PSICOLOGÍA

La Psicogenealogía

Una ayuda para la salud física y mental

Los amantes, René Magritte (1928)

¿Qué es la psicogenealogía?

En el ámbito de la investigación psicológica actual, se ha afianzado la idea de que todo ser humano, al venir al mundo, recibe no sólo la herencia biológica y genética de sus antepasados, sino también su legado psicológico: traumas, éxitos, fracasos, accidentes, incluso enfermedades tienen a veces su origen en la historia remota de los antepasados. De este modo, como en una cadena de transmisión, asistimos no pocas veces a hechos desconcertantes que pueden encontrar su explicación remontándonos, en la medida de lo posible, a los acontecimientos del pasado, accediendo al árbol genealógico. La psicogenealogía, como método de investigación, es una ayuda para no limitarse a leer tales hechos desde una perspectiva puramente individual, sino para insertarlos en el tejido más amplio de la historia familiar, reconociendo acontecimientos pasados que siguen afectando negativamente al presente, obstaculizando la realización de los propios planes y deseos.

Este enfoque de la historia personal y familiar fue desarrollado en los años setenta por Anne Ancelin Schützenberger (1919-2018), fundadora de la escuela transgeneracional. Basándose en las investigaciones de Françoise Dolto (1908-88), Jacob Levi Moreno (1889-1974), Gregory Bateson (1904-80) e Ivan Boszormenyi-Nagy (1920-2007), Anne elaboró una propuesta terapéutica que podía ayudar a comprender los acontecimientos y las heridas del pasado. A medida que avanza en este trabajo, constata, en consonancia con el enfoque de la psicología profunda, la importancia de la comunicación no verbal y de la historia familiar para arrojar luz sobre ciertos fenómenos disfuncionales a primera vista inexplicables, pero que misteriosamente parecen manifestar una especie de guion del pasado y que se repiten con frecuencia en las generaciones siguientes.

Algunos aspectos peculiares

Un primer punto a considerar es si el niño fue concebido en un contexto de amor, si fue deseado y experimentó una seguridad básica, o si su venida al mundo se considera un accidente de viaje o para satisfacer las necesidades compensatorias de otros. También es importante evaluar su posición en el sistema familiar, en relación con hermanos, padres y parientes biológicos, adoptivos o supervivientes.

Otro aspecto importante es distinguir la llamada transmisión intergeneracional, en la que las generaciones son conocidas y los aspectos transmitidos son también más evidentes (habilidades, talentos, características físicas, etc.), y la transmisión transgeneracional, en la que las generaciones son numerosas, distantes en el tiempo y presentan un legado más oculto, propio de la experiencia psíquica. La transmisión intergeneracional puede establecerse gracias a la memoria de padres y abuelos, y puede remontarse una media de hasta tres generaciones; sin embargo, esta puede considerarse la punta del iceberg de la transmisión transgeneracional, es decir, de la experiencia psíquica profunda, individual y familiar, «tanto más activa cuanto que es silenciosa: lo que no ha sido digerido, ni elaborado, sino sentido de forma confusa, mal expresado, se transmite tal cual, “sin estructuras”, como una parte invisible del iceberg, que sin embargo lo gobierna sin que nos demos cuenta»[1]. Y el iceberg oculto puede reaparecer de formas a menudo insospechadas en las generaciones siguientes, incluso muy alejadas en el tiempo.

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La psicología transgeneracional constituye una confirmación más de la dimensión no verbal de la comunicación, no pocas veces la más profunda e invasiva, precisamente por no estar elaborada conceptualmente. El psicoanálisis se ha ocupado de este aspecto de la interacción desde sus inicios: Sigmund Freud le dedicó una de sus obras más famosas, la Psicopatología de la vida cotidiana; Carl Gustav Jung, a su vez, amplió la perspectiva, caracterizando la transmisión tácita pero real con la noción de «arquetipo», origen y fuente de símbolos universales, que manifiestan la presencia de un inconsciente colectivo, más que individual, que se conserva a lo largo de las generaciones[2].

La importancia de lo vivido y lo obrado en la comunicación también se ha señalado desde hace tiempo en la semiótica y la filosofía del lenguaje: es lo que Ludwig Wittgenstein llamaba lo «inexpresable», la raíz y el estímulo de lo que puede verbalizarse, como los juicios de valor, «intentos de decir algo que en realidad no puede decirse»[3].

