Personajes

Martino Martini

El jesuita que dio a conocer China a Europa

Retrato de Martino Martini, Michaelina Wautier (1654)

En el primer siglo de la historia de las misiones de la antigua Compañía de Jesús en China, destacan algunas figuras muy conocidas, como el italiano Matteo Ricci (1552-1610), el alemán Adam Schall von Bell (1592-1666) y el flamenco Ferdinand Verbiest (1623-88). Pero la merecida fama de estos protagonistas ha podido mantener en la sombra durante demasiado tiempo a otras muchas figuras que también hicieron una contribución muy importante en aquel periodo fundamental para la relación entre el cristianismo y China, entre la cultura occidental y la cultura china: «una generación de gigantes», como los ha definido el historiador George Dunne[1]. Uno de ellos es el Padre Martino Martini (1614-61). Natural de Trento, se le puede considerar sin duda entre las figuras más destacadas, no tanto por promover el conocimiento de Europa en China, sino de China en Europa. La reciente finalización de la publicación de su Opera Omnia por el Centro de Estudios Trentinos que lleva su nombre[2], proporcionará una sólida base para un conocimiento más amplio y profundo de su vida y obra.

Tras asistir al colegio jesuita de su ciudad natal, Martini ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en Roma, y prosiguió su formación en esa excepcional fragua de cultura – humanística, científica y teológica – y fervor religioso que era entonces el Collegio Romano, la futura Universidad Gregoriana. Entre los profesores a los que permaneció más unido se encontraba el célebre P. Athanasius Kircher, científico creativo y erudito con innumerables intereses y variadas aptitudes. Como muchos de sus compañeros, Martini pide ser enviado en misión «a las Indias». Escribe al superior general de los jesuitas, Muzio Vitelleschi, que «la causa más grande […] por la que fui movido a entrar [en la Compañía de Jesús], fue por el deseo de las Indias» (I, 53 s). Su petición es concedida. En 1638, ordenado sacerdote, parte. Pero el viaje es difícil. El primer barco que toma, de Génova a Portugal, regresa a puerto a causa de una tormenta. Incluso cuando, meses más tarde, se embarca para Lisboa, su nave tiene que regresar al punto de partida a causa de las dificultades encontradas en el golfo de Guinea: «A decir verdad, […] aquella tierra y el mar de aquella costa, que se llama Guinea, parecen malditos desde la eternidad, tanto es allí el calor, tanta la lluvia, tantos los momentos sin viento, ¡cosas increíbles!» (I, 80). Cuando llegó a Goa, en la India, tuvo que esperar un año antes de poder proseguir su viaje a Macao. Llegará allí en 1643. ¡Más de cuatro años para llegar a China! Tras un periodo de estudio de la lengua, el viaje prosigue, dentro del país, principalmente por vía fluvial, hasta la meta, la bella y noble ciudad de Hangzhou, desde donde es enviado a Nanjing y viaja a diversos lugares.

En China, en tiempos de guerra

Pero el período es dramático. Estamos precisamente en los años de la caída de la dinastía Ming y la invasión de los manchúes desde el norte, acompañada de agitación y rebelión. En 1644, el último emperador Ming, Chongzhen, al verse derrotado, se suicidó, y Pekín cae en manos de un general traidor y luego de los manchúes. El conflicto se desplazó hacia el sur, y Martini fue testigo de estos acontecimientos. Basándose en experiencias personales y relatos de primera mano, los describió en su obra latina De Bello Tartarico. Publicada a su regreso a Europa unos años más tarde y traducida a varios idiomas, alcanzó de inmediato una extraordinaria popularidad[3]. Unas 150 páginas que se leen de un tirón, con la acuciante sucesión de batallas, asedios, masacres, traiciones, victorias y derrotas de los distintos bandos, hasta la conquista manchú de casi toda China, con el hundimiento de la última resistencia Ming en el sur del país[4]. Los misioneros se ven directamente implicados, y algunos se convierten en víctimas de la violencia. Mientras que en Pekín, el P. Adam Schall, gracias a su autoridad erudita, cae rápidamente en gracia de los nuevos amos de China, otros jesuitas del Sur permanecen ligados a los últimos representantes de la dinastía Ming.

