Personajes

Félix Varela, sacerdote cubano

Felix Varela

Félix Varela y Morales (1788 – 1853) ya era huérfano a los tres años. Su abuelo materno, un militar, lo trasladó a San Agustín, Florida. En 1801 Varela regresó a La Habana, su ciudad natal, que desde el siglo XVIII experimentaba un auge cultural y económico sin precedentes. Entre los protagonistas de este fenómeno se contaban varios eclesiásticos: por ejemplo, el Padre Agustín Caballero presidió la comisión encargada del Papel Periódico. Y tanto en Santiago de Cuba (1792) como en La Habana (1794), había varios miembros del clero entre los firmantes de la petición para establecer la Sociedad Económica de Amigos del País.

El habanero Francisco de Arango y Parreño, en su Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios para fomentarla, señalaba, el 24 de enero de 1792, las oportunidades económicas de la isla. Intendentes españoles capaces y dinámicos administraron La Habana. Por varios años, su puerto estuvo abierto a países neutrales en las guerras europeas (1793 – 1795 y 1797 a 1799). Desde 1794, el rey Carlos IV había empoderado al Real Consulado habanero para dirimir cuestiones comerciales. Francisco de Arango y Parreño fue nombrado al Consejo de Indias en 1816.

La sociedad cubana en tiempos de Varela

La sociedad a la que llega Varela con 14 años vive un crecimiento nervioso. Desde 1783, los flamantes Estados Unidos se interesan en las melazas cubanas. Cuba se benefició todavía más con la destrucción del emporio azucarero francés en Haití, luego de la rebelión esclava del verano de 1791. Entre 1790 y 1815 se triplicaron las exportaciones de azúcar desde Cuba.

Los blancos de la isla se sentían amenazados: la composición racial de la población cubana estaba cambiando dramáticamente. El año del nacimiento de Varela (1788), Cuba contaba con unos 200.000 habitantes y los esclavos no llegaban al 30 % de la población. En 1853, año de la muerte de Varela, los esclavos ya superaban el 43 % de la población cubana, que sobrepasaba el millón de habitantes. El fantasma del desastre haitiano aterrorizaría las elites cubanas durante todo el siglo XIX. El historiador Louis A. Pérez ha calculado que entre 1790 y 1820, fueron introducidos en Cuba unos 385.000 esclavos[1]. En 1817, España firmó un tratado con Inglaterra comprometiéndose a suprimir el tráfico de esclavos a partir de 1820, pero las tentadoras riquezas azucareras dieron al traste con dicho tratado. Hasta los gobernadores y la misma corona española eran socios en el lucrativo negocio de la introducción ilegal de esclavos en la Isla. En Cuba entraron más de 420.000 bozales ilícitamente entre 1821 y 1868[2].

A Cuba llegaron también las oportunidades políticas. En 1812, las Cortes (el parlamento ibérico), enfrentadas a Napoleón, aprobaron la «Constitución de Cádiz», la primera de la historia española. Ahora los cubanos gozaban de libertad de prensa y debían de elegir representantes para la Cortes. Todo duró hasta 1814, en que Fernando VII declaró nula la Constitución e implantó de nuevo el absolutismo. Sin embargo, el designio absolutista de Fernando VII se vino abajo el 1º de enero de 1820, cuando las tropas destinadas a suprimir las sublevaciones americanas bajo el mando del General Riego, obligaron a Fernando VII a poner en vigencia de nuevo la suprimida constitución de 1812 y a convocar nuevamente a Cortes. Uno de los delegados electos por Cuba fue el Padre Félix Varela.

Varela había sido ordenado en 1811 con sólo 23 años, por dispensa especial de su amigo y contertulio el Obispo Juan José Díaz Espada. Ese mismo año, Varela funge como profesor de la cátedra de filosofía, y, a partir del año académico 1813-1814, enseña filosofía en castellano, hecho insólito. Al año siguiente, también publica en castellano su Resumen de las doctrinas metafísicas y morales enseñadas en el Colegio de San Carlos de la Habana. Miembro de la Real Sociedad Patriótica desde 1817, se convierte en el orador preferido para las efemérides relevantes. Su pasión por la verdad le impulsa a unir filosofía y ciencia. El sociólogo cubano José Antonio Saco lo calificó de «iniciador de la revolución filosófica en Cuba».

