Vida de la Iglesia

El «Instrumentum Laboris» para la primera sesión del Sínodo 2021-2024

El 20 de junio, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede[1], se presentó el Instrumentum Laboris[2] (IL) para la primera sesión de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos, que se está desarrollando en estos momentos en el Vaticano, desde el 30 de septiembre al 29 de octubre de 2023, en el marco del proceso sinodal 2021-24, titulado «Por una Iglesia sinodal. Comunión, participación, misión».

El IL es un texto breve: unos sesenta párrafos que conforman unas veinte páginas. Está compuesto por un Prólogo (nn. 1-16), que presenta el texto, su génesis y estructura, y dos Secciones. La primera ofrece una relectura del camino recorrido en la primera fase del Sínodo 2021-24, dando voz a las principales tomas de conciencia alcanzadas. Las dos Secciones formulan algunas cuestiones prioritarias surgidas en el diálogo dentro y entre las Iglesias locales, en las distintas etapas de la primera fase, sometiéndolas al discernimiento de la Asamblea sinodal.

La lógica lineal del texto no debe ocultar el dinamismo que une las dos Secciones: la experiencia vivida por el Pueblo de Dios, releída con la mirada integral de la primera Sección, representa el horizonte en el que se sitúan las cuestiones planteadas en la segunda, que hunden sus raíces en esa misma experiencia. El esfuerzo que se pide a la Asamblea sinodal en este mes de octubre, pero fundamentalmente a toda la Iglesia, es «mantener la tensión entre la visión de conjunto […] y la identificación de los pasos a dar» (n. 16). La identificación de estos pasos responde a una sentida necesidad de concreción y al temor de que el Sínodo se quede «en el aire», por así decirlo. Sin embargo, también es necesario encontrar un antídoto contra el riesgo de dispersión en los detalles: las preguntas y las expectativas no están desvinculadas unas de otras; es preciso arraigarlas en una experiencia capaz de articular la complejidad, para lograr darle perspectiva y cohesión.

Debido a la relativa brevedad del IL, no se ofrecerá en esta presentación un resumen de su contenido, por lo que se remite a su lectura directa. Aquí reflexionamos sobre todo acerca de la estructura que se ha dado al texto, iluminando las razones de esta elección a partir de la conexión con el dinamismo del proceso sinodal en general, y de la Asamblea de octubre de 2023 en particular. De este modo esperamos poder aportar algunas claves hermenéuticas que permitan una lectura más consciente del IL.

La Iglesia sinodal: ahora y no todavía

La primera sección, titulada «Por una Iglesia sinodal. Una experiencia integral» (nn. 19-31), pone de relieve una serie de rasgos fundamentales de una Iglesia sinodal; a continuación, se ilustra el método de la conversación en el Espíritu, que la experiencia de la primera fase indicó como el camino a seguir para una Iglesia sinodal (nn. 32-42). En otras palabras, ofrece una síntesis de la experiencia vivida por las Iglesias durante la fase de escucha, que permitió una comprensión «vivida» o ascendente de lo que es la sinodalidad o, mejor, una Iglesia sinodal, mucho más que una elaboración teórica del concepto[3].

Esta sección se centra en el hecho de que el camino sinodal no se pone como objetivo la elaboración de textos, sino que pretende fomentar encuentros entre creyentes y entre Iglesias que desean escuchar la voz del Espíritu Santo para responder a su llamada y reforzar así el impulso hacia la misión. No es fácil comunicar a través de un texto la riqueza de una experiencia de este tipo. Por ejemplo, una frase como «el encuentro sincero y cordial entre hermanos y hermanas en la fe es fuente de alegría: ¡encontrarnos es encontrar al Señor que está en medio de nosotros!» (n. 6), corre el riesgo de sonar retórica para quienes no han participado. En realidad, expresa una experiencia vivida al mismo tiempo en los distintos continentes, representando así un «signo de los tiempos» cuyo significado merece ser profundizado.

