Un binomio significativo
El papa León XIV ha iniciado su pontificado con estas significativas palabras: «¡La paz esté con todos ustedes! Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante»[1]. Un binomio repetido, pocos días después, a los profesionales de la comunicación: «Una comunicación desarmada y desarmante nos permite compartir una mirada distinta sobre el mundo y actuar de modo coherente con nuestra dignidad humana»[2]. Se encuentra también en la conclusión del discurso dirigido a los congoleses recibidos tras la beatificación de Floribert Bwana Chui, laico, mártir, asesinado el 8 de julio de 2007 en Goma: «Este mártir africano, en un continente rico en jóvenes, muestra cómo ellos pueden ser un fermento de paz “desarmada y desarmante”»[3].
Es significativa la mención de este binomio en tres circunstancias públicas en un lapso tan breve, y luego repetido en muchas otras ocasiones: un hecho que ciertamente impresiona, especialmente si se compara con los actos de los pontífices anteriores.
El papa Francisco utilozó este binomio en diversas circunstancias. La primera vez, en una homilía del II Domingo de Pascua de 2020, al hablar de la atención afectuosa del Resucitado hacia el apóstol Tomás: «El amor desarmado y desarmante de Jesús resucita el corazón del discípulo»[4]. Luego, en la homilía de la Noche de Navidad de ese mismo año: «Dios nació niño para alentarnos a cuidar de los demás. […]. Su amor desarmado y desarmante nos recuerda que el tiempo que tenemos no es para autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que sufren»[5]. Posteriormente, el Domingo de Ramos del año siguiente: «Dios se ha revelado y reina solo con la fuerza desarmada y desarmante del amor»[6]. En esa ocasión, el binomio aparecía asociado a la misericordia: «El Espíritu del Resucitado […] libera del miedo e infunde la valentía de salir al encuentro de los demás con la fuerza desarmada y desarmante de la misericordia»[7]. Con motivo del cuarto centenario de la muerte de san Francisco de Sales, el papa Francisco afirmó, refiriéndose al amor divino, que Dios «nos atrae con ese amor desarmado y también desarmante, porque cuando vemos esa sencillez de Jesús, también nosotros dejamos a un lado las armas de la soberbia y nos acercamos, humildes, a pedir salvación»[8]. Y en otra circunstancia remitió al «poder desarmado y desarmante del Resucitado, capaz de aliviar los sufrimientos de la humanidad herida»[9].
San Juan Pablo II utilizó este binomio en una sola ocasión, cuando, en un mensaje a los capuchinos, escribió que «la “minoridad” vivida expresa la fuerza desarmada y desarmante de la dimensión espiritual en la Iglesia y en el mundo»[10].
Los términos individuales —«desarmado/a» o «desarmante»— aparecen con frecuencia en las intervenciones papales, pero es la combinación la que resulta escasamente representada; incluso, Benedicto XVI nunca la utilizó. Las aproximaciones al binomio son diversas, aunque la asociación más reiterada, que parece caracterizar a León XIV, es la de la paz, don del Resucitado. Más allá de los números, conviene subrayar el peso de las palabras del papa Prevost; encontrar este binomio en su primer mensaje al mundo no es ciertamente algo fortuito ni improvisado: es una fuerte invitación a dejar de lado todo aquello que pueda conducir a actitudes de violencia y prevaricación, para inaugurar caminos de paz y de justicia.
Desarmar para generar paz y vida
Desarmar para generar paz y vida es un tema muy presente en la Sagrada Escritura: innumerables textos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, muestran cómo a los instrumentos construidos para matar se les cambia radicalmente la finalidad, transformándolos en generadores de bien. La multiplicidad de referencias exige necesariamente una selección que, ciertamente, no puede considerarse exhaustiva. Es emblemático al respecto el pasaje de Is 2,2-4 (y su paralelo en Mi 4,1-4): la solidez del monte del Señor y su conversión en lugar de encuentro de muchos pueblos abre este pasaje, que parece querer redimir el episodio de la torre de Babel (cf. Gn 11,1-9)[11]. La narración desarrolla un doble contraste: la conversión de las armas y el aprendizaje de los mandamientos del Señor — «Será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos Con sus espadas forjarán arados y hoces» —, que deben ponerse en práctica en la vida a expensas del «arte de la guerra» (cf. Is 2,3-4).
