Biblia

Las «Fake News» y la Biblia

¿Qué palabra es creíble?

Adán y Eva. El pecado original. Bajorrelieve. Catedral de Orvieto.

Internet ofrece la posibilidad de acceder a una masa de información impensable hace unas décadas. Esta información se crea e intercambia en tiempo real en la web y en las redes sociales. Un usuario puede desorientarse ante tal cantidad de noticias y datos con múltiples puntos de vista, cada uno de los cuales quiere imponerse como la verdad. En este maremágnum, se toman como verdaderas las noticias que hacen más ruido y las opiniones que tienen más consenso y más likes. En un atolladero del que es difícil salir, ¿cómo es posible discernir auténticamente lo verdadero de lo falso? La madeja está enredada, por no decir otra cosa, y en la web acechan informaciones engañosas y falsas, que muy a menudo manipulan la conciencia de los ciudadanos[1].

Hace algunos años, el Pontífice dedicó su Mensaje para la 52ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales al fenómeno de las «noticias falsas». Según el Papa Francisco, «La eficacia de las fake news se debe, en primer lugar, a su naturaleza mimética, es decir, a su capacidad de aparecer como plausibles. En segundo lugar, estas noticias, falsas pero verosímiles, son capciosas, en el sentido de que son hábiles para capturar la atención de los destinatarios poniendo el acento en estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido social, y se apoyan en emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración»[2].

El carácter viral y epidémico de las noticias falsas o manipuladoras, que rebotan por Internet y las redes sociales de una punta a otra del mundo, hace más difícil discernir y reconocer la verdad, pero, por otra parte, las noticias falsas no son un fenómeno reciente.

El modelo narrativo de la Biblia

Desde el principio, la narración bíblica advierte al lector del gran peligro que suponen las verdades distorsionadas y la información falsa y falsificada. Las consecuencias son dramáticas para quienes se fían de las fake news, dejándose llevar por sus propios miedos y temores, sin poner su confianza en la Palabra de Dios, que siempre es verdadera. La narración bíblica puede resultar un verdadero ejercicio de discernimiento para que el lector aprenda a distinguir lo que es precioso de lo que es vil (cfr. Jr 15,19). En la lectura, uno está llamado a discernir la fuente de información, lo que es fidedigno y lo que no lo es, para no dejarse engañar.

Dentro del mundo del relato, el narrador desempeña la función y la tarea de contar la historia[3]. Podríamos decir que es su prerrogativa. El narrador debe considerarse una instancia literaria presente en el texto, que no debe confundirse con los autores reales. Por ejemplo, el libro del Éxodo comienza así: «Los nombres de los israelitas que llegaron con Jacob a Egipto, cada uno con su familia, son los siguientes» (Ex 1,1). Aquí es la voz narrativa la que habla.

En primer lugar, en la Biblia el narrador es omnisciente: lo sabe todo sobre la historia que cuenta y también tiene acceso a los sentimientos y pensamientos de los personajes, incluida la vida interior de Dios. Otra característica del narrador es la fiabilidad: cuenta al lector la versión correcta y fidedigna de la historia. El narrador bíblico también es anónimo, se sitúa detrás del texto y no se pone a sí mismo en primer plano. Rara vez, pero significativamente, expresa sus juicios o da valoraciones sobre un personaje o una situación.

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En la Biblia, por tanto, la historia es contada por un narrador omnisciente y fiable. El punto de vista de Dios también es fiable, mientras que el de los demás personajes no sólo es parcial y limitado, sino que incluso puede ser falso y engañoso (fake). La presencia de un amplio elenco en la narración bíblica multiplica los puntos de vista; así, el lector se orienta en la narración a través de este juego de perspectivas diferentes.

Algunos ejemplos pueden ayudarnos a comprender cómo la Biblia ayuda al lector a sopesar los distintos puntos de vista y su grado de fiabilidad, reconociendo las palabras que dan vida y las mentiras que conducen a la muerte.

