Vida de la Iglesia

¿Quiénes son los agustinos?

A propósito de la elección del Papa León XIV

Historias agustinianas de Ottaviano Nelli, Iglesia de San Agustín, Gubbio.

La elección del cardenal Robert Francis Prevost como Romano Pontífice, con el nombre de León XIV, representa una novedad en la historia de la Iglesia: es el primer papa perteneciente a la Orden de San Agustín. Después de Francisco, el primer pontífice jesuita, sube por primera vez al solio de Pedro un agustino. En el discurso pronunciado la noche de su elección, se presentó con estas palabras: «Soy hijo de san Agustín, agustino».

Hay otras sorpresas. León XIV es el primer pontífice nacido en los Estados Unidos y también el primer papa licenciado en matemáticas; ha desarrollado gran parte de su ministerio apostólico en el Perú, por lo que es también un papa de América Latina. En 2002 fue elegido Prior general de la Orden, cargo que lo llevó a visitar a los numerosos agustinos repartidos por los cinco continentes. El papa Francisco, en 2014, lo nombró Administrador apostólico de Chiclayo, en el Perú, y posteriormente obispo de esa misma diócesis; en 2023 lo llamó a Roma como Prefecto del Dicasterio para los Obispos.

La formación religiosa de León XIV está, por tanto, marcada por una profunda familiaridad con la espiritualidad agustiniana, abrazada desde su juventud. Su pastoral, inspirada en la Regla de san Agustín[1], pone el acento en la unidad en la caridad y en la búsqueda de la verdad, valores que han modelado su espíritu hacia una misión universal en la Iglesia.

La elección ha vuelto la atención hacia la Orden de San Agustín. Esta forma parte de las Órdenes mendicantes, surgidas entre los siglos XII y XIII, que adoptaron la Regla agustiniana. Dicha regla implica la «renuncia a formar una familia para dedicarse a una vida activa en el monasterio, que fuera al mismo tiempo modelo y servicio de vida cristiana en la Iglesia. Con la salvación del alma propia, mediante una vida común vivida en pobreza y amistad espiritual, se procuraba también la evangelización de manera concreta y orgánica, ofreciendo a los obispos locales el servicio del officium praedicationis»[2]. Estas son las características de los dominicos (Ordo Praedicatorum), de la escuela franciscana de san Buenaventura, de los Siervos de María, de otros más, y principalmente de los agustinos.

La Orden de San Agustín

Los agustinos surgieron jurídicamente de la llamada «Pequeña Unión» de 1244, cuando Inocencio IV fusionó varios grupos de ermitaños de la Tuscia que se inspiraban en la Regla agustiniana, formando así una nueva Orden mendicante. La unión fue ratificada por Alejandro IV en 1256 —la llamada «Gran Unión»—, y sus miembros tomaron el nombre de Ermitaños de San Agustín[3]. Desde sus orígenes, la Orden reconoce a san Agustín como padre y maestro, pues adoptó su Regla, su nombre y su espiritualidad, y desde hace casi ocho siglos está al servicio de la Iglesia. Pero el modo en que los agustinos se han referido a su padre —su «fundador»— y el amor con que han asimilado su espiritualidad han creado un vínculo particular que los distingue de las demás Órdenes mendicantes:

«El recurso a san Agustín, cada vez más vivo y profundo, hizo de esta Orden […] la única y verdadera heredera del ideal religioso del obispo de Hipona. La doctrina agustiniana sobre la vida religiosa, unida a las características propias del movimiento mendicante, formó la espiritualidad de la Orden sobre cuatro puntos fundamentales: comunidad, interioridad, pobreza y eclesialidad, realizando una síntesis entre lo nuevo y lo antiguo. Lo “nuevo” proviene de haber sido fundada en un tiempo tan importante para la vida de la Iglesia, como lo fue el rico y sugestivo siglo XIII; lo “antiguo” proviene, en cambio, de su forma de vida, que es un claro reflejo de san Agustín, hombre religioso de la Iglesia, quien, con pleno derecho, puede y debe ser llamado Padre de la Orden agustiniana»[4]. En 1401, Bonifacio IX concedió a los Ermitaños la posibilidad de fundar comunidades femeninas de agustinas que siguieran la misma Regla[5].

