buscar y hallar en paz a Dios nuestro Señor – típica experiencia de la espiritualidad ignaciana – es la mejor de todas las confirmaciones, ya que, habién­dose preparado durante las contemplaciones de la Cuarta semana, pue­de alcanzar su culminación en la experiencia de la presencia del Señor resucitado y glorioso en todas las cosas.

La «Contemplación para alcanzar amor» tiene un sentido cristocéntrico. Y en Ignacio el cristocentrismo es trinitario. El mismo Santo lo expresó, con rara densidad teológica, en una poco conocida catequesis, en la cual, explicando la señal de la cruz, dice que «cuando hacemos la cruz en la boca, significa que, en Jesús nuestro salvador, es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, un solo Dios nuestro creador y señor»[16].

Reflexión sobre la acción del demonio en la vida espiritual

Casi como haciendo un paréntesis, quisiéramos subrayar que, a la vez que todos los temas de la gracia adquieren, en los Ejercicios, su unidad en la persona de Cristo, los temas del pecado la tienen en la persona de Satanás, el adversario. Con excepción del «Principio y fundamento» y de la «Contemplación para alcanzar amor», todas las demás meditaciones y contemplaciones de los Ejercicios contraponen de continuo la acción de Cristo a la ac­ción de Satanás: no en el sentido de que ambos estén, en sí mismos considerados, en pie de igualdad, sino más bien en cuanto la acción de Satanás hace más evidente la acción de Cristo (su necesidad, su gra­titud, su continuidad, etc.).

Por eso, si tuviéramos que buscar un matiz de diferencia entre la espiritualidad cristocéntrica de San Ignacio, y la de otros autores contemporáneos, diríamos que no en todos los autores se subraya, como en San Ignacio y en la gran tradición que éste no hace sino seguir fielmente, el misterio de Satanás, de modo que la sombra de su accionar haga más evidente la luz del misterio de Cristo.

En la práctica, el temor de nombrar al demonio y de personalizar lo que es «de mal espíritu», como se dice en el lenguaje de los Ejercicios, lleva a demonizar personas o estructuras humanas. Por eso, antes de seguir con nuestro tema del discernimiento de espíritus y su teología, notemos que la única manera de evitar que el discerni­miento de espíritus no sea confundido con una suerte de prudencia o discreción puramente humana – o, como sería aún peor, con una psi­cología profunda – es tener ideas claras y experiencia de fe acerca de la acción del demonio en la vida espiritual.

Presentación de la unidad temática de todos los Ejercicios

Terminado este rápido recorrido de los documentos temáticos del libro de los Ejercicios, desde el «Principio y fundamento» hasta la «Contemplación para alcanzar amor», podemos apreciar cómo la selección de verdades, su orden riguroso, y su eficacia peculiar (para la elección o reforma de vida) se deben sobre todo a la unidad vital de todos los temas en Cristo. Unidad que se halla no sólo entre las meditaciones y contemplaciones de cada Semana, sino también dentro de cualquiera de esas meditaciones y contemplaciones, entre sus diver­sos puntos y entre sus diversas partes.

La unidad la da el misterio de Cristo

Dijimos ya que la unidad temática de los Ejercicios la da el misterio de Cristo que es «el mismo ayer, hoy y por todos los siglos» (Hb 12,8):

– el Cristo pre-existente (en el «Principio y fundamento»), como objetivo de toda la creación,

– el Cristo histórico (desde la Encarnación hasta la Ascen­sión),

– y el Cristo eterno, presente en todas las horas de oración (desde la Tercera Adición, hasta la «Contemplación para alcanzar amor»).

Y la unidad de esta imagen de Cristo los Ejercicios la logran expresar, tanto por el uso oportuno de los documentos temáticos históri­cos, cuanto por los documentos temáticos estructura­les.

Pensamos que San Ignacio ha aprendido, meditando los Evangelios, a estructurar la historia de la salvación, respetando siempre – como los mismos Evangelistas – «el fundamento verdadero de la historia». Existe, pues, por así decirlo, una concentración de verdades que se refieren a Cristo, desde la revelación del plan eterno de Dios en sus grandes líneas – creación, redención, Iglesia, escatología – hasta los detalles de su realización en el tiempo; y, como condiciones de esa concentración, una selección y un orden de verdades, que le dan una eficacia peculiar, que se manifiesta sobre todo en mociones – consola­ciones o desolaciones, y variedad de espíritus – que son el objeto sobre el cual versa el discernimiento de espíritus.

