FILOSOFÍA Y ÉTICA

La gula

Hambre insaciable de afecto

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¿Por qué la gula es un vicio?

La gula puede presentarse como una forma agradable y benévola de disfrutar de la vida: ¿por qué entonces incluirla entre los vicios capitales? Como vimos en un artículo anterior[1], calificar un vicio de «capital» no significa asignarle la primacía en cuanto a gravedad material (de otra forma, ¿no habría que incluir el homicidio entre ellos?), sino reconocer que se encuentra en la raíz de otros vicios, como una planta que cuando se cultiva produce una gran variedad de flores y frutos, pasando especularmente por las situaciones más diversas. En segundo lugar, se verá cuan necesario es disipar el lugar común que presenta al glotón bajo la apariencia del goloso capaz de refinados festines.

En cuanto a su ámbito específico, conviene recordar que, cuando hablamos de «gula», no nos referimos únicamente al acto de comer, sino a su deriva desenfrenada y compulsiva. La glotonería también se asocia al vicio de beber[2], que ciertamente no es una forma de «disfrutar de la vida»; la adicción a sustancias, aunque no figura literalmente entre los comportamientos propios de este vicio (ya que se trata de un fenómeno reciente), también presenta la misma dinámica del comportamiento propio de la glotonería. De hecho, estas tres actitudes se clasifican como un trastorno desde el punto de vista psíquico[3].

Al glotón le gustaría disfrutar plenamente de la vida, mientras que en realidad arruina su salud, poniendo en grave peligro su existencia, que, privada de intereses y actividades, se ve aniquilada por una forma de voracidad destructiva, cada vez más incapaz de detenerse y poner un límite. Esta es la razón por la que la gula ha sido considerada como la puerta de entrada (la «boca») de todos los demás vicios: «Quien se habitúa al pecado de la gula no puede resistir ningún otro pecado: debe convertirse necesariamente en esclavo de todo vicio, pues es la guarida en la que el diablo se esconde para descansar»[4].

La Biblia presenta páginas divertidas sobre la gula, al tiempo que advierte de la gravedad de este vicio y recuerda la mortificación y el respeto a los propios límites como criatura. El libro del Eclesiástico, por ejemplo, establece reglas precisas sobre el comportamiento en la mesa, invitando a la moderación; la idea básica es que la relación con Dios se expresa con buenos modales: «A estómago sobrio, sueño saludable: uno se levanta temprano, y está bien despierto. Insomnio penoso, náuseas y cólicos: eso le espera al hombre insaciable. […] No te hagas el valiente con el vino, porque el vino ha sido la perdición de muchos» (Eclo 31,20-21.25; cfr. también 37,27-31 y Prv 23,29-35).

Además de recordar los posibles riesgos para la salud, la Biblia añade consideraciones de justicia social: al estigmatizar el peligro de la glotonería, la Escritura no pretende en modo alguno negar los placeres de la mesa, sino advertir contra la indiferencia hacia los pobres, los hambrientos y los necesitados, como en la parábola del rico y el pobre Lázaro (cfr. Lc 16,19-31). El hombre de Dios sabe disfrutar de la comida porque sabe festejar con los amigos: al fin y al cabo, también decían de Jesús que era comilón y bebedor, y que se sentaba a la mesa con los pecadores (cfr. Lc 7,34).

La Escritura señala así el carácter simbólico, afectivo y espiritual de la comida: la gula, parafraseando a San Pablo (cfr. Flp 3, 17-19), puede llevar a un hombre a hacer de su vientre su dios, porque constituye una auténtica inversión espiritual y afectiva en un elemento material, sin conseguir, sin embargo, lo que se esperaba. La gula también tiene una fuerte conexión con la lujuria, debido a la similitud básica, para bien o para mal, entre apetito y sexualidad; no es casualidad que Dante sitúe a la gula junto a los lujuriosos en el Purgatorio[5], ni que, por otro lado, el Marqués de Sade los presente unidos: en sus novelas, para mantener viva su lujuria – ¡este es el drama de los lujuriosos! – los libertinos deben entregarse a comidas abundantes y suculentas. Los Padres de la Iglesia también habían constatado el estrecho vínculo entre la gula, el adormecimiento del espíritu y la laxitud de las costumbres: «El vientre, una vez lleno de comida, sea la que sea, alimenta los gérmenes de la lujuria, y la mente, una vez mortificada por el peso de la comida, ya no podrá mantener el control del discernimiento»[6].

