Vida de la Iglesia

La Iglesia Latinoamericana en proceso de conversión sinodal

Misa en el santuario de Guadalupe para la apertura de la Asamblea eclesial (Foto: Vatican Media)

En este artículo presentaremos la experiencia en los caminos sinodales de Latinoamérica de los años recientes y el acompañamiento espiritual que los ha asistido como mediación desde el discernimiento que nos permite tratar de seguir más de cerca al Señor. La nuestra, es una experiencia llena de limitaciones y fragilidades, pero, por otro lado, cargada de parresía y del coraje de buscar con terquedad los nuevos caminos más sinodales para la Iglesia del tiempo presente. No hay otro camino, el camino sinodal es el camino necesario hoy para el seguimiento de Jesús. Con mucha sencillez, expondremos aquí un proceso en el que están presentes los rostros y voces de un sinnúmero de personas que son parte de esta experiencia.

En concreto, estas reflexiones reflejan algunas mociones que vienen de dos acontecimientos recientes. El primero es el Sínodo Especial de la Iglesia Universal sobre la Amazonía, el cual comenzó en 2017, tuvo su fase Asamblearia en Roma en 2019, y que sigue en proceso. El segundo es la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, que comenzó en enero de 2021, tuvo su fase plenaria en noviembre de ese mismo año, y que sigue en pleno movimiento en conexión con el Sínodo de la Iglesia Universal sobre Sinodalidad. Es decir, procesos inacabados y limitados, pero llenos de enseñanzas por ser caminos de discernimiento en común, y de genuina escucha al pueblo de Dios.

Comenzamos con una oración contenida en la Constitución Apostólica Episcopalis Communio (EC) del Papa Francisco. Documento que es mucho más que un texto sobre estructura, y que revela el anhelo del Papa para una Iglesia plenamente sinodal. Esta oración, que es traída de la experiencia del Sínodo sobre la familia, es la mejor síntesis que conocemos sobre el camino Sinodal que estamos haciendo juntos como una Iglesia: «Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama» (EC 6).

En esta oración, descubrimos tres principios fundamentales que en la experiencia sinodal reciente de América Latina se han mostrado como verdades esenciales:

1) La escucha es un don, es una gracia. Es algo que debemos pedir al Señor y que requiere de una actitud orante para que sea Dios mismo quien la otorgue. No se trata solamente de una capacidad particular, o de una herramienta en la que uno se puede entrenar; es, primero que nada, una gracia. Entrar en una experiencia de escucha genuina implica sacarse las sandalias en la tierra sagrada del encuentro con el Otro. Esta es una condición imprescindible.

2) La escucha no es un ejercicio individual o autónomo. Es un proceso para reconocer a Dios como el centro del proceso sinodal, y de sabernos sus colaboradores en esta experiencia. Solo con Él podremos escuchar de verdad, y el destinatario es siempre el pueblo de Dios. Es el grito del pueblo el contenido prioritario de la escucha, nunca nuestra propia voz o nuestras propias ideas autorreferenciales. El Espíritu Santo irrumpe desde la voz del pueblo.

3) Solo escuchando al pueblo podremos discernir en él la voz de Dios. Ese sensus fidei que pasa de ser un concepto teológico, a veces etéreo, se torna en un rostro concreto que es Jesús mismo que nos interpela desde y en el clamor del pueblo. Solo saliendo de nuestros espacios cerrados y seguros podremos ir al encuentro de ese pueblo de Dios que grita, que espera, y que tiene mucho qué decir expresando el propio deseo de Dios para su Iglesia.

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Para presentar algunas claves que hemos extraído del proceso sindoal en América Latina, utilizaremos una imagen profundamente «improbable», pero absolutamente necesaria: la del ciego Bartimeo (cfr Mc 10,46 ss). Parece difícil considerar a un ciego que está sentado, inmóvil, al lado de la vía como guía de cualquier camino. De hecho, parece que a veces en nuestra Iglesia caminamos en las sombras, con una ceguera estructural. Sin embargo, este es un ciego redimido, un ciego que logra ver con ojos nuevos el modo en que Dios hace nuevas todas las cosas. El camino de redención de Bartimeo, es el propio camino de nuestra Iglesia en su búsqueda de ser más sinodal, más fiel en el seguimiento del Señor, buscando su propia redención.