Durante un tiempo, Martini estuvo entre ellos y ofreció sus servicios – como otros jesuitas – con sus competencias en las artes militares, hasta el punto de que fue elevado a la dignidad de mandarín y apodado «Gran Oficial de la Pólvora». Hay una página de De Bello Tartarico en la que relata en primera persona su aventurado, pero afortunado, paso al otro bando. Estamos en el verano de 1646: «Por aquel entonces, enviado por el emperador Lunguus (Longwu, de la dinastía Ming), entré en la ciudadela de Venxui, que dependía de la ciudad de Vencheu. Pronto llegaron los tártaros y ocuparon fácilmente la ciudad de Vencheu al primer asalto, y no tuvieron mayores dificultades para hacerse con el resto de las ciudadelas. Yo vivía en una casa bastante grande en la ciudadela de Venxui, que estaba toda alborotada tanto por la agitación y el miedo, como por la huida de tanta gente. En cuanto supe que se acercaban los tártaros, coloqué sobre la puerta principal de la casa un largo y ancho papiro rojo con esta inscripción: «Aquí vive el doctor de la Ley divina, venido del Gran Occidente». Los prefectos acostumbran fijar tales inscripciones cuando hacen un viaje a las casas donde suelen alojarse, para que sea conocido por todos los que están dentro. Luego, en la habitación más grande, contigua al vestíbulo de la casa, expuse libros europeos, y entre ellos algunos grandes volúmenes bellamente encuadernados, a los que añadí también algunos instrumentos matemáticos, telescopios, lentes convexas y otros objetos similares. Por último, coloqué en un altar hecho especialmente para la ocasión una imagen del Salvador, con buenos resultados. No sólo no fui objeto de ninguna violencia ni acoso por parte de los soldados tártaros, sino que incluso fui invitado por el propio príncipe tártaro, que me recibió calurosamente y me preguntó si me cambiaría voluntariamente y de buena gana el peinado y la ropa china. Accedí, y ordenó que me cortaran el pelo en su presencia, y, habiéndole hecho comprender que raparme así la cabeza no estaba en absoluto en concordancia con la vestimenta china, se quitó sus propias botas y deseó que me las pusiera, colocando también su gorro tártaro sobre mi cabeza; me ofreció un suntuoso banquete, y dándome cartas patentes, me permitió partir hacia mi antigua morada en la noble ciudad de Hangcheu, donde tenemos nuestra propia iglesia y residencia» (V, 279 s).

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Como se ve, Martini es bastante realista y pragmático. En varios pasajes, no escatima su ironía hacia los chinos, que sufren terribles consecuencias por no renunciar a «su pelo». Considera que el nuevo régimen de Manchuria es más sólido que el anterior y en lo sucesivo se moverá en su territorio de influencia. Así pudo dedicarse a la actividad misionera y cultural con buenos resultados. Por ejemplo, en junio de 1647, lo encontramos en Lingyan, donde conoce al erudito local Zhu Shi, con quien mantiene un interesante diálogo sobre el tema de la amistad. En su Introducción, Zhu Shi relata: «Era la estación de las lluvias, y en el retiro de la montaña, al hablar del “Ensayo sobre la amistad” (la conocida obra de Matteo Ricci), el caballero (Martini) dijo: “¡No es lo único que hay!”, y así cada día me exponía docenas, cientos de refranes» (II, 205). El encuentro duró cinco días. El resultado fue la única obra conocida de Martini en chino, publicada póstumamente en 1661, el Tratado de la amistad[5].

Cabe destacar el hecho de que, unos cincuenta años después de su primera publicación, el escrito de Ricci siga siendo un hito en el diálogo entre jesuitas y confucianos, hasta el punto de que Martini se ha comprometido a retomarlo y desarrollarlo. Aunque el éxito de la obra de Ricci – ¡su primera en chino! – tuvo mucho más éxito que la obra de Martini, fue sin duda un tema muy fructífero para el contacto entre el humanismo occidental y el chino[6]. La continuidad entre las dos obras es evidente, ya que ambas se basan en una larga serie de sentencias de autores clásicos, latinos y griegos (Cicerón, Séneca, Diógenes Laercio, Plutarco, Aristóteles, etc.) sobre el tema de la amistad, pero no se trata de una simple repetición. Probablemente la diferencia en el contexto histórico, marcado por conflictos sangrientos y traiciones, confiere a las frases y reflexiones relatadas por Martini un significado adicional. Además, el jesuita tridentino intenta dar un cierto orden sistemático a las frases y concluye con una «Carta», atribuida a Marco Aurelio, que tiene el tono de una sentida peroración. Hay que señalar que Martini utiliza también un buen número de citas bíblicas explícitas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, mientras que Ricci se había abstenido estricta y prudentemente de citas bíblicas y se había limitado a muy pocas citas de Agustín y Ambrosio, haciéndose eco de los clásicos. Por otra parte, en su «Pequeño Proemio», Martini dice explícitamente: «Viajero venido del Mar de Occidente para visitar este país, no tengo otra aspiración que la de rezar devotamente desde la mañana hasta la noche para que los que deseen entrar en la categoría de amigos reconozcan a un venerabilísimo Señor verdadero como nuestro gran Padre y le sirvan diligentemente para que un día llegue por fin la paz a la tierra. Esta es la razón por la que he venido noventa mil millas al Este». Y concluye: «Quien es capaz de conocer el fundamento de la verdadera amistad se acerca al reino de los cielos» (II, 207s).

