FILOSOFÍA Y ÉTICA

La no violencia y la tradición de la guerra justa

© Clay Banks / Unsplash

Dentro de la comunidad católica, en los últimos años se ha producido un animado debate sobre si los cristianos deberían preferir siempre respuestas no violentas a la injusticia, o más bien si la reacción armada es a veces una forma legítima de reaccionar ante serios agravios sufridos. En este debate, por un lado están los que ven la no violencia como una exigencia del discipulado cristiano; por otro, los que siguen apoyando el concepto de «guerra justa» que ha sido central en la tradición católica desde los tiempos de San Agustín. Esto plantea importantes cuestiones políticas y teológicas.

En el fondo del debate subyacen cuestiones sobre la eficacia real de la no violencia para resistir la injusticia. ¿Pueden los actos no violentos garantizar la paz y la justicia que buscan? ¿Pueden hacerlo con éxito en cualquier circunstancia? ¿O, por desgracia, a veces es necesario recurrir a la fuerza para lograr la justicia de forma eficaz? En realidad, la eficacia de la resistencia no violenta a la injusticia no es la única preocupación de este debate: también están en juego importantes cuestiones teológicas y éticas. De la Biblia aprendemos la importancia, para una auténtica vida cristiana, de evitar el uso de la violencia. El mandamiento bíblico «No matarás» obliga a todos los cristianos y, de hecho, a todos los hombres, cristianos o no. Este mandamiento obliga definitivamente a evitar el uso de la fuerza letal cuando la acción no violenta puede alcanzar el objetivo social de promover la justicia. Para los cristianos, la importancia de abstenerse de actuar con violencia se ve reforzada por la enseñanza de Jesús de que sus seguidores deben luchar por la paz. Jesús lo proclamó en el Sermón de la Montaña: «Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). Él mismo radicalizó el imperativo de buscar la paz con la llamada: «Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo» (Mt 5, 44-45). Hasta qué punto es profunda la vocación cristiana a un modo de vida no violento queda patente, en particular, en la voluntad de Jesús de aceptar su propia muerte en la cruz como consecuencia de su ministerio, renunciando a perseguir sus objetivos mediante cualquier forma de coacción que amenace la vida humana.

Promoción cristiana de la justicia

Junto a este llamado a la no violencia, el mensaje bíblico exhorta a los cristianos a trabajar por la promoción de la justicia. Del libro del Éxodo, que es el relato fundamental de la Biblia hebrea, aprendemos que, ante el sufrimiento infligido a Israel bajo la injusta opresión de los egipcios, Dios se dirigió al pueblo para liberarlo de esa injusticia. Así se dirigió a Moisés desde la zarza ardiente: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios» (Ex 3,7-8). Añadió, sin embargo, que esta intervención de liberación, para que se hiciera justicia, podría implicar cierto uso de la coacción: «Ya sé que el rey de Egipto no los dejará partir, si no es obligado por la fuerza. Pero yo extenderé mi mano y castigaré a Egipto» (Ex 3,19-20). Los profetas de Israel atestiguaron continuamente el firme compromiso de Dios con la justicia, llamando repetidamente al pueblo a practicarla tanto en la vida comunitaria como en las relaciones interpersonales. Así, el profeta Amós declaró para Israel «que el derecho corra como el agua, y la justicia como un torrente inagotable» (Am 5,24). Estos testimonios que encontramos en el Antiguo Testamento sobre la importancia de la justicia para el pueblo de Israel siguen siendo muy relevantes para la vida de los cristianos. El compromiso cristiano con la no violencia, por tanto, debe ir acompañado de un compromiso igualmente intenso con la justicia.

Estos textos bíblicos, que obviamente no deben ser leídos de manera simplista o fundamentalista, sugieren que la comunidad católica está llamada a perseguir la paz y la justicia. El Reino de Dios, cuando llegue en su plenitud, hará realidad las esperanzas humanas en ambos aspectos. La ética cristiana, por tanto, concede un gran valor al compromiso no violento por la paz, al igual que un esfuerzo serio por la rectitud y la justicia. En el Reino de Dios, cuando llegue el cumplimiento escatológico de la esperanza cristiana, tanto la paz como la justicia se realizarán plenamente. Así, la liturgia de la fiesta de Cristo Rey proclama el reino de Dios como «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz»[1]. Los seguidores de Cristo, por tanto, están llamados a promover tanto la justicia como la paz.