Hacia mediados del siglo XIV, a la Orden se le confió el cargo de Sacristán del Palacio Apostólico, con la tarea de custodiar y conservar los ornamentos, los vasos sagrados y las reliquias del Sagrario. Más tarde, a fines del siglo XVI, Clemente VIII confirió al Sacristán la dignidad episcopal. En el siglo pasado, de 1968 a 1991, también se le atribuyó la función de Vicario General del Papa para la Ciudad del Vaticano. Aún hoy los agustinos tienen a su cargo la Sacristía Pontificia y la iglesia de Santa Ana en el Vaticano.

La Orden ha contado desde sus orígenes con varios santos. El primero fue san Nicolás de Tolentino (1245-1305), canonizado en 1446; le siguen santa Rita de Casia (1381-1447), la santa del perdón y de los casos imposibles; san Juan Stone, mártir inglés (†1539); san Tomás de Villanueva (1486-1555), consejero del emperador Carlos V y arzobispo de Valencia; san Alonso de Orozco (1500-1591), escritor y místico; y otros más, hasta el beato Esteban Bellesini (1774-1840), el primer párroco elevado a los altares en 1904 por san Pío X. En la historia de la Orden se cuentan también numerosos mártires.

La historia de los agustinos

La historia de los agustinos puede dividirse en cuatro períodos principales: el primero, desde la fundación hasta las Constituciones de Ratisbona de 1290, que se prolonga hasta 1356; el segundo, hasta las Constituciones de Seripando de 1551; el tercero, desde el Concilio de Trento hasta fines del siglo XVIII; y, finalmente, los siglos más recientes.

El primer período se caracteriza por el ideal que las Constituciones de Ratisbona establecen como fundamento de la vida religiosa: el estudio de la Sagrada Escritura y la enseñanza espiritual de san Agustín. Estos son «considerados como aquel bien (la cultura) que impide a quien tiene responsabilidades convertirla en tiranía»[6]. Así presentaba Egidio Romano, discípulo de santo Tomás en París, el valor del compromiso intelectual para quien quisiera seguir la Regla. Lo desarrolló con tal vigor que alcanzó un puesto de gran prestigio en la Universidad, hasta el punto de transformar la casa donde estudiaban los jóvenes agustinos en París en un Studium generale de la Orden, que fue asociado a la Sorbona y sobrevivió hasta la Revolución francesa.

Egidio Romano tuvo el gran mérito de recoger la herencia del Aquinate, quien fue el protagonista del paso cultural del platonismo al aristotelismo, y en ese momento de cambio epocal tuvo el honor de sucederlo en la cátedra de la Sorbona. También fue nombrado obispo de Brujas por Bonifacio VIII y supo encarnar en su vida el ideal del obispo agustiniano querido por el doctor de Hipona[7].

Las Constituciones de Ratisbona preveían, entre los deberes del Prior general, una atención particular a los estudios: «Dedíquese atentamente a los estudios, en los cuales reside el fundamento de la Orden, para que tengan en toda ella su continuidad vigilante»[8]. Cabe recordar aquí el antiguo convento de Santo Spirito en Florencia, donde el teólogo Luigi Marsili (1348-1394), amigo de Petrarca, Salutati y Boccaccio, llevó la fundación a la vanguardia de la Orden y la insertó en el entramado político y cultural del Humanismo florentino[9]. Más tarde fue huésped del convento el joven Miguel Ángel, quien, en señal de gratitud, dejó como regalo a los frailes un precioso crucifijo de madera que todavía hoy puede admirarse allí.

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Entre los escritos de los agustinos de la época debe recordarse una obra pionera, el Milleloquium veritatis Augustini, iniciada por Agustín de Ancona, completada por Bartolomeo de Urbino (†1350) y ofrecida al papa Clemente VI en 1343-1344: una monumental concordancia de 15.000 pasajes tomados de las obras de san Agustín, sintetizados en unas 1.000 entradas ordenadas alfabéticamente (por ejemplo: abstinentia, ecclesia, fides, haeresis, lex, etc.), que ilustran el pensamiento del obispo de Hipona[10].

