«El Evangelio me asusta […]. Nadie más que yo desearía una existencia segura y tranquila […]. Nada más dulce que escudriñar el tesoro divino […]. En cambio, predicar, reprender, corregir, edificar, ocuparse de cada uno es un gran peso, una pesada carga, un arduo trabajo. ¿Quién no huiría de este esfuerzo? Pero el Evangelio me asusta»[1]. Hacia el año 400, Agustín reflexiona con franqueza sobre su misión pastoral y concluye que la tarea de ser pastor es ardua y que la responsabilidad del Evangelio lo sobrecoge. El término «carga», en latín sarcina, aparece con frecuencia en sus escritos, cuando el aniversario de su consagración lo impulsa a reflexionar sobre el episcopado.
El episcopado: una pesada carga
Unos años después, este pensamiento regresa: «Mi cargo me atormenta, desde que esta carga [sarcina] fue impuesta sobre mis hombros»[2]. El término sarcina parece ser particularmente afín a Agustín: indica la alforja que contiene lo necesario para un viaje, el equipaje del peregrino o la mochila del soldado. Agustín también precisa que esa carga son los fieles: «¿Qué es esta carga mía [sarcina] sino vosotros mismos?»[3].
No debía de ser fácil la tarea de obispo en una ciudad como Hipona, en África, a inicios del siglo V: una ciudad comercial, en cuyo puerto desembarcaba gente de todas partes, donde se encontraban vendedores y compradores, campesinos del interior y personajes ilustres, católicos y donatistas, un pueblo religiosamente y socialmente dividido… Agustín es obispo de esta ciudad, un obispo singular y excepcional. Por paradójico que parezca, nunca amó el episcopado, aunque lo aceptó por obediencia y lo ejerció con amor. Sin embargo, desde que se convirtió en obispo, su vida se transformó radicalmente: ahora la pasión por los fieles es su razón de ser, y ruega al Señor que le dé la fuerza para amarlos hasta el heroísmo, «ya sea con el martirio, ya sea con el afecto»[4].
Frente a tales expresiones uno queda sorprendido. La sinceridad y la espontaneidad de Agustín resultan desarmantes. ¿Cómo valorar estas afirmaciones? No es fácil responder; y tampoco es sencillo decir quién es el «pastor» en Agustín. A diferencia de otros Padres, él no dedicó ningún tratado al sacerdocio o al episcopado; sin embargo, en las obras y homilías que documentan su relación cotidiana con los fieles se encuentran largos pasajes centrados en su misión. Algunos hablan de ello claramente, como el discurso De pastoribus, mientras que otros solo hacen alusión marginal al ministerio sacerdotal, aunque no por ello resultan menos sugerentes. Los fieles de Hipona no esperaban ningún tratado sobre el episcopado, sino que él hablara y escribiera como obispo. Agustín lo hizo; y también nos dejó muchas páginas introspectivas dedicadas al tema, algunas de las cuales se cuentan entre las más fascinantes que escribió[5].
La primera alusión
La primera obra en la que aparece el significado de ser pastor es quizá el libro de las Confesiones, redactado entre 397 y 401. En él hay una solicitud singular dirigida al obispo por parte de los fieles, quienes desean conocer «la confesión de su intimidad»[6]: ahora que Agustín es pastor, dada su vida pasada, ¿cómo puede dominar las pasiones? ¿Y cómo combate las tentaciones que son inevitables en todo ser humano?
Agustín acepta esta incómoda pregunta, pero también acoge el espíritu que la inspira: este revela una relación humana, viva, personal, confidencial, quizás incluso indiscreta, entre los fieles y el pastor. Ciertamente, la relación no está marcada por una curiosidad morbosa, sino por el Espíritu de Dios. Por eso Agustín se pregunta si la confesión sincera ante Dios no puede tener alguna utilidad para sus hermanos. Esta puede hacerlos partícipes de su itinerario interior, donde el bien pedido en la oración, a pesar de su miseria, se ha hecho realidad. En cualquier caso, pide a los fieles comprensión y caridad hacia él.
