Biblia

Jacob y Esaú

Del conflicto a la reparación de una relación herida

Isaac bendiciendo a Jacob, Govert Flinck (1638)

Las dramáticas historias de Jacob y Esaú están plagadas de manipulaciones y engaños, de intenciones de violencia y separaciones forzadas, de conflictos exacerbados y acercamientos inesperados. Por eso parece justo preguntarse: ¿dónde está Dios en todo esto? ¿Cómo podemos reconocerle en las historias humanas, a menudo controvertidas y no lineales? Sin embargo, es precisamente en el escenario de la vida donde la Biblia pone en escena el drama de las relaciones familiares y la inesperada posibilidad de encontrar el rostro de Dios en el rostro del hermano (cfr Gn 33,10).

Luchando desde el vientre materno

El patriarca Isaac y su esposa Rebeca no pueden tener hijos. Tras una larga espera y muchas oraciones, el Señor les concede una descendencia, más concretamente se concibe la primera pareja de gemelos de la historia bíblica. La gestación, para Rebeca, no es fácil. De hecho, los gemelos chocan entre sí y se pelean desde el vientre de su madre (cfr Gn 25,22). A causa del embarazo problemático, Rebeca consulta al Señor, cuyo oráculo presenta un texto ambiguo, de difícil interpretación sobre el futuro de los gemelos, que puede traducirse bien como «el mayor servirá al menor», bien como «el menor servirá al mayor»[1] (Gn 25,23). Esta ambigüedad seguirá siendo importante para los acontecimientos posteriores, ya que la relación fraternal no estará marcada por la solidaridad, sino por la competencia y el deseo de venganza, aspectos fomentados por las preferencias de los padres.

Al nacer, se presenta un retrato de los gemelos que anticipa el futuro desarrollo de la historia y forma las primeras impresiones del lector sobre Esaú y Jacob: «El que salió primero era pelirrojo[2], y estaba todo cubierto de vello, como si tuviera un manto de piel. A este lo llamaron Esaú» (Gn 25, 25).

El narrador ofrece una descripción física de Esaú, que al nacer presenta rasgos casi animales y salvajes. Es, de hecho, un infante pelirrojo e hirsuto. El término «pelirrojo» utilizado en la descripción recuerda a «Edom», palabra que se repetirá un poco más adelante (cfr Gn 25,30) y que hace referencia a la nación que nacerá de Esaú, mientras que el sustantivo «vello» sonaría en hebreo parecido a «Seir», topónimo que indica la zona montañosa donde se asentarán los habitantes de Edom (cfr Gn 33,16). Además, los rasgos externos del niño anticipan lo que sucederá más adelante en la historia. En efecto, el color de sus cabellos recuerda también la sopa roja por la que Esaú venderá su primogenitura (cfr Gn 25,30), mientras que la vellosidad de Esaú inspirará la estratagema de Rebeca, que cubrirá a Jacob con un vellón de cabra, para que el viejo Isaac lo identifique como primogénito y le conceda su bendición (cfr Gn 27). La presentación de Jacob es igualmente rica: «Después salió su hermano, que con su mano tenía agarrado el talón de Esaú. Por ello lo llamaron Jacob» (Gn 25,26).

Mientras que la descripción de Esaú se refiere a su aspecto exterior, la de Jacob es más dinámica, porque se muestra la acción que realiza al salir del vientre de su madre, al agarrar el talón de su hermano mayor[3]. El nombre propio Yakob, «Jacob», se basa en la palabra hebrea que significa «talón», pero al mismo tiempo contiene en su interior la raíz de un verbo que significa «socavar», «suplantar», «pisar los talones». Este gesto dará nombre al recién nacido y anticipará el enfrentamiento entre los dos hermanos y las acciones que Jacob urdirá contra Esaú.

Más adelante, el narrador presenta dos retratos antitéticos de los gemelos, que crecen de forma diferente: «Los niños crecieron. Esaú se convirtió en un hombre agreste, experto en la caza. Jacob, en cambio, era un hombre apacible y apegado a su carpa» (Gn 25, 27).

