Biblia

Moisés, Míriam y Aarón: profetas y hermanos

Moisés y Aarón ante el faraón: una alegoría de la familia Dinteville, 1537

El personaje de Moisés es el protagonista indiscutible de la gran epopeya del pueblo judío, que se libera de la esclavitud en Egipto y es conducido por él hasta el umbral de la tierra que el Señor ha prometido dar a Israel. Para la tradición judía, Moisés fue quien escribió la Torá[1], siendo el mediador-puente entre el Señor y su pueblo, un intercesor cercano a Dios como ningún otro. Después del Señor Dios, es el protagonista de los libros del Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

Al final de la Torá, la figura de Moisés se ensalza en estos términos: «Nunca más surgió en Israel un profeta igual a Moisés, con quien el Señor departía cara a cara» (Dt 34,10). Moisés es el profeta – en hebreo, nāḇî – , es decir, el que es llamado, pero también el que llama, proclama, anuncia o invoca[2], y por tanto se encuentra en una relación privilegiada con el Señor. En el desempeño de esta tarea, sin embargo, no está solo, sino que le acompañan otros colaboradores, a los que la Biblia define, como a él, con el término de «profetas». El profeta Miqueas los enumera y los sitúa codo con codo como enviados del Señor: «Porque te hice salir de Egipto, porque te rescaté de un lugar de esclavitud y envié delante de ti a Moisés, Aarón y Míriam» (Mi 6,4).

Tanto Aarón como Míriam son llamados «profeta» (Ex 7,1) y «profetisa» (Ex 15,20) respectivamente, al mismo nivel que Moisés, del que también son hermanos. ¿Cómo interactuarán Moisés, Míriam y Aarón entre sí como profetas y hermanos al mismo tiempo? ¿Habrá también lugar para otros profetas en Israel?

Míriam, el canto de la profetisa

La hermana de Moisés ya se menciona en Ex 2. No se le da un nombre, pero la tradición judía la identifica con la Míriam mencionada en Ex 15,20. Es ella quien acompaña al pequeño Moisés cuando es sacado de las aguas en una pequeña arca de papiro[3] (cfr. Ex 2,3). Vela por él y lo custodia en el camino hacia la hija del Faraón, quien, al ver a un niño llorando, se ablanda a pesar de que se trata de un niño hebreo que su padre había mandado eliminar. En ese momento, la hermana de Moisés interviene y asume un papel crucial, pues sugiere a la hija del Faraón una estrategia que salvará al niño: «Entonces la hermana del niño dijo a la hija del Faraón: “¿Quieres que vaya a buscarte entre las hebreas una nodriza para que te lo críe?” “Sí”, le respondió la hija del Faraón. La jovencita fue a llamar a la madre del niño, y la hija del Faraón le dijo: “Llévate a este niño y críamelo; yo te lo voy a retribuir”. La mujer lo tomó consigo y lo crió» (Ex 2,7-9).

Hay mucha ironía en este intercambio entre la hermana de Moisés, la hija del Faraón y la madre del niño. En efecto, Moisés no sólo es rescatado por la hija del peor enemigo de su pueblo, sino que al final es devuelto a su familia y será alimentado por su propia madre, a la que pagarán por ello[4].

La hermana de Moisés vuelve a mencionarse más adelante en la narración del Éxodo, durante la celebración por el cruce del Mar Rojo: «Entonces Míriam, la profetisa, que era hermana de Aarón, tomó en sus manos un tamboril, y todas las mujeres iban detrás de ella, con tamboriles y formando coros de baile. Y Míriam repetía: “Canten al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los caballos y los carros”» (Ex 15,20-21).