La dimensión cultural de la gula

Esta coexistencia de significados tan diferentes se debe a que la comida se muestra como uno de los lugares privilegiados de encuentro entre naturaleza y cultura; basta pensar en la riqueza de formas posibles de preparar las comidas. En la mesa se celebran hitos de la vida: el nacimiento, el cumpleaños, la conclusión de un periodo de educación o estudio, el matrimonio, así como momentos decisivos de la vida religiosa y, en muchas culturas, incluso la muerte de seres queridos. El ser humano también muestra su diferencia cualitativa con otros animales en lo que respecta a su relación con la comida; la mesa preparada muestra una auténtica Weltanschauung, una visión del mundo, de la existencia, una forma de organizar el tiempo y la vida social: «La “dieta” propiamente dicha, el régimen, es una categoría fundamental a través de la cual se puede reflexionar sobre el comportamiento humano; caracteriza la manera de conducir la existencia y permite fijar un conjunto de reglas a la conducta: una manera de problematizar el comportamiento, que se hace en función de una naturaleza que hay que preservar y a la que conviene ajustarse. El régimen es totalmente un arte de vivir»[7].

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Aristóteles ya había señalado este componente cultural y estético de las sensaciones relacionadas con la comida: «Tampoco hay placer para el resto de los animales en estos sentidos, como no sea por concurrencia: las perras no se complacen con el olor de las liebres, sino con devorarlas, aunque es el olor el que ha hecho que las perciban; ni tampoco el león con el mugido de los bueyes, sino por comerlos, aunque gracias al mugido se ha enterado de su cercanía y parece que se alegra por éste. Igualmente, tampoco lo hace porque vea “a un ciervo o a una cabra montés”, sino porque va a tener alimento»[8].

En la gula se puede ver toda la inversión afectiva puesta en la comida, bien representada por la imagen del ojo que brilla ante un plato humeante, análoga al dinero para el avaro y a la sexualidad para el lujurioso. Es sobre este asidero afectivo sobre el que apelan las propuestas publicitarias: presentan asociaciones y valores aparentemente muy distantes del producto anunciado (la belleza de estar juntos, la seducción, la armonía y la relajación al final del día, el entusiasmo por la vida, la fragancia de la comida recién preparada, por no mencionar imágenes explícitamente religiosas), pero capaces de estimular por asociación un poderoso deseo. Así pues, la publicidad alimentaria transmite también el mensaje de que no sólo de pan vive el hombre, ni siquiera cuando se limita a comer.

El carácter esencialmente simbólico que traduce la comida en un elemento más cultural que natural puede reconocerse finalmente en ese particular y reciente género de publicación que es el recetario de cocina, un género de manuales cada vez más presente y extendido. El psicólogo Fairlie ha realizado una pequeña encuesta sobre la publicación de libros de cocina en Estados Unidos desde los años 70 (y sería interesante averiguar el porqué de esta fecha…): «El catálogo de Libros en prensa de 1974-75 presenta 193 nuevas publicaciones en la entrada “cocina”; en 1975-76 hubo 208 nuevas publicaciones y 197 en el año siguiente»[9]. Lo más descorazonador, concluye Fairlie, es que para la mayoría de las personas entrevistadas éstos eran los únicos libros que había en casa, como si el interés por la variedad culinaria hubiera totalizado la atención cultural de quienes la practicaban. En el panorama literario italiano, cuna reconocida de la buena mesa, sucede algo similar. Una búsqueda superficial en Internet arroja resultados significativos: la entrada «cocina» muestra más de 1.400 publicaciones, con algunos títulos muy interesantes sobre el tema[10].