Esaú es un hábil cazador, un hombre que vive al aire libre, mientras que Jacob se queda en casa. Con esta descripción, Esaú se asocia a otro personaje que se define antes que él como un hábil cazador: Nemrod, el soberano de Babel, Nínive y Asur (cfr Gn 10,8-12). Sin duda, la comparación no es halagüeña. Además, la descripción de Esaú es externa y muestra los rasgos y habilidades exteriores del primogénito de Rebeca, pero no otras cualidades y aptitudes interiores[4]. Jacob, en cambio, es descrito con una palabra hebrea que puede traducirse como «apacible / recto / inocente». Tal vez haya una ironía tras la definición de Jacob como honrado e inocente, pues resultará ser astuto y sagaz.

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Más adelante se dice que Esaú es amado por su padre por su habilidad para la caza, mientras que Jacob es amado por su madre (cfr Gn 25,28). Esaú es instrumentalizado porque es amado en función de lo que hace para satisfacer los apetitos de su padre, mientras que Jacob es el preferido de su madre Rebeca quizá por estar cerca de ella bajo las carpas, un entorno menos salvaje que las estepas frecuentadas por el primogénito.

Doble engaño

Jacob, fiel a su nombre, se aprovecha de la debilidad de su hermano a la primera oportunidad. En efecto, Esaú regresa del campo fatigado y agotado, mientras que Jacob acaba de preparar un guiso (cfr Gn 25,29). Las primeras palabras pronunciadas por Esaú en el relato son como murmullos excitados y groseros: «Esaú dijo a Jacob: “Déjame comer un poco de esa comida rojiza, porque estoy extenuado”» (Gn 25,30).

En su ansia y su hambre, Esaú ni siquiera encuentra la palabra adecuada para guiso. Del mismo modo, el verbo comer que utiliza designa «alimentarse tragando»[5]. Estos elementos ofrecen un retrato animalista e impulsivo de Esaú. Jacob, en cambio, con habilidad e inteligencia, explota la debilidad y el estado de necesidad de su hermano para pedirle la primogenitura a cambio del guiso. Esaú, dominado por la impetuosidad y el miedo a la muerte (cfr Gn 25,32), jura y vende la primogenitura a Jacob. «Jacob le dio entonces pan y guiso de lentejas. Esaú comió y bebió; después se levantó y se fue. Así menospreció Esaú el derecho que le correspondía por ser el hijo primogénito» (Gn 25,34).

Se produce el intercambio de la condición de primogénito por el guiso de lentejas. La rápida cadena de verbos, que se suceden uno tras otro, muestra una vez más la precipitación e impulsividad de Esaú[6], que sacia su hambre y se marcha sin decir una sola palabra. La nota final del narrador es decisiva para la caracterización. Mientras que el relato, a pesar de todo, dirigía la simpatía del lector hacia Esaú, burlado y engañado por su hermano, ahora el resumen final resulta decisivo para la interpretación del episodio, ya que se deplora y reprocha el comportamiento de Esaú.

La narración muestra a un Jacob astuto y frío, calculador y manipulador, mientras que Esaú aparece emocional y tosco, huidizo e irreflexivo. Por desgracia, la competencia entre los gemelos, que no podrían parecer más diferentes, adquiere tintes cada vez más dramáticos cuando sus padres también entran en escena con sus preferencias. De hecho, por segunda vez Esaú es defraudado en algo por su hermano. El relato de un segundo engaño ensancha una brecha que ya no parece poder cicatrizar.

«Cuando Esaú cumplió cuarenta años, se casó con Judit, hija de Beerí, el hitita, y con Basmat, hija de Elón, el hitita. Ellas fueron una fuente de amargura para Isaac y Rebeca» (Gn 26, 34-35).