Pero, por supuesto, en las esferas de la política nacional e internacional, los objetivos de la paz y la justicia a veces pueden entrar en tensión. Para los cristianos, el camino que persigue la justicia a través de la acción no violenta, incluida una vigorosa resistencia no violenta, es sin duda el que hay que tomar para superar el abuso y la opresión. Sin embargo, las divisiones que caracterizan la condición humana pueden a veces dificultar o incluso imposibilitar la consecución de la justicia por medios no violentos. La realidad humana del pecado puede a veces dar lugar a que la sociedad de los hombres, en la historia, no alcance esa plenitud de justicia, amor y paz que es característica del reino de Dios. En tales circunstancias, nos vemos obligados a determinar si la intención de acabar con el abuso y la intimidación conlleva como prioridad la renuncia no violenta al uso de la fuerza letal. El debate actual, por tanto, se refiere a la cuestión de qué fin es más apremiante entre el compromiso cristiano con la no violencia y el deber de trabajar por la justicia. En un mundo distorsionado por los conflictos y la injusticia resultantes del pecado humano, ¿el compromiso cristiano con la justicia tiene prioridad sobre el de la no violencia o, por el contrario, la no violencia se antepone a la justicia? Estas preguntas han llegado a ocupar el escenario del debate sobre las formas apropiadas de compromiso eclesial en la vida social y en los asuntos internacionales.

¿Adiós a la tradición de la «guerra justa»?

Algunos católicos creen que el rechazo cristiano al uso de la fuerza y a la participación en actividades militares, que estuvo presente en el primer periodo de la historia de la Iglesia, debería recuperarse hoy con un valor normativo. Sostienen que la presencia de cristianos en el ejército, inaugurada en la época postconstantina, fue una especie de cooptación por parte de los poderes dominantes y una traición al Evangelio. Esto les lleva a reconocer la no violencia como la única opción cristiana legítima. En este sentido, un Congreso celebrado en Roma en 2016 bajo el patrocinio del grupo católico «Pax Christi» defendió que la tradición de la guerra justa, presente en el catolicismo desde los tiempos de San Agustín, debe ser sustituida por un firme compromiso con la no violencia. El documento final de la conferencia afirmaba que «ha llegado el momento de que nuestra Iglesia sea un testimonio vivo e invierta muchos más recursos humanos y financieros en la promoción de una espiritualidad y una práctica de la no violencia activa y en la formación y capacitación de nuestras comunidades católicas en prácticas no violentas eficaces. En todo esto, Jesús es nuestra inspiración y nuestro modelo».

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El llamado continuaba: «Creemos que no existe una “guerra justa”. […] Sugerir que una “guerra justa” es posible también socava el imperativo moral de desarrollar herramientas y capacidades para la transformación no violenta de conflictos. Necesitamos un nuevo marco que sea coherente con la no violencia evangélica»[2].

El congreso se centró en algunas enseñanzas papales y conciliares. Por ejemplo, en la encíclica Pacem in Terris, Juan XXIII afirmó que el poder destructivo de las armas nucleares desplegadas hoy en día por varias naciones significa que «es casi imposible pensar que en la era atómica la guerra pueda utilizarse como instrumento de justicia»[3]. Esta afirmación tuvo eco en el Concilio Vaticano II, que vio en los peligros de las armas modernas una crisis del pensamiento moral clásico sobre el tema de la guerra. En consecuencia, el Concilio consideró que las características de los conflictos actuales obligan a la Iglesia «a considerar el tema de la guerra con una mentalidad totalmente nueva»[4]. Además, refrendó el compromiso con la no violencia como puesta en práctica del espíritu de Cristo y alabó «a aquellos que renuncian a la violencia en la reivindicación de sus derechos»[5].

Las enseñanzas eclesiásticas más recientes también sugieren que la Iglesia católica está aumentando su compromiso con la no violencia y apartándose de la tradición de la guerra justa. Inmediatamente después de la invasión estadounidense de Irak, Juan Pablo II cuestionó la legitimidad del uso de la fuerza. Declaró que el verdadero camino hacia la paz «jamás pasa por la violencia y siempre por el diálogo. Es bien conocido —lo saben en particular los que provienen de los países ensangrentados por conflictos— que la violencia engendra siempre violencia». Añadió que la guerra «debe considerarse siempre una derrota: una derrota de la razón y de la humanidad. Así pues, ojalá venga pronto un impulso espiritual y cultural que lleve a los hombres a desterrar la guerra»[6].

