Biblia

Amor y odio entre los hijos de David

Amnón, Tamar y Absalón

Amnón y Tamar, Anónimo (siglo XVII)

Amnón y Absalón son dos hermanos, ambos hijos del rey David, posibles contendientes en la sucesión al trono de Israel. Tamar es hermana de Absalón y hermanastra de Amnón. Las figuras de Amnón y Absalón están ubicadas en el segundo arco narrativo del ciclo de David, que comienza en 2 Samuel 7, cuando Dios promete al rey de Israel que le construirá una casa, es decir, una dinastía. Según el biblista Jean-Pierre Sonnet, «el oráculo de Natán, ejemplo emblemático de un oráculo de largo alcance, desplaza el seguimiento del ciclo de David a la historia de su “casa” – y por lo tanto, las vicisitudes de su paternidad – y proporciona el marco para comprender todo lo que seguirá»[1]. En particular, las problemáticas figuras de Amnón y Absalón son presentadas después del veredicto formulado por el profeta Natán contra David debido a los crímenes que este cometió: «¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita» (2 Sam 12,9-10). ¿De qué manera, entonces, la espada, es decir, la guerra, se desencadenará sobre la familia de David?

Amnón es un hombre enfermo y despiadado, cuya afectividad distorsionada tendrá graves repercusiones en la casa de David, abriendo una larga serie de conflictos que perdurarán durante muchos años. Absalón, por otro lado, es una figura menos impulsiva que su hermano Amnón. Él, de hecho, acarreará durante mucho tiempo su odio y deseo de venganza, hasta enfrentarse dramáticamente a su hermano y a su propio padre. En todo esto, Tamar, su hermana, surgirá como la única figura positiva del relato, que intentará poner un límite a la violencia irracional que se desencadenará.

La introducción de Amnón en el relato

La narración comienza con una exposición que presenta a los personajes, las relaciones entre ellos y las dinámicas afectivas que entran en juego: «Un tiempo después, sucedió lo siguiente. Absalón, hijo de David, tenía una hermana muy hermosa, llamada Tamar, y Amnón, hijo de David, se enamoró de ella. Era tal su ansiedad, que llegó a enfermarse a causa de su hermanastra Tamar, porque como la joven era virgen, a Amnón le parecía imposible llevar a cabo algo con ella» (2 Sam 13,1-2).

El primer personaje mencionado es Absalón, el tercer hijo de David, nacido de Maacá, hija del rey de Guesur (cf. 2 Sam 3,3). Absalón tiene una hermana muy hermosa llamada Tamar. Luego se introduce en el relato a Amnón, el primogénito del rey David, quien está enamorado de Tamar y está angustiado por ello.

En las Escrituras, el amor generalmente tiene una connotación positiva. Sin embargo, el relato que sigue marcará una ruptura y una distorsión del uso habitual del verbo «amar». La afectividad de Amnón, de hecho, será el motor negativo de la narración. El primogénito de David aparece tan abatido y angustiado por este amor por su hermanastra que enferma[2]. El amor imposible por Tamar atormenta al primogénito de David hasta llevarlo a la enfermedad, porque cualquier intento parece imposible de realizar. El personaje de Amnón se introduce en el relato bajo una luz negativa; su amor deja al lector inquieto, ya que todos los elementos proporcionados por el narrador contribuyen a dibujar una figura llena de tensiones y deseos que podrían estallar en cualquier momento.

Del amor a la violencia contra Tamar

Después, en el relato, se introduce a un nuevo personaje, Jonadab, cuya función es desbloquear la situación de estancamiento al interrogar a Amnón y ofrecerle un plan para acercarse a Tamar: «[Jonadab] dijo a Amnón: “¿Qué te pasa, príncipe, que cada día estás más deprimido? ¿No me lo vas a contar?”. Amnón le respondió: “Es por Tamar, la hermana de mi hermano Absalón. Estoy enamorado de ella”» (2 Sam 13,4).