La Palabra de Dios y la de la Serpiente

Las dos narraciones de Gn 1 y Gn 2-3, leídas en secuencia, constituyen dos relatos complementarios de la creación, a pesar de las tensiones que existen entre ambos textos, que tienen orígenes diferentes. La voz del narrador tiene el privilegio de relatar, en su omnisciencia, incluso la creación del mundo: «Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas» (Gn 1,1-2). No sólo informa de lo que Dios dice – «Que exista la luz» – sino también lo que Dios siente en su interior – «Dios vio que la luz era buena» (Gn 1,3).

Desde las primeras páginas de la Biblia, se invita al lector a entrar en una relación de alianza con el narrador, dando credibilidad y confianza a lo que cuenta. En el v. 26 Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza», y en el v. 27 el narrador confirma: «Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer». La información procedente del narrador y de Dios es fiable, y los dos puntos de vista coinciden.

Por tanto, los capítulos 2 y 3 pueden leerse en continuidad con lo anterior. Gn 2-3 puede entenderse narrativamente como un zoom narrativo sobre la creación de Adán, varón y mujer. Según Jan P. Fokkelman, «el relato del paraíso, Gn 2,4b-3,24, en sentido estricto, no es un segundo relato de la creación, sino un estudio más detenido del ser humano que fue creado, sus orígenes y su relación fundamental con Dios y el mundo»[4].

En Gn 2,8-9, el narrador cuenta al lector que Dios planta un jardín en el Edén, donde coloca al hombre que ha creado: «el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol del conocimiento del bien y del mal» (Gn 2,9). El Señor confía al hombre la doble tarea de cultivar y cuidar el jardín (cfr. Gn 2,15). En este punto, Dios formula un doble mandamiento: «Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte» (Gn 2,16-17).

En primer lugar, el discurso de Dios subraya la dimensión positiva del don. A propósito del mandato divino, André Wénin afirma: «Este mandato es doble y, a menudo lo olvidamos, su primera parte no tiene nada que ver con una prohibición. Es un precepto positivo que ordena al ser humano comer de todos los árboles del jardín»[5]. Todo le es dado a Adán; él es el dueño del jardín, en cuyo centro se encuentra el árbol de la vida (cfr. Gn 2,9).

En la segunda parte del mandamiento, Dios pone un límite, advirtiendo al hombre: del árbol del conocimiento del bien y del mal «no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte» (Gn 2,17)[6]. ¿Cómo se comportará Adán ante el mandato divino? ¿Cómo interpretará la palabra de Dios? ¿Escuchará con profundidad o malinterpretará lo que se le ha dicho?

En Gn 3, las primeras palabras de la serpiente ponen en duda la bondad de las intenciones de quien colocó al hombre en el Jardín del Edén. La serpiente hace a la mujer una pregunta provocadora y engañosa que distorsiona la verdad: «¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?» (Gn 3,1). Con sus palabras, la serpiente transmite la imagen de un Dios despótico y tiránico, que incluso quiere matar de hambre a sus propias criaturas, privándolas del alimento que necesitan para subsistir[7]. El lector, sin embargo, sabe que las palabras de la serpiente no se corresponden con la verdad, porque Dios nunca dio una orden semejante, sino que se expresó de un modo totalmente distinto, dando al hombre todo menos una cosa. Además, si Dios negó el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, lo hizo para que el hombre, al comer de ese árbol, no muriera. La prioridad de Dios es que el hombre permanezca vivo, no la prohibición de comer del árbol.

La mujer responde intentando tímidamente negar las afirmaciones de la serpiente: «Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: “No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte”» (Gn 3, 2-3). La perspectiva de Eva también aparece distorsionada. La mujer no está de acuerdo con la serpiente, pero también ella distorsiona las palabras de Dios, poniendo en primer plano la prohibición frente al don.

Además, la prohibición de comer se convierte también en la prohibición de tocar. Desde la perspectiva de Eva, la prohibición parece aún más estricta. Además, desde la perspectiva de la mujer, el árbol prohibido se sitúa solo en el centro del jardín, mientras que Dios había colocado allí ambos árboles[8]. Según Wénin, «el árbol prohibido ocupa todo el lugar y se convierte exactamente en el árbol que oculta el bosque de todos los que han sido dados»[9].