El Papa Francisco, por su parte, se pregunta si la guerra puede ser legítima en las circunstancias contemporáneas, y apoya firmemente el compromiso con la no violencia. En varias ocasiones se ha preguntado si la tradición de la guerra justa se ha interpretado correctamente. En su encíclica Fratelli tutti afirma que «ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”»[7]. Francisco reiteró esta posición en su conversación con el Patriarca ortodoxo de Moscú, Kirill, sobre la guerra en Ucrania, cuando dijo que «en un tiempo también hablábamos en nuestras Iglesias de una guerra santa o de una guerra justa. Hoy no podemos hablar así»[8]. Ya en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2017, titulado La no violencia: estilo de una política para la paz, el Papa abogó con fuerza por la no violencia como medio para afrontar los problemas que surgen en los contextos internacionales. Estas son sus palabras: «Que la no violencia se trasforme en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas»[9].

Declaraciones como éstas, extraídas de las enseñanzas oficiales de la Iglesia, inducen a pensar que la autoridad católica está avanzando hacia la adopción de un firme compromiso con la no violencia, y alejándose así de la tradición de la guerra justa que ha configurado el pensamiento católico sobre la ética de la guerra y la paz durante muchos siglos.

El derecho a la legítima defensa

Sin embargo, el hecho de que se esté produciendo realmente este cambio de actitud ha sido negado por numerosos comentaristas dentro y fuera de la comunidad católica. Por ejemplo, los teólogos católicos Mark J. Allman y Tobias Winright han argumentado que la declaración final de la Conferencia Romana de «Pax Christi» de 2016 hace una lectura selectiva de las Escrituras, la tradición católica y las enseñanzas recientes de la Iglesia. Asimismo, dicen estar convencidos de que ese llamado no presta suficiente atención a los casos en los que la fuerza es necesaria para que haya una defensa eficaz de las personas contra graves injusticias. En su opinión, establece una dicotomía errónea entre el compromiso con la no violencia y la aclaración hecha por la tradición de la guerra justa de que la fuerza debe usarse para promover el tipo de paz que se construye sobre la justicia y que sólo debe usarse como último recurso cuando se han agotado otros medios para lograr una paz justa[10]. Por ejemplo, ese llamado pasa por alto el hecho de que San Agustín pensaba que la fuerza armada podía ser un medio para lograr la paz. Agustín afirmaba que «incluso la crueldad de los que hacen la guerra y todas las perturbaciones de los hombres quieren llegar al fin de la paz»[11]. Para el santo de Hipona, por supuesto, el fin de la guerra puede ser una paz buena o una paz mala, una paz justa o una paz injusta. Pero consideraba erróneo emprender una evaluación moral y religiosa de la guerra sin reconocer que una forma de paz puede ser uno de los objetivos del conflicto. Allman y Winright también señalan que la declaración hecha pública por la conferencia «Pax Christi» pasaba por alto el hecho de que cuando el Vaticano II elogió la no violencia, asumió que la acción no violenta debía llevarse a cabo «sin perjuicio de los derechos y deberes de los demás o de la comunidad»[12]. El Concilio también declaró que, «una vez agotadas todas las posibilidades de arreglo pacífico, no se puede negar a los gobiernos el derecho de legítima defensa»[13].

Por su parte, un distinguido historiador de la tradición de la guerra justa, como James Turner Johnson, se preguntaba: «¿Está la Iglesia católica a punto de abandonar la doctrina de la guerra justa?»[14]. Aunque Johnson no es católico, sus estudios académicos sobre la tradición de la guerra justa le han convencido de que un abandono católico de esta tradición sería un grave error. Señala: «Algunas injusticias sólo pueden contrarrestarse mediante el uso de la fuerza militar, y esta constatación ha estado siempre en el corazón de la idea de la guerra justa». Según Johnson, la tradición de la guerra justa no plantea dificultades insuperables, pero, por otra parte, en algunas circunstancias puede ayudar a superar graves problemas de injusticia. Por ello, no es de extrañar que, combinando el análisis político y los estudios históricos, se oponga a la idea de que el catolicismo deba renunciar al principio de que la guerra a veces puede estar moralmente justificada.