En este sentido, al igual que los documentos que lo precedieron, el IL recoge y relanza los frutos de la experiencia vivida durante el proceso sinodal, promoviendo una elaboración más profunda, capaz de atravesar los conflictos que inevitablemente habitan en las comunidades eclesiales, sin ocultarlos ni dejarse bloquear por ellos. En los temas más controvertidos, debemos reconocer honestamente que en la Iglesia es mucho más frecuente el enfrentamiento que el debate, especialmente a través de los medios de comunicación social, con la creciente polarización que de ello se deriva. El dinamismo vivido en las reuniones sinodales, y en particular en las Asambleas Continentales, muestra que esto no es una condena inexorable: es posible hablar y escucharse entre hermanos y hermanas que piensan de manera diferente, descubriendo al final, con esfuerzo y al mismo tiempo con un sentido de liberación, que, más allá de las tensiones y oposiciones, a todos nos habita la fe en el único Señor y el amor a la Iglesia. Es esto lo que nos mantiene unidos y fomenta el deseo de caminar juntos, sin fuerzas homogeneizadoras.

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A través del proceso sinodal, como Iglesia, hemos experimentado que «es posible desarrollar una comunión en las diferencias»[4]. De ahí nace una responsabilidad compartida, para que las tensiones puedan «convertirse en fuentes de energía y no caigan en polarizaciones destructivas» (n. 6).

Profundizar, clarificar, desbloquear, proponer

La segunda sección, titulada «Comunión, misión, participación. Tres temas prioritarios para la Iglesia sinodal», se detiene en cambio en tres puntos, formulados como preguntas, que surgieron con mayor fuerza de la escucha del pueblo de Dios como prioridades para el discernimiento de la Asamblea y que requieren un estudio más profundo para seguir caminando juntos en el interior de cada una de las Iglesias locales, en sus relaciones mutuas y con la Iglesia de Roma. Veámoslas brevemente.

1) «Una comunión que se irradia. ¿Cómo podemos ser más plenamente signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano?» (nn. 46-50). La comunión, que «es ante todo un don del Dios Trino y, al mismo tiempo, una tarea, nunca agotada, de construcción del “nosotros” del Pueblo de Dios» (n. 46), se entiende a partir de la constitución dogmática conciliar Lumen Gentium, de la que se cita implícitamente el n. 1. Las Asambleas continentales no ocultan las divisiones y las heridas que hay que curar, y sienten la necesidad de iniciar caminos de reconciliación. Están en juego las relaciones con otras comunidades cristianas, con los pobres que marginamos y con tantas otras personas que no se sienten acogidas en las comunidades eclesiales. Asumiendo que todos en la Iglesia desean ser fieles al Evangelio, nos preguntamos honestamente: «¿qué vínculos hay que desarrollar, superando trincheras y muros, y qué refugios y protecciones hay que construir, y para proteger a quién?». Juntos estamos llamados a reconocer la dificultad de salir de las visiones de lo que «se puede» o «no se puede» hacer y de aquellas oposiciones en la Iglesia que obstaculizan el cumplimiento de la misión: no siempre están profundamente enraizadas en el Evangelio, sino que responden a las necesidades identitarias de aquellos a los que el Papa Francisco se refiere a menudo como «indietristas» y «progresistas».

2) «Corresponsables en la misión. ¿Cómo compartir dones y tareas al servicio del Evangelio?» (nn. 51-55). La Iglesia, que se define como «signo e instrumento» de la unión con Dios y de la unidad entre los seres humanos, no puede dejar de interrogarse sobre la transparencia del signo y la eficacia del instrumento: está en juego la credibilidad de su misión de anunciar el Evangelio. Este fue el segundo núcleo de preguntas que, con diferentes formas, atravesaron las Iglesias de los distintos Continentes: ¿cómo reconocer y valorar – no solo de palabra – la contribución que cada bautizado puede ofrecer a la misión? Entre todas las implicaciones de esta pregunta, emerge la de la promoción de la dignidad bautismal de la mujer, que a estas alturas atraviesa claramente todos los Continentes y culturas.

