PSICOLOGÍA

Por una política de la felicidad

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Una economía atenta a la calidad de vida

Los estudios sobre la felicidad coinciden en observar que la acumulación de riqueza y la carrera por obtener mayores beneficios, considerados como la garantía de una vida feliz, son, por el contrario, sus obstáculos más significativos[1]. No se trata sólo de una enseñanza relacionada con la vida moral o espiritual. Los propios economistas constatan cómo la monetización de la existencia es perjudicial para la prosperidad social. Por eso defienden la necesidad de revalorizar el enfoque «sapiencial» y no utilitarista de los bienes, en línea con la tradición clásica.

Una de las aportaciones más interesantes sobre esta cuestión es la de Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998. Comparando dos sociedades muy diferentes – la India y Estados Unidos –, Sen había comprendido bien que lo que crea malestar, más que la pobreza, es sobre todo la desigualdad, entendida como un impedimento para llevar a cabo los dones esenciales de cada uno; la desigualdad, además, lleva a comparar categorías diferentes y, al hacer de la renta el símbolo del estatus social, conduce a la «desigualdad imaginaria» de la que hablaba Alexis de Tocqueville, entendida como falta de reconocimiento y de autoestima. Se ha dicho que el grado de satisfacción del estadounidense medio consiste en ganar 10 dólares más que su vecino.

Pero estos valores no pueden garantizarse con ningún salario, por elevado que sea, porque pertenecen al ámbito de lo «sin precio», como diría el filósofo Paul Ricœur. Más que la cantidad real de bienes, el mayor obstáculo para disfrutar de lo que uno es y de lo que uno tiene es la comparación, porque cada bien tiene un valor relativo a la personalidad y la filosofía de vida de cada uno. En este sentido, la pobreza, más que a la renta, está vinculada a una capacidad perdida: «La libertad, los derechos, la utilidad, la renta, los recursos, los bienes básicos, la satisfacción de las necesidades, etc., son formas diferentes de ver la vida individual de personas diversas, y cada perspectiva conduce a una visión distinta de la igualdad»[2].

La contribución de Amartya Sen

Para Sen, la promoción del ser humano requiere una sociedad que sepa fomentar la calidad de vida, las habilidades fundamentales de la persona, lo que denomina, con una palabra que se ha tecnificado, capabilities, «capacidades», aunque el término no aporte la riqueza de significados empleada por Sen.

Las capabilities están relacionadas con la valía, con la autoestima, con una satisfacción de la vida que es mucho más amplia que el mero hecho de estar bien. Esta noción está muy próxima a las «potencialidades» y «oportunidades» de Aristóteles, que promueven la «plena realización» (fullfillment) del ser humano. Sen no habla de «felicidad» (happiness), distanciándose deliberadamente de la tradición anglosajona. En su lugar, señala cómo la realización (fullfillment) se ajusta más a una consideración global y respetuosa de la complejidad del ser humano, acercándose al significado original del término griego eudaimonia[3].

No es casualidad que Sen cite al propio Aristóteles, en particular su impugnación de la felicidad en términos de bienes materiales: «En cuanto a la vida dedicada al dinero, es un género violento y resulta evidente que la riqueza no es el bien que buscamos, pues es algo útil, esto es, con vistas a otra cosa»[4]. Esa «otra cosa» es la capacidad (capability), la posibilidad de expresar lo mejor de uno mismo, el amor por aquello que da sabor al vivir, la base del conocimiento filosófico.