Esaú se casa con mujeres extranjeras de otros pueblos y esto causa pena y tristeza a sus padres. El doble matrimonio pagano de Esaú puede haber confirmado a Rebeca en una interpretación del oráculo de Gn 25,23 a favor de Jacob, su hijo amado, que resultaría más merecedor de heredar la bendición de su padre por no estar manchado por vínculos con esposas extranjeras. Al mismo tiempo, esta información también influye en la interpretación del lector, que se acercará al siguiente relato con una disposición negativa hacia Esaú.

Isaac ya es viejo y ciego, y Esaú es el hijo al que va dirigida la bendición. El lector sabe que Isaac ama a Esaú por la caza que le proporciona su hijo. En esta dirección va la última orden del padre: «Toma tus armas –tu aljaba y tu arco– ve al campo, y cázame algún animal silvestre. Después prepárame una buena comida, de esas que a mí me gustan, y tráemela para que la coma. Así podré darte mi bendición antes de morir» (Gn 27,3-4).

Esaú es el hijo obediente que cumple la voluntad de Isaac, sin saber lo que Rebeca y Jacob tramarán contra él. De hecho, su madre, sin ser vista, escucha la conversación y manipula a Jacob para que, mediante un engaño, sea él quien herede la bendición de su padre en lugar de Esaú. Jacob parece reacio a ello, pero es persuadido por su madre, que tiene un plato preparado para Isaac. Rebeca viste a su hijo menor con las ropas de Esaú y cubre sus brazos y cuello con pieles de cabrito, de modo que Jacob adopte el olor rústico de su hermano y sea perecido a Esaú al tacto.

«Jacob se presentó ante su padre y le dijo: “¡Padre!”. Este respondió: “Sí, ¿quién eres, hijo mío?”. “Soy Esaú, tu hijo primogénito”, respondió Jacob a su padre, “y ya hice lo que me mandaste. Por favor, siéntate y come lo que cacé, para que puedas bendecirme”. Entonces Isaac le dijo: “¡Qué rápido lo has logrado, hijo mío!”. Jacob respondió: “El Señor, tu Dios, hizo que las cosas me salieran bien” (Gn 27, 19-20)».

Jacob miente, presentándose ante su padre como Esaú, y habla falsamente sobre el origen de la presa, invocando inoportunamente a Dios. Por otra parte, para Isaac, que es ciego, entran en conflicto dos sentidos. Según el oído, la voz es de Jacob; según el tacto, en cambio, la vellosidad de sus brazos es la prueba de que es efectivamente Esaú quien está ante él. Isaac sigue sumido en la incertidumbre, pues no sabe si está ante un impostor o ante el hijo correcto. La vista no puede ayudar al anciano padre, mientras que el oído y el tacto están reñidos. Sin embargo, a pesar de su vejez, Isaac se mantiene lúcido y cuestiona con inteligencia otro de sus sentidos; al final, es el olfato el que zanjará la cuestión. La proximidad de Jacob permite a Isaac oler su ropa: «Sí, la fragancia de mi hijo es como el aroma de un campo que el Señor ha bendecido. Que el Señor te dé el rocío del cielo, y la fertilidad de la tierra, trigo y vino en abundancia. Que los pueblos te sirvan y las naciones te rindan homenaje. Tú serás el señor de tus hermanos, y los hijos de tu madre se inclinarán ante ti. Maldito sea el que te maldiga, y bendito el que te bendiga» (Gen 27,27b-29).

El regreso de Esaú, después de que Jacob haya robado la bendición (vv. 5-30), adquiere tintes dramáticos tanto para el padre como para el hijo. La intensidad de la narración se traduce en la acentuación de elementos emocionales y afectivos. «“Y tú, ¿quién eres?”. “Soy Esaú, tu hijo primogénito”, le respondió él» (Gn 27,32).

Cuando Esaú llega a pronunciar su propio nombre, se abre el reconocimiento infeliz de Isaac. La expresión utilizada aquí es muy fuerte: «Isaac quedó profundamente turbado» (Gn 27,33a).