El 7 de marzo de 1820, en un número extraordinario de la Gaceta Oficial, se convocaba a las Cortes. El historiador Eduardo Torres Cuevas refiere así los hechos: «El Lunes 17 a las 10 de la mañana, frente a un crucifijo colocado en una mesa cubierta con un tapete de damasco carmesí, se colocó la Biblia y el texto constitucional. El obispo Espada tomó el juramento a Cajigal [el gobernador]»[3].

El 9 de marzo de 1820, Fernando VII juraba la Constitución de Cádiz de 1812, la misma que él había declarado nula en 1814. Por un Real Decreto del 24 de abril de 1820, se ordenaba que todos los estudiantes españoles conocieran la Constitución. Por iniciativa de Alejandro Ramírez, la Real Sociedad Patriótica, queriéndose adelantar a lo que pudieran hacer los dominicos de la Universidad San Gerónimo de La Habana, creó la Cátedra de Constitución el 11 de septiembre de 1820 y la puso bajo la tutela del Obispo Espada. A instancias de Espada, en medio de aquel ambiente tenso, el presbítero Varela se presenta a las oposiciones para la cátedra de Constitución que sería creada en el Seminario San Carlos[4]. El 18 de enero de 1821, a las 10 de la mañana, en el Aula Magna del Seminario de San Carlos, Varela da inicio a las clases sobre la Constitución delante de 193 alumnos. El padre va redactando su libro de texto para su cátedra, que aparecería poco tiempo después bajo el título de Observaciones sobre la Constitución de la monarquía española.

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Mientras imparte aquellas clases de Constitución, el Obispo Espada le pide que se presente como candidato a diputado para las Cortes de España. Elegido el 13 de marzo, Varela parte para Madrid el 28 de abril, después de publicar una emocionada despedida a sus conciudadanos habaneros. Llegado a Madrid el 12 de julio de 1821, por diversas peripecias, solo podrá ejercer como diputado desde el 3 de octubre de 1822.

Las intervenciones de Varela en las «Cortes»

De sus intervenciones en las Cortes, consideraremos solamente seis. Al resumirlas, señalaré el día en que aparecen registradas en el Diario de las Cortes[5].

Varela intervendrá por primera vez cuando se trate sobre quién debía aquilatar la competencia de determinado sujeto para ser capellán militar. Entre los contingentes partidarios de Fernando VII y el absolutismo, se encontraban curas trabucaires (armados de trabucos)[6]: por ejemplo, el monje Antonio Marañón, apodado el Trapense, que llegó a tomar Seo de Urgel, un gobierno absolutista paralelo a las Cortes. La mayoría de la jerarquía española simpatizaba con estos grupos armados y con el absolutismo de Fernando VII. A pesar, por un lado, de las victorias de los absolutistas y, por otro, de las simpatías liberales de Varela, nuestro presbítero sostuvo que competía a la jerarquía católica española, y no a las Cortes, el dirimir la idoneidad de un determinado sujeto para fungir como capellán militar (11 de octubre de 1822).

