HISTORIA

Roma 1943. La ocupación nazi y la deportación de los judíos

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En los últimos meses, diarios y periódicos italianos de diversas orientaciones ideológicas y políticas, han dado relieve a dos aniversarios muy próximos entre sí, que marcaron dolorosamente la historia de Italia después de la Segunda Guerra Mundial: el octogésimo aniversario del armisticio del 8 de septiembre de 1943 y el de la deportación de más de mil judíos romanos de la «ciudad eterna» (16 de octubre de 1943). Dos acontecimientos que siguen siendo objeto de debate y controversia en los círculos históricos italianos. Los prejuicios de las diferentes orientaciones historiográficas, enfrentadas desde hace tiempo, pesan incluso en la reconstrucción material de los hechos.

El armisticio del 8 de septiembre de 1943 y la sentencia del Papa

Por lo que respecta al «8 de septiembre», se ha insistido mucho, y con razón, en el hecho de que el Rey (garante de la unidad nacional), la corte y algunos miembros del gobierno – temiendo las represalias de los alemanes – abandonaron precipitadamente la capital, dirigiéndose hacia el Sur (es decir, la parte de Italia ya ocupada por los Aliados), dejándola indefensa y entregándola, casi sin resistencia, al nuevo enemigo. Pero casi nunca se ha dicho con claridad y precisión que en aquella coyuntura el Papa no abandonó Roma, aunque Hitler había confiado en varias ocasiones a sus colaboradores que quería – una vez llegados a la Urbe – entrar en el Vaticano, «limpiar» la Curia romana, hacer prisionero al Pontífice y trasladarlo a otro lugar, a Alemania o al pequeño Estado de Luxemburgo. Durante los largos meses de ocupación enemiga, Pío XII trabajó incansablemente para defender la ciudad, sus habitantes, sus innumerables lugares de culto, caros a la memoria cristiana. En aquella grave situación fue el único y autorizado punto de referencia para la población romana abandonada a sí misma por la legítima autoridad civil.

Durante los meses de la ocupación alemana de la Ciudad, el Papa confió varias veces al P. G. Martegani, director de La Civiltà Cattolica en aquella época, que la Santa Sede estaba haciendo todo lo posible para satisfacer las necesidades materiales de la población romana y que trabajaba a nivel diplomático para «mantener los bombardeos fuera de Roma»[1]. A menudo se quejaba a nuestro director de esta nueva forma de llevar la guerra, «que a estas alturas ya no distingue entre objetivos militares y civiles»[2]. Informando sobre su conversación con el Papa en la audiencia del 1 de noviembre de 1943, el P. Martegani señalaba: «Con respecto a la ciudad de Roma, el Santo Padre volvió a hablar de las negociaciones que está llevando a cabo con ambos beligerantes por su seguridad: por su respeto como “ciudad abierta” y por su abastecimiento. También se interesó por el bien de los judíos»[3]. El Papa, de hecho, estaba muy preocupado por las desastrosas consecuencias que la continuación de la guerra tendría para la población civil indefensa: «Para enfrentar el hambre que se cierne amenazadoramente en los países donde se desarrolla la guerra – leemos en el Diario –, el Santo Padre se ha interesado por los países neutrales más ricos para obtener oportunas ayudas»[4].

En ocasiones, la violencia indiscriminada de los enfrentamientos dificultaba enormemente el abastecimiento de los centros más afectados, por lo que el Papa se quejaba de que la situación se deterioraba día a día, especialmente en Italia: «Recientemente – confiaba al P. Martegani – una columna de 50 camiones vaticanos fueron ametrallados desde baja altura y en pleno día por la aviación angloamericana. En cuanto a los esfuerzos realizados para obtener barcos vaticanos que transporten víveres, todavía no hay respuesta del gobierno británico, mientras que el gobierno alemán ya ha respondido afirmativamente después de algunas negociaciones. Hay que admitir que, en este último período, el gobierno alemán respeta más al Vaticano que los Aliados»[5].