La serpiente ha enturbiado las aguas para confundir a la mujer. En el juego de los múltiples puntos de vista, es fácil perderse si el lector no permanece vigilante, sopesando las diferentes perspectivas y teniendo las palabras del narrador y las de Dios como vara de medir para discernir lo que es verdad. La trampa de las fake news de la serpiente no se limita a desorientar y confundir a Eva: el efecto deseado es manipular y seducir a Eva para que transgreda la Palabra divina. El veneno final infundido por la serpiente es una palabra que da cuerpo a la imagen de un Dios envidioso, que quiere mantener al hombre y a la mujer en un estado de minoría de edad y sumisión: «No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal» (Gn 3,4-5).

Estas palabras también son falsas. La voz de Dios y el narrador ya habían dicho al lector que el Adán, varón y mujer, ha sido creado a imagen de Dios (Gn 1,26-27). El hombre y la mujer no tienen que luchar para llegar a ser lo que ya son. No hay orden que subvertir ni adversario que ocupe su lugar. Pero Eva cae en la trampa de la serpiente y deja de confiar en Dios. Como dice Paul Ricœur, «se ha abierto la era de la sospecha, se ha introducido una grieta en la condición más fundamental del lenguaje, a saber, en esa relación de confianza que los lingüistas llaman “cláusula de sinceridad”»[10].

«Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento» (Gn 3,6). En el centro del pensamiento y del deseo de la mujer sólo está el fruto prohibido, mientras que los demás árboles, también bellos y buenos, desaparecen de su vista (cfr. Gn 2,9). La serpiente construye la falsa imagen de un Dios despótico y arbitrario, enemigo del hombre y de la mujer, infundiendo la duda y la sospecha sobre la bondad de su palabra y de su don. El Papa Francisco escribe: «Este episodio bíblico revela por tanto un hecho esencial para nuestro razonamiento: ninguna desinformación es inocua; por el contrario, fiarse de lo que es falso produce consecuencias nefastas. Incluso una distorsión de la verdad aparentemente leve puede tener efectos peligrosos»[11].

¿Tiene siempre razón la mayoría? (Nm 13-14)

Más adelante en el relato bíblico, es el pueblo de Israel, en el difícil e incierto viaje hacia la tierra de Canaán, quien debe decidir si confiar en la promesa del Señor o en sus propios temores y miedos. ¿A qué voz escuchará más Israel? ¿Se tragará el pueblo palabras falsas y derrotistas o escuchará la palabra de Dios? Esta vez no es una instancia externa como la serpiente la que entra en juego, sino que es el propio hombre el autor de la mentira que desprestigia la Tierra Prometida y mina el alma del pueblo en el camino.

Nos encontramos en los capítulos 12 y 13 del libro de los Números. Israel ha llegado al umbral de la tierra de Canaán después de caminar por el desierto. A lo largo del camino, el Señor cuidó de su pueblo y lo alimentó. Dios ordena a Moisés que envíe algunos hombres a explorar la tierra de Canaán, reafirmando su voluntad de dársela a Israel (cfr. Nm 13,1-2). La palabra del Señor es fiable y deja claras e inequívocas sus intenciones para con el pueblo. Dios exige que cada tribu tenga su propio representante entre los exploradores, que serán elegidos entre los príncipes y jefes. Es decir, serán hombres de autoridad y credibilidad ante el pueblo.

Así pues, Moisés envía a los exploradores, a los que da cuidadosas instrucciones. Al cabo de 40 días regresan y cuentan a Israel todo lo que han visto en Canaán, mostrando los frutos que han recogido en la tierra. En este punto, la narración presenta varios discursos que reflejan puntos de vista diferentes y abiertamente enfrentados. ¿Qué discurso le parecerá creíble al pueblo? ¿Qué discurso será veraz y cuál falso? El narrador omnisciente y la palabra de Dios serán la brújula del lector para comprender dónde está la verdad.

