SOCIOLOGÍA

Redes sociales y salud mental

Imagen generada por IA / YIN Renlong

Imaginen que un padre decide entregarle las llaves de un Ferrari a su hijo. Más allá del costo, es difícil pensar que a un adulto razonable se le pase siquiera por la cabeza una decisión tan irresponsable. Y, sin embargo, los peligros a los que un niño está expuesto cuando se le da un teléfono inteligente no son menos graves, aunque sí menos llamativos.

Quienes los han diseñado y fabricado lo saben muy bien: los creadores de redes sociales, de iPhones y smartphones, así como los directivos de las plataformas de Silicon Valley (eBay, Google, Apple, Yahoo, Facebook, Hewlett-Packard, etc.), coinciden en imponer límites estrictos a sus propios hijos, aun cuando esto pueda complicarles la vida o hacerlos impopulares. Sus decisiones envían un mensaje casi unánime: las redes sociales no están hechas para los niños.

Jaron Lanier, quien ha desarrollado startups posteriormente adquiridas por Google, Adobe y Oracle, retoma las reflexiones pioneras de Nicholas Carr y expone diez razones para prescindir de las redes sociales (no de internet ni del smartphone), ya que manipulan la atención y el comportamiento, resultando tóxicas para los usuarios e impidiéndoles llevar una vida más tranquila y plena[1].

Steve Jobs prohibió el uso del iPhone y el iPad a sus hijas; lo mismo hizo su sucesor al frente de Apple, Tim Cook, con sus sobrinos. Bill Gates, además de fijar una edad mínima de 14 años para sus hijos, estableció que podían usar el teléfono móvil (pero no las redes sociales) solo durante un tiempo preciso al día (30 minutos). Chris Anderson, exdirector de Wired y ahora director ejecutivo de 3D Robotics, impuso un límite innegociable de 16 años, sin posibilidad de discusión al respecto, aun a riesgo de ser tachado de «fascista». Lo mismo hizo Sundar Pichai, director ejecutivo de Alphabet y Google. Satya Nadella, director ejecutivo de Microsoft, supervisa minuciosamente los dispositivos electrónicos de sus hijos; Susan Wojcicki, ex-CEO de YouTube, solo permitió su uso cuando ellos fueron capaces de manejar su vida social de manera autónoma. Evan Williams, cofundador de Twitter, Blogger y Medium, optó por regalarles libros a sus hijos en lugar de teléfonos móviles.

La mayoría de ellos permite el uso del ordenador únicamente por motivos estrictamente académicos: no se permite ninguna pantalla en los dormitorios y, durante las comidas, todo debe permanecer apagado para fomentar la conversación. Las escuelas a las que asisten sus hijos no incluyen el uso de tecnología digital, sino que recurren a los métodos más tradicionales: papel, bolígrafo, pizarra y tiza. Y, por supuesto, nada de tabletas o libros electrónicos, sino el clásico libro en papel, que, por cierto, es cada vez más demandado por los estudiantes universitarios en Estados Unidos que buscan mejorar su rendimiento y calidad de aprendizaje[2].

Es impresionante notar la coincidencia de opiniones y decisiones entre personas tan distintas sobre el uso saludable de los dispositivos electrónicos. Aquellos que crearon la web, evidentemente, conocen bien también sus riesgos, especialmente para los más pequeños. Y las investigaciones realizadas al respecto les dan, sin duda, la razón.

El peligro de las redes sociales en términos de salud mental quedó claramente expuesto en el documental The Social Dilemma, presentado el 26 de enero de 2020 en el Festival de Cine de Sundance. La calidad del documental radica principalmente en las numerosas entrevistas a personas que, de diversas maneras, trabajaron en las multinacionales de Silicon Valley y luego se alejaron de ellas (Frederik Bolayons, Mia Khalifa, Alfred Nzani, Snoop Dogg, Shoshana Zuboff, Travis Scott, Jaron Lanier, Anna Lembke y Sophia Hammons). También en este caso, a pesar de la diversidad de funciones y plataformas de origen, surge una preocupación común: se está consolidando una auténtica oligarquía invisible, capaz de influir de manera sutil en la opinión pública, sin que exista una regulación jurídica por parte de las instituciones[3].

Quienes han estudiado a fondo esta problemática han señalado otro aspecto inquietante que se extiende cada vez más entre los jóvenes: la relación entre el uso de redes sociales y la fragilidad mental. El psicólogo Jonathan Haidt tituló significativamente su estudio —con el que ganó el Goodreads Choice Award 2024 en la categoría de No Ficción— La generación ansiosa, en referencia a la llamada «generación Z», es decir, aquellos nacidos entre 1995 y 2005, que han tenido acceso a las redes sociales desde una edad muy temprana.

