Vida de la Iglesia

La visión de Francisco para una teología renovada

© Rene Bohmer / unsplash

«Pienso que el estudio de la teología adquiere un valor de suma importancia. Es un servicio insustituible en la vida eclesial»[1].

La última década del pontificado del Papa Francisco ha sido un tiempo de extraordinaria actividad y desafío para la Iglesia. Ya sea a través de la renovación interna y de la sinodalidad, o del impulso a la apertura apostólica a otras confesiones, o de la lucha contra los conflictos y las consecuencias cada vez mayores de la crisis ecológica, el Papa se ha preocupado por cuidar la misión de la Iglesia. Su estilo pastoral sencillo y coloquial ha llevado a muchos – partidarios y detractores por igual – a considerarle un «pastor» más que un filósofo, como San Juan Pablo II, o un teólogo, como Benedicto XVI. Si bien es cierto que su estilo es único, sería un error menospreciarlo y subestimar la profundidad intelectual y las intuiciones teológicas que dan forma a sus enseñanzas y acciones. El Papa Francisco es el primer Papa no europeo de la era contemporánea y, en muchos sentidos, todavía nos estamos adaptando a las perspectivas y experiencias que derivan de ello.

Un aspecto poco reconocido de su pontificado se refiere a su visión de la teología, y a la necesidad de renovación que advierte para que pueda servir eficazmente a la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. ¿En qué medida el estado actual de la teología y de las diversas escuelas y metodologías teológicas que operan en su seno son útiles al servicio de la Iglesia? No se trata de una cuestión de pluralidad: ¿ha habido alguna vez una época en la que no hubiera pluralismo teológico en la Iglesia? El pluralismo y la diversidad no perjudican a la teología cristiana, sino que la enriquecen. Aunque es necesario ejercer un cuidadoso discernimiento, es evidente que una fe viva crece y se profundiza en contacto con las culturas. Tal como estamos aprendiendo del proceso sinodal, la misión es una relación recíproca: todas las partes de la Iglesia son misioneras entre sí.

El problema se refiere, más bien, a dónde tiene lugar actualmente la teología formal, y al servicio de quién. A este respecto, dos ámbitos culturales son la universidad y el seminario. No cabe duda de que muchas facultades de teología trabajan a pleno ritmo, tanto en la universidad como en el seminario, pero en el corazón de la teología formal hay un dilema. Para ponerlo de relieve, a riesgo de cierta exageración, vamos a señalar que en ambos lugares operan dos dinámicas bastante diferentes, pero igualmente problemáticas.

En la universidad, la teología corre el riesgo de verse confinada dentro de sus propios argumentos y disputas académicas, en una tensión creciente por defender su lugar dentro de la cultura académica secular, con el fin de demostrar su relevancia intelectual. En consecuencia, puede perder la conexión con sus propias fuentes y con la realidad de la vida de la Iglesia. Como Narciso, enamorado de sus propias proezas retóricas y conceptuales, corre el riesgo de buscar continuamente el prestigio y el reconocimiento, dudando en desafiar los prejuicios y las modas del momento por miedo a perder su lugar en el gran desfile de la academia, dentro del cual todas las universidades se sienten en el deber de competir para regenerar el mito del poder y la preeminencia social.

En el seminario, no menos condicionado por ideologías y hegemonías culturales, la teología puede acabar sintiéndose asediada, en cuyo caso levanta muros eclesiales. Cae presa de una introversión estéril, de modo que la investigación se vuelve hacia las certezas incuestionables de una catequesis aburrida. Este tipo de «teología de fortaleza» puede inducir a una sensación de seguridad, sobre todo cuando crea una mentalidad de Iglesia contra mundum. Sin embargo, no puede hacer frente a las complejidades de un mundo digitalizado, globalizado y signado por la posverdad, ni a las promesas soteriológicas de los mercados y la ciencia. El bastión de una fortaleza ofrece la ilusión de supervivencia y fidelidad inmaculada, pero para una fe viva es una estrategia pobre. En términos sociales, corre el riesgo de convertirse en una curiosidad, una especie de museo del que los defensores de la fe se convierten en meros conservadores. Desde el punto de vista teológico, al refugiarse en la convicción de ser el custodio de la revelación de Dios y arrogarse la autoridad de un magisterio alternativo y más seguro, se engaña creyendo que hace de Dios su prisionero. De este modo, la maravillosa libertad de la misericordia de Dios, animada por la gracia, puede convertirse en propiedad exclusiva de quienes se han elegido sus dueños.