En el diálogo con Jonadab, Amnón comunica, en discurso directo, su propia interioridad. Finalmente, confiesa amar a Tamar, pero la presenta como la hermana de Absalón, no como su propia hermana. Entonces Jonadab propone un plan de acción detallado y articulado para que Amnón se encuentre con Tamar: «Entonces Jonadab le dijo: “Acuéstate como si estuvieras enfermo, y cuando tu padre venga a verte, tú le dirás: ‘Deja que mi hermana Tamar venga a darme de comer; que prepare la comida en mi presencia, de manera que yo pueda ver, y que me la sirva ella misma’”» (2 Sam 13,5).

La intención expresada por Jonadab es que Amnón vea a la joven y que coma de su mano, con el fin de favorecer una proximidad física que alivie el dolor del primogénito de David. Sin embargo, también se puede sospechar que Jonadab no es tan ingenuo y que tiene en mente un plan maquiavélico para que Amnón obtenga a Tamar a cualquier costo. Desafortunadamente, el consejo de Jonadab abrirá a Amnón una oportunidad para hacer algo a Tamar (cf. 2 Sam 13,2). Con la cercanía física, actuar sobre ella ya no será imposible. Será precisamente debido al vínculo familiar que Amnón podrá llevarla a su lado sin ninguna molestia y sin despertar sospechas en el rey David.

Amnón se acuesta y finge estar enfermo (cf. 2 Sam 13,6). Así, David va a visitar a su hijo enfermo, quien le pide al padre lo que Jonadab le había sugerido, es decir, que sea Tamar quien le prepare dos buñuelos delante de él. El rey David escucha la petición de su hijo y le ordena a Tamar que vaya a casa de su hermano para prepararle algo de comer (cf. 2 Sam 13,7). Hasta este punto, todo sigue según lo previsto por Jonadab. La siguiente escena se desarrolla en la casa de Amnón. Tan pronto como llega, Tamar encuentra a su hermano acostado en la cama. El encuentro entre los dos está cargado de tensión. Los eventos de 2 Sam 13,8 se desarrollan en dos niveles: por un lado, estamos ante una escena doméstica de la vida cotidiana: Tamar toma la harina, la amasa, hace buñuelos y las cocina; por otro lado, todo esto ocurre ante los ojos de Amnón, llenos de deseo. Hay un fuerte contraste entre la normalidad de las acciones realizadas por una Tamar inconsciente y la mirada concupiscente de Amnón, que tiene la intención de hacer algo a la joven.

Cuando Tamar ofrece a su hermano lo que le ha preparado, Amnón rechaza comer y ordena sorprendentemente que todos se alejen de su presencia (cf. 2 Sam 13,9). Solo quedan en escena Tamar y Amnón, mientras que el lector tiene acceso privilegiado a lo que sucede entre los dos[3]. Quedándose solo, Amnón le da a Tamar una orden: «“Tráeme la comida a la habitación y dame tú misma de comer”. Tamar tomó los buñuelos que había preparado y los llevó a la habitación donde estaba su hermano Amnón» (2 Sam 13,10).

Estas son las primeras palabras que Amnón dirige a la joven. Se expresa a través de una ruda orden. Esta forma de hablar ofrece una luz adicional sobre la naturaleza del amor de Amnón por Tamar, que no tiene nada de romántico o sentimental. Él ordena perentoriamente a la mujer que le lleve la comida a la habitación para que él pueda comer. De esta manera, Amnón logra esa proximidad física, tal como había sido sugerido en el plan de Jonadab (cf. 2 Sam 13,5). Tamar se encuentra sola en presencia de su hermano. Una acción repentina y brusca de Amnón aumenta el nivel de tensión: «Pero cuando se los acercó para que comiera, él la agarró y le dijo: “¡Ven, acuéstate conmigo, hermana mía!”» (2 Sam 13,11).