Lo que hasta hace algunos años podía parecer la típica alarma de los «apocalípticos» frente a los «integrados» —por retomar la célebre dicotomía acuñada por Umberto Eco—, es hoy una triste realidad: el uso de las redes sociales conlleva un notable deterioro de la salud mental, especialmente entre niños y adolescentes.

Las consecuencias más relevantes

Ya se ha señalado cómo internet ha favorecido la difusión de la pornografía en línea, con efectos negativos en la concepción de la sexualidad y, en particular, en la imagen de la mujer[4]. Sin embargo, la investigación de Haidt se centra en un fenómeno aparentemente más inofensivo: las redes sociales. A pesar de su diversidad, estas plataformas comparten algunas características fundamentales. En primer lugar, permiten la creación de un perfil personal (con textos, imágenes, música y videos), visible para otros y modificable a voluntad. Además, fomentan el intercambio e interacción con otros usuarios, que no necesariamente han sido elegidos por el titular del perfil, y promueven la tendencia a publicar comentarios, valoraciones y reacciones, lo que puede convertirse en una actividad interminable y propiciar dinámicas ambiguas (identidades falsas, manipulación deliberada, engaño y autoengaño, entre otros).

Haidt identifica cuatro grandes perjuicios asociados a esta constante exposición a las redes sociales.

1. Privación social. El desarrollo saludable de los niños requiere que jueguen al aire libre con otros de su edad. Sin embargo, los datos sobre actividades recreativas fuera del hogar muestran una caída abrupta a partir de 2013 (sin variaciones significativas incluso durante el confinamiento por la pandemia de COVID-19). Al mismo tiempo, se han detectado dificultades en las relaciones interpersonales y en la maduración de los jóvenes, lo que sugiere un vínculo claro entre el malestar psicológico y el uso de redes sociales. Haidt lo explica así: «Los jóvenes de la generación iGen [aquellos que han crecido con el iPhone] maduran con más lentitud que las generaciones anteriores: los actuales jóvenes de 18 años se comportan como los de 15 de antes, y los de 13, como niños de 10. Físicamente, los adolescentes de hoy nunca han estado mejor, pero en términos de salud mental son mucho más vulnerables»[5].

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Incluso cuando los jóvenes salen de casa, su atención y capacidad de interacción son constantemente secuestradas por las notificaciones o los feeds que siguen consultando, lo que les impide un verdadero cambio de enfoque. De este modo, permanecen aislados incluso cuando están acompañados: «Tenemos amistades superficiales – confiesa un estudiante canadiense – y relaciones superficiales e inútiles. A menudo llego temprano a clase y me encuentro en una sala con más de treinta estudiantes en absoluto silencio, absortos en sus teléfonos inteligentes […]. Esto provoca un aislamiento aún mayor y un debilitamiento de la identidad y la autoestima. Lo sé porque lo he experimentado en carne propia»[6].

2. Privación del sueño. Contrariamente a lo señalado por Jean Twenge en el fragmento citado anteriormente, el uso de dispositivos electrónicos también tiene efectos perjudiciales sobre la salud física. La luminosidad de la pantalla, que ha aumentado con los modelos más recientes, puede causar serios problemas en el estado de ánimo y la visión, especialmente si se usa por la noche. La exposición a la luz de la pantalla altera los ritmos circadianos, ya que envía al cerebro la señal de que aún es de día, lo que dificulta el sueño y la concentración, con consecuencias negativas en el rendimiento académico. Además, se ha vinculado con la aparición prematura de cataratas y degeneración macular. Para los niños, el riesgo es aún mayor, ya que sus ojos absorben más luz que los de los adultos.

La privación del sueño afecta la salud mental y conlleva serias consecuencias psicológicas, como déficit de atención y concentración, baja autoestima, ansiedad, irritabilidad, depresión e incluso tendencias suicidas. Se ha comprobado que cuando se apagan todos los dispositivos electrónicos después de las nueve de la noche, la calidad del sueño mejora, al igual que el rendimiento intelectual. Esto es lo que revelan 36 estudios sobre la relación entre el uso de redes sociales y los trastornos mentales[7].

3. Fragmentación de la atención. La costumbre del multitasking debilita y fragmenta la capacidad de concentración, sobre todo cuando se trata de realizar tareas exigentes y que no proporcionan gratificación inmediata. Es como si la capacidad de atención disponible se dividiera en partes cada vez más pequeñas y dispersas, generando una sensación constante de estar en otra parte. Este fenómeno es evidente cuando, por ejemplo, se mantiene una conversación telefónica con alguien que está ocupado en otra actividad. Intentar hacer varias cosas al mismo tiempo no nos vuelve más eficientes, sino que nos lleva a realizarlas todas de manera deficiente.