La respuesta revela el corazón del obispo. Estamos hechos para la felicidad, fuimos creados para amar: «Te amo, Señor, hermosura tan antigua y tan nueva. ¡Tarde te amé!»[7]. Luego, el obispo de Hipona accede al detalle que los fieles desean, y habla de las pasiones y de los placeres pasados: «Sobreviven en mi memoria […] las imágenes de esos deleites, que la costumbre ha impreso en ella. Vagan débilmente mientras estoy despierto; pero durante el sueño no solo provocan placer, sino incluso consentimiento y algo similar al mismo acto»[8]. Pero es distinto —continúa Agustín— el tiempo de la vigilia del del sueño, y los distingue la gracia y la misericordia del Señor, que otorgan paz y serenidad. Al obispo le interesa la confesión de alabanza por el prodigio que se ha realizado en su vida: un compartir singular que define su ser pastor.
«Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano»
Hacia el año 410, Agustín describe de forma positiva la misión del obispo en la Iglesia:
«Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano»[9]. No se trata solo de una confidencia, sino de una confesión. Agustín ha citado Mt 11,30 («Mi yugo es suave») y al apóstol Pablo, Gál 6,2 («Llevad los unos las cargas de los otros: así cumpliréis la ley de Cristo»), y luego comenta: «Sostenedme también vosotros, para que, conforme al precepto del Apóstol, llevemos mutuamente nuestras cargas y así cumplamos la ley de Cristo. Si él no las lleva con nosotros, desfallecemos; si no nos lleva, caemos»[10]. Finalmente, resume: el episcopado es el título de un encargo recibido; en cambio, el ser cristiano es una gracia; por eso, aquello es un peligro, esto es la salvación.
La idea vuelve en De pastoribus: «Estamos investidos de dos dignidades: […] la dignidad de cristianos y la de obispos. La primera, es decir, el ser cristianos, es para nosotros; la otra, es decir, el ser obispos, es para vosotros […]. En el hecho de ser obispos, lo que cuenta es exclusivamente vuestra utilidad»[11]. Agustín deduce de ello que su disponibilidad para la misión recibida lleva el signo de una entrega total: «Según el mandamiento del Señor, me comprometeré a ser vuestro siervo […]. Al servicio de todos […]. Porque el Señor de los señores no desdeñó hacerse nuestro siervo»[12]. He aquí la misión del pastor: el servicio a los fieles siguiendo el ejemplo del Maestro. «Somos jefes y somos siervos: somos jefes, pero solo si somos útiles»[13].
El servicio humilde es una preocupación constante en Agustín. «La cátedra de Cristo está en el cielo, porque antes su cruz estuvo en la tierra. Él nos enseñó el camino de la humildad al descender del cielo para luego ascender, al visitar a quien yacía en lo bajo y al elevar a quien deseaba unirse a él». Agustín concluye: «Así debe ser el buen obispo: si no es así, no será obispo»[14].
«Ser pastor»
Algunos discursos, como el 46 (De pastoribus) y el 47 (De ovibus), pueden definirse con propiedad como un tratado sobre el ministerio sacerdotal[15]. En la tradición del Antiguo Testamento, la imagen del pastor designa a los jefes de Israel e incluye tanto el rasgo de la autoridad como el de la vigilancia sobre el rebaño; en el Nuevo Testamento se aplica a Pedro y a los presbíteros[16], pero allí se le añade la abnegación total en seguimiento de Cristo, que es el «verdadero» pastor, aquel que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11). De él reciben Pedro y los demás pastores la tarea de apacentar el rebaño y velar por él. En esta perspectiva, Agustín comenta el capítulo 34 de Ezequiel, donde el profeta denuncia a los malos pastores y los destituye para dejar espacio al Señor. Él es el pastor que reúne al rebaño, lo conduce a los pastos y lo separa de los carneros y de las cabras tumultuosas.
El tono enérgico de Ezequiel se presta bien, para Agustín, a un inicio vivo del discurso: los malos pastores se apacientan a sí mismos y no a las ovejas, beben su leche y se visten con su lana; no se preocupan por el rebaño y lo abandonan, descuidan a las ovejas enfermas y a las que se pierden, e incluso son capaces de matarlas para su propio beneficio[17]. Ante una conducta tan absurda, Agustín cita el ejemplo de Pablo, quien, a pesar de tener derecho a ser sostenido por la comunidad, renuncia categóricamente a ello y se mantiene con el trabajo de sus propias manos[18].