La segunda intervención muestra el respeto de Varela por la ley. En aquel entonces, España vivía circunstancias especiales. Algunos diputados sugerían, por el bien de España, medidas tiránicas. En cambio, Varela defendió la necesidad de actuar con apego a la ley. Por apurada que fuera la situación bélica de las Cortes, no se debía concentrar todo el poder en ningún militar. Era necesario mantener el equilibrio de poderes. A nadie se le podía autorizar el desconocer la constitución. No se debía sacralizar la gestión de las Cortes y de sus ejércitos rodeándola de una aureola patriótica que las protegiese del juicio de los ciudadanos. Las órdenes del gobierno y del ejército, una vez cumplidas, podían y debían ser criticadas. Tampoco se debía castigar a la ligera los fallos o supuestos crímenes contra las Cortes, sin importar las circunstancias especiales que se estaban viviendo. En los asuntos que tocaban «el honor y la vida» de las personas, había que actuar con moderación. De ninguna manera se debían de aprobar sanciones arbitrarias. Varela pedía moderación en un ambiente donde algunos sopesaban recurrir al terror como respuesta más efectiva (12 de octubre de 1822).

En una tercera intervención, encontramos de nuevo el equilibrio de Varela. Pese al liderazgo que ejercían los curas guerrilleros en las partidas adversas a la Cortes, el presbítero habanero sostenía, por un lado, que no se debía emplear una severidad especial contra los eclesiásticos, diferente de la empleada contra la ciudadanía en general y, por otro, que nadie que hubiera recibido las sagradas órdenes debería de empuñar armas (25 de octubre 1822).

En una cuarta intervención, vemos a Varela argumentando que la propiedad privada debía de ser respetada. Nadie estaba obligado a desprenderse de lo suyo, ni siquiera un preso, (27 de noviembre de 1822).

Finalmente, dos intervenciones ulteriores testimonian el miedo de Varela a los gobiernos totalitarios. El 30 de noviembre 1822 afirmó que no se le debían de conceder facultades ilimitadas a ningún jefe, aunque la localidad bajo su mando estuviese en peligro de perderse. Precisamente éstas serán las facultades omnímodas que recibirían F. D. Vives en 1825 y sus sucesores en Cuba. Nueve meses más tarde, vuelve sobre el tema, sosteniendo que los cargos públicos no son propiedad de los individuos, sino de la nación, y «cuando la Nación necesita hacer una reforma para el bien general, debe prescindir de los intereses particulares» (7 de enero de 1823).

Varela preparó dos documentos para someterlos a la consideración de las Cortes. Uno versaba sobre la esclavitud. Al igual que su profesor, el P. Agustín Caballero, y el obispo Espada, Varela opinaba que se debía poner fin al tráfico de esclavos y gradualmente a la esclavitud. La riqueza de la clase económica más acaudalada, en la cual Varela contaba con varios amigos, se basaba en la producción de azúcar, la esclavitud y la trata de negros. Era una cuestión espinosa. Baste recordar que en los debates constitucionales de la naciente república de los Estados Unidos de América (mayo a septiembre de 1787), se estableció que: no se legislaría contra el tráfico de esclavos hasta 1808 y se devolverían a sus dueños los esclavos que escapasen. ¡La palabra «esclavo» no aparece en la Constitución de los Estados Unidos! Y esto, a pesar de que varios estados de la flamante República ya habían suprimido tanto el tráfico como la esclavitud[7].

El otro documento elaborado por Varela, Proyecto de Instrucción para el gobierno económico político de las provincias de Ultramar, fue sometido a las Cortes en febrero de 1823. El sacerdote sostenía que, mientras las autoridades coloniales españolas de Cuba no tuviesen que rendir cuentas a ninguna instancia local, se cometerían toda suerte de abusos. En sus palabras: «Las leyes se humedecen y debilitan atravesando el océano y a ellas las sustituye la voluntad del hombre». El poeta José María Heredia (1803 – 1839) también cayó en la cuenta del impacto del Atlántico sobre las relaciones entre Cuba y España, por eso escribió: «que no en vano entre Cuba y España tiende inmenso sus olas el mar» (Himno del Desterrado).