A fines del siglo XV, los agustinos contaban con 27 provincias y 10 Congregaciones de Observantes[11]: los conventos se extendían desde Hungría y Polonia hasta Portugal, y desde Chipre, Rodas y Corfú hasta Irlanda. En la Orden tuvieron gran desarrollo el Studium generale provinciae, los Studia generalia Ordinis interprovinciales —como los de Bolonia y Padua— y el Studium curiae, que dependía de la casa generalicia. Les siguieron los de Florencia, Cambridge y Oxford, además de una serie de Studia nacionales en varios países[12].

El segundo período: la Reforma protestante y las Constituciones de Seripando

A comienzos del siglo XVI, un Capítulo general denunció cierto relajamiento dentro de la Orden, debido sobre todo a la peste negra que en el siglo anterior había diezmado a unos 5.000 frailes, con consecuencias también para los estudios y la vida monástica. Por ello, se insistió en exigir a los candidatos al sacerdocio buenas costumbres, competencia en latín y nociones básicas de griego, con el fin de interpretar el Nuevo Testamento en su texto original. Esta disposición se remonta casi con toda certeza a Egidio de Viterbo, sensible al nuevo espíritu del Humanismo y del Renacimiento.

La herencia de san Agustín suscitó un notable interés por las obras del Padre y Maestro, como lo demuestra la publicación en 1506, en Basilea, de todas sus obras a cargo del impresor Johann Amerbach[13]. Todavía no existía el nombre apropiado —Opera omnia— para aquella edición en 11 volúmenes en folio, señal de cuán buscados y apreciados eran los escritos del Santo. Si la primera gran obra impresa fue la Biblia de Gutenberg, la segunda obra monumental fue precisamente la que reunía todos los escritos del Doctor de Hipona en orden cronológico, permitiendo así un estudio sistemático de su pensamiento[14]. En 1516 apareció el Novum Testamentum de Erasmo de Róterdam, un volumen de más de mil páginas que, durante aquel siglo, tuvo cinco ediciones y 205 reimpresiones: era el manual básico necesario para la exégesis de la Palabra de Dios y para la teología[15]. El interés y la atención por el estudio, fundamento de la Orden, constituían el servicio cualificado que los agustinos ofrecían a la Iglesia, en sintonía con su tiempo y con la cultura.

A partir de 1517 debe recordarse la Reforma protestante, que comenzó en Wittenberg con Martín Lutero, un fraile agustino observante, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad. Lutero estaba preocupado por el modo charlatanesco con que se predicaban las indulgencias en los alrededores del electorado de Sajonia y por el fervor con que la gente acudía a comprarlas. Por ello escribió una carta al responsable de las indulgencias, Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Maguncia. En ella denunciaba una predicación irresponsable, engañosa para la conciencia de los fieles, que prometía la liberación de las almas del purgatorio y una falsa seguridad sobre la propia salvación: nadie puede estar seguro de salvarse. Con discreción y respeto, Lutero recordaba al arzobispo que al pueblo se le deben predicar el Evangelio, las obras de caridad y la oración, más que las indulgencias. Por tanto, le pedía que revocara las instrucciones dadas a los predicadores.

A la carta se adjuntaron las 95 Tesis, para mostrar cuán insegura era la concesión de las indulgencias, y un tratado De indulgentiis, destinado a aclarar sus problemas[16]. Además, se pedía un encuentro con el arzobispo para una sincera reflexión de fe. De ahí nació la leyenda de la colocación de las Tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, presentadas como si fueran un desafío a la Iglesia, cuando en realidad se trataba de una solicitud de clarificación[17]. Lamentablemente, el arzobispo no prestó atención a la carta ni comprendió su sinceridad; al contrario, se indignó profundamente, hasta el punto de denunciar a Lutero en Roma por la difusión de nuevas doctrinas. El papa León X no tomó en serio la situación y siguió el consejo de excomulgar a Lutero por haber criticado las indulgencias aprobadas por Roma: fue el comienzo de la Reforma protestante.

