Vida de la Iglesia

Un puente por recorrer

Entrevista a mons. Stephen Chow, obispo de Hong Kong

Conocí a monseñor Stephen Chow en octubre de 2016, durante la 36ª Congregación General de la Compañía de Jesús. En ese momento, yo estaba buscando jesuitas que pudieran escribir sobre China en «La Civiltà Cattolica» desde la experiencia directa, y le pregunté si tenía algún nombre para mí. Poco después se convirtió en provincial de los jesuitas en China, y nuestra conversación continuó. De él recibí siempre juicios equilibrados y sabios, capaces de captar el cuadro de la situación china y llenos de gran amor por la Iglesia y el país. Tuvimos ocasión de profundizar nuestra conversación durante algunos de sus viajes a Roma y cuando yo, a mi vez, fui a Pekín, donde di conferencias en el «Beijing Center» y en la Academia de Ciencias Sociales. El diálogo continuó después de su nombramiento como obispo de Hong Kong.

Del 17 al 21 de abril, usted viajó a Pekín invitado por el obispo Joseph Li Shan, que también dirige la Asociación Patriótica Católica China. La invitación le había sido dirigida ya en 2022, pero el viaje tuvo que esperar a que se levantaran las restricciones anti-Covid-19. ¿Cuál fue el origen de esta llamada? ¿Hubo algún motivo concreto?

La invitación de Pekín me llegó de la diócesis a través de un intermediario. Nos tomamos un tiempo para discernir. Por lo demás, yo necesitaba tiempo para familiarizarme con la diócesis de Hong Kong, ya que 2022 era mi primer año como obispo. Sin embargo, las dos diócesis ya habían tenido contactos en el pasado: por ejemplo, un par de sus seminaristas habían sido enviados a Hong Kong para estudiar teología, y un sacerdote diocesano de Hong Kong había sido asistente espiritual de los seminaristas de la diócesis de Pekín. Así que la petición de reanudar el contacto tras la pandemia no resultaba sorprendente.

Si no me equivoco, se trata de la primera visita del obispo de Hong Kong a Pekín desde que la antigua colonia británica regresó a China en 1997. El «Global Times» la calificó de «histórica». ¿Qué sintió al realizarla? ¿Cuáles son los principales frutos de esa visita?

No era mi primer viaje a Pekín, pero sí el primero que hacía como obispo de Hong Kong. Como miembro del consejo directivo, y luego como Provincial de la Provincia jesuita de China, visitaba «The Beijing Center» al menos una vez al año.

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Francamente, no creo que mi viaje haya sido «histórico», sino una continuación del viaje a Pekín que hizo el cardenal John Baptist Wu, en 1994. En esa época era obispo de Hong Kong. Como he mencionado en varias ocasiones, nuestra diócesis recibió del Papa Juan Pablo II la misión de ser una «Iglesia puente». Esta idea de ser puente fue mencionada por primera vez por el Venerable Matteo Ricci.

Aunque desde el establecimiento del Acuerdo provisional se ha establecido un canal oficial entre los respectivos departamentos de Estado de la Santa Sede y China, consideramos nuestro viaje del 17 de abril como un puente, a nivel diocesano, entre Pekín y Hong Kong. Entre los frutos más notables de esa visita está el contacto personal entre los prelados de las dos diócesis y la reanudación de la cooperación en varios ámbitos. La colaboración que acordamos, fuertemente deseada por ambas partes, nos da esperanza y determinación para trabajar juntos.

Desde 2018, existe un «Acuerdo Provisional» entre la Santa Sede y la República Popular China sobre el nombramiento de obispos. Sin embargo, no todas las diócesis tienen sus obispos.

Alrededor de un tercio de las diócesis de la China continental están a la espera de sus respectivos nombramientos episcopales.