Ninguno de los dos proyectos recibió respuesta alguna de las Cortes. Las tropas de la Santa Alianza abolieron las Cortes y restauraron a Fernando VII como monarca absoluto. Ese mismo año de 1823, Varela fue condenado a muerte en ausencia, y todos sus bienes confiscados. Bajo fuego hostil, Varela escapó a Gibraltar. Luego viajó a New York en el Draper C. Thorndike, un barco mercante que transportaba sal y almendras.[8] Al llegar el 15 de diciembre de 1823, en medio de una tormenta de nieve, poco acostumbrado al hielo en las aceras, Varela resbaló y se cayó. Ese resbalón simbolizó otros muchos: habían caído por tierra su representación como diputado de Cuba y su futuro promisorio en Cuba y España, donde ahora estaba sentenciado a muerte. Era un sacerdote abierto a los logros de la tan discutida Revolución Francesa en una Iglesia restauracionista.

Cuestionó la festinada venta de su querida Florida y daba por seguro la independencia de la América Hispana, todavía no reconocida por España, y a la que se opusieron tanto Pío VII (con el Breve Etsi longissimo terrarum, 30 de enero de 1816) como León XII (con el Breve Etsi iam diu, 24 de septiembre de 1824). Ambos Pontífices exhortaron a los católicos a obedecer «al querido y piadoso hijo Fernando VII», cuya hipocresía y violencia Varela había padecido en carne propia. Pío VIII (1829 – 1830) mostró una tímida apertura. Gregorio XVI (1831 – 1846) condenó la libertad de prensa y la tolerancia religiosa (en la encíclica Mirari vos, del 15 de agosto de 1832) y hasta llegó a pedir a los masacrados católicos polacos que se sometieran a la autoridad del Zar Nicolás I de Rusia (en la encíclica Cum primum, 9 de julio de 1832), iniciativa por la que luego les pediría perdón. En su momento, Pío IX (1846 – 1878) tendría que escapar de Roma disfrazado (1848) y solo regresaría rodeado de bayonetas francesas (1850).

La actividad de Varela en Estados Unidos

Mientras el trono y el altar se esforzaban por atrasar las manecillas de la historia, el disciplinado Varela estudiaba el nuevo idioma y al año, ya confesaba en inglés. La España que perdió sus posesiones americanas se aferraba con uñas y dientes a Cuba. Desde 1825 los Capitanes Generales poseían «facultades omnímodas» para ignorar hasta las mismas leyes españolas. Esos gobiernos autoritarios eran aliados de los capitales cubanos más poderosos y traficantes clandestinos de esclavos. Fue en ese momento que se creó en Cuba la odiada «Comisión Militar Ejecutiva y Permanente», que anulaba la jurisdicción civil para juzgar en este tribunal miliar cualquier delito calificado de infidencia.

Tres aspectos de la actividad de Varela en los Estados Unidos merecen ser recordados: en primer lugar, sus publicaciones en bien de la sociedad cubana; en segundo lugar, su labor pastoral y escritos en defensa de la fe en los Estados Unidos, y finalmente, sus actividades solidarias con los pobres inmigrantes irlandeses.

Desde 1824, Valera redacta e introduce en Cuba clandestinamente la primera publicación abiertamente independentista en la historia de Cuba: El Habanero (1824 – 1826). Los primeros tres números (1824 – 1825) fueron publicados en Filadelfia y para los años 1825 – 1826, cuatro números en Nueva York. Allí Varela denunció la alianza entre el trono y el altar. Desde los tiempos de la Santa Alianza (1815), las monarquías reinantes consideraban la religión como la base más firme del orden establecido y, paralelamente, la Iglesia veía en la monarquía el sostén más seguro de la religión.

Luego de su experiencia en las Cortes y la victoria del «piadoso» Fernando VII, Varela denunció esa funesta simbiosis: «en el momento que se haga religiosa una cuestión puramente política, todo se pierde y para todos». En un ambiente visceralmente restauracionista, Varela denunció cómo se pretendía enfrentar la religión a la libertad y cómo el atentado mayor contra la religión era reducirla a un arma en manos de fanáticos: «Defensores del trono y del altar: quitaos la máscara. Vosotros podréis servir de apoyo al primero, más la sagrada víctima que se sacrifica en el segundo abomina vuestra hipocresía y detesta vuestra impiedad. Ya que sois déspotas, no seáis sacrílegos. La fuerza es el apoyo de la tiranía y la religión no puede servirle de pretexto sino empezando por experimentar ella misma el mayor de los ultrajes. Es un espectro de religión el que os sirve de máscara»[9].