Pero, ¿cuál era la opinión de Pío XII sobre el armisticio llevado a cabo entre el gobierno italiano – presidido entonces por el general Badoglio – y los aliados angloamericanos? En el Diario ya citado, dos pasajes se refieren a los acontecimientos del «8 de septiembre»: el primero informa de las ideas del Papa sobre la forma en que se llevó a término todo el asunto[6]: «En cuanto a la forma en que se llevó a cabo el armisticio, él [el Santo Padre] dijo que desaprobaba la mentira diplomática; y declaró que nunca la había utilizado personalmente»[7]. Pío XII se refería aquí a la forma bastante ambigua en que el gobierno italiano llevó a cabo las negociaciones del armisticio y, en particular, a la desafortunada declaración que el general Badoglio hizo por radio inmediatamente después de la destitución de Mussolini, el 25 de julio de 1943: «La guerra continúa». En otro punto del Diario, de nuevo sobre este tema, leemos: «El armisticio de entonces [decía el Papa] no se podía haber hecho peor: hoy nos encontramos peor que en la guerra, y sufrimos por una parte la violencia alemana y por otra el cinismo y el chantaje de los otros que actúan con bombardeos despiadados»[8]. En las palabras del Papa, además de la crítica a la actuación del gobierno de Badoglio, hay un fuerte sentimiento de preocupación por la suerte de millones de civiles indefensos, víctimas de la «violencia» y las represalias nazis y de los devastadores y «despiadados» bombardeos aliados.

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Inmediatamente después del «8 de septiembre», algunos miembros de alto rango del mundo militar italiano con inclinaciones nazi-fascistas trabajaron para persuadir a la Santa Sede de que no apoyara al gobierno de Badoglio y no reconociera el armisticio firmado por el gobierno italiano con los Aliados en términos de derecho internacional. De un informe de Monseñor A. Marchioni, encargado de la Nunciatura de Italia, a la Secretaría de Estado, se desprende que el mariscal R. Graziani, que se consideraba un «católico practicante», intervino ante la Santa Sede para defender la causa nazi-fascista. El anciano mariscal, de hecho, definió el armisticio como obra de la masonería, el comunismo y el judaísmo internacional y, aunque con gran cautela, denunció la orientación pro-aliada seguida en aquel momento por la Santa Sede: «El armisticio de Badoglio – dijo Graziani a monseñor Marchioni – fue una verdadera traición y una locura. El ejército italiano, disperso fuera de las fronteras, con armamento totalmente insuficiente, desorganizado en su moral, atrapado en las garras de las poderosas divisiones alemanas en Italia, no habría podido defenderse de la justificada reacción del aliado traicionado. No existía la menor idea del castigo ordenado por Alemania, que habría reducido a Italia a tierra quemada. Sólo por la gracia de la amistad del Führer con el Duce fue posible contener hasta cierto punto la ira alemana […]. La declaración de guerra de Badoglio a Alemania lanzó formalmente a Italia a una guerra civil y fratricida y obligó a los alemanes a adoptar nuevas medidas restrictivas. Según el Mariscal, Badoglio habría sido empujado a ambos actos (armisticio y declaración de guerra) por la masonería; una persona sensata no habría podido concebir tales acciones, y mucho menos llevarlas a cabo […]. El mariscal continuó: “Ahora la situación es la siguiente: por un lado están la masonería, el judaísmo y el comunismo, personificados por Inglaterra, América y Rusia; por otro lado está Alemania luchando contra estas tres fuerzas oscuras y disolventes. Es cierto que Alemania no es y no puede ser partidaria de un nuevo orden cristiano ni de la defensa de la Iglesia debido a sus precedentes históricos y a su reciente política anticatólica y anticristiana; pero estas son cosas que vendrán después. Y puesto que las tres fuerzas mencionadas han sido siempre acérrimas enemigas de la Iglesia, el Vaticano debería prestar su apoyo o al menos mostrar simpatía por quienes las combaten. En cambio, es bien sabido que los círculos vaticanos esperan en los aliados”»[9].

El responsable de la Nunciatura respondió rápidamente al Mariscal que la Santa Sede no tenía la intención de apoyar a ninguna de las dos partes beligerantes y que deseaba, en cuestiones de naturaleza política, permanecer imparcial y que, sin embargo, continuaría trabajando por la obra de la pacificación nacional y ayudando a las personas necesitadas de asistencia. «La Santa Sede, y a través de ella el Santo Padre, es y desea permanecer neutral en esta competición bélica, aunque no permanece ni puede permanecer neutral entre el bien y el mal. El Papa es el Padre común y todos son igualmente sus hijos […]. Por lo que respecta a los ciudadanos italianos, la Iglesia, y más aún el Vaticano, no puede instarles a seguir una situación política tan compleja y delicada como la actual; tampoco puede aconsejarles que se unan a los alemanes (como desearía el Mariscal, para evitar la guerrilla de las bandas armadas y el consiguiente vandalismo), porque esto sería una intervención política a favor de uno de los beligerantes y a favor de una parte de los ciudadanos contra la otra, de la nación misma; el clero, por su parte, cumple con su deber sacerdotal inculcando la calma, la tranquilidad y el orden para que las acciones desaprensivas no produzcan graves represalias en perjuicio de los muchos inocentes o de toda la población»[10].