3) «Participación, responsabilidad y autoridad. ¿Qué procesos, estructuras e instituciones son necesarios en una Iglesia sinodal misionera?» (nn. 56-60). La participación se reduce a menudo a su dimensión procedimental, aunque ésta no debe subestimarse como instancia de concreción. En realidad, es mucho más: la participación expresa una atención a cada persona en su originalidad, para que pueda aportar su contribución no enterrando sus talentos (cfr. Mt 25,18), sino poniendo al servicio (ministerium) los dones que ha recibido: «La participación es esencialmente una expresión de creatividad y cultivo de relaciones de hospitalidad, acogida y promoción humana en el corazón de la misión y la comunión» (n. 56). En el fondo, lo que está en juego es la cuestión de cómo ejercer la autoridad en el seno de una Iglesia sinodal, para que sea auténticamente de servicio y resista a la tentación de convertirse en un poder que esclaviza.

Estos temas, todos ellos de gran importancia, deben abordarse de distintas maneras. Con respecto a algunas cuestiones, es evidente que aún no ha madurado un consenso suficiente, por lo que es necesario proseguir el debate; con respecto a otras, es importante identificar los bloqueos que obstaculizan el camino y quién puede autorizar eficazmente los pasos adelante; con respecto a otras más, se intuye la dirección en la que debemos avanzar juntos, pero se necesita una dosis extra de creatividad para poner en práctica lo que se ha comprendido. Por ello, el discernimiento de la Asamblea no puede limitarse a declaraciones de principio, sino que debe entrar en lo concreto. La primera sesión, en particular, está llamada a cuidar el debate, asegurando un espacio para la libertad y la creatividad. Sus frutos serán «puestos a prueba» en el camino que la Iglesia estará llamada a recorrer entre las dos sesiones. Corresponderá entonces a la segunda llegar a las conclusiones.

Una ayuda para ponerse manos a la obra

El IL se cierra con 15 fichas de trabajo, divididas en tres grupos, cada uno de los cuales se refiere a una de las tres partes de la segunda sección. Están pensadas como ayuda para el trabajo en grupo durante la Asamblea de octubre, y por tanto para una preparación más puntual de los participantes. Cada una de ellas representa una especie de puerta de entrada para abordar el tema prioritario al que se asocia, anclándolo en la experiencia vivida por el pueblo de Dios manifestada en la fase de consulta y escucha.

Cada ficha ofrece una pregunta para el discernimiento, precedida de una contextualización basada principalmente en los frutos de la fase de consulta (en particular, los documentos finales de las Asambleas Continentales) y seguida de una serie de preguntas para la oración, la reflexión personal y el trabajo en grupo. Estas intuiciones articulan diferentes perspectivas y dimensiones de la vida de la Iglesia, manteniendo al mismo tiempo el vínculo con la variedad de contextos en los que vive la Iglesia: si bien los tres temas prioritarios y también las preguntas para el discernimiento están formulados con un valor universal, algunas intuiciones resonarán con especial fuerza en algunas regiones, de manera diferente en otras. De ahí que las fichas no sean tratados sobre un tema, ni capítulos de un libro que deban leerse sucesivamente; cada una puede tratarse independientemente de las demás: por ejemplo, incluso en iniciativas locales para profundizar en los temas del Sínodo.

Es fácil que quien no tenga presente la función de estas preguntas y las considere como el texto de un documento se extravíe. No hay que olvidar que el Sínodo tiene un tema muy preciso, a saber, la Iglesia sinodal, y está guiado por una pregunta básica que lo vincula al dinamismo de la misión de anunciar, de hacer creíble y experimentable el Evangelio, de hacerlo resonar en la vida de cada persona, comunidad y territorio: éste es el corazón de la vida de la Iglesia, al que todo debe remitirse. Es en relación con esta perspectiva unificadora que deben entenderse todas las preguntas que se encuentran en el IL, y más aún las de las fichas.