Las mismas medidas contra los excesos alimentarios se convierten en una forma de pensar la comida: pensemos en la obsesión por las dietas y su publicidad. El pensamiento fijo, se coma o no, es siempre la mesa… De este modo, la acción de comer acaba orientando cada vez más la mirada, la mente, el corazón hacia la carnalidad: «En los países industrializados, todo el mundo, a excepción de los más pobres, está “a dieta”. A medida que aumenta la eficacia de los mercados internacionales, los alimentos no sólo son más abundantes, sino que el consumidor dispone de una gama variada de productos alimenticios durante todo el año. En estas circunstancias, lo que uno come se convierte en parte de su estilo de vida y se moldea y construye a través de la frecuentación de innumerables libros de cocina, tratados de medicina popular, guías alimentarias y demás. ¿Sorprende, entonces, que los trastornos alimentarios hayan sustituido a la histeria como patología típica de nuestro tiempo?»[11].

Se trata de una visión enferma de la existencia que se asoma detrás de abundantes comilonas y libaciones y hay que reconocerla como tal, por lo que no basta con una dieta para erradicar este vicio, sino que hay que prestar atención a los aspectos que están ligados a la gula, porque sólo así la persona dejará de buscar compensaciones o sustitutos de otro tipo, como la comida, precisamente.

Los Padres de la Iglesia apoyaron esta línea de pensamiento basándose en los numerosos episodios bíblicos en los que el comportamiento inmoral se asocia a la gula: empezando por Adán y Eva, seducidos por la belleza del fruto prohibido; o Noé, que, borracho, se deja ver desnudo por sus hijos; Lot, aún peor, presa del alcohol, no reconoce a sus hijas y mantiene relaciones incestuosas con ellas; Esaú pierde su primogenitura por un plato de lentejas; el pueblo de Israel, en su larga travesía del desierto, lamenta la esclavitud de Egipto, donde al menos tenía acceso a la olla de carne, sazonada con cebollas a voluntad; pensemos también en el sacrilegio cometido por el rey Baltasar, quien, después de comer y beber en abundancia, profana los vasos sagrados utilizándolos como copas para él y sus concubinas; o en Holofernes, que se ve reducido a un ser indefenso y ebrio por las abundantes libaciones y puede ser fácilmente asesinado por Judit; del mismo modo, es durante un banquete, acompañado por el baile desenfrenado de Salomé, que Herodes toma la decisión de matar a Juan Bautista[12].

La dimensión afectiva de la gula

La comida constituye una forma de cuidarse, de quererse afectivamente, pero si se cede al vicio de la gula uno acaba haciéndose mucho daño, hasta el punto de matarse. Además, la forma en que comemos revela quiénes somos y, sobre todo, cuando nuestra relación con la comida empieza a degenerar, se acentúa nuestro sufrimiento subyacente: «Hoy en día, en lo que hay acuerdo (al menos en el imaginario popular) es en que los comedores compulsivos, los glotones modernos, padecen algunos “problemas” graves que tienen que ver con una baja autoestima, abusos del pasado, algún vacío infinito que intentan llenar entregándose a una orgía de comida insana y engordante»[13].

Para los Padres de la Iglesia, la motivación fundamental para considerar la gula como un vicio capital reside en el hecho de que tiene por objeto algo relacionado con el fin último del hombre, que es sustituido por los placeres de la comida. El glotón, al igual que el avaro, pide en vano a las cosas lo que éstas nunca podrán darle, como se desprende del testimonio de un comedor compulsivo: «Lo que yo quería de la comida era compañía, consuelo, tranquilidad, una sensación de calor y bienestar que me costaba encontrar en mi vida e incluso en mi casa. Pero en el momento en que estas emociones salían a la superficie, ya no podían satisfacerse fácilmente con la comida. Sí, tenía hambre, pero evidentemente no de comida»[14].

Es este elemento de codicia el que hace de la gula un vicio, un elemento que no es fisiológico, sino afectivo, que acaba por perder el gusto y el placer de comer, perdiéndose en una pila de cajas vacías y de basura, como una desolada tierra de nadie: «Lo que más llama la atención de estos pasajes y de los libros de los que están tomados [para las dietas] es lo poco que se considera o admite la posibilidad de encontrar un auténtico placer en el comer e incluso en el exceso»[15].

