Arte

Miguel Ángel y la teología del libro de Ester

El castigo de Amán, Miguel Ángel (1512)

Entre los numerosos frescos de la Capilla Sixtina, hay uno que se refiere el libro de Ester. Miguel Ángel lo pintó en una esquina, entre la pared sur y la pared central del altar con el Juicio Final[1]. La proximidad no es sólo física, sino también temática: el núcleo del libro de Ester se representa allí con el Juicio de Amán y su crucifixión. Lo que destaca en la pincelada – o en el genio de Miguel Ángel, se podría decir – es su originalidad: el fresco representa un unicum en la Capilla Sixtina y marca el ápice de su maestría. A propósito, un historiador escribe: «Nunca, en toda la historia del arte, se ha resumido tan bien en un solo fresco todo un libro de la Sagrada Escritura como en esta pintura de Miguel Ángel, que muestra así toda la capacidad de síntesis del arte figurativo, una capacidad insustituible»[2].

El castigo de Amán

Para comprender el fresco, hay que tener en cuenta que las escenas pintadas en las cuatro pechinas[3] de la Capilla ilustran acontecimientos de salvación. Especular al de Amán, se encuentra el fresco de la serpiente de bronce, fabricada en el desierto por Moisés para salvar a los judíos mordidos por serpientes venenosas. Entre las dos pechinas hay un fresco del profeta Jonás, con el gran pez y el tradicional arbusto ricino, signo paradójico de salvación para los ninivitas. Las dos pechinas de la pared de la entrada, en el extremo opuesto, representan la muerte de Goliat y la muerte de Holofernes: otras escenas de salvación, a menudo representadas en el Renacimiento[4]. Las cuatro pechinas representan, así, «cuatro intervenciones de Dios para la salvación de su pueblo, que […] remiten a su intervención por excelencia, la salvación realizada por Cristo»[5]. Además, se conectan directamente con el altar central, donde se celebra el sacrificio de Cristo en la cruz.

Sin embargo, la salvación representada en el castigo de Amán se distingue de los demás frescos por la crucifixión que representa. En el centro hay una pared divisoria, con una puerta, que crea dos ambientes espaciales muy diferentes: un ambiente interior a la derecha y una vista exterior a la izquierda. En la habitación, se ve al rey Asuero en su cama. Esa noche el soberano sufre de insomnio, por lo que se hace leer los anales de la corte con la historia del reino. En una de las páginas se narra un intento de conspiración de dos eunucos contra la vida del rey. El complot es descubierto y denunciado por Mardoqueo. El rey pregunta, entonces, cómo fue recompensado Mardoqueo; al parecer no se hizo nada.

En ese momento llega Amán, el primer ministro del rey, con una petición personal: ya había conseguido la autorización para exterminar al pueblo judío, pero quería pedirle también el ahorcamiento inmediato de Mardoqueo, el judío que, al entrar en palacio, no le honró como todos los demás con el acto de postración. Algunos de sus amigos se lo habían hecho notar. La irritación del cortesano fue tal que, a primera hora, se presentó ante el soberano para exigir el ahorcamiento inmediato de Mardoqueo; ya había construido incluso una horca de 50 codos de altura[6]. No había terminado de hablar cuando el rey le ordena que honre al mismísimo Mardoqueo por haberle salvado la vida. El ministro, vestido con una túnica amarilla, atraviesa la puerta para llamar a Mardoqueo, que está sentado en la escalinata exterior: debe conducirlo a la ciudad para honrarlo solemnemente.

A la izquierda de la pechina, se ve un pequeño banquete de Ester, una joven judía exiliada que se había ganado el favor de Asuero, hasta el punto de convertirse en su esposa y reina, como demuestra la corona que lleva en la cabeza. Arriesgando su propia vida – pues estaba prohibido presentarse ante el rey sin ser convocada -, Ester acudió a él e intercedió por su pueblo, señalándole que el exterminio de los judíos conllevaría también su propia muerte. «¿Quién es y dónde está el que ha concebido semejante cosa?», pregunta el rey. La respuesta es inmediata: «¡El enemigo y adversario es ese miserable de Amán!» (Ester 7,6), que está en el banquete con Ester y el rey, y que en el cuadro se escuda y parece querer huir.

