Religiones

Los judíos de cultura árabe

Judíos yemeníes viajando en avión hacia el recién creado Estado de Israel

Desde 1948 en adelante, cada vez que las palabras «judío» y «árabe» se pronuncian en la misma frase, evocan polos opuestos: sugieren desconfianza mutua y enemistad, guerra y violencia, señalan un abismo supuestamente insalvable. Es hora de recordar que no siempre ha sido así. La historia de los judíos en los países árabes, si se examina más de cerca, muestra que hubo un tiempo anterior, en que los judíos no estaban en contra de los árabes, ni los árabes en contra de los judíos; un tiempo en el que un judío también podía ser árabe. Los judíos de los países árabes no sólo hablaban árabe, sino que formaban parte integrante de la civilización árabe y aportaban su contribución específica a la misma. De hecho, antes de 1948, cerca de un millón de judíos de habla árabe vivían en países que iban desde Marruecos hasta Irak. Había importantes centros judíos en Casablanca, Túnez, Trípoli, El Cairo, Alejandría, Saná, Beirut, Damasco, Alepo y Bagdad, tal como en Jerusalén, Hebrón, Yafo y Tiberíades.

Cuando, hace no mucho, los colonos judíos asolaron la ciudad de Huwara, cerca de Nablus, en la Palestina ocupada por Israel, como venganza por el asesinato de dos israelíes en esa zona, ocurrió algo sorprendente: entre los miembros de la coalición gobernante, hubo más voces justificando esa crueldad contra los palestinos que condenándola. Entre los que condenaron el horror, sin embargo, había varios miembros del partido religioso judío Shas, un segmento fascinante del mapa político israelí. El recientemente nombrado ministro de Interior y Salud, el rabino Moshe Arbel, miembro del Shas desde su juventud, fue inequívoco en su condena de la violencia, desafiando a sus colegas de coalición que apoyaban las acciones de los colonos. En 1999, en el apogeo de su éxito electoral, Shas obtuvo 17 escaños de 120 (14%) en la Knéset; en la actual coalición de gobierno tiene 11 escaños. Aunque en los últimos años este partido se ha mostrado habitualmente alineado con el nacionalismo judío de derechas, sus miembros han sorprendido a veces a los observadores políticos por su moderación y apertura al diálogo con los árabes en general y los palestinos en particular. Shas, acrónimo de Shomrei Sefarad (Guardianes Sefardíes), se fundó en 1984 para protestar contra la desigual representación en los partidos políticos de los judíos orientales (mizrahim), a menudo llamados sefardíes[1], es decir, originarios del mundo musulmán: en efecto, el liderazgo de las formaciones políticas está mayoritariamente en manos de judíos originarios de Europa Oriental y Central (los llamados «asquenazíes»).

Uno de los rabinos ortodoxos orientales más conocidos de Israel, Ovadia Yosef, fue hasta su muerte la fuerza motriz del partido. Nacido en 1920 en Bagdad (Irak), en el seno de una familia de judíos arabófonos, recibió el nombre de Abdalah, versión árabe del nombre hebreo Ovadia, que significa «siervo de Dios». A los cuatro años se trasladó con sus padres a Jerusalén y se matriculó en una escuela ultraortodoxa. Como destacaba en los estudios religiosos y su reputación se había extendido, fue ascendido a rabino a los veinte años. Poco después, en 1947, fue enviado a El Cairo para dirigir la comunidad judía de la mayor ciudad del mundo árabe. Regresó sólo dos años después, para encontrarse con que era ciudadano del nuevo Estado de Israel. Yosef se abrió paso en la jerarquía rabínica, que había sido dividida en dos por los británicos en 1921: un lado dirigido por un rabino jefe asquenazí y el otro por uno sefardí. Aunque la élite política, social y económica del país era predominantemente asquenazí, la emigración de cientos de miles de mizrahim a Israel, en su mayoría de habla árabe y procedentes de las tierras situadas entre Marruecos e Irak, cambió la composición de la población judía. Tras ejercer como juez religioso en varias localidades, Yosef se convirtió en Gran Rabino sefardí de Tel Aviv en 1968, y cinco años después fue nombrado Gran Rabino sefardí de Israel, cargo que ocupó durante diez años.