Hubo consecuencias en el Concilio de Trento, en 1546. Aunque Lutero murió dos meses después de la convocatoria de la asamblea, los agustinos fueron objeto de sospecha, entre ellos Girolamo Seripando, Prior general desde 1539. Este conocía los grandes escritos programáticos de Lutero y había redactado un proyecto de justificación por la fe, con el fin de corregir la postura luterana. Por sus intervenciones, fue acusado por el obispo griego Dionisio Zanetti de estar del lado del hereje. La denuncia no tuvo consecuencias, hasta el punto de que Seripando fue encargado de redactar el texto final del Decreto sobre la justificación. Sin embargo, aquella acusación apuntaba alto: según Zanetti, no solo el Prior general, sino toda la Orden agustiniana estaba contaminada por la doctrina de Lutero[18]. En cualquier caso, también a causa de las obras del reformador de 1521 contra los votos monásticos, fueron muchos los frailes que abandonaron la vida religiosa: de los 160 conventos existentes a comienzos del siglo XVI, quedaron 91[19].

Así se comprende la decisión de Seripando de reformar la Orden. En 1551, al renovar las Constituciones, trazó un moderno programa de estudios —que ha llegado hasta nuestros días—, dejando atrás la anterior orientación medieval y reestructurándolo sobre bases humanísticas, filosóficas y teológicas. Adaptó las bibliotecas de las casas de formación a las nuevas necesidades y formuló su finalidad conforme a las directrices de san Agustín. Por ello, recomendó también la vida común, la buena preparación espiritual y científica de los jóvenes, la severidad en la promoción de los candidatos al sacerdocio y la asignación de cargos solo a personas dignas.

También hubo consecuencias en los Capítulos generales de la Orden. Desde finales del siglo XV en adelante, estos «se celebraron todos en Italia, en perjuicio del carácter internacional de la Orden. […] Dicho carácter se manifestó mucho mejor en los tres primeros siglos de su historia que en los últimos cinco»[20].

Cuando en 1551 Seripando dejó el cargo de Prior general, los agustinos, gracias a su obra reformadora, se encontraban en condiciones decididamente mejores, tanto que este podía afirmar: «Para ser verdaderamente observantes es necesario dedicarse con diligencia al servicio de Dios y al estudio orientado al bien de las almas»[21]. Después de haber trabajado durante trece años en la renovación de la vida religiosa, concluía que «la reforma es algo que siempre se está haciendo y que nunca está terminada»[22].

En los años posteriores al Concilio de Trento pueden reconocerse los frutos del esfuerzo de Seripando y de sus sucesores. La Orden vivió una etapa de renovación, cuyos resultados se hicieron visibles no solo en el aumento numérico de sus miembros, sino también en las numerosas solicitudes pastorales que recibieron de los obispos. Varios agustinos fueron llamados para la predicación y para la enseñanza de la teología. San Carlos Borromeo los quiso en Milán para participar en los trabajos del Concilio provincial de 1565, confiándoles la parte relativa a la administración de los sacramentos y a la liturgia de la Misa[23]. En 1602, el Prior general Hipólito Fabriani, durante una visita a los conventos de Campania, agradeció al arzobispo de Capua, san Roberto Belarmino, la estima que había mostrado hacia su Orden[24].

Cabe señalar también el éxito que tuvieron las misiones en América y en Oriente: entre 1533 y 1610, los agustinos españoles fundaron misiones en México, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Chile y Filipinas; en 1602 en Japón y en 1680 en China; los portugueses, por su parte, en la India, el África oriental y Madagascar[25].

El movimiento de reforma carmelita impulsado por santa Teresa de Ávila, en 1612, favoreció en España el surgimiento de un nuevo instituto, los Recoletos de San Agustín, que llegó a convertirse en una congregación autónoma dentro de la Orden. En Nápoles, en 1592, surgió la Congregación de los Agustinos Descalzos, que desde Italia se extendió a Francia, Bohemia, Moravia, Austria y Alemania, y estableció también varias misiones. Más tarde nació la Tercera Orden agustiniana para los laicos que se inspiraban en la espiritualidad del Santo fundador.