Los Informes enviados por los Nuncios a la Secretaría de Estado muestran también que el armisticio fue recibido en algunos países de mayoría católica (España, Estados latinoamericanos, etc.) con cierta aprensión. En estos países, en efecto, se observa la preocupación de las autoridades eclesiásticas, y a menudo también de las civiles, por la seguridad del Papa, así como el temor a posibles represalias de los nazis ocupantes contra la Iglesia italiana, sus ministros y sus bienes. Mons. V. Valeri, nuncio en la Francia de Vichy, escribió que en esta nación la noticia del armisticio había sido acogida con satisfacción por la prensa progresista, aunque una parte de la población (las clases medias y los militares) consideraba los bombardeos aliados de las ciudades italianas como justas medidas de represalia por haberse puesto del lado del gobierno italiano de Hitler. Los franceses, añadió el Nuncio, no perdonaron a Italia el repentino ataque a su territorio en el verano de 1940 por parte del ejército regular italiano. El Delegado Apostólico en Grecia hizo saber a la Santa Sede que algunos de los soldados italianos que se encontraban allí habían encontrado una generosa hospitalidad en las casas de los lugareños; otros, sin embargo, se habían escondido. Muchos soldados también prefirieron vender sus armas a los griegos a un precio muy bajo en lugar de entregarlas al enemigo.

El nuncio en Suiza, monseñor F. Bernardini, informó a la Secretaría de Estado de que la noticia del armisticio en este país había sido recibida con cierta aprensión tanto por la población como por las autoridades civiles. Se había extendido el rumor (en gran parte fundado) de que un gran número de refugiados – muchos de los cuales habían escapado de los campos de concentración – habían cruzado, o estaban a punto de cruzar, la insegura frontera italiana, y que entre los recién llegados había muchos comunistas y socialistas, no queridos ni por la población ni por las autoridades civiles[11]. A continuación, Mons. Bernardini informó de que muchos refugiados italianos habían pasado por la nunciatura y que los obispos y la Iglesia católica suiza estaban tomando medidas para acoger a los recién llegados, entre los que mencionó al profesor F. Carnelutti, de la Universidad de Milán, al profesor A. Colonnetti, de la Universidad de Turín y miembro de la Academia Pontificia, el conde S. Jacini de Milán, seis estudiantes jesuitas no italianos (uno griego, uno alemán y cuatro malteses) del Aloisianum de Gallarate, así como los «tiernos hijos» del general Cadorna. «Los laicos – escribía monseñor Bernardini – desean que no se difunda la noticia de su fuga por temor a represalias contra sus seres queridos». El informe del Nuncio terminaba con las nobles palabras del profesor Carnelutti: «Estos refugiados están tan desorientados, pero al mismo tiempo tan dispuestos a recibir la luz del Evangelio, que en este exilio forzado de tantos italianos se pueden sembrar semillas fecundas para esa reconstrucción espiritual que es la primera necesidad de la nación italiana»[12].

Bajo las ventanas del Papa

El otro aniversario del que este año se cumplen sesenta años, es el del ominoso 16 de octubre de 1943, cuando «bajo las ventanas del Papa», como se dijo en ese momento, unidades especiales de las SS – que habían llegado a la ciudad especialmente para esta operación, al parecer ordenada directamente desde Berlín – acorralaron a más de mil judíos en el antiguo gueto hebreo[13]. De las fuentes de que disponemos se desprende que el Papa no fue informado de la redada hasta la mañana del día 16, cuando la operación ya había concluido y las víctimas se encontraban detenidas en el Colegio Militar de la rivera del Tíber. Inmediatamente, el Papa, a través del Secretario de Estado, presentó al embajador alemán ante la Santa Sede, E. von Weizsäcker, su más profunda protesta por lo ocurrido la noche anterior en la Ciudad Eterna. «Es doloroso para el Santo Padre – dijo el cardenal Maglione –. No hay palabras para expresar el dolor de que en Roma, bajo los ojos del Padre Común, se haya hecho sufrir a tantas personas sólo por pertenecer a un determinado linaje»[14]. Ante estas palabras, el embajador planteó al cardenal la siguiente pregunta: «¿Qué haría la Santa Sede si las cosas siguieran así?», Maglione respondió con decisión: «La Santa Sede no querría verse en la necesidad de dar su palabra de desaprobación»[15].