Aspectos psicológicos de la gula

El vicio de la gula constituye uno de los lugares de encuentro entre la investigación psicológica y la reflexión espiritual, mostrando la profunda compenetración de cuerpo y espíritu en el ser humano. Ciertas actitudes relacionadas con la comida, de hecho, podrían clasificarse tanto de pecado como de trastorno psicológico; los manuales de psiquiatría diagnostican la relación codiciosa con la comida como un comportamiento compulsivo y, por tanto, cada vez menos «humano», que desencadena un mecanismo de compulsión difícil de controlar. El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM IV), que presenta los trastornos alimentarios, los clasifica principalmente bajo los epígrafes de «bulimia nerviosa» y «anorexia mental». El texto señala cómo estos trastornos se dan de forma predominante, por no decir absoluta, entre quienes viven en países industrializados con un alto nivel de riqueza, y está mucho más extendido entre las mujeres[16]. Se trata de un fenómeno complejo, en el que los extremos también se tocan en el sentido literal del término: en efecto, la bulimia y la anorexia muestran las mismas modalidades psicodinámicas básicas en varios casos.

De hecho, el mapa de prevalencia del trastorno anoréxico es casi idéntico al de la bulimia, entre otras cosas porque la anorexia desemboca fácilmente en un comportamiento bulímico[17]. Ambos trastornos se presentan como un fenómeno «mental», en el que el estímulo del hambre y la sed ha perdido su valor, siendo completamente ignorado por ambas conductas. Podría objetarse que en la clasificación de los vicios capitales se habla de «gula» y no de «anorexia»; sin embargo, además de su similitud psicodinámica con la bulimia, hay que recordar que se trata de una enfermedad reciente, propia de las sociedades ricas y opulentas de la actualidad, y casi desconocida hasta hace pocas décadas.

Como señala H. Bruch: «Las enfermedades novedosas son una rareza, y apenas se ha oído hablar de una enfermedad que afecte de forma electiva a las jóvenes, ricas y bellas. Sin embargo, esta enfermedad afecta a las hijas de familias ricas, educadas y establecidas, no sólo en Estados Unidos, sino en muchos otros países desarrollados. El síntoma principal es una desnutrición grave con una pérdida de peso catastrófica […]. No es del todo correcto llamar a esto una nueva enfermedad, ya que fue descrita hace más de un siglo en Inglaterra y Francia y llamada Anorexia Mental por el médico inglés más famoso de la época, Sir William Gull […]. Sin embargo, la llamo una enfermedad nueva porque durante los últimos quince o veinte años [escribe el autor en 1978] la anorexia mental se ha presentado con una incidencia rápidamente creciente. Antes, era un cuadro mórbido extremadamente raro: la mayoría de los médicos conocían su nombre por haberlo oído en el curso de sus estudios, sin haber observado nunca un caso. Hoy, sin embargo, está muy extendido, hasta el punto de constituir un grave problema en la escuela superior y en los colleges universitarios»[18].

Estos dos comportamientos aparentemente opuestos presentan dinámicas similares, como el aislamiento social, una depresión subyacente, un fuerte componente agresivo encubierto, que en la bulimia se manifiesta externamente, comiendo compulsivamente, mientras que en la anorexia la destrucción es interna. Los mensajes publicitarios y la proposición de una persona delgada como sinónimo de belleza, seducción, aprobación, salud y éxito también tienen una poderosa influencia en la formación de la visión del cuerpo, especialmente en la adolescencia; la influencia del elemento cultural e imaginativo como proposición general de un modelo de vida se encuentra también del lado de la sobrealimentación, como se ha señalado anteriormente.

La especial dificultad de poder emprender un camino de autoconocimiento y trabajo terapéutico por parte de los afectados por este tipo de trastorno se debe a que tales personas muestran al mismo tiempo ese fenómeno conocido en psicología bajo el término de alexitimia, es decir, la incapacidad de reconocer sus propios sentimientos, lo que realmente «sienten»: es como si el rechazo a la comida o la considerable cantidad de grasa acumulada hubieran aplastado literalmente el mundo interior, convirtiéndolo, al igual que su cuerpo, en deforme o indiferenciado. No es casualidad que incluso cuando se trata del tema más familiar, la comida, el glotón sea incapaz de especificar lo que realmente le gusta: comerá cualquier cosa, sin prestar atención a nada más.