El tercer período

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Los siglos XVII y XVIII marcan la afirmación de la escuela de los agustinos en el campo antropológico. El ser humano está anclado en la historia y es su protagonista; está sujeto al devenir, en el cual descubre la fragilidad humana y sus propios límites. Pero también necesita de Dios y de la salvación, y sin Dios queda privado de su bien y de su verdadera identidad. Sobre este punto escribía Maurice Blondel en 1930: «La relación que Agustín ha concebido entre el pensamiento y la vida, entre la especulación y la experiencia, entre la ciencia y la fe, entre la libertad y la gracia, entre la humildad y la caridad, hace de su doctrina un drama espiritual que se perpetúa en toda conciencia a lo largo de la historia hasta la eternidad. Tiende a hacer de nosotros actores más que espectadores»[26]. Y Henri-Irénée Marrou afirmaba en 1960: «En esto san Agustín sobresale, en esto es verdaderamente admirable: nadie ha hecho progresar tanto como él el conocimiento de los problemas esenciales en la vida interior del hombre»[27].

Por esta orientación antropológica, la Orden recibió diversas objeciones por parte de católicos y religiosos, quienes incluso propusieron censurar algunas formulaciones de san Agustín cuando, en 1679, comenzó la publicación de sus obras en la Patrología Latina de los monjes maurinos.

Debe señalarse también la gran expansión de la Orden hasta mediados del siglo XVIII: en 1545 los agustinos eran alrededor de 8.000, mientras que, un siglo después, contaban con más de 12.000 miembros[28]. Este aumento se debió a la restauración de algunas provincias europeas —las de Colonia, Baviera y Austria— y a la creación de nuevas provincias en la América española y en Filipinas.

Los últimos siglos

Las dificultades que la Iglesia encontró después de la Ilustración y la Revolución Francesa afectaron también a los agustinos. En el siglo XIX ya no fue posible celebrar los Capítulos Generales. A partir de 1806, durante la dominación napoleónica, la supresión de las órdenes religiosas y la incautación de los bienes eclesiásticos marcaron dramáticamente la vida de los religiosos.

Los agustinos sufrieron la pérdida de muchos conventos junto con su patrimonio bibliográfico, especialmente en Europa central y en Inglaterra, pero se dedicaron con pasión a la conservación y al enriquecimiento de las bibliotecas que permanecieron. Estas recibieron una nueva función: fueron abiertas a todos los que quisieran utilizarlas, tanto religiosos como laicos. Ya en las Constituciones de 1581, actualizadas tras el Concilio de Trento por el Prior General Taddeo Guidelli, se afirmaba que las bibliotecas constituyen el tesoro más preciado de los conventos: son necesarias para el estudio, y por tanto deben ser objeto de un cuidado especial.

Si no faltaban las reprimendas de los superiores a los bibliotecarios poco diligentes —por descuidar el orden y la limpieza de las salas, o por vender códices antiguos de gran valor para comprar libros impresos—, eran también frecuentes los elogios y el apoyo a los frailes que se dedicaban con esmero al trabajo de bibliotecario, útil no solo para la Orden, sino también para los cultivadores del saber. Había existido el ejemplo de Seripando, quien hizo construir en su convento de San Giovanni a Carbonara, en el centro de Nápoles, una amplia sala donde los hermanos, pero también «todos los estudiosos de la ciudad»[29], podían consultar los valiosos manuscritos y volúmenes. En Roma, el obispo agustino Angelo Rocca, de acuerdo con el Prior General y con el papa Pablo III, fundó en 1605, junto a la iglesia de San Agustín, la primera biblioteca pública al servicio de los ciudadanos, tanto clérigos como laicos. Si a comienzos del siglo XVI contaba con 1.500 volúmenes, en 1626 —cuando recibió el nombre de Biblioteca Angelica— conservaba ya más de 22.000, gracias al cuidado diligente y al legado del obispo[30]. Pero hubo otros casos, como la biblioteca del convento del Santo Spirito en Florencia, y las de los conventos de Padua, Zaragoza, Sevilla y Coímbra. Era la realización concreta de un antiguo deseo expresado por san Agustín cuando era obispo de Hipona.