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Los dos discursos están dirigidos a los donatistas, para que salvaguarden la unidad de la Iglesia de Cristo: quien desgarra la comunidad está fuera de la Iglesia y no puede ser pastor; es, más bien, un lobo rapaz disfrazado de oveja[19].
El «verdadero pastor»
De los malos pastores se llega al verdadero pastor. Agustín retoma el mandato dado por Jesús resucitado a Pedro y deduce que el pastor no cuida sus propias ovejas, sino las del Señor, porque él es el verdadero pastor, más aún, el pastor de los pastores (pastor pastorum), y los muchos pastores le pertenecen[20]. «Al encomendar a Pedro, como persona individual, sus ovejas, Cristo quiso identificarse con él, de modo que, entregando a Pedro las ovejas, el Señor siguiera siendo siempre la cabeza, y Pedro representara el cuerpo, es decir, la Iglesia, y que ambos, como el esposo y la esposa, fueran dos en una sola carne»[21].
En Cristo, por tanto, el pastor está llamado a velar por el rebaño que se le ha confiado y a servirlo. El término «obispo», en sí mismo, significa etimológicamente «superintendente», es decir, quien vigila y provee según las necesidades[22]; pero su misión no es la de dominar ni ejercer poder. Praeesse —para Agustín— significa prodesse: quien está al frente tiene la tarea de ser «siervo de Cristo y, en su nombre, siervo de sus siervos»[23].
El servicio del pastor consiste en apacentar el rebaño, y dado que las ovejas no son suyas, las apacienta en Cristo, ya que es el Señor quien las alimenta. Por tanto, cuando las conduce al pasto, es Cristo mismo quien las guía y las nutre[24]. Para Agustín, el alimento del rebaño es la Palabra de Dios; el Evangelio es el texto con el que alimentar, sostener y consolar a los fieles: jamás deberá ser un pretexto para encubrir la búsqueda de un provecho personal. Los pastores han de esperar del Señor únicamente la recompensa por sus fatigas[25]. El apóstol Pablo «no buscaba su propio interés, sino el de Jesucristo» (Flp 2,21). De ahí la oración: «Dios nos dé la fuerza de amaros hasta el punto de poder morir por vosotros, tanto con nuestro cuerpo como con nuestro corazón»[26]. «Que apacentar el rebaño del Señor sea, por tanto, un compromiso de amor»[27].
Esta es la raíz de donde brota la fuerza del servicio: el amor del pastor. Agustín amaba a todos, pero sobre todo a los alejados y a los extraviados, incluso cuando estos no querían ser amados: «Pues bien, seré tan insistente como quieras, pero con valentía debo decirte: ¿Tú quieres caminar en el error e ir hacia la perdición? Yo no lo quiero»[28].
El amor del pastor es desinteresado, porque las ovejas que se le han confiado y que cuida con amor deben ser conducidas al Señor. Su ministerio —subraya Agustín repetidamente— es para la edificación de los creyentes[29]. Es precisamente la entrega al rebaño lo que distingue al pastor de los mercenarios: estos, cuando llega el peligro, huyen, porque las ovejas no son suyas, y las dejan a merced del lobo.
La vida del pastor, por tanto, debe ser un modelo: porque él imita al Señor, de modo que quien lo siga se convierta a su vez en discípulo[30]. Como Cristo, su amor es humilde, porque sabe que la salvación viene de Cristo, y se manifiesta en su ser cristiano, es decir, en haber sido consagrado —en griego, «ungido con el crisma»— al servicio de un Señor tan grande[31].
La elección del Señor
La tarea de pastor no se debe a cualidades o méritos personales, sino a la elección del Señor.
Por eso el obispo es luz que ilumina y transmite la Palabra de la verdad, el maestro que enseña, el centinela que llama al deber y reconduce a los extraviados. Él tiene la misión de guiar a los fieles hacia Cristo, que es la roca sobre la cual deben fundamentarse y en quien han de poner su esperanza[32].
La elección del Señor coloca al pastor ante sus responsabilidades: el rebaño pertenece a aquel que apacienta con providencia a Israel, a Cristo que lo ha redimido. Agustín es consciente de que deberá rendir cuentas de su ministerio ante el Pastor de los pastores. Las palabras de Dios a Ezequiel lo hacen temblar, porque el episcopado, antes que un honor, para él es una sarcina[33].