La dificultad del glotón para reconocer lo que siente se debe a menudo a que en el origen de ese comportamiento se encuentra un intento de escapar de algo afectivamente doloroso. Es a causa de esta sombría miseria afectiva que se hace difícil emprender un trabajo terapéutico, porque todo se ha vuelto vacío y plano: «Los pacientes que tienen problemas con la sobrealimentación suelen sorprenderse, y a menudo escandalizarse, cuando calculan la cantidad de tiempo que dedican cada fin de semana a actividades relacionadas con la comida. Suele ser entre el 40% y el 85% de las horas que están despiertos […]. Al final discutimos si realmente quieren dedicar tanto tiempo de su vida a actividades digestivas […]. Después de ese autoexamen, el paciente suele llegar a la conclusión de que está dedicando demasiada energía psíquica a la comida. Llega a la conclusión de que se está convirtiendo en su esclavo y no en su amo»[19].

La dimensión espiritual de la gula

A partir de lo dicho, se comprende que la gula pueda convertirse en un obstáculo para la vida espiritual, ya que cambia el medio por el fin. Además, la codicia del glotón lleva a perder el sentido del don y, por tanto, de la benevolencia de Dios, que se manifiesta precisamente en el acto de comer. La bendición que el creyente suele dar antes de la comida atestigua que tomar alimentos, además del reconocimiento de la generosa bondad de Dios, es también una forma de colaboración en su obra, un modo concreto de haber llegado a conocer al Señor como fuente de vida.

Si la comida, como ya se ha dicho, está esencialmente ligada al sentido de la alegría y del compartir, el glotón, por desgracia, con su comportamiento compulsivo, se ha privado de ello, volviéndose estructuralmente incapaz de festejar. La degradación cultural, afectiva y psicológica se hace aún más evidente cuando al exceso de comida se añade el alcoholismo: «“Sólo hay una cosa más lúgubre que el hombre que come solo; y es el hombre que bebe solo. Un hombre comiendo solo se parece a un animal en el establo. Pero un hombre que bebe solo se parece a un suicida”. Aquel famoso conocedor de la gastronomía que fue el magistrado francés Anthelme Brillat-Savarin en su Fisiología del gusto observó acertadamente que “los animales se alimentan, el hombre come, el sabio almuerza”»[20].

Aunque no faltan argumentos para demostrar que la gula es un problema grave desde diversos puntos de vista, lo que falta, tanto en este como en otros vicios, es un enfoque ético de la misma, es decir, capaz de identificar los valores y el tipo de vida necesarios para vivir una relación sana con la comida. Lo que falta, en otras palabras, es una perspectiva más claramente espiritual, capaz de reconocer la raíz del problema, que ciertamente no se reduce a los kilos que hay que perder o a la cantidad de alimentos que hay que consumir. Por eso fracasan la mayoría de las dietas, porque se identifica al glotón con el obeso, y la terapia con la bajada de peso, lo que sin duda es reduccionista.

Combatir la gula significa abordar el vacío que la ha generado, los obstáculos que impiden a la persona ocuparse realmente de sí misma, es decir, los elementos que han hecho que comer no sea simplemente una forma entre otras de alimentarse, sino un vicio, un lento y sutil rechazo de la vida: «Las dietas no funcionan porque la comida y el peso son los síntomas, no el problema. Centrarse en el peso proporciona una distracción conveniente, apoyada por la cultura, de las verdaderas razones por las que un gran número de personas recurren a la comida cuando no tienen hambre. La fuerza de voluntad, la atención a las calorías y el ejercicio no resolverán el problema, porque estas razones son infinitamente más complejas y tienen su origen en el abandono, la falta de confianza y amor, el abuso sexual, el maltrato, la ira reprimida, la angustia, por ser objeto de discriminación y por intentar protegerse de otros sufrimientos. Las personas se castigan con la comida porque no saben que merecen algo mejor […]. Dado que los patrones de comportamiento alimentario siguen a los patrones de amor, es necesario comprender y procesar la relación con la comida y el amor para sentirse satisfecho con uno y otro»[21]. Los Padres de la Iglesia insisten sin ambages en la necesidad del cuidado del alma como baluarte fundamental contra la gula: «Hay que reprimir los impulsos de ira, superar las depresiones de tristeza, despreciar la coenodoxia, es decir, la vanagloria. La altanería del orgullo debe ser pisoteada, y las mismas divagaciones de la mente siempre en movimiento deben ser frenadas, con el recuerdo continuo de Dios, y así las desviaciones del corazón deben ser reconducidas a la contemplación de Dios»[22].