Ese mismo día, el Papa envió urgentemente a su sobrino, Carlo Pacelli, a monseñor Aloys Hudal, rector de la iglesia nacional alemana en Roma y amigo de algunos de los altos jerarcas nazis del Reich, para que intercediera ante ellos en favor de los detenidos y se asegurara de que las redadas contra los judíos no volvieran a repetirse. El general Stahel, a quien se había dirigido Monseñor, habría transmitido inmediatamente el mensaje de Hudal a las autoridades competentes y al propio Himmler, quien habría dado la orden de suspender las detenciones, habida cuenta de la particularidad de la ciudad de Roma[16]. En cualquier caso, la redada terminó abruptamente tal y como había empezado y 8.000 judíos romanos salvaron milagrosamente la vida, pero el destino de los más de 1.000 judíos «acorralados» en la noche del 15 al 16 de octubre ya estaba sellado; no había nada que hacer por ellos, porque la orden había venido del cuartel general del Führer y, por tanto, no podía ser anulada de ninguna manera[17]. Pocos días después, los prisioneros fueron hacinados en vagones de tren y enviados inmediatamente a los campos de exterminio. Incluso después, la Santa Sede hizo todo lo posible, utilizando canales diplomáticos, para pedir información sobre los deportados o para enviarles paquetes con ropa gruesa para el invierno que se acercaba u otras cosas similares preparadas por la comunidad judía de Roma, pero desgraciadamente todo fue en vano.

En los días siguientes a la redada, los judíos romanos huyeron de la ciudad, buscando refugio en los campos cercanos a Roma, o encontraron cobijo en las numerosas casas religiosas de la ciudad, parroquias y edificios extraterritoriales propiedad de la Santa Sede. Todo ello fue posible porque el propio Papa permitió a los religiosos, religiosas y sacerdotes romanos abrir sus casas a sus «hermanos necesitados». A esto se refiere precisamente el Diario de La Civiltà Cattolica, cuando dice en la nota ya mencionada del 1 de noviembre de 1943 que «[el Papa] se interesaba también por el bien de los judíos».

Hace veinte años, un congreso que tuvo lugar en Roma, organizado por la coordinación de historiadores religiosos, abordó este tema, sacando a la luz – como se venía pidiendo desde hace tiempo –, las «pruebas» del valiente compromiso de tantas comunidades religiosas y parroquias de la ciudad en el rescate de los judíos romanos. La rica documentación presentada demuestra que no menos de 4.000 judíos encontraron refugio en las casas religiosas de la Ciudad. Según la historiadora Sor G. Loparco, una de las organizadoras de la conferencia, en los días inmediatamente posteriores al 16 de octubre muchos institutos religiosos fueron literalmente invadidos por judíos; al principio «se dirigieron hacia los institutos más cercanos al antiguo gueto. Sin embargo, poco a poco se fueron trasladando a las afueras, pensando que estaban más seguros. Así, incluso los institutos más periféricos experimentan las oleadas de esta especie de éxodo»[18].

Como es bien sabido, además de los judíos perseguidos, numerosos políticos, carabineros y oficiales del Ejército Real también encontraron refugio en casas religiosas; por ejemplo, los miembros de todo el Comité de Liberación Nacional de Roma, entre los que se encontraba el socialista Pietro Nenni, fueron alojados en el palacio extraterritorial de San Juan de Letrán. En realidad, varios años antes la Santa Sede ya había dado hospitalidad a algunos importantes políticos perseguidos por el régimen fascista en las casas de su jurisdicción. El caso más famoso es el del ex dirigente popular, y luego democratacristiano, Alcide De Gasperi, que durante varios años vivió entre los muros vaticanos, a pesar de las constantes protestas del régimen, trabajando como bibliotecario en la Biblioteca Apostólica Vaticana.