El traslado de monseñor Shen Bin de Haimen a Shanghai y, antes, el nombramiento de monseñor John Peng Weizhao, obispo de Yujiang, como obispo auxiliar de Jiangxi, hicieron temer que el acuerdo por parte china se hubiera roto. ¿Qué opina usted al respecto?

En mi opinión, el acuerdo no está muerto como algunos parecen haber sugerido. Pero las discrepancias de puntos de vista entre ambas partes sobre la asignación de obispos a otras diócesis podrían ser un factor que cabría someter a una mayor comprensión. Por lo tanto, si en el futuro se mantuvieran conversaciones más regulares y en profundidad, tal vez se obtendrían aclaraciones.

¿Sigue existiendo el recuerdo de monseñor Aloysius Jin Luxian? ¿Sigue siendo significativa su memoria? ¿Podría su magisterio de pastor inspirar la vida de la Iglesia hoy?

La diócesis de Shanghai acaba de conmemorar, el 27 de abril recién pasado, el décimo aniversario de la muerte de monseñor Jin Luxian, expresando su gratitud por la enorme contribución e influencia que ejerció en la Iglesia de China. En la misa hubo más de 60 concelebrantes, más de 70 religiosos y cerca de 1.000 participantes laicos. Esto me parece un reflejo significativo de la importancia de Mons. Jin para la Iglesia en China, a 10 años su fallecimiento.

Monseñor Jin era también muy respetado por el gobierno chino. Gracias a su disposición a trabajar con el gobierno, a sus muchos conocimientos de idiomas y a sus contactos fuera de China, pudo conectar a la Iglesia aprobada por el gobierno con la Iglesia universal y con el mundo. Su presencia pastoral en aquella época fue también un estímulo para la Iglesia en China, ayudándola a desarrollarse y florecer.

¿Cómo debe entenderse la «sinización» de la Iglesia?

Mi impresión es que la Iglesia del continente aún está tratando de entender qué significa para ella la sinización. Hasta la fecha no ha llegado a una conclusión definitiva. Por lo tanto, sería significativo que dialogáramos con ellos en el contexto de las reuniones de seminarios, para que juntos pudiéramos compartir también el significado y las implicaciones de la «inculturación», que ciertamente aborda algunas de sus preocupaciones sobre la sinización. Y, a su vez, estamos aprendiendo de ellos lo que la sinización puede significar desde su perspectiva.

Según uno de los funcionarios que conocimos en el viaje, la sinización se parece a nuestro concepto de inculturación. Así pues, creo que es mejor no sacar conclusiones precipitadas sobre la sinización por ahora. Sería más útil seguir dialogando sobre el tema.

El entonces cardenal Joseph Ratzinger, en el prefacio a la traducción china de su libro-entrevista «La sal de la tierra», se preguntaba: «¿Aparecerá algún día un cristianismo asiático o chino, así como surgió un cristianismo griego y latino en la transición del judaísmo al paganismo?». ¿Qué opina? ¿Con qué aportación específica del pensamiento y la cultura chinos podría encarnarse el cristianismo en el catolicismo universal?

En lugar del lenguaje de los «derechos», preferimos hacer hincapié en el cultivo de la «dignidad», y en un sano sentido del «deber» para con la comunidad, la sociedad y el país. Es nuestro deber promover y garantizar la dignidad de los demás, no sólo la nuestra. Dicho esto, China, como el resto del mundo, debe aprender a mejorar en la promoción de la dignidad de todos, dentro y fuera del país, aunque hay que reconocerle el mérito de haber hecho un trabajo extraordinario en la eliminación de la pobreza material y el analfabetismo en el país.

La actual visión geopolítica mundial, y en particular la relación entre Occidente y China, parece imponer una división dicotómica del mundo, según el modelo de «buenos y malos». ¿Qué hay de la unidad en la pluralidad? ¿Qué hay del «diálogo» promovido por el Papa Francisco?

Me atrevería a decir que habría que dialogar sobre la comprensión mutua y los supuestos que deben regir el proceso de diálogo entre las partes implicadas. Los casos de Jiangxi y Shanghai justificarían ese diálogo sobre el diálogo.