Desde Hangzhou, en 1650 Martini fue enviado por el Provincial de los jesuitas, P. Manuel Dias, a Pekín para colaborar con el P. Adam Schall von Bell, Director de la Oficina Astronómica Imperial, tarea muy importante para asegurar el favor del Emperador a los misioneros. Este destino indica sin duda la estima de que ya gozaba Martini como hombre de ciencia, inteligencia superior y capacidad para relacionarse en los más altos niveles de la sociedad. Sin embargo, la estancia en Pekín es muy breve, prácticamente sólo un mes. Este hecho plantea interrogantes a los que se da una respuesta parcial o hipotética. Una sería la incompatibilidad entre las dos personalidades: ambas muy fuertes y autoritarias, además de excepcionalmente dotadas. Otra es que Martini, como hemos visto, fue un colaborador de alto nivel en la corte de los últimos Ming; por tanto, puede que se considerara imprudente e inapropiado darle un cargo importante en la corte de los nuevos gobernantes de Manchuria, los Qing.

Lo cierto es que en sus cartas, en relación con la persona y la obra de Schall, que fue objeto de fuertes acusaciones – también por parte de algunos hermanos jesuitas – por su trabajo sobre el calendario chino, Martini adopta siempre una posición muy clara a favor de Schall, distinguiendo entre la contribución científica realizada por el gran jesuita alemán y los elementos supersticiosos tradicionalmente integrados en el calendario chino independientemente de su voluntad[7], y reconociendo que la elevada posición ocupada por Schall beneficia enormemente a todos los misioneros. Uno de sus informes sobre este tema presentado a sus superiores, después de precisos y detallados argumentos, concluye: «De todo esto resulta que el padre Adam, en aquellas cosas que quisiera impedir y no puede, no contribuye positivamente, sino que sólo se comporta “permisivamente y para evitar un mal peor”. En efecto, del hecho de que el padre ejerza este oficio se deriva un gran bien, como el que todos experimentamos: pues podemos predicar libre y públicamente la Ley Divina, construir templos y ejercer nuestro ministerio con gran fruto» (I, 178).

Regreso a Europa: las grandes obras sobre la geografía y la historia de China

Mientras tanto, había comenzado a agitarse la «cuestión de los ritos», es decir, la discusión en la línea de la «adaptación» a la cultura confuciana por parte de los misioneros jesuitas que, siguiendo los pasos de Matteo Ricci, autorizaban a los cristianos chinos a conservar parte de las costumbres tradicionales en honor de Confucio y sus antepasados, consideradas compatibles con la fe cristiana. La llegada a China de misioneros de las órdenes mendicantes – dominicos y franciscanos –, más comprometidos con la evangelización de las clases trabajadoras que de las cultas, había encendido las disputas, hasta el punto de que el problema fue planteado en Roma por un dominico, y en 1645 hubo un decreto negativo a las posiciones de los jesuitas[8].

Así fue como los superiores de las misiones chinas de la Compañía de Jesús, el Provincial y el Visitador, decidieron enviar a Roma un procurador que representara y apoyara eficazmente los buenos argumentos de los jesuitas ante la Congregación de Propaganda Fide. Su elección recayó en Martini, que entonces sólo tenía 36 años, y sólo 7 de experiencia en China. A causa de esto, la elección no fue aprobada por todos los hermanos, pero sin duda indicaba un aprecio por la inteligencia y el talento del joven misionero. Además, el jesuita tridentino, en sus numerosos viajes y desplazamientos por China, había acumulado ya un excepcional bagaje de conocimientos sobre los lugares, la cultura, las situaciones y los problemas de la misión.