«Hay pastores que aman ser llamados pastores mientras se niegan a cumplir con la tarea de pastores»[34]. Esos no son pastores. Y así como hay buenos, también hay malos pastores, y estos por desgracia no faltarán nunca en la Iglesia. El doctor de Hipona entonces recuerda a los fieles sus responsabilidades: «Sea cual sea el comportamiento de quien está a la cabeza de vosotros, es decir, de nosotros, permaneced siempre seguros gracias a la seguridad que os ha dado el Pastor de Israel. Dios no abandona a sus ovejas: así, los malos pastores pagarán por sus culpas, mientras que las ovejas alcanzarán los bienes que les han sido prometidos»[35].
Agustín hace un comentario interesante sobre el «sentido crítico» que los fieles deben tener hacia el obispo. Reconocen la voz del pastor y la escuchan; pero no deben apoyarse en él de forma irresponsable, ni decir: «Estamos tranquilos porque seguimos a nuestros obispos […]. De nosotros darán cuenta nuestros pastores». Ciertamente, los pastores rendirán cuentas rigurosas al Señor por lo que hagan, pero los fieles deben recordar la Palabra del Señor: «Haced lo que ellos os digan, pero no lo que ellos hacen»[36].
El anuncio del Evangelio
El primer servicio del pastor es el anuncio del Evangelio. Agustín se dedicó al estudio del texto sagrado con un esfuerzo continuo de profundización. En las Confesiones había expresado el deseo de entregarse por completo a la Sagrada Escritura, «su único deleite»[37]. Al hacerse sacerdote, para completar su formación, se sumergió en el estudio de la Biblia y de los Padres, pero por voluntad del obispo ejerció desde el principio el ministerio de la predicación[38]. Una vez consagrado obispo, el servicio de la Palabra se convirtió en su deber principal. En realidad, aunque otras tareas propias del episcopado lo obstaculizaban[39], puede decirse que toda la vida de Agustín estuvo marcada por la predicación: mediante su voz, el Señor alimenta las almas, les hace saborear el tesoro y la riqueza del Evangelio[40].
Agustín lo había recordado también en las Confesiones, donde la actividad pastoral se resume en dos tareas principales: anunciar la Palabra de Dios y administrar el sacramento, verbum et sacramentum[41]. En esas páginas no se detiene a explicar esta misión, porque ya es conocida por los lectores. Pero, para no callar lo que representa una gran parte de su vida, se dedica a explicar las primeras páginas del libro del Génesis, que le ofrecen la ocasión de «confesar» a Dios y a los hermanos su ciencia y su ignorancia, los albores de su iluminación y los restos de sus tinieblas, su debilidad absorbida por la fuerza del Señor. Y, aunque eso pueda ser embarazoso, lo hace con alegría, porque el servicio de la Palabra a los hermanos constituye el primer deber de un obispo[42].
El verdadero pastor predica a Cristo, no por un beneficio personal, sino en busca de la verdad. Si lo que dice viene del Señor, sea quien sea el que lo afirme, es el Señor quien alimenta, porque en él se revela la caridad de Cristo[43]. Los pastores deben hablar un solo lenguaje y no tener voces discordantes[44].
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El doctor de Hipona define la predicación como un servicio del corazón y de la palabra[45], es decir, un modo de comunicar hecho con el corazón y con sinceridad, con afecto y con propiedad de lenguaje. Para él, el anuncio de la Palabra es tan importante que está dispuesto incluso a renunciar al estudio, que es su primera y verdadera pasión. Cuando predica al pueblo, debe hacerse entender: porque la predicación no es una enseñanza formal, sino la comunicación de la propia experiencia espiritual. El pastor debe dispensar la sabiduría de la Palabra de verdad, explicar la Escritura a quien es lento en comprender, y así lo salvará: en él están presentes la voz y la caridad de Cristo[46].
A partir del año 420, Agustín desarrolla cada vez más una manera de predicar el Evangelio adaptando su lenguaje a la capacidad del interlocutor (sermo humilis)[47]. Así como al enfermo se le administra la medicina poco a poco, y el pan se come en pedazos, del mismo modo él anuncia el Evangelio, guiado por la máxima paulina: «La letra mata, pero el Espíritu da vida» (2 Cor 3,6). Si no se adapta la Palabra divina a las capacidades reales de quien la recibe, se puede dañar al fiel, incluso matarlo espiritualmente[48].