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

En ambos casos, la teología acaba decepcionando a la Iglesia y a sus miembros, que buscan el sentido de su fe porque desean desarrollar vidas y prácticas espirituales que expresen las «razones de la esperanza». Por tanto, ya sea en el teatro de la universidad o en las aulas del seminario, es necesaria una teología que no sea sólo scientia, sino sapientia, como reconocía Agustín, y que sea capaz de hacer adecuada justicia al sensus fidelium. En otras palabras, hace falta una teología empapada de oración, consciente de estar siempre ante el misterio inagotable del Dios Trino, deslumbrada por la luz de Cristo crucificado y resucitado, y sobrecogida por la gracia sin límites del Espíritu Santo. Una teología así, reconoce la realidad de una Iglesia que, aun marcada por los abusos y episodios de corrupción, sigue siendo capaz de asombrar al mundo con su compasión y su compromiso con los marginados y los débiles, sigue siendo capaz de mantenerse firme en su servicio aunque los gobiernos se hayan olvidado de ellos y los medios de comunicación hayan hecho la vista gorda. Esa es una Iglesia en camino sinodal, que vive en la trascendencia de su experiencia de perdón y misericordia, de compasión y arrepentimiento. En la pobreza, en comunión con cada generación, pasada, presente y futura, bebe de la fuente vivificante de sus sacramentos. Cada día emprende su metanoia de corazón, mente y espíritu; renueva su mirada sobre el mundo con el amor de Cristo y lo ve a través de sus ojos[2]. En el desierto de las instituciones destruidas y desacreditadas, cuyos escombros abarrotan la plaza pública, entre las ruinas de la guerra y sus recuerdos nunca cicatrizados, de las democracias precarias y los regímenes autoritarios, ésta es la Iglesia que el mundo sigue anhelando y esperando que exista.

Identificar la misión de la teología

En la Constitución Apostólica Veritatis gaudium (VG) y en el Discurso a la Pontificia Facultad Teológica del Sur de Italia, el Papa Francisco esboza un programa mucho más amplio que la mera renovación de los estudios teológicos[3]. En ambos documentos describe la misión de la teología, reorientándola hacia la misión evangélica de la Iglesia esbozada en la Evangelii gaudium. Al tiempo que se inspira en las fuentes dinámicas de la tradición, debe evitar convertirse en una empresa solipsista y estrecha, para ser, en cambio, una teología que vive de la vitalidad generativa de la Revelación al servicio de la Iglesia misionera[4].

En el centro de la visión del Papa está la realidad de Jesucristo, fuente de verdad, redención y esperanza de la humanidad. La verdad teológica es siempre más que la investigación racional y coherente sobre el conocimiento de Dios y la revelación de Dios en Cristo. La tradición es siempre más que las proposiciones que definen y preservan la gramática y el contenido de la fe de la Iglesia. Es una comunidad de intersubjetividad generacional viva y en evolución; una communio católica que hunde sus raíces en las culturas locales, pero que también las trasciende en la vida de la ecclesia. La verdad es ante todo un encuentro personal e interpersonal con la realidad viva de Jesús, alimentada por la vida del Espíritu Santo y manifestada en la vida del pueblo de Dios, reconocida en las continuidades y discontinuidades de la historia de la salvación.

Al participar en la misión evangelizadora de la Iglesia, la teología es también un encuentro con la humanidad y las culturas humanas. De hecho, este encuentro es siempre creativo, porque el Evangelio informa lo que es verdaderamente humano. La evangelización, por tanto, no es sólo testimonio de Cristo y anuncio del Evangelio de la salvación, sino que también pretende preservar lo que hay de bueno, noble y precioso en las culturas humanas, a las que al mismo tiempo aporta la novedad de Cristo. Para ello, la Iglesia debe tomar conciencia de la historia cultural y de la forma en que se transmite el Evangelio. De este modo, la realidad de Cristo debe hacer «que sean informados por la fuerza del mismo Evangelio el sistema de pensar, los criterios de juicio y las normas de actuación; en una palabra, es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio»[5]. La cultura que brota del encuentro con el Evangelio exige ser refundada en un humanismo integral[6]. Esto implica una constante autocrítica por parte de la Iglesia para que la fuerza radical y generadora del Evangelio no se debilite ni se colonice. La teología no debe justificar los imperialismos culturales, económicos y políticos de las naciones. Si lo hiciera, lejos de ser una fuente de liberación y de crítica inmanente, se esclavizaría a sí misma[7].