Cuando dejó de ser Gran Rabino en 1983, se implicó más en la arena política, fundando Shas. A su juicio, los judíos orientales resultaban desfavorecidos, excluidos de los centros de poder, discriminados, a menudo humillados por su cultura no europea de Oriente Próximo. Shas se fundó, en parte, como expresión de desacuerdo con el establishment político asquenazí, pero también para contrarrestar la extendida actitud que consideraba que los judíos de habla árabe eran de algún modo inferiores a los judíos asquenazíes. Yosef trató de devolver a estos judíos la dignidad perdida. Insistía en que los judíos de habla árabe tenían un pasado no menos glorioso que los judíos de Europa, y estaba orgulloso de la cultura árabe de la que él mismo era expresión. Una fascinante demostración de ello se vio en julio de 2019, cuando una lista de las canciones favoritas del rabino Ovadia Yosef en árabe, escritas de su puño y letra, se vendió en una subasta por más de 6.000 dólares. Quienes lean esa lista podrán comprobar cómo el rabino amaba especialmente la música de Muhammad Abd al-Wahab (1902-1991), un gran compositor y cantante egipcio del siglo XX, famoso por sus himnos románticos y patrióticos.

Los judíos orientales podían enorgullecerse de épocas doradas de simbiosis árabe-judía en regiones como Irak, Egipto, Marruecos y Andalucía. Esa cultura había producido algunas de las mentes más brillantes de la historia judía, como Saadya Gaon (Sa’d ben Yossef al-Fayumi), egipcio del siglo X, traductor, filósofo, teólogo y liturgista, y Maimónides (Moisés ben Maimón), andaluz del siglo XII, médico, filósofo, jurista y comentarista, por nombrar sólo a dos genios entre una miríada de luminarias. Los judíos orientales de Oriente Próximo no eran emigrantes, sino autóctonos, integrados en el mundo de mayoría musulmana junto a los cristianos de habla árabe. Encarnaban la herencia secular de un judaísmo que se expresaba calladamente en árabe.

Esa herencia árabe-judía se remonta a los albores de la civilización árabe. Encontramos rastros de judíos arabófonos incluso antes del surgimiento del Islam en el siglo VII. Algunos judíos de Yemen remontan su presencia en la península arábiga a la época del Primer Templo. Una dinastía árabe de judíos conversos, los himyaritas, estableció un reino en Arabia en el siglo V. El profeta del Islam, Mahoma, mantuvo relaciones complejas con las tribus judías de Arabia, oscilando entre la amistad y la hostilidad. La traducción al árabe de las Escrituras hebreas realizada por Saadia Gaon en el siglo IX fue una obra maestra, adoptada posteriormente (con modificaciones teológicas) por la Iglesia copta. Su manual de gramática árabe se estudió en todo el mundo árabe. En el siglo XII, Maimónides, a quien Tomás de Aquino menciona en sus obras, fue uno de los exponentes más importantes de la escuela filosófica racionalista que se desarrollaba entonces en el mundo árabe musulmán.

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Como muchos otros, estos intelectuales utilizaban tres lenguas en sus escritos: el hebreo (para las complejidades de la ley y la práctica judías), el árabe (para las obras teológicas y filosóficas dirigidas a todo el mundo árabe) y el judeoárabe (para las obras populares dirigidas a la comunidad judía). El judeoárabe, una versión del árabe transcrita según el alfabeto hebreo, es en sí mismo un tesoro olvidado de este patrimonio. Es paralela a la escritura hebrea más conocida del alemán, que utiliza las mismas letras, conocida como yiddish y utilizada en Europa del Este, y al judeoespañol, utilizado por los judíos originarios de Andalucía. Los judíos siguieron utilizando el judeoárabe hasta el siglo XX y numerosos volúmenes de filosofía, teología, ciencia, poesía, canciones y comunicaciones comunitarias dan fe de la riqueza de esta forma hebrea del árabe.