Una vez más Agustín subraya la responsabilidad de los pastores: «Si los predicadores, para ganarse el favor de la multitud, callaran las exigencias severas del Evangelio, diciendo no las palabras de Cristo, sino las suyas propias, serían pastores que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas»[49]. Tampoco deben callarse las verdades más amargas, porque «si callo, me veo expuesto, no ya a un gran riesgo, sino a una ruina sin remedio»[50].
Hay también pastores que no enseñan el Evangelio, que se abstienen de predicar, o que no viven como deberían. Agustín recuerda la tentación de la riqueza, que genera además avaricia, y la de la vanidad, que llega incluso a hacerlos ridículos. En tales circunstancias, ¿cómo debe actuar el fiel? Si el pastor se niega a enseñar o se comporta mal, el fiel debe escuchar la voz del verdadero Pastor, que es Cristo[51]. La esperanza de los fieles no se funda en el hombre, sino en el Señor[52].
El servicio de los sacramento
Está también el servicio de los sacramentos, que tiene su culmen en la Eucaristía. Una observación interesante, al final de las Confesiones, recorre la experiencia espiritual que condujo a Agustín al episcopado. Vuelve una vez más el término sarcina, esta vez referido a las ocupaciones que lo absorben y lo retienen cotidianamente[53]. Y, sin embargo, hay una referencia a la positividad de esa «carga». Aterrorizado por su propia condición pecadora, el obispo acaricia la idea de huir al desierto para dedicarse a la oración, lejos de todos.
Pero el Señor se lo impide, porque lo ha redimido con su cuerpo y su sangre: ese cuerpo y sangre de los que el propio Agustín se alimenta, y que tiene la tarea de dar a los hermanos a pesar de su miseria. Dado que es Cristo quien se entrega por medio de él y se hace pan para dar vida, el hecho de ser ministro de la Eucaristía le permite superar el temor y la conciencia de no ser digno de ello. Mientras ejerce el servicio episcopal y consagra la Eucaristía, también Agustín desea saciarse de Él. Et manduco et bibo et erogo: mientras se alimenta de Cristo, lo entrega a los fieles, ejerciendo así el ministerio episcopal en comunión con quienes se alimentan y se sacian del Señor[54].
Entre las tareas del pastor está la de ejercer con dulzura el ministerio de la misericordia[55]. El Señor, el gran médico, ha venido a curar nuestro orgullo: «Como un médico, él envía a sus ayudantes para aplicar los cuidados más sencillos […] para curar la soberbia»[56]. Los pastores tienen el deber de cumplir su oficio de misericordia con humildad: «Es necesario corregir a los inquietos, animar a los tímidos, refutar a los opositores, cuidarse de los que acechan, instruir a los ignorantes, sacudir a los perezosos, calmar a los obstinados, reprimir a los orgullosos, socorrer a los pobres, liberar a los oprimidos, aprobar a los buenos, soportar a los malos, amar a todos»[57].
Además, los pastores no deben abandonar a las ovejas descarriadas, pero tampoco complacerlas, para que no se apeguen a las cosas mundanas y vacías. Finalmente, hay que sostener y fortalecer a los débiles que sufren en las pruebas y humillaciones de la vida, ayudarlos a participar en la cruz de Cristo; también es importante esforzarse por evitar disputas y discordias[58].
El ministerio de comunión y de amor
Agustín pide con frecuencia a los fieles que recen por él. Esta petición es especialmente insistente en las homilías sobre el ministerio sacerdotal. El discurso Sobre los pastores comienza con la invitación a rezar por el obispo que está iniciando la homilía[59]. Si bien esta exhortación aparece varias veces en otros discursos[60], se presenta de forma particularmente insistente en el aniversario de su ordenación episcopal[61]. Está claro que el servicio pastoral no tiene sentido si carece de una vida de oración que sea su fuente. Por eso Agustín recurre continuamente a la oración de los fieles, para que el ministerio sea fructífero. Y también cita al apóstol Pablo, quien deseaba ardientemente ser encomendado a Dios para que le abriera la puerta de la Palabra y así anunciar el Evangelio. Por eso, en la carta a los Colosenses escribe: «Perseverad en la oración y velad en ella, con acción de gracias. Orad también por nosotros»[62].