Otro valor apreciado por los chinos es la «armonía». Armonía entre diferentes intereses, partidos, partes involucradas, que los convierta en una comunidad de coexistencia pacífica y apoyo mutuo. Esto difiere un poco de nuestra concepción de la unidad en la pluralidad, que permite un cierto grado de unicidad e independencia de las diferentes entidades, pero unidas por intereses o preocupaciones comunes. Pero tanto la armonía como la unidad se oponen, sin duda, a la cultura de la dominación y la prepotencia que parece favorecer el mundo político actual.

A su llegada a Pekín, hubo un momento de oración con monseñor Li Shan en la catedral del Santísimo Salvador. Delante del altar se había colocado una imagen del padre jesuita Matteo Ricci, misionero en China entre los siglos XVI y XVII. ¿Está vivo su recuerdo en China? ¿Cuál puede ser su enseñanza para la Iglesia en China hoy?

Matteo Ricci sigue siendo conocido y respetado en China, dentro y fuera de la Iglesia. Es muy respetado por los católicos de China, y también goza de gran estima entre los intelectuales chinos. Incluso el Presidente Xi rindió homenaje a Ricci en uno de sus discursos ante la comunidad internacional. Sin duda, la proclamación de Matteo Ricci como Venerable fue muy bien recibida. Y rezamos por su beatificación y canonización, que sin duda serán aplaudidas con alegría en China.

Todavía hoy, en China, se recuerdan con cariño las enseñanzas de Matteo Ricci sobre la amistad, la inculturación del cristianismo, el diálogo entre interlocutores y el hacer de puente de dos culturas.

¿Se puede ser buen ciudadano y buen cristiano al mismo tiempo? ¿Deben los cristianos ser patriotas y amar a su país?

Como escribí en un artículo reciente, Loving Our Country or What?, el amor a nuestro país forma parte de la enseñanza de la Iglesia católica. El punto de partida es la conocida afirmación de Jesús: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios» (Mc 12, 17). Esto implica que para nosotros, ciudadanos y cristianos, ambas esferas son necesarias y no se excluyen mutuamente. Además, en el Catecismo de la Iglesia Católica, se afirma en el párrafo 2239: «Es deber de los ciudadanos cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política».

¿Cuál es la mayor riqueza de un país? Sin duda, su gente. Por tanto, amar a la patria significa amar a quienes viven en ella, especialmente a sus ciudadanos y residentes. En cuanto a la Iglesia, su mayor recurso en este mundo no deben ser los edificios eclesiásticos, sino el Pueblo de Dios. El amor requiere sujetos concretos, no puede detenerse en nociones. Por lo tanto, amar a nuestro país significa que la dignidad de su gente debe ser lo primero. Creo que cualquier gobierno responsable debe tener presente esta misión, aunque los enfoques elegidos pueden variar debido a diversos factores externos.

Dicho esto, la gente puede disfrutar de una vida «buena» cuando su gobierno cumple su misión. Si no lo hace, ocurre lo contrario. Por ello, es deseable que exista una apertura al diálogo entre el Gobierno y la Iglesia. Por el bien del país, debemos ayudar al Gobierno a mejorar.

¿A qué desafíos se enfrenta la Iglesia en Hong Kong? Usted y el cardenal Pietro Parolin la han calificado de «Iglesia puente». ¿En qué sentido?

He dicho en varias ocasiones que ser un puente no tiene nada de romántico. Para que un puente sirva a su propósito, la gente tendrá que caminar por él, y los coches también tendrán que circular por él. De lo contrario, construir un puente no tendría ningún sentido. El desafío, por tanto, es enfrentarse a ataques y críticas de muchos lados. Hay quienes perciben que sus intereses y preocupaciones se verían comprometidos por las intenciones de unión del puente. Comprendo esas aprensiones y siento empatía por quienes las perciben. La alternativa es no hacer nada y mantener el statu quo, sin posibilidad de escuchar y entenderse. Pero esto implica una profunda desconfianza y actos ofensivos contra los que se perciben como «malos».