El anciano padre, aunque engañado, no puede menos de sancionar la irrevocabilidad de la bendición concedida a Jacob (cfr v. 33b). Así, la compostura de Esaú se rompe y se convierte en un grito de dolor: «Al oír las palabras de su padre, Esaú lanzó un fuerte grito lleno de amargura. […] Esaú dijo entonces: “Sí, con razón se llama Jacob. Ya van dos veces que me desplaza: primero arrebató mi condición de hijo primogénito, y ahora se ha llevado mi bendición”. Y agregó: “¿No has reservado una bendición para mí?”» (Gn 27,34, 36).

Tras la conmoción emocional, Esaú formula un amargo razonamiento sobre Jacob, cuyo nombre está etimológicamente ligado a su repetida acción de suplantar a su hermano: primero arrebatándole su primogenitura y ahora robándole su bendición. Tres veces, en un crescendo dramático, Esaú pedirá en vano ser bendecido a su vez (cfr 27.34.36b.38). Él, como un niño afligido, estalla en un último y desesperado intento: «“¿Acaso tienes sólo una bendición?”. Isaac permaneció en silencio. Esaú lanzó un grito y se puso a llorar» (Gn 27,38).

A partir de este momento, Esaú comenzará a perseguir a su hermano a causa de la bendición que le fue arrebatada: «Esaú sintió hacia su hermano un profundo rencor, por la bendición que le había dado su padre. Y pensó: “Pronto estaremos de duelo por mi padre. Entonces mataré a mi hermano Jacob”» (Gn 27,41).

No se utiliza el término «odio», sino «rencor», que indica un resentimiento y una hostilidad duraderos. Esaú medita en su interior la intención de matar a su hermano. Por eso Rebeca ordena a Jacob que huya lejos, a Jarán (cfr Gn 27,42-45). La evidente preferencia de la madre por Jacob, en detrimento de Esaú, llevará a su amado hijo a vivir lejos de ella, para evitar una escalada de violencia que podría haber privado a la madre de sus dos hijos. Posteriormente, con gran estrategia y habilidad manipuladora[7], la matriarca apela a su anciano marido, expresándole de corazón su desaprobación hacia las mujeres hititas y su temor por el posible matrimonio de Jacob con mujeres extranjeras, como ya había sucedido con Esaú (cfr Gn 26, 34-35). La intervención de Rebeca ante Isaac resulta decisiva y prepara la nueva bendición que el anciano patriarca impartirá a Jacob antes de su partida a la tierra de su tío Labán, donde buscará esposa entre su parentela. Esaú ve que Jacob ha sido bendecido de nuevo y es consciente de la orden de Isaac -que Jacob obedece- de tomar esposa en Padán-Aram y no casarse con las hijas de los cananeos (cfr Gn 28,6). Sin embargo, la reacción de Esaú es diferente de lo que el lector podría imaginar: «Entonces comprendió cuánto disgustaban a su padre Isaac las mujeres cananeas» (Gn 28,8).

Esaú finalmente se da cuenta y comprende que a su padre no le gustan los cananeos, y acude a Ismael, el hermano de Isaac, para tomar a una de sus hijas como esposa. Esaú reconoce la conexión entre bendición y matrimonio y la amargura que las esposas hititas engendran en sus padres (cfr Gn 26,35)[8]. No parece esclavo del odio, sino que sabe reflexionar y tomar decisiones sensatas para complacer a su padre.

Ver a Dios cara a cara

Esaú se reintroduce más adelante en la narración a través del punto de vista de Jacob, que, tras muchos años de ausencia, regresa a la casa paterna (cfr Gn 32-33). Aparte de la perspectiva de Jacob, marcada por el miedo a la venganza, el lector no dispone de ninguna otra fuente de información sobre Esaú, que, tras los sucesos relacionados con la bendición robada, había desaparecido de la narración. Esto aumenta la tensión narrativa ante el inminente encuentro entre los gemelos. Jacob es muy consciente de que regresar a la tierra de sus padres significa enfrentarse a su propio hermano, ese hermano que albergaba sentimientos de revancha y planes de vengarse de él, hasta el punto de amenazar su propia vida. Se informa al lector de que Jacob envía mensajeros a su hermano (cfr Gn 32,4). Su regreso abre perspectivas dramáticas para Jacob, ya que la historia parece girar hacia un desenlace trágico. En efecto, Esaú se dirige al encuentro de su hermano con 400 hombres. El número es considerable: ¿acaso piensa Esaú de este modo lograr su venganza? ¿Conseguirá Jacob llegar sano y salvo a la tierra de su padre? Las premisas no parecen alentadoras.