A propósito de la oración, el cardenal Michele Pellegrino, estudioso riguroso y atento de las obras de Agustín, observa la relación singular que el obispo de Hipona supo establecer con los fieles: «En la oración recíproca del pastor hacia el rebaño y del rebaño hacia el pastor se celebra el triunfo de la caridad», que es la característica esencial de su ministerio episcopal[63]. La comunión con el Señor tiene como signo la fraternidad: al orar, uno se une al Señor, y esa unión fortalece a los fieles y los hace convertirse en amigos y hermanos. Por eso, Agustín vuelve a proponer el deber que fundamenta la vida del obispo: orar por sus fieles, tenerlos siempre en el corazón[64]. Y, sin citarla expresamente, evoca la carta a los Romanos, donde Pablo afirma dos veces que su ministerio consiste en la oración y en el anuncio del Evangelio[65].
La santidad del pastor
Las cualidades del obispo convergen en un punto luminoso: la santidad del pastor[66]. Su vida da testimonio del Evangelio, en unión con el Señor Jesús, para tener «la fuerza de amar a los fieles hasta el punto de poder morir por ellos»[67]. Resuena aquí la tensión espiritual que atraviesa las Confesiones desde la primera página: «Nuestro corazón está inquieto: no descansa hasta que descansa en Ti»[68]. Predicando en ocasión de la consagración de un obispo, Agustín reafirma con fuerza aquello que distingue al verdadero presbítero: no la autoridad, ni el prestigio, ni siquiera los méritos personales, sino la búsqueda apasionada de la verdad, la humildad más profunda, una dedicación particular al sacrificio, el fervor de la oración; en una palabra, la santidad.
En el ambiente de Hipona, donde los donatistas se habían separado de la gran Iglesia, la santidad era considerada un signo de comunión: ellos creían que el estado de gracia del sacerdote era una condición necesaria para la validez de un sacramento, y por ello denunciaban a los pastores indignos. Agustín rechaza enérgicamente esa doctrina, porque el sacramento es eficaz por obra de Cristo y no depende de la irreprochabilidad de quien lo administra. Sin embargo, no renuncia a proclamar que el verdadero sacerdote se distingue por su santidad. Al obispo que es ordenado le recuerda las seducciones del poder: los hijos de Zebedeo que pretenden los primeros puestos, los apóstoles movidos por el deseo de grandeza; el obispo es quien ama, pero es siervo como lo fue Cristo, es humilde como el Señor Jesús, es cristiano como sus fieles[69]. Si se mira la vocación cristiana de cada persona, entre él y ellos no hay diferencias, porque el sacerdote es miembro del rebaño y, bajo la guía del verdadero pastor, está llamado a vivir el Evangelio: «Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano».
***
Este es, entonces, el «pastor» para Agustín: el pastor es el hombre de Dios y el amigo de los hombres. Su tarea es guiar al rebaño: un compromiso de amor. No solo porque donde el amor es mayor, el esfuerzo es menor, sino porque los fieles son amados por el pastor como hijos, y por eso lo aman como a un padre[70]. Se trata, por tanto, de una relación basada en el amor recíproco, que es el fundamento de una Iglesia unida. El obispo concluye entonces: «Es nuestro deber amar a todos: Omnes amandi». Esta máxima resume la vida de Agustín «pastor».
El Papa Francisco se refirió en varias ocasiones al Discurso 46, De pastoribus, recordando tanto al profeta Ezequiel como a san Agustín: en la homilía de la misa crismal del Jueves Santo de 2013 exhortó a los pastores a ser conforme al corazón de Dios y a «tener olor a oveja». También ha mencionado con frecuencia el documento final de Aparecida (de 2007), cuyo mensaje a los presbíteros «apunta a la identidad genuina de “pastor del pueblo” y no a la adulterada de “clérigo de Estado”»[71].