Sólo tras la caída del Imperio Otomano, en 1918, se configuró la mayoría de los países árabes del Oriente Próximo contemporáneo. Los judíos participaron en la vida política, social, cultural y económica de esas sociedades en desarrollo junto con sus compatriotas musulmanes y cristianos. Los judíos arabófonos destacaron en diversos ámbitos de la vida. He aquí solo algunos ejemplos de la política y la cultura popular:

– Eskell Sassoon (1860-1932), Ministro iraquí de Finanzas y miembro del Parlamento iraquí hasta su muerte.

– Youssef Qattawi (1861-1942), Ministro egipcio de Finanzas y posteriormente Ministro de Transportes.

– David Samra (1878-1960), Vicepresidente del Tribunal Supremo iraquí.

– Henri Curiel (1914-1978), fundador del Partido Comunista Egipcio, asesinado en París.

– Abraham Serfaty (1926-2010), líder de la oposición marroquí al rey Hassan II, que pasó más de dos décadas en prisión como preso político.

– André Azoulay (nacido en 1941), estrecho asesor de los reyes Hassan II y Muhammad VI en Marruecos.

– Huda Ezra Nonoo (nacido en 1964), embajador de Bahréin en Estados Unidos.

– Daoud Hosni (1870-1937), compositor egipcio.

– Habiba Msika (1893-1930), cantante tunecina.

– Fayruz al-Halabiya (Rachel Smuha) (1895-1955), cantante siria de Alepo, que inspiró a la célebre cantante libanesa Nouhad Haddad, también conocida como Fayruz.

– Togo Mizrahi (1901-1986), director y actor egipcio.

– Zohra al-Fassiya (1905-1994), cantante marroquí de la corte del rey Muhammad V.

– Salih (1908-1986) y Daud al-Kuwaiti (1910-1976), destacados músicos y fundadores de la primera orquesta radiofónica iraquí.

– Salima Mourad (1912-1974), popular cantante iraquí.

– Cheikh Raymond (Raymond Leyris) (1912-1961), maestro argelino de música andalusí, oudista y cantante, asesinado durante la guerra civil argelina.

Quizá más presente en la memoria del mundo árabe actual esté Leila Mourad (1918-1995), actriz y cantante egipcia, protagonista de muchas de las películas románticas de su país y convertida al Islam al casarse con el conocido director egipcio Anwar Wagdi.

La creación del Estado de Israel desestabilizó el mundo árabe del que los judíos orientales eran miembros de pleno derecho. Como ocurre con todas las minorías, se alternaron épocas doradas de tolerancia, convivencia y creatividad con otras de penuria, marginación y opresión. En el siglo XX, los emisarios del movimiento sionista político y predominantemente laico dominado por los asquenazíes ejercieron una fuerte presión sobre los judíos orientales, invitándoles a redefinir su identidad, a identificarse con el nacionalismo judío y con la idea de que su verdadera patria era Palestina/Israel. El llamado a emigrar a Palestina/Israel se enmarcaba a menudo en términos mesiánicos-religiosos que resonaban entre muchos judíos orientales, que mantenían un modo de vida judío tradicional y esperaban una reunión del pueblo judío en Sión (Jerusalén) al final de los tiempos. El discurso político sionista, basado en la necesidad de reaccionar ante el antisemitismo europeo de los siglos XIX y XX, que culminó en el Holocausto, asimiló la experiencia de los judíos orientales a la de los judíos europeos. La historia judía se veía como una larga y trágica historia de victimización, y a los judíos orientales, a su vez, también se les invitaba a ver la suya como una triste historia de persecución endémica. Reforzando esta tendencia, en la década de 1940 algunos líderes árabes, motivados principalmente por una reacción a lo que percibían como colonialismo sionista en Palestina, empezaron a identificar a los judíos orientales autóctonos como simpatizantes del sionismo. Se produjeron brotes de violencia contra los judíos en algunos lugares de Oriente Próximo, incluidas masacres contra judíos autóctonos en Hebrón (Palestina) en 1929 y en Bagdad en 1941. Atrapados entre el sionismo europeo y el nacionalismo árabe, cientos de miles de judíos orientales hicieron las maletas y abandonaron sus antiguas patrias.