Sen también recurre a Aristóteles para mostrar cómo la asociación entre felicidad y riqueza no sólo es falsa, sino también reciente: a diferencia de los modernos, los antiguos veían en la abundancia de bienes sobre todo un obstáculo para vivir bien. La economía y la ética sólo se separaron arbitrariamente en la primera mitad del siglo XX y, desde entonces, la economía ha ido de mal en peor. Los bienes materiales no pueden compensar la falta de capacidades esenciales para la vida, como la salud, la inteligencia, las relaciones y el ejercicio de los cinco sentidos, indispensables para la plena realización humana: «Al proponer un desplazamiento radical del centro de interés de los medios a las oportunidades reales de la persona, el enfoque de las capacidades pretende cambiar radicalmente los patrones habituales de evaluación utilizados en gran parte de los análisis económicos y sociales»[5]. La promoción de estas capacidades permite a las personas tomar decisiones acordes con sus deseos e intereses, aumentando así el bienestar general de la sociedad. Este enfoque también permite apreciar la diversidad: no es un obstáculo, sino una ventaja, sobre todo cuando se pone al servicio del bien común, constituyendo una parte esencial del «capital social», entendido como compartir el potencial que ofrece la diversidad biológica, cultural, lingüística, medioambiental, alimentaria, de recursos personales (ropa, cocina, cuidado del cuerpo)[6]. Una sociedad humanamente «rica» no es una sociedad utilitaria, ni un megabanco, es más bien un organismo vivo cuyos miembros gozan de buena salud física, intelectual y espiritual.

Por tanto, a partir de la estructura ontológica del ser humano, es posible reconocer ciertos elementos como «valores», es decir, como elementos capaces de hacer la existencia más bella e interesante; y por esto, ellos pueden ser universalmente reconocidos.

Por una política de la felicidad

En febrero de 2008, el entonces Presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy, trató de poner en práctica las investigaciones de Sen en el diseño de políticas. Para ello, creó una Comisión de Investigación especial, formada por Joseph Stiglitz (presidente), Premio Nobel de Economía en 2001, Amartya Sen (asesor) y Jean-Paul Fitoussi (coordinador), también economista. Esta «Comisión para la Medición del Rendimiento Económico y el Progreso Social» (CMREPS) debía verificar la posible asociación entre bienestar e ingresos. Tras constatar la insostenibilidad de tal asociación, la Comisión, en su documento final – titulado «Informe Stiglitz» -, presentó una serie de parámetros capaces de evaluar con mayor precisión el grado de bienestar de los ciudadanos[7].

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El informe reconoce como paso previo a la comprensión de los complejos elementos que subyacen a la calidad de vida «la necesidad de abandonar la mera medición de la producción económica para pasar a medir el bienestar de los ciudadanos», y especifica algunos parámetros indispensables para aprovechar al máximo los medios disponibles. Basándose en investigaciones realizadas en todo el mundo sobre el mismo tema, identifica una serie de «dimensiones» (término especialmente elegido para indicar la complejidad de la cuestión) en relación con la calidad de vida: «I. Niveles de vida materiales (renta, consumo y riqueza); II. Salud; III. Educación; IV. Actividades personales, incluido el trabajo; V. Opinión política y gobernanza; VI. Integración y relaciones sociales; VII. Medio ambiente (condiciones presentes y futuras); VIII. Seguridad económica y personal». Al final de la Recomendación 6 se afirma: «La calidad de vida de las personas depende de condiciones y capacidades objetivas. Deben tomarse iniciativas para mejorar las medidas de salud, educación, actividades personales y condiciones medioambientales de las personas. En particular, deberían dedicarse esfuerzos considerables al desarrollo y la aplicación de medidas sólidas y fiables de integración social, opiniones políticas y seguridad que puedan utilizarse para predecir el nivel satisfacción de la vida»[8].

En el documento se reconocen otros elementos subjetivos que pueden marcar la diferencia, como la concepción de la vida, la importancia concedida a las relaciones y las opciones relacionadas con ellas (como la familia, los amigos, la variedad de intereses), la motivación hacia la propia profesión, la gestión del tiempo libre, la atención prestada a los más necesitados como ejercicio del poder del bien hacia ellos. También influyen la estabilidad del estado de ánimo (como sensación de un sentido de satisfacción de la propia vida), el tipo de personalidad (su extroversión-introversión) y la gestión de los sentimientos. Se trata de un paso pionero para una política de la felicidad.