En Italia, todos los papas del siglo XIX y sus obispos vivieron asustados de las sociedades secretas que ya Clemente XII (1730 – 1740) había condenado en la constitución In Eminenti, del 28 abril de 1738. Con pícaro gracejo caribeño, Varela desmonta los interesados miedos hacia las sociedades secretas, de las cuales no se explica cómo aparecen en tantas conversaciones si son secretas. En las páginas de El Habanero, se advierte la conversión del autonomista Varela en independentista, pero con esta salvedad, «Desearía ver a Cuba tan isla en lo político como lo es en la naturaleza, […] Cuba no debe esperar ya nada de España… ni de nadie, debe liberarse por sí sola».

En las mismas páginas de El Habanero, Varela expresó esta opinión positiva acerca del clero de la Isla de Cuba: «Yo confío en el clero de la isla de Cuba porque le conozco, y espero que si una política infernal intentase [como sabía Varela que lo había conseguido en España] tomar a la religión por pretexto para sus inicuos planes, no sólo no encontrará cabida entre tan beneméritos eclesiásticos, sino que cada uno de ellos en el desempeño de su sagrado ministerio trabajará por correr este velo y evitar a nuestra sagrada religión un ultraje tan manifiesto. Sí, yo no dudo que ésta será su conducta y que el pueblo de la isla de Cuba, lejos de ser jamás oprimido por el influjo de su clero, encontrará en él un firme apoyo, del cual en vano se tratará de privarlo»[10]. Fernando VII prohibió la publicación de El Habanero y su circulación en toda la Isla. El Capitán General de Cuba, en 1825, envió a un asesino para silenciar a Varela definitivamente.

Interesado en el bien su patria, en1826 publica y envía a La Habana sus traducciones de Elementos de Química aplicada a la agricultura, de Humphrey Davy, y el Manual de Práctica Parlamentaria para Uso del Senado de los EEUU, de Thomas Jefferson. En el exilio, Varela continúa su relación con la sociedad habanera y lleva adelante su reflexión, por un lado, sobre el odio a la religión católica en España, particularmente en las Cortes, y por otro, sobre la manipulación de la religión, uno de los factores claves para que Fernando VII recuperara el poder.

Con sus Cartas a Elpidio sobre la impiedad (1835), la superstición (1838) y el fanatismo, Varela intentó preparar a la juventud cubana contra esas tres amenazas. No publicó la tercera sobre el fanatismo, porque los dos primeros se vendieron poco, y quedó endeudado. Cuando su antiguo discípulo, Alejandro Angulo, le preguntó en la Navidad de 1852, por qué no había publicado el volumen sobre el fanatismo, Varela le contestó que sus compatriotas le habían herido. Piensa Torres Cuevas[11] que algunos cubanos exiliados llevaron mal que Varela les señalase la intolerancia rampante en los Estados Unidos.

Junto con José Antonio Saco, Varela publica el Mensajero Semanal (1828 – 1831). También enviará varias colaboraciones a la Revista Bimestre Cubana, fundada en 1831, entre ellas, un artículo sobre la educación de la mujer. En los años 1828, 1832 y 1841 publicará sus Lecciones de filosofía en ediciones revisadas.