Los multitaskers, paradójicamente, presentan mayores dificultades para cambiar de una actividad a otra, cuando precisamente esta debería ser su especialidad. Además, este hábito no mejora otras habilidades, especialmente la memoria, que requiere recogimiento, concentración, un ritmo pausado y ausencia de distracciones. «Los niños que han pasado más de dos horas al día frente a una pantalla han obtenido puntajes más bajos en pruebas de inteligencia emocional e intelectual. Lo más inquietante es que, en varios estudios, se ha descubierto que el cerebro de los niños que pasan mucho tiempo ante las pantallas es diferente. En algunos casos, se ha observado un adelgazamiento prematuro de la corteza cerebral. Otro estudio encontró una asociación entre el tiempo frente a la pantalla y la depresión»[8]. De ahí también el preocupante aumento del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que en la última década se ha convertido en una auténtica epidemia en el mundo anglosajón[9].

A pesar de ello, la tendencia al multitasking sigue extendiéndose a todas las edades, con graves repercusiones en el ámbito escolar y laboral. En una carta abierta a Apple, fechada el 6 de enero de 2018, la firma JANA Partners LLC (especializada en inversiones estratégicas) y el California State Teachers’ Retirement System (la entidad gubernamental que administra las pensiones de los docentes en California) – poseedores de aproximadamente 2 mil millones de dólares en acciones de Apple – expusieron los hallazgos de un estudio realizado por el Center on Media and Child Health y la Universidad de Alberta sobre 2,300 profesores de secundaria y bachillerato. El estudio reveló que, en un período de 3 a 5 años tras la introducción de las tecnologías digitales en el aula, la mayoría de los docentes (67%) estaba preocupada por la creciente incapacidad de los estudiantes (75%) para completar con éxito las tareas asignadas. Además, el 90% de los profesores observó en los alumnos un aumento significativo (86%) de problemas en la gestión emocional debido a la exposición constante a las múltiples ventanas de las redes sociales. La carta también hacía referencia al estudio de Jean Twenge sobre el aumento de la depresión y el riesgo suicida (35%) entre aquellos que pasaban un promedio de 3 horas diarias en dispositivos electrónicos, en comparación con quienes solo los usaban durante una hora. Cuando el promedio de uso ascendía a 5 horas diarias, el porcentaje de riesgo aumentaba al 71%. A estas preocupantes cifras se sumaban graves consecuencias para la salud, como insomnio, obesidad, escoliosis y diabetes[10].

4. La adicción. A partir de 2009, Facebook introdujo la posibilidad de insertar comentarios con «me gusta» (like), una función que pronto fue imitada por otras redes sociales. Esta innovación se basa en las investigaciones de René Girard sobre la tendencia imitativa en los seres humanos, que suele manifestarse de manera triangular: el sujeto que desea, el objeto deseado y el mediador, es decir, el modelo a través del cual se percibe el objeto, como en un espejo, lo que genera el deseo de imitarlo o de oponerse a él. Según Girard, la acción humana encuentra casi siempre su raíz en el deseo mimético, un deseo inducido por otros. Esto se ha visto claramente con la introducción de los likes, que han fomentado el llamado «efecto rebaño», es decir, la tendencia a publicar comentarios, sean positivos o negativos, simplemente porque otros lo han hecho. Por esta razón, Girard ha sido apodado «el padrino de los likes», y sus teorías fueron retomadas y aplicadas al mundo de las redes sociales por uno de sus alumnos, Peter Thiel. Este último predijo que plataformas como Facebook tendrían un éxito masivo precisamente debido al deseo imitativo de ver y hacer algo solo porque otros lo hacen[11].

Sin embargo, el mecanismo de imitación también genera agresividad y envidia hacia los demás, incrementando tendencias destructivas. Estas encuentran un terreno especialmente fértil en las redes sociales gracias al anonimato, la invisibilidad y la ausencia de frenos inhibitorios, características que las diferencian de las interacciones cara a cara en la vida fuera de línea. Hasta qué punto la imitación puede llevar a consecuencias destructivas se evidencia en la cadena de suicidios vinculados al sitio Ask.fm –abreviatura de Ask for me, creado en Lituania en 2010 siguiendo el modelo de la plataforma estadounidense Formspring–, basado en la libre asociación de preguntas y respuestas expresadas de manera totalmente anónima[12].