Es interesante el contexto escatológico en el que se sitúa la acción del Señor. Es Él quien juzga a las naciones con justicia, y en su reino universal prevalecerá la paz. Solo cuando esta condición se cumpla los hombres ya no necesitarán armamentos y, más aún, podrán convertirlos en instrumentos que generen vida, como arados o hoces. Se presenta así una conclusión feliz, cargada de esperanza: «El pueblo puede ceder a la arrogancia y al pecado, pero el Señor permanece siempre fiel. Hay, por tanto, un destello de esperanza. Es la esperanza que se vislumbra en este oráculo de salvación [Is 2,1-5], uno de los más hermosos cantos a la paz universal»[12].
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Otros textos presentan una situación que parece ir en una dirección opuesta a las indicaciones recién mencionadas. Por ejemplo, en el libro de Joel (4,9-10) «las pacíficas citas de Is 2,4 y Mi 4,3 se transforman en una invitación a la guerra. Se trata de una guerra total, en la que incluso el que es débil combate creyéndose un guerrero»[13].
Pero la contradicción es solo aparente. Los instrumentos que deberían servir para cultivar la tierra y producir alimento son transformados para librar una guerra contra el Señor, una guerra que estará perdida desde el inicio. En el «día del Señor», este cambio de uso en sentido negativo manifestará toda su inutilidad (cf. Jl 4,4-8).
En este y en otros pasajes — como, por ejemplo, Is 59 — no debemos dejarnos sorprender por la imagen de un Dios guerrero, leyendo al pie de la letra lo que se describe: «Sus armas son la justicia y la salvación que viene a plantar: no vence el mal con el mal, sino con la fuerza del bien. Pero también se reviste de celo y de venganza: celo por los oprimidos y venganza por los opresores. La justicia vindicativa busca realizar la salvación»[14].
Más que la armadura que viste, lo importante es la asociación de cada elemento a una virtud determinada y el propósito por el cual se relata. La panoplia, en este caso, consta de cuatro elementos, a los cuales se atribuyen otras tantas cualidades: justicia, salvación, venganza y celo[15]. Puesto que estas cualidades son revestidas y vividas por el mismo Señor, ello no puede ser sino motivo de esperanza y consuelo para el ser humano. El auxilio solo puede venir de Dios, y es Él, únicamente Él, quien puede actuar contra los enemigos para restablecer la justicia: «Con metáforas antropomórficas, la Sagrada Escritura nos habla de las relaciones del hombre con Dios y viceversa. Sin embargo, Dios no declara la guerra al hombre; sus intenciones son de paz (cf. Jr 29,11; Is 26,3.12; 45,7); quien ha roto la paz con Él y con sus semejantes ha sido el hombre»[16]. De este modo, queda desmentida toda posible justificación religiosa de la violencia y la guerra.
Un posible contenedor de la violencia
Es significativo que en el Decálogo la prohibición de pronunciar en vano el nombre de Dios vaya seguida de un castigo por parte de Él: «No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano» (Ex 20,7). Este castigo no se menciona para los demás mandamientos, como para subrayar la gravedad de tal transgresión. Pronunciar el nombre de Dios «en vano» significa, entre otras cosas, apropiarse de su nombre para respaldar intereses personales, violencias, guerras, homicidios, como ocurre en los desvaríos del fundamentalismo, del terrorismo o de los abusos de autoridad religiosa. La Escritura toma distancia de tales perversiones, denuncia su gravedad y, al mismo tiempo, revela también su presencia a lo largo de la historia.
En esta perspectiva, incluso las páginas violentas de la Biblia, leídas en su contexto y confrontadas con quienes tienen competencia en la materia, encuentran su significado e indican un camino —también histórico— de la violencia a la no violencia. Esas páginas recuerdan a todo hombre y mujer, sean creyentes o no creyentes, que la agresividad y la hostilidad forman parte de la vida en toda época y lugar, pero que pueden afrontarse de distintas maneras. Y que, ante la derrota del justo, la perspectiva de una vida más allá de la muerte se vuelve una promesa ineludible de un cumplimiento imposible en el horizonte temporal. La Biblia, en su redacción milenaria, presenta un camino de progresiva educación del ser humano, entrando inicialmente en sus categorías para mostrarle otro horizonte: el de la paz, la misericordia, el perdón, la compasión, propios de la vida divina.