El primer informe de los exploradores parece positivo: «Fuimos al país donde ustedes nos enviaron; es realmente un país que mana leche y miel, y estos son sus frutos. Pero, ¡qué poderosa es la gente que ocupa el país! Sus ciudades están fortificadas y son muy grandes. Además, vimos allí a los anaquitas» (Nm 13,27-28). En realidad, estas palabras están bien pensadas para tender una trampa al pueblo[12]. Los exploradores confirman las bondades de la tierra que han visitado, pero al mismo tiempo insinúan que Israel no puede competir con los que viven allí, que son más fuertes y están mejor equipados. Entre líneas, el discurso de los exploradores está construido para manipular al pueblo y alejarlo de lo que Dios ha prometido. Dicen una verdad («la tierra es buena») y luego ponen en duda que la meta sea accesible y esté al alcance de la mano («sólo que el pueblo que habita esa tierra es poderoso»). La consecuencia es desanimar a Israel, debilitando su confianza en Dios, de modo que tema entrar en la tierra de Canaán.

En este punto, Caleb, uno de los exploradores, trata de intervenir, contrarrestando lo que dicen los demás y animando al pueblo a persistir en su intención de entrar en Canaán: «Caleb trató de animar al pueblo que estaba junto a Moisés, diciéndole: “Subamos en seguida y conquistemos el país, porque ciertamente podremos contra él”. Pero los hombres que habían subido con él replicaron: “No podemos atacar a esa gente, porque es más fuerte que nosotros”» (Nm 13,30-31). Caleb se encuentra solo, mientras que los otros exploradores son aún más explícitos a la hora de desanimar y quebrantar el espíritu del pueblo.

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En este conflicto entre puntos de vista diametralmente opuestos, interviene el narrador fiable y omnisciente. Orienta al lector, que corre el peligro de perderse en el juego de perspectivas opuestas, y expresa un juicio claro e inequívoco sobre las palabras pronunciadas por los exploradores: «Y divulgaron entre los israelitas falsos rumores acerca del país que habían explorado, diciendo: “La tierra que recorrimos y exploramos devora a sus propios habitantes. Toda la gente que vimos allí es muy alta. Vimos a los gigantes – los anaquitas son raza de gigantes –. Nosotros nos sentíamos como langostas delante de ellos, y esa es la impresión que debimos darles» (Nm 13,32-33, la cursiva es nuestra).

Los exploradores difunden calumnias sobre la tierra que Dios está a punto de dar a Israel (cfr. Nm 13,1-2). El narrador da cuenta de las informaciones infundadas y tergiversadas que profieren. El discurso es hiperbólico y grotesco, lleno de exageraciones y contradicciones. En primer lugar, el país que acababan de describir como el lugar donde mana leche y miel se convierte ahora en la tierra que devora a sus habitantes[13]. Los exploradores vuelven a mencionar a los descendientes de Anac, pero esta vez los describen como pertenecientes a la raza de los gigantes[14]. La tierra ya no es algo bello y bueno, sino que aparece como una entidad mitológica hostil y maligna, como la tierra informe y desolada, como el abismo anterior a la creación (cfr. Gn 1,2), mientras que los habitantes de Canaán son descritos como monstruos primordiales, semidioses caídos en la tierra (cfr. Gn 6,4).

Los exploradores enfatizan y colorean su relato para engañar a Israel y manipular su juicio. Divulgan datos infundados y cuentan mentiras, tergiversando las mismas palabras que habían utilizado poco antes. En otros términos, los líderes del pueblo, escudándose en su supuesta autoridad, desinforman, provocando temor y desánimo en el pueblo. Los exploradores apelan al miedo a lo desconocido y a los prejuicios contra lo diferente y lo ignoto. Al final, proyectan sobre el pueblo de Canaán su punto de vista impulsado por el temor. Los dirigentes de Israel se sienten pequeños y creen que los demás los ven de la misma manera.

Por desgracia, el pueblo se deja llevar por las palabras y el miedo que transmiten los exploradores, y da credibilidad a sus mentiras. La opinión de la mayoría de los jefes y príncipes prevalece sobre la voz aislada de Caleb. De este modo, se sofoca la única opinión que no es derrotista. El pueblo grita y llora, expresando su miedo, y así comienza a murmurar, manifestando descontento e impaciencia contra Moisés y Aarón.