Al exponer esta desafiante vocación de la teología, el Papa Francisco identifica algunos elementos centrales.

En primer lugar, la teología debe integrar la dimensión espiritual; debe superar el divorcio entre teología y pastoral: «Este encuentro entre doctrina y pastoral no es opcional, es constitutivo de una teología que pretenda ser eclesial»[8]. Debe ser una teología radicalmente encarnada, que se preocupe por los sufrimientos y las pruebas del pueblo. La teología debe permanecer vigilante en dos sentidos: a) no convertirse en un departamento académico más, sino permanecer al servicio de la Iglesia; b) reconocer que la vida de las personas es en sí misma una fuente de reflexión teológica que no se puede ignorar. La teología, por tanto, debe ajustarse al misterio de Cristo encarnado y resucitado, que se identifica en la vida del pueblo fiel y santo de Dios. Este es el contexto necesario para comprender el sensus fidelium, fundamental para una sinodalidad madura, cuya teología está en constante desarrollo[9].

En este contexto, VG habla de la formación teológica y de la teología misma como «una especie de laboratorio cultural providencial, en el que la Iglesia se ejercita en la interpretación de la performance de la realidad que brota del acontecimiento de Jesucristo y que se alimenta de los dones de Sabiduría y de Ciencia»[10]. Aquí la teología pasa de ser una actividad puramente racional a una actividad que debe dar testimonio en la vida de fe eclesial. Y así llega a entenderse a sí misma como fundada en la pneumatología, en la vida del Espíritu.

Una teología que se ocupe de los problemas y exigencias de la vida tendrá que ser también una «teología del discernimiento», que distinga el mensaje de la vida de sus formas de transmisión y de los modos en que ha sido codificado con elementos culturales: «No hacer este ejercicio de discernimiento lleva sí o sí a traicionar el contenido del mensaje»[11]. Para llevar a cabo esta labor, la teología necesita cultivar la humildad intelectual, no sólo como la disposición adecuada para cualquiera que pretenda comprender a un Dios que es semper maior, sino como la actitud más apropiada dada la inmensidad de la experiencia humana que contempla la teología. Además, como todas las disciplinas, sólo puede alcanzar el verdadero conocimiento y comprensión cuando reconoce sus propias limitaciones y se abre a los recursos que le proporcionan otras disciplinas. La teología es, necesariamente, una actividad inter y transdisciplinar pero, en la visión de VG, debe recurrir a otras disciplinas no teológicas si quiere cumplir su misión. En efecto, la contemplación de la acción providencial y salvífica de Dios en el mundo exige esta apertura[12].

Una teología animada por este espíritu estará, a su vez, abierta a la pluralidad de expresiones y formas en que se ha inculturado el Evangelio. Como ya hemos observado, existe una pluralidad legítima que pertenece a la fuerza generadora de la Revelación. En este sentido, la teología puede reflexionar sobre las tensiones y los conflictos de manera que se fomente una profunda «unidad pluriforme que genere vida nueva». Esta labor de reconciliación no consiste en la reducción a un denominador común, ni significa la hegemonía de una forma cultural sobre otra. Más bien, es capaz de captar la obra salvadora y evangelizadora del Espíritu en múltiples expresiones y formas, para hacer aflorar la realidad del único Cristo que posee[13]. No se trata de una reducción sintética, sino de una sublimación reconciliadora que conduce a una mayor comprensión de la Verdad: el paradigma de Pentecostés. La teología también debe ser consciente de sus presupuestos culturales y configurar así para la Iglesia su catolicidad más profunda. El servicio de la reconciliación no es sólo para la Iglesia, sino para el mundo entero[14].