A muchos de los que llegaron a Israel a finales de los años 40 y 50 y principios de los 60 les chocó la sociedad predominantemente laica y europea que encontraron allí. A menudo eran trasladados a campos de tránsito improvisados, registrados con nuevos nombres hebreos para liberarlos de los árabes, y se les trataba como si no fueran plenamente judíos, y mucho menos plenamente civilizados, debido a sus prácticas judeoárabes tradicionales y a la cultura árabe. La humillación que sufrieron fue un trauma, y muchos culparon a la élite socialista asquenazí laica que gobernó Israel de 1948 a 1977.

Cuando los socialistas fueron derrotados en 1977, muchos judíos orientales, que entonces constituían más de la mitad de la población judía de Israel, no sólo contribuyeron a la derrota con sus votos, sino que también abrazaron la ideología de la derecha israelí liderada por Menachem Begin. Se impuso un nacionalismo más acalorado, el cual, entre otras cosas, se negaba a transigir con los palestinos y estaba animado por una actitud desafiante hacia el mundo árabe en general. Sin embargo, entre los judíos orientales este sentimiento antiárabe generalizado iba acompañado de no poca ambivalencia, ya que después de todo estaban culturalmente arraigados en el mundo árabe. No sólo se habían sentido cómodos en el mundo árabe, al que ahora veían con enemistad y desprecio, sino que también se sentían discriminados por sus raíces culturales árabes. Aunque se resistían a ser identificados como árabes, enemigos de Israel por definición, también iban redescubriendo poco a poco el orgullo de su particular herencia religiosa, social, cultural y culinaria judeoárabe.

El rabino Ovadia Yosef y sus jóvenes protegidos en el Shas han revelado a menudo esta ambivalencia, manifestada en una alternancia constante entre arrebatos de desprecio burlón – especialmente tras ataques árabes a judíos o diatribas extremistas musulmanas contra el judaísmo – y la promoción del diálogo y la paz con el mundo árabe. Por un lado, por ejemplo, en 2001 Yosef declaró sobre los árabes: «Está prohibido tener piedad de ellos. Hay que aniquilarlos con misiles. Son malvados y execrables» (The Telegraph, 10 de abril de 2001); del mismo modo, en 2009, comentó sobre los musulmanes que «su religión es tan mala como ellos» (Maariv, 14 de diciembre de 2009). Y en 2010 dijo de los palestinos: «Todos estos malvados deberían desaparecer de este mundo. Dios debería castigarlos» (al-Jazeera, 29 de agosto de 2010).

Por otra parte, a pesar de estas venenosas declaraciones, fue el mismo Yosef quien en 1989 aprobó una resolución jurídica religiosa que permitía renunciar a partes de la Tierra de Israel, incluidos los asentamientos judíos, cuando había vidas humanas en juego. Sobre esta base, apoyó al gobierno de Rabin, que firmó los acuerdos de paz de Oslo con los palestinos según el principio de «dos Estados para dos pueblos». Yosef y su discípulo Aryeh Deri, actual jefe del Shas, viajaron a Egipto en 1990 para discutir iniciativas de paz con el presidente Hosni Mubarak. Sorprendió, en particular, que los dirigentes israelíes hablaran con los líderes árabes de la región en árabe, la lengua materna de ambos. Esto dio una imagen muy distinta del israelí, percibido habitualmente por los árabes como un colonialista europeo. Poco después, Yosef ordenó a Shas que se uniera al gobierno de coalición de Rabin, que negociaba con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), lo que supuso un desafío para muchos de los rabinos asquenazíes de Israel. Yosef se ofreció a reunirse personalmente con el jefe de la OLP, Yasir Arafat, y sus encuentros con el jefe de la policía palestina, Naser Yusuf, probablemente salvaron vidas en ambos bandos del conflicto. Más tarde, desafiando una vez más a la derecha religiosa, Yosef culpó a los colonos israelíes que habían ocupado viviendas palestinas en Jerusalén Este y amenazó con derribar el gobierno si el primer ministro Netanyahu no volvía a desplegar tropas en los territorios ocupados, como se había acordado en Oslo.

