Santos

Una nueva lectura de la vida de San Pedro Claver

«Viejos que sueñan y jóvenes que profetizan»

Saint Peter Claver. Engraving by J. Vitta after P. Gagliardi

En el encuentro con los jesuitas en sus recientes viajes a Colombia, Myanmar y Bangladés, el papa Francisco se refirió a san Pedro Claver de una manera que inspira una relectura de la vida[1] del santo[2]. La expresión utilizada por el Papa fue «carisma». Pero no se estaba refiriendo al carisma de Claver, sino que presentó como un carisma la misma persona del santo. Claver se hizo «esclavo de los esclavos», convirtiéndose para ellos en un verdadero «paráclito»[3] —consolador, abogado, intercesor—. Así, con su misma vida denunció proféticamente la ceguera social de una época que introdujo la esclavitud de los negros.

Afirmó el Papa: «Hay un carisma base del jesuita colombiano: es una persona y se llama Pedro Claver. Creo que Dios nos ha hablado a través de este hombre. Me impresiona que siendo apenas un muchachito, delgado, un joven jesuita en formación, hablaba con el viejo portero. Y el viejo alimentaba sus aspiraciones. Qué lindo sería que nuestros viejos en la Compañía se pusieran a la vanguardia y los jóvenes fueran los que van detrás de ellos: así se cumplirían las palabras de Joel: “Los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán”. Así que es necesario profetizar, pero hablando con los viejos»[4].

En la vida de estos dos santos hay un episodio emblemático. Claver iba a pasear con el hermano Miguel Serra. Alonso, el portero, estaba siempre en su puesto. «Un día [Alonso] vio a estos jóvenes que salían y, una vez más, iluminado, dijo esta frase un poco misteriosa, señalando primero el pecho de Claver: “Aquí, el Padre”, y después, a su compañero: “Aquí, el Hijo”; y después, poniendo las manos entre los dos: “Aquí, el Espíritu Santo”. Apenas había pronunciado la última palabra quedó suspendido en el aire, privado de sus sentidos. Al mostrar el Espíritu Santo pareció que sobre los tres viniera todo el ímpetu de su amor […]. Este episodio tuvo gran repercusión en la vida de Claver. En efecto, el mismo padre lo relató a varios de sus amigos y fue referido en el proceso»[5]. En este relato encontramos el origen de lo que el Papa llama «el carisma Claver»: la acción única y continua del Espíritu que se transmite de una generación a otra.

El puente entre los viejos que sueñan y los jóvenes que profetizan

San Alonso relata en sus escritos que, en un sueño, le fueron «mostrados por su ángel custodio innumerables tronos ocupados por beatos y, en el medio, uno vacío, el más esplendoroso de todos. Tuvo deseos de conocer ese misterio y se le dijo: “Este es el lugar preparado para tu discípulo Pedro Claver en premio por sus muchas virtudes y por las innumerables almas que convertirá en las Indias con sus trabajos y sudores”»[6]. He ahí el sueño del viejo que el joven realiza.

La imagen que el papa Francisco utiliza para esta relación es la de los puentes: «Hoy más que nunca tenemos necesidad, tenemos necesidad de este puente, del dialogo entre los abuelos y los jóvenes»[7]. Cuando era joven provincial de los jesuitas, Bergoglio hablaba a menudo de este puente intergeneracional[8]. Y como cardenal, en la conferencia de Aparecida, afirmó que «nuestra dificultad para recrear la adhesión mística de la fe en un escenario religioso plural» es una de las causas de la «ruptura en la transmisión generacional de la fe cristiana en el pueblo católico»[9].

Ahora queremos presentar algunas imágenes de la vida de san Pedro Claver que pueden hacer de puente para superar esta ruptura y reforzar nuestra visión de fe en el escenario actual.

«Salir a acoger con alegría»

Si buscamos una imagen que nos ilustre la comunión entre estos dos carismas —el de Alonso Rodríguez y el de Pedro Claver—, tal vez la mejor es la que nos presenta al anciano hermano portero procurando acoger con solicitud a todo huésped que llamara a la puerta de la escuela, diciendo: «Ya voy, Señor». Alonso se había hecho experto en esta tarea de portero: captaba y distinguía las diferentes maneras de tocar la campanilla y, al mismo tiempo, estaba atento a los movimientos de su corazón, para así disponerse en cada situación a acoger con alegría a cada uno como si el que llamaba fuese Cristo mismo[10].