En Italia, organismos que se han ocupado del mismo problema también han hallado parámetros muy similares. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Estadística (ISTAT) y el Consejo Nacional de Economía y Trabajo (CNEL) han identificado 12 factores importantes para que el Índice de Bienestar Justo y Sostenible (BES) reconozca la calidad de vida según indicadores no sólo económicos. Estos indicadores son: «1. Salud; 2. Educación y formación; 3. Trabajo y equilibrio entre vida y trabajo; 4. Bienestar económico; 5. Relaciones sociales; 6. Política e instituciones; 7. Seguridad; 8. Bienestar subjetivo; 9. Paisaje y patrimonio cultural; 10. Medio ambiente; 11. Investigación e innovación; 12. Calidad de los servicios»[9].

También se ha intentado medir la Felicidad Interior Bruta (FIB), señalando cómo ésta tiene que ver sobre todo con la ecología, la salud del medio ambiente y la habitabilidad del entorno social. Modalidades similares se encuentran en el llamado «PIB verde» y en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), este último introducido en 1993 por la ONU para especificar los factores que contribuyen al bienestar[10].

En cuanto a la vertiente del desarrollo de capacidades (en el sentido apuntado por Sen), cabe destacar el trabajo realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la definición del conjunto de habilidades personales que permiten afrontar y vivir plenamente la vida. Son las llamadas «habilidades para la vida» (life skills).

Life skills

Las «habilidades para la vida» son competencias que pueden mejorarse o madurarse en el curso del desarrollo mediante intervenciones educativas adecuadas. Ayudan a afrontar el estrés y las dificultades más generales de la vida, permitiendo a la persona dominarlas sin sentirse víctima de ellas. Un déficit o carencia de estas capacidades puede acarrear problemas considerables de autosatisfacción, estima y sentido más general de la valía.

La OMS ha elaborado una lista de estas competencias, que, sin embargo, pertenecen a la psicodinámica de la persona en su conjunto y, por tanto, sólo pueden separarse artificialmente unas de otras. Presentarlas en términos de «circularidad» significa que la adquisición y mejora de una de ellas ayuda y favorece la consecución de las demás. Estas habilidades son básicamente 10 y remiten a las 3 áreas integrales del ser humano (cognitiva, emotiva, social): «1. Autoconciencia: conciencia de uno mismo y de las propias capacidades; 2. Creatividad: capacidad de afrontar situaciones de forma flexible; 3. Pensamiento crítico: capacidad de analizar y evaluar situaciones de forma independiente; 4. Toma de decisiones: capacidad de decidir; 5. Resolución de problemas: capacidad de enfrentar los problemas y encontrar soluciones; 6. Manejo de las emociones: capacidad de reconocer las propias emociones y las de los demás; 7. Manejo del estrés: capacidad de gestionar las tensiones; 8. Empatía: capacidad de comprender y compartir; 9. Comunicación eficaz: capacidad de expresar pensamientos, sentimientos y emociones, tanto de forma verbal como no verbal; 10. Relaciones eficaces: capacidad de interactuar y relacionarse con los demás de manera positiva»[11].

En esta lista destaca la empatía (nº 8), el «motor» de las relaciones afectivas significativas. Es la capacidad de abrirse e interesarse por el mundo del otro, frente a la tendencia a encerrarse en uno mismo, característica del individualismo, y a trastornos del estado de ánimo como la tristeza y la depresión. La capacidad de enfrentar y resolver problemas es especialmente fructífera y estimulante cuando acoge y recibe aportaciones de los demás.