En esta perspectiva, un paso fundamental consiste en calibrar la importancia de la acción de alimentarse, reconociendo la justa proporción de las cosas: la comida es de hecho un medio para un fin, sirve para mantenerse vivo y para realizar actividades mucho más importantes y satisfactorias. El psicólogo Schimmel propone concentrarse en la imaginación, que es el verdadero motor de éste y otros vicios: en efecto, es del pensamiento y de la evaluación de donde nacen los comportamientos viciosos, comportamientos que, contrariamente a cierta publicidad, no son ciertamente incontrolables (la anorexia mental muestra hasta qué punto se puede dominar el mecanismo del hambre…). Cuando se presenta una lectura diferente, la actitud hacia la comida puede encontrar nuevas y saludables direcciones.

Este elemento valorativo es retratado eficazmente por Dante en el Purgatorio, que presenta a los glotones en el acto de alcanzar alimentos suculentos, pero que sólo pueden ver, nunca tocar. La finalidad de tal tormento es terapéutica, una invitación a enfrentarse con la verdad de las cosas, a reconocer la vanidad de su gula y volverla cada vez más hacia lo invisible, adquiriendo así el justo valor y la importancia de las realidades deseadas. Para lograrlo, sin embargo, deben purificar su codicia, redescubriendo su medida perdida:

Toda esa gente que llorando canta

porque halagó su boca sin mesura,

en hambre y sed, se purifica santa.

El deber y el comer más les apura,

Viendo en el gajo el fruto apetitoso,

Y el agua que se extiende en la verdura[23].

La templanza, antídoto contra la gula

Para combatir la gula, es indispensable la contribución de una virtud específica, la templanza, entendida como dominio de sí mismo: ella recuerda a la persona el poder que se le ha confiado. La virtud de la templanza enseña que si se consigue resistir el primer asalto de la gula, orientándose hacia valores más arduos, pero en el fondo también más gratificantes, será posible vivir de otro modo en los momentos críticos posteriores, ante todo porque se temerán menos, al tiempo que se experimenta la belleza de poder resistir y dominar un impulso. Santo Tomás, considerando la gula esencialmente como una falta de moderación, propone la templanza[24], el ejercicio de autodominio dócil a lo que muestra la recta razón, como instrumento eficaz para contrarrestarla.

En la templanza subyace la convicción de que la sobriedad constituye, además de una forma de libertad, el único modo posible de disfrutar de la propia vida. Las personas siempre pueden mantener bajo control sus impulsos si así lo desean, pudiendo finalmente saborear lo que comen y beben: «Para reeducar a mis pacientes sobre la relación entre el placer y la comida, les pido que reflexionen sobre un ejemplo como éste. ¿Qué les parece más placentero, un vaso de agua fresca que calme su tremenda sed en un día caluroso, o la tercera gaseosa en un estómago ya lleno? […] Para reforzar el autocontrol de mis pacientes les digo que, cuando se sientan tentados por alimentos que saben que no deben comer, piensen en cambio en el placer que les proporcionará comer dentro de unas horas, cuando tengan hambre de verdad»[25].

Las reglas monásticas presentan sabias indicaciones sobre cómo tomar los alimentos e, incluso cuando prescriben el ayuno, se cuidan de salvaguardar la libertad interior del monje, para que nunca se olvide la comunión entre cuerpo y espíritu: «Todo el mundo monástico ha reconocido en el ayuno un valor fundamental, una de las piedras angulares de la propia vida monástica. Mortificar el cuerpo mediante el ayuno es agotarlo e incapacitarlo para el pecado, retirar el alimento a uno de los enemigos más temibles del monje, aquella concupiscencia con la que ha entablado, al hacer voto de castidad, una batalla perpetua»[26].