La ceguera de Bartimeo es nuestra propia ceguera

En nuestra creciente incapacidad actual de responder a los signos de los tiempos – tanto los del mundo, como los de la propia Iglesia – reconocemos que hemos caminado en profundas sombras. Nuestras limitaciones, incoherencias y pecados, y nuestra resistencia a dar vida a los llamados del Espíritu – que nos fueron dados hace 60 años en el Concilio Vaticano II – reflejan nuestra propia ceguera e incapacidad estructural. Es imposible una conversión hacia una Iglesia Sinodal, sin reconocernos limitados y necesitados de redención, ciegos como Bartimeo.

En el proceso sinodal de América Latina, las participaciones más profundas, las expresiones más contundentes de conversión, han sido el resultado del reconocimiento de las propias limitaciones. Más que los aportes intelectualmente impecables, lo que más nos ha conmovido, como Iglesia, son los testimonios de reconocimiento de la propia fragilidad en el acompañamiento de las necesidades más urgentes que el pueblo presentaba. Abrazar nuestra propia miseria permite preparar el corazón para un encuentro genuino y para ser transformados por el encuentro con los otros que, como nosotros, también son frágiles.

Esas periferias antes indeseables e improbables, presentes en la experiencia Sinodal Amazónica y de América Latina – los pueblos originarios, los campesinos, los que tienen otras creencias, las mujeres que son juzgadas por expresar con voz firme su llamado a un trato en equidad – fueron las voces más lúcidas, reveladoras, y las que con más fuerza nos permitieron reconocer la necesidad de abrir los ojos.

Bartimeo, sentado a un lado del camino y condenado a permanecer en la periferia, experimenta un llamado que lo conmueve y lo moviliza. Igual que este personaje, la Iglesia necesita reconocer su condición limitada, lastimada, santa y pecadora, puesta a un lado del camino, sin relevancia e incapaz de abrazar todo lo que le duele al propio Cristo. Necesitamos reconocer nuestra propia condición de cruz y de estar necesitados de ayuda, para poder escuchar los llamados a lo nuevo. Bartimeo, sabiéndose irrelevante, percibe el paso de Jesús y comienza a gritar con toda fuerza. Grita para ser escuchado, grita para intentar salir de su condición. Nuestra Iglesia necesita la fuerza de la parresia para volver a gritar en el deseo del encuentro con el Señor que camina cerca de nosotros.

En los recientes procesos sinodales de América Latina, hemos experimentado la necesidad de nombrar aquello que nos impide caminar a través de los amplios procesos de escucha (87.000 en el Sínodo Amazónico – 22.000 de modo directo-, y al menos 70.000 en la Asamblea Eclesial). Los gritos desde y hacia la Iglesia en la escucha sinodal, nos llaman a confrontar el clericalismo; a afrontar la responsabilidad sobre los abusos sexuales y de poder, poniendo medios que erradiquen este mal difícil de perdonar. Estos clamores nos interpelan a reconocer el papel esencial de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, sin cuya presencia la Iglesia no tiene futuro; a reconocer la urgencia de responder a los desafíos del cuidado de la casa común, tan amenazada; a buscar modos de acompañar a los jóvenes desde sus propios espacios y modos; a dar un mayor protagonismo y reconocimiento a los laicos, así como acompañarlos en su formación; a reformar los itinerarios de los seminarios y la formación de los sacerdotes con elementos propios de la sinodalidad.

Por otro lado, estamos llamados a reconocer la centralidad de Jesús en este nuevo tiempo y la necesidad de discernir los modos de anunciarlo hoy en sociedades secularizadas; la urgencia de desarrollar nuevos ministerios; de crear estructuras eclesiales adecuadas para la realidad presente; de optar por los excluidos, sobre todo los pueblos originarios, afrodescendientes, migrantes y refugiados, quienes viven su identidad sexual diversa, y tantos otros rostros que nos piden gritar con ellos, entre muchas otras.