Esta imagen de Alonso, que salía a recibir «con grande regocijo y alegría», se imprimió en el alma de Claver. De ahí nacieron y se alimentaron la diligencia y delicadeza con la que organizaba cada detalle de su plena solicitud para con los esclavos. Pero de ahí nació sobre todo aquella alegría que Claver sentía cuando oía la llegada de una nave: «era tanta su inquietud, que parece que no cabía en sí mismo»[11]. Y estaba tan contento que ofrecía una misa por quien le había anunciado la noticia, y esto hacía que todos en el puerto estuviesen alerta y participaran de su espera. Después salía cargado de canastas en las que llevaba a los esclavos limones, algunas galletas, tabaco, bananas, pan blanco y vino, y les daba la bienvenida.

Claver heredó la «alegría misionera» de Alonso Rodríguez, y este es uno de los frutos del Espíritu que hace de puente entre las generaciones.

El bautismo como puente intergeneracional

Si consideramos solo las virtudes heroicas y los milagros de Claver corremos el peligro de relegarlo a la categoría de los santos admirables, pero no imitables, o imitables solo en parte, y esto representa un problema cuando se trata de escuchar lo que Dios nos dice hoy a nosotros a través de su vida.

Parecería obvio compartir con Claver el compromiso por cuidar de las personas vulnerables y comunicar el evangelio de la misericordia de Dios a las personas a las que se descarta. No obstante, él bautizaba a todos. Y sobre este punto sentimos que nuestra mentalidad es distinta de la suya. Reconocemos que tenemos mucho que aprender de la exquisita caridad de Claver, pero, en cuanto a la teología del bautismo, hoy pensamos que no es necesario bautizar materialmente a todos a fin de que vayan al cielo.

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En la época de Claver la convicción de que el bautismo sacramental era condición para entrar en el cielo alimentaba ese fuego que apasionaba y hacía intrépidos a los misioneros. En cuanto cristianos, en una situación social tremenda e injusta, ellos tenían para ofrecer un tesoro real, algo que todo ser humano tiene derecho a recibir porque es el mensaje y la vida de Cristo para cada uno[12].

Lo que encendía la pasión de Pedro Claver no era solo una idea abstracta del bautismo. Él bautizaba con todo su ser: con las manos y con los abrazos, descendiendo a su vez a la bodega de las naves en busca de los enfermos y bebiendo de sus llagas todo su dolor y su indignidad. Bautizaba lavando y ungiendo y cubriendo con su manto a los esclavos, y después siguiéndolos a lo largo de su vida, insertándolos en la Iglesia, haciéndolos participar en las misas, confesiones y procesiones públicas, así como en los banquetes que organizaba para ellos.

Más aún —y en esto reconocemos la esencia del bautismo—, Claver mismo se había sumergido primero en su esclavitud: una esclavitud que él aceptaba en toda circunstancia de la vida en la que pudiese elegir no ser el amo.

Este bautismo existencial, que consiste en sumergirse en toda cultura y en la vida de toda persona y de todo pueblo a partir de situaciones de cruz es todavía hoy esencial para la salvación. Es el «plus» cristiano de un Dios que salva «bautizándose» en nuestra vida para bautizarnos en la suya.

Textos dejados en herencia a la generación futura

Fue significativo el regalo que los jesuitas colombianos hicieron al Papa a través del padre Tulio Aristizábal, de noventa y seis años, estudioso de san Pedro Claver: el libro del proceso de canonización del santo. Contiene la declaración jurada de más de treinta esclavos que dicen quién fue Claver. «A mi manera de ver —dijo el padre Aristizábal—, se trata de la mejor biografía del santo. La pongo en sus manos»[13].

Este gesto trae a la memoria otro semejante que tuvo lugar hace 500 años, en noviembre de 1610. En la vigilia de la partida de Claver, Alonso le entregó el pequeño «Oficio de la Inmaculada» escrito de su puño y letra (Claver lo conservará durante toda la vida y lo recitará tres veces a la semana). Al mismo tiempo, le dio algunos cuadernos de consejos espirituales.