Un texto al servicio de una concepción renovada del Sínodo

Incluso la breve presentación que acabamos de hacer muestra que este IL tiene una forma visiblemente diferente de los homónimos preparadas para las Asambleas sinodales precedentes. No se trata de una novedad en sí misma, sino de la necesidad de hacer de ella efectivamente una «ayuda práctica al servicio del desarrollo de la Asamblea sinodal de octubre de 2023» (n. 10). La estructura del texto se concibió en función de la dinámica de los trabajos de la Asamblea, que consistirán, como siempre, en discusiones plenarias y trabajos en grupo.

Más fundamentalmente, la diferente estructura de este IL manifiesta la evolución de la institución sinodal tras el dinamismo que le ha impartido la Constitución Apostólica Episcopalis communio (EC), promulgada por el Papa Francisco el 15 de septiembre de 2018. No debemos olvidar que la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos es la primera cuyo desarrollo se concibe íntegramente a partir de lo previsto por la EC. Que el Sínodo estaría sometido a una evolución progresiva lo había previsto san Pablo VI desde el momento de su institución; en efecto, en el «motu proprio» Apostolica sollicitudo (15 de septiembre de 1965) afirmaba: «Este Sínodo, como toda institución humana, con el paso del tiempo podrá perfeccionarse».

La celebración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, en 2015, es el momento en que se manifiesta con toda claridad la necesidad de desarrollar la intuición fundadora: «Debemos proseguir por este camino. El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio»[5]. Esta es la razón de los cambios en el desarrollo del Sínodo, poniendo especial cuidado en escuchar a las Iglesias y su experiencia: «Esta es la convicción que me ha guiado cuando he deseado que el Pueblo de Dios viniera consultado en la preparación de la doble cita sinodal sobre la familia»[6].

En 2018, la Constitución Apostólica Episcopalis communio ofrecía una sistematización de lo aprendido de los primeros pasos dados. En ella, «el papa Francisco dio cumplimiento a este esperado “perfeccionamiento”, transformando el Sínodo de un evento circunscrito a una asamblea de obispos en un proceso de escucha articulado en etapas (cfr. Art. 4), en el que toda la Iglesia y todos en la Iglesia -Pueblo de Dios, Colegio episcopal, Obispo de Roma- son realmente partícipes» (IL, ficha 3.5). El Sínodo pasa así de ser un encuentro entre obispos, centrado en producir conclusiones, en forma de documento, sobre el tema en discusión, a un momento en el que el discernimiento de los Pastores tiene lugar dentro de un proceso eclesial más amplio del que no puede prescindir, que pretende ofrecer al Pueblo de Dios indicaciones sobre la dirección en la que seguir caminando juntos. Además, como recuerda el mismo IL, «la finalidad del proceso sinodal “no es producir documentos, sino abrir horizontes de esperanza para el cumplimiento de la misión de la Iglesia”» (n. 3). Tal reorientación no puede sino repercutir en la estructura del instrumento de trabajo que está en la base del proceso asambleario: ya no tiene sentido entenderlo «como un primer borrador del Documento Final de la Asamblea sinodal, que habrá de ser corregido o enmendado» (n. 10), sino que debe presentar aquellas cuestiones sobre las que el Pueblo de Dios espera el discernimiento de sus Pastores, formulando preguntas.