Entonces, el rey ordena que Amán sea castigado y ejecutado en la horca que él mismo había preparado. En el centro del cuadro se representa el castigo, que llama la atención por la viveza de la composición, evidente en la figura desnuda del ministro crucificado a un árbol, en un atrevido escorzo. Vasari, contemporáneo de Miguel Ángel, juzgó «esta figura como la más llamativa de toda la bóveda, calificándola de “una de las figuras ciertamente más difíciles y bellas, hermosas y difíciles”»[7].

Inscríbete a la newsletter

Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico.

En el fresco de Miguel Ángel, Amán no está ahorcado, como se dice en el libro (Est 7,9), sino clavado a un árbol, o más bien crucificado de lado, para crear un ángulo extremadamente eficaz desde el punto de vista pictórico: «El sorprendente escorzo de la crucifixión parece atravesar el espacio como un relámpago, en una especie de huida desesperada, en contraste con el dato iconográfico de su fijación al poste. El escorzo es retomado y realzado por el del tabique»[8]. Una pose singular, tal vez inspirada por la estrechez del espacio, pero más probablemente por la meditación sobre el pasaje bíblico.

¿Cómo llegó Miguel Ángel a representar a Amán crucificado? Un historiador, al tiempo que subraya que la escena de la pluma ilustra la obra de salvación de Dios para su pueblo, afirma: «Miguel Ángel modificó la historia original de la ejecución de Amán tal como se narra en el libro de Ester, representando a Amán muriendo en una cruz en lugar de ahorcado»[9]. Pero, ¿se trata sólo de una «modificación» o hay una clara intención de comunicar algo importante de la Biblia? Que sepamos, antes de Miguel Ángel nadie había representado a Amán crucificado.

El genio de Miguel Ángel

Ya hemos mencionado el tema salvífico de las pechinas. Lo mismo ocurre con la muerte de Amán, de la que se deriva la salvación del pueblo judío. Esta es precisamente la cuestión fundamental del libro de Ester y es esto lo que captó el genio de Miguel Ángel. Se sabe que la realización del fresco absorbió al artista más que otros acontecimientos, y los historiadores destacan su laboriosidad y empeño[10]. También sabemos que Miguel Ángel no manejaba mucho el latín y que su conocimiento de la Biblia se basaba en versiones vernáculas de las Escrituras. Al fin y al cabo, en su época existían varias, precisamente en los años de los frescos de la Sixtina[11], y él era un ávido lector de la Biblia y de los comentaristas. Además, «en sus años mozos, en Florencia, había admirado al gran reformador religioso Girolamo Savonarola. Durante esos años, estuvo vinculado, al menos en algunos aspectos, a los humanistas y filósofos neoplatónicos del círculo de los Médicis. Miguel Ángel amaba a Dante, y él mismo era poeta, e incluso un poeta genial»[12]. Ahora bien, el propio Dante, en el Purgatorio, tiene una especie de visión en la que aparece Amán, «la imagen de un crucificado fiero / que con mirada de desdén moría. / En torno suyo, estaba el grande Asuero, / y Esther su esposa; el justo Mardoqueo, / que en decir y en hacer fue siempre entero»[13]. No es seguro, sin embargo, que el artista se inspirara en Dante. En cualquier caso, el problema persiste: ¿cómo se explica que Dante pudiera haber imaginado a Amán crucificado?[14]

Sin duda, Miguel Ángel debió de informarse a fondo antes de ejecutar el cuadro. Según Pfeiffer, pudo haber tomado la idea de la Concordia de Joaquín de Fiore, donde leemos: «Amán, por orden del rey, fue finalmente colgado en la cruz, que era extraordinariamente alta y que él mismo había preparado para Mardoqueo»[15]. En el fresco, por tanto, el pintor ha dado una interpretación del castigo. Sin embargo, la cuestión es otra: ¿por qué lo representa crucificado?

En el libro de Ester, el castigo de Amán es la causa de la salvación del pueblo. Una salvación que en el Nuevo Testamento viene dada por la crucifixión de Jesús. De este modo, Miguel Ángel vincula los dos hechos, hasta el punto de introducir en ese texto una anticipación de la salvación traída por Cristo, en cierto modo un antitipo. No es casualidad que la pechina opuesta contenga el levantamiento de la serpiente de bronce, que el propio Jesús en el Evangelio de Juan interpreta tipológicamente: «De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna» (Jn 3,14-15). El creyente que miraba hacia el altar, levantando los ojos hacia la pechina de la derecha, veía la prefiguración de la muerte salvadora de Jesús en la cruz, pero esperaba ver en la pechina opuesta la crucifixión: en cambio, «le sorprendía una inversión desconcertante. El hombre en la cruz no era el Salvador, sino el individuo diabólico del que se busca la salvación. Prefigurando el sacrificio de sí mismo del Redentor, aparecía el ejemplo más cruel de una justa venganza: la imagen de una crucifixión»[16].