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También hay que recordar que esta labor de rescate de judíos romanos y fugitivos políticos creó no pocas tensiones en las relaciones entre el Vaticano y los ocupantes alemanes, que no ignoraban -como declararon algunos jerarcas nazis en el proceso de Nuremberg – la ayuda que la Santa Sede prestaba a estos fugitivos. Martegani, quejándose de los allanamientos efectuados en la noche del 21 al 22 de diciembre por los alemanes en el Seminario Lombardo, el Russicum y el Orientale, dijo que a estas alturas «ya no confiaba en la seguridad de los refugios eclesiásticos»[19], y que en cualquier caso era necesario ser más cautos y prudentes al tratar la cuestión de los «refugiados», para no empujar a los alemanes a acciones generalizadas de registro de institutos religiosos y edificios propiedad de la Santa Sede. «Ejerced la caridad, sí – dijo el Papa al padre Martegani –, con tantos casos lamentables que se presentan, pero evitad el uso de documentos falsos y cualquier apariencia de fraude»[20].

Esta cautela fue sugerida al Papa por el asunto del capuchino francés P. Benoît Marie, que dirigía (con una base de operaciones situada en Via Sardegna, en el colegio internacional de su Orden en Roma) un programa de asistencia clandestina a judíos, proporcionando a las personas buscadas, entre otras cosas, documentos de identidad falsos. El 19 de noviembre de 1943, un funcionario italiano del Comisariado de Migración y Colonización informó a la Secretaría de Estado de que el P. Benoît Marie sería denunciado por falsificar unas cartillas de racionamiento que llevaban su firma y el sello de su oficina. Los beneficiarios de estos documentos falsificados eran en su mayoría judíos que, según el funcionario, iban a ser entregados a los alemanes junto con el capuchino francés. Al final de su entrevista en el Vaticano, el funcionario aceptó encubrir todo el asunto, pero a condición de que el fraile cesara en sus actividades «fraudulentas».

Como temía el Papa, en la noche del 3 al 4 de febrero de 1944, la policía fascista, bajo el mando de las SS, asaltó la abadía de San Pablo Extramuros, deteniendo a todas las personas que se habían refugiado allí, muchas de las cuales vestían hábito religioso. La Santa Sede denunció inmediatamente al gobierno alemán la violación de su territorio en virtud del derecho internacional[21]: «El Santo Padre se mostró muy afligido por la violación de la Basílica extraterritorial de San Pablo: al menos la forma es ciertamente una patente violación, porque era absolutamente necesario preguntar primero al Vaticano sobre cualquier persona buscada. La autoridad alemana dice no saber nada de la orden ejecutada»[22]. En realidad, la estrategia utilizada en aquella ocasión por la policía nazi-fascista siguió al pie de la letra la indicación que Hitler expresó en una ocasión a uno de sus oficiales sobre cómo se debía actuar con el Vaticano, es decir, entrar sin miedo en los palacios sagrados, hacer lo que había que hacer y al final pedir disculpas al Papa.

Los cardenales Ottaviani y Boetto y los judíos

Los principales protagonistas de esta operación de rescate de los judíos romanos fueron en su mayoría sencillos religiosos y religiosas, sacerdotes y valientes laicos. Entre ellos, sin embargo, encontramos también monseñores y altos prelados, como, por ejemplo, Mons. Alfredo Ottaviani, más tarde cardenal y secretario de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, y el arzobispo de Génova, card. Pietro Boetto, jesuita. El compromiso del monseñor romano con el apoyo a los judíos perseguidos queda patente en un documento, inédito hasta ahora, en el que el «teniente coronel Battistelli Mario» denunciaba ante la Secretaría de Estado la actividad pro-judía desarrollada en Roma por el clérigo. También advertía que había denunciado las actividades de monseñor Ottaviani a la autoridad ocupante. «¿Cómo es posible que monseñor Ottaviani – escribía Battistelli – otorgue certificados de bautismo a los judíos? ¿Tan fácil y cómodo es hacerse cristiano sin abjurar de la religión judía? ¿Qué fe pueden tener los verdaderos católicos cuando se ha comprobado que se está haciendo del catolicismo un mercado? ¿Cómo es posible que monseñor Ottaviani haya acogido en los palacios de Letrán y en los colegios anexos a judíos buscados? Se conocen los nombres tanto de los que recibieron partidas de bautismo como de los que fueron escondidos en los colegios bajo la cobertura de la Guardia Palatina y a este respecto se consideró oportuno informar al mando alemán y al Partido Republicano Fascista»[23].