Además, la nueva articulación del proceso sinodal ha llevado también a la elaboración de una cantidad de documentos mucho mayor que en el pasado. El tiempo transcurrido entre la publicación del Documento Preparatorio[7] (DP) y la del IL se ha alargado, con un enriquecimiento del intercambio entre las Iglesias que ha dado lugar a las Síntesis producidas por las Conferencias Episcopales y sobre todo a los documentos relativos al desarrollo de la fase continental, «que representa una novedad en el actual proceso sinodal» (n. 2). Nos referimos en particular al Documento de Trabajo para la Etapa Continental[8] (DEC) y a los Documentos Finales de las siete Asambleas Continentales, en las que se reunieron las Iglesias locales de las distintas regiones del globo, con el objetivo de «centrarse en las intuiciones y tensiones que resuenan con más fuerza en la experiencia de la Iglesia en cada continente, e identificar aquellas que, desde la perspectiva de cada continente, representan las prioridades que deben abordarse en la Primera Sesión de la Asamblea sinodal (octubre de 2023)» (ibid.).

En comparación con los Sínodos anteriores, llegamos a la elaboración del IL con una riqueza mucho mayor de reflexión y diálogo intraeclesial: las reacciones de las Iglesias locales al DP ya han encontrado expresión en otros documentos, por lo que ya no corresponde al IL desempeñar esta función. De hecho, este patrimonio de conciencia eclesial compartida no es absorbido o anulado por el IL, sino que constituye el terreno en el que está enraizado y al que, por tanto, se refiere continuamente: «Para la comprensión del IL, y especialmente para la preparación de la Asamblea Sinodal, se invita a los miembros del Sínodo a tener presentes los documentos anteriores, especialmente el DEC y los Documentos finales de las Asambleas continentales, así como el del Sínodo Digital» (n. 9).

Enraizamiento en los frutos de la etapa continental

El vínculo genético entre el IL y los Documentos Finales de las Asambleas Continentales cumple una función esencial desde varios puntos de vista. En primer lugar, salvaguarda la continuidad del proceso sinodal, en el que cada etapa parte de los resultados de la anterior y los presenta al pueblo de Dios, sujeto del proceso. En segundo lugar, garantiza que el paso a la etapa y al nivel universal no se produzca bajo el signo de la abstracción, sino que siga llevando la marca de la concreción de los contextos en los que vive el pueblo de Dios, con sus peculiaridades. El proceso sinodal ha puesto de manifiesto rasgos comunes muy evidentes entre las Iglesias de las distintas partes del mundo, incluso más allá de lo esperado, pero también todas las diferencias por las que está atravesada la propia Iglesia. Éstas no pueden ser silenciadas ni eliminadas, porque son condición de posibilidad para un fecundo camino en común: una Iglesia sinodal «no teme la variedad de la que es portadora, sino que la valora sin forzarla a la uniformidad» (n. 25). Al abordar el discernimiento de las prioridades comunes, la Asamblea sinodal de octubre lo hace inevitablemente partiendo de cómo se entienden según las peculiaridades de los distintos contextos, las sensibilidades de las Iglesias locales, sus preocupaciones, trabajos, pero también recursos y fortalezas.

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Si leemos el IL junto a los Documentos Finales de las siete Asambleas continentales, saltan a la vista las aportaciones distintivas de cada una al camino de la Iglesia universal, que ha sido descrito con la imagen de afluentes que aportan sus aguas al río principal[9]. Limitándonos a algunos ejemplos, debemos a algunas regiones en particular, empezando por Oriente Medio, la insistencia en el tema del martirio como experiencia que los cristianos siguen viviendo, a menudo en una unidad que trasciende la pertenencia confesional, y la apremiante llamada al horizonte escatológico que se encarna en la vida cotidiana de comunidades que ven amenazada su propia supervivencia. De la contribución de las Iglesias orientales católicas procede el énfasis en la riqueza que constituye la variedad de tradiciones espirituales, teológicas y rituales dentro de la única Iglesia católica, con la consiguiente necesidad de diálogo entre ellas, de un mayor reconocimiento y apoyo mutuo, en particular en las numerosas regiones del mundo en las que las Iglesias orientales se están trasplantando como consecuencia de la diáspora de sus miembros en sus regiones de origen, de las que se ven obligados a huir a causa de las persecuciones y las guerras. A la voz de las Iglesias de Oceanía y de otras regiones particularmente amenazadas por el impacto del cambio climático se debe el impulso para una integración cada vez mayor del cuidado de la casa común en la misión de la Iglesia y la toma de conciencia de ello por parte del Pueblo de Dios. Particularmente sentido en Europa es el tema de la confrontación y el diálogo con una cultura cada vez más secularizada, dentro de la cual la experiencia religiosa parece perder relevancia y reconocimiento, y a veces es atacada: por unos es percibida sobre todo como un obstáculo, por otros como un signo de los tiempos.