Así pues, Martini partió de nuevo en 1651, sin pasar por Macao ni por las rutas controladas por Portugal, cuyo padroado no era bien visto por Propaganda. Se dirigió a Manila, donde permaneció cerca de un año. Trajo consigo abundante material documental sobre la geografía y la historia de China, en el que trabajó intensamente, con la ayuda de un joven acompañante chino, Dominic Siquin. En 1652 partió de nuevo, pero fue detenido por los holandeses en Batavia (actual Yakarta) durante otros ocho meses. No perdió el tiempo y continuó su labor de clasificación y estudio de las fuentes chinas. Entabló buenas relaciones con los holandeses, que sin duda se interesaron por sus conocimientos sobre China, hasta el punto de que finalmente pudo partir hacia Europa en un barco holandés. A finales de agosto de 1653 éste desembarcará en Bergen, Noruega, tras haber circunnavegado no sólo África sino también Europa.

El destino de Martini es Roma, pero parece que no tiene demasiada prisa por llegar. En el viaje hacia el sur pasa por Ámsterdam, Amberes, Bruselas, Lovaina y así sucesivamente. A lo largo de 1654, el jesuita se dedica a una intensa actividad de contactos culturales y conferencias, y se gana una gran reputación por sus conocimientos sobre China. Conoce al archiduque de Austria, Leopoldo Guillermo, gobernador de Bélgica, de quien obtiene apoyo y financiación. Durante esos meses se publicó en Amberes la obra De Bello Tartarico, y Martini hizo gestiones en Ámsterdam con el editor Blaeu para la publicación de su obra más famosa, el Novus Atlas Sinensis.

El Atlas vio la luz en 1655 con el título «Atlas de Asia Extrema, o Descripción Geográfica del Imperio Chino»[9]. Durante unos 200 años, será considerada la obra más autorizada y completa existente en Europa para el conocimiento de la geografía del inmenso Imperio chino. Los mapas de las 15 provincias de China van acompañados de una introducción general y, a continuación, de textos específicos sobre cada una de las provincias en su conjunto y sobre las 143 ciudades principales, sin olvidar los relativos a distritos, fortalezas militares, etc. Los datos demográficos, basados en censos, son fiables[10]. El catálogo de latitudes y longitudes de innumerables localidades es impresionante. La información sobre ríos y grandes cordilleras es muy rica. Pero incluso para el lector actual, la lectura de los textos es apasionante: las descripciones de la Gran Muralla, de la grandiosa vía fluvial artificial del Canal Imperial, de las ciudades de Pekín y Nanjing o de la bella Hangchou (donde Martini vivió durante más tiempo) van acompañadas de descripciones de atrevidos puentes y elevadas torres, de maravillosos templos, de los más variados paisajes, de los lujosos barcos mandarines, e innumerables informaciones detalladas, sobre los gatos blancos y brillantes de pelo largo que cuidan las damas de Pekín (pero completamente ociosos a la hora de cazar ratones), o sobre los efectos beneficiosos de la raíz de ginseng, o los pozos de fuego (es decir, de aceite o petróleo) de Shanxi. En resumen, hay suficiente para satisfacer a los eruditos, así como a los curiosos y a cualquiera que desee ampliar sus horizontes, y es fácil comprender por qué el paso de Martini por Europa y sus escritos tuvieron tanto éxito y despertaron tanto interés.

A la geografía, Martini une la historia. Su otra gran obra, que se publicará en Múnich en 1658, cuando ya estaba de regreso a China, es la Sinicae Historiae Decas Prima[11]. Se trata de una presentación detallada de la historia china, partiendo de sus orígenes, dinastía por dinastía, emperador por emperador, reconstruida a partir de las fuentes chinas disponibles (las cronologías recopiladas por las oficinas imperiales encargadas de ellas), tenidas en alta estima por Martini como precisas y fiables. Tomando como modelo la historia de Roma Ab Urbe condita de Tito Livio, Martini pretendía organizar su obra en tres grupos de 10 libros (décadas), de los que de hecho sólo pudo escribir el primero, las «Decas Prima». Éste, sin embargo, tiene sentido, porque concluye con el comienzo mismo de la era cristiana.