Ask.fm es solo un ejemplo entre los miles de sitios que proliferan en la red y que son frecuentados con demasiada facilidad por niños y adolescentes. Estos ingresan sin ayuda ni protección en un mundo demasiado grande y complejo para que puedan gestionarlo con responsabilidad, ya que se encuentran en una etapa de la vida en la que se tiende a actuar antes de pensar, impulsados por la emoción o la presión del momento. Durante la edad del desarrollo, el ser humano está guiado por las emociones de manera mucho más intensa que un adulto, y esto, en ausencia de límites adecuados y de una capacidad de autocontrol desarrollada —funciones propias de una neocorteza frontal madura—, lo vuelve muy vulnerable ante la avalancha de mensajes y comentarios que llegan masivamente a la pantalla del celular.

Una vida consagrada a la pantalla

Hoy en día, casi todas las aplicaciones incorporan estrategias de todo tipo para captar la atención y la curiosidad del usuario, con el objetivo de prolongar al máximo el tiempo de navegación y generar ganancias a través del tratamiento de datos y la publicidad. Es fácil imaginar el impacto de todo esto en quienes tienen menor fuerza de voluntad, como los niños (muchos de los cuales comienzan a usar smartphones desde los 5 o 6 años). De hecho, los propios jóvenes a menudo se quejan de la dificultad para apartar la mirada de la pantalla, ya que están incentivados a pasar cada vez más tiempo en ella, como si esta ejerciera una especie de atracción magnética sobre ellos.

Un niño de entre 8 y 12 años pasa frente a una pantalla (smartphone, tablet, consola de videojuegos, televisión y computadora) entre 4 y 6 horas al día; un adolescente (13-18 años), hasta 9 horas, es decir, más tiempo que una jornada laboral a tiempo completo. Además, se ha observado que el uso es mayor en la población de bajos ingresos, una relación similar a la que se encuentra en el consumo de alimentos. El efecto final es comparable a conducir por una autopista llena de desvíos tentadores, con ofertas de todo tipo que estimulan la curiosidad y el miedo a perder una «oportunidad»[13].

Nir Eyal, quien trabajó durante años en el ámbito de la publicidad y el diseño de videojuegos, llamó a esta técnica el «efecto gancho» (Hooked), un método para atraer clientes a través de una serie de distracciones más o menos gratificantes. Estas pueden ser una notificación, una noticia o un comentario sobre lo que se ha publicado, todos ellos «ganchos» particularmente atractivos para un joven. De este modo, la mayor parte del tiempo de vigilia (y también del sueño) se dedica a la navegación. Aunque no todos desarrollan una verdadera adicción, se trata de una grave forma de manipulación de la voluntad y del consentimiento de un menor[14].

La whistleblower Frances Haugen, quien trabajó en el Civic Integrity Department de Facebook, publicó en 2021 miles de documentos que demostraban cómo Facebook utilizaba las técnicas Hooked para inducir a niños y adolescentes a elegir Instagram (adquirido en 2012 por Facebook por mil millones de dólares). Además, tras una investigación del Wall Street Journal, Facebook decidió suspender el proyecto llamado Instagram Kids, dirigido a niños de entre 4 y 12 años[15].

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La adicción al smartphone no es menos devastadora que otros tipos de adicciones, pues también muestra síntomas propios de la abstinencia (ansiedad, irritabilidad, insomnio, tristeza). Anna Lembke, investigadora de la Universidad de Stanford, en su estudio sobre las nuevas adicciones entre adolescentes, señala que «el smartphone es la jeringa hipodérmica moderna, que inyecta dopamina digital las 24 horas del día, los siete días de la semana, a una generación conectada»[16].

¿Estamos, entonces, ante un delito? Quienes producen y trafican drogas son encarcelados y procesados; los creadores de redes sociales, en cambio, a pesar de haber diseñado deliberadamente aplicaciones que generan adicción con el único propósito de obtener ganancias, continúan su actividad sin obstáculos, sin que las autoridades ejerzan ningún control sobre ellos. Solo cuando ciertas noticias se hacen de dominio público se decide intervenir, como ocurrió en 2018 con el escándalo de Cambridge Analytica.

El problema, como se puede entender, no es solo educativo, sino también político. Lamentablemente, en este vasto escenario, el gran ausente suele ser precisamente la institución pública. Se vio claramente en el caso de la investigación sobre Cambridge Analytica: lo más grave de aquel episodio no fue que Facebook permitiera el acceso a los datos de sus usuarios para influir en las elecciones, sino que las autoridades políticas no tuvieran la menor idea de cómo operan habitualmente las empresas de redes sociales.

El aumