Biblia

Tobías: el libro de los hermanos y de la solidaridad

Los tres arcángeles y Tobías, Francesco Botticini (1446-1498)

El libro de Tobías es uno de los siete libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento[1]. La Iglesia lo aceptó en el canon con cierta resistencia, porque los judíos lo rechazaron borrándolo de la lista de libros sagrados. La razón surgió con el tiempo: los deuterocanónicos presentan originalidad con respecto a la Torá, porque tienen una orientación hacia la novedad que surge de la herencia judía de las Escrituras. Dan cumplimiento a la revelación del Antiguo Testamento, al tiempo que se abren hacia un más allá, hacia ese misterio que es una preciosa herencia para nosotros hoy: el misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús y el don del Espíritu Santo[2]. Según algunos autores, el libro de la Sabiduría, el último de los Deuterocanónicos, fue compuesto en nuestra época, cuando Jesús ya había nacido[3].

El libro de Tobías

Tobías fue escrito hacia principios del siglo II a.C. en hebreo o arameo, pero el texto original ya estaba completamente borrado a finales del siglo II. Nos queda la versión griega de la Septuaginta, en dos formas: una larga y otra corta. El Códice Sinaítico tiene una versión más larga que el Códice Vaticano y el Alejandrino. El texto largo también se encuentra en la Vetus latina: un hecho importante, ya que es anterior a San Jerónimo y nos proporciona una redacción más antigua.

El libro se escribe cuando los judíos están dispersos en la diáspora y se encuentran viviendo entre los paganos de Asiria, en Nínive, considerada la capital del pecado y la arrogancia. En consecuencia, se ven confrontados con otro mundo, en un contexto social, político y religioso completamente distinto y, además, hostil. Sin embargo, el pueblo de Dios quiere conservar su identidad, cultivarla, profundizarla. Por supuesto, el choque con la sociedad pagana es muy fuerte, ya que las diferencias, las costumbres, la cultura, la teología y las tradiciones religiosas son distintas. La sociedad asiria se basa en el culto al poder y la violencia, inaceptables para la fe y la religiosidad judías. De ahí que la persecución, la burla, la insolencia, la murmuración, también evidenciadas en la antigua literatura griega y latina, fueran prácticas tradicionales perpetradas en contra de los judíos y, en cierta medida, se trasladarían después a los cristianos.

El supuesto del libro de Tobías es salvar una identidad, afirmarla, cultivarla, promoverla, suscitando al mismo tiempo la estima de los demás, que en cualquier caso son respetados en su alteridad. Esta es la actitud básica de Tobit, el padre de Tobías, que es el verdadero israelita, el hombre de la tradición, que vive apasionadamente la historia de su pasado[4].

Un libro de actualidad también para los cristianos

Un libro escrito para la diáspora es también un texto de actualidad para los cristianos de nuestro tiempo: vivimos en un mundo descristianizado. La situación de la Iglesia hoy es la de un cristianismo de la diáspora, con la tentación recurrente de encerrarse en un gueto, en un entorno totalmente cristiano estructurado por instituciones clericales. De ahí la enseñanza del libro, cuyos personajes viven con una fidelidad sincera pero obsesiva a su pasado, a su tradición, a su misión. Éste es uno de los aspectos que hay que saber leer en el desarrollo de la historia: el hombre de Dios que se encierra en un marasmo de costumbres sagradas traiciona su vocación. De hecho, la mayoría se deja conquistar y homologar por ese mundo, y así las tribus se pierden de verdad. Pero las tribus «perdidas» no quedan fuera de la misión de todo Israel: al contrario, su papel es precisamente dar testimonio de Dios en la diáspora.

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Hay, pues, dos tentaciones que acechan a los exiliados: la asimilación al mundo en el que se encuentran o el encierro en el gueto. No se trata de dos actitudes opuestas y contradictorias, el contraste está sólo en la superficie: coinciden en el fondo, en el sentido de que la vocación de dar testimonio en medio de los gentiles – en una relación de igualdad o incluso de inferioridad – es demasiado difícil, y la tentación de desentenderse de ella está siempre al acecho.

La trama del libro

La difícil vida de los protagonistas del libro dura toda una existencia; una existencia extremadamente larga, que sería – según el texto – de varios siglos: es toda la existencia lanzada a un duro y pesado enfrentamiento. Los protagonistas son tres: Tobit, su hijo Tobías y Sara, una pariente lejana. La vida del padre está descrita de forma extremadamente compleja.

Tras presentar el contexto humano y religioso del libro, la narración comienza con la fiesta de Pentecostés, en la que se celebra la solidaridad del pueblo de Dios, en recuerdo de la liberación del éxodo (cfr. Tob 2,1-3,6). Esta solidaridad forma parte del plan de Dios para la historia, al que se accede mediante la oración (cfr. 3,7-17). Junto a la oración viene la sabiduría, que es la condición para moverse en ese plan y llevarlo a término. La sabiduría se transmite con la solemnidad de un testamento (cfr. 4,1-21).

La fiesta de Pentecostés termina con un signo luctuoso: en la plaza se encuentra un cadáver abandonado de un hombre estrangulado por ser judío. Todo israelita sabe que Pentecostés evoca el don de la Ley, y por la Ley Tobit se siente interpelado, abriéndose así a un gesto de amor hacia un hermano[5]. Lo enterrará a pesar del riesgo que entraña el gesto.

El hecho es digno de mención, porque en un texto donde parece reinar la piedad farisaica, nos enfrentamos a la fe de la carta a los Romanos y de la carta a los Gálatas. En Pablo, el amor surge implícitamente en los primeros capítulos (cfr. Rom 1-8) y emerge súbitamente en el ejercicio de la caridad en el capítulo 12; y en la carta a los Romanos, como en el libro de Tobías, el vínculo entre fidelidad y amor lo proporciona la misericordia (cfr. Rom 12,1). En este sentido, Tobit está llamado a afirmar que para él la Ley es el bien supremo. Pero con una consecuencia fuerte: cuanto más se acerca Dios a él, más exigente y desconcertante se vuelve su presencia.

Así ocurre con Tobit. Tras la fatiga de enterrar a su hermano asesinado, descansa, y en el descanso sobreviene un accidente imprevisible: los gorriones dejan caer excrementos sobre sus ojos, y se queda ciego. Luego viene el conflicto, el malentendido con su mujer (cf. Tb 2,14). El desconcierto del hombre de Dios es total, tanto que pide la muerte[6].

Los siete maridos de Sara

«Ese mismo día» (Tb 3,7), en otro lugar remoto del mundo, asistimos a la oración de Sara y su drama. La mujer ha sido humillada por quienes deberían servirla: una criada la acusa de haber matado a sus siete maridos en la noche de bodas[7]. De ahí la desesperación de Sara, que se encierra en sí misma en el dolor hasta el punto de verse abocada al suicidio. Sólo el pensamiento del sufrimiento de su padre que la ama la retiene, pero ruega al Señor que la deje morir pronto.

Las dos oraciones se encuentran delante de Dios: un encuentro invisible, pero real. Son las oraciones de los pobres, de los que sólo tienen a Dios y nada propio. El Señor escucha y acepta las oraciones de los pobres, acoge a quien le pide algo, y también las buenas intenciones que las inspiran. A menudo la petición no se concede según el deseo del orante, pero el Señor obra siempre según su plan para el bien del hombre.

La historia de Tobit se entrelaza, así, con la de su hijo Tobías y la joven Sara. El padre recuerda haber dejado un depósito de 10 talentos de plata a un pariente en Media y, como espera la muerte, encarga a Tobías que vaya a recuperarlo. En el viaje, acompañado por un amigo – llamado Azarías, el ángel Rafael[8] –, entre otras vicisitudes, llega a conocer a Sara, hija de un pariente cercano de Tobit, y se casa con ella. La recuperación de los talentos, el regreso a casa, la celebración de la boda, la curación de la ceguera del padre y la revelación de Rafael como el ángel enviado por el Señor para su salvación concluyen el libro con himnos de alabanza y acción de gracias (cfr. Tb 13).

La tribu de Neftalí

La vida entre los paganos tiene enormes obstáculos y el primero es que los compañeros de Tobit, los otros judíos deportados, son de la misma tribu de Neftalí, una de las 10 tribus «perdidas», que son las del Reino del Norte, deportadas por los asirios en 721 y dispersadas por una vasta zona de Asia. Neftalí es uno de los hijos de Jacob, engendrado por Bilha, la esclava de Raquel[9], un personaje absolutamente secundario en la historia patriarcal, apenas un nombre. En la Biblia, los «hijos de esclavos» nunca ocuparon un lugar destacado. Es más, el nombre de «Neftalí» tiene una connotación infame, ya que en la historia de José se le atribuye un papel destacado en las tramas de odio contra su hermano (cfr. Gn 37,2). Sin embargo, su tribu habita en la Galilea de los gentiles y es la que se menciona en el Evangelio, cuando se dice que «en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz»[10]. Jesús comenzó su ministerio desde Nazaret y Cafarnaúm, en el territorio que había sido de las tribus de Neftalí y Zabulón. Y los descendientes de Neftalí, «hijo de la esclava», son precisamente los héroes de esta historia.

La infidelidad de los hermanos es una gran dificultad para Tobit: todos lo han abandonado. Permanece solo cuando va a Jerusalén para la peregrinación, ninguno de la tribu va con él. La mayoría ha olvidado su fe y abandonado sus costumbres tradicionales. Sin embargo, cuando son asesinados por pertenecer al pueblo de Dios, son enterrados por Tobit, en secreto, y él los entierra contraviniendo las prohibiciones vigentes, a riesgo de su vida.

En este libro, por tanto, la diáspora se siente como un castigo por los pecados cometidos por el pueblo, pero también como una bendición. En un contexto de gran cultura pero de religiosidad perversa, es una oportunidad para dar testimonio de la propia fe en un Dios misericordioso.

El libro de la fraternidad

Enterrar a los muertos es también un signo de fraternidad. En el libro, el tema del hermano tiene nuevas connotaciones en comparación con el pasado. El término «hermano» se repite muchas veces: en griego es adelphós, del sánscrito, a-delphys, es decir, un alfa de derivación y delphys = vientre, matriz, «que viene del mismo vientre», e indica el hermano carnal. Con el paso del tiempo, sobre todo en las lenguas semíticas, el término «hermano» adquiere significados muy diversos: indica personas unidas por un vínculo de sangre, que puede ser estrecho o incluso lejano[11]. Y puede llegar a indicar correligionarios[12], porque se supone una descendencia común de Abraham o de los hijos de Jacob. En cambio, en femenino, el término «hermana» puede indicar a la novia[13].

Ya en el libro del Génesis a través del vínculo carnal se especifica que aquel que es hijo de mi padre y de mi madre es «otro yo», uno como yo, uno de mi propia carne[14]. Así pues, la relación de fraternidad indica una igualdad: no me siento mejor que el otro, no soy en modo alguno superior al otro, no puedo tener ninguna pretensión de superioridad, sino sólo tomar conciencia de nuestro origen común.

En el libro de Tobías, el término ha perdido la tensión angustiosa que tiene en el Génesis[15] y se utiliza siempre de forma positiva. No sólo se refiere a miembros rivales de un mismo grupo, sino que afirma algo doctrinalmente relevante: los «hijos de los esclavos» son también «hermanos», y por tanto no quedan fuera de la vocación de Israel; ésta consiste en ser en el mundo el signo visible de la misericordia de Dios y en participar en ella[16]. Es más: las 10 tribus perdidas de Israel, las del Reino del Norte, no están perdidas en absoluto, sino que también ellas tienen la tarea de dar testimonio de la misión del pueblo de Dios y de vivirla en la diáspora de la época asiria.

El tema de la fraternidad tiene aquí profundas connotaciones: la intensidad del afecto familiar se subraya con una fuerza inusitada en el Antiguo Testamento[17]. No aparecen hermanos de sangre, pero la fraternidad es el tema central del relato: una fraternidad que tiene colores evangélicos. Esta es una de las razones por las que los judíos sintieron la necesidad de retirar el libro del canon inspirado, aunque conservándolo entre los libros que deben venerarse y leerse.

La amistad

El tema de la fraternidad se enriquece con el don de la amistad. La figura del amigo, el ángel Rafael, es una figura liberadora. Una historia que parece sin futuro se abre, de pronto, a nuevas perspectivas. El ángel se presenta como «uno [sus] hermanos israelitas» (Tb 5,5).

El vínculo de amistad es importante según la lógica de todo el libro, que se debate entre la angustia por las continuas e innumerables deserciones de los hermanos y la primacía indiscutible de los lazos de sangre, incluso en su carácter puramente espiritual: «Somos hijos de profetas» (4,12) le dice Tobit a su hijo, en el momento en que le aconseja que se case con una pariente.

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Una condición de la amistad es la pertenencia al pueblo de Dios: una pertenencia real, y no meramente carnal, cuya naturaleza se especifica inmediatamente después (cfr. 5,14). De ahí la objeción que pone en boca del ángel estas palabras: «¿Qué te importa la tribu?»[18]. A su vez, el ángel también forma parte de ese pueblo, y puede decir con verdad: «Yo soy uno de tus hermanos israelitas»[19]; si bien la cosa no es tan manifiesta, existe para él un vínculo genealógico[20], y así se autoriza una reivindicación, aunque momentánea y provisional, que no degrada la ubicuidad del ángel, sino que la eleva, porque lo incorpora al plan de Dios.

La vida familiar de Tobit, que en esta etapa está marcada por la miseria, la enfermedad y la desolación, revive porque Dios ha aceptado la oración del anciano y la de la joven Sara. El hombre impotente y humillado vuelve a tener la figura del hombre de negocios que hace planes para el futuro, toma decisiones audaces y las pone en práctica con prudente firmeza (cfr. 4.1-5.22).

Y esto sucede porque Dios acepta las mociones del alma humana y las conforma a su plan, que más allá de toda apariencia es siempre un plan de amor. Así, la presencia del ángel Rafael, que significa «Dios cura», es la presencia de Dios, la respuesta de amistad a la oración del hombre.

El verdadero amigo es Dios, la amistad es sagrada porque es signo del amor de Dios. El ángel es, pues, la figura perfecta del amigo.

El lector está advertido del cambio de ritmo: sabe que es Rafael, conoce de antemano el matrimonio con Sara: el matrimonio, signo de esperanza, imagen sobre todo de la alianza entre Dios y el pueblo, y por tanto símbolo de la vida ilimitadamente abierta al futuro, según el plan divino; tanto más cuanto que se trata de un matrimonio concertado a distancia, mediante una prueba misteriosa que sublima su significado.

En este punto de la historia, aún no se ha producido el traspaso del anciano al joven, y encontramos a ambos en acción, aunque Tobit tiene por el momento el papel predominante. De hecho, el joven tiende a seguir siendo joven durante todo el relato: una mina de esperanza y futuro, pero en su inexperiencia es guiado desde fuera. Sólo en el matrimonio se convierte en el verdadero protagonista.

Sin embargo, incluso con esta limitación, el cambio de mano aporta una vitalidad diferente, una mayor amplitud, un tono narrativo más variado y animado. Las lágrimas de la madre, Ana, pertenecen también al tema de la amistad (cfr. 5,18; 10,4-7). El hombre está vivo por la comunión de afectos que lo envuelve: de afectos que cuestan, que exigen sacrificio y, sin embargo, dan alegría.

La solidaridad

Junto al tema de la fraternidad surge el de la solidaridad, que deriva precisamente de ser hermanos. La misericordia misma, como se ve en las dramáticas oraciones de Tobit y Sara, es un modelo de solidaridad hacia los hermanos[21], ya que Tobit piensa en el futuro de su hijo Tobías y Sara se aleja de su propósito al reflexionar sobre el dolor de su padre.

Es una solidaridad expresada ante todo con palabras: la exultación de Tobit al dar gracias a Dios por lo que ha podido hacer por los demás, por sus limosnas, por compartir la suerte de sus hermanos deportados. Formar parte de una historia de deportados implica ser solidario con los que no cumplen la Ley, con los que se siguen el modo de vida de los pecadores, sin compartir su pecado y, sobre todo, sin juzgar. Se trata de sembrar un signo de esperanza.

La solidaridad implica, entonces, gestos concretos y arriesgados: enterrar a los muertos asesinados por odio al pueblo de Dios es temerario y peligroso. Tobit sabe por la Torá que no recibir sepultura es una maldición[22]. Por eso hace lo imposible por enterrar los cadáveres abandonados de sus hermanos asesinados. Un acto valiente que puede costarle la vida. Dar sepultura es el deber del hombre justo.

También hay expresiones que explican mejor el tema de la solidaridad. En el viaje a Media, Tobías se entera por Azarías del motivo de la muerte de los siete maridos de Sara, y de que, como pariente, tiene derecho a ella como esposa. Se dice que «la amó intensamente y se enamoró de ella» (6,19). Un amor tan fuerte y repentino por una persona a la que aún no se conoce puede parecer extraño[23], pero la expresión no tiene nada de sentimental ni romántico, sino que define una solidaridad que procede de la bendición paterna y del mismo Dios (cfr. 5,7).

En la experiencia de la solidaridad no faltan momentos de dolor, pero también los hay de alegría: hay una solidaridad ofrecida y al mismo tiempo recibida, que se expande a nuevas situaciones, toca a personas de alto rango e incluso llega a abrazar a los paganos. Se menciona al rey Salmanasar, de cuyos asuntos «se ocupa» Tobit (1,13), y al ministro Ajicar, que aparece aquí como su sobrino, pero es una figura importante en la literatura sapiencial fuera de Israel (cfr. 1,21-22; 2,10).

Tobías es, pues, el libro de la solidaridad entre hermanos, pero también es el texto que revela la solidaridad de Dios con los que son hermanos. Se podría pensar en la parábola del juicio del Evangelio de Mateo: «todo lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). No se trata de hacer por hacer, sino de hacer por un hermano, de compromiso con el prójimo: una disponibilidad y una atención profundamente humanas, en modo alguno interesadas, pero marcadas por lazos de sangre (cfr. Is 58,7). Es una profecía del Evangelio. La solidaridad humana, suscitada por la solidaridad de Dios, nos acerca a Él: es la salvación.

  1. Los deuterocanónicos comprenden cuatro textos narrativos (el primero y el segundo libro de los Macabeos, Judit y Tobías), un texto profético, Baruc, y parte de Daniel y Ester, y dos sapienciales, Sabiduría y Eclesiástico.

  2. Cfr. S. Corradino, «La fraternidad en el Antiguo Testamento», en La Civiltà Cattolica, 6 de agosto de 2021, https://www.laciviltacattolica.es/2021/08/06/la-fraternidad-en-el-antiguo-testamento/

  3. El rechazo de los Deuterocanónicos tiene lugar después de la guerra del año 70 d.C., cuando todos los partidos y sectas – el cristianismo se consideraba al principio una secta judía – son eliminados. La única secta que queda son los fariseos, que excluyen a todos los demás, incluidos los cristianos: es aquí donde se produce el rechazo de estos libros por parte de los judíos.

  4. Cfr. P. Stancari, Per imparare a vivere. Lettura spirituale del libro di Tobia, Rende (Cs), R-Accogliere, 2016, 21-27.

  5. Cfr. M. Zappella, Tobit, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2010, 21 s.

  6. Sobre la oración en el libro de Tobías, cfr. D. Barsotti, Meditazione sul libro di Tobia, Brescia, Queriniana, 1969, 43-49; C. A. Moore, Tobit, New York – London, Doubleday, 1996, 30; 153 s.

  7. Tobías será el octavo marido: todo lo que es octavo en el Antiguo Testamento está relacionado con el Mesías y la salvación. Cfr P. Stancari, Per imparare a vivere…, cit., 56.

  8. Azarías significa «Dios ha ayudado». Sobre el ángel en el libro de Tobías, cfr D. Barsotti, Meditazione sul libro di Tobia, cit., 120 s.

  9. Cfr. Gen 35,25-26. Jacob tuvo con Bilha también a Dan; con Zilpa, la esclava de Lea, tuvo a Gad y Aser. Sobre Neftalí y su tribu, cfr. L. Arnaldich, «Neftali», en Enclopedia della Bibbia, vol. 5, Turín – Leumann, Elledici, 1971, 98-104.

  10. Cfr. Mt 4,13-16, que retoma Is 8,23-9,1: «En un primer tiempo, el Señor humilló al país de Zabulón y al país de Neftalí, pero en el futuro llenará de gloria la ruta del mar, el otro lado del Jordán, el distrito de los paganos. El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz».

  11. Cfr. Tb 1,14.21; 2,10; 3,15; 4,12; etc.

  12. Cfr. Tb 1,3.5.10; 2,2.3; 4,13 (2 veces); 5,5; 6,11; etc.

  13. Cfr. Tb 5,22; 6,19; 7,9.12 (2 veces); 8,21; 10,6.13: esta acepción se encuentra sobre todo en el Códice Sinaítico. Para el resto de los códices, cfr. 7,15; 8,4.7.

  14. Cfr. Is 58,7: «Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne».

  15. Cfr. el episodio de Caín y Abel en Gen 4,1-8; la dramática relación entre Esaú y Jacob (cfr. Gen 25,29-34; 27,1-42); hay intenciones homicidas también en la historia de José (cfr. Gen 37; 39–50).

  16. Cfr. en este sentido el libro de Jonás, el texto más explícito sobre la vocación de Israel en el mundo. Cfr S. Corradino – G. Pani, Giona. Il profeta tradito da Dio, Palermo, Vittorietti, 2016, 112-114.

  17. Cfr. S. Corradino, «La fratellanza nell’Antico Testamento», cit., 534-539.

  18. Tb 5,12. La objeción se encuentra solo en el códice Sinaítico.

  19. Tb 5,5. También esta frase se encuentra solo en el Sinaítico.

  20. La genealogía expresa la realidad del vínculo personal más que su consistencia carnal.

  21. Cfr. M. Zappella, Tobit, cit., 20 s.

  22. Cfr Dt 21,23 y el mismo libro de Tobías 2,4; Jer 16,4; 22,18-19.

  23. Cfr. P. Stancari, Per imparare a vivere…, cit., 51-53.

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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