Las reprimendas emocionales y reactivas de Yosef se entrelazaban con el lenguaje del diálogo con el mundo árabe musulmán, algo incomprensible para muchos analistas políticos. Tres semanas después de sus hostiles declaraciones sobre los palestinos en 2010, reiteró su apoyo al proceso de paz. En su mensaje, escribió al Presidente de Egipto: «Apoyo sus esfuerzos y elogio a todos los líderes y pueblos – egipcios, jordanos y palestinos – que se unen a ustedes. Deseo el éxito de este importante proceso encaminado a lograr la paz en nuestra región y evitar el derramamiento de sangre. Que Dios os conceda longevidad y que tengáis éxito en vuestros esfuerzos por la paz y que haya paz en nuestra región»[2].

Recientemente, en enero de 2023, en una conferencia de judíos israelíes religiosos que apoyan el proceso de paz con los palestinos, la hija de Yosef, Adina bar-Shalom, se dirigió a los presentes con estas palabras: «Contrariamente a lo que muchos han afirmado, mi padre nunca cambió de postura […]. Declaraciones extremas, el apoyo a políticas discriminatorias y el racismo asoman la cabeza y se han transformado en algo habitual […]. Insisto en que éste no es el camino de la Torá, y no es el camino del mundo ultraortodoxo […]. Esta no es la forma en que nos educaron»[3]. Cuando Yosef murió en 2013, su funeral fue considerado el más impresionante al que Israel había asistido nunca. En aquella ocasión, el partido radical chií libanés Hezbolá, a través de su órgano de noticias al-Manar, hizo mucho hincapié en la fricción entre la educación de Yosef como judío arabófono y su supuesta hostilidad hacia los árabes: «La muerte del rabino Ovadia Yosef: el árabe sionista que odiaba a los árabes».

El 29 de septiembre de 2019, a la edad de 89 años, falleció otro judío de Bagdad, Shimon Ballas, prolífico escritor israelí y profesor de literatura árabe en la Universidad de Haifa. Al igual que Yosef, él también había nacido en la capital iraquí, y había llegado a Israel de joven en 1951. A diferencia de Yosef, Ballas era un intelectual laico y, en su juventud, se identificó con el Partido Comunista. A lo largo de su vida, Ballas se describió a sí mismo como árabe judío. En su autobiografía, First Person Singular, publicada en hebreo en 2009, describía conmovedoramente cómo, cerca de una década después de llegar a su país de adopción, se había obligado a abandonar su lengua materna, el árabe, y había empezado a escribir en hebreo, la lengua hebrea del Estado de Israel: «Me dediqué a la lectura sistemática de la Biblia en hebreo y de la Mishná [compendio rabínico del siglo III]. Otra decisión que tomé fue dejar de leer cualquier libro o periódico en árabe. Incluso evité escuchar emisiones de radio en árabe. De hecho, decidí separarme del árabe, incluso olvidarlo, para hacer del hebreo mi primera lengua. Este proceso duró unos dos años. Una noche, antes de acostarme, cogí un libro de Taha Hussein [eminente escritor egipcio del siglo XX] para consultar algo. Después de apagar las luces, me asaltó un torrente de palabras, frases, versos poéticos, todo en árabe, como de una presa que estallara de repente. El sueño se desvaneció de mis ojos hasta altas horas de la madrugada. Había experimentado en mí la venganza del árabe, así me lo explicaba: un justo castigo por haber dado la espalda a mi querida y cálida lengua materna»[4].