La psicogenealogía revela ante todo lo que está oculto y enterrado en esta transmisión y que, mientras permanezca tácito, puede constituir un serio obstáculo en el recorrido existencial del sujeto. Para superarlo, es necesario el trabajo de elaboración de la propia historia familiar, incluso lejana, gracias a la utilización de lo que Schützenberger denomina el «genosociograma»: la identificación no sólo del propio árbol genealógico, sino sobre todo de las huellas de experiencias o recurrencias desagradables de la historia de los antepasados presentes en los acontecimientos personales. Tal reelaboración permite al individuo liberarse de este vínculo, a menudo inconsciente, emprendiendo el trabajo de duelo incluso con respecto a lo que no ha vivido personalmente. Si no se tiene en cuenta este trabajo, se enfrenta el acontecimiento a través de decisiones, elecciones, evaluaciones – hechas u omitidas – que no son para la vida, sino para la muerte. La experiencia traumática también puede manifestarse en pesadillas recurrentes o en accidentes extraños, muertes repentinas, vinculadas a fechas y lugares precisos. Ser capaz de prestarle atención y reconocer una posible conexión es importante, «nos permite comprender que los males que padecemos a menudo están vinculados a una identificación con un pasado inacabado, y que si somos capaces de enterrarlo, de hacer el duelo, de “reparar” las pérdidas del pasado, de “limpiar el árbol genealógico”, al menos simbólicamente, entonces podremos reanudar nuestras vidas y evitar la repetición del traumatismo a lo largo de las generaciones»[4].

Es difícil establecer un criterio preciso que pueda responder a la pregunta de por qué el duelo irresuelto se manifiesta en un episodio concreto y no en otro; como diría Freud, el inconsciente es dueño de su casa y hace lo que quiere.

Esto significa también renunciar a hacer de la lógica el criterio de comprensión de tales acontecimientos. La lógica tiende a rechazar este vínculo por absurdo, pero paradójicamente es precisamente este rechazo el que permite la transmisión del acontecimiento. La clave de acceso es de otro tipo. Quizá esto pueda entenderse mejor haciendo referencia a algunos casos al respecto[5].

Ejemplos clínicos

1) «Síndromes de aniversario». Se trata de algo que se revive de generación en generación, aunque las personas no parezcan ser conscientes de ello, mostrando un extraño hilo conductor: «El síndrome del aniversario puede producirse cuando aparecen síntomas similares en un descendiente aproximadamente a la misma edad que tenía el antepasado en el momento de producirse el suceso con síntomas o incidentes idénticos (trauma, enfermedad, accidente, hospitalización, internamiento, duelo). El síndrome también puede manifestarse a través de un vínculo con fechas repetitivas o períodos repetitivos del año, en los que determinados síntomas, como pesadillas, crisis de ansiedad o accidentes, se producen a la misma edad, a veces en el mismo mes o día que el primer trauma sufrido por un antepasado importante»[6]. La falta de recuerdos contrasta con la exactitud de las circunstancias de los acontecimientos traumáticos.

Uno de ellos es la enfermedad. En la perspectiva transgeneracional, el cáncer es no pocas veces el resultado de una transmisión inconsciente, como una especie de solidaridad en los acontecimientos que caracterizaron a los miembros de la propia familia. Incluso en sus implicaciones imprevisibles. Tal es el caso de Charles, un hombre de 39 años enfermo de cáncer testicular: es operado, pero rechaza la quimioterapia, a pesar de estar en peligro de muerte. Reconstruyendo su árbol genealógico, resulta que su abuelo paterno murió a los 39 años después de que un camello le pateara los testículos, un hecho que descarta sin duda la herencia genética… Su abuelo materno también murió a los 39 años durante la guerra: fue envenenado con gas y rechazó la quimioterapia por miedo a inhalar otras sustancias tóxicas para la anestesia. A su muerte dejó un hijo de nueve años, la misma edad que la actual hija de Charles.

Boszormenyi-Nagy llama a estas situaciones lealtades familiares, «un conjunto de fibras invisibles que recorren la historia de las relaciones familiares, manteniendo el sistema en equilibrio», una suerte de pago de la deuda contraída con los antepasados mediante la repetición compulsiva del acontecimiento o del estado de ánimo[7]. Esto confiere una especie de identidad familiar, una forma de sentirse unido a los parientes al no permitirse distanciarse de ellos, porque tal acto se viviría como una especie de traición hacia ellos.