En cuanto al cardenal Boetto, sabemos por algunas fuentes documentales que se hizo cargo del sufrimiento de los judíos e intentó ayudarles lo mejor que pudo. Un testimonio en este sentido nos lo ofrece el judío Giorgio Nissim – «El contador que salvó a 800 judíos», es el título de un artículo del Corriere della Sera dedicado a su historia –, que de 1940 a 1943 ocupó diversos cargos en la organización toscana Delasem, creada por la Unión de Comunidades Israelitas para prestar asistencia a los refugiados judíos internados en campos de concentración italianos. Una vez disuelta la organización florentina (de hecho, muchos de sus dirigentes fueron detenidos), Nissim comenzó a colaborar con algunos sacerdotes de Luca, que se dedicaban a prestar asistencia a los judíos de la región[24]. En su Diario – del que se han publicado algunos anticipos – Nissim habla también de los contactos que mantuvo en 1943 con el cardenal Boetto: «Solía ir a Génova – escribió el contador – con medios improvisados para recoger el dinero de don Repetto, secretario del arzobispo, y luego entregaba las sumas a don Paoli».

Un documento inédito, conservado en nuestros archivos, nos informa de la labor de asistencia del Cardenal en favor de los judíos romanos, especialmente de los que habían abandonado Roma después del 16 de octubre de 1943 y se habían refugiado, por miedo a los alemanes, en las cercanías de la Urbe. Se trata de una nota fechada el 31 de julio de 1944 (con valor declarativo), escrita por un funcionario de la Nunciatura en Italia; dice así: «Monseñor Bagnoli, obispo de Avezzano, vino aquí a la Nunciatura y me entregó la suma de 15.000 liras, recibida de Su Eminencia Boetto, arzobispo de Génova, para subvencionar a los judíos necesitados que viven en la diócesis. No le fue posible distribuir esta suma porque, por miedo a los alemanes, los judíos estaban completamente escondidos, ni el vivo interés de los párrocos individuales ayudó a encontrarlos. Por lo tanto, tengo el honor de remitir las 15.000 liras a Vuestra Excelencia Reverendísima»[25].

Esta labor de ayuda se llevó a cabo en silencio y a escondidas – como seguramente muchas otras acciones realizadas por el propio arzobispo o por otras personas – y sólo por casualidad consta en un documento, redactado para uso interno de la Nunciatura. Nos sorprende, sin embargo, que la meritoria labor que el cardenal Boetto llevó a cabo en favor de los judíos perseguidos durante la ocupación nazi no haya sido suficientemente destacada por las publicaciones que se ocupan del tema. También de esto, pensamos, podrían ocuparse algunos periodistas, en lugar de ir en busca de noticias históricas sensacionalistas de fiabilidad dudosa, como sucedió hace unos años en Génova[26], y que desacreditan a la Iglesia de esa ciudad, la cual, incluso en tiempos difíciles, como hemos visto, dio pruebas de valentía y generosidad hacia los que estaban más lejos.

  1. Archivo de La Civiltà Cattolica (ACC), Diario de las Consultas de La Civiltà Cattolica, 28 de junio de 1943. Sobre este tema, véanse los numerosos documentos de la parte vaticana en Actes et Documents du Saint Siège relatifs à la Seconde Guerre Mondiale (ADSS), Ciudad del Vaticano, Libr. Ed. Vaticana, 1965-81.

  2. ACC, Diario de las Consultas, 14 de junio de 1943. En otras audiencias el Papa vuelve a hablar de los bombardeos: «También por la masacre de Castelgandolfo – leemos en el Diario – llevada a cabo por los bombardeos anglo-americanos, el Santo Padre está muy indignado. Roosevelt había prometido un compromiso solemne, y había dado repetidas garantías, de que quería evitar cosas parecidas en el terreno de la Santa Sede. El Papa condena todo el sistema de bombardeos contra la población civil, como hacen los anglosajones; y se siente verdaderamente apenado por el hecho de que, particularmente por lo que se refiere a Roma, haya también autorizados católicos ingleses que pidan tales procedimientos» (ibid., 14 de febrero de 1944). Y de nuevo: «El Santo Padre se dirigió ayer a los desplazados desde el balcón de San Pedro. Mencionó las muchas dificultades ya superadas para ayudar a Roma […]. Continuó diciendo que sus enérgicas protestas por el bombardeo de Roma fueron escuchadas en América, pero no en Inglaterra. El Santo Padre reiteró una vez más su voluntad de ayudar con víveres a Roma, pero señaló también las dificultades; entre otras cosas, había camiones tomados por los rebeldes italianos» (ibid., 13 de marzo de 1944).