Uno de los personajes literarios más sorprendentes de Shimon Ballas es Ahmad (Harun) Shushan, el protagonista de su novela He is Different, publicada en 1991. El libro apareció en la época de la primera Guerra del Golfo. Es la historia de un judío iraquí que, en lugar de abandonar su amada patria, Irak, junto con las masas de judíos que se marcharon a principios de la década de 1950, decidió convertirse al Islam y más tarde se unió al partido gobernante iraquí Baathi. Ballas explicó en una ocasión que Ahmad/Harun era su alter ego, la persona que podría haber sido si se hubiera quedado en Irak. En una entrevista concedida a un periódico local de Jerusalén en marzo de 1991, en pleno bombardeo aliado de Bagdad, Ballas declaró conmovido: «Nunca he renegado de mis orígenes árabes ni de la lengua árabe […]. La identidad árabe siempre ha formado parte de mí. Y he dicho y digo: soy un árabe que ha adoptado una identidad israelí, pero no soy menos árabe que cualquier otro árabe. Esto es un hecho y no tengo nada de lo que avergonzarme. […] Hay judíos árabes igual que hay judíos franceses. ¿Cómo puede un cristiano ser árabe y un judío no?»[5]. En sus escritos, Ballas nos recuerda que Oriente Próximo no era ni debía ser una zona de guerra perpetua.

Para Oriente Medio, la guerra de 1948 en Palestina tuvo dos consecuencias trágicas. En primer lugar, fue la génesis de la crisis de los refugiados árabes palestinos, cuando cientos de miles fueron expulsados de sus hogares y no se les permitió regresar. En segundo lugar, provocó la rápida y casi total extinción de las comunidades árabes judías de Irak, Siria, Líbano, Yemen, Egipto, Libia, Túnez, Argelia y Marruecos, cuando sus miembros abandonaron sus hogares en la década siguiente a la creación del Estado de Israel. Aunque la catástrofe del pueblo palestino es conocida por muchos, muy pocos son conscientes de la tragedia de los judíos en el mundo árabe. La connivencia entre los sionistas, predominantemente askenazíes, y los regímenes árabes en las décadas de 1940 y 1950, promovió el traslado de muchos de esos judíos a Israel, aunque muchos otros se establecieron en Europa Occidental, Norteamérica y otros lugares. La mayoría de los regímenes árabes no han hecho nada para animar a sus ciudadanos judíos a quedarse; al contrario, a veces han hecho todo lo posible para acelerar su marcha, confiscando sus propiedades y cancelando su ciudadanía. La civilización árabe-judía, antaño floreciente, prácticamente ha desaparecido.

Estos dos desplazamientos, que forman parte de la trágica historia de Oriente Próximo a mediados del siglo XX, no deben evocarse como si se anularan mutuamente. Los judíos de habla árabe que se han trasladado a Israel han encontrado en su mayoría un nuevo hogar, mientras que los árabes palestinos siguen dispersos en una diáspora remota o viven bajo un régimen de ocupación y/o discriminación.

En la actualidad, los únicos países árabes con comunidades judías importantes son Marruecos y Túnez; en otros lugares, sin embargo, existe un pequeño número de judíos, a menudo ocultos a la vista del público. Sin embargo, incluso los que han emigrado a Israel no siempre han tenido una vida fácil. En 1959, tras la inmigración masiva de judíos orientales a Israel, estallaron protestas en el barrio de Wadi Salib de Haifa, que se extendieron a otras ciudades donde también había fuertes concentraciones de judíos arabófonos. Las protestas se referían a la discriminación y el racismo generalizados que sufrían en un país dominado por las élites asquenazíes. En 1971, en Musrara, un barrio pobre de Jerusalén, se formó un movimiento de protesta de judíos orientales, en su mayoría procedentes de Marruecos, llamado Black Panthers, en recuerdo del movimiento de protesta de los afroamericanos estadounidenses que luchaban por la igualdad de derechos en la década de 1960. Los manifestantes que salieron a la calle exigieron a las autoridades israelíes que pusieran fin a la discriminación de los judíos orientales. Shas continuó esta lucha, aunque desde luego no abrazó el laicismo que caracterizó a los manifestantes en décadas pasadas. Es interesante destacar que la recuperación de las tradiciones religiosas judías orientales acerca a sus seguidores a muchos árabes musulmanes de Palestina y de todo el mundo árabe, abriendo la posibilidad de diálogo y cooperación.

