Vida de la Iglesia

Iglesia sinodal y eclesiología de Mateo

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El espíritu del proceso sinodal

El Sínodo sobre la Sinodalidad, es decir, el proceso trienal de oración, escucha y diálogo que el Papa Francisco inició en octubre de 2021 con el fin de trazar un rumbo para nuestra era posmoderna, registró un hito significativo con la 26a Asamblea del Sínodo de los Obispos en Roma (4-29 de octubre de 2023). Para el Papa Francisco, «precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio»[1]. Este procede en el espíritu del «aggiornamento» de la Iglesia que emprendió el Concilio Vaticano II (Ecclesia semper reformanda), con la renovada centralidad eclesiológica de la Iglesia como pueblo de Dios: un pueblo que camina en comunión, con sentido de corresponsabilidad y renovada participación en la misión. Un objetivo de esta envergadura requiere que examinemos qué sentido tiene en el siglo XXI pertenecer a esta comunidad llamada «Iglesia». ¿Hay sitio en ella para todos? ¿Es realmente la Iglesia esa «gallina» que reúne a sus «polluelos» bajo sus alas (cf. Mt 23,37), a pesar de las diferencias que existen entre ellos?

Ecos del Sínodo de octubre de 2023

Durante los dos últimos años, la preparación del Sínodo sobre la Sinodalidad ha suscitado mucha atención dentro y fuera de la Iglesia católica. A pesar de los sentimientos encontrados y la falta de entusiasmo en algunos sectores, la mayoría de los que participaron en la Asamblea de octubre de 2023 vivieron una experiencia reconfortante, lo que demuestra que el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo, como siempre ha subrayado el Papa Francisco.

Aunque no todo salió a la perfección, casi todos los presentes afirmaron que les fue posible expresar lo que tenían en el corazón con espíritu sinodal, incluso hablando con aquellos con los que no estaban de acuerdo y escuchándoles. Podría decirse que algunos participantes, que entraron en el aula sinodal como «sinodistas escépticos», salieron como «sinodistas optimistas». Tuvieron la experiencia de sentarse a la misma mesa y conversar con otros hombres y mujeres que deseaban y buscaban lo que Dios quiere para la Iglesia en la época actual, atravesada por tantas cuestiones críticas.

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En este artículo queremos señalar no sólo que tal modo de proceder está consagrado en los documentos del Vaticano II, como Lumen gentium y Gaudium et spes, sino que esta praxis eclesiológica de inclusividad y diversidad está profundamente enraizada en el Evangelio de Mateo. Y tal afirmación debe convertirse también en un propósito, si es verdad que la Escritura es «el alma de la teología sagrada», como declara Dei Verbum (n. 24). Pretendemos, pues, mostrar que la praxis sinodal no es un invento reciente, como algunos ambientes eclesiales quieren hacer creer a la opinión pública. Al contrario, el Sínodo es una forma de ser Iglesia que se remonta a sus orígenes (cf. Concilio de Jerusalén, Hch 15). Puesto que el tema de la eclesiología puede considerarse una «preocupación central del Evangelio de Mateo»[2], ¿cómo puede ayudarnos la eclesiología de Mateo a arrojar luz sobre el debate actual en torno a la sinodalidad?

La praxis eclesiológica de Matías y el proceso sinodal

Según el biblista Paul Foster, aunque la comunidad mateana se originó dentro del judaísmo, es evidente que «en el momento de la composición del Evangelio, la comunidad estaba más allá de los límites de su locus operandi original»[3]. En otras palabras, tras la destrucción del Templo en el año 70 d.C., cuando se escribió el Evangelio de Mateo, «se había producido una gran ruptura entre las comunidades mateanas y las sinagogas de las que procedía el núcleo original de creyentes en Jesús que rodeaban al evangelista»[4]. Mateo era un judío cristiano que hablaba griego y escribía para una comunidad que contaba entre sus miembros con un número cada vez mayor de gentiles. El evangelista quería subrayar «tanto la continuidad entre la religión del Antiguo Testamento y la comunidad de Jesús el Mesías, como la discontinuidad entre esta misma comunidad y la vida perdurable de Israel, que en su conjunto no reconocía a Jesús como su Mesías»[5]. Esta progresiva entrada de gentiles en la comunidad mateana habrá provocado, sin duda, tanto conflictos internos como enfrentamientos con los miembros de las sinagogas vecinas (cf. Mt 23). La incorporación de los no judíos generó cierta resistencia por parte de los judíos conversos, de modo que en aquella comunidad la cuestión de la pertenencia se convirtió en fuente de preocupación pastoral. Pero Mateo, llegado el momento de abordar este desacuerdo en su comunidad, demuestra una gran sabiduría pastoral, que brilla en algunos de los textos de su Evangelio.