Cuarenta años más tarde, Claver repitió ese gesto, dejando en herencia al noviciado de Tunja el mismo cuaderno que Alonso Rodríguez le había regalado, con sus consejos espirituales. El 28 de octubre de 1651 envió el cuaderno con una carta en la que decía: «deposito un tesoro grande, que recibí del santo hermano Alonso Rodríguez, que es un libro escrito de su mano de él, en el cual dejó estampadas su alma y sus virtudes. Y así lo envío al noviciado para que los santos novicios se aprovechen de él y el padre maestro de ellos, pues yo no supe aprovechar».[14]

Este último gesto de Claver podemos definirlo como «un gesto puente», «un gesto intergeneracional». Es el testimonio de que Claver fue capaz de entender el lenguaje del viejo san Alonso, su maestro espiritual, y de que quiso comunicar a las nuevas generaciones que allí había un lenguaje esencial, digno de ser transmitido de generación en generación, mientras que otras cosas podían pasar bajo silencio.

El cuaderno se perdió con la expulsión de los jesuitas. Se conserva el que fue reconstruido por el hermano Alonso a través de testimonios (el legado no es el escrito, que se puede reconstruir, sino el espíritu).

En esta visión del carisma como el elemento personal que se transmite de una generación a otra nos damos cuenta de algunas cosas que Dios quiere decirnos también a nosotros a través de Claver, que habla «no con la lengua, sino con manos y obras»[15].

«Su asombro es el nuestro»

«Su asombro es el nuestro», dijo Francisco en su primer discurso en Colombia. «Pienso en aquel primer viaje de san Pedro Claver desde Cartagena hasta Bogotá surcando el Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. La detenemos en los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce»[16].

Dios nos sorprende siempre, y el asombro de los santos —en este caso, el asombro que nos refiere el Papa de observar, gracias a los ojos de Claver, cómo se hacen visibles los que eran invisibles— es algo personal y comunicable. Mirar con los ojos de otros, mirar con su fe es el modo de recuperar la capacidad de asombro cuando se ha debilitado. Necesitamos esa capacidad para ver a los «invisibles» de nuestro tiempo.

«Después del primer paso siguieron otros, y otros…»

Al despedirse de Colombia, el Papa invitó a los fieles a dejarse contagiar por el dinamismo incansable que impulsaba a Claver a salir de sí para ir al encuentro de los esclavos: «El 8 de septiembre de 1654 moría aquí mismo san Pedro Claver; lo hacía después de cuarenta años de esclavitud voluntaria, de incansable labor en favor de los más pobres. Él no se quedó parado, después del primer paso siguieron otros, y otros, y otros. Su ejemplo nos hace salir de nosotros mismos e ir al encuentro del prójimo»[17].

A lo largo de la vida, también el coraje de seguir caminando es algo personal que puede transmitirse a los otros. El modo de salir y avanzar en la vida y la fuerza para hacerlo son algo que el Espíritu Santo comunica a través de personas concretas.

Los pasos de Claver iban en la dirección de un compromiso cada vez más personal y total con los esclavos. Por un lado, se implicaba en la acción: había en él un fervor «que no podía permanecer indiferente ante el sufrimiento de los más desamparados y ultrajados de su época y que tenía que hacer algo para aliviarlo»[18]. Por otro lado, se implicaba en la pasión. Sabía «escuchar» el lenguaje de la debilidad y de la vulnerabilidad. Cuando fue a visitar a una mujer enferma de una afección que daba repugnancia, dijo: «Aquí hay mucha paciencia y hay mucho sufrimiento por amor de Dios. Yo me encuentro muy necesitado de esas virtudes y vengo a buscarlas en este lugar y a aprenderlas. Enséñame, enséñame —le decía—, porque vengo para aprender de ti»[19]. El grado de implicación es algo que no puede medirse, pero se percibe a partir de los pequeños gestos de dedicación a las personas.