Al mismo tiempo, este trabajo de comparación entre el IL y los Documentos Finales de las Asambleas Continentales permite poner de relieve una serie de elementos que atraviesan a las Iglesias de todo el mundo, aunque con acentos y preocupaciones diferentes. Cada vez más global, por ejemplo, es la experiencia de la guerra y de los conflictos armados: la invasión rusa de Ucrania no ha hecho más que añadir Europa a la lista de continentes donde las armas siguen derramando sangre y provocando el éxodo forzado de millones de personas. Igualmente transversales son el crecimiento de las desigualdades y de una economía que genera la explotación y el «descarte» de demasiada gente, y la presión de un colonialismo cultural homologador que asfixia a las minorías. También hay muchas regiones en las que «las Iglesias están profundamente afectadas por la crisis de los abusos sexuales, de poder y de conciencia, económicos e institucionales. Se trata de heridas abiertas, cuyas consecuencias aún no se han abordado plenamente. Además de pedir perdón a las víctimas del sufrimiento causado, la Iglesia debe unirse al creciente compromiso de conversión y reforma para evitar que situaciones similares se repitan en el futuro» (n. 4).

Tres cuestiones fundamentales

El proceso de consulta y escucha del sensus fidei del pueblo de Dios ha sacado a la luz, a menudo más allá de lo esperado, una renovada conciencia sobre ciertos elementos fundamentales de una Iglesia sinodal. Estos dan cuenta del contenido del IL, que los expresa sucintamente en la primera sección, mientras dedica la segunda a examinar aquellos puntos sobre los que surge la necesidad de profundizar. Por eso elige presentarlos en forma de pregunta. La ilustración de estos elementos fundadores, que son lo que realmente está en juego en el Sínodo, es una cuestión que merece todo un artículo. Nos limitaremos aquí a señalar tres de ellos, por el papel que desempeñan en la estructura del IL y sobre todo en el dinamismo del proceso sinodal que el texto se propone captar y relanzar.

El primero es, sin duda, la centralidad de la misión como horizonte de sentido para comprender qué es una Iglesia sinodal (cfr. n. 20). Una Iglesia sinodal está constitutivamente en salida, proyectada hacia el cumplimiento de esa misión de anuncio del Evangelio que es su razón de ser. Al mismo tiempo, se siente la necesidad de un ulterior camino hacia la maduración de una conciencia compartida del significado y del contenido de la misión, tema al que se dedica una especial ficha de trabajo. Resultó particularmente intenso, durante la fase de consulta, el trabajo sobre las tres palabras clave del subtítulo del Sínodo 2021-24, que en el IL reciben un nuevo orden: «comunión», «misión» y «participación», con «misión» pasando al lugar central. Este cambio expresa cómo el camino sinodal ha llevado al pueblo de Dios a madurar una conciencia vivida del profundo vínculo que une comunión y misión. El n. 44 del IL lo formula con palabras de san Juan Pablo II: «La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión»[10]. La participación se trata en último lugar, ya que debe concebirse al servicio de este dinamismo. Con respecto a ella, representa una instancia indispensable de concreción: «la atención a los procedimientos, normas, estructuras e instituciones permite consolidar la misión en el tiempo y aleja a la comunión de la extemporaneidad emocional» (n. 44). Al mismo tiempo, el vínculo con la comunión y la misión constituye un horizonte de sentido y un criterio para discernir las cuestiones relativas a la participación que plantea el IL, cuya concreción las hace particularmente desafiantes.