Las condiciones de la moral

Pero entonces, ¿a dónde nos lleva esta pregunta? Aunque el Papa Francisco ha hablado en términos firmes de que la guerra hoy en día ya no es justificable, algunas de sus otras declaraciones sugieren que la posición que ha tomado no es absoluta. En su mensaje a la conferencia convocada en 2016 por «Pax Christi», el Papa afirmó que la abolición de la guerra es «el objetivo último y más digno» de la comunidad humana. Pero en el mismo discurso, también citó la afirmación del Vaticano II de que los gobiernos siguen teniendo derecho a la legítima defensa, una vez agotados los esfuerzos no violentos para resistir la injusticia[15]. Y en una significativa rueda de prensa durante el vuelo de regreso de su viaje a Kazajstán en 2022, a la pregunta de si Ucrania debería recibir armas para defenderse, Francisco respondió afirmativamente: «Esta es una decisión política, que puede ser moral, moralmente aceptada, si se hace de acuerdo con las condiciones de la moral […]. Defenderse no sólo es lícito, sino también una expresión de amor a la patria»[16]. Cuando el Papa habla aquí de «condiciones de la moral», se refiere sin duda a las normas tradicionales de la guerra justa. De hecho, en la misma conferencia de prensa sugirió que «se debería reflexionar más sobre el concepto de guerra justa»[17]. Francisco parece estar diciendo que es necesaria una reflexión más cuidadosa sobre cómo deben entenderse las normas para el uso legítimo de la fuerza propuestas por la tradición de la guerra justa, y cómo deben aplicarse estas normas.

En otras palabras, cabe suponer que el Papa Francisco está instando a los cristianos a comprometerse firmemente a luchar por superar la injusticia de forma no violenta, pero no está sugiriendo que la Iglesia deba abandonar la tradición de la guerra justa. La importancia de un compromiso con la no violencia se desprende claramente del mandamiento de no matar y del llamado de Jesús a los cristianos para que sean trabajadores de la paz.

Acontecimientos políticos recientes han demostrado que la acción no violenta puede ser muy eficaz para resistir la opresión y garantizar la justicia. Los historiadores de Oxford Adam Roberts y Timothy Garton Ash han destacado una serie de ejemplos exitosos de campañas no violentas contra la injusticia. Entre ellos se encuentran la fructífera resistencia de Gandhi al dominio colonial británico, que condujo a la independencia de la India a finales de la década de 1940; el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos en la década de 1960; el movimiento por el «poder para el pueblo» en Filipinas en la década de 1980; las luchas iniciadas en Polonia que condujeron al fin de la Unión Soviética en 1991; y el abandono del apartheid en favor de la democracia multirracial en Sudáfrica en 1994[18]. De hecho, estudios sociocientíficos recientes han demostrado que, en la resistencia contra la injusticia, la no violencia puede ser a menudo más productiva que el uso de la fuerza. Las politólogas Maria Stephan y Erica Chenoweth aportan abundantes pruebas empíricas para demostrar que, en los movimientos nacionales contra la injusticia de los gobiernos opresores, las campañas no violentas han tenido a menudo más éxito que las luchas que utilizan medios violentos[19]. Estas pruebas sugieren que el llamado del Papa Francisco para que la Iglesia adopte una ética animada por un fuerte compromiso con la no violencia no es ingenuo ni políticamente poco realista, en lo que respecta a la búsqueda de la justicia.

Al mismo tiempo, está claro que Francisco no pide un mero abandono de la tradición de la guerra justa. Más bien invita a los cristianos, y en última instancia a todos los seres humanos, a reconocer la enorme destructividad de la guerra y a experimentar una profunda reticencia a recurrir a la fuerza. Quiere evitar una interpretación de la tradición de la guerra justa que lleve a utilizarla de forma que legitime fácilmente la guerra. Haciendo referencia al título del libro ya clásico de Michael Walzer, Guerra, política y moral, podríamos describir esta tradición como «la tradición de la guerra justa e injusta»[20], porque explica cuándo y por qué el recurso a la fuerza armada es muy a menudo injusto y debe evitarse. De hecho, el Papa Francisco defiende una interpretación tan estricta de las normas morales para el uso legítimo de la fuerza armada que muchos, si no la mayoría, de los conflictos actuales deberían juzgarse ilegítimos. Al no estar justificados, tampoco deberían haberse desencadenado. Sin embargo, en circunstancias extremas y como último recurso, Francisco no parece rechazar el uso de la fuerza cuando es necesario para defender a personas inocentes.