Otro ejemplo del síndrome del aniversario es la extraña frecuencia de algunas lesiones. Marc, de 32 años, quedó paralítico tras un accidente en ala delta. Ese día, su instructor habitual, que siempre le preguntaba si estaba bien sujeto antes de partir, no estaba allí; en su lugar, había un desconocido, que no le preguntó nada. Así que Marc se olvidó extrañamente de ponerse los arneses, algo con lo que solía ser muy cuidadoso.

Rastreando su historia familiar, Marc descubrió, no sin una extraña dificultad, de que su padre también había quedado paralítico a la misma edad. Trabajaba en la fundición del campo de prisioneros donde estuvo encarcelado. Aquel día no estaba el compañero con el que solía trabajar, sino otra persona que se olvidó de arreglar el crisol de hierro fundido. Le cayó en los pies, y entonces quedó incapacitado para caminar. No sólo coincidía la edad en que ocurrió el accidente, sino también el mes y las circunstancias. Al preguntarle por qué no recordaba el suceso, Marc dijo que nadie lo había mencionado nunca en su familia, porque se trataba de un suceso injusto. Una vez establecida esta conexión, Marc retomó el ala delta. Había olvidado el accidente de su padre, pero no el hecho de que había omitido el arnés cuando llegó a su edad.

Los ejemplos que muestran esta extraña similitud pueden multiplicarse: accidentes de coche ocurridos a lo largo de tres generaciones consecutivas, siempre en la misma fecha, cuando el padre lleva al hijo al colegio el primer día de escuela, o cuando padres e hijos tienen la misma edad en el momento del accidente, o el riesgo de morir accidentalmente en la misma fecha que un pariente cercano.

Cuando uno es capaz de remontarse mucho tiempo atrás, puede descubrir una larga cadena de tragedias, como en el caso de un miembro de la familia D. M., que conoce su historia casi milenaria, porque es de origen noble. La investigación transgeneracional muestra la presencia puntual, en cada generación, de una muerte por ahogamiento de un niño de tres años, desde la Edad Media hasta 1990. Esta cadena mortal era tan evidente que la familia había recibido el apodo de «mortal», y fue el motivo por el cual decidió no tener hijos.

2) La «neurosis de clase». Otros ejemplos pueden proceder de los fracasos escolares. El fracaso en la obtención de un título final (sobre todo si no se habían evidenciado problemas durante el transcurso de los estudios) muestra extrañas analogías con el fracaso de un familiar que no ha podido o no ha querido obtener un diploma o un título. Y así, por una especie de fidelidad a la herencia recibida (pero desconocida para el protagonista), el curso queda inconcluso: el examen final fracasa por un repentino lapsus de memoria, o no puede realizarse por olvido del documento de identidad. El psicólogo Vincent de Gaulejac ha hablado de «neurosis de clase», vinculada a acontecimientos que han tenido lugar en las tres o cuatro últimas generaciones. Adquirir un estatus diferente al de los antepasados se vive, de hecho, como una traición a ellos. Se perpetúa así en el tiempo una especie de sabotaje invisible[8].

3) El «hijo de sustitución». Un aspecto especialmente doloroso de la herencia psicológica es el del hijo sustituto. La historia de Vincent van Gogh es trágicamente ejemplar a este respecto. Nació el mismo día que su hermano pequeño, fallecido el año anterior, y llevaba el mismo nombre. Cada vez que iba al cementerio, veía su propio nombre y apellidos escritos en «su» tumba, y sólo más tarde se dio cuenta de que no era él. Era un «niño de reemplazo», destinado a llenar el vacío del pariente muerto. Fue una carga terrible, que atormentó a Vincent toda su vida, y que volvió a asaltarle de adulto. Cuando su hermano Theo se convierte en padre, da a su hijo el nombre de «Vincent», comunicándole la noticia de forma extremadamente ambigua («Espero que este Vincent viva y pueda hacerse realidad»). Cuando el pintor lee la carta, se suicida: «Es como si para él no pudiera haber dos Vincent van Gogh vivos al mismo tiempo. Como si su hermano hubiera subrayado la incompatibilidad de esta copresencia […]. Era un niño sustituto, privado incluso de la posibilidad de hablar de este hermano muerto y que se sentía, en cierto modo, como un usurpador, porque ocupaba un lugar y un nombre que no le estaban destinados»[9].

Todo esto, por supuesto, no era la intención de Theo, lo que lo hace aún más significativo, e inquietante, ya que el doble mensaje inconsciente fue perfectamente comprendido por Vincent.