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A partir de este momento, los eventos van más allá del plan sugerido por Jonadab: Amnón agarra a Tamar, usando la fuerza. La acción violenta del primogénito de David precede al mandato: «Ven, acuéstate conmigo, hermana mía». La pasión que Amnón ha estado guardando dentro de sí mismo, durante mucho tiempo reprimida, ahora emerge con toda su fuerza, incluso violenta. Amnón llama a Tamar «hermana», mientras le pide que se una a él; el hecho de que Tamar sea su pariente cercana no es un obstáculo o una barrera para su deseo. La respuesta de Tamar es dramática: «“¡No, hermano mío, replicó Tamar, no trates de forzarme, porque eso no se hace en Israel! ¡No cometas esa infamia! ¿A dónde iría yo con mi deshonra? En cuanto a ti, ¡quedarías como un infame en Israel! Por favor, habla con el rey, y él no se opondrá a que seas mi esposo”» (2 Sam 13,12-13).

Tamar responde con un «¡no!» agitado y angustiado. Así reafirma su oposición a la solicitud de Amnón y manifiesta su intención de no obedecer lo que su hermano le ordena. Tamar, además, llama a Amnón a la razón. De hecho, al actuar de manera deplorable, corre el riesgo de causar daño no solo a ella, sino también a sí mismo. En primer lugar, Tamar apela a los lazos familiares con un lenguaje fuertemente afectivo. Las últimas palabras de Amnón habían sido «hermana mía»; ahora Tamar responde: «hermano mío», para que Amnón piense en los lazos familiares que debe proteger en lugar de su propio deseo de satisfacción. Tamar es explícita: «¡No trates de forzarme!». Ella comprende claramente que Amnón la desea con brutalidad. De hecho, la violencia ya está ocurriendo a través de la acción de su hermano, que la agarra con fuerza mientras le ordena que se acueste con él (cf. 2 Sam 13,11).

Tamar expone sus razones para detener a Amnón, invitándolo a pasar de la afectividad distorsionada a la esfera de la racionalidad. Las palabras de Tamar están atravesadas por la angustia, pero al mismo tiempo se revelan sabias e inteligentes[4]. Ella explica a Amnón la naturaleza vil y sacrílega de la acción que está a punto de cometer, una acción que no tiene cabida en Israel[5]. El acto que Amnón quiere realizar sería considerado como un verdadero sacrilegio, porque rompería esos tabúes sagrados que mantienen y protegen la estructura de la sociedad. Con perspicacia, Tamar no solo presenta a su hermano las consecuencias para su propia honorabilidad, sino también los efectos perjudiciales que dicha acción podría tener sobre él mismo. No solo traería deshonra sobre sí misma debido a la violencia, sino que también Amnón pondría en peligro su propio futuro frente a todo el pueblo, comprometiendo su posición como heredero al trono. Finalmente, Tamar presenta la última razón por la cual la acción de Amnón no tendría sentido. De hecho, si tan solo hablara con David, el rey estaría de acuerdo en darle a Tamar. Por lo tanto, no es necesario recurrir a la violencia para obtener lo que Amnón desea.

En realidad, la ley prohíbe las relaciones sexuales entre hermano y hermana, pero no sabemos si esta legislación se aplicaba en tiempos de David[6]. Probablemente, Tamar quiere ofrecer una salida a su hermano, una última posibilidad, quizás irrealista, para evitar la tragedia y que Amnón retroceda. Ella intenta desesperadamente ganar tiempo, incluyendo a un tercero en la conversación, el rey David. Tamar se expresa de manera articulada y elaborada, tratando de persuadir a su hermano. Pero a la complejidad de las palabras y los razonamientos de Tamar responde la violencia bruta y sin palabras de Amnón. En un versículo se presenta toda la bestialidad y la prepotencia de Amnón: «Pero Amnón no quiso escucharla, sino que la tomó por la fuerza y se acostó con ella» (2 Sam 13,14).

Las palabras de Tamar caen en oídos sordos, no tienen efecto, al igual que las palabras que Dios había dirigido a Caín antes del fratricidio. Amnón es más fuerte que la joven mujer y la violenta. La destacada desigualdad de fuerzas entre los dos indica cómo Tamar sigue oponiéndose con fuerza a la violencia, luchando hasta sucumbir. Amnón, por otro lado, está retratado a través de un progresivo deslizamiento hacia el mal; su amor se muestra cada vez más enfermo. Sus planes y sus intenciones apuntan hacia la maldad. Al final de la escena, ya no articula palabra, no escucha la angustia de Tamar, sino que solo es capaz de emplear la fuerza bruta y salvaje contra ella.

Del odio de Amnón al odio de Absalón

Con la narración de la violencia, la historia parece haber alcanzado su punto culminante, pero un giro inesperado introduce una nueva complicación, que hace que la trama se ponga en movimiento nuevamente, tomando una dirección aún más negativa si es posible: «En seguida, Amnón sintió hacia ella un odio terrible, más fuerte aún que el amor con que la había amado. Entonces le dijo: “¡Levántate y vete!”. Ella le respondió: “No, hermano; echarme ahora sería una maldad peor que la otra que has hecho conmigo”. Pero él no quiso hacerle caso» (2 Sam 13, 15-16).

Amnón ahora odia a Tamar. El narrador destaca un cambio considerable en las disposiciones internas de Amnón. Si su amor por Tamar llevó a tanta lujuria y violencia, ¿a dónde llevará ahora esta desmedida cantidad de odio que está en el corazón del hijo de David? ¿Cómo explicar este cambio emocional e interno? Probablemente, después de satisfacer sus propios apetitos sexuales, Amnón no solo pierde interés en la joven, sino que la odia por la resistencia que ella le ha mostrado y por su firme negativa a ceder a sus deseos, haciendo que la experiencia sexual sea dura y menos placentera de lo que él imaginaba[7]. Otra explicación vincula el surgimiento del odio con la presencia misma de Tamar, que se convierte para Amnón en el vivo reproche de la infamia que él ha cometido. El odio de Amnón, desde un punto de vista psicológico, también puede ser expresión de una profunda ambivalencia, presente desde el principio en un personaje como el primogénito de David, interiormente agitado e inquieto. Amnón amaba a su hermanastra, pero este amor lo llevó a afligirse y enfermarse, alimentando no deseos románticos y sentimentales, sino la intención de hacer algo a la chica. Ahora, Amnón llega a odiar de manera intensa, más fuerte que un amor ya problemático y reprobable. Después de la violencia, el primogénito de David no siente remordimientos por lo que ha hecho, sino que comienza a odiar a Tamar. Este cambio en los afectos hace que surja aún más una interioridad no solo concupiscente, sino también enferma, llena de fuertes altibajos emocionales y afectivos.

Desde un punto de vista narrativo, el contraste entre el amor y el odio es notable y se expresa también a través del discurso directo. Es la tercera vez que Amnón se dirige a Tamar, y lo hace nuevamente mediante imperativos, sin mediaciones. Mientras que anteriormente le había dicho: «Ven, acuéstate conmigo», ahora le dice: «Levántate y vete». Aquel que poco antes había invitado a la joven a acercarse ahora la despide; aquel que le había ordenado a Tamar que se acostara con él ahora le ordena que se levante. Los imperativos de Amnón manifiestan sadismo y crueldad[8]. El efecto es subrayar el contraste entre el amor y el odio, que, sin embargo, se expresa dentro de la misma personalidad violenta y perturbada desde el principio de la historia.