Bartimeo, escuchando el llamado de Jesús, y a pesar de que intentan silenciarlo, se pone de pie, abandona su manto y va al encuentro. Ese personaje aparentemente irrelevante, que abrazando su ceguera grita con el grito del mundo, con el grito de una Iglesia que quiere ser redimida, con nuestro propio grito, logra escuchar el llamado de Jesús, y sin pensarlo dos veces abandona su dejadez y su estado lamentable, se pone de pie con una fuerza que solo puede venir del Señor, y va a su encuentro. Lo intentan callar, impedir que se acerque, consideran que su grito es incómodo y tratan de detenerlo, pero él sigue adelante. No solo eso, para poder ir a este encuentro tiene que abandonar la que es, seguramente, su única pertenencia, su única seguridad. Abandona su manto, renuncia a lo que aparentemente era su sentido de seguridad y su fuente de vida, para poder descubrir el verdadero centro de su ser, el Señor Jesús.

En los caminos sinodales de América Latina de los recientes años, en medio de profundas fragilidades y equivocaciones, hemos asumido con fidelidad el llamado que desde el Concilio Vaticano II se ha ido tejiendo en nuestra región, y pese a todas las resistencias, los clamores y las esperanzas del pueblo han sido escuchados. A pesar de tantas voces del status quo que querrían impedir esas voces incómodas; a pesar de lo aparentemente ajenas que son las presencias de los pueblos indígenas o los representantes de las periferias para nuestros criterios religiosos, la fuerza de sus voces nos ha permitido escuchar más atentamente lo que el Espíritu Santo nos ha querido decir: necesitamos cambiar, ser transformados por estos encuentros.

La periferia es el centro. Esto lo ha expresado el Papa Francisco, pidiendo que esas voces desechadas por los constructores, sean verdaderas piedras angulares del camino de conversión de la Iglesia. Esos que cuidan la forma, por encima de los rostros concretos, son los que querían silenciar las voces que pedían conversión. En el Sínodo Amazónico quisieron acallar esas voces creando un falso escenario de un inexistente «Sínodo Pachamámico», cuando lo que se quería impedir eran los cambios de fondo, cambios urgentes, cambios discernidos con claridad y actitud orante dentro del aula Sinodal.

Asimismo, en la experiencia Sinodal de América Latina se ha hecho más evidente la necesidad de dar su adecuado lugar al sensus fidei del Pueblo de Dios. No se trata de sustituir las estructuras, el depositum fidei, sino de dar espacio al Espíritu para que no sea asfixiado, y que las formas sigan desarrollándose y las estructuras reformándose al servicio de la gran diversidad de la Iglesia, de su plena catolicidad. Sería imposible caminar sinodalmente sin abandonar los apegos que impiden seguir un itinerario conjunto, en diversidad de carismas y ministerios, con distintos roles y servicios en la Iglesia, pero caminando juntos y juntas en igualdad como bautizados y bautizadas.

Cuando Jesús pide que traigan a Bartimeo a su presencia, le pregunta ¿Qué quieres? Jesús interpela a este hombre ciego, aun sabiendo de antemano del mal que le aqueja, es decir, lo interpela para que sea capaz de nombrar aquello que necesita con más urgencia. Al interpelarlo, lo afirma como hijo. Ante esto, Bartimeo se hace cargo de su propia ceguera y por eso es capaz de pedir el poder ver. Se hace responsable de su incapacidad de ver y la pone en manos de Jesús.

En definitiva, este es un diálogo que refleja la necesidad de una escucha recíproca, no porque no seamos capaces de hacer nuestros propios diagnósticos para describir lo que sucede en la Iglesia, sino porque este hombre ciego, al igual que la Iglesia ciega, solo puede hacerse cargo de su condición al nombrar lo que padece. Así se abre un verdadero proceso de conversión, donde se produce un diálogo cuyo interlocutor principal es Jesús mismo.

En repetidas ocasiones, en la experiencia sinodal reciente de América Latina, se nos dijo que esto era una pérdida de tiempo. ¿Para qué tanto esfuerzo para escuchar lo que ya sabemos y que ya hemos estudiado a fondo?, ¿para qué tantos trabajos si nada va a cambiar?, y tantas otras preguntas de ese estilo. Frente a esto, quienes se aventuraban a participar de estos procesos sinodales con libertad y esperanza, experimentaban en carne propia la fuerza de la conversión al escuchar a los otros, al ser escuchados por los otros, y al discernir y soñar nuevos caminos juntos.