Liberarse de la «lealtad familiar»: un ejercicio de libertad

Reconocer la influencia de la historia familiar en determinados acontecimientos de la persona no significa, desde luego, negar la libertad y la responsabilidad del ser humano. A este respecto, Bernard Lonergan distingue acertadamente entre «libertad esencial» y «libertad real», entendiendo la primera como la capacidad de comprender y tomar decisiones, y la segunda como el ejercicio concreto de esta capacidad a través de elecciones adecuadas ante diferentes alternativas. Lonergan presenta el ejemplo del fumador que quisiera dejar de fumar: siempre tiene la libertad de hacerlo, pero no la ejerce, porque está condicionado por el peso de la costumbre.

P. Luigi Rulla aplica esta distinción fundamental en el contexto de la vocación cristiana, señalando cómo las dinámicas inconscientes, mientras sigan siéndolo, pueden de hecho limitar la libertad de decidir en nombre de la entrega. En este caso, de hecho, el valor se reconoce y se proclama, pero no se experimenta a causa de tales impedimentos. Es esa disposición psíquica la que el psicólogo jesuita llama la «segunda dimensión»: «sustrae parte del material sobre el que debe juzgar la evaluación reflexiva de la persona, es decir, reduce el abanico de su elección entre las alternativas posibles para una decisión. De ello se deduce que la libertad real de la persona para la autotrascendencia teocéntrica disminuye, se limita aunque no se le quite; de hecho, la libertad real permanece para la parte de la persona que es consciente, lo que permite al sujeto tomar una decisión libre para esa parte»[10].

En esta perspectiva, tomar conciencia de los condicionamientos ligados a las dinámicas personales y familiares inconscientes no impide en absoluto la libertad. Al contrario, la potencia, permitiéndole a uno darse cuenta de lo que realmente quiere en el ámbito de las relaciones y las elecciones, liberándose así de la lealtad familiar y viviendo abierto a la novedad.

Un ejemplo significativo a este respecto es el de otro gran pintor, Salvador Dalí. También él tenía un hermano mayor fallecido que se llamaba igual que él y al que su madre, desesperada, visitaba constantemente en el cementerio llamándole «mi angelito». Salvador era muy consciente de esta terrible herencia; de hecho, como apunta en su autobiografía, escrita en francés, con el significativo título Comment on devient Dalí («Cómo se llega a ser Dalí»): «Viví la muerte antes que la vida […]. Mi hermano había muerto tres meses antes de mi nacimiento […]. Resentí profundamente la persistencia de esta presencia […] una especie de robo emocional […]. Este hermano muerto, cuyo fantasma me acogió, no es casualidad que se llamara Salvador como mi padre y yo […]. Empecé la vida llenando el vacío de un afecto, que en realidad no me correspondía»[11]. Tal vez por eso eligió comportarse de forma totalmente antitética a la de un ángel, mostrando un temperamento extraño y excéntrico, para reafirmar su propia diversidad y distancia de su hermano muerto[12].

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También hizo de la pintura su catarsis: pintó El Ángelus de Jean-François Millet 64 veces. Dalí lo vio por primera vez en una reproducción colgada en la pared de las escuelas primarias a las que asistía y se obsesionó con él, hasta el punto de dedicarle un libro entero, El mito trágico del Ángelus de Millet. En él explica las razones de la fascinación que el cuadro ejerció sobre él a partir de ese momento, no sólo por su asociación con el apodo de su hermano, sino también porque sospechaba que el cuadro ocultaba un secreto[13]. Gracias a su notoriedad, más tarde pudo hacer escanear la obra con rayos X: el examen parecía mostrar, bajo la cesta de patatas colocada entre las dos figuras, un objeto en forma de paralelepípedo que sugeriría un pequeño ataúd. Al presentar su obra, Millet declaró: «El Ángelus es un cuadro que pinté recordando los tiempos en que trabajábamos en el campo y mi abuela, cada vez que oía doblar la campana, nos hacía parar para recitar el ángelus en memoria de los pobres difuntos»[14]. De hecho, parece que decidió cubrir el ataúd del niño con un cesto de patatas por consejo de un amigo, porque así podría haberlo vendido más fácilmente.

Cuando Dalí vio el reportaje, dijo que siempre había adivinado que el cuadro ocultaba la muerte de un niño. Y en su Angelus eliminó todo objeto posible entre los dos personajes. Sin embargo, la muerte no está ausente del cuadro. El hombre y la mujer de Millet se convierten en dos enormes estatuas de piedra y sus pies están rodeados de cipreses: su disposición recuerda a La isla de los muertos de Arnold Böcklin. Y junto a ellos vemos dos pequeñas figuras: un niño acompañado por la mano de un adulto que señala a la figura femenina.