Martini señaló que la cronología china indicaba como cierta la fecha del inicio del reinado del primer emperador, Fu Xi, en 2952 a.C. Se planteaba, pues, un grave problema sobre la relación entre la cronología china y la cronología bíblica, considerada entonces fiable en Europa y a la que Martini no pretendía contradecir. En particular, era importante la cuestión de la datación del Diluvio universal. Incluso en los antiguos anales chinos se mencionaba un diluvio. Por suerte para Martini, según algunas cronologías bíblicas (como la basada en la versión griega de la Septuaginta, que él citaba) el diluvio habría ocurrido en 2957 a.C., de modo que Fu Xi no era más viejo que Noé, lo que habría supuesto un grave problema. En cuanto a los relatos chinos de los tiempos antediluvianos, en los que, según Martini, China ya estaba ciertamente habitada, podrían considerarse míticos e inseguros, aunque ricos en elementos interesantes. Martini se muestra muy prudente y sabio al abordar las cuestiones que se plantean en relación con la cronología bíblica: formula hipótesis y preguntas que deja abiertas, pero comprende que se enfrenta a nuevos horizontes de reflexión[12].

El editor F. Masini observa: «Gracias a las Decas de Martini, el Occidente cristiano se encontró por primera vez en su historia milenaria con una tradición ininterrumpida que podía presumir de una historia tan larga como la bíblica; nada parecido había ocurrido cuando los misioneros habían descubierto otras civilizaciones, bien porque se las consideraba menos antiguas, bien porque no habían conservado una tradición historiográfica precisa y documentada como la china. La noticia de la extraordinaria antigüedad de los chinos tuvo un amplio eco en Europa y dio lugar a una larga serie de debates sobre el tema y sobre la amenaza que esta antigüedad suponía para la cronología bíblica, ofreciendo así una orilla al ateísmo» (IV, p. X).

Por su parte, Martini sitúa su obra dentro de una visión cristiana de la historia. La abre afirmando que los antiguos chinos ya tenían una noción de Dios, y la termina con una referencia explícita al nacimiento de Cristo. Hablando del emperador Ngayus, que reinó sólo seis meses, concluye su información así: «La única razón para recordarlo es que su muerte se produjo el mismo año en que, en el mes de diciembre, JESUCRISTO, el Dios vivificador y salvador de la humanidad, nació de la Virgen MARÍA, mientras todo el Imperio chino disfrutaba de la alegría de una paz absoluta. Es importante recordar que este emperador, en lugar de Ngayus, quiso llamarse Pingus, que significa pacífico. Es un signo de la admirable providencia de Dios que, en la época en que Cristo vino a la tierra, el rey verdaderamente pacífico fuera también apodado emperador de China» (IV, 918).

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Cuestiones cronológicas aparte, esta gran obra, al igual que el Atlas, no es una árida sucesión de los nombres y hechos de 105 emperadores de diversas dinastías. La historia se entreteje no sólo con el relato de guerras e intrigas, sino también con información sobre usos y costumbres, inventos (por ejemplo, el papel…), consideraciones morales y sapienciales. Las vidas y doctrinas de Confucio y Mencio se presentan en el tiempo que les corresponde. En resumen, si el Atlas constituye una extraordinaria presentación de China en múltiples aspectos, desplazándose por todo su espacio geográfico, la Decas Prima la completa y enriquece, desplazándose en el tiempo por siglos y milenios.

Para comprender el valor de la obra sinológica de Martini, conviene al menos mencionar que es también el autor de la primera gramática conocida de la lengua china, que trajo consigo a Europa en forma de manuscrito y difundió entre los eruditos del norte de Europa. Más tarde, el jesuita Philippe Couplet la enriqueció y popularizó en Europa a partir de 1683. Esta edición se publica ahora en la Opera Omnia[13].

El nuevo Decreto sobre los ritos chinos y el regreso a China

Pero en realidad, como hemos dicho, la razón principal por la que Martini había sido enviado a Europa era defender adecuadamente, ante las autoridades eclesiásticas romanas, la línea seguida por los misioneros jesuitas en la obra de evangelización, que había sido radicalmente cuestionada por el Decreto de Propaganda Fide de 1645, bajo el papa Inocencio X[14]. Martini, apremiado por sus superiores romanos, conscientes de nuevas y peligrosas iniciativas de sus adversarios, llega por fin a Roma en el otoño de 1654, pide audiencia a los cardenales de Propaganda y no tarda en publicar en latín un Breve informe sobre el número y la calidad de los cristianos en China. Con ello pretende dar una información objetiva esencial sobre el estado del cristianismo en China, corrigiendo los informes negativos que se estaban difundiendo para poner en mal lugar a sus hermanos[15].