El pasaje que mejor responde al tema actual de la sinodalidad es el desconcertante en el que se afirma que el trigo y la cizaña deben crecer juntos, porque capta y muestra claramente el espíritu de inclusión y diversidad que existe en la Iglesia. El dueño del campo prohíbe a sus siervos arrancar la cizaña del trigo: «No – les dijo el dueño – porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero» (Mt 13, 29-30).

Este texto nos da una idea de la situación en la que se encuentra la comunidad de Mateo, formada por personas de diversos orígenes. Representa lo que los estudiosos han llamado un «corpus mixtum», una comunidad en la que coexisten pecadores y justos[6]. De ahí que los miembros de la Iglesia deban aprender a vivir sin establecer fronteras categóricas entre justos e injustos. Hacerlo es prerrogativa de Dios en el Juicio Final, cuando se separará la cizaña del trigo. El principio de «dejar que crezcan juntos» debería, por tanto, impregnar toda actividad pastoral de un tono sinodal.

Podría argumentarse que la parábola del trigo y la cizaña se refiere al mundo (cf. Mt 13,38), más que a la Iglesia como institución. Y, sin embargo, si las parábolas de Mateo 13 se refieren al reino de Dios, entonces la comunidad de seguidores de Cristo es una expresión del reino de los cielos en el mundo. En otras palabras, la Iglesia, como institución de los discípulos de Jesús en el mundo, es un medio a través del cual el reino de Dios actúa en la tierra. La esencia de la parábola, por tanto, «es que esa división sólo pertenece al juicio final y no debe anticiparse mediante una selección prematura»[7]. La Iglesia debería hacerse eco de tal visión, ya que tiene la misión de ofrecerse como hogar para todos, pecadores y no pecadores por igual. Este tipo de divisiones deben dejarse a Dios, el Juez final, y, según Mateo, este momento sólo llegará al final del mundo, en la parusía, cuando Jesús venga al final de los tiempos (cf. Mt 25).

La orden dada por el dueño del campo – «Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha» – en un proceso sinodal se traduce en un imperativo pastoral. Esta actitud bíblica puede resultar difícil para los «escépticos sinodales», que exhiben su rectitud como una bandera. Según ellos, su integridad debería ser el criterio para excluir de la Iglesia a quienes consideran pecadores.

Pero del Evangelio de Mateo también se puede extraer la afirmación de que considerarse justo no garantiza la salvación («No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo», Mt 7,21). «En última instancia, sólo Dios sabe quiénes forman parte de su verdadero pueblo, y no parece que nos corresponda a nosotros dudar de Él»[8]. El juicio final de Mt 25,31-46 es un ejemplo elocuente de ello. Ciertamente, es por esta razón que el Papa Francisco declaró: «¿Quién soy yo para juzgar?», una afirmación que suscitó asombro y admiración. Por eso, «aparentemente, hasta que el pastor no reúna a su rebaño, nadie podrá decir cuáles son las ovejas y cuáles las cabras. Hasta entonces, el rebaño pastará junto»[9]. Además, en el episodio en que los justos rechazan la invitación del rey, éste decide reunir «a los malos y a los buenos»[10]. Así se comprende que el Papa presentara la Iglesia al millón y medio de jóvenes que acudieron a Portugal durante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) como un lugar para todos. He aquí sus palabras: «Y esa es la Iglesia, la Madre de todos. Hay lugar para todos». Y para subrayar este carácter inclusivo de la misión de la Iglesia, Francisco exclamó: «¡Todos, todos, todos!»[11].

La Iglesia como comunidad de «pequeños» (Mt 18,10)

El evangelista Mateo subraya que Dios Padre, que está en los cielos, no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños (cf. Mt 18,14). ¿Significa esto que cada uno puede comportarse como quiera en la comunidad o en la Iglesia? En absoluto. En Mt 18,14-17 se dice claramente que si un miembro de la Iglesia se equivoca, debe ser corregido. Así debe ser, porque la Iglesia, como comunidad, está formada por «pequeños», que son «todos igualmente vulnerables», y, al mismo tiempo, «mutuamente responsables del apoyo espiritual y la corrección»[12]. En esta comunidad de «pequeños», cada uno es responsable del bienestar espiritual de todos los demás miembros. Esta es la ecclesia en la que todos deberían encontrar un hogar y sentirse como en casa. Es un lugar donde los que se reconocen pecadores caminan juntos invocando la misericordia de Dios. Por otra parte, hay que señalar que los miembros de la comunidad mateana que rechazan categóricamente la corrección se autoexcluyen. Pero el juicio final corresponde sólo a Dios.