El punto de llegada de este recorrido es la vi da de Jesús, su modo de afrontar los conflictos y las adversidades de la existencia, lo que se manifiesta en el plano doctrinal en las bienaventuranzas y en su pasión, muerte y resurrección. La muerte en la cruz de Cristo, que carga sobre sí el mal y no invoca venganza, sino perdón, y bendice a quien lo maldice, es el criterio definitivo de lectura sobre cómo enfrentar el rechazo y la violencia. Ofreciéndose a sí mismo, Jesús se convierte en víctima injustamente condenada a muerte, y decreta, con su resurrección, el fin del sacrificio cruento, asumiendo la suerte de todos los oprimidos y olvidados por la historia, y transformando, de una vez y para siempre, las lanzas en hoces.
San Agustín, comentando el pasaje de Jn 19,34 —«Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al instante brotó sangre y agua»—, observa que con aquel gesto «fue como si se abriera la puerta de la vida, de donde fluyeron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en aquella vida que es la verdadera vida»[17]. El soldado querría confirmar la muerte de Jesús con un gesto de violencia, pero, contra toda expectativa, ese gesto hace que de aquel costado brote la vida[18].
La verdadera batalla, la batalla entre la vida y la muerte, ha sido ganada por Cristo de una vez y para siempre, con mansedumbre y confiándose al Padre (cf. Lc 23,46). Y Él hace partícipe de esta victoria a todo hombre de buena voluntad.
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En este sentido, san Pablo retoma la invitación a «revestirse con la armadura de Dios» (cf. Ef 6,11-17; 1 Tes 5,8; 2 Cor 6,7) para librar una batalla no tanto material cuanto espiritual, a fin de que los creyentes no cedan frente «a las insidias del demonio» (Ef 6,11). Él es el enemigo a derrotar. En Ef 6,12, de hecho, se precisa que «nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio». Es una batalla sobrehumana, que ciertamente el Señor resucitado ha ganado ya de una vez para siempre y para todos, pero que para cada creyente sigue siendo algo que debe realizarse, día a día, en la vida cotidiana.
En la carta a los Romanos, en un pasaje que fue determinante para la conversión de Agustín (cf. Rm 13,11-14), resulta llamativo que Pablo indique dos veces el revestirse de un atuendo particular: primero, ponerse las armas, pero no las que sirven para agredir, sino las armas de la luz; y luego revestirse de Jesucristo, «en el sentido de una unión con Cristo mediante el Espíritu, una unión que penetra, determina y transforma la personalidad del creyente, conformándola a la voluntad de Dios sobre él en el orden de la redención»[19]. No hay que permanecer en un estado de somnolencia, sino estar vigilantes, porque la salvación se acerca cada día más: «Su cercanía es un aproximarse no calculable. Por ello, su proximidad cronológica es una llegada siempre inminente; es más, es ya una presencia que nos sobrepasa»[20]. Revestidos «con la armadura de la luz» (v. 12b), no se cae en comportamientos censurables, que aquí se enumeran por pares (cf. v. 13b), sino que se invita a actuar como quienes viven «en pleno día» (v. 13a), sin miedo ni vergüenza.
El poder desarmante de la misericordia y del amor
Un pasaje evangélico que muestra de manera sublime cómo las palabras y las acciones de Jesús pueden desarmar las intenciones violentas es el relato de la mujer adúltera (cf. Jn 8,1-8). El fortísimo contraste que emerge está atestiguado también por la historia misma de este pasaje, que fue acogido no sin dificultades y resistencias en el Evangelio de Juan. Es un texto que parece decir que la misericordia puede transformar cualquier cosa, porque es el lugar de la omnipotencia de Dios. «Muchos códices antiguos lo omiten. En una época en que el adulterio era considerado uno de los pecados sin posibilidad de perdón en la Iglesia, la actitud de Jesús, que ni siquiera impone a la adúltera una saludable penitencia, no podía sino desconcertar. Comprendo que alguien tuviera más motivo para suprimir este pasaje de los evangelios, si allí se encontraba, que para añadirlo si estaba ausente»[21]. Y si, al final, este pasaje ha sido incluido en el canon de las Escrituras, es porque se reconoció que las cosas efectivamente habían sucedido así.