Aquí el narrador nos informa de los sentimientos de Jacob: «sintió un gran temor y se llenó de angustia» (Gn 32,8). Después de oír las palabras de los mensajeros, tiene miedo y está angustiado[9]. Entonces Jacob pone en marcha una estrategia desesperada, dividiendo a su pueblo en dos bandos (cfr Gn 32), con la esperanza de que al menos uno se salve. Luego, quizá por primera vez, reza con la sinceridad que da el sentirse en peligro de muerte: «Te ruego que me libres de la amenaza de mi hermano Esaú, porque tengo miedo de que él venga y nos destruya, sin perdonar a nadie» (v. 12). El miedo y la angustia le impulsan a trabajar para encontrar una solución que salve a su familia y a sí mismo. Jacob prepara los regalos para su hermano, enviándolos por delante divididos en varios grupos (vv. 14-22). Si Esaú rechaza el primer regalo, llegará un segundo, un tercero, etc. La estrategia de marketing es muy sutil. Si Esaú acepta los regalos, significará que sus intenciones son pacíficas y Jacob no tendrá nada de qué preocuparse.

Sin embargo, la historia que sigue se desarrolla bajo el peso inminente de una amenaza mortal para Jacob y su familia. A la luz de los acontecimientos que le han enfrentado a su hermano en el pasado, su mirada está impregnada de pavor. Jacob prepara largamente el encuentro con Esaú, lo que aumenta la tensión narrativa. Incluso la lucha con una figura misteriosa durante la travesía del Iaboc se convierte en mímesis de lo que Jacob espera y en anticipación de esa lucha con su hermano que aguarda con angustia.

«Aquella noche, Jacob se levantó, tomó a sus dos mujeres, a sus dos sirvientas y a sus once hijos, y cruzó el vado de Iaboc. Después que los hizo cruzar el torrente, pasó también todas sus posesiones. Entonces se quedó solo, y un hombre luchó con él hasta rayar el alba» (Gn 32, 23-25).

Todos cruzan el río, sólo Jacob se queda al otro lado y se encuentra con un hombre contra el que lucha. ¿Quién es este hombre? Hay varias explicaciones posibles. Según algunas creencias populares, los vados de los ríos están custodiados por trolls, espíritus mágicos contra los que hay que luchar para adquirir el derecho a cruzarlos. Otra interpretación es más psicológica: Jacob prepara en su mente, en su interior, la lucha que tendrá que emprender con su hermano. Le aterroriza la perspectiva de tener que enfrentarse a Esaú. El hombre que lucha con él en la penumbra puede ser una especie de proyección psicológica de su miedo. Después de tantas luchas desde el vientre de su madre, Jacob se esfuerza ahora por adquirir una nueva identidad, luchando ya no contra otros, sino contra sí mismo[10]. Este hombre misterioso no consigue dominar a Jacob y por eso le golpea en la articulación del fémur.

«Este dijo: “Déjame partir, porque ya está amaneciendo”. Pero Jacob replicó: “No te soltaré si antes no me bendices”. El otro le preguntó: “¿Cómo te llamas?”, “Jacob”, respondió. Él añadió: “En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido”» (Gen 32,27-29).

Este misterioso personaje no es simplemente un espíritu que defiende los vados de los ríos, sino que se revela como Dios mismo, pues es el Señor quien tiene el poder de cambiar el nombre y, por tanto, la identidad de alguien. El término «Israel» tiene una etimología incierta: probablemente significa «el que luchó contra Dios». Además, sólo Dios puede revelar a Jacob que luchó contra Dios.