Un segundo elemento que el proceso de consulta puso de relieve es la importancia del horizonte ecuménico para la construcción de una Iglesia sinodal, derivado de la centralidad que en él ocupa la dignidad bautismal: «Una Iglesia auténticamente sinodal no puede dejar de implicar a todos los que comparten el único Bautismo» (n. 24). Es, al mismo tiempo, un deseo de futuro y una toma de conciencia derivada de la riqueza del ecumenismo de vida que los cristianos experimentan hoy en todo el mundo. Como afirma la ficha B 1.4: «Sinodalidad y ecumenismo son dos caminos que hay que recorrer juntos, con un objetivo común: un mejor testimonio cristiano», y están llamados a animarse mutuamente.

Un tercer elemento es el método de la conversación del Espíritu, al que se dedica una parte significativa de la primera sección del IL, titulada «Un camino para la Iglesia sinodal: conversar en el Espíritu» (nn. 32-42). Originalmente propuesta en el Vademécum[11] que acompañaba al DP como una de las posibles metodologías a adoptar en la fase de consulta, la conversación en el Espíritu se ha ido imponiendo por los frutos que ha permitido obtener, hasta convertirse en un verdadero y propio rasgo característico del proceso sinodal. Así, en algunos contextos se identifica con el nombre de «método sinodal». Las propias Asambleas Continentales lo han adoptado, aunque no con la misma profundidad y rigor, y esto también parece haber influido en la riqueza de la experiencia vivida y en la profundidad de sus resultados[12]. De ahí la decisión de utilizarlo también durante la Asamblea sinodal, en particular para el trabajo de los grupos, con las adaptaciones oportunas.

El método de la conversación en el Espíritu propone etapas de discernimiento en común: los participantes se preparan con la reflexión personal y la meditación. En la conversación propiamente dicha se regalan mutuamente la palabra meditada, alimentada por la escucha de la Escritura y de los «signos de los tiempos», articulando las distintas posturas para reconocer en ellas dónde el Espíritu hace oír su voz, en un dinamismo misionero que apunta a la acción. Por eso, la conversación en el Espíritu no puede reducirse a una técnica para gestionar un proceso de decisión compartida: más profundamente, es un modo de proceder, un estilo que hay que adquirir, una manera de vivir y de estar en la realidad, como creyentes y como Iglesia. Requiere una disponibilidad personal, comunitaria y eclesial de fondo para dejar espacio al otro y a Aquel que es radicalmente Otro, aceptando dejarse transformar interiormente por este encuentro y sacar las consecuencias en términos de pasos concretos a dar.

Un espacio abierto para el diálogo y el crecimiento en comunión

El objetivo de mantener el IL enraizado en el camino ya recorrido, y en particular en la etapa continental, está también en la base del peculiar método con el que se organizó su redacción. En síntesis, un grupo de unas veinte personas redactó una serie de materiales preparatorios, a partir de la lectura y comparación, en espíritu de discernimiento, de los Documentos Finales de las Asambleas Continentales. A partir de ellos se elaboró una serie progresiva de borradores, sometidos gradualmente a un grupo de revisores, cuyas reacciones sirvieron de base para la preparación de la versión siguiente. En cada etapa, el grupo de revisores se cambió parcialmente, con la entrada de personas que no participaron en las etapas anteriores. En general, los revisores son miembros de los distintos grupos de trabajo activos en la Secretaría General del Sínodo: hombres y mujeres, de todos los continentes, de todos los componentes del Pueblo de Dios (laicos y laicas, consagrados y consagradas, diáconos, sacerdotes y obispos).

Esta metodología articulada, no siempre fácil de coordinar, pretende garantizar que el texto sea fruto de un trabajo auténticamente sinodal, capaz de incluir una amplia variedad de perspectivas y, fiel al proceso del que surge, evitando que nadie pueda «apropiárselo».