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A Míriam se le llama «profetisa» y se refiere a ella como la hermana de su hermano mayor, Aarón. Ella dirige a las demás mujeres y celebra junto a ellas con música, cantos y danzas. En otros pasajes bíblicos, la victoria militar se celebra de forma muy similar (cfr. Jue 11,34; 1 Sam 18,6-7). Entonces, ¿por qué en este caso se llama profetisa a la mujer que dirige a las demás mujeres en la celebración? Quizá una comparación con textos extrabíblicos pueda ayudarnos a entender esta definición. El comportamiento de Míriam se parece al de los profetas extáticos del Antiguo Oriente Próximo, como se describe, por ejemplo, en los textos encontrados en Mari, en Mesopotamia[5]. El canto y la danza, acompañados de instrumentos musicales, son elementos típicos presentes en el rapto extático del profeta. Además, en hebreo, el verbo nāḇā’ significa «caer en éxtasis», «entrar en trance», «ser presa del frenesí». En el caso de Míriam, su canto presenta las características de la manifestación extática de la profecía y es como una invitación litúrgica, junto con el cántico de Moisés que lo precede (cfr. Ex 15,1-18), dirigida a todo el pueblo para que participe en el canto de la victoria. Ella, en efecto, responde a su hermano con un estribillo que retoma el comienzo del canto del mar (cfr. Ex 15,1) y lo prolonga como una exhortación a todo el pueblo.

La hermana de Moisés es, pues, testigo tanto de la travesía del pequeño Moisés sobre un cesto de juncos como del paso del pueblo por el Mar de los Juncos y parece ser una profetisa a la manera de los profetas extáticos del Próximo Oriente Antiguo.

Aarón, el profeta de Moisés

El personaje de Aarón es presentado por el propio Dios cuando Moisés se muestra recalcitrante a la hora de aceptar la llamada del Señor: «¿Acaso no tienes a tu hermano Aarón, el levita? Yo sé que él tiene facilidad de palabra. Ahora justamente viene a tu encuentro, y al verte se llenará de alegría. Tú le hablarás y harás que sea tu portavoz. Yo los asistiré siempre que ustedes hablen, y les indicaré lo que deben hacer. Él hablará al pueblo en tu nombre; será tu portavoz y tú serás un Dios para él» (Ex 4,14-16).

En estas palabras del Señor ya está contenido el significado de la relación asimétrica entre Aarón y Moisés, tal como se desarrollará en el macrorelato bíblico. La relación privilegiada, en efecto, es la que existe entre Dios y Moisés. Podríamos expresar, mediante una ecuación, que Moisés está ante Aarón como Dios está ante Moisés. Más tarde, el Señor mismo dirá a Moisés: «Yo hago de ti un dios para el Faraón, y Aarón, tu hermano, será tu profeta» (Ex 7,1).

Aarón es el profeta de Moisés, como Moisés es el profeta de Dios. El acceso de Aarón al Señor no es directo, sino mediado por Moisés, de quien es portavoz. A partir de ahora, Moisés y Aarón estarán constantemente asociados tanto con el faraón como con el pueblo de Israel.

La imperfección de la profecía de Aarón se manifiesta plenamente cuando se separa de Moisés. En efecto, cuando Aarón está solo mientras Moisés está en el Sinaí, aparece a merced de las presiones de Israel, provocadas por el retraso de Moisés. Por eso escucha al pueblo y no a Dios, y construye el becerro de oro (cfr. Ex 32). Cuando Moisés baja del Sinaí, el choque entre ambos es inevitable: «Moisés dijo a Aarón: “¿Qué te ha hecho este pueblo para que lo indujeras a cometer un pecado tan grave?”. Pero Aarón respondió: “Te ruego, Señor, que reprimas tu enojo. Tú sabes muy bien que este pueblo está inclinado al mal. Ellos me dijeron: ‘Fabricamos un dios que vaya al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto’. Entonces les ordené: “El que tenga oro que se desprenda de él. Ellos me lo trajeron, yo lo eché al fuego, y salió este ternero”. Cuando Moisés vio el desenfreno del pueblo, porque Aarón le había tolerado toda clase de excesos» (Ex 32,21-25a).