Auténtica construcción de la paz

Leídas de este modo, las enseñanzas del Papa sobre la ética de la guerra se acercan a lo que los obispos católicos estadounidenses afirmaron en su declaración de 1993, The Harvest of Justice is Sown in Peace, publicada en el décimo aniversario de su anterior carta pastoral The Challenge of Peace: God’s Promise and Our Response. La declaración de 1993 reiteraba que la evaluación moral del conflicto debía comenzar por el reconocimiento del «terrible costo humano y moral de la violencia». Este reconocimiento llevó a los obispos estadounidenses a subrayar que defender la vida humana dondequiera que esté amenazada es «el punto de partida para una auténtica construcción de la paz»[21]. Este reconocimiento del carácter sagrado de la vida humana, así como la insistencia de los obispos en la llamada de Jesús a los cristianos para que sean trabajadores de la paz, les llevó a apoyar firmemente la no violencia en el contexto de una ética cristiana[22]. De hecho, aquí es donde tanto los obispos estadounidenses como el Papa Francisco llegan a sugerir que el compromiso con la no violencia debería ser el punto de partida para los cristianos deseosos de defender a personas inocentes de graves injusticias. Como afirman los obispos estadounidenses: «En situaciones de conflicto, nuestro compromiso permanente debería ser, en la medida de lo posible, luchar por la justicia por medios no violentos. Pero cuando los continuos intentos de acción no violenta no consiguen proteger a los inocentes de la injusticia radical, entonces se permite a las autoridades políticas legítimas, como último recurso, emplear una fuerza limitada para salvar a los inocentes y establecer la justicia»[23].

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Así pues, tanto los obispos estadounidenses como el Papa Francisco consideran que la no violencia es fundamental para un enfoque cristiano de la política internacional. Sin embargo, los obispos estadounidenses, reconociendo también que el mundo está marcado por el pecado que conduce al conflicto, creen que a veces puede ser necesario un uso estrictamente limitado de la fuerza si es por una causa justa, perseguida con recta intención, con medios proporcionados, con probabilidad de éxito y como último recurso[24]. También podemos leer así la visión que Francisco tiene de la guerra. Sólo cuando se han agotado los medios no violentos para lograr la justicia, el Pontífice permite que se anule el «presupuesto contra la fuerza», en busca de una paz que proteja la dignidad y los derechos humanos.

Algunos autores recientes, entre ellos James Turner Johnson, han argumentado que la primacía concedida a los enfoques no violentos de la injusticia en la enseñanza papal y episcopal actuales, constituyen, en realidad, un abandono de la tradición de la guerra justa[25]. Johnson cree que la tradición católica se inclina a favor de la protección de la justicia, incluso mediante el uso de la fuerza, en lugar de partir del presupuesto de la no violencia. Así, en su opinión, la acentuación de la presunción de que la justicia debe buscarse a través de métodos no violentos si es posible, debe leerse como un abandono de la tradición de la guerra justa e injusta. Creemos, sin embargo, que el argumento de Johnson es erróneo. Santo Tomás de Aquino desarrolla su discusión sobre la ética de la paz y la guerra en respuesta a la pregunta «si hacer la guerra es siempre pecado» (en latín: utrum bellare semper sit peccatum)[26]. Preguntar si la guerra es siempre pecado es sin duda asumir que la guerra debe evitarse en la medida de lo posible. De hecho, el propio Johnson lo reconoció en un artículo escrito en 1979. En aquella ocasión, señaló que las quaestiones iniciales de Tomás de Aquino sobre la ética de la guerra, que él denominó la «cuestión original de la guerra justa», sugieren «el descubrimiento bastante sorprendente de que los cristianos pacifistas y los cristianos no pacifistas de la guerra justa tienen algo sustancial en común: una profunda desconfianza hacia la violencia»[27]. Desgraciadamente, en sus escritos más recientes, el historiador estadounidense parece haber olvidado su opinión anterior sobre la estrecha relación entre la no violencia y la ética de la guerra justa, especialmente cuando critica los recientes debates católicos.