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Por tanto, en la voluntad de cultivar juntos el trigo y la cizaña debe basarse toda práctica eclesiástica en el complejo mundo actual. Es un error, en consecuencia, concebir la Iglesia como la comunidad de los justos. Es una Iglesia de pecadores, por los que Jesús murió en la cruz (cf. Mt 26,28). No es la Iglesia de una casta clerical que reclama la salvación. Por eso, la comunidad de Mateo se considera emblemática del pueblo de Dios, formado tanto por judíos como por gentiles, y que Jesús vino a salvar. Según Carl R. Holladay, «este nuevo pueblo se compone de judíos que aún conservan su identidad judía y de gentiles que se consideran descendientes del mismo árbol genealógico: gentiles cuyas esperanzas de formar parte del pueblo de Dios habían estado arraigadas en las Escrituras durante siglos»[13]. Esta visión se hace eco de un pasaje de Isaías en el que Dios asegura a toda criatura viviente de la Tierra la salvación universal, inclusiva y total: «A los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, a todos los que observen el sábado sin profanarlo y se mantengan firmes en mi alianza, yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos. Oráculo del Señor, que reúne a los desterrados de Israel: Todavía reuniré a otros junto a él, además de los que ya se han reunido» (Is 56,6-8).

«Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha» (Mt 13,30a)

En este modelo eclesial mateano, el trigo y la cizaña crecen juntos hasta el final. El único momento en que se hace la división entre los perdidos y los salvados es en el juicio final (Mt 13,40-42). Por lo tanto, hasta entonces todos deben encontrar un lugar en la Iglesia. En este modelo de Iglesia hay sitio para todos. Y este es el espíritu del proceso sinodal en curso, una práctica de la Iglesia en la que todos pueden rezar juntos, caminar juntos y escucharse unos a otros, debatir juntos los desafíos a los que se enfrenta la Iglesia y comprometerse juntos a sostenerlos como pueblo de Dios, sin segregación ni menosprecio, dejando todo juicio sólo a Dios.

Para concluir, unas palabras de Richard France pueden expresar mejor esta reflexión: «Será una comunidad eclesial con mentalidad matemática que reconocerá que hay dos destinos espirituales, la vida y la muerte, pero no pretenderá declarar de antemano en cuál acabará cada uno de sus miembros. Por tanto, preferirá pecar de inclusiva, sabiendo que “el que no está conmigo está contra mí”»[14].

En este espíritu de inclusión y diversidad, la Iglesia mateana prefiere, pues, dejar que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta la cosecha (cf. Mt 13,30a), porque en el juicio final puede haber sorpresas (cf. Mt 25,44-46).

  1. Francisco, Discurso en la conmemoración del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015.

  2. R. France, «A pure church? Ecclesiological reflections from the Gospel of Matthew», en Rural Theology 4 (2006/1) 4.

  3. P. Foster, Community, Law and Mission in Matthew’s Gospel, Tübingen, Mohr Siebeck, 2004, 20.

  4. Ibid.

  5. Ibid.

  6. Cf. P. Luomanen, «Corpus Mixtum – An Appropriate Description of Matthew’s Community?», en Journal of Biblical Literature 117 (1998/3) 469-480. El investigador no considera que la expresión «corpus mixtum» constituya una categoría útil para definir a la comunidad de Mateo.

  7. R. France, «A pure church?…», cit., 5.

  8. Ibid., 6.

  9. Ibid.

  10. «Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados» (Mt 22,10).

  11. Francisco, «Discurso en la ceremonia de acogida», Lisboa, 3 de agosto de 2023. Cf. A. Spadaro, «“Acá hay una buena movida de agua”. Conversación de Francisco con los jesuitas en Portugal», en La Civiltà Cattolica, 28 de agosto de 2023, https://www.laciviltacattolica.es/2023/08/28/aca-hay-una-buena-movida-de-agua/; N. De Lemos Tovar, «“Tutti! Tutti! Tutti!”. Accoglienza o relativismo nella Chiesa cattolica?», en Civ. Catt. 2023 IV 276-289.

  12. R. France, «A pure church?…», cit., 8.

  13. C. R. Holladay, A Critical Introduction to the New Testament. Interpreting the Message and Meaning of Jesus Christ, Nashville, Abingdon Press, 2005, 149.

  14. R. France, «A pure church?…», cit., 9.

Mathew Bomki
Sacerdote jesuita, actualmente es estudiante de doctorado en Estudios bíblicos de la Universidad de Edimburgo.

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