A la insistencia de sus interlocutores para que se pronuncie o no sobre la severa condena a lapidación prevista por la Ley de Moisés (cf. vv. 3-5), Jesús responde poniéndose de pie y pronunciando una frase que se ha hecho célebre: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra» (v. 7). La retirada de los escribas y de los fariseos (cf. v. 9a) trastoca los roles iniciales: de acusadores pasan a ser acusados. Sin embargo, el encuentro más esperado se realiza solo al final (cf. vv. 9b-11), cuando Jesús y la mujer son los únicos que permanecen en escena. Jesús parece querer que la marcha de los escribas y fariseos sea constatada por la misma mujer, y así, junto con la ausencia de quienes condenan, desaparece también la condena. Muy conocido es el comentario de san Agustín: «Ciertamente, esta es la voz de la justicia. […] Solo quedaron ellos dos: la mísera y la misericordia. Y el Señor, después de haberlos herido con la flecha de la justicia, no se quedó a verlos caer, sino que, apartando la mirada de ellos, siguió escribiendo en el suelo (Jn 8,8)»[22]. El fruto de este diálogo devuelve dignidad y vida a la mujer, que es invitada a no repetir los errores del pasado[23].
Leyendo estos versículos, muchos imaginan – no sin razón – que los acusadores de la adúltera ya tenían consigo las piedras con las que lapidarla, en caso de que Jesús hubiera optado por aprobar la aplicación sic et simpliciter de la Torá. Si las piedras estaban o no en su poder, no se especifica. Sin embargo, podemos decir, sin desvirtuar el sentido del Evangelio, que las palabras de Jesús, cargadas de misericordia y amor, desarman a aquellos hombres, que se ven obligados a retirarse. Ellos, que ya se habían comportado violentamente con aquella mujer y la habían instrumentalizado para acusar a Jesús, han sido derrotados sin violencia por las palabras del Maestro. Para ellos hay un doble desarme: de las piedras, si las tenían consigo, pero mucho más aún de la violencia física y verbal que ciertamente habían manifestado poseer.
Jesús no condena a la mujer ni tampoco a quienes la acusan, pero tanto ella como ellos quedan remitidos a su propia conciencia, a la verdad consigo mismos. De este modo puede realizarse la palabra de verdad y de libertad traída por el Hijo de Dios. Aquellos escribas y fariseos están llamados a convertir su ánimo, siempre dispuesto a señalar con el dedo amparándose en la Ley; aquella mujer está invitada a no pecar más y a vivir su vida como una persona renovada.
Así puede comprenderse la importancia fundamental de este pasaje para el binomio desarmado/desarmante. Las palabras y los gestos de Jesús ante los acusadores de la adúltera se vuelven desarmantes para aquellos que, ya desarmados, se alejan sin llevar a cabo la acción de muerte que habían planeado. Si queremos hablar de un buen uso de las armas, podemos afirmar que las armas de la misericordia y del amor son las empleadas por el Maestro para poner fin a toda violencia y promover la dignidad y la vida.
Conclusión
Al inicio recordábamos que la asociación de estos dos términos, «desarmado» y «desarmante», no es exclusiva del papa León XIV. Sin embargo, el hecho de que él los haya empleado en su primer mensaje tras la elección y en muchos encuentros posteriores nos lleva a considerar esta asociación con gran atención. Además, la ductilidad con la que este binomio puede aplicarse a múltiples realidades de la vida común —políticas, económicas, morales y espirituales— muestra que esta elección es profundamente bíblica y portadora de esperanza.
Deseamos que el ministerio petrino de León XIV pueda tocar el corazón de los gobernantes y contribuir a desarmar los arsenales de los poderosos, pero también las armas del orgullo y del egoísmo que cada ser humano descubre en su interior en la vida cotidiana. Que nos ayude a revestirnos de las buenas y desarmantes armas de la misericordia y del amor, de la esperanza y de la justicia. ¡Y que no tengamos que oír dirigido a nosotros el duro reproche del Salmo: «Yo estoy por la paz, pero ellos, apenas hablo, están por la guerra» (Sal 120,7)!