Dada la importancia de la cuestión, el Papa Alejandro VII asignó su examen al Santo Oficio, nombrando a 11 teólogos «calificadores» de gran autoridad, miembros de diferentes órdenes religiosas y diferentes escuelas, entre ellos tres dominicos y un solo jesuita (pero de gran autoridad: el P. Sforza Pallavicino). Martini presenta una extensa memoria, en la que trata en profundidad los principales puntos tocados en el Decreto de 1645, que critica por estar basado en una información inadecuada. Los cinco temas que considera decisivos se refieren a: 1) la obligación o no de notificar e imponer a los recién convertidos los preceptos eclesiásticos sobre la participación en la misa festiva y sobre la abstinencia y el ayuno; 2) la unción de mujeres adultas con ocasión de los sacramentos del bautismo y de la extrema unción; 3) los honores rendidos a Confucio; 4) el culto a los antepasados; 5) la predicación de la cruz. Los argumentos de Martini a favor de la práctica de «adaptación» a la cultura china, seguida por los jesuitas en la labor de evangelización y atención pastoral, se basan en una presentación detallada de la situación, los hábitos de vida y el régimen alimentario, la sensibilidad china respecto a la protección del pudor de la mujer, el carácter civil y no religioso de los honores a Confucio, la posibilidad de practicar el culto a los antepasados sin caer en la idolatría y la superstición. Estos argumentos resultan eficaces y convincentes. Sobre este último punto, pues, el notario del Santo Oficio da fe: «Los padres jesuitas dicen que se asombran de que tal cosa se haya puesto en controversia; y lo que es peor, que se hayan impreso en los que se censura a los jesuitas por no predicar el misterio de la Pasión de Cristo, ya que esto es falsísimo; pues exponen la imagen del Crucifijo de manera apropiada» (I, 429). Es cierto que el estilo de los jesuitas podía ser diferente del de los frailes venidos de Filipinas, con sus espectaculares exhibiciones de la cruz en la vía pública, etc., pero eso no significaba que quisieran ocultar la Pasión.

Los «calificadores» estudiaron larga y detenidamente las cuestiones durante varios meses de 1655, aunque no parece que celebraran ninguna reunión colegial, y finalmente expresaron sus «votos». En algunas cuestiones fueron prácticamente unánimes, en otras tuvieron pareceres variados, pero en conjunto favorables a la tesis jesuítica, siempre que la información comunicada por Martini fuera cierta. El 22 de marzo de 1656, el texto de un nuevo Decreto fue aprobado por el Papa y promulgado al día siguiente en la sesión plenaria de la Congregación, con el Papa presente[16]. Por tanto, la misión de Martini había tenido éxito: el Decreto de 1645 estaba claramente obsoleto. Sin embargo, la cuestión de los ritos no acabaría ahí; de hecho, se retomaría en las décadas siguientes con una evolución espectacular. Pero ésta es, por desgracia, otra – y triste – historia.

Había llegado, pues, el momento de que Martini regresara a China. El jesuita abandona Roma en diciembre de 1655, antes incluso de la promulgación del Decreto, para emprender un viaje en el que le acompañan varios hermanos, dos de los cuales se harían famosos: el siciliano Prospero Intorcetta y el flamenco Ferdinand Verbiest. El viaje vuelve a ser aventurero y difícil. Partiendo de Génova en un barco holandés, Martini es capturado pocos días después por piratas franceses. Tras encarcelamiento, negociaciones y rescate, abandona Génova y llega a Lisboa, pero aquí debe permanecer un año a la espera de vientos favorables. El 4 de abril de 1657 zarparon de Lisboa tres naves con 36 jesuitas, con destino a la India, Cochinchina y China respectivamente. El barco que transportaba a Martini y a 16 hermanos se encontró con varias tormentas; 7 de los jesuitas murieron en un viaje de 10 meses hasta Goa. Partieron de nuevo hacia Macao, pero fueron bloqueados por los holandeses y se refugiaron en Macasar, en la isla de Célebes. Al final sólo 6 llegaron a Macao, maltrechos y enfermos, en julio de 1658, más de dos años y medio después de su partida de Roma[17].