Cuando, treinta años más tarde, Miguel Ángel pintó el Juicio Final, reforzó esta interpretación pintando bajo el castigo de Amán a los ángeles que portaban la cruz de Cristo y la corona de espinas, y bajo la Serpiente de Bronce la columna de la flagelación sostenida y abrazada por algunos hombres, es decir, los instrumentos de la pasión y la muerte que trajeron la salvación[17].

He aquí, pues, la interpretación que Miguel Ángel hace del libro de Ester: el castigo del prisionero se convierte en signo paradójico de salvación para el pueblo elegido; y su condena se configura como un sacramento que anuncia «la victoria de la iniciativa de Dios para la redención de su pueblo, más aún, para la redención de toda la humanidad. […] Una premonición de aquel misterio que se manifestará en la plenitud de los tiempos. Es la Pascua del Señor: “Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,31-32)»[18]. Así, la crucifixión de Amán sería una prefiguración de Cristo muriendo en la cruz. «Los teólogos no tardaron en reconocer en este episodio un paralelismo con Cristo, señalando que ambas crucifixiones iban seguidas de la redención. La imagen de la salvación a través de la cruz era perfecta para la parte del altar de la Capilla Sixtina»[19].

Sin embargo, el texto hebreo no autoriza ninguna crucifixión: de hecho, la sentencia de Asuero es clara: «¡Cuélguenlo allí!»[20]. Sólo el texto griego de la Septuaginta habla en un momento de crucifixión: «Que sea crucificado»[21]. Pero en griego el verbo es sinónimo de «colgar», «ahorcar»[22]. Hay que tener en cuenta, en cambio, que la Vulgata latina traduce lignum (literalmente, del hebreo: «Aquí está la madera que hizo para Mardoqueo»), a lo que sigue: «Adpendite eum in eo» (Est 7,9), que se especifica en el capítulo siguiente: «Ipsum iussi adfigi cruci» (8,7)[23].

El término lignum se encuentra en el Nuevo Testamento para indicar la cruz de Jesús: «Qui peccata nostra ipse pertulit in ligno», (1 Pe 2,24) donde está implícita la cruz, el lignum crucis[24]. En la liturgia del Viernes Santo se invoca varias veces el lignum crucis, que redime al mundo.

Pero, ¿cuál es la intención del libro de Ester?

El libro de Ester

El texto narra un acontecimiento dramático en la historia del pueblo judío, el cual, disperso en el Imperio persa a causa de la deportación de Nabucodonosor, debe aceptar vivir confundido con el paganismo circundante. Es decir, tienen que hacer malabarismos dentro de instituciones opresivas para todos: para Vastis, la reina repudiada por el rey porque se niega a presentarse a su banquete solemne -quizá vestida sólo con la corona real-, donde los invitados son bulliciosos y achispados; para Ester, la judía convertida en novia y reina, que tiene el valor, a riesgo de su propia vida, de presentarse a Asuero sin haber sido convocada: quiere interceder por el pueblo condenado al exterminio.

Hay que señalar que el libro siente más simpatía por la dignidad femenina de Vastis y por el honor de Ester, que por la veleidad e imperiosa vacuidad del rey, cuyo inmenso imperio se extiende desde la India hasta Etiopía (Est 1,1). Mardoqueo, primo y tutor de Ester, descubre una conspiración para matar al rey, la denuncia y salva al soberano, pero no obtiene ningún reconocimiento. En este contexto, el pueblo de Dios no goza de ningún privilegio; al contrario, el poder parece originalmente confiado a otros, en particular a Amán, el primer ministro. Este último se siente ofendido por el comportamiento de Mardoqueo, que le niega la postración; busca, pues, vengarse de la ofensa con una persecución contra los judíos, pueblo al que este pertenece. Amán obtiene del soberano por decreto la autorización para exterminarlos a todos en un día decidido echando la suerte, el pûr (Est 3,7). Sólo al final del relato el poder acaba en manos de los fieles del Señor, Mardoqueo y Ester, que hasta ese momento parecen más bien «pobres» y subordinados que figuras influyentes. Cabe señalar que esta cohabitación es aceptada cordialmente, sin resistencias ni restricciones: tanto Mardoqueo como Ester desempeñan su papel, el primero para salvar al rey de la conspiración, la reina para salvar a su pueblo[25].

En esta perspectiva, no es un dato menor que los nombres de Mardoqueo y de Ester provengan de las antiguas deidades babilónicas, Marduk e Ishtar. Del mismo modo, la fiesta de Pûrim, cuya etiología proporciona el texto y con la que se concluye el libro, deriva su nombre del acto de echar la suerte, que se realizaba en el Imperio persa a finales de año. Nos encontramos, por tanto, de nuevo en este clima de plena aceptación: los datos de cultura pagana y los recuerdos más profanos de la humanidad circundante son aceptados y asimilados, como por quien se sabe el destinario de estos. En consecuencia, en el libro no hay ni sombra de rechazo a la herencia idolátrica que caracterizaba los escritos anteriores al Exilio o de los primeros siglos posteriores al Exilio: tal vez porque el Imperio persa nunca aparece en el libro ligado a instituciones religiosas precisas, ni a ese valor sumario que, en el Oriente bíblico, como más tarde en el Imperio romano, es la religión del poder político.

Un libro apocalíptico

El libro se ha transmitido en hebreo y griego. El texto hebreo, compuesto quizá a mediados del siglo II a.C., entró en el canon, pero con dificultad, ya que en él nunca aparece el nombre de Dios[26]. En cambio, el texto griego de la Septuaginta, y otra recensión (llamada A), mucho más extensa que el original, lo han explicitado: incluyen las dos oraciones fundamentales del libro, la de Mardoqueo y Ester (Est hebreo 4,1-17, griego 4,1-30), y su fe en Aquel que puede salvar al pueblo.

La versión Septuaginta inserta al principio un capítulo, ausente en la versión hebrea, en el que se narra el sueño de Mardoqueo: allí se revela el carácter apocalíptico del libro[27]. La interpretación en esta clave se confirma también por la helenización del nombre pûrim, en griego: phrourai, que no significa suerte sino «vigilia, vigilancia, centinela», ya que recuerda la acción de Dios que se manifiesta al final de la historia realizando su plan. No es casual que el texto griego concluya, refiriéndose al sueño inicial, que se cumplió «por voluntad de Dios» (Est 10,3a). De este modo, la masacre con la que termina el relato no es más que una de las muchas variantes literarias del enfrentamiento escatológico entre el pueblo de Dios y los paganos aliados: un enfrentamiento que tradicionalmente termina con la derrota de los paganos. No se trata, pues, de un acontecimiento histórico, sino, una vez más – como en el libro de Judit y como en los escritos con un componente apocalíptico –, de un esbozo de la experiencia presente en su sentido final. Asuero, Amán, Mardoqueo, Vasti, Ester, son puros símbolos; el desarrollo narrativo sólo sirve para formular el contenido y caracterizar las relaciones, según una lógica que se impone a todos por mediación de los representantes de Dios en la historia[28].

La fiesta de Pûrim y la crucifixión de Amán

Pûrim indica una inversión de la suerte que funda la fiesta judía, una fiesta parecida a nuestro carnaval, con máscaras, banquetes y abundancia de vino. Pero es también la idea central del libro: la inversión de una situación en la que el pueblo de Dios, que estaba a punto de ser exterminado, triunfa a costa de quienes querían su ruina[29]. Hay numerosos ejemplos en la Biblia – la historia de José en Egipto, de Daniel, de Job -, pero el más iluminador es precisamente la Pascua, la liberación de la esclavitud de Egipto y sobre todo la resurrección del Señor Jesús, con una dimensión universal, pues la salvación es para toda la humanidad.

Dona

APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES

Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos.