Hemos constatado que el cambio hacia una Iglesia Sinodal no se produce o se sostiene en los documentos, mucho menos en los eventos por sí mismos; la conversión sucede en el camino de la escucha compartida, en orar juntos, discernir y optar en lo concreto por los nuevos caminos que son posibles en cada realidad particular. En todos los sitios donde la escucha era prefabricada, reducida a los pocos de siempre, o convertida en un simple reporte de los diagnósticos que ya se tenían, pudimos constatar que independientemente de la fuerza de los documentos y eventos, nada cambiaba, porque no había un reconocimiento de la propia necesidad de conversión.

Si reducimos este Sínodo, y cualquier proceso sinodal, a una serie de actividades programáticas y tareas por cumplir, o a cumplir apenas con una lista de requisitos, habrá fracasado desde el inicio. Si el Sínodo no nos transforma a partir del encuentro con los «improbables», entonces ni el más perfecto documento producirá el fruto deseado de ser una Iglesia que camina más sinodalmente y que se deja interpelar. Es necesario no perder el foco, que no se diluya lo esencial del proceso, que consiste en dar el paso preciso hacia adelante, el que corresponde en este momento, para avanzar hacia una verdadera cultura de la sinodalidad en la Iglesia.

La conversión sinodal de Bartimeo se produce cuando, después de ser sanado, decide por convicción seguir a Jesús por el camino. El relato sobre la conversión de Bartimeo no termina con un final aparentemente previsible, cuando Jesús le devuelve la visión. No, el cambio más profundo de Bartimeo sucede cuando, habiendo recuperado la vista en el encuentro con Jesús, decide seguirlo por el camino, se hace un verdadero discípulo del Señor.

La misión de la Iglesia no es la sinodalidad, sino el seguimiento de Jesús; pero, sin sinodalidad, será imposible seguir a Jesús plenamente y en comunión con otros y otras. Es decir, la sinodalidad es un medio irrenunciable e impostergable, pero es un medio, con el único fin de revitalizar el seguimiento del Señor en nuestra Iglesia, para la construcción del Reino en un mundo roto.

En los procesos de América Latina hemos recibido constantes acusaciones de querer cambiar la Iglesia, sustituyendo lo central de ella por una moda momentánea de la sinodalidad. Lo cierto es que el modo sinodal es inherente a la identidad de la Iglesia desde su inicio. No puede ser ella, en plenitud, sin ese caminar juntos que se expresa en el propio modo de Jesús caminando con otros, sobre todo con aquellos considerados de las periferias, los y las «improbables». Este es también el modo predominante de proceder de las primeras comunidades cristianas, según los textos sagrados.

Pero, tal como expresaba el tema del Sínodo Amazónico, debemos encontrar los «nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral» y, como se indicaba en la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, estamos llamados a ser «discípulos misioneros en salida». Es un tiempo en que se necesita el «desborde del Espíritu», un «desborde sinodal»[1].

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El 15 de octubre de 2019, durante la Asamblea del Sínodo Amazónico, el Papa tomó la palabra y dijo con firmeza: «No terminamos de hacer propuestas totales… estamos de acuerdo en un sentimiento común sobre los problemas de la Amazonía y la necesidad de responder, pero al buscar las salidas y soluciones, algo no satisface. Las propuestas son de remiendo. No hay una salida totalizante que responda a la unidad totalizante del conflicto… Con remiendos no podemos resolver los problemas Amazónicos. Sólo pueden ser resueltos por desborde… El desborde de la redención. Dios resuelve el conflicto por desborde».

Algunas luces

Ahora queremos compartir algunos aspetos de nuestra experiencia reciente en América Latina.

En una experiencia de dimensión regional sin precedentes, se ha dejado atrás la visión de eventos aislados, ya que esta Asamblea es un proceso, el cual no ha terminado, marcado por diversas etapas, inspiradas en la propuesta sinodal de la Constitución Apóstolica Episcopalis Communio. En virtud esta se ha experimentado:

– Una escucha amplia a todo el Pueblo de Dios, que quiso y decidió participar, con una intención clara de un alcance abierto y sin exclusión, y dando espacio a los «excluidos-as» o «improbables»;

– Un profundo y vertebrador itinerario espiritual y litúrgico acompañando todo el proceso;