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«Jacob le rogó: “Por favor, dime tu nombre”. Pero él respondió: “¿Cómo te atreves a preguntar mi nombre?”. Y allí mismo lo bendijo. Jacob llamó a aquel lugar con el nombre de Peniel, porque dijo: “He visto a Dios cara a cara, y he salido con vida”. Mientras atravesaba Peniel, el sol comenzó a brillar, y Jacob iba rengueando del muslo» (Gen 32,30-32).

Cuando Jacob abandonó su tierra y huyó, el sol se puso (cfr Gn 28,11). En cambio, ahora que vuelve a casa, sale el sol. Sin embargo, esta lucha deja marcas indelebles. A partir de ahora, además de un nuevo nombre, un Jacob cojo llevará en su carne las cicatrices de la lucha.

Un encuentro inesperado

Jacob/Israel va al encuentro de su hermano postrándose siete veces en tierra, pero las expectativas de Jacob se ven frustradas. Ni él ni el lector, absorto en la perspectiva aterrorizada de Israel[11], habrían esperado un desenlace semejante para todo el asunto: «Pero Esaú corrió a su encuentro, lo estrechó entre sus brazos, y lo besó llorando» (Gn 33,4).

El persistente resentimiento de Esaú y su deseo de venganza contra Jacob dan paso de repente a gestos generosos y llenos de afecto. Esaú va al encuentro de su hermano, lo abraza y lo besa. Ambos lloran, conmovidos y abrumados por lo inesperado de este encuentro. El que había estado meditando planes de venganza contra el que le había robado su primogenitura y su bendición está ahora dispuesto a acoger y perdonar. Esaú, que había sido descrito como peludo, casi animal, movido por los instintos, deplorable por anteponer un plato de lentejas a la primogenitura, cuyo destino parecía seguir los pasos de Caín, aparece ahora radicalmente transformado. La sorpresa es mayúscula tanto para Jacob como para el lector: tal desenlace era, de hecho, imprevisible[12].

Jacob se muestra obsequioso con Esaú, mostrándose como su siervo. Las esclavas y sus hijos, Lea y sus hijos, Raquel y José se acercan y se postran ante Esaú (cfr Gn 33,6-7). Todos participan en el homenaje a aquel a quien Jacob llama repetidamente «mi señor». Contrariamente a lo que cabría esperar, el «señor» no es Jacob, sino Esaú[13]. De hecho, Israel nunca se dirige a Esaú como «hermano», sino siempre como «señor» (vv. 8.12.14.15). La bendición de Isaac se invierte, y la narración da fuerza a esta inversión. Jacob, en efecto, dice a su hermano: «si quieres hacerme un favor, acepta el regalo que te ofrezco, porque ver tu rostro ha sido lo mismo que ver el rostro de Dios, ya que me has recibido tan afectuosamente. Toma el obsequio [birḵāṯî] que te ha sido presentado, porque Dios me ha favorecido y yo tengo todo lo necesario». Y ante tanta insistencia, Esaú aceptó» (Gn 33, 10-11).

Jacob reconoce en el rostro de su hermano el rostro de Dios, igual que en el vado de Peniel había reconocido el rostro de Dios en el encuentro con un hombre misterioso. Pero hay más: esta vez Jacob no ofrece a Esaú un regalo entre muchos, sino que le devuelve idealmente la bendición que le había arrebatado a su hermano mediante el engaño. Así, hemos asistido al cambio radical de Esaú, que ya no quiere matar a Jacob, y ahora se muestra también la conversión de Jacob, que le devuelve lo que le había arrebatado con engaño. Jacob atesorará la lección aprendida. De hecho, al final de su vida concederá la bendición a cada uno de sus descendientes, sin limitarla a un solo hijo (cfr Gn 49,28).

Sin embargo, a pesar de esta inesperada reconciliación, seguirá existiendo en Jacob cierta desconfianza hacia su hermano. De hecho, no seguirá a Esaú hasta Seir, como le había anunciado, sino que tomará otro camino, separándose de él (cfr Gn 33,14.17). Más adelante, los gemelos volverán a encontrarse para enterrar juntos a su padre Isaac (cfr Gn 35,29). Este último episodio confirma la persistencia de una buena relación y un sólido vínculo entre ellos a pesar de que sus caminos se hayan separado.