El «genio evangélico» se comunica

El papa Francisco resaltó en Pedro Claver lo que denominó su «genio evangélico»: «[Claver] no poseía títulos académicos de renombre; más aún, se llegó a afirmar que era “mediocre” de ingenio, pero tuvo el “genio” de vivir cabalmente el Evangelio, de encontrarse con quienes otros consideraban solo un desecho»[20].

Aquí se ve cómo el carisma concentra todo el ser de una persona en un único punto, dando la sensación de que se empobreciera —justamente, muchos consideraban una disminución el hecho de que Claver «se distinguiese solamente porque catequizaba a los negros»—, mientras que, en realidad, este elemento tan concreto se vuelve universal.

En Yangón, el Papa habló de Claver como un ejemplo de discernimiento para los jóvenes: «Si [el joven candidato] sabe discernir, sabe reconocer qué cosa viene de Dios y qué cosa viene del espíritu malo. Entonces, con esto le basta para avanzar. Aunque no comprenda mucho, aunque desapruebe en los exámenes… está bien, con tal de que sepa hacer discernimiento espiritual. Pensad en san Pedro Claver. Sabía discernir y sabía que Dios quería su vida entre los esclavos negros, acerca de los cuales algunos teólogos estimados discutían si tenían o no alma»[21].

El Espíritu enriquece el «genio evangélico» con una fecundidad especial cuando está privado de otras capacidades o genialidades humanas. Al contrario que el genio humano, que no se hereda ni se transmite, el genio evangélico se transmite, siendo de hecho lo más transmisible que hay, en la soberana libertad del Espíritu.

Un grupo de intérpretes como puente

Por último, el Papa hizo notar cómo Claver trabajaba en grupo y haciendo grupo[22]. Desde el principio, «solo un puñado inició una corriente contracultural de encuentro. San Pedro supo restaurar la dignidad y la esperanza de centenares de millares de negros y de esclavos»[23].

Dentro de su grupo, los intérpretes tuvieron un papel protagonista inusual para la época[24]. Eran ellos los que hacían que cada cual escuchara la predicación en su propia lengua.

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En la vida de Claver hay un episodio que puede ilustrar cuánto amaban estos intérpretes al santo. «Cuando catequizaba a los negros sentaba a los intérpretes en sillas y él estaba de pie o se sentaba en el suelo dando el mejor lugar a los negros esclavos […] y aconteció un día que entró un sacerdote y viendo lo referido se arrebató de cólera contra el esclavo que estaba en la silla y arremetió a él para echarle de ella a bofetadas y hacer sentar al Padre, el cual lo detuvo con mucha mansedumbre diciendo que lo dejase, porque en aquella acción el negro era el sacerdote y el predicador, y él era entonces su negro y así debía estar en mejor lugar que él como de hecho se quedó».

A partir de este episodio puede observarse que el don más personal del Espíritu —‍en este caso, el de predicar— es absolutamente intercambiable, en beneficio exclusivo de la misión.[25]

Dos lenguajes-puente: el de los números y el de las imágenes

Claver tiene también algo que decirnos hoy en día con relación a dos lenguajes, y su modo de utilizarlos puede darnos acceso al secreto de su fervor: el lenguaje de los números y el de las imágenes.

El hermano Nicolás González, compañero fiel de Claver durante veintidós años, relata haber preguntado al padre cuántos eran los esclavos a los que había bautizado desde que ejercía su ministerio, y él le respondió, que, según sus cálculos, eran más de 300 000[26]. En un primer momento, la cifra le pareció excesiva al hermano. Hay que saber que en la época de Claver llegaban al puerto de Cartagena[27] unos doce o catorce barcos al año que llevaban en las bodegas entre 300 y 600 esclavos cada uno. Claver desarrolló su labor de manera activa desde 1616 hasta 1650, cuando regresó enfermo de las misiones de Tolú y Sinú. Por tanto, el hermano Nicolás debe de haber basado sus propios cálculos en el promedio de 450 esclavos por barco y, multiplicando por doce meses y por treinta y cuatro años, le resultaban alrededor de 183 000 individuos[28]. Pero después se acordó de que Claver había bautizado a muchos esclavos que habían llegado años antes y que vivían en las regiones que rodean Cartagena, donde iba a menudo a misionar.