Características de una teología renovada

El Discurso a la Pontificia Facultad Teológica del Sur de Italia parte de VG e identifica cuatro características de una teología renovada al servicio de la Iglesia y del mundo:

1) Una teología de la acogida y del diálogo. Gran parte del pontificado de Francisco ha consistido claramente en abrir espacios de diálogo con el mundo y con otras religiones. De hecho, parte del proceso global de sinodalidad también ha abierto tales espacios dentro de la Iglesia. El diálogo no es sólo el requisito previo necesario para el entendimiento, sino también parte integrante de la reconciliación. Cabe destacar que el Papa Francisco no sólo ha buscado intensamente facilitar el diálogo entre religiones y entre naciones, especialmente allí donde hay tensiones y conflictos, sino que ha ampliado y fomentado el diálogo dentro de la Iglesia. No es de extrañar, pues, que la teología de la acogida y del diálogo que desea no se centre en la apologética o el proselitismo: la quiere enraizada en el amor de Dios por el mundo, manifestado en Jesucristo, que ilumina una antropología que reconoce que todo corazón humano está en busca de este amor. Por eso, la teología es ante todo una palabra de comprensión del amor que se ofrece como acogida. Ella da cuenta, además, de la base teofilosófica de la praxis de Francisco. Se basa en una ontología relacional e interrelacional, la Communio, que es inherente a la naturaleza misma de la creación y de la humanidad. La vemos emerger claramente, de forma más explícita, en Laudato si’ y en Fratelli tutti.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

En coherencia con este método, es necesario que la teología del diálogo y de la recepción se traduzca en una praxis, una hermenéutica vivida. Como método de estudio, presta atención a los grandes textos religiosos del cristianismo y de otras religiones del mundo. Como hermenéutica, está atenta a un tiempo y un lugar concretos y a sus preguntas, problemas y divisiones. Así, la teología se convierte en un proceso de discernimiento. Se ocupa de revelar el misterio de Jesús y de esbozarlo en el relato de toda vida humana, que recorre también toda la creación (cfr. Col 1,15-22): un movimiento de descenso y ascenso, en el que la figura redentora de la Cruz se ve presente, ahora, en Cristo resucitado y crucificado. Este movimiento «dialógico» es un proceso de «etnografía espiritual»; permite a la teología trabajar desde dentro de la realidad humana y responder a ella. Ejercida de este modo, la teología evita el «síndrome de Babel», es decir, no sólo la incapacidad de comprender al otro, sino también la incapacidad de escucharlo.

2) Una teología de la escucha. La hermenéutica vivida presupone e implica la escucha consciente. Es el intento no sólo de «oír» lo que se dice, sino de comprenderlo en su contexto: tanto su historia como su experiencia. Por esta razón, la escucha debe estar profundamente conectada con las culturas, los pueblos y sus narrativas. Significa cuidar de todas las generaciones, especialmente de los jóvenes: escuchar les permite contribuir a la comunidad[15].

Una teología de la escucha y del diálogo está determinada cristológicamente. En la Escritura, Cristo se muestra inmerso en la escucha y el diálogo con todo el panorama de su cultura. Está en íntimo contacto con la tradición, de la que extrae su propia conciencia y la de su pueblo. El encuentro con Cristo y su salvación tienen siempre una estructura dialógica. Nunca es un monólogo: «Con el monólogo, todos perdemos, todos»[16].

3) Una teología interdisciplinar: las exigencias morales y espirituales de la teología. Una «teología de la acogida» requiere capacidad de interpretación y discernimiento, y por tanto exige teólogos que sepan trabajar juntos de forma interdisciplinar. Aquí, el campo de los «teólogos» incluye a sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres. En su arraigo eclesial, están abiertos «a las novedades inagotables del Espíritu» y saben huir «de las lógicas autorreferenciales, competitivas y, de hecho, cegadoras que a menudo existen también en nuestras instituciones académicas y escondidas, muchas veces, en las escuelas teológicas»[17].

Esta teología de la acogida, del diálogo, de la escucha y del discernimiento requiere cualidades morales, espirituales y humanas, además de intelectuales. Exige hombres y mujeres compasivos, abiertos al sufrimiento y a las necesidades de los demás. Sin compasión y comunión con las realidades de la vida de las personas y con el grito vital de nuestra biosfera, la teología corre el riesgo de convertirse en un mero ejercicio intelectual. Si no se nutre de la oración, no sólo pierde su alma, sino también su inteligencia y su capacidad de interpretar cristianamente la realidad. No logra ver la gloria y la belleza de Dios, presente y actuando salvíficamente en todas las cosas. Corre el riesgo de ser «fagocitada por la condición de privilegio de quien se coloca prudentemente fuera del mundo y no comparte nada de arriesgado con la mayoría de la humanidad»[18]. El trabajo interdisciplinar también requiere la libertad y el compromiso de revisar y reconsiderar continuamente la tradición, de seguir planteando preguntas, porque la tradición es el río de una fe viva.