Ya en otras ocasiones en el desierto Israel había murmurado: en Mará por la falta de agua potable (cfr. Ex 15,24); más tarde, invocando la olla de carne y pan que comían en Egipto (cfr. Ex 16,2.7-8) y de nuevo por la falta de agua (cfr. Ex 17,3). En esta ocasión, sin embargo, hay algo nuevo en las intenciones del pueblo: «¡Elijamos un jefe y volvamos a Egipto!» (Nm 14,4). Lo que podría haberse llamado «nostalgia de Egipto», se convierte ahora en un deseo de volver allí. Israel echa por tierra todo lo que el Señor ha hecho al liberarlos de la esclavitud y cuestiona la autoridad de Moisés y, en última instancia, la de Dios.

Caleb y con él Josué se oponen valerosamente a este intento de «golpe de Estado» y recuerdan a Israel el nombre del Dios en el que debe basar su esperanza[15]: «Pero no se rebelen contra el Señor, ni le tengan miedo a la gente del país, porque los venceremos fácilmente. Su sombra protectora se ha apartado de ellos; con nosotros, en cambio, está el Señor. ¡No les tengan miedo!» (Nm 14,9). El llamamiento a no tener miedo no surte efecto, porque la masa del pueblo está cegada por el pánico y la cólera y pretende apedrear a quienes quieren despertarlos de tal letargo para que entren en razón.

La mentira ha llevado al miedo, y el miedo al umbral de la violencia, hasta que la intervención de Dios pone fin a la locura del pueblo. Así, la entrada en Canaán se pospondrá a la siguiente generación, mientras que Israel pasará cuarenta años más vagando por el desierto antes de ver la tierra que el Señor pretende darles (cfr. Nm 14,29-30).

Al principio de la historia, la palabra de Dios había anunciado que la tierra de Canaán pertenecería a Israel. Esta voz suave pero fiable resonaba débilmente en los oídos del pueblo, que prefería escuchar las peroratas de los exploradores, llenas de palabras grandilocuentes. Así, el miedo prevaleció sobre la confianza. En el momento en que la yuxtaposición de las diferentes perspectivas podría haber desanimado al lector, el narrador intervino para aportar claridad, con su juicio fiable. El narrador guió al lector para discernir la mentira sostenida por la mayoría de la verdad afirmada por sólo dos personas, Caleb y Josué.

Conclusiones

¿Puede decirse que cuanto más persuasivo y convincente es un discurso, más digno de confianza es? ¿La palabra más fuerte y ruidosa es también la más digna de confianza? ¿Es automáticamente cierta una opinión mayoritaria? Los relatos de Génesis 3 y Números 13-14 muestran cómo la distorsión de la verdad plantea al lector un problema de discernimiento: ¿con qué palabra pactamos? ¿Qué palabra es verdadera y conduce a la vida?

Las dudas insinuadas por la serpiente con voz persuasiva y cautivadora, junto con la seductora promesa de llegar a ser como Dios, engañan a la mujer, pero el narrador desenmascara falsedades y maquinaciones, comunicando al lector la verdadera y fidedigna palabra de Dios. En la narración del libro de los Números, el engaño juega con la frustración del pueblo, fomentando ilusiones y temores, y alimentando el miedo a la novedad y el pavor al extranjero, que es visto como un peligro monstruoso. En el dinamismo de la narración, el lector atento es capaz de reconocer la interacción de puntos de vista opuestos, apoyándose en el narrador y en la promesa de Dios.

Aún hoy, estas narraciones pueden ayudar al lector a identificar, entre tantas palabras que pretenden ser verdaderas, las más dignas de fe, reconociendo aquellos mecanismos que, apoyándose en emociones fáciles, distorsionan la realidad y manipulan el juicio. El libro de los Proverbios afirma: «El justo medita antes de responder, pero la boca de los malos rebosa maldad» (Prov 15,28). En un mundo que produce noticias y opiniones a un ritmo frenético, la Biblia nos invita a no dejarnos abrumar, sino a pararnos a pensar y reflexionar sin dejarnos llevar por la inmediatez de los eslóganes alarmista o las promesas tentadoras pero vacías.

En hebreo, la palabra emet, «verdad», procede del verbo ‘mn y significa «ser firme, ser estable, ser sólido, ser fiel», y por tanto «ser seguro, cierto, verdadero». Esta seguridad sólo se deposita en Dios, el Dios fiel a su pueblo y garante de la vida y de la auténtica libertad.