Las habilidades para la vida muestran, ante todo, predisposiciones biológicas; sin embargo, invertir cuidado y atención en ellas puede potenciarlas, en indudable beneficio de la propia persona, en términos de bienestar interior y salud física. Estas conclusiones son muy similares a lo que ya se ha constatado en el estudio de otra actitud, hasta no hace mucho despreciada por la investigación psicológica, como es la predisposición a la gratitud, cuyos efectos son extremadamente relevantes para la calidad de vida física, la salud y el estímulo de la creatividad, porque el pensamiento y el interés, como en el caso de la empatía, se dirigen fuera de uno mismo. La persona agradecida tiende a ser más feliz consigo misma y con la vida que lleva: se alcanza una sensación de bienestar y satisfacción cuando no se buscan, porque tienen un componente inevitable de gratuidad[12].

También es significativo constatar cómo estos valores son reconocidos y atestiguados en todas las culturas y épocas de la historia de la humanidad, como lo demuestran los estudios realizados en particular por Shalom Schwartz sobre una muestra de 200 grupos, subdivididos por edad y profesión, en más de 60 países, durante un período de 10 años. Estos valores, además de relacionarse con las dimensiones biológica, afectiva y cultural, fundamentos de la vida social, abren a la autotrascendencia, es decir, a la salida de uno mismo, condición indispensable para el crecimiento y el desarrollo de la persona[13]. Están vinculadas a una actitud fundamental para la felicidad: el sentido del altruismo.

La investigación muestra muchos puntos de convergencia con los hallazgos de lo que se conoce como «psicología positiva», sobre todo en lo que respecta a la relación entre los valores que favorecen la calidad de vida (la «constelación» englobada bajo el término «capital social») y la tradición sapiencial, filosófica y religiosa.

Urbanismo y calidad de vida

Para promover la calidad de vida, las agendas políticas también han interpelado la arquitectura y la estructura de las ciudades. Durante mucho tiempo se ha estudiado el urbanismo como posibilidad para la realización concreta de las capacidades identificadas por Sen. El sociólogo Robert D. Putnam situó la marginación urbana, fomentada por barrios gueto convertidos en hormigueros anónimos, entre las causas más deletéreas de la erosión del capital social[14]. Para contrarrestar estas tendencias, se han elaborado planes y políticas urbanas para que la ciudad no sólo esté mejor organizada y dotada de servicios eficaces (comercios, transportes públicos), sino que también sea capaz de ofrecer espacios capaces de estimular las relaciones sociales. Esto ha dado lugar a publicaciones expresamente dedicadas a este tema, como el libro Happy City, de Charles Montgomery, urbanista canadiense que intenta combinar los estudios de la psicología positiva con el diseño urbano: para ello, ha diseñado espacios y barrios bellos para vivir y convivir, capaces de fomentar la difusión de valores éticos (solidaridad, generosidad, altruismo), contrarrestando las derivas negativas de la miseria y la marginación.

En su libro, Montgomery examina la labor de los alcaldes de las metrópolis de diversas partes del mundo y observa que, en toda planificación cualitativa, surgen siempre las mismas constantes. Y estas no son la cantidad de dinero que se gana, lo agradable del clima, el número de grandes almacenes disponibles, sino más bien la presencia de espacios verdes bien cuidados, los encuentros gratuitos, un ritmo de vida más lento y la calidad de las relaciones[15].

Un ejemplo evidente es la reestructuración llevada a cabo por el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, entre 1998 y 2000. Bogotá es tristemente célebre por su alto índice de delincuencia y la guerra entre narcotraficantes, pero también por el enorme tráfico que paraliza los desplazamientos. Peñalosa, una vez elegido alcalde, ha intentado adaptar la investigación sobre la felicidad y el bienestar al plan maestro de la ciudad, resumiendo su programa con estas palabras: «¿Qué necesitamos para ser felices? Necesitamos caminar, igual que los pájaros necesitan volar. Necesitamos estar con otras personas. Necesitamos belleza. De contacto con la naturaleza. Y, sobre todo, no debemos sentirnos excluidos. Debemos sentir, de algún modo, que somos iguales»[16]. El punto decisivo para él, y difícil de rebatir, era el tráfico y lo que conllevaba: contaminación, estrés, nerviosismo, pero también soledad, individualismo y agresividad (es bien sabido cómo la conducción de automóviles aumenta la ira). Así que redujo drásticamente el acceso en coche y concentró la inversión en mejorar el transporte público, aumentar los parques, crear largas ciclovías y amplios espacios peatonales. También aumentó el número de bibliotecas y escuelas públicas en las zonas más pobres de la ciudad.