4) Una teología en red. El trabajo en red se refiere a la necesaria interdisciplinariedad en la que debe comprometerse la teología. Pero también se refiere a la construcción de relaciones, competencias y visiones compartidas por las universidades eclesiásticas que, a su manera, dan testimonio de una «sociedad inclusiva y fraterna». El Papa ve todos estos niveles de trabajo en red como un trabajo evangélico, es decir, «en comunión con el Espíritu de Jesús que es Espíritu de paz, Espíritu de amor en la obra de la creación […] la interdisciplinariedad y el tejido de redes quieren favorecer el discernimiento de la presencia del Espíritu del Resucitado en la realidad»[19].

«En solidaridad con todos los naufragios de la historia»

En 1990, la Congregación para la Doctrina de la Fe definió la «vocación eclesial del teólogo»[20]. La visión de Francisco de la vocación de la teología y del teólogo es un claro desarrollo de ésta. Hoy no se la ve en términos de una actitud defensiva, sino en términos de una Iglesia misionera o evangélica profundamente comprometida con el mundo, especialmente con los pobres, los abandonados y los que sufren. Hoy el trabajo de la teología se reconfigura: no es sólo especulativo, sino también performativo y transformador, y actúa con todas las demás instituciones académicas y sociales por un bien duradero, humano y ecológico. Si el servicio de la teología se concibe de este modo, ¿qué se exige del teólogo? Aquí Francisco ofrece un marco que critica una teología «profesional» llevada a cabo predominantemente en el mundo universitario, compitiendo por recursos y prestigio académico. También rechaza un enfoque instrumental de la teología como parte de la formación para el ministerio eclesial, donde con demasiada facilidad tiende a convertirse en un crédito cualquiera que hay que ganar o a reducirse a una forma superior de catequesis con intención apologética.

En su discurso ante el Congreso Teológico Internacional celebrado en Argentina en 2015, el Papa Francisco describió tres rasgos de la identidad del teólogo:

1) El teólogo es, en primer lugar, hijo de su pueblo. Esta es la fuente y el recurso para la teología que el teólogo está llamado a desarrollar, este es el terreno en el que la teología está arraigada y del que extrae su autocomprensión.

2) El teólogo es un creyente. Se trata de un desafío dirigido a quienes intentan practicar la teología de manera «neutral en cuanto a la fe», como si se tratara de cualquier disciplina académica. Sin sacrificar las exigencias intelectuales y la conciencia de otras disciplinas relevantes que se requieren de una teología contemporánea comprometida y fundamentada, el teólogo es alguien que busca conocer a Dios y reconoce que sin Dios no puede vivir. Este Dios se revela en Cristo, «se hace presente, como palabra, como silencio, como herida, como sanación, como muerte y como resurrección. El teólogo es aquel que sabe que su vida está marcada por esa huella, esa marca, que ha dejado abierta su sed, su ansiedad, su curiosidad, su vivir […]. No es teólogo quien no pueda decir: “no puedo vivir sin Cristo”»[21].

3) El teólogo es un profeta. La teología comienza con la escucha de Dios y del Espíritu Santo que actúa en la vida del pueblo fiel de Dios y en el mundo. Si el teólogo está llamado a ser profeta, ante todo está llamado a ser discípulo. La crisis de la sociedad contemporánea es también una crisis de fe. La sociedad piensa que puede prescindir de la fe en Dios y sólo cree en sí misma. Esto crea una grieta en las identidades personales y sociales. En esta situación de alienación, tanto espiritual como social, el teólogo tiene una misión profética: sanar las divisiones. La fe pone a disposición la riqueza del pasado y la llamada del futuro. En este sentido, el teólogo es también el heraldo de la historia de la salvación, dando testimonio de la acción salvífica de Dios en la historia (tradición) y de la promesa de futuro dada en Cristo. La visión profética está siempre marcada por una excentricidad epistemológica, porque tiene una visión teocéntrica. La labor profética de la teología consiste en aplicar esta perspectiva a todas las cosas. Por eso, no sólo toma su punto de partida de las realidades del mundo, sino también de la oración: «Es una reciprocidad entre la Pascua y tantas vidas no realizadas que se preguntan: ¿dónde está Dios?»[22]. Es vivida ante la mirada de Aquel que hace nuevas todas las cosas[23].