Tamar responde a Amnón con una exclamación: «¡No!» (2 Sam 13,16), tratando una vez más de hacer entrar en razón a su hermano. Porque si Amnón la persigue, sobrevendrá para Tamar un mal aún mayor que el que sufrió por el abuso sexual (cf. 2 Sam 13,16). En efecto, sin estatus legal en Israel, corre el peligro de convertirse en una paria, ya no virgen, ni casada con un hombre, ni casadera. Aunque su hermano no escucha las razones de Tamar, ella no se da por vencida y no obedece la orden de Amnón, que vuelve a utilizar la fuerza por medio de un intermediario: «llamó al joven que lo servía y ordenó: “¡Échenme a esta a la calle, y atranca la puerta detrás de ella!”. Tamar llevaba una túnica de mangas largas, porque así vestían entonces las hijas del rey, cuando eran vírgenes. El sirviente la sacó afuera y atrancó la puerta detrás de ella» (2 Sam 13, 17-18).

Amnón llama a un joven criado y se dirige a él cortésmente. Ni siquiera con la hija del rey David se había dirigido de manera tan cortés. Este contraste subraya cómo Tamar vale menos para Amnón que una sirvienta. Así se confirma cómo la muchacha a los ojos del hijo mayor de David no era más que un mero objeto a través del cual satisfacer su propia lujuria sexual. En las palabras de Amnón, no se refiere a Tamar por su nombre propio. La que antes de la violencia era llamada «hermana mía» (2 Sam 13.11) es ahora simplemente «esta». Las palabras de Amnón expresan todo el desprecio y el odio acumulados y constituyen una humillación más para Tamar. Además, es un criado quien expulsa a la hija de David, echando el cerrojo a las puertas para que no pueda volver a entrar (cf. 2 Sam 13,18). En el v. 18, se percibe el contraste entre la hija virgen del rey, como llama el narrador a Tamar, que lleva una túnica de mangas largas, signo de su estatus, y la condición de joven sirviente de quien la expulsa[9]. Una vez más, Tamar es objeto de una violencia cruel y humillante. La transformación del amor en odio y el posterior acto de violencia hacen más oscuro y malvado el carácter de Amnón, incapaz de escuchar y hablar con sentido. Ella expresa su sufrimiento con los signos del luto, poniéndose ceniza en la cabeza, rasgándose la túnica, llevándose la mano a la cabeza y gritando (cf. 2 Sam 13,19).

En este punto, Absalón aparece de nuevo en la historia, dirigiéndose a su angustiada y desesperada hermana, tratando en vano de consolarla: «Su hermano Absalón le dijo: “¿Fue tu hermano Amnón el que estuvo contigo? Ahora, hermana, no hables más de esto. Él es tu hermano, no tomes la cosa tan a pecho”. Y Tamar se quedó desolada en casa de su hermano Absalón» (2 Sam 13,20).

Absalón demuestra que comprende lo que le ha ocurrido a su hermana y no se expresa abiertamente, sino con palabras escogidas y medidas. No habla a Tamar de violencia sexual, sino que utiliza un delicado eufemismo. Además, recuerda a su hermana que Amnón es su hermano, le pide que calle y que no ponga el corazón en ello, como si quisiera minimizar la gravedad de lo ocurrido[10]. El lenguaje utilizado por Absalón es muy afectivo; probablemente de esta forma quiere tranquilizar y calmar a Tamar. Dos veces aparece la palabra «tu hermano» para referirse a Amnón, y una vez llama a la joven «hermana». Si las palabras de Absalón pretenden ser reconfortantes, tienen poco efecto en su hermana. De hecho, Tamar se queda en casa de su hermano desolada por lo ocurrido, pero también descorazonada por un futuro que parece irremediablemente dañado.

Por el momento, el lector sigue sin saber qué se esconde tras las palabras aparentemente serenas de Absalón. ¿Es realmente por el bien de la unidad familiar por lo que quiere pasar por alto esta humillación infligida a su hermana? ¿Quizás detrás de un discurso que puede parecer de fachada ya está meditando una venganza que se servirá fría? El desarrollo de la historia muestra las verdaderas disposiciones interiores del tercer hijo de David: «Cuando el rey David se enteró de lo sucedido, se indignó profundamente[11]. Absalón, por su parte, no le dirigió más la palabra a Amnón, debido al rencor que le tenía por haber violado a su hermana Tamar» (2 Sam 13, 21-22).