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León XIV, Primera Bendición «Urbi et Orbi», 8 de mayo de 2025, https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/messages/urbi/documents/20250508-prima-benedizione-urbietorbi.html ↑
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Id., Discurso a los representantes de los medio de comunicación, 12 de mayo de 2025, https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250512-media.html ↑
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Id., Discorso ai pellegrini della Repubblica democratica del Congo, 16 de junio de 2025, https://www.vatican.va/content/leo-xiv/it/speeches/2025/june/documents/20250616-pellegrini-congo.html ↑
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Francisco, Homilía de Domingo de Pascua, 19 de abril de 2020, https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2020/documents/papa-francesco_20200419_omelia-divinamisericordia.html ↑
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Id., Homilía de la Natividad del Señor, 24 de diciembre de 2020, https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2020/documents/papa-francesco_20201224_omelia-natale.html ↑
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Id., Homilía de Domingo de Ramos, 28 de marzo de 2021, https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2021/documents/papa-francesco_20210328_omelia-palme.html ↑
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Id., Discurso en el encuentro de oración con los obispos, sacerdotes, consagrados, seminaristas y agentes pastorlaes, Iglesia del Sagrado Corazón (Baréin), 6 de noviembre de 2022, https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2022/november/documents/20221106-chiesa-bahrain.html ↑
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Id, Audiencia general, 28 de diciembre de 2022, https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221228-udienza-generale.html ↑
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Id., Discorso all’incontro con i vescovi, i sacerdoti, i missionari, i consacrati, le consacrate e gli operatori pastorali, Catedral de los Santos Pedro y Pablo (Ulán Bator – Mongolia), 2 de septiembre de 2023 (https://tinyurl.com/554bycnj). ↑
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Juan Pablo II, s., Mensaje a los frailes menores capuchinos de Italia, 22 de octubre de 2003, https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/2003/october/documents/hf_jp-ii_spe_20031029_cappuccini-stuoie.html ↑
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Cf. L. Alonso Schökel – J. L. Sicre Diaz, I profeti, Roma, Borla, 1984, 132. ↑
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N. Calduch-Benages, I profeti, messaggeri di Dio, Bolonia, EDB, 2013, 47. ↑
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E. D. Mallon, «Gioele – Abdia», en R. E. Brown – J. A. Fitzmyer – R. E. Murphy (edd.), Nuovo Grande Commentario Biblico, Brescia, Queriniana, 2002, 526. ↑
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L. Alonso Schökel – J. L. Sicre Diaz, I profeti, cit., 411. ↑
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Cf. A. Oepke – K. G. Kuhn, «πανοπλία» en G. Kittel – G. Friedrich (edd.), Grande Lessico del Nuovo Testamento, vol. VIII, Brescia, Paideia, 1972, 828-848. ↑
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J. Vilchez Lindez, Sapienza, Roma, Borla, 1990, 252. ↑
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Agustín de Hipona, s., Commento al Vangelo di San Giovanni. Omelia 120, 2; cf. G. Barbaglio, Pace e violenza nella Bibbia, Bolonia, EDB, 2011; G. Ravasi, La santa violenza, Bolonia, il Mulino, 2019. ↑
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«El verbo griego nyssō no tiene el significado de “abrir”, sino el de “golpear”, fuerte o suavemente. Sin embargo, observamos que la “apertura” del costado de Cristo puede tener una doble justificación: de él brotan sangre y agua, y Jesús invita a Tomás a meter el dedo en él (20,25). El verbo exēlthen, «brota», es el mismo que se encuentra en la profecía de Ezequiel [47,1], en la que el agua «sale» del templo y se convierte en un torrente que irriga la Tierra» (X. Léon-Dufour, Lettura dell’evangelo secondo Giovanni, Cinisello Balsamo [Mi], San Paolo, 2007, 1125 s.). ↑
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S. Légasse, L’epistola di Paolo ai Romani, Brescia, Queriniana, 2004, 670. ↑
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H. Schlier, La lettera ai Romani, Brescia, Paideia, 1982, 637. ↑
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R. Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Casale Monferrato [Al], Piemme, 1999, 110 s. ↑
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Agustín de Hipona, s., Commento al Vangelo di San Giovanni, Omelia 33, 5. ↑
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«Las últimas palabras de Jesús no son, por tanto, laxistas, como si él admitiera el adulterio, sino que, por el contrario, constituyen un llamamiento a vivir desde ese momento la fidelidad de la que antes se había burlado» (J. Zumstein, Il Vangelo secondo Giovanni, Turín, Claudiana, 2017, vol. 1, 376). ↑
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