  1. Francisco, Videomensaje al Congreso Internacional de Teología organizado por la Pontificia Universidad Católica Argentina, 1-3 septiembre 2015.

  2. Constitución apostólica Gaudium et spes, 1-3.

  3. En el mundo académico anglosajón, son numerosos los llamados a la renovación de la teología, realizados desde diversas «escuelas» y confesiones. Algunos ejemplos: A. Louth, Discerning the Mystery: An Essay on the Nature of Theology, Oxford, Clarendon Press, 1989; E. Farley, The Fragility of Knowledge: Theological Education in the Church and the University, Filadelfia, Fortress Press, 1988. Para un panorama más polémico de la situación contemporánea en Estados Unidos, véase: M. Faggioli – M. Hollerich, «The Future of Academic Theology: An Exchange», en Commonweal 145, 9, 2018, 7; y J. M. Ashley, Renewing Theology: Ignatian Spirituality and Karl Rahner, Ignacio Ellacuría, and Pope Francis, Notre Dame, Notre Dame University Press, 2022.

  4. Tal tipo teología no pone al centro ni la apologética, ni los manuales. Cfr Francesco, Intervención en el encuentro sobre el tema «La teología después de “Veritatis gaudium” en el contexto del Mediterráneo», 21 de junio de 2019. Cfr también P. Di Luccio – F. Ramirez Fueyo, «Teologia e rinnovamento degli studi ecclesiastici. Le indicazioni di Francesco nel discorso di Posillipo», en Civ. Catt. 2019 III 471-481.

  5. VG 2, que cita Francisco, Videomensaje, cit.

  6. VG 4.

  7. Cfr E. A. Foster, African Catholic: Decolonization and the Transformation of the Church, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2019; A. Tomaselli – A. Xanthaki, «The Struggle of Indigenous Peoples to Maintain their Spirituality in Latin America: Freedom of and from Religion(s), and Other Threats», en Religions 12, 10, 2021, 869.

  8. Francisco, Videomensaje, cit.

  9. Sobre esta realidad fundamental, cfr Comisión Teológica Internacional, Il «Sensus Fidei» nella vita della Chiesa, 10 de junio 2014; O. Rush, The Eyes of Faith, Washington D.C., Catholic University of America Press, 2011.

  10. VG 3.

  11. Francisco, Videomensaje, cit. Cfr VG 4, que identifica las tres dimensiones necesarias para la misión evangélica de la Iglesia: discernimiento, purificación, reforma.

  12. VG 4, b y c.

  13. VG 4, d.

  14. Ibid.

  15. Cfr Francisco, Exhortación apostólica post-sinodal Christus vivit, 65,

  16. Francisco, Intervención en el encuentro sobre el tema «La teología después de “Veritatis gaudium” en el contexto del Mediterráneo», cit.

  17. Ibid.

  18. Ibid.

  19. Ibid.

  20. Congregación para la Doctrina de la Fe, Istruzione Donum Veritatis sulla vocazione ecclesiale del teologo, 24 de mayo de 1990.

  21. Francisco, Videomensaje, cit.

  22. Ibid.

  23. Ibid.

James Hanvey
Sacerdote jesuita, doctor en filosofía por la Universidad de Oxford con una tesis sobre la elaboración de una metafísica contemporánea de la doctrina de la Trinidad en Hegel, Barth y Rahner. Enseñó teología sistemática en el Heythrop College de la Universidad de Londres, donde también fue jefe del Departamento de Doctrina Cristiana y director fundador del Heythrop Institute for Religion, Ethics and Public Life. También ha sido consultor teológico de los obispos de Inglaterra y Gales y ha ocupado la Cátedra Veale de Espiritualidad Ignaciana en Milltown Park, Dublín. Entre sus escritos más recientes se encuentran «Dignity, Person, Imago Trinitatis», en Understanding Human Dignity (ed. Christopher McCrudden, 2013); y «For the Life of the World», en The Second Vatican Council (ed. Gavin D'Costa y Emma Jane Harris, 2013).

    Comments are closed.