El cálculo de Claver respecto de las personas bautizadas tiene un gran significado en la historia de esos tres siglos (XVI-XVIII), de los cuales quedan datos muy parciales. En compensación, sabemos que la esclavitud de los negros africanos aumentó de manera exponencial[29], que en el curso de esos siglos hubo una suerte de oscurecimiento moral y que, después, la esclavitud dejó de ser «legal» para camuflarse bajo otras mil formas.

El lenguaje de los números nos dice que, en el período en que la periférica Cartagena de Indias fue el centro del mundo de los esclavos, san Pedro Claver y su pequeño grupo de colaboradores, españoles y esclavos, bautizaron a todos los que llegaron y a muchos otros. Por tanto, Claver puede designarse con todo derecho como «el santo que libertó una raza», como afirma su biógrafo Valtierra.

La cuenta de los bautizados que hacía Claver ofrece un ejemplo concreto al mundo actual, en el que las cifras de lo que reporta beneficios o confiere poder se calculan con precisión, sin que suceda lo mismo con las relativas a las personas vulnerables[30]. El lenguaje de los números es un puente cuando sirve para recordar a las personas y no para transformar a estas en números.

Para comprender, en segundo lugar, el lenguaje de las imágenes utilizado por Claver puede ayudarnos una anécdota. Un superior quiso examinar el método adoptado por el P. Pedro para explicar la doctrina a fin de ver si era oportuno introducir alguna reforma útil. Poco conocedor de los esclavos, el superior consideró que se trataba de «ridículos medios de enseñanza»[31], demasiado infantiles, y llegó a prohibirle al padre el uso de sus fórmulas catequísticas y de las imágenes con las que ilustraba sus enseñanzas. En este caso, Claver, que solía obedecer sin replicar en lo tocante a su persona, dado que estaban en juego su misión y una pedagogía estudiada hasta en los mínimos detalles y continuamente confrontada con la praxis, pidió con respeto al superior que reconsiderara su prohibición. Pero este interpretó la petición como una manifestación de orgullo y le impuso por santa obediencia suspender el viejo método y poner en práctica el nuevo que él le sugería. El fracaso de este nuevo método, que se basaba en explicaciones abstractas y no se servía de imágenes, convenció al superior de la bondad y eficacia del método de Claver, a quien él dio después plena libertad para adoptarlo de nuevo.

El lenguaje de Claver estaba adaptado a quienes lo escuchaban y sabía tocar su corazón. La gran perseverancia en la fe mostrada por sus bautizados da testimonio de la validez de dicho método de enseñanza, con abundantes imágenes y ejemplos. El lenguaje simple de las imágenes es un verdadero puente para que el Espíritu llegue al corazón de las personas, cosa que no sucede, en cambio, con el lenguaje abstracto.

Nuestra vulnerabilidad como puente entre Dios y nuestra historia

De Claver podemos decir que tenía el «don de curar» (1 Cor 12,9) las heridas físicas, espirituales y sociales. Él mismo, con su persona, curaba: sonriendo, abrazando, acariciando, consolando, tocando y bebiendo las sustancias infectas de los enfermos, pero que, sin embargo, no le hacían mal, porque Dios sostenía su vulnerabilidad.

Desde esta perspectiva pueden leerse las «osadías» de Claver: sus penitencias, su pobreza total, su obediencia silenciosa de «animal de carga», su forma de exponerse a situaciones extremas. Cada gesto debe considerarse no en sí mismo, sino como un salto al vacío para abandonarse en las manos de Dios. Este era —y sigue siendo— el único modo de llegar a acercarse a aquel que, a su vez, se encuentra en una situación igual de extrema.

Su testimonio personal fue el sello de su carisma. La vulnerabilidad compartida de Claver —una vulnerabilidad no solo cuidada y atendida en otros, sino vivida en sí mismo, pues pasó los últimos años de su vida en un «espantoso estado de abandono», como subrayara el Papa, y fue esclavo del esclavo que iba a tener que cuidar de él y que, por el contrario, lo descuidaba y maltrataba— es parte esencial de su mensaje evangélico, proclamado con gestos y con su misma vida.