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Otro aspecto importante en el que hay que centrarse es la comunicación, la otra función típica de la boca: si el vientre está demasiado lleno de comida, la conversación también se vuelve pesada, asumiendo más fácilmente tonos de rencor, chismorreo o tristeza y aburrimiento. Cuando se intenta reformar la manera de hablar, de escuchar y de seleccionar los temas en la conversación, se nota una extraña resistencia, muy parecida a cuando se decide comenzar una dieta, absteniéndose de alimentos codiciados pero perjudiciales: la curiosidad y la codicia, el chisme, la sensualidad, la gula y la pereza se dan la mano, como si estuvieran en juego placeres similares, disfrutados a través de modalidades diferentes. Por eso, ante una comunicación profunda, una buena noticia recibida o dada, la actitud ante la comida también cambia, porque se sentirá menos necesidad de compensar la propia soledad.

Hablar de comunicación y comunión significa también, naturalmente, abrir el capítulo, a menudo doloroso para el glotón, de las relaciones. Como se ha observado repetidamente, este vicio revela una soledad desoladora, exterior pero aún más interior. La propia comida puede convertirse en una ayuda para las relaciones, porque tiene en sí misma el componente de la sociabilidad compartida; compartir con otros lo que se come ayudará también a vivir mejor este momento, a disfrutarlo, reduciendo el impulso a la gula.

Ampliar el horizonte de la vida espiritual – a semejanza de lo que hemos observado en otro artículo sobre el tema de la agresividad[27] – ayuda a situar la comida en el lugar que le corresponde, alcanzando así su finalidad propia, la de ayudar a la vida y a la salud del propio cuerpo, consumiendo las comidas como un momento de pausa, de alivio, de celebración, de comunión, experimentando el cuidado y la providencia de Dios, de los que la comida constituye un signo tangible. De ahí la importancia de la oración, antes y después de las comidas: el sentido de acción de gracias, establecido en toda tradición espiritual, no sólo bíblica, ayuda a disfrutar de lo que se come. El vicio de la gula crece paralelamente a la desaparición del sentido de la gratitud, de la consideración del alimento como signo de la bondad y generosidad del Creador, que se manifiesta cada día dando en abundancia lo necesario para vivir.

Jesús invita a confiar en Dios, porque es un Padre generoso que nunca deja que a sus hijos les falte el alimento; por tanto, no tiene sentido codiciar las cosas (cfr. Lc 12,22-31). El Evangelio muestra a menudo al Señor en el acto de encontrarse con la gente en la mesa, en particular con sus discípulos. Durante su última cena, quiso compartir lo que tenía más cerca de su corazón: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios» (Lc 22,15-16). Jesús, durante esa cena, resume toda su existencia, así como la de todo creyente, a través de los cuatro gestos que hace sobre el pan: lo toma, lo bendice, lo parte y lo da a los suyos. En esa comida, Jesús encuentra al hombre en su más profunda soledad y lo transforma en Eucaristía, en comida de acción de gracias y de vida que se perpetúa a lo largo de los siglos, hasta su plenitud[28]. El banquete, imagen privilegiada del reino escatológico, expresa así también la belleza de estar juntos, de compartir, de gozar, de la dicha divina, donde Dios mismo será nuestro “camarero” (cfr. Lc 12,37), que dispensará a todos los manjares de su infinita bondad.