A pesar de los tiempos difíciles, no faltaron agustinos que aportaron su contribución a la cultura europea: Giulio Accetta († 1752), matemático y astrónomo, titular de la cátedra de matemáticas en la Universidad de Turín; Gian Michele Cavalieri († 1757), gran historiador de la liturgia, autor de la Opera omnia liturgica de 1778; Enrico Flórez († 1773), quien publicó los 27 volúmenes de España Sagrada; y Gregor Mendel († 1884), biólogo, matemático y botánico, considerado el padre de la ciencia genética moderna[31].

También aquellos que, debido a las persecuciones, tuvieron que huir al otro lado del Atlántico, dieron frutos inesperados. Los agustinos irlandeses llegaron a Filadelfia a fines del siglo XVIII y fundaron en América del Norte las cuatro provincias que aún existen hoy. En 1838, otro hermano irlandés llegó a Australia, donde estableció el primer convento de la actual provincia.

Con la supresión de las órdenes religiosas y la consecuente secularización, en Alemania desaparecieron tres provincias florecientes. Solo se salvó el convento de Münnerstadt, un pequeño pueblo de Baviera, con su iglesia agustiniana del siglo XIII. Durante la guerra de los campesinos, en tiempos de Lutero, los frailes tuvieron que huir a Würzburg, donde fundaron un hospicio; a finales del siglo XIX regresaron a Münnerstadt, que desde entonces se convirtió en el punto de referencia de la provincia alemana. En Portugal desaparecieron todos los conventos, y en España sobrevivió únicamente el de Valladolid, donde se formaban los sacerdotes destinados al Nuevo Mundo. En Polonia, desde 1864 solo permaneció el convento de Cracovia; en Italia, muchos conventos fueron cerrados y sus bienes incautados por el Estado[32].

Con el inicio del siglo XX se produjo el renacimiento de los agustinos. En Alemania revivió la provincia de Baviera y, casi simultáneamente, las provincias holandesa y belga. También en España se dio una renovación de los conventos. Mientras tanto, la provincia alemana refundó las misiones en América del Norte y en Canadá, que hacia mediados del siglo se convirtieron en provincias independientes.

Los agustinos hoy

La Orden de San Agustín está presente en todo el mundo con unos 2.340 miembros en 47 países, con 400 casas entre conventos, parroquias, residencias estudiantiles y centros de formación[33]. Los agustinos se dedican no solo a la enseñanza y la predicación, sino también a la vida parroquial, a los santuarios y a las obras sociales en favor de los pobres, los migrantes y los ancianos. Su lema, Charitas et Scientia (“Caridad y Ciencia”), expresa la armonía entre la vida comunitaria, el estudio y la dedicación al prójimo.

También en Italia se observa un resurgimiento de los agustinos, y deben recordarse algunos estudiosos eminentes. Ante todo, el padre Agostino Trapè (1915-1987), extraordinario especialista en ciencias patrísticas y profesor en la Universidad Lateranense, quien ideó y dirigió la Nueva Biblioteca Agustiniana: publicó las Obras Completas de san Agustín en edición bilingüe latín-italiano[34]. Fue Prior General de la Orden y a él se debe la fundación del Instituto Patrístico Augustinianum de Roma en 1969, cuya inauguración contó con la presencia personal del papa Pablo VI[35]. Debe mencionarse también al padre Prosper Grech (1925-2019), nombrado cardenal por Benedicto XVI, estudioso del Nuevo Testamento, profesor en la Universidad Gregoriana y en el Instituto Bíblico de Roma, decano del Augustinianum y consultor del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Por último, es importante destacar la vigencia de san Agustín en el Concilio Vaticano II. El obispo de Hipona ejerció una profunda influencia en la espiritualidad conciliar, otorgando un lugar destacado a la antropología del Santo. «En la [Constitución] Lumen Gentium, el Concilio subrayó cómo un fin sobrenatural impulsa a la Iglesia, a la humanidad y al mundo, íntimamente unidos al hombre en la consecución de un fin común (7,48). En la Gaudium et Spes se profundizan luego los elementos comunes a todo ser humano. Este, imagen de Dios, encuentra en ella la explicación de su grandeza, de sus responsabilidades, de su dinamismo hacia Dios y de su necesidad de redención en Cristo (1-2, cc. 1-4)»[36].