Ante las acusaciones de Moisés, Aarón reconstruye lo sucedido, pero omite que fue él quien dio la orden de formar y moldear el becerro debido a la insistencia que recibió (cfr. Ex 32,4). En cambio, en su relato parece que el becerro salió del horno casi de la nada y, además, omite su torpe intento de disfrazar la apostasía de fiesta al Señor (cfr. Ex 32,5), habiendo intentado al mismo tiempo apaciguar al pueblo y preservar la fe en el Señor.

Es significativa la subordinación de Aarón, el hermano mayor, a Moisés, a quien llama «mi Señor». Es la subversión de esta jerarquía lo que produjo el pecado del becerro del que Aarón es responsable, porque Moisés para él es como Dios (cfr. Ex 4,16), mientras que él sólo es su portavoz y colaborador. El pueblo se extravió porque las riendas no estaban en manos de Moisés sino de Aarón, el cual, quizá por miedo o complacencia, seguramente por debilidad, lo había dejado sin frenos. En el libro del Deuteronomio, cuando Moisés recuerda este episodio, añade otro detalle: «El Señor estaba tan irritado contra Aarón que quería destruirlo, y en aquella oportunidad también intercedí por él» (Dt 9,20). Y esta oración de intercesión por el hermano Aarón no es la única, sino que también estará presente en el libro de los Números, cuando Míriam y Aarón, por envidia, se rebelarán contra su hermano Moisés (cfr. Nm 12,13).

¿La participación del Espíritu socava el liderazgo de Moisés?

Antes de que el relato bíblico reúna a Moisés y sus hermanos, se narra un episodio que arroja luz sobre el carisma de la profecía en Israel y la actitud que adopta Moisés al compartir el liderazgo. Siguiendo el mandato divino, Moisés convocó a los ancianos de Israel (cfr. Nm 11,16-17): «Moisés […] reunió a setenta hombres entre los ancianos del pueblo, y los hizo poner de pie alrededor de la Carpa. Entonces el Señor descendió en la nube y le habló a Moisés. Después tomó algo del espíritu que estaba sobre él y lo infundió a los setenta ancianos. Y apenas el espíritu se posó sobre ellos, comenzaron a profetizar; pero después no volvieron a hacerlo» (Nm 11,24-25).

Moisés ya no estará solo con Aarón y Míriam. Setenta israelitas le acompañarán y compartirán con él no sólo la profecía, sino también la carga del discernimiento y el gobierno (cfr. Nm 11,17). El número de 70 ancianos, que reciben el Espíritu, indica simbólicamente la universalidad de la llamada, porque 70 corresponde al número de las naciones de la tierra en Gn 10, y 70 son los descendientes de Jacob (cfr. Ex 1,5; Dt 10,22). El Espíritu de Dios no es arrebatado a Moisés, sino que, al igual que una llama se multiplica encendiendo otros fuegos sin perder su propio brillo, así el Espíritu se difunde sin perder su poder. Sopla el viento de Dios y los ancianos profetizan como Moisés, aunque sólo sea una vez. Sin embargo, surgen otras manifestaciones del espíritu de profecía que parecen salirse del modelo; por eso se las recibe con desconfianza: «Dos hombres – uno llamado Eldad y el otro Medad– se habían quedado en el campamento; y como figuraban entre los inscritos, el espíritu se posó sobre ellos, a pesar de que no habían ido a la Carpa. Y también ellos se pusieron a profetizar. Un muchacho vino corriendo y comunicó la noticia a Moisés, con estas palabras: “Eldad y Medad están profetizando en el campamento”. Josué, hijo de Nun, que desde su juventud era ayudante de Moisés, intervino diciendo: “Moisés, señor mío, no se lo permitas”». Pero Moisés le respondió: “¿Acaso estás celoso a causa de mí? ¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!”» (Nm 11,26-29).