Hay también una curiosa coincidencia de fechas: el día sorteado para el exterminio de los hebreos es el 13 de Adar (Est 3,7. 14), mientras que la fecha en que los escribas redactaron el decreto de Amán es el 13 de Nisán, primer mes del año (Est 3,12), día que recuerda el Éxodo (Ex 12,1-7) y la celebración del memorial de la Pascua: al atardecer comenzaba el 14 de Nisán, cuando se inmolaba el cordero pascual[30]. El Targum de Ester recuerda que ese día era de luto y angustia para los judíos, pues se celebraba el aniversario de la muerte de Moisés; pero ese mismo día también nació Moisés. Así surge también el recuerdo del libertador de la esclavitud[31].

En la versión de la Septuaginta, que se ha convertido en la Biblia de los cristianos y suele citarse en el Nuevo Testamento, el ahorcamiento se interpreta como una crucifixión: así, «para muchos judíos de lengua griega, y quizá también para otros judíos, la ejecución de Amán fue una crucifixión»[32].

Incluso Flavio Josefo, en las Antigüedades judías, interpreta el castigo de Amán como una crucifixión: el eunuco Sabuchadah informa a Asuero de que en la casa del primer ministro había encontrado «una cruz preparada para Mardoqueo. […] Al oír esto, el rey decidió no infligirle otro castigo que el que había preparado contra Mardoqueo, y dio orden de colgarlo inmediatamente de esa misma cruz hasta que muriera»[33].

La fama de Amán y Mardoqueo del libro de Ester se había difundido por diferentes vías ya en los primeros siglos de la historia cristiana, junto con las costumbres judías de celebrar el castigo del ministro. Miguel Ángel pudo haber tenido una idea de esto. Pero su genio fue haber sabido captar el significado teológico del libro de Ester, representándolo en la crucifixión de Amán, como antitipo de Cristo, precisamente la inversión de un exterminio que prefigura la salvación del pueblo. La atención de Buonarroti al texto bíblico no puede dejar de sorprender: el resultado es la obra maestra del castigo de Amán en la Capilla Sixtina.

La importancia del libro de Ester en la historia

El libro de Ester termina con una exhortación: «Estos días son conmemorados y celebrados de generación en generación, en cada familia, en cada provincia y en cada ciudad. […] No se borrará su recuerdo entre sus descendientes» (Est 9,28). La memoria se convierte en «memorial», es decir, en liturgia, que tiene su origen en la Sagrada Escritura y realiza lo que en ella se narra. Como en la Pascua (cfr Ex 12,14), la liturgia hace presentes en la historia la liberación y la fiesta: glorifica a Dios, que escucha la oración de los pobres y obra maravillas, con especial atención a los oprimidos, los esclavos, los indigentes.

Dada la importancia del libro, Maimónides, en el judaísmo tardío, sostiene que su excelencia sólo es superada por la Torá; además, cuando venga el Mesías, todos los libros proféticos y hagiográficos de la Biblia caerán en desuso, excepto el de Ester. En la época mesiánica ya no será necesario leerlos, puesto que la presencia del Mesías los hará obsoletos, pero el libro de Ester se seguirá leyendo y se seguirá celebrando la fiesta de Pûrim[34].

  1. Cfr en internet: Capilla Sixtina, el castigo de Amán. El fresco fue realizado entre 1508 y 1512.

  2. H. W. Pfeiffer, La Sistina svelata. Iconografia di un capolavoro, Milán – Roma, Jaca Book-Libreria Editrice Vaticana, 2010, 122.

  3. De acuerdo a la RAE, una «pechina» se define como: «cada uno de los cuatro triángulos curvilíneos que forman el anillo de la cúpula con los arcos torales sobre los que estriba» (Nota del traductor).

  4. Cfr la «Porta del Paradiso» de Ghiberti, en el Bautisterio de Florencia. Véase J. O’Malley, «Il mistero della volta. Gli affreschi di Michelangelo alla luce del pen­siero teologico del Rinascimento» en Aa.Vv., La Cappella Sistina. I primi restauri: la scoperta del colore, Novara, Ist. Geografico De Agostini, 1986, 130-134.

  5. Ibid., 136.

  6. Aproximadamente 20 metros.

  7. R. King, Il Papa e il suo pittore. Michelangelo e la nascita avventurosa della Cappella Sistina, Milán, Rizzoli, 2003, 362.