Sobre el origen de estos temas, un estudioso agustino del gran Padre afirmó: «Difícilmente se hallará una exposición más sintética de la antropología agustiniana que la ofrecida por el Concilio en la Constitución apostólica Gaudium et spes. Basta mencionar las aspiraciones universales de todos los hombres […] a la justicia y al amor, a una conciencia y responsabilidad más maduras, así como a la felicidad, la cultura y todos los valores trascendentes. […] Cuando el Concilio, tras los cambios del mundo, comienza a considerar al hombre en sí mismo, en la comunidad y en su actividad, en ese momento se revele agustiniano»[37].

  1. Cf. Agustín de Hipone, Regula ad servos Dei. La Regla, en Opere di sant’Agostino, VII/2, Roma, Città Nuova, 2001, 29-49. La Regla remonta al año 400 aproximadamente.

  2. V. Grossi, «L’influsso – Il futuro – Le prospettive», en V. Grossi – L. Marín – G. Ciolini, Gli Agostiniani. Radici, storia, prospettive, Palermo, Augustinus, 1993, 192.

  3. Ordo Eremitarum Sancti Augustini. Cf. L. Marín, «La storia. Dalla morte di S. Agostino al 1244-1256», en V. Grossi – L. Marín – G. Ciolini, Gli Agostiniani…, cit., 117-140. La unión incluyó a los ermitaños de la Tuscia, los de Monte Favale, de Brettino y de Giamboniti. Los Guglielmiti, en cambio, tras una primera adhesión, decidieron Volver a la Regla de san Benito.

  4. Ibid., 187 s.

  5. Cf. M. Rodríguez, «Monache Agostiniane», en Enciclopedia Cattolica, vol. I, Città del Vaticano – Florencia, 1949, 501 s.

  6. Constitución de Ratisbona, 40. Cf. Egidio Romano, De regimine principum III, 2, 8, en «Il Livro del governamento dei re e dei principi» según el códice BNCF II.IV.129, vol. I, Bolonia, ETS, 2016, 537.

  7. Cf. G. Pani, «El buen obispo según San Agustín», en La Civiltà Cattolica, 16 de mayo de 2025, https://www.laciviltacattolica.es/2025/05/16/el-buen-obispo-segun-san-agustin/

  8. G. Ciolini – V. Grossi, «Gli Agostiniani e le mediazioni culturali», en V. Grossi – L. Marín – G. Ciolini, Gli Agostiniani…, cit., 250.

  9. Cf. ibid., 217 s.

  10. Cf. D. Aurelii Augustini Milleloquium veritatis, à F. Bartholomaeo de Urbino digestum, Lugduni, M. Bonhomme, 1555.

  11. Las Congregaciones de Observantes se proponían vivir rigurosamente las prescripciones de la Regla y las Constituciones, sin los abusos que se habían introducido en las provincias. De las diez Congregaciones de Observantes, una se encontraba en Alemania (en Erfurt) y las demás en Italia. Cf. D. Gutiérrez, Storia dell’Ordine di Sant’Agostino. II. Gli Agostiniani dal protestantesimo alla riforma cattolica (1518-1648), Roma, Institutum Historicum Ordinis Fratrum S. Augustini, 1972, 87 s.

  12. Estos se encontraban en Roma, Nápoles, Siena, Milán, Viena, Maguncia, Colonia, Brujas, Metz, Estrasburgo, Lyon, Montpellier y Toulouse. En Italia, los estudios generales más antiguos y mejores siguieron siendo los de Padua, Bolonia, Roma y Nápoles.

  13. Cada tomo tiene su propio título. En el frontispicio del primer tomo se lee: Prima pars librorum divi Aurelii Augustini quos edidit cathecuminus. Se imprimieron 2200 ejemplares en 11 tomos, pero los tres primeros constituyen un solo volumen, por lo que se trata de un conjunto de 9 volúmenes. Véase Chronicon Conradi Pellicani Rubeaquensis (de 1544), Basilea, B. Riggenbach, 1877, 27.