En hebreo, la misma palabra rûaḥ se utiliza para significar «espíritu» y «viento». Como afirma Jesús en el Evangelio de Juan: «El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn 3,8). Del mismo modo, también aquí el Espíritu sopla sobre dos de los ancianos que no habían ido a la tienda de reunión. Así comienzan a profetizar fuera del contexto en el que debería haber sucedido. Frente al celo fundamentalista de Josué, que querría prohibir tal manifestación del Espíritu, acallando la voz de los dos israelitas, Moisés actúa con previsión, deseando que todo Israel sea un pueblo de profetas. Josué es un hombre fiel y valiente que ocupará el lugar de Moisés y conducirá al pueblo a la Tierra Prometida, pero en este caso le cuesta aceptar que el Espíritu se manifieste más allá de su previsión y criterio. Los celos de Josué son el miedo a que otra persona arrebate el poder y el reconocimiento a la autoridad establecida. Moisés, en cambio, demuestra con sus palabras que piensa de un modo profundamente distinto, revelándose abierto a la novedad que Dios quiere manifestar, porque su confianza no está puesta en su poder, sino sólo en su relación con el Señor que le ha llamado a guiar a su pueblo.

Míriam y Aarón, de colaboradores a adversarios de Moisés

Los tres hermanos reaparecen juntos en plena marcha de Israel por el desierto, cuando Aarón y Míriam se rebelan contra Moisés y la jerarquía entre los tres es finalmente aclarada por el Señor: «Míriam y Aarón se pusieron a murmurar contra Moisés a causa de la mujer cusita con la que este se había casado. Moisés, en efecto, se había casado con una mujer de Cus. “¿Acaso el Señor ha hablado únicamente por medio de Moisés?, decían. ¿No habló también por medio de nosotros?”. Y el Señor oyó todo esto» (Nm 12,1-2).

En hebreo, la construcción de la primera frase deja claro que el sujeto principal es Míriam, que, junto con su hermano Aarón, habla contra Moisés. El motivo parece ser la esposa cusita[6], es decir, extranjera. Posteriormente, sin embargo, las palabras de Míriam y Aarón parecen aludir a otra causa. En efecto, se sienten revestidos de la misma autoridad y potestad que Moisés y no están de acuerdo en permanecer subordinados a él. Sus murmuraciones y reclamos son oídos por Dios, que reacciona en defensa de su siervo Moisés, de quien el narrador dice: «Ahora bien, Moisés era un hombre muy humilde, más humilde que cualquier otro hombre sobre la tierra» (Nm 12,3).

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Las murmuraciones y críticas de Míriam y Aarón contrastan con la humildad de Moisés, expresada en términos superlativos y comparada con todos los hombres de la Tierra. Moisés es ‘ānāw, es decir, «humilde», «manso», «paciente», «dócil», una característica que en la Biblia hebrea lo coloca en la correcta relación tanto con Dios como con los hombres. La humildad hace que Moisés sea muy diferente de sus hermanos, que se jactan del don de la profecía concedido a ellos y lo utilizan como instrumento de revancha para plantear exigencias personales. Moisés es paciente y no reacciona ante las murmuraciones y críticas, como ya había demostrado en el pasado al mostrarse confiado y sereno frente a las manifestaciones inesperadas del espíritu de Dios a través de Eldad y Medad (cfr. Nm 11,29). Este retrato del narrador lleva al lector a simpatizar con Moisés y desaprobar la actitud de oposición de sus hermanos.

Será el propio Señor quien juzgue a Moisés y sus hermanos, convocándolos en la tienda de reunión (cfr. Nm 12,4). En primer lugar, no es Moisés quien habla o reclama justicia, sino la voz misma de Dios que aclara la diferencia entre Moisés y los demás profetas: «Escuchen bien mis palabras: Cuando aparece entre ustedes un profeta, yo me revelo a él en una visión, le hablo en un sueño. No sucede así con mi servidor Moisés: él es el hombre de confianza en toda mi casa. Yo hablo con él cara a cara, claramente, no con enigmas, y él contempla la figura del Señor. ¿Por qué entonces ustedes se han atrevido a hablar contra mi servidor Moisés?» (Nm 12,6-8).