  8. A. Chastel, «I contemporanei di fronte alla rivelazione della volta», en Aa.Vv., La Cappella Sistina…, cit., 169.

  9. J. O’Malley, «Il mistero della volta»…, cit., 130.

  10. Cfr R. King, Il Papa e il suo pittore…, cit., 362.

  11. Cfr G. Pani, Paolo, Agostino, Lutero: alle origini del mondo moderno, Soveria Mannelli (Cz), Rubbettino, 2005, 18.

  12. J. O’Malley, «Il mistero della volta…», cit., 105.

  13. Dante, La divina comedia, Purgatorio, Canto XVII, vv. 26-30. Cabe observar que Dante no menciona a Amán, aunque se refiere a él.

  14. Cfr E. Wind, «La crocifissione di Aman», en J. G. Frazer, La crocifissione di Cristo seguito da La crocifissione di Aman de E. Wind, Macerata, Quodlibet, 2007, 118. Frazer es un gran historiador de las religiones.

  15. H. W. Pfeiffer, La Sistina svelata…, cit., 123.

  16. E. Wind, «La crocifissione di Aman», cit., 121.

  17. Cfr ibid., 123

  18. P. Stancari, Per una ricerca sull’esercizio del potere. Lettura spirituale del Libro di Ester, Rende (Cosenza), Ed. R-Accogliere, 2021, 126.

  19. R. King, Il Papa e il suo pittore…, cit., 362.

  20. Est 7,9. Cfr B. Ego, Ester, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 2017, 320; 334.

  21. Cfr Ester (texto griego) 7,9, donde aparece stauroõ; véase E. Noffke, Ester, Cinisello Balsamo (Milán), San Paolo, 2017, 171.

  22. Cfr Ibid., aparato crítico.

  23. Pero ya antes, en Est 5,14, la Vulgata dice: «Iussit excelsam parari crucem»; y luego en 9,25: «filios [de Amán] affixerunt cruci».

  24. Cfr también Gal 3,13 («Maldito el que está colgado en el patíbuloo»); Hch 5,30; 10,39; 13,29.

  25. Mardoqueo, en el momento más dramático, exhorta a Ester a asumir su responsabilidad, con una singular admonición: «No te imagines que por estar en la casa del rey vas a ser la única en escapar con vida entre todos los judíos […]. ¡Quién sabe si no has llegado a ser reina precisamente para una ocasión como esta!» (Est 4,13-14).

  26. Es señalado expresamente en la Meghillà de Ester: cfr Sh. Bekhor, Meghillà di Ester, Milán, Edizioni DLI, 1996, 60.

  27. Est G 1,1a-1r. Cfr A. Minissale, Ester, Milán, Paoline, 2012, 64 nota 4.

  28. En Est 1,16-22 se insiste en el tema, aceptado sin dificultad ni atenuantes, de la defensa de la autoridad, por mala que sea. Con el mismo fin se encuentra en 1,19 la primera mención de esos decretos «irrevocables» que tanto peso tienen en la literatura bíblica de inspiración persa (cfr 8,8; Dan 6,16).

  29. Cfr S. Cavalletti, Ruth – Ester, Roma, Paoline, 1968, 36-39.

  30. Cfr S. Gallazzi, Ester, Roma, Borla, 1987, 74 s.

  31. Cfr ibid., 76; S. Cavalletti, Ruth – Ester, cit., 38.

  32. Cfr T. C. C. Thornton, «The Crucifixion of Haman and the Scandal of the Cross», en Journal of Theological Studies, 37 (1986) 422.

  33. Flavio Josefo, Antichità Giudaiche, XI, 266 s; en el volumen al cuidado de L. Moraldi, II, Turín, Utet, 1998, 689.

  34. Cfr A. Damascelli, «Purim e Passione. Note in margine ai testi di Frazer e Wind», en J. G. Frazer, La crocifissione di Cristo…, cit, 152 s. Otra observación de Maimónides es pertinente en este contexto: «En la historia de Ester, donde Dios parece estar completamente ausente, [se oculta] la condición paradigmática del pueblo judío, indicando que corresponde al hombre buscar la presencia divina en la historia, incluso cuando la oscuridad del exilio se ha hecho más densa, o cuando la inhumanidad […] amenaza con transfigurar el rostro humano» (R. Della Rocca, «La Meghillat Ester: lo svelamento del nascosto», en Hebraica. Miscellanea di studi in onore di Sergio J. Sierra per il suo 75° compleanno, Turín, Istituto di studi ebraici-Scuola rabbinica S. H. Margulies-D. Disegni, 1998, 219).

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

    Comments are closed.