«Dios nos ha hablado a través de este hombre», dijo el papa Francisco. Como hemos visto, lo ha hecho con un lenguaje que casi ha acallado toda palabra para transformar su misma persona en una única palabra: la que nos dice que nuestra vulnerabilidad es el lugar en que Dios se basa para crear un puente entre él y nuestra historia.

Así como su época «no veía» a los esclavos porque había aceptado ideológicamente la esclavitud, así también nuestra época no ve a muchas personas vulnerables porque ha hecho propias algunas «ideas» abstractas que no permiten ver a las personas concretas. Y el Papa nos enseña que en los sueños de los individuos vulnerables —los ancianos— podemos encontrar la clave para comprender aquello que debemos hacer, y recibir la fuerza para realizarlo.

  1. Cf. Francisco, «La gracia no es una ideología. Un encuentro privado con algunos jesuitas colombianos», en La Civiltà Cattolica Iberoamericana I (2017) n. 9, pp. 7-14; íd., «“Estar en las encrucijadas de la historia”. Conversaciones con jesuitas de Myanmar y de Bangladés, en ibíd. II (2018) n. 12, pp. 7-20.

  2. Pedro Claver nació en Verdú (España) en 1580. En 1602 entró en la Compañía de Jesús. Culminó de manera brillante sus estudios de lengua y retórica en Gerona, y en noviembre de 1605 fue enviado a Mallorca para estudiar Filosofía. Allí conoció a san Alonso Rodríguez (1532-1617), el santo hermano jesuita, portero del colegio, que habría de ser su director espiritual y que ejercería una influencia decisiva en su vocación misionera y de servicio a los más pobres. En 1610 fue enviado a América a terminar los estudios de Teología. En 1616 fue ordenado sacerdote en Cartagena de Indias. Bajo la guía del padre Alonso de Sandoval (1605-1652) trabajó durante 38 años como «esclavo de los esclavos». Murió en 1654 tras cuatro años de enfermedad.

  3. «El Paráclito es lo que hace» (R. Cantalamessa, Il canto dello Spirito, Milán, Àncora, 1998, p. 77).

  4. Francisco, «La gracia no es una ideología. Un encuentro privado con algunos jesuitas colombianos», op. cit., p. 11.

  5. Cf. Sacra Rituum Congregatione, Beatificationis et canonizationis Ven. Servi Dei Petri Claver, Roma, Typis Rev. Camerae Apost., MDCXCVI, nn. 4 y 8.

  6. A. Valtierra, El santo que libertó una raza, Bogotá, Imprenta nacional, 1954, p. 94s.

  7. Francisco, Discurso en la vigilia de oración como preparación para la Jornada Mundial de la Juventud, 8 de abril de 2017, en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2017/april/documents/papa-francesco_20170408_veglia-preparazione-gmg.html.

  8. Puente que el Espíritu tiende en la relación entre ancianos y jóvenes: «Muchas veces, en la Provincia, he hablado de la necesidad de atender a los jóvenes y a los viejos. […] Viejos sabios y jóvenes observantes […]: allí está el futuro de la Provincia» (Papa Francisco [J. M. Bergoglio, SJ], Meditaciones para religiosos, Bilbao, Mensajero, 2014, p. 246).

  9. J. M. Bergoglio, Ponencia en la V Conferencia del CELAM, Aparecida, 15 de mayo de 2007 (en http://www.arzbaires.org.ar/inicio/homilias/homilias2007.html), frases que él mismo retoma como Papa en Evangelii gaudium 70.

  10. Cf. A. Valtierra, El santo que libertó una raza, op. cit., p. 89.

  11. Ibíd., p. 24.

  12. Cf. P. Trigo, Pedro Claver, esclavo de los esclavos, Barcelona, Cristianisme i Justícia, 2013.

  13. Francisco, «La gracia no es una ideología. Un encuentro privado con algunos jesuitas colombianos», op. cit., p. 12.

  14. A. Valtierra, El santo que libertó una raza, op. cit., p. 100. Cf. todo el relato en pp. 98-100.

  15. Francisco, Homilía en la misa celebrada en el área portuaria de Contecar (Cartagena de Indias), 10 de septiembre de 2017, en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2017/documents/papa-francesco_20170910_omelia-viaggioapostolico-colombiacartagena.html

  16. Íd., Discurso durante el encuentro con las autoridades en Bogotá, 7 de septiembre de 2017, en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2017/september/documents/papa-francesco_20170907_viaggioapostolico-colombia-autorita.html

  17. Íd., Homilía en la misa celebrada en el área portuaria de Contecar (Cartagena de Indias), op. cit.