  3. Ibid., 1° de noviembre de 1943.

  4. Ibid.

  5. Ibid., 1° de mayo de 1943.

  6. El General Badoglio, el mismo día en que se hizo público el armisticio, envió un largo comunicado a la Santa Sede, a través del embajador italiano, en el que ilustraba las condiciones que le impulsaron a dar ese paso: «Ruego a Vuestra Excelencia que haga llegar a su Gobierno la siguiente comunicación: “Al asumir el Gobierno de Italia en el momento de la crisis causada por la caída del régimen fascista, mi primera decisión y el consiguiente primer llamamiento que hice al pueblo italiano fue continuar la guerra para defender el territorio italiano del peligro inminente de una invasión enemiga. No me ocultaba a mí mismo la gravísima situación en que se encontraba Italia, sus débiles posibilidades de resistencia, los inmensos sacrificios que aún tenía que hacer. Pero sobre estas consideraciones prevalecía el sentimiento del deber que todo estadista responsable tiene para con su pueblo: el de impedir que el territorio nacional se convirtiera en presa del extranjero. E Italia siguió luchando, siguió sometiéndose a destructivos combates aéreos, siguió afrontando sacrificios y dolor, con la esperanza de impedir que el enemigo, dueño ya de Sicilia – una pérdida de las más graves y más profundamente sentidas por el pueblo italiano –, pasara al continente. A pesar de todos nuestros esfuerzos, nuestras defensas se han derrumbado. La marcha del enemigo no ha podido ser detenida. La invasión está en marcha. Italia ya no tiene fuerzas para resistir. Sus principales ciudades, de Milán a Palermo, están destruidas u ocupadas por el enemigo. Sus industrias están paralizadas. Su red de comunicaciones, tan importante para su configuración geográfica, está interrumpida. Sus recursos, debido también a la restricción cada vez mayor de las importaciones alemanas, están completamente agotados. No hay punto del territorio nacional que no esté abierto a la ofensiva del enemigo, sin una adecuada capacidad de defensa, como lo demuestra el hecho de que el enemigo haya podido desembarcar – como ha querido, donde ha querido y cuando ha querido – una enorme masa de fuerzas, que aumentaba cada día en cantidad y potencia, arrollando toda resistencia y arruinando el país. En estas condiciones, el gobierno italiano no puede seguir asumiendo la responsabilidad de continuar la guerra que ya le ha costado a Italia, además de la pérdida de su imperio colonial, la destrucción de sus ciudades, la aniquilación de sus industrias, de su marina mercante, de su red ferroviaria y, finalmente, la invasión de su propio territorio. No se puede exigir a un pueblo que siga luchando cuando se ha agotado toda esperanza legítima, no digo de victoria, sino incluso de defensa. Italia, para evitar su ruina total, se ve obligada, pues, a dirigir al enemigo una solicitud de armisticio”». (Una copia de este documento se conserva en nuestro archivo: ACC, Fondo non ordinato). Llama la atención, en el comunicado de Badoglio, la insistencia con la que define al ejército anglo-americano como «enemigo» (seis veces en el texto) y considera su avance en el sur de la península como una ruina para la nación, mientras que no se dirige ninguna palabra de condena a la antigua aliada, la Alemania de Hitler.

  7. ACC, Diario de las consultas, 11 de octubre de 1943.

  8. Ibid., 31 de enero de 1943. También hubo obispos que criticaron la actitud excesivamente sumisa con la que los jefes militares italianos dejaron parte del país en manos de los ocupantes, entre ellos el obispo de Alatri, monseñor Facchini, quien, en una homilía pronunciada el 30 de enero de 1944 en la catedral de su diócesis, habría dicho «que era necesario enseñar los dientes a los alemanes, porque si esto se hubiera hecho desde el 8 de septiembre, la población no se encontraría en esta situación». Por esta declaración abiertamente antialemana y, por tanto, política, fue amonestado por la Secretaría de Estado.

  9. ACC, Fondo non ordinato. El documento, hasta hora inédito, tiene fecha 18 de octubre de 1943.

  10. Ibid. Continúa: «También informó de que había hablado largo y tendido con el comandante alemán Kesselring la noche anterior y que éste había prometido dar una orden a sus tropas para que respetaran las iglesias».