Las perspectivas del Papa Francisco y de los obispos estadounidenses implican, por tanto, que la no violencia y la ética de la guerra justa deben considerarse en una relación complementaria. Siguiendo esta perspectiva, queda claro que el Evangelio y el respeto por la vida humana obligan a los cristianos a buscar la justicia por medios no violentos. Y si la justicia no puede garantizarse eficazmente por medios no violentos, las normas de la guerra justa deben aplicarse con gran rigor. Esto significa que el sesgo a favor de la no violencia nos ayuda tanto a interpretar como a aplicar correctamente las normas de la guerra justa.

En primer lugar, presuponer una respuesta no violenta a la injusticia refuerza el rigor con el que debe aplicarse la norma de «último recurso» de la guerra justa. Sólo cuando se hayan agotado los medios no violentos se debe considerar el uso de la fuerza armada.

En segundo lugar, la primacía del apoyo a la no violencia quedó patente cuando la Comisión Internacional sobre Intervención y Soberanía de los Estados formuló por primera vez la doctrina de la «responsabilidad de proteger». Los «principios de precaución» de la Comisión, hacían hincapié en que la diplomacia y otros medios no militares debían utilizarse para proteger a las personas de abusos graves, como el genocidio, la limpieza étnica y los crímenes de guerra. El uso de la fuerza armada sólo debe considerarse cuando sea evidente que los esfuerzos diplomáticos son incapaces de proteger a la población de estos graves crímenes[28].

Por último, el compromiso con la no violencia debería reforzar la consolidación de la paz tras los conflictos, incluidos los esfuerzos por lograr la reconciliación mediante la reconstrucción e incluso el perdón[29]. Desde esta perspectiva, parece aún más importante seguir profundizando y mejorando el potencial de los instrumentos de la no violencia tanto para contribuir a la resolución de conflictos, como ya se ha abordado empíricamente en los estudios citados de Ash – Roberts y Stephan – Chenoweth, como en el proceso de reconstrucción posterior al conflicto, pues «la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer» (GS 78).

Por lo tanto, el compromiso con la no violencia puede ser un gran aporte en las actuales situaciones políticas a las que nos enfrentamos, y no debería considerarse poco realista. La importante contribución a favor de la no violencia se pone de manifiesto en los esfuerzos del Papa Francisco por ayudar a llevar la paz al conflicto entre Rusia y Ucrania. El Pontífice ha hecho repetidos llamados a ambas partes para que trabajen por el fin del conflicto, sentándose a la mesa a negociar la paz. Estos llamados muestran su profundo compromiso con la búsqueda tanto de la paz como de la justicia, a través de esfuerzos diplomáticos que eviten y superen la violencia. Un compromiso evidenciado no sólo por las declaraciones del Papa instando a un alto el fuego y a la negociación diplomática, sino también por su defensa como mediador de primera mano de una paz justa.

Francisco, por tanto, encarna un fuerte compromiso cristiano con la no violencia y, al mismo tiempo, con la tradición de la guerra justa. En el Reino de Dios, tanto la no violencia total como la justicia plena se harán realidad. Sin embargo, dentro de los límites de la existencia histórica, nuestras sociedades y nuestras políticas no alcanzarán la plenitud de la no violencia y la justicia propias del Reino de Dios. Cuando se den estos casos, nos veremos obligados a tomar sabias decisiones políticas sobre cómo equilibrar los valores de la no violencia y la justicia.

De cara al futuro, podemos esperar que los líderes de las naciones sigan al Papa Francisco en su compromiso tanto con la no violencia como con la justicia. Esto les ayudará a comprender la importancia de la no violencia en su búsqueda de la justicia y la paz, a través de la acción política y la diplomacia. También les permitirá ver que la no violencia y las normas de la guerra justa son complementarias. La complementariedad de una ética de no violencia y justicia puede guiar moralmente la actividad futura de los líderes de las naciones. También ayudará a configurar la misión de la Iglesia en la vida pública, donde trata de responder a la promesa de Cristo de la llegada del Reino de Dios.