Si Varela escapó de España en una nave bajo fuego enemigo, ejerció su presbiterado durante 30 años bajo el fuego hostil del protestantismo. El 11 de agosto de 1834, el convento y el colegio de las ursulinas de Charlestown, en Massachusetts, fueron incendiados por una multitud instigada por ultranacionalistas, y algunos fervorosos protestantes que tildaban a los conventos de ser antros de ˜crueldad, vicio y corrupción». En 1836, Varela vio las patrullas de católicos irlandeses que custodiaron la Catedral de San Patricio en Nueva York para evitar su incendio. Los protestantes tenían por seguro que sería el cuartel general católico, luego de una esperada invasión de los «papistas».[12] El historiador R. E. Curran lo recordó recientemente: «Nueva York era la ciudad más irlandesa de los Estados Unidos».[13] En las tres décadas anteriores a la Guerra Civil, entraron en los Estados Unidos cinco millones de personas. El 40% eran irlandeses. Dos iglesias católicas ardieron en Filadelfia en 1844. Varela evangelizó a hombres y mujeres discriminados por ser inmigrantes, irlandeses, pobres y católicos.

En 1825 Varela ya era vicario en St. Peter. En 1826 se convierte en párroco de St. Mary, una comunidad de irlandeses pobres recién fundada en un antiguo local presbiteriano. Fue el primer sacerdote cubano incardinado en la diócesis de Nueva York. En 1827, con fondos recaudados por él entre sus amistades cubanas, compró la vieja iglesia episcopal en Ann Street y se convirtió en el párroco de la flamante parroquia de Christ church, otra comunidad irlandesa pobre, sostenida por sus miembros y las amistades de Varela.

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Durante su ausencia entre 1829 y 1831, el obispo de Nueva York Jean Dubois (1826 – 1842) nombró dos vicarios generales para su diócesis: John Power, el párroco de St. Peter y Varela. El nombramiento de Varela como vicario era una forma de mortificar al popular Power, con quien Varela siempre mantuvo relaciones cordiales. Power firmaba «Vicario General del Estado de New York» y Varela simplemente «Vicario General»[14]. Durante la epidemia de cólera de 1832, Varela visitaba asiduamente los hospitales.

Con fondos reunidos por él mismo, nuevamente en marzo de 1836 adquirió el local donde se estableció la iglesia de la Transfiguración. Luego de ser desconsiderado durante años por la junta de fideicomisarios de la parroquia, Varela acabó como responsable único de las deudas parroquiales, las pagó y entregó la parroquia al obispo John Hughes (1842 – 1864).

El obispo John Dubois retrató así la labor apostólica y social del presbítero Varela: su vida fue una «carrera de caridad y entrega que han hecho que su nombre sea un nombre de bendición»[15]. Varela fue consultor teológico en el Primer Concilio de la provincia eclesiástica de Baltimore en 1829, y representó a su obispo en el Tercer Concilio Provincial en Baltimore, en 1837. Los católicos escuchaban cautivados las prédicas de Varela y apreciaron sus misiones en la proximidad del Corpus Christi. Si había que representar al obispo en algún lugar remoto, allá iba Varela. Fue él quien acompañó hasta el final al español Pedro Gilbert y a su grupo, condenados en Boston a la horca por piratería.

El catolicismo estadounidense que conoció Varela era sectario. Los alemanes no se mezclaban con los irlandeses. Sin embargo, en la casa donde vivía Varela en 1836, residía el exjesuita austríaco P. Joseph Scheneller, y juntos trabajaban en el New York Weekly Register. Allá habitaban también un sacerdote polaco, uno portugués, otro tal vez español y el venerado Alexander Muppietti, que murió en olor de santidad.

En 1830 vio la luz El Protestante, publicación llena de acusaciones ridículas contra el catolicismo. Durante los años 1830 y 1831, Varela publicó el periódico The Protestant’s Annotator and Abridger, en el cual, como si fuera un cirujano, Varela iba extirpando las mentiras con serenidad. Joseph y Helen M. McCadden cuentan cómo otros líderes católicos respondían con ira a los detractores de la Iglesia Católica, Varela en cambio «fue un pionero del ecumenismo, capaz de participar en el diálogo sin violencia mientras asombraba a sus adversarios con su saber»[16]. En un debate presidido por el Dr. Brownlee, Varela derrotó tan claramente a su adversario protestante, que Brownlee lo acusó de no haber expuesto cabalmente la doctrina católica, por lo cual pronto sería sancionado por su obispo[17].

En 1836, Varela funda The Catholic Observer, y en 1838, por encargo del obispo de Boston, dirige el Children’s Catholic Magazine (1838 – 1840), una de las primeras publicaciones destinadas a la juventud de los Estados Unidos[18]. Cooperó con el New York Weekly Register and Catholic Diary (1839 – 1840) y también publicó en el Truth Teller, fundado por el P. Power. En 1850, agotado por sus trabajos y los inviernos de Nueva York, Varela se trasladó a St. Agustín, en Florida, donde vivió pobremente. Allá falleció el 27 de febrero de 1853, luego de hacer pública profesión de fe.

Algunos juicios sobre Varela

Cuatro juicios sobre Varela nos pueden ayudar a comprenderlo mejor. El escritor y político cubano José Martí, lo llamó «patriota entero… [y] el santo de Cuba»[19]. La calidad de su magisterio resplandeció en tres de sus discípulos: José Antonio Saco, Domingo del Monte y José de la Luz y Caballero. Escribiendo a Domingo del Monte el 18 de noviembre de 1843, un condiscípulo de Varela, Félix Tanco, reconocía que Varela había hecho mucho bien entre la juventud, «pero ese mismo bien, ¿no lo ha destruido después la acción poderosa y mortífera de la sociedad y del gobierno? ¿Cuántos son los discípulos de nuestro Bacon [Varela] que han sido fieles a los principios del maestro? Su número es hoy una fracción mínima comparado con la gran falange de los tránsfugas y prostituidos»[20].

Escribiendo en 1894, cuarenta y un años después de la muerte de Varela, el Padre Juan Bautista Casas, ex secretario eclesiástico de la diócesis habanera (1893 – 1894) y furibundo partidario de la soberanía española en Cuba, primero denunció «las enseñanzas antiespañolas de Luz y Caballero, llamado el gran pedagogo», luego el P. Casas arremetió contra Varela en estos términos: «y las filosofías de Varela (si no recordamos mal el apellido) en el Real Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio deben hallar eco profundo en la generación actual, como la hallaron en la precedente, cuando tantos ilustrados científicos prepararon la revolución y empuñaban las armas fratricidas. Bien conocidos son en la isla los establecimientos y los colegios de varones y de hembras de que salen cabezas muy amaestradas y corazones muy saturados de antiespañolismo»[21]

Antes de la guerra del 1895, Martí escribió: «No vi casa en el Cayo [Florida] sin el retrato de José de la Luz». El mismo Luz y Caballero, recordó así a Varela: «mientras se piense en la isla de Cuba, se pensará en el que nos enseñó primero a pensar».

Varela fue independentista, cuando la élite cubana se mantuvo fiel a España para preservar su supremacía racial y económica. Respetó las competencias de la fe y de la Iglesia en las Cortes, combatiendo la impiedad, sin dejarse reclutar por el fanatismo religioso. Sirvió a irlandeses pobres y mostró la validez del catolicismo ante la hostilidad protestante estadounidense, iluminando como si fuera una antorcha los senderos cubanos. Mientras haya cubanos caminando en la noche, cuidando con manos, vida y corazón la trémula candelita de la esperanza, Varela nos seguirá enseñando a pensar y creer.

El 14 de marzo del 2012, Benedicto XVI inscribió al Siervo de Dios, Félix Varela y Morales en la lista de los venerables, y luego, en su viaje apostólico a la República de Cuba, lo recordó con las siguientes palabras: «Félix Varela, educador y maestro, […] ha pasado a la historia de Cuba como el primero que enseñó a pensar a su pueblo. El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre»[22].

  1. Cfr L. A. Pérez, Cuba Between Empires, 1878-1902, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1983, 99.

  2. Cfr H. E. Friedlaender, Historia economica de Cuba, La Habana, Jesus Montere, 1944.

  3. E. Torres-Cuevas, Félix Varela, los orígenes de la ciencia y conciencia cubanas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1997, 255.

  4. Cfr A. Hernández Travieso, El Padre Varela. Biografía del forjador de la conciencia cubana, Miami, Ediciones Universal, 1984, 191. Cfr E. Hernández Corujo, Historia constitucional de Cuba, vol. I, La Habana, Compañía Edítora de Libros y Folletos, 1960, 90.

  5. Cfr M. Maza Miquel, Por el honor y la vida. El presbítero Félix Varela en las Cortes de España, 1822-1823, Santo Domingo, Istituto Pedro Francisco Bonó, 2000.

  6. Cfr M. Revuelta González, Política religiosa de los liberales en el siglo XIX. Trienio constitucional, Madrid, CSIC, 1973.

  7. Cfr R. Chernow, Alexander Hamilton, New York, Penguin, 2004, 203-208.

  8. Cfr J.-H. McCadden, Félix Varela: Torch Bearer from Cuba, San Juan Puerto Rico, Félix Varela Foundation, 1984, 49.

  9. «Estado Eclesiástico de la Isla de Cuba», en El Habanero. Hemos usado el texto de Ediciones Universal, 1997, con un prólogo iluminador del Profesor José Manuel Hernández.

  10. Ibid.

  11. Cfr E. Torres-Cuevas, «Félix Varela y Morales. Un hijo de la libertad; un alma americana», I y II (https://tinyurl.com/53yywzdz/; https://tinyurl.com/mszynesv).

  12. Cfr J. Freeman Gill, «At Old St. Pat’s, a History of Defiance, en The New York Times, 18 de julio de 2020.

  13. R. E. Curran, American Catholics and the Quest for Equality in the Civil War Era, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 2023, 24. La frase es de Hasia Diner (1996).

  14. Cfr J. Talbot Smith, The Catholic Church in New York, Boston, Hall & Locke Company, 1905, vol. 1, 78.

  15. F. Rodríguez, Formación de la conciencia identitaria cubana como vía a la independencia del colonialismo español en el Epistolario de Felix Varela, Orlando, University of Central Florida, 2018, 118.

  16. J.-M. McCadden, Félix Varela: Torch Bearer from Cuba, cit., 87.

  17. Cfr J. Talbot Smith, The Catholic Church in New York, cit., 133.

  18. Cfr T. Fernández Soneira, «La labor del Padre Félix Varela en el exilio», en Revista Centro de Estudios Convivencia, 26 de diciembre de 2022, 29-32.

  19. Cfr Patria, 6 de agosto de 1892; E. Torres-Cuevas, Félix Varela y Morales…, cit.

  20. Centón Epistolario de Domingo del Monte, 1957, Tomo VII, 186. Cfr G. La Rosa Corzo, «Félix Tanco y las tendencias abolicionistas de la cultura cubana del siglo XIX», en Revista Cubana de Ciencias Sociales, enero-abril 1986, 4; 10; 52-78.

  21. J. B. Casas, La Guerra Separatista de Cuba: Sus Causas, Medios de Terminarla y de Evitar Otras, Madrid, Establecimiento Tipográfico de San Francisco de Sales, 1896, 87.

  22. Benedicto XVI, Homilía en la misa de La Habana, 28 de marzo de 2012.

Manuel Pablo Maza Miquel
Es doctor en historia por la Georgetown University (1987) y licenciado en humanidades (Fordham Univ., 1967) y en Teología Fundamental, con estudios en la Universidad de Lovaina (1972, Bélgica), Loyola University (1974, Chicago) y la Pontificia Universidad Gregoriana (1975, Roma). Fue profesor investigador en el Recinto Santo Tomás de Aquino de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y profesor de historia en el Instituto Pedro Francisco Bonó de la Compañía de Jesús en Santo Domingo. El Dr. Maza fue durante más de doce años miembro del equipo editor de la revista Estudios Sociales en la cual aparecieron sus ensayos sobre la Iglesia y la sociedad cubana.

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