  11. Sobre la huida a Suiza de muchos italianos con sentimientos antifascistas, leemos en el informe del Nuncio: «Los Carabineros y la Guardia de finanzas, en general, hicieron todo lo que pudieron para ayudar a los fugitivos, acompañándolos hasta el punto seguro e incluso levantando la valla fronteriza para ponerlos a salvo: de hecho, el paso de Ponte Tresa permaneció, en el lado italiano, completamente desguarnecido durante algunos días, permitiendo un gran éxodo de fugitivos. Igualmente benévolos fueron la Guardia de finanzas y los soldados suizos. Las autoridades suizas tomaron inmediatamente medidas para impedir que los refugiados se alojaran en casas particulares, temiendo, entre otras cosas, la labor propagandística, especialmente comunista, de algunos de ellos» (ACC, Fondo non ordinato).

  12. Ibid.

  13. Sobre este acontecimiento, cfr. S. Zuccotti, Il Vaticano e l’Olocausto in Italia, Milán, Bruno Mondadori, 2001; M. L. Napolitano, Pio XII tra guerra e pace. Profezia e diplomazia di un papa (1939-1945), Roma, Città Nuova, 2002.

  14. ADSS, IX, 505.

  15. Ibid.

  16. Cfr P. Blet, Pio XII e la seconda guerra mondiale, Cinisello Balsamo (MI), San Paolo,1999, 282.

  17. Según R. Katz, esta orden fue dada directamente por Hitler. Según el historiador, esto puede deducirse de un telegrama del embajador en Roma, E. F. Mollhausen, dirigido a von Ribbentrop e interceptado por un agente americano y transmitido inmediatamente de vuelta a Washington, en el que aparecen las palabras «sobre la base de las instrucciones del Führer». «En lo que a mí respecta – comenta Katz – es la prueba más explícita del conocimiento directo del Holocausto por parte de Hitler, uno de los puntos en los que insiste la propaganda negacionista» (en Sette, 28 de agosto de 2003). La historia se reconstruye minuciosamente en el reciente libro de R. Katz, Roma città aperta. Settembre 1943-Giugno 1944, Milán, il Saggiatore, 2003, 106-114.

  18. En Avvenire, 23 de septiembre de 2003, 29.

  19. ACC, Diario de las consultas, 27 de diciembre de 1943.

  20. Ibid., 1° de enero de 1944.

  21. Así comentaba un periódico fascista de Livorno la labor del clero italiano en favor de los perseguidos por el régimen nazi: «Muchos traidores y enemigos internos de nuestro partido encontraron asilo entre los religiosos. El instituto de los Preti Lombardi en Roma, el colegio de San Paolo, los conventos de los jesuitas, el monasterio de las Clarisas de San Quirico, las sacristías de Turín. Han dado pruebas irrefutables de un entendimiento con el bandidaje y la criminalidad […]. El fascismo tiene un grave error con la Iglesia: el de haberla respetado y protegido. El de haber hecho demasiado cómoda su existencia. La Iglesia, en cambio, necesita un poco de persecución. ¡Si el fascismo la hubiera golpeado alguna vez! Nuestro mal tiene veinte años, sin embargo – me perdonarán – ¿y si intentáramos remediarlo?». Corsivo del Telegrafo, 23 de abril de 1944.

  22. ACC, Diario de las consultas, 14 de febrero de 1944.

  23. ACC, Fondo non ordinato. La carta tiene fecha 1° de marzo de 1944.

  24. El conocido ciclista Gino Bartali (que había ganado el Tour de Francia en 1938) también formaba parte de esta organización. Su tarea, cuenta su hijo Andrea, «consistía en llevar a la imprenta las fotos y los papeles para fabricar los documentos falsos. Llegaba al convento, desmontaba la bicicleta, metía el material en el fierro central y se marchaba» (en Corriere della Sera, 3 de abril de 2003).

  25. ACC, Fondo non ordinato.

  26. En 2003, el diario genovés Il Secolo XIX acusó al cardenal Giuseppe Siri, sucesor del cardenal Boetto en la sede episcopal de Génova, y a algunos sacerdotes de la diócesis de haber organizado o encubierto, en los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, la fuga de algunos criminales nazis, o ustacistas, que – según el diario – se embarcaron en el puerto de Génova con destino a Argentina con pasaportes falsos. De esta actividad ilícita que el cardenal Siri habría llevado a cabo en favor de los fugitivos, sin embargo, no hay rastro ni en los archivos diocesanos de Génova ni en ningún otro lugar.

Giovanni Sale
Después de realizar estudios en derecho en 1987 ingresó a la Compañía de Jesús, en la cual fue ordenado presbítero. Desde 1998 es parte del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica. Enseña, además, Historia de la Iglesia Contemporánea en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha trabajado durante años en el Instituto Histórico de la Compañía de Jesús, del que fue su último director.

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