– La elaboración de un documento para el discernimiento a partir de la escucha (con participación de por lo menos 70.000 personas en las distintas modalidades), el cual orientó la búsqueda de horizontes desde la propia palabra del pueblo de Dios;

– Una fase de Asamblea Plenaria híbrida (virtual y presencial) con una participación sin precedentes en composición y cantidad: más de 1.100 personas (alrededor de 100 de modo presencial en México, y alrededor de 1.000 de modo virtual en toda América Latina y el Caribe, incluyendo cerca de 150 delegados hispanos de EEUU y Canadá);

– Resultados a manera de 41 desafíos con sus orientaciones pastorales, trabajados en comunidad en los grupos de discernimiento, con los que se darán los siguientes pasos, que comprenden: documento de horizontes pastorales de la Asamblea, retorno de los desafíos al pueblo de Dios, conexión con el Sínodo sobre sinodalidad, consolidación de la renovación y reestructura del CELAM, entre otros.

– Una composición amplia del Pueblo de Dios: 20% obispos; 20% sacerdotes y diáconos; 20% religiosas y religiosos; 40% de laicas y laicos.

– La trasparencia del proceso, al haber presentado con total apertura los resultados de la Síntesis Narrativa de la Escucha para que todo el Pueblo de Dios pudiera conocer lo que se trabajó, con sus voces y contribuciones, y como modo de reciprocidad en la escucha.

– Un método de participación y de discernimiento comunitario, que marcó profundamente la experiencia en los grupos de la Asamblea, con una evaluación profundamente positiva.

– La espiritualidad fue un elemento esencial a lo largo de toda la experiencia, la cual centró nuestra vivencia en común hacia la búsqueda de la voluntad de Dios, a poner la palabra de Cristo, y su seguimiento, en el centro.

– Se realizó una opción profunda por conectar esta experiencia con el Sínodo sobre la sinodalidad de la Iglesia universal. Se ha valorado mucho la presencia de representantes de otras regiones de la Iglesia en el mundo, de sus Conferencias continentales, sea de modo presencial como a través de comunicados.

– Como fruto de la experiencia de discernimiento comunitario, se obtuvieron los referidos 41 desafíos para la Iglesia en América Latina y el Caribe. Unos son novedades pastorales, otros expresan la necesidad de mayor profundización y compromiso en diversos ámbitos.

– La transmisión digital – puesta a disposición para todos los miembros del pueblo de Dios a través de diversos canales – de cerca del 80% de la Asamblea (excepto los grupos de discernimiento), permitió abrir la experiencia de la Asamblea a toda la Iglesia.

Reflexiones finales

¿Qué es lo más significativo de esta experiencia todavía en proceso? Lo más importante es hacernos esta pregunta que está en el centro de lo vivido: «¿De qué modo hemos sido transformados a nivel personal, comunitario y como Iglesia, por la experiencia de encuentro y escucha del Dios de la vida mediante las voces concretas del pueblo de Dios, sobre todo los más «improbables», y a qué nuevos caminos concretos me (nos) ha impulsado esto?»

Si no hemos vivido una genuina conversión (metanoia), la experiencia habrá sido en vano. Ningún documento final, ninguna lista de desafíos y de orientaciones pastorales, ningún elemento metodológico u operativo de la Asamblea, tienen sentido o valor si no nos ponen en la perspectiva de sabernos llamados a un mayor seguimiento de Cristo.

  1. Cfr D. Fares, «Il cuore di “Querida Amazonia”. “Traboccare mentre si è in cammino”», en Civ. Catt. 2020 I 532-546.

Daniel De Ycaza S.I. - Mauricio López Oropeza
Daniel De Ycaza Se licenció en filosofía en Argentina y en teología en Chile. Posteriormente, realizó un máster en acompañamiento espiritual y discernimiento vocacional y una licenciatura en teología espiritual en la Universidad Comillas (España). Su actividad apostólica ha estado marcada sobre todo por las responsabilidades en la formación, el prenoviciado y la promoción vocacional, llegando a ser Maestro de Novicios durante diez años y Delegado de Formación durante cinco. Actualmente es provincial de la Provincia de Ecuador. Mauricio López Oropeza es el Coordinador del Equipo de la Primera Asamblea Eclesial y Director del Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral del CELAM.

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