En 1659 Martini pudo por fin regresar a la ciudad de Hangzhou, donde, lleno de entusiasmo e iniciativa, comenzó la construcción de una nueva iglesia, considerada la más bella de China. En 1660, tuvo la alegría de reunir allí 207 bautismos. Pero, desgraciadamente, el 6 de junio de 1661 murió, tras una enfermedad muy corta, probablemente debida al tratamiento equivocado de las secuelas del terrible viaje de regreso. Sólo tenía 47 años. En su última carta al Superior General de los Jesuitas, Goswin Nickel, el 11 de julio de 1659, a su regreso a su querida misión, había escrito: «Habiendo salido de tantas vicisitudes, dificultades e intervalos de viaje, con la ayuda de un singular beneficio del Dios Máximo y la bendición de Vuestra Paternidad, por fin el 11 de junio de 1659 llegué a Hangzhou, mi antigua residencia, de la que había salido a principios del año 1651, para volver a Europa, siguiendo un precepto de santa obediencia; con qué fruto de la expedición y con qué bien de la Misión china no lo sé; lo dejo a la consideración de otros. Lo que sí puedo afirmar es que no eludí mis trabajos; y no dudo que hubiera cosechado el fruto deseado, si mi incapacidad y mis pecados no hubieran sido un impedimento. Si algo bueno se ha hecho por mi medio (como algunos por su humanidad parecen creer), considero que es enteramente mérito de los Misioneros Apostólicos de esta Viceprovincia, que han obtenido este fruto, cualquiera que sea, por sus oraciones ante Dios. Por lo demás, mientras la vida me acompañe, daré incesantes gracias a Dios, por haberme acompañado y traído sano y salvo a casa. De hecho, por esta plantación, un día elegida por mí, en la que mi actividad se desarrollará como a Dios le plazca, y por la sumisa petición de Vuestra Paternidad, quiero que agradezca a Dios por mí…» (I, 501s). Martini fue enterrado en Hangzhou, donde permanece su cuerpo, aunque el lugar de sepultura ha sido trasladado.

La importancia de la obra de Martini, así como la de sus escritos, es, pues, evidente, y la publicación de la Opera Omnia contribuye decisivamente a su valoración renovada y completa. Al mismo tiempo, hay que observar que esta obra no debe darse por concluida, ya que las investigaciones que la acompañaron siguen dando nuevos frutos[18]. Por ejemplo, con ocasión de la presentación en la Curia General de los Jesuitas, el 26 de octubre de 2022, el estudioso Davor Antonucci informó del descubrimiento de un voluminoso manuscrito que correspondería a lo que el propio Martini dijo al final de De Bello Tartarico: «Pero estas cosas y otras semejantes se reservan para una narración más amplia en un volumen mayor, que abarcará las cosas realizadas desde el año 1610 (año con el que se cierra el libro del padre Nicolás Trigault, De Christiana Expeditione apud Sinas suscepta a Societate Iesu)» (V, 333). Será de gran interés disponer de una continuación tan autorizada de la obra fundamental de Ricci, retomada por Trigault, sobre la historia de la misión china de los jesuitas. Estamos, pues, muy agradecidos al Centro de Estudios Martino Martini no sólo por lo que ha hecho, sino también por lo que está haciendo y hará.

  1. Cfr G. Dunne, Generation of Giants: The Story of the Jesuits in China in the Last Decades of the Ming Dinasty, Notre Dame (IN), University of Notre Dame Press, 1962.

  2. Cfr M. Martini, Opera Omnia, en 6 volúmenes (8 tomos). La edición fue concebida por Franco Demarchi y Giuliano Bertuccioli, completada bajo la dirección de Riccardo Scartezzini y publicada por el Centro Studi Martino Martini (Trento) y la Universidad de Trento entre 1998 y 2020. Los editores de los distintos volúmenes o partes de los mismos fueron: G. Bertuccioli, F. Masini, L. M. Paternicò, D. Antonucci, con la colaboración de N. Golvers y M. Russo. Traducciones del latín por P. Nicolao y B. Niccolini. Las más de 4.000 páginas publicadas son el resultado de décadas de trabajo, de una paciente recopilación de todos los escritos del jesuita tridentino encontrados hasta ahora, impresos o manuscritos. De los impresos, se ofrece una reedición anastática, completa con mapas e ilustraciones; de la mayoría de los escritos, se ofrece la primera traducción completa al italiano (de excelente calidad, en nuestra opinión). Los índices, introducciones y tablas son extensos y exhaustivos. El aparato crítico es impresionante, muy rico en información. Notable es el arduo y fructífero trabajo realizado por los editores para identificar las fuentes chinas utilizadas por Martini tanto para el Novus Atlas Sinensis como, más aún, para la Sinicae Historiae Decas Prima. En este artículo se indicarán el volumen y las páginas de esta edición para las citas.

  3. Cfr. M. Martini, De Bello Tartarico Historia, Anversa, B. Moretviene, 1654, en Id., Opera Omnia, V, 65-335, al cuidado de D. Antonucci.