  14. Cf. G. Pani, Paolo, Agostino, Lutero: alle origini del mondo moderno, Soveria Mannelli (Cz), Rubbettino, 2005, 77-81.

  15. Ibid., 37-44. La primera edición se titulaba Novum Instrumentum, que traducía literalmente el título griego kainē diathēkē. Pero en la segunda edición, tras las críticas que recibió, Erasmo volvió al título tradicional.

  16. Cf. G. Pani, Lutero tra eresia e profezia, Bolonia, EDB, 2017, 84-97.

  17. Cf. Id., «L’affissione delle 95 Tesi di Lutero: storia o leggenda?», en Civ. Catt. 2016 IV 213-226. No existe documentación histórica contemporánea sobre la publicación de las 95 tesis, pero se mencionan por primera vez un siglo después.

  18. Cf. H. Jedin, Storia del Concilio di Trento. II. Il primo periodo 1545-1547, Brescia, Morcelliana, 1974, 209 s.; Concilium Tridentinum Diariorum, Actorum, Epistolarum Tractatuum nova collectio, X, Freiburg i. Br., Herder, 1916, 539: carta de Zanetti al cardinal A. Farnese, 25 de junio de 1546.

  19. Cf. W. Eckermann, «Augustiner-Eremiten», en Lexikon für Theologie und Kirche, vol. I, Freiburg – Basel – Roma etc., Herder, 1993, col. 1234.

  20. D. Gutiérrez, Storia dell’Ordine di Sant’Agostino, II, cit., 81.

  21. Ibid., 59.

  22. Ibid., 90.

  23. Cf. ibid.

  24. Cf. ibid.

  25. Cf. W. Eckermann, «Augustiner-Eremiten», cit., 1234; D. Gutiérrez, Storia dell’Ordine di Sant’Agostino, II, cit., 245-282.

  26. M. Blondel, «L’unité originale et la validité permanente de sa doctrine philosophique», en Revue de Métaphysique et de Morale 37 (1930) 466; cf. V. Grossi, «L’influsso – Il futuro – Le prospettive», cit., 199.

  27. H.-I. Marrou, Sant’Agostino, Milán, Mondadori, 1960, 81.

  28. Cf. D. Gutiérrez, Storia dell’Ordine di Sant’Agostino, II, cit., 115; 120 s.; 88.

  29. Ibid., 207.

  30. Cf. ibid., 206.

  31. Cf. G. Ciolini – V. Grossi, «Gli Agostiniani e le mediazioni culturali», cit., 252 s.

  32. Cf. W. Eckermann, «Augustiner-Eremiten», cit., 1235.

  33. Cf. Annuario Pontificio per l’anno 2025, Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2025, 1624.

  34. Cf. Agustín de Hipona, s., Nuova biblioteca agostiniana. Tutte le Opere, Roma, Città Nuova, 1965-2005. La obra se compone de 70 volúmenes.

  35. Cf. G. Ciolini – V. Grossi, «Gli Agostiniani e le mediazioni culturali», cit., 256.

  36. V. Grossi, «L’influsso – Il futuro – Le prospettive», cit., 197.

  37. Ibid., 197. Cf. J. Morán, «Presenza di S. Agostino nel Concilio Vaticano II», en Augustinianum 6 (1966) 484 s. Cabe recordar también que Joseph Ratzinger-Benedicto XVI fue un gran estudioso y conocedor de san Agustín; las referencias al santo en sus obras teológicas y en sus homilías son claramente más numerosas que las de otros Padres de la Iglesia.

Giancarlo Pani
Es un jesuita italiano. Entre 1979 y 2013 fue profesor de Historia del Cristianismo de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de La Sapienza, Roma. Obtuvo su láurea en 1971 en letras modernas, y luego se especializó en la Hochschule Sankt Georgen di Ffm con una tesis sobre el comentario a la Epístola a los Romanos de Martín Lutero. Entre 2015 y 2020 fue subdirector de La Civiltà Cattolica y ahora es escritor emérito.

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