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Ella Shohat, una destacada estudiosa de la cultura, la identidad y la historia judías en tierras árabes, hija a su vez de judíos iraquíes, escribió: «Despojados de nuestra historia, nos hemos visto obligados por nuestra situación sin salida a suprimir nuestra nostalgia colectiva, al menos en la esfera pública. La omnipresente noción de “un solo pueblo” reunido en la antigua patria actúa implacablemente para eliminar cualquier dulce recuerdo de la vida antes de Israel. Nunca se nos ha permitido llorar un trauma que, ante las imágenes de la destrucción de Irak, se ha intensificado y cristalizado en algunos de nosotros. Nuestra creatividad cultural en árabe, hebreo y arameo se estudia poco en las escuelas israelíes, y cada vez es más difícil convencer a nuestros hijos de que realmente existimos allí y de que algunos de nosotros seguimos allí, en Irak, Marruecos y Yemen»[6].

En los últimos años, algunos descendientes de judíos del mundo árabe en Israel están recuperando sus raíces sociales, culturales y religiosas en el mundo árabe. Hay un renacimiento del interés, especialmente por las tradiciones musicales, religiosas y culinarias de un mundo judío que ha sido parte integrante del Oriente Medio árabe durante siglos. Un nuevo compromiso con sus raíces culturales mueve a algunos a buscar un diálogo más profundo con sus vecinos palestinos y árabes.

Al concluir uno de sus estudios sobre la cultura levantina, After Jews and Arabs, el crítico literario Ammiel Alcalay afirma: «Idealizar y romantizar esta memoria parece un intento tan inútil e infructuoso como apropiársela y pervertirla. Pero no apreciar sus cualidades peculiares, hasta el punto de trazar un mapa basado en los conocimientos contradictorios que se deducen del flujo de los acontecimientos, es una abdicación total de responsabilidad. […] En algún lugar entre las visiones basadas en antiguas profecías y la necesidad de una nueva alianza, entre las puertas cerradas y las calles llenas, la magia de los lugares antiguos y las cerraduras de las habitaciones sin sonido, queda un espacio, un espacio para una poética y una política de lo posible»[7].

Recordar a los judíos del mundo árabe y su historia redefine las palabras «judío» y «árabe», de un modo que valora unas formas olvidadas, y abre nuevos horizontes hacia un futuro no asfixiado por las realidades actuales de conflicto y desposesión. El presente se estanca, se cierne sobre un abismo insalvable entre los dos mundos, pero evoca un tiempo anterior a los judíos frente a los árabes, la memoria de los judíos como parte integrante del mundo árabe y su lengua, y ofrece la perspectiva de un futuro en el que los judíos podrían vivir junto a los árabes en una paz justa y una igualdad reconciliada.

  1. El término «sefardí» se refiere a los judíos que remontan sus orígenes a España y Portugal en la época de las expulsiones de los judíos de esos territorios, entre los siglos XIV y principios del XVI. Muchos emigraron al norte de África y Oriente Próximo, donde ya existían comunidades de judíos autóctonos de habla árabe y bereber, más conocidos como mizrahim (judíos orientales).

  2. Y. Ettinger, «Ovadia Yosef Atones to Mubarak After Declaring Palestinians Should Die», en Haaretz, 16 de septiembre de 2010.

  3. Y. Abraham, «A Coming out Party Israel’s Religious Jewish Left», en +972 Magazine, 24 de enero de 2023.

  4. S. Ballas, First Person Singular, Bnei Brak/Tel Aviv, Hakibbutz Hameuchad, 2009, 75.

  5. Entrevista en el semanal local Kol Ha’ir, 15 de marzo de 1991.

  6. E. Shohat, On the Arab-Jew, Palestine and Other Displacements, Londres, Pluto Press, 2017, 80.

  7. A. Alcalay, After Jews and Arabs, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1993, 284.

David Neuhaus
Doctor en ciencias políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén, ingresó a la Compañía de Jesús en 1992. Es miembro de la Jesuit community of the Holy Land y corresponsal de La Civiltà Cattolica en Israel.

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