  1. Misal Romano, Prefacio del último domingo del Tiempo ordinario, Jesucristo, Rey del Universo.

  2. Pax Christi Internazionale, «Appello alla Chiesa Cattolica per promuovere la centralità della nonviolenza evangelica», difundido al término del encuentro sobre No violencia y paz justa: contribuir a la comprensión y al esfuerzo católico para la no violencia, desarrollado en Roma, del 11 al 13 de abril de 2016 (https://tinyurl.com/mr39ukus).

  3. Juan XXIII, s., Encíclica Pacem in terris (11 de abril de 1963), n. 67.

  4. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes (GS), n. 80.

  5. GS 78.

  6. Juan Pablo II, s., Mensaje del Santo Padre a los participantes en el XVIII encuentro internacional de oración por la paz, 3 de septiembre de 2004, 4.

  7. Francisco, Fratelli tutti (3 de octubre de 2020), n. 258.

  8. Id., Coloquio con el Patriarca Kirill, 16 de marzo de 2022.

  9. Id., Mensaje por la celebración de la L Jornada mundial de la paz, 1º de enero de 2017, n. 1.

  10. Cfr M. J. Allman – T. Winright, «Protect Thy Neighbor» en Commonweal 143 (2016) 7-9 (www.commonwealmagazine.org/protect-thy-neighbor).

  11. Agustín de Hipona, s., La città di Dio, XIX, 12.

  12. GS 78.

  13. GS 79.

  14. J. T. Johnson, «Is the Catholic Church About to Abandon Its Just War Teaching?» en Providence (https://providencemag.com/2016/04/catholic-church-abandon-just-war-teaching/), 26 de abril de 2016.

  15. Cfr Francesco, Mensaje al cardenal Peter K. A. Turkson con ocasión de la Conferencia «No violencia y paz justa: contribuir a la comprensión y al esfuerzo católico para la no violencia», Roma, 11-13 de abril de 2016.

  16. Id., Conferencia de prensa en el vuelo de regreso del viaje apostólico a Kazajistán, 15 de septiembre de 2022.

  17. Ibid.

  18. Cfr T. Garton Ash – A. Roberts, Civil Resistance and Power Politics: The Experience of Non-violent Action from Gandhi to the Present, Oxford, Oxford University Press, 2009.

  19. Cfr M. J. Stephan – E. Chenoweth, «Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict», en International Security 33 (2008/1) 7-44; E. Chenoweth – M. J. Stephan, Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict, New York, Columbia University Press, 2012.

  20. La versión italiana del libro de Walzer (War, politics and morality) – idioma original de este artículo – tiene por título: Guerre giuste e ingiuste, literalmente: «Guerras justas e injustas» (nota del traductor).

  21. United States Conference of Catholic Bishops, The Harvest of Justice is Sown in Peace, Washington, D.C., 1993, 3.

  22. Cfr. Ibid., 11.

  23. Ibid., 10.

  24. Cfr. Ibid., 12.

  25. Cfr. J. T. Johnson, «Just War, as It Was and Is», en First Things (www.firstthings.com/article/2005/01/just-war-as-it-was-and-is), enero 2005.

  26. Tomás de Aquino, s., Summa Theologiae, II-II, q. 40, a. 1.

  27. J. T. Johnson, «On Keeping Faith: The Use of History for Religious Ethics», en Journal of Religious Ethics 7 (1979/1) 113.

  28. Cfr. International Commission on Intervention and State Sovereignty, The Responsibility to Protect, Ottawa, Canadá, 2001, nn. 4.32-4.43 (https://tinyurl.com/27uy87m2).

  29. Cfr D. Christiansen, «Just War in the Twenty-First Century: Nonviolence, Post Bellum Justice, and R2P», en Expositions 12 (2018/1) 33-59 (https://expositions.journals.villanova.edu/article/view/2319).

David Hollenbach
Profesor, autor y teólogo moral, actualmente ejerce como profesor en la Walsh School of Foreing Service de la Universidad de Georgetown. Sus áreas de investigación versan sobre los derechos humanos, las respuestas religiosas y éticas a las crisis humanitarias y los refugiados, y la religión en la vida política. Entre sus publicaciones destaca su libro más reciente: Humanity in Crisis: Ethical and Religious Response to Refugees (Georgetown University Press, 2019).

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