Siempre es posible recuperar la propia vida

La historia de Dalí y sus elecciones pueden ser un ejemplo de lo que en psicología se denomina «resiliencia», es decir, la capacidad de un sujeto para reaccionar ante condiciones desfavorables y estresantes, logrando excelentes resultados en la vida[15].

Por eso es importante poder rastrear el árbol genealógico lo más atrás posible, anotando los acontecimientos afectivamente significativos junto al nombre de los progenitores y sus datos biográficos. Las personas no consanguíneas que participaron en la historia familiar también se incluyen en el genosociograma. Esta forma de investigación permite reconocer acontecimientos que se perpetúan, identificando una especie de continuidad que une a las generaciones y que se transmite de forma inconsciente, pero que puede detectarse en la terapia en sus efectos, como los mencionados anteriormente, o en otros más sutiles: dolencias extrañas que sólo se producen al acercarse fechas precisas, o en los mismos lugares, o al realizar actividades concretas.

Aunque no se tengan recuerdos directos, hoy en día es más posible acceder al propio árbol genealógico. En Estados Unidos existen desde hace varios años sitios y programas que, a partir del ADN, permiten remontarse a un número importante de generaciones anteriores. En Italia, el portal del Ministerio de Cultura permite consultar sus archivos para investigaciones genealógicas[16].

La perspectiva transgeneracional, propia de la psicogenealogía, nos recuerda que, aunque no seamos tan libres como solemos creemos, tomar conciencia de ello es siempre una afirmación de libertad: los ejemplos antes mencionados han mostrado cómo siempre se nos brinda la oportunidad de romper ese pacto invisible que nos lleva a repetir ciertos acontecimientos dolorosos de quienes nos precedieron. Esta perspectiva, a través de la narración de la experiencia en el ámbito terapéutico, permite constatar similitudes y coincidencias, identificando las creencias más o menos inconscientes que inhiben el impulso para promover el cambio. Cuando lo no dicho se hace explícito y se reconoce el vínculo, no pocas veces este hilo invisible parece disolverse: la enfermedad encuentra una vía de curación – naturalmente también con ayuda médica –, la verbalización rompe la cadena de incidentes y sucesos trágicos, la persona encuentra su propio camino, superando obstáculos que hasta entonces se consideraban insalvables, con una renovada voluntad de vivir.

Ser capaz de liberarse de la lealtad familiar inconsciente es un aspecto importante para alcanzar la autonomía psicológica y apropiarse plenamente de la propia singularidad personal, sin tener que asumir el destino de quienes nos precedieron. Permitirse vivir plenamente es la forma más bella y sana de gratitud a los antepasados.

  1. Cf. A. Ancelin Schützenberger, Psicogenealogia. Guarire le ferite familiari e ritrovare se stessi, Roma, Di Renzo, 2011, 25 s.
  2. «El alma es en sí misma la única experiencia directa y la condición sine qua non de la realidad subjetiva del mundo. Los símbolos que crea se basan en el arquetipo inconsciente, pero su forma manifiesta resulta de las ideas adquiridas por la conciencia. Los arquetipos son elementos estructurales numinosos de la psique; poseen cierta autonomía y una energía específica en virtud de la cual tienen el poder de atraer los contenidos de conciencia que mejor les convienen» (C. G. Jung, «Simboli della trasformazione», en Id., Opere, vol. 5, Turín, Boringhieri, 1970, 231 s; cf. E. Jones, Teoria del simbolismo, Roma, Astrolabio, 1972, 100-105).
  3. H. O. Mounce, Introduzione al «Tractatus» di Wittgenstein, Génova, Marietti, 2000, 109. Cf. M. Sbisà, Detto non detto. Le forme della comunicazione implicita, Bari, Laterza, 2007.
  4. A. Ancelin Schützenberger, Psicogenealogia…, cit., 38.
  5. Hemos tomado los siguientes casos de A. Ancelin Schützenberger, La sindrome degli antenati. Psicoterapia trans-generazionale e i legami nascosti nell’albero genealogico, Roma, Di Renzo, 2019, 117-163.
  6. Id., Psicogenealogia…, cit., 39. Cf. J. Hilgard – M. Newman, «Evidence for Functional Genesis In Mental Illness: Schizophrenia, Depressive Psychoses And Psychoneuroses», en The Journal of Nervous and Mental Disease 132 (1961/1) 3-16.
  7. Cf. I. Boszormenyi-Nagy – G. Spark, Lealtà invisibili, Roma, Astrolabio, 1988, 74. Guy Ausloos lo expresa de otra manera: «Lo que está prohibido saber también está prohibido no saber» (cf. G. Ausloos, «Secrets de famille. Changements systémiques en thérapie familiale», en Annales de psychothérapie, París, ESF, 1980, 62-79).
  8. Cf. V. de Gaulejac, La névrose de classe. Trajectoire sociale et conflits d’identité, París, Payot, 2016, 150. La escuela de psicología de Palo Alto se ocupa desde hace tiempo de estos extraños bloqueos que impiden que se produzcan cambios significativos en la vida: cf. P. Watzlawick – J. H. Weakland – R. Fisch, Change: la formazione e la soluzione dei problemi, Roma, Astrolabio Ubaldini, 1978.
  9. A. Ancelin Schützenberger, La sindrome degli antenati…, cit., 154.
  10. Cf. L. Rulla, Antropologia della vocazione cristiana. Basi interdisciplinari, Casale Monferrato (Al), Piemme, 1985, 140; B. Lonergan, Insight: A Study of Human Understanding, London, Longmans, 1958, 627. Para una posible aplicación de esta distinción en el ámbito de la elección matrimonial, cf. G. Versaldi, «L’uomo debole e la capacità per autodonarsi: quale capacità per il matrimonio?», en Ius Ecclesiae 19 (2007/3) 583 s.
  11. S. Dalí, Comment on devient Dalí, París, Laffont, 1973, 12 s.
  12. En una entrevista televisiva, Dalí reconoció que su elección de un comportamiento histriónico y extravagante era la mejor manera que tenía de hacer el duelo, despidiéndose de su papel de hermano sustituto: «Para diferenciarme de mi hermano muerto, tenía que cometer todas esas excentricidades y afirmar constantemente que yo no era el otro hermano muerto» (Arxiu Rtve Catalunya, «A fondo: Salvador Dalí 1977. Archivo de video», en www.rtve.es/alacarta/videos/arxiu/arxiu-tve-catalunya-fondo-salvadordali/317822).
  13. «En junio de 1932, la imagen del Ángelus de Millet se presentó súbitamente en mi mente, sin que ningún recuerdo reciente o asociación consciente pudiera darle una explicación inmediata […]. Estoy muy impresionado, muy perturbado, pues aunque en mi visión de esta imagen todo “corresponde” exactamente a mis reproducciones conocidas del cuadro, sin embargo se me “presenta” absolutamente modificado y cargado de una intencionalidad tan latente que el Ángelus de Millet se convierte “de repente” para mí en la obra de arte pictórica más inquietante, más enigmática, más densa, más rica en pensamientos inconscientes que jamás haya existido» (S. Dalí, Il tragico mito dell’Angelus di Millet, Milán, Abscondita, 2000, 23).
  14. J.-F. Millet, L’Angelus, en www.musee-orsay.fr/it/opere/langelus-345. Cf. A. Ancelin Schützenberger, La sindrome degli antenati…, cit., 154 s.
  15. Cf. A. Oliverio Ferraris, La forza d’animo. Cos’è e come possiamo insegnarla ai nostri figli, Milán, Rizzoli, 2003.
  16. Cf. https://antenati.cultura.gov.it/strumenti/ricerca-genealogica/. Por lo que respecta a Estados Unidos, uno de los programas más complejos y completos es el desarrollado por el equipo de Anthony Wilder Wohns, del Big Data Institute del Broad Institute del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Los resultados de la investigación se publicaron en la revista Science (A. Wilder Wohns et al., “A unified genealogy of modern and ancient genomes”, en Science, vol. 375, nº 6583, 2022, 1-9). El equipo no oculta la dificultad de la empresa; no obstante, el programa fue capaz de procesar cientos de miles de genomas humanos modernos y miles de genomas humanos antiguos. Se trata claramente de una disciplina en pañales. Para más orientación sobre cómo elaborar el propio árbol genealógico, véase A. Ancelin Schützenberger, Psicogenealogia…, cit., 81-94.
Giovanni Cucci S.I. – Betty Varghese
Giovanni Cucci se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica". Betty Varghese es consejera de Salud Mental por la AdventHealth University.

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