En el fondo, ésta es precisamente la intención profunda que anima el IL y, en consecuencia, el criterio fundamental de las opciones que están detrás de su redacción: mantener abierto un espacio para el encuentro y el diálogo entre las muchas diferencias que atraviesan la Iglesia. La variedad de vocaciones, carismas y ministerios, la pluralidad de lenguas, culturas, expresiones litúrgicas y tradiciones teológicas, así como las diferencias de edad, sexo y condición social, son la gran riqueza que la fase de consulta ha puesto de relieve, junto con un radical deseo de comunión. La tarea de la Asamblea Sinodal, a cuyo servicio se pone el IL, es actuar como espacio de discernimiento sobre cómo es posible seguir caminando juntos sin sacrificar la diversidad ni permitir que degenere en fragmentación. Este paso requiere un acto de fe en la fuerza del Espíritu Santo, maestro de armonía, que, como nos recuerda el Papa Francisco[13], es el verdadero protagonista del Sínodo.

  1. La grabación en vídeo de la rueda de prensa está disponible en el canal YouTube de Vatican News: www.youtube.com/watch?v=r3nPcXfT9Ak

  2. El texto del IL puede descargarse gratuitamente de la página web del Sínodo 2021-24, en www.synod.va/en/synodal-process/the-universal-phase/documents.html/, en las dos versiones oficiales en italiano e inglés, y en las traducciones oficiales al francés, polaco, portugués, español y alemán. Otros materiales explicativos que acompañan al texto también están disponibles en la misma página. En aras de la brevedad, en este artículo las referencias al texto del IL se darán entre paréntesis, especificando el número del párrafo al que se hace referencia.

  3. Para un tratamiento sistemático del tema, el punto de referencia sigue siendo el documento de la Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia, 2 de marzo de 2018. Sin embargo, esto no puede sustituir lo que el Pueblo de Dios está entendiendo e integrando a su manera como Iglesia sinodal.

  4. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 228.

  5. Francisco, Discurso para la conmemoración del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015.

  6. Ibid.

  7. Secretaría General del Sínodo, Por una Iglesia Sinodal. Comunión, participación, misión. Documento Preparatorio, septiembre 2021.

  8. Para una presentación, cfr. G. Costa, «“Per una Chiesa sinodale”. Il documento di lavoro per la Tappa Continentale», en Civ. Catt. 2022 IV 251-262; G. Costa – P. Foglizzo, «Chiesa sinodale: avanti tutta», en Aggiornamenti Sociali 73 (2022) 671-679.

  9. Cfr. M. López Oropeza, «Iglesia sinodal, algunos apuntes sobre la Etapa Continental. Capítulo 1» en Christus (https://tinyurl.com/epu8j3rs), 8 de mayo de 2023.

  10. Juan Pablo II, s., Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), n. 32.

  11. Cfr. Secretaría General del Sinodo, Vademecum per il Sinodo sulla sinodalità, septiembre 2021, en www.synod.va

  12. En este sentido, cfr. M. López Oropeza, «Asambleas Continentales del Sínodo, algunas novedades del Espíritu, capítulo 2», en Christus (https://tinyurl.com/3b5hy3na), 27 de junio de 2023.

  13. Cfr. Francisco, Momento de reflexión para el inicio del proceso sinodal, 9 de octubre de 2021.

Giacomo Costa
Cursó sus estudios en filosofía y teología, y luego obtuvo un máster en Sociología Política y Moral en la EHESS (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales) de París. En 2005 se incorporó a la redacción de la revista Aggiornamenti Sociali, de la que fue redactor jefe en 2007 y director en 2010. En noviembre de 2017 fue nombrado por el Papa Francisco Secretario Especial de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre de 2018, sobre el tema «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». Entre sus publicaciones destacan el ensayo Il discernimento (Ediciones San Paolo, 2018) y el volumen Il lavoro è dignità, en coautoría con Paolo Foglizzo (Ediesse, 2018), una selección de los principales discursos del papa Francisco sobre el tema del trabajo.

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