  1. Sobre este tema cfr. F. Occhetta, «Tempo di post-verità o di post-coscienza?», en Civ. Catt. 2017 II 215-223.

  2. Francisco, Mensaje del Santo Padre para la 52ª jornada mundial de las comunicaciones sociales, en https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20180124_messaggio-comunicazioni-sociali.html

  3. Para un examen exhaustivo del modelo narrativo de la Biblia, cfr J.- P. Sonnet, «L’analisi narrativa dei racconti biblici», en M. Bauks – C. Nihan (eds), Manuale di esegesi dell’ Antico Testamento, Bolonia, EDB, 2010, 45-85.

  4. J. P. Fokkelman, Come leggere un racconto biblico, Bolonia, EDB, 2015, 132.

  5. A. Wénin, Da Adamo ad Abramo o l’errare dell’uomo. Lettura narrativa e antropologica della Genesi. I. Gen 1,1–12,4, Bolonia, EDB, 2008, 45.

  6. Según T. N. D. Mettinger, el texto de Gen 2,17 es más una advertencia de peligro de muerte que una sentencia formal de condena (cfr. T. N. D. Mettinger, The Eden Narrative: A Literary and Religio-historical Study of Genesis 2–3, Winona Lake [IN], Eisenbrauns, 2007, 22).

  7. En el relato de la creación, Dios dice: «Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento» (Gn 1,29). Al respecto, cfr. A. Wénin, Da Adamo ad Abramo o l’errare dell’uomo…, cit., 30-32.

  8. Según Paul Joüon, la expresión «el árbol de la vida en medio del jardín y el árbol de la ciencia del bien y del mal» (Gn 2,9) contiene una cadena de términos coordinados entre sí, pero divididos por un elemento intrusivo: «en medio del jardín». Ambos árboles, por tanto, estarían en medio del Edén (véase P. Joüon – T. Muraoka, A Grammar of Biblical Hebrew, Roma, Gregorian and Biblical Press, 20112, 117t).

  9. A. Wénin, Da Adamo ad Abramo o l’errare dell’uomo..., cit., 69.

  10. A. LaCocque – P. Ricœur, Come pensa la Bibbia. Studi esegetici ed ermeneutici, Brescia, Paideia, 2002, 60.

  11. Francisco, Mensaje del Santo Padre para la 52ª jornada mundial de las comunicaciones sociales, cit., n. 2.

  12. Según D. T. Olson, en su primer informe, los exploradores no dan su opinión ni emiten juicios. Si así fuera, las diferencias y contradicciones entre los dos discursos que dirigen a la población serían aún más evidentes: cfr. D. T. Olson, Numeros, Turín, Claudiana, 2006, 93.

  13. Cfr. ibid., 94.

  14. La versión griega recoge el término «gigantes», mientras que en hebreo es nefilim, es decir, «los caídos», del verbo nfl «caer». Según Gn 6,4, se trata de seres mitológicos nacidos probablemente de la unión de los hijos de Dios con las hijas de los hombres, pero el texto es incierto. Se supone que estos semidioses se extinguieron con el Diluvio, razón de más para no fiarse de la palabra de los exploradores (sobre los nefilim, véase R. S. Hendel, «Of Demigods and the Deluge: Toward an Interpretation of Genesis 6,1-4», en Journal of Biblical Literature 106 [1987] 13-26).

  15. Caleb y Josué no sucumben a la presión del grupo y no se conforman con la opinión propugnada por la mayoría. En cierto sentido, se muestran independientes de lo que la psicología social denomina «efecto Asch», que se produce cuando una creencia errónea pero respaldada por la mayoría influye en la opinión de otra persona, que asimila su punto de vista al de la mayoría. Sobre el efecto Asch, véase R. Kreitner – A. Kinicki, Organisational Behaviour, Milán, Apogeo, 2004, 402-404.

Vincenzo Anselmo
Es jesuita desde 2004 y presbítero desde 2014. Licenciado en Psicología por la Universidad “La Sapienza” de Roma y doctor en Teología Bíblica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, actualmente enseña Hebreo y Antiguo Testamento en Nápoles en el departamento San Luigi de la Pontificia Facultad Teológica de Italia Meridionale.

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