La fidelidad de Moisés está atestiguada por Dios mismo, quien lo llama «mi servidor». A él se le confía la responsabilidad del pueblo de Dios como hombre de confianza. Solo a Moisés el Señor le habla cara a cara, directa y cristalinamente, sin misterios ni oscuridades, y solo Moisés contempla la imagen de Dios (cfr. Ex 33,11). La profecía puede actuar en otros, como ya ocurrió en Nm 11, pero nunca tendrá la claridad de la comunicación entre Dios y Moisés. Frente a este reconocimiento de Dios, la acción de Míriam y Aarón parece aún más imprudente: ¿cómo se atrevieron a hablar contra el siervo del Señor?

Sorprendentemente, mientras Moisés es descrito como manso (versículo 3) y en su falta de reacción muestra tranquilidad y serenidad, es Dios quien pierde la paciencia: «Y lleno de indignación contra ellos, el Señor se alejó. Apenas la nube se retiró de encima de la Carpa, Míriam se cubrió de lepra, quedando blanca como la nieve. Cuando Aarón se volvió hacia ella y vio que estaba leprosa» (Nm 12,9-10).

La ira de Dios se manifiesta, y las consecuencias del paso de la nube afectan a los insurgentes. Míriam, quien inició la rebelión, se encuentra leprosa. El texto nos sumerge en la mirada aterrorizada de Aarón[7], quien se da cuenta de que su hermana se ha vuelto blanca como la nieve[8]. La lepra es una enfermedad que en la Biblia se asocia con la impureza y el pecado, e implica, para quien la padece, vivir aislado de la comunidad. Así, Míriam es descrita por las palabras de Aarón como si fuera un muerto viviente: «Aarón dijo a Moisés: “Por favor, señor, no hagas pesar sobre nosotros el pecado que hemos cometido por necedad. No permitas que ella sea como el aborto, que al salir del seno materno ya tiene consumida la mitad de su carne”. Moisés invocó al Señor, diciendo: “¡Te ruego, Dios, que la cures!”» (Nm 12,11-13).

Hay un fuerte contraste entre la súplica de Aarón y la oración de intercesión de Moisés. La verbosidad de la intervención de Aarón contrasta con las pocas pero significativas palabras pronunciadas por Moisés.

Una vez más, Moisés es llamado «señor» por su hermano mayor, quien reconoce ser su subordinado. Además, Aarón muestra un reconocimiento de su propia culpa que estaba ausente en el episodio del becerro de oro. Luego, Aarón, con un lenguaje vívido y casi gráfico, describe a Míriam como un niño nacido muerto del seno de la madre. Según Rashi, es como si Aarón quisiera decirle a Moisés: «¡Desde que salió del útero de nuestra madre, ahora es como si la mitad de nuestra carne estuviera consumida!»[9]. Dado que Míriam es hermana de Moisés y Aarón, la enfermedad no afectaría solo a ella, sino que sería la misma carne de los tres hermanos la que estaría tocada por la lepra. Aarón, por lo tanto, evoca el vínculo de sangre entre los tres para suscitar la compasión de Moisés por el destino de Míriam.

Moisés clama al Señor con su propia oración[10] y espera la curación de Míriam. La dura reacción de Dios debido a los pecados y rebeliones del pueblo, y la intercesión de Moisés como respuesta para apaciguar al Señor, es un patrón narrativo muy frecuente en el libro de Números (cfr. Nm 11,1-3; 11,4-35; 14,11-35; 16; 21,4-9). En esta ocasión, el Señor establece sus condiciones para la completa reintegración de Míriam en la comunidad de los israelitas: Pero el Señor le respondió: «“Si su padre la hubiera escupido en la cara, ¿no tendría que soportar ese oprobio durante siete días? Que esté confinada fuera del campamento durante siete días, y al cabo de ellos vuelva a ser admitida”.Así Míriam quedó confinada fuera del campamento durante siete días, y el pueblo no reanudó la marcha hasta que fue admitida de nuevo» (Nm 12,14-15).

Míriam es sanada en su carne, pero permanece el signo de la vergüenza por su rebelión contra Moisés (cfr. Dt 25,9). La marcha del pueblo por el desierto se retrasa una semana hasta que Míriam se vuelve a unir a la comunidad.