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Al final de la narración, el rey David, que había facilitado involuntariamente el encuentro entre Amnón y Tamar, vuelve a tomar el relevo. David se ha enterado de lo sucedido: está enfadado por ello, pero guarda silencio, y el narrador no habla de ninguna reprimenda o castigo del rey contra su hijo. David se abstiene de intervenir en el asunto, y esta decisión suya tendrá graves consecuencias en la continuación de la historia.

Absalón no habla, no se dirige a Amnón, no le dice nada. El silencio de Absalón es elocuente y puede entenderse como una hostilidad latente que espera el momento oportuno para vengarse. El narrador no menciona a Amnón como hermano de Absalón, para subrayar una ruptura irremediable, que pasa por la incomunicación entre ambos[12]. En este punto, se revela al lector lo que Absalón siente: odia a Amnón. El odio, que acaba de nacer en el corazón de Amnón, se ha extendido y ha contagiado a Absalón, llevándole a odiar a su hermano. El narrador señala y explica las razones de este odio: «por haber violado a su hermana Tamar». En estas palabras podemos discernir el persistente pensamiento que ahora invade la mente de Absalón, que no descansará hasta vengar a su hermana. Por el momento, toda la afectividad permanece comprimida en David, como en Absalón, hasta el día en que la tensión estallará dramática e irremediablemente. Será este odio, largamente rumiado en su interior, el que moverá las acciones de Absalón en lo que sigue de esta historia[13].

Así, las palabras sabias y consoladoras que Absalón dirige a Tamar son un velo tras el que crecen el odio y el deseo de venganza, que maduran bajo la apariencia de un discurso que parece comprensivo con Amnón y consolador con Tamar. Absalón, por tanto, es un personaje que se mueve por dos vías: una manifiesta y otra oculta. Si el odio de Amnón había conducido a una mayor violencia hacia Tamar, ¿a dónde conducirá ahora el odio de Absalón? La aversión del tercer hijo de David por Amnón ya no se mencionará, sino que operará bajo la superficie como motor de la acción. Porque Absalón no actuará impulsivamente, sino a través de una venganza meditada y bien planeada en el tiempo; no descansará hasta haber obtenido justicia.

Dos años después de estos hechos, la represalia de Absalón se lleva a cabo en una acción estratégicamente preparada, con cuidado y paciencia, y se ejecutará invitando a su odiado hermano a un banquete (cf. 2 Sam 13,23-29). La orden que Absalón da a sus siervos muestra retóricamente la capacidad persuasiva del príncipe: «¡Fíjense bien! Cuando Amnón se haya puesto alegre con el vino y yo les diga: “Hieran a Amnón”, ustedes lo matarán. No tengan miedo, porque soy yo el que lo ordeno. ¡Tengan ánimo y sean valientes!”» (2 Sam 13,28).

Absalón aún podría haber exigido justicia a su padre, que anteriormente no había castigado a Amnón, pero decide vengarse con sus propias manos. La acción de Absalón puede entenderse como una venganza para restablecer la justicia para su hermana deshonrada, pero al mismo tiempo es también un acto que usurpa el papel de juez del rey. Este asesinato provoca su huida (cf. 2 Sam 13,37) y el largo exilio de tres años en Guesur, antes de que David se apacigüe (cf. 2 Sam 13,38-39) y Absalón se reincorpore a Jerusalén, para luego iniciar otra rebelión contra el rey.

* * *

Al final de la historia, puede surgir una pregunta en el lector: ¿dónde está Dios en todo esto? Ciertamente no está en el amor enfermizo de Amnón, ni en la fría venganza de Absalón, sino en la víctima, en Tamar, imagen del cordero inocente aniquilado por el mal, que soporta el peso de la irracionalidad de la violencia humana. Y, sin embargo, esta dolorosa historia revela la fuerza y el valor de la joven, que destacan por el contraste con la mezquindad y la debilidad de Amnón.