A pesar de protestas y boicots, el plan ha ido dando poco a poco sus frutos, transformando Bogotá: menos accidentes de tráfico, circulación más fluida, transporte eficiente, más bicicletas y peatones. Con repercusiones también en la calidad de vida: la ciudad se volvió más segura, la gente dijo sentirse más feliz de vivir allí y los homicidios cayeron un 40%. En 2015 Peñalosa fue reelegido alcalde para el trienio 2016-2019[17].

En Europa destaca la política seguida por Bertrand Delanoë. Elegido alcalde de París en 2001, creó una especie de parque infantil en el centro de la Ville Lumière, con arena, sombrillas, quioscos, bulevares y ciclovías.

Todas las ciudades que han aplicado políticas similares han experimentado cambios significativos en su calidad de vida. Es el caso de Viena, Londres, Ciudad de México o Seúl. Las zonas verdes, los espacios peatonales, la facilidad del transporte público son elementos que favorecen las interacciones y la belleza de vivir en la ciudad, simplemente asociando la calidad de vida al fomento de las relaciones gratuitas. Otro hecho significativo es que en la base de estas transformaciones, más que la identificación de la última novedad de moda, está la intención de revalorizar el pasado, como en el caso de Thomas Scheel, el arquitecto que utilizó las ciudades medievales de la Toscana como modelo para renovar Copenhague.

Posibles vías educativas

En Italia, Stefano Bartolini ha elaborado propuestas similares, mostrando cómo la urbanización, lejos de ser un obstáculo, puede fomentar una vida floreciente, convirtiéndose en objeto de la educación escolar: enseñar a apreciar la belleza para dar lo mejor de uno mismo, con vistas a algo considerado importante en sí mismo, un objetivo especialmente relevante en la edad del desarrollo. Bartolini identifica tres factores indispensables que pueden servir de bisagra entre la educación y la arquitectura: una relación satisfactoria con uno mismo; buenas relaciones con los demás; y ayuda para desarrollar estas dos aptitudes fundamentales. Los grandes centros comerciales importados de Estados Unidos son un ejemplo de cómo no se debe proceder: una política de la felicidad debe tender a reducir la publicidad y el incentivo al consumo, dos causas notables de infelicidad. Por desgracia, también son dos fuentes considerables de negocio, por lo que la batalla por una verdadera calidad de vida (empezando por el clima, la reducción del tráfico y los contaminantes) siempre seguirá chocando con los intereses de los grupos dominantes.

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Bartolini parte de la necesidad de una educación afectiva, cooperativa y cultural básica (en la práctica, lo que realmente cuenta para una vida plena) cuyo lugar más adecuado es la interacción familia-escuela. Todo ello se concretiza en una propuesta atractiva, aunque mayoritariamente escasa en estos aspectos decisivos: «[La escuela] enseña a excluir cualquier idea de lo placentero en la actividad productiva y debería enseñar la combinación de producción y bienestar. Enseña una actitud pasiva hacia la propia educación y debería ayudar a cultivar los propios intereses. Enseña una mala relación con el propio cuerpo y debería permitir cultivar las propias necesidades físicas. Enseña la prisa […], la pasividad en las organizaciones […]. Produce exclusión»[18].