Pues bien, éstas son precisamente las características temáticas de la teología que se suele llamar «kerigmática»[17]. Y por eso podemos decir que los Ejercicios de San Ignacio son, en sus temas, una teología kerigmática del discernimiento de espíritus; que su contenido material sería el kerigma ignaciano y que San Ignacio, por tanto, es un teólogo kerigmático. Son sobre todo los documentos estructurales los esenciales para una teología kerigmática del discernimiento de espíritus, según San Ignacio. Es en ellos donde se expresa, en todo su vigor, el kerigma ignaciano, su mensaje de Cristo, su «Evangelio». Y si por algo se lo ha de considerar como un teólogo, es por este kerigma, que abarca desde el «Principio y fundamento» hasta la «Con­templación para alcanzar amor», con una multitud de meditaciones, de contemplaciones, y hasta detalles kerigmáticos en extremo originales.

  1. El presente artículo es una síntesis de un ensayo que apareció con el título de «Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus», en Ciencia y Fe XIX (1963) 401-417; y en Ciencia y Fe XX (1964) 93-123.

  2. Fiorito desarrolla, como ejemplo de teología sistemática la obra de K. Truhlar, Structura theologica vitae spiritualis, Roma, Gregoriana, 1958, 219; y como ejemplo de teología asistemática, la obra de K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia, Barcelona, Herder, 1963, 181.

  3. Cfr. EE 2 y 20, donde habla del «fundamento verdadero de la historia», y del dar «todos los ejercicios espirituales por la misma orden que proceden», desde el «Principio y fundamento» hasta la «Contemplación para alcanzar amor».

  4. Cfr Pío XI, Constitutio Apostolica «Summorum Pontificum». S. Ignatius de Loyola Caelestis Exercitiorum Spiritualium Patronus declaratur, 25 de julio de 1922.

  5. Cfr. Id, Mens Nostra, 20 de diciembre de 1929; Juan Pablo II, s., Angelus, 16 de diciembre de 1979; Código de Derecho Canónico (CIC) nn. 246; 5; 770; 1030.

  6. EE 363: Regla 11 para sentir en la Iglesia militante.

  7. Cfr. Chronicon, III, 530; Monumenta Historica Societatis Iesu (MHSI), Fontes narrativi (FN), I, 319.

  8. Este artículo se ocupa del primer grupo. Los otros dos serán tratados en otros artículos.

  9. A quien no esté familiarizado con los Ejercicios le bastará con dar una mirada a este pequeño libro de no más de 80 páginas.

  10. Diferencia que notaban los primeros ejercitantes a los que San Ignacio daba sus Ejercicios (sobre todo si eran profesores de teología en las universidades de entonces), y que les hacía admirarse de lo que habían aprendido durante los Ejercicios, aún desde el punto de vista teológico (Cfr. I. Iparraguirre, Práctica de los Ejercicios de San Ignacio en vida de su autor (1522-1556), Roma, Institutum Historicum Societatis Iesu, 1946, 23-30).

  11. El mismo San Ignacio presenta esta meditación dos veces en un solo día, al comien­zo y al fin del mismo, antes de dar las contemplaciones que se consi­deran de Segunda semana (cfr EE 99).

  12. La tercera adición nos hace comenzar siempre las oraciones poniéndonos en presencia del Señor resucitado que nos mira: cfr EE 75.

  13. No se pueden estudiar los Ejercicios sin tener en cuenta toda esta cristología; y por la misma razón tampoco se pueden dar todos los Ejercicios en tres o cinco días. La recomendación de Ignacio es dar solo los de la primera etapa si uno dispone de pocos días, o darlos por etapas, sin apuro, en la vida cotidiana.

  14. En las «Dos banderas», los «Tres binarios» y las «Tres maneras de humildad» (EE 147; 156; 168).

  15. Cfr. Ignacio de Loyola, s., Diario, n. 15.

  16. Cfr. MHSI, Monumenta Ignatiana, series 1, XII, 667.

  17. Cfr. M. Ramsauer, Análisis de la enseñanza kerigmática, en Kyrios, 2 (1959), 92-94.

Miguel Angel Fiorito S.I. – Diego Fares
Miguel Ángel Fiorito fue un sacerdote jesuita argentino. Fue profesor de Metafísica en el Colegio Máximo de los jesuitas en San Miguel, donde también fue Decano de la facultad de Filosofía y Director de la revista Ciencia y Fe (luego Stromata). En 1969 fundó el “Boletín de Espiritualidad” junto con otros jesuitas, en el que publicó diversos artículos sobre espiritualidad ignaciana. Diego Fares fue miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica. Fue doctor en Filosofía y licenciado en Teología. Su tesis doctoral versa sobre: “La Fenomenología de la verdad en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995).

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