Si bien es cierto que el narrador no ofrece ningún juicio sobre la historia, ni se pronuncia una clara condena divina por medio de un profeta[14], se deja espacio para que el lector elabore su propia evaluación de todo el drama. Precisamente por eso, Dios también está presente en la conciencia del lector, que está llamado a formular su propio juicio sobre la historia que se le ha contado, ejercitando su discernimiento para distinguir entre lo justo y lo injusto, el inocente y el culpable, el bien y el mal, eligiendo lo primero y rechazando lo segundo, para aprender a vivir según esa justicia que enseña la Torá.

  1. J.-P. Sonnet, L’alleanza della lettura. Questioni di poetica narrativa nella Bibbia ebraica, Roma, Gregorian & Biblical Press – San Paolo, 2011, 152.
  2. En los cantos de amor egipcios aparece el motivo de la enferma de amor en ausencia del amado. En el Cantar de los Cantares, es la mujer la que se define como «enferma de amor» (Cantar 5,8) ante las hijas de Jerusalén (cf. T. W. Cartledge, 1 & 2 Samuel, Macon, Smyth & Helwys, 2001, 535). En 2 Sam 13, sin embargo, la enfermedad del amor conducirá a desenlaces fatales.
  3. Cf. Ch. Conroy, Absalom Absalom!: Narrative and Language in 2 Sam 13-20, Roma, Pontificio Istituto Biblico, 2006, 22.
  4. Cf. W. Brueggemann, I e II Samuele, Turín, Claudiana, 2005, 298. El contraste entre la sabiduría de Tamar y la necedad de Amnón resulta ser un elemento importante en la caracterización del primogénito de David, que se manifiesta cada vez más en su insensatez y bestialidad.
  5. Tamar probablemente alude a la ley, cuando habla de la infamia de la violencia (cf. Dt 22,28-29; 27,22).
  6. Cf. R. Alter, The David Story. A Translation with Commentary of 1 and 2 Samuel, New York, W.W. Norton & Company, 1999, 268. Sobre la cuestión del incesto y de los matrimonios entre hermanastros, véase P. K. McCarter, II Samuel, New York, Doubleday, 1984, 323 s.
  7. Es la opinión de R. Alter, The David Story…, cit., 269.
  8. Después de violar a su hermanastra, Amnón sigue afligiendo a la joven con una crueldad que supera su lujuria original: cf. C. E. Morrison, Berit Olam: 2 Samuel, Collegeville, Liturgical Press, 2013, 173.
  9. Tamar es humillada tanto por Amnón como por el siervo; la princesa es tratada como una simple prostituta: cf. Sh. Bar-Efrat, Narrative Art in the Bible, Londres, A&C Black, 2004, 270.
  10. Bar-Efrat considera que las palabras de Absalón intentan camuflar sus verdaderas intenciones: cf. ibid., 272.
  11. La versión griega de la LXX agrega: «pero no quiso perjudicar a su hijo Amnón, porque lo amaba, y porque era su primogénito».
  12. Como en la historia de Caín y Abel (cf. Gen 4).
  13. De hecho, Absalón usurpará el papel de juez de su padre y vengará él mismo el honor de su hermana, anunciando así su futura rebelión (cf. C. E. Morrison, 2 Samuel, cit., 176).
  14. Como sucede, por ejemplo, en el caso del pecado de David (cf. 2 Sam 12,7-12).
Vincenzo Anselmo
Es jesuita desde 2004 y presbítero desde 2014. Licenciado en Psicología por la Universidad “La Sapienza” de Roma y doctor en Teología Bíblica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, actualmente enseña Hebreo y Antiguo Testamento en Nápoles en el departamento San Luigi de la Pontificia Facultad Teológica de Italia Meridionale.

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