Es un análisis que, desgraciadamente, da en el clavo: las sociedades más eficientes y selectivas, sobre todo en materia de escolarización, producen bolsas de miseria interior y marginación significativas y dramáticamente crecientes. La explosión del fenómeno hikikomori es un ejemplo elocuente[19]. No se trata de diluir la propuesta educativa, sino de combinar aprendizaje y socialización, trabajo en equipo y ayuda a los más débiles. De este modo, la educación se traduce en educación cívica y promoción ética. Cuando la escuela y la vida se encuentran, producen efectos notables en términos de motivación y de capacidad de expresar los deseos más auténticos de cada uno, en la línea de lo que señalaba Sen. El experimento pionero de la escuela barbiana de Don Milani, a pesar de sus limitaciones, fue un primer intento de unir estas diferentes competencias. Otro ejemplo importante se refiere al papel educativo de los videojuegos para estimular los intereses, el conocimiento, la cooperación y la capacidad de entusiasmar de forma constructiva. También a nivel arquitectónico y urbanístico[20].

Es significativo el hecho de que la mejora de la calidad de vida en las metrópolis consideradas por el «movimiento por las ciudades felices» presente un aumento de las capacidades relacionales: las estructuras de las viviendas pueden favorecer el encuentro, constituyéndose así en un antídoto contra el miedo a la diversidad y la marginación, que figuran entre las principales causas de episodios de violencia. John F. Helliwell, economista de la University of British Columbia (Canadá), que trabaja desde hace años en la posible relación entre la felicidad y las relaciones sociales, observa que el simple hecho de encontrarse con gente durante un paseo, a pie o en bicicleta, es de una calidad completamente distinta a la de hacerlo en coche. Examinando la interacción en varias ciudades canadienses, observó que la felicidad es proporcional al clima de confianza que se siente entre las personas: «Cuanto más juntos estemos, más felices seremos»[21].

Lo relevante que es este aspecto para una economía del bienestar lo demuestra también el hecho de que en 2009 se concediera el Premio Nobel de Economía a Elinor Ostrom (la primera mujer en recibirlo) con la siguiente razón: «Ha demostrado cómo los bienes públicos (bosques, praderas, caladeros) pueden ser gestionados eficazmente por las personas que los utilizan, evitando su explotación y encontrando vías alternativas a la privatización o el Estado»[22]. Es una aplicación más de cómo la riqueza de las relaciones puede traducirse en calidad de vida, para uno mismo, para los demás y para el medio ambiente. Y fomentar las relaciones, ya lo hemos visto, fomenta la felicidad.

Un aspecto deficitario

Las investigaciones sobre la calidad de vida, llevadas a cabo tanto a nivel institucional como en el campo de la psicología del desarrollo, han revelado, sin embargo, la necesidad de la dimensión espiritual y sapiencial de la existencia, aspectos indispensables, pero cada vez menos tenidos en cuenta por las sociedades actuales, que no pueden basarse exclusivamente en los valores de la ecología, la belleza y la funcionalidad de la vida, aunque sean importantes.

La comunidad amish, situada a pocos kilómetros de Filadelfia, tiene 10 veces menos depresión que los habitantes de esa ciudad. Los amish respiran el mismo aire, beben la misma agua; el clima atmosférico es el mismo, pero no el clima interior. Una situación idéntica se desprende de un estudio realizado sobre las tribus de Nueva Guinea: la depresión está ausente entre esas poblaciones. Las razones de esta ausencia están relacionadas sobre todo con la cooperación social, la fuerza de las relaciones afectivas y el hecho de compartir experiencias espirituales: todo ello constituye una fuerte protección frente a las dificultades de la vida[23].