- «Terret me Evangelium»: Agustín, s., Serm. 339,4; el discurso fue pronunciado por Agustín hacia el año 400, en el aniversario de su ordenación episcopal. Cf. Opere di sant’Agostino. Nuova Biblioteca Agostiniana, al cuidado de la Cátedra Agustina en el Augustinianum de Roma, dirigida por el p. Agostino Trapé, Roma, Città Nuova, de 1965 a 2013. En particular, para los Discursos, cf. los volúmenes 29-34. ↑
- Agustín, s., Serm. 340,1, en el que «carga» aparece cuatro veces en el primer párrafo y en el que se subraya la necesidad de la ayuda de Cristo para poder sostenerla. ↑
- Ibid. ↑
- Así traducimos el juego de palabras del Serm. 296,4-5: aut effectu, aut affectu. ↑
- Cf. A. Pincherle, Vita di sant’Agostino, Roma – Bari, Laterza, 1980, 238-250. ↑
- Agustín, s., Conf. X, 3,3-4. ↑
- Ibid., X, 27,38. ↑
- Ibid., X, 30,41. ↑
- Id., Serm. 340,1. Se trata de otro aniversario de su consagración episcopal. ↑
- Ibid. ↑
- Id., Serm. 46,2; el discurso remonta al 409-410. La fórmula vuelve también en el siguiente discurso De ovibus, Serm. 47,2. ↑
- Id., Serm. 340,1. ↑
- Id., Serm. 340/A,3. Cf. M. Jourjon, «L’évêque et le peuple de Dieu selon saint Augustin», en Id., Saint Augustin parmi nous, Le Puy – Paris, Xavier Mappus, 1954, 157-162. ↑
- Agustín, s., Serm. 340/A,4. ↑
- Cf. Id., Sul Sacerdozio. Pagine scelte dai Discorsi, al cuidado de G. Ceriotti, Roma, Città nuova, 19932, 121-180 y 181-230. ↑
- Cf. Jn 21,15-17; Hch 20,28-29; 1 Pd 5,2-3. ↑
- Cf. Agustín, s., Serm. 46,9. ↑
- Cf. 1 Cor 9,12-15; 2 Ts 3,8-9; los pasajes son citados en el Serm. 46,3-7. ↑
- Cf. Agustín, s., Serm. 46,31. ↑
- Cf. Id., Serm. 138,5: Unum caput, unum corpus, unus Christus. Ergo et pastor pastorum, et pastores pastoris, et oves cum pastoribus sub pastore. Cf. Serm. 46,30; 47,20. ↑
- Id., Serm. 46,30. ↑
- Id., Enar. en Ps. 126,3. ↑
- Id., Ep. 217. ↑
- Cf. Id., Serm. 47,10.12. 20; 46,9.30. ↑
- Cf. Id., Serm. 46,5-6. ↑
- Id., Serm. 296,4.5. ↑
- Id., In Io. Ev. tr. 123,5. El texto prosigue: «Los que pastorean las ovejas de Cristo con la intención de atarlas a sí mismos, no a Cristo, demuestran que se aman a sí mismos, no a Cristo, movidos como están por la codicia de la gloria o del poder o de la ganancia, no por la caridad que inspira la obediencia, el deseo de ayudar y de agradar a Dios». ↑
- Id., Serm. 46,14. ↑
- Cf. Id., Conf. XIII, 34,49. ↑
- Cf. Id., Serm. 47,12, remitiendo a 1 Cor 4,16. ↑
- Cf. Id., Serm. (Dolbeau) 10,2: Discorsi nuovi, en Nuova Biblioteca Agostiniana 35/1, Roma, Città Nuova, 2001, 184 s. ↑
- Cf. Id., Serm. 46,2.4. 20.10-11. La cita es de 1 Cor 10,4. En la Ciudad de Dios, Agustín explica: «Solo los obispos y los presbíteros son considerados sacerdotes. Sin embargo, por la unción sacramental consideramos a todos los fieles ungidos por el Señor» (De civ. Dei 20,10). ↑
- Id., Serm. 46,2; Ep. 86; cf. A. Trapé, Agostino. L’uomo, il pastore, il mistico, Roma, Città Nuova, 2001, 169. ↑
- Agustín, s., Serm. 46,1. ↑
- Ibid., 2. ↑
- Cf. Mt 23,3; Agustín, s., Serm. 46,21. Em el comentário al Evangelio de Juan, Agustín afirma que se puede escuchar la voz del pastor incluso de la boca del mercenario (In Io. Ev. tr. 46,6). ↑
- Id., Conf. XI, 2,3. ↑