  4. El último pretendiente de la dinastía Ming fue masacrado por los manchúes en 1662, junto con los varones de su familia.

  5. Cfr. M. Martini, Trattato sull’Amicizia (edición china, 1661), en Id., Opera Omnia, II, 173-348, al cuidado de G. Bertuccioli.

  6. Cfr. A. Spadaro – A. De Caro, «Letterati confuciani e primi gesuiti in Cina. L’amicizia come base del dialogo interreligioso», en Civ. Catt. 2016 IV 446-459.

  7. Una larga respuesta de Martini al jesuita P. Francesco Brancati, misionero en Shanghai, explica con gran detalle la distinción entre los aspectos científicos (astronómicos) del trabajo para el calendario chino y los supersticiosos, relacionados con creencias meteorológicas (elección de días favorables, etc.), que los jesuitas no podían impedir, aunque no estuvieran de acuerdo con ellos. La cuestión de la contribución jesuita a la reforma del calendario chino y los debates al respecto son de crucial importancia durante todo el periodo de la misión jesuita en China hasta la supresión de la Compañía de Jesús. Las cartas de Martini sobre este tema se recogen en Opera Omnia, I, 167-217.

  8. Cfr. «Decreto del 12 settembre 1645, emesso dalla Congregazione di Propaganda Fide, previa inchiesta a cura dei teologi del Sant’Ufficio», en Collectanea S. Congregationis de Propaganda Fide, seu Decreta, Instructiones, Rescripta pro apostolicis missionibus, vol. I, 1622-1866, Romae 1907, 30-35. La Congregación de Propaganda Fide fue establecida por Gregorio XV en 1622. El Decreto, en 17 puntos, prohibía toda una serie de costumbres de los cristianos chinos.

  9. Al Atlas se le dedica todo el volumen III de Opera Omnia, en dos tomos, por un total de 1.175 páginas, al cuidado de G. Bertuccioli.

  10. Más de 10 millones de familias; casi 60 millones de «viri vel homines»: varones adultos capaces de trabajar y, por tanto, sujetos pasivos, de modo que «no habría que sorprenderse demasiado si alguien dijera que Asia extrema comprende doscientos millones de habitantes» (III, 242).

  11. A la Decas Prima está dedicado todo el volumen IV de Opera Omnia, en dos tomos, por un total de XLII + 997 páginas, al cuidado de F. Masini y L. M. Paternicò.

  12. No olvidemos que unos veinte años antes, Galileo había sido condenado por una cuestión relativa a la relación entre las Escrituras y la ciencia astronómica.

  13. Con introducción, transcripción del texto manuscrito conservado en Glasgow, traducción y notas de G. Bertuccioli, vol. II, 349–481.

  14. Acerca de esta historia, cfr. S. Vareschi, «Martino Martini S.I. e il Decreto del Sant’Ufficio nella questione dei riti cinesi (1655-56)», en Archivum Historicum Societatis Iesu, 63 (1994), 209-260. En Opera Omnia, estos documentos – con su introducción y notas – se encuentran en el vol. I, 367-444.

  15. De la Brevis Relatio… en la Opera Omnia existe la reproducción anastática del texto latino y la traducción italiana, editada por G. Bertuccioli, vol. II, 31-143. II, 31-143. En cuanto al número de cristianos, Martini afirma que ˜en el año 1651, cuando salí de China, había al menos 150.000 personas convertidas, sin contar las 100.000 que habían aceptado la fe de Cristo en Tungking (Tonkín), reino que se considera parte del Imperio chino» (II, 92).

  16. Cfr. S. Vareschi, Martino Martini S.I…., cit., 217.

  17. Hay referencias a este viaje de regreso a China en algunas de las cartas de Martini: cfr. vol. I, 445-480.

  18. El volumen VI de la Opera Omnia, según el plan inicial, iba a contener únicamente los Índices, pero en su lugar incluye también diversos textos y materiales, que se han ido completando a lo largo de los años.

Federico Lombardi
Sacerdote jesuita, cursó estudios de matemáticas y luego de teología en Alemania. Fue director de contenidos (1991) y luego director general de la Radio Vaticana (2005). En julio 2006, el Papa Benedicto XVI lo nombró director de la Oficina de Prensa del Vaticano. El padre Lombardi se desempeñó, además, como director general del Vatican Television Centre desde 2001. Lleva años colaborando para la revista La civiltà cattolica.

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