Por lo tanto, en lo que respecta a una «Iglesia puente», el mayor reto es conectar a las partes diferentes y opuestas, ayudarles a verse como personas humanas, deseosas de ser escuchadas y comprendidas. Ayudarles a escuchar a la contraparte con respeto y empatía, con la esperanza de que esto alivie su malestar y/o fomente la colaboración.

El Papa Francisco ha expresado en repetidas ocasiones su amor por China y también su deseo de viajar allí. ¿Cómo se percibe su figura en el país?

Muchos católicos sienten reverencia por el Santo Padre y aprecian lo que está haciendo por la Iglesia en China. Los obispos que he conocido durante este viaje tienen una disposición positiva hacia él. Pero los que están en contra del Acuerdo Provisional parecen tener bastantes prejuicios contra el Papa Francisco.

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No hay estadísticas sobre la proporción de admiradores y detractores. Pero por lo que he visto y leído, así como por la actitud de los católicos que conocí durante el viaje, diría que una gran mayoría de católicos en China son fieles al Papa Francisco y esperan que el Acuerdo Provisional traiga cambios deseables para su Iglesia, entre ellos un encuentro entre el Papa Francisco y el Presidente Xi.

El Gobierno chino también siente un gran respeto por el Papa Francisco. Sus miembros aprecian especialmente su amplitud de miras y su carácter integrador. Se piensa que su amor por la humanidad en su conjunto coincide con los valores propugnados por el Presidente Xi, cuando este expresa su deseo de que la humanidad sea una «comunidad con un futuro compartido». Dado que el Papa Francisco ha manifestado su amor por el pueblo chino y su esperanza de visitar China, no sería de extrañar que el gobierno chino también quiera ver esto hecho realidad. Recemos para que así sea, no sólo por el Papa Francisco o por China, sino por el mundo.

El Papa Francisco está promoviendo un camino de sinodalidad en la Iglesia, invitando a todos sus miembros a escucharse mutuamente y, más aún, a aprender a escuchar al Espíritu Santo que nos guía en nuestro camino. En su homilía en la catedral del Santísimo Salvador, usted dijo que el Espíritu Santo es el Dios de la unidad y no de la división. ¿Cómo puede esta intuición inspirar la cooperación y fomentar intercambios más intensos en comunión de amor dentro de la Iglesia en China?

Está por verse si mi homilía inspirará una colaboración e intercambios más intensos en comunión de amor dentro de la Iglesia en China. Pero el tema de la sinodalidad se presentó claramente en las reuniones con diversos líderes e instituciones eclesiásticas durante nuestro viaje, y pareció ser bien recibido. No obstante, la forma en que se practique dependerá del contexto local. Todos tenemos que aprender y comprender lo que la sinodalidad significa para nosotros en nuestros contextos culturales y sociopolíticos.

Sin embargo, una cosa puedo afirmar con seguridad: la cooperación y los intercambios entre las diócesis de Pekín y Hong Kong continuarán y se profundizarán. Dado que tanto los obispos como el Gobierno me animan a visitar otras diócesis de la China continental, lo veo como una invitación a seguir desarrollando nuestra sinodalidad con la Iglesia en China.

Antonio Spadaro
Obtuvo su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Mesina en 1988 y el Doctorado en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 2000, en la que ha enseñado a través de su Facultad de Teología y su Centro Interdisciplinario de Comunicación Social. Ha participado como miembro de la nómina pontificia en el Sínodo de los Obispos desde 2014 y es miembro del séquito papal de los Viajes apostólicos del Papa Francisco desde 2016. Fue director de la revista La Civiltà Cattolica desde 2011 a septiembre 2023. Desde enero 2024 ejercerá como Subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

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