El escritor estadounidense Ralph Waldo Emerson, estudiando diferentes culturas y tradiciones, confirmó la verdad de la intuición de Freud: la civilización ofrece mayor seguridad, pero a costa de la felicidad. Este parece ser el precio a pagar, el «malestar» al que nos expone. Y también es una verdad biológica: las condiciones excesivamente favorables perjudican a los seres vivos, mientras que las comunidades erróneamente consideradas «arcaicas» revelan una vitalidad y unas ganas de vivir que asombran al apático occidental. Emerson reconoce lo infundado del supuesto ilustrado sobre la superioridad del hombre europeo sobre otros pueblos: «Los indios, los sajones y otros pueblos “primitivos” eran inmunes a esta aflicción a pesar de tener niveles más bajos de “prosperidad externa” y “bienestar general”. Sin embargo, nosotros estamos tristes y ellos no… ¿Por qué?»[24].

La felicidad parece estar en casa en los grupos más austeros económicamente pero cohesionados, con menos desigualdad y más dotados de otros bienes, los asociados al capital social. Para Putnam, la dimensión religiosa es uno de sus aspectos relevantes. Dio lugar a asociaciones de carácter filantrópico, de ayuda a los más desfavorecidos, asumiendo en muchos casos tareas que eran estatales, pero que la institución no hubiera podido realizar adecuadamente sin una fuerte motivación interna. McMahon, hablando del cambio de época que caracterizó a la modernidad industrial, señala a este respecto: «Una comunidad fuertemente cohesionada, el trabajo con un propósito, el sentido de Dios, éstos eran los requisitos necesarios, evidentes en la Inglaterra medieval, pero ausentes en el mundo contemporáneo […]. Al enfrentar a los individuos entre sí, las reglas del mercado dejaban a todos en una situación de “aislamiento” y “separación total”. Por último, el evangelio de Mammon negaba la más importante de las necesidades humanas: la de Dios, o de lo divino en el hombre»[25].

La dimensión religiosa ha sido expulsada, por diversas razones, de la mentalidad industrial, pero, como ocurre con otros parámetros, hay que reconocer su importancia para la calidad de vida. Si para los antiguos la felicidad estaba relacionada con el «buen demonio» (eu-daimonia) y el deseo de lo eterno, se comprende que estos aspectos sean indispensables para hacer justicia a la complejidad de este tema.