* * *

Las historias de Esaú y Jacob nos sumergen en el realismo de las narraciones bíblicas, donde el encuentro con Dios no se produce en una realidad celestial o abstracta, sino en las vicisitudes, a menudo controvertidas, de hombres y mujeres que, a través de los conflictos y contradicciones de la vida, pueden descubrir a Dios precisamente allí donde están abiertas esas heridas que sangran y necesitan curación. Por eso es sorprendente cómo Jacob, al final de un largo viaje, llega a reconocer el rostro de Dios en el rostro de su hermano, el mismo hermano al que había engañado y que se había vuelto contra él. Al acoger una inesperada salvación y una inesperada posibilidad de reconciliación de quien creía su enemigo, Jacob experimenta al Dios de las bendiciones que reconstruye las relaciones rotas.

  1. La ausencia de la partícula acusativa dificulta la comprensión de cuál es el sujeto y cuál el objeto del verbo «servir». Cfr R. E. Friedman, Commentary on the Torah, San Francisco, Harper Collins, 2001, 88.
  2. Algunas versiones españolas han traducido esta palabra como «rubio». Hemos optado por el término «pelirrojo» por la explicación que se da a continuación (Nota del traductor).
  3. Cfr J. P. Fokkelman, Narrative Art in Genesis: Specimens of Stylistic and Structural Analysis, Eugene, Wipf & Stock Publishers, 19912, 90.
  4. Cfr R. J. Clifford, «Genesis 25:19-34», en interpretation 45 (1991/4) 399.
  5. En hebreo rabínico, este verbo se utiliza para los animales.
  6. Cfr R. Alter, Genesis…, cit., 130.
  7. Rebeca expresa su repulsión por los matrimonios hititas, logrando un doble efecto: por un lado, consigue la marcha de Jacob; por otro, sin nombrarlo, desacredita a Esaú, que se casó con mujeres hititas (cfr R. Alter, Genesis…, cit., 145).
  8. Fokkelman subraya cómo los vv. 6 y 8 ofrecen al lector dos veces el punto de vista de Esaú, quien, por un lado, «ve» la bendición concedida a Jacob y, por otro, «ve» que Isaac no se muestra favorable a las mujeres cananeas. Así, los dos elementos de bendición y matrimonio aparecen conectados en el pensamiento de Esaú (cfr J. P. Fokkelman, Narrative Art in Genesis…, cit., 105).
  9. Según un midrash, Jacob «se asustó mucho, es decir, tenía miedo de que lo mataran; le angustiaba tener que matar a otros» (Berešit Rabbȃ, 66b).
  10. Cfr R. Alter, Genesis…, cit., 181.
  11. Cfr J. P. Sonnet, «“J’ai vu ton visage come on voit le visage de Dieu” (Gn 33,10). Un comble: la surprise entre jumeaux», en G. Van Oyen – A. Wénin (edd.), La surprise dans la Bible. Hommage à Camille Focant, Louvain, Peeters, 2012, 25.
  12. Las palabras del v. 4 recuerdan el episodio de otra persona, protagonista de una parábola de Lucas, que vuelve a casa después de una larga ausencia y que, imaginándose un futuro como siervo, se descubre hijo de su padre, el cual, «estando aún lejos, lo vio y tuvo compasión de él; corrió, se echó a su cuello y lo besó» (Lc 15,20).
  13. Cfr R. Alter, Genesis…, cit., 185.

 

Vincenzo Anselmo
Es jesuita desde 2004 y presbítero desde 2014. Licenciado en Psicología por la Universidad “La Sapienza” de Roma y doctor en Teología Bíblica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, actualmente enseña Hebreo y Antiguo Testamento en Nápoles en el departamento San Luigi de la Pontificia Facultad Teológica de Italia Meridionale.

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