  1. Cfr. G. Cucci, «¿Son actuales los pecados capitales?», La Civiltà Cattolica, 24 de noviembre de 2023, https://www.laciviltacattolica.es/2023/11/24/son-actuales-los-pecados-capitales/
  2. «La gula representa el deseo desmesurado de comer y beber o, más bien, dejarse vencer por ese deseo desmesurado y ansia desmedida por la comida y la bebida» (G. Chaucer, I racconti di Canterbury, Milán, Mondadori, 2002, 377). Para profundizar en el tema, cfr. G. Cucci, Il fascino del male. I vizi capitali, Roma, Adp, 2008, 213-260.
  3. «Los episodios recurrentes de bulimia nerviosa, que es más común que la anorexia nerviosa, están acompañados por la sensación de falta de control. El atracón es interrumpido por factores externos de tipo social o por la aparición de malestar físico, es decir, dolor abdominal o náuseas, y frecuentemente es seguido por sentimientos de culpa, depresión o disgusto por uno mismo […]. A la bulimia se asocian la dependencia del alcohol, robos en tiendas e inestabilidad emocional (incluidos intentos de suicidio) […], dependencia de sustancias y relaciones sexuales autodestructivas» (H. Kaplan – B. Sadock, Psichiatria. Manuale di scienze del comportamento e psichiatria clinica, vol. 2, Turín, Centro Scientifico Internazionale, 2001, 727).
  4. G. Chaucer, I racconti di Canterbury, cit., 377.
  5. Cfr. Dante Alighieri, Purgatorio, XXIV.
  6. G. Cassiano, Le istituzioni cenobitiche, Praglia (Pd), Ed. Monastero, 1992, l. V, 6.
  7. M. Foucault, L’uso dei piaceri. Storia della sessualità 2, Milán, Feltrinelli, 2004, 105. Cfr. C. Levi-Strauss, Lo crudo y lo cocido, Fondo de Cultura Económica, 1968; Id., De la miel a las cenizas, Fondo de Cultura Económica, 1978; Id., El origen de las maneras de mesa, Siglo Veintiuno, 1981.
  8. Aristóteles, Ética a Nicómaco, Madrid, Alianza, 2001. Libro III, 10, 1.118 a, p. 120.
  9. H. Fairlie, The Seven Deadly Sins Today, Notre Dame, Notre Dame University Press, 1979, 159.
  10. Cfr G. Cucci, Il fascino del male…, cit., 224.
  11. A. Giddens, La trasformazione dell’identità. Sessualità, amore ed erotismo nelle società odierne, Bolonia, il Mulino, 1995, 41.
  12. Cfr. Peraldo, Summa vitiorum et virtutum, Brescia, 1494, l. II, II, 3; Jerónimo, s., Adversum Iovinianum [PL 23, l. II, coll. 319-323].
  13. F. Prose, Gola, Milán, Raffaello Cortina, 2006, 14.
  14. K. Chernin, The Obsession, New York, Harper Perennial, 1981, en F. Prose, Gola, cit., 66.
  15. Ibid., 67.
  16. Cfr. Associazione Psicologica Americana, Manuale Diagnostico e Statistico dei Disturbi Mentali, 4a ed. (DSM IV), Milán, Masson, 2002, cod. 307.51.
  17. Ibid., cod. 307.1.
  18. H. Bruch, La gabbia d’oro. L’enigma dell’anoressia mentale, Milán, Feltrinelli, 2003, 11 s.
  19. S. Schimmel, The Seven Deadly Sins: Jewish, Christian, and Classical Reflections on Human Psychology, New York, Oxford University Press, 1997, 141.
  20. G. Ravasi, «Mattutino», en Avvenire, 17 de mayo de 2007.
  21. G. Roth, When Food Is Love: Exploring the Relationship Between Eating and Intimacy, New York, Plume, 1991, en F. Prose, Gola, cit. 66 s.
  22. G. Cassiano, Le istituzioni cenobitiche, cit., l. V, 10.
  23. Dante, Purgatorio, XXIII, 64-69. En la versión original: Tutta esta gente che piangendo canta / per seguitar la gola oltre misura, / in fame e ‘n sete qui si rifà santa. / Di bere e di mangiar n’accende cura / l’odor ch’uscita del pomo e dello sprazzo / che si distende su per sua verdura.
  24. Cfr. Summa Theol., II-II, qq. 146-148.
  25. S. Schimmel, The Seven Deadly Sins…, cit., 157. Para profundizar en la gula desde el punto de vista terapéutico, cfr. G. Cucci, Il fascino del male…, cit., 246-260.
  26. C. Casagrande – S. Vecchio, I sette vizi capitali. Storia dei peccati nel Medioevo, Turín, Einaudi, 2000, 130.
  27. Cfr. G. Cucci, La forza della debolezza. Aspetti psicologici della vita spirituale, Roma, Adp, 2007, 174-191.
  28. Para profundizar en este punto, cfr. H. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia, Queriniana, 1997.
Giovanni Cucci
Jesuita, se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica".

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