- Según la costumbre africana, la tarea de la predicación era un deber particular del obispo: cf. Id., Ep. 21. ↑
- También era deber del obispo ser defensor civitatis, es decir, dirimir los asuntos civiles, defender a los ciudadanos contra las pretensiones del fisco y los abusos curiales. Agustín no quería tener nada que ver con los poderes públicos: su tarea era la predicación de la Palabra de Dios, que abarca, como tal, toda la realidad humana, pero no es una fuerza negociadora en el plano del poder (Agustín, s., Serm. 302.19; cf. V. Grossi, «Nota sulla dimensione agostiniana di un vescovo del tardoantico», en Greci Christi ministrantes. Studi di Letteratura cristiana antica in onore di Pietro Meloni, Cagliari, PFTS, 2013, 78-89). ↑
- Cf. Agustín, s., Serm. 46,2.23.27-30. ↑
- Id., Conf. XI, 2,2. Cf. M. Pellegrino, Verus sacerdos. Il sacerdozio nell’esperienza e nel pensiero di sant’Agostino, Fossano (Cn), Esperienze, 1965, 20; 50; 64. ↑
- Cf. Id., Conf. XI, 2,3. ↑
- Non occasione, sed veritate: Id., Serm. 137,9.11. La expresión retoma Fil 1,18. ↑
- Cf. Id., Serm. 46,2.22.30. ↑
- Ministerium cordis et linguae nostrae: Id., Serm. 313/E,7. ↑
- Cf. Id., Serm. 46,5.13.10-11.30. ↑
- Cf. Id., De praed. sanct. 1,2. El lenguaje de algunos discursos no es el mismo que el de las Confesiones o el de la Ciudad de Dios (véase un ejemplo en los sermones 46 y 47 arriba citados). ↑
- Cf. V. Grossi, «Nota sulla modalità dell’evangelizzazione: indicazioni teologiche da S. Agostino», en Lateranum 63 (1997) 555-568. ↑
- Agustín, s., Serm. 46,2.8. ↑
- Id., Serm. 17,2: el comentaro hace referencia al Sal 49, pero se cita Ez 33,8-9. Y Agustín concluye con las palabras: «No quiero ser salvado sin ustedes». ↑
- Cf. Id., Serm. 46,20. ↑
- Cf. Id., Enarr. in Ps. 75,8. ↑
- Cf. Id., Conf. X, 40,65. ↑
- Cf. Sal 21,27; Agustín, s., Conf. X, 43,70. ↑
- Cf. Id., Serm. 340/A,4. ↑
- Ibid., 5. ↑
- Id., Serm. 340,1. ↑
- Cf. Id., Serm. 46,7.10.13.18. ↑
- Cf. Ibid., 2.14. ↑
- Cf. Id., Serm. 137,15,293; 152,1; 153,1; 163/B,2; 305/A,10; 313/E,7; 355,7; Id., Enarr. in Ps. 38,6; Id., Ep. 27,4 a Paulino. ↑
- «Me sostengan vuestras oraciones»; «Recen sinceramente por mí»; «Ayúdennos con la oración y la obediencia» (Id., Serm. 340,1). ↑
- Col 4,2-3. Cf. Agustín, s., Serm. 340,2. ↑
- Cf. M. Pellegrino, «S. Agostino pastore d’anime», en Recherches Augustiniennes 1 (1958) 338. ↑
- Cf. Agustín, s., Enarr. in Ps. 126,3. ↑
- Cf. Rm 1,9 y 15,16: Pablo reafirma que el apostolado es una «función cultural», una liturgia en la que el apóstol ora y ofrece los hombres a Dios. ↑
- Cf. Agustín, s., Serm. 47,2; 46,23. Cf. M. Pellegrino, Verus sacerdos…, cit., 121-146. ↑
- Agustín, s., Serm. 296,5. ↑
- Id., Conf. I, 1,1. ↑
- Cf. Id., Serm. 340/A,1-5. ↑
- Cf. Id., Serm. 340,1. ↑
- Cf. Homolía del Santo Padre Francisco por la Misa Crismal de Jueves santo, 28 de marzo de 2013; «Cuando los pastores se convierten en lobos» en Papa Francisco, Omelie del mattino nella Cappella della Domus Sanctae Marthae, Ciudad del Vaticano, Libr. Ed. Vaticana, 2013, 159-161; «Un testo di J. M. Bergoglio: Pastori del popolo, non chierici di Stato», en Civ. Catt. 2013 IV 3-13. Véase también Papa Francisco, Evangelii gaudium, nn. 117, 125, 171. ↑
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