  18. Íd., Homilía en Medellín, 9 de septiembre de 2017.

  19. P. Trigo, Pedro Claver, esclavo de los esclavos, op. cit., p. 27.

  20. Íd., Homilía en la misa celebrada en el área portuaria de Contecar (Cartagena de Indias), op. cit.

  21. Íd., «“Estar en las encrucijadas de la historia”. Conversaciones con jesuitas de Myanmar y de Bangladés», op. cit., p. 13.

  22. Íd., Homilía en la misa celebrada en el área portuaria de Contecar (Cartagena de Indias), op. cit.

  23. Ibíd.

  24. En el proceso de canonización se hace referencia a por lo menos treinta y dos personas que desarrollaron el papel de intérpretes. Andrés Sacabuche e Ignacio Aluanil, de Angola, Ignacio Sofo y Francisco Yolofo, de la región de los grandes ríos de Guinea (actualmente Senegal, Gambia…), Manuel Biáfara, José Moniolo, Antonio Congo, Diego Folupo… Uno llamado «Calepino» conocía once idiomas. Las lenguas a las que traducían eran el wólof (de la zona de África atlántico-occidental: Senegal, Gambia, Mali, Guinea y Mauritania), las lenguas de Angola (kikongo, umbundu, kimbundu), las mandinga, verdesí, monzolo o folupa (cf. A. Bueno, «El apóstol de los negros, Pedro Claver, y sus intérpretes», en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5015191.pdf).

  25. A. Valtierra, El santo que libertó una raza, op. cit., 509; cf. A. de Andrade, Vida del Venerable y apostólico Padre Pedro Claver de la Compañía de Iesús, Madrid, Quiñones, 1657. Valtierra cita aquí la primera vida de Claver, escrita antes del proceso y basada en la comunicación epistolar entre los jesuitas de Nueva Granada y los de España.

  26. Cf. A. Valtierra, El santo que libertó una raza, op. cit., p. 196.

  27. Entre 1580 y 1640 Cartagena fue el principal puerto negrero de toda la América española (cf. L.A. Maya Restrepo, «Demografía histórica de la trata por Cartagena 1533-1810», en íd., Geografía humana de Colombia. Los afrocolombianos, t. VI, Santafé de Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1998, pp. 9-52: 23; texto accesible en https://web.archive.org/web/20170226183106/www.banrepcultural.org/blaavirtual/geografia/afro/demografia_maya#_1_).

  28. Según Luz Adriana Maya Restrepo, este mismo tipo de análisis es el que utiliza N. del Castillo Mathieu, Esclavos negros en Cartagena y sus aportes léxicos, Bogotá, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, 1982, t. LXII. Véase L.A. Maya Restrepo, «Demografía histórica de la trata por Cartagena 1533-1810», op. cit., p. 14, nota 10.

  29. Las cifras que los diferentes autores refieren sobre los tres siglos modernos son tremendas: entre once y quince millones de personas llegaron como esclavos a América —a los que habría que agregar otros cuatro o cinco millones en el siglo XX— en cerca de 55 000 viajes de los barcos negreros. Por cada esclavo que llegaba, varios morían durante la captura o durante el viaje (cf. http://recursostic.educacion.es/kairos/web/temas/Desplazamientos/desplazamientos4_02.html).

  30. Por ejemplo, según la Unicef, uno de cada tres niños menores de cinco años que nace en el mundo no existe, en cuanto que no ha sido oficialmente registrado (cf. https://www.unicef.es/prensa/1-de-cada-3-ninos-menores-de-cinco-anos-no-existe-oficialmente).

  31. P. Brioschi, Vida de San Pedro Claver, heroico apóstol de los negros, París, Garnier, 1889, pp. 388-390, cita en p. 389.

Diego Fares
Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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