***

La profecía, ¿es un don de familia o una prerrogativa a defender celosamente de otras reivindicaciones? Nada de eso. Al final de la Torá, se nos recuerda la relación única entre Dios y Moisés (cfr. Dt 34,10). En el desarrollo del relato, hemos visto cómo la autoridad de Moisés no se basa en el aferrarse al poder conferido por ser profeta. De hecho, los celos son para él un sentimiento ajeno (cfr. Nm 11,29), y su humildad y mansedumbre surgen del contraste con el espíritu de revancha que caracteriza a sus propios hermanos (cfr. Nm 12,3). Además, Moisés no piensa en sí mismo, sino que intercede por todos: por el pueblo, pero también por Aarón y Míriam, que se habían convertido en sus adversarios. La profecía de Moisés no es la profecía extática del Antiguo Oriente Próximo, sino que se basa en la palabra de Dios, comunicada de manera extraordinaria e irrepetible: «El Señor conversaba con Moisés cara a cara, como lo hace un hombre con su amigo» (Ex 33,11). El Nuevo Testamento retomará estas características de Moisés para referirse a Jesucristo, manso y humilde de corazón, que funda su misión, no comparable a la de otros profetas antes que él, en la relación única con el Padre.

  1. De acuerdo al Talmud (Baba Batra 14b).
  2. Probablemente de la raíz acadia nabu (cfr. L. Koehler – W. Baumgart­ner [edd.], The Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament, vol. I, Boston, Brill, 2001, 661 s).
  3. Este término «arca» es el mismo que encontramos en el relato del diluvio (cfr. Gn 6–9).
  4. Es una anticipación del escarnio que sufrirán los egipcios por parte de los hijos de Israel (cfr. Ex 12,35-26).
  5. Cfr., por ejemplo, M. Nissinen (ed.), Prophets and Prophecy in the Ancient Near East, Atlanta, GA, Society of Biblical Literature, 2019, 88 s.
  6. El paralelismo entre Cusán y Madián en Habacuc 3,7 sugiere la posibilidad de que el término «cusita» sea otra forma de referirse a la esposa extranjera madianita de Moisés, Sipora, quien lo había alcanzado en el Sinaí (cfr. Ex 18,2-6). Otra hipótesis es que se refiera a una mujer de África subsahariana, es decir, de la tierra de Cus. De hecho, la versión griega de los LXX traduce «etíope». En este caso, Míriam estaría criticando no solo el hecho de que Moisés haya tomado por esposa a una extranjera, sino también el color de piel de la esposa.
  7. De hecho, es tarea de Aarón y de los sacerdotes verificar el surgimiento de la lepra en el sujeto que la contrae (cfr. Lv 13).
  8. Irónicamente, Miriuam, que se había quejado de la mujer etíope, o sea, de piel morena, de Moisés, se vuelve ahora blanca como la nieve (cfr J. Milgrom, Numbers, Philadelphia, Jewish Publication Society, 1990, 97).
  9. Rashi de Troyes, Commento ai Numeri, Génova – Milán, Marietti 1820, 2009, 108.
  10. La brevedad de la oración de Moisés ha despertado el interés de la exégesis rabínica. Rashi escribe: «¿Por qué Moisés no prolongó la oración? Para que los hijos de Israel no dijeran: “Su hermana está en apuros, por eso está de pie y multiplica la oración”. Otra interpretación: Para que los hijos de Israel no dijeran: “Por su hermana alarga la oración, pero por nosotros, ¡no la alargaría!”» (Rashi de Troyes, Commenti ai Numeri, 109).
Vincenzo Anselmo
Es jesuita desde 2004 y presbítero desde 2014. Licenciado en Psicología por la Universidad “La Sapienza” de Roma y doctor en Teología Bíblica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, actualmente enseña Hebreo y Antiguo Testamento en Nápoles en el departamento San Luigi de la Pontificia Facultad Teológica de Italia Meridionale.

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