  1. Cfr. G. Cucci, L’arte di vivere. Educare alla felicità, Milán, Àncora – La Civiltà Cattolica, 2019, al que se remite para una mayor profundización.
  2. A. K. Sen, La diseguaglianza, Bolonia, il Mulino, 1994, 45; cfr. 208.
  3. Cfr Id., L’idea di giustizia, Milán, Mondadori, 2011, 262.
  4. Aristóteles, Ética a Nicómaco, I, 1096a 5.
  5. A. K. Sen, L’idea di giustizia, cit., 262.
  6. Ibid, 264. Cfr. G. Cucci, «Il capitale sociale. Una risorsa indispensabile per la qualità della vita», en Civ. Catt. 2019 I 417-430.
  7. Cfr. J. E. Stiglitz – A. Sen – J.-P. Fitoussi, La misura sbagliata delle nostre vite. Perché il PIL non basta più per valutare benessere e progresso sociale, Milán, Rizzoli, 2010 (www.improntaetica.org/file/docs/Executive%20Summary_def.pdf).
  8. «Rapporto della Commissione Sarkozy sulla misura della performance dell’economia e del progresso sociale», 15 de enero de 2011, en www.comitatoscientifico.org/temi%20SD/documents/Il%20Rapporto%20Stiglitz.pdf
  9. Istat, «Best 2017. Il benessere equo e sostenibile in Italia» (www.istat.it/it/files/2017/12/Bes_2017.pdf).
  10. Cfr. V. Lops, «Ecco perché il Pil non rende felici. Così nel 2030 avremo bisogno di due pianeti. A meno che il Bes…», en Il Sole 24 Ore (https://tinyurl.com/yr5yv9ju), 10 de septiembre de 2015.
  11. S. Bonino, Altruisti per natura. Alle radici della società positiva, Roma – Bari, Laterza, 2012, 112. Cfr. World Health Organization (WHO), Skills for life, n. 1, 1992.
  12. Cfr. G. Cucci, Altruismo e gratuità. I due polmoni della vita, Asís (Pg), Cittadella, 2015.
  13. La clasificación de Schwartz, reconocida como la más completa y consensuada, reconoce 10 valores en particular: «Universalismo, Benevolencia, Conformismo, Tradición, Seguridad, Poder, Éxito, Hedonismo, Estimulación y Autodirección». El valor se define como «un concepto que un individuo tiene de un propósito trans-situacional (terminal vs instrumental) que expresa intereses (individualistas vs colectivistas) vinculados a dominios motivacionales y evaluados en un continuo de importancia (de muy importante a poco importante) como principio rector de la propia vida» (S. H. Schwartz – W. Bilsky, «Toward a universal psychological structure of human values», en Journal of Personality and Social Psychology 53 [1987] 553). Cfr. S. H. Schwartz, «Universals in the content and structure of values: Theory and empirical tests in 20 countries», en M. Zanna (ed.), Advances in experimental social psychology, New York, Academic Press, vol. 25, 1992, 1-65; C. Capanna – M. Vecchione – S. H. Schwartz, «La misura dei valori: un contributo alla validazione del Portrait Values Questionnaire su un campione italiano», en Bollettino di Psicologia Applicata, n. 246, 2005, 29-41.
  14. Cfr. G. Cucci, «Il capitale sociale…», cit., 422-425.
  15. Cfr. Ch. Montgomery, Happy City: Transforming our Lives Through Urban Design, Londres, Penguin, 2013; A. Ehrenhalt, «Greener Pastures», en The New York Times, 3 de enero de 2014.
  16. «Le dieci metropoli più “felici” al mondo: non una cosa seria, ma un pretesto per pensare a nuove città innovative dove si possa star bene», en Geograficamente (https://tinyurl.com/yrtauefy), 5 de septiembre de 2009.
  17. Cfr. «Enrique Peñalosa», en Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Enrique_Pe%C3%B1alosa).
  18. S. Bartolini, Manifesto per la felicità. Come passare dalla società del ben-avere a quella del ben-essere, Milán, Feltrinelli, 2013, 177 s.
  19. Cfr. G. Cucci, «Il capitale sociale…», cit., 427 s.
  20. Cfr. G. Pani, «“Un prete cristiano”: don Lorenzo Milani», en Civ. Catt. 2017 II 534-545; G. Cucci, Internet e cultura. Nuove opportunità e nuove insidie, Milán, Àncora – La Civiltà Cattolica, 2016, 128-133.
  21. Cfr. E. Diener – R. Lucas – U. Schimmack – J. Helliwell, Well-Being for Public Policy, New York, Oxford University Press, 2009.
  22. www.nobelprize.org/prizes/economic-sciences/2009/illustrated-information/ Cfr. C. Hess – E. Ostrom (edd.), La conoscenza come bene comune. Dalla teoria alla pratica, Milán, Mondadori, 2009.
  23. Cfr. J. Egeland – A. Hostetter, «Amish Study, I: Affective disorders among the Amish 1976-1980», en American Journal of Psychiatry 140 (1983/1) 56-61; E. Schieffelin, «The cultural analysis of depressive affect: an example from New Guinea», en A. Kleinman – B. Good (edd.), Culture and depression: Studies in the anthropology and cross-cultural psychiatry of affect and disorder, Berkeley, University of California Press, 1985, 101-133.
  24. A. Delbanco, The Real American Dream: A Meditation on Hope, Cambridge, MAS, Harvard University Press, 2000, 51.
  25. D. McMahon, Storia della felicità. Dall’antichità a oggi, Milán, Garzanti, 2007, 407. Cfr R. Putnam, Capitale sociale e individualismo. Crisi e rinascita della cultura civica in America, Bolonia, il Mulino, 2004, 80-82.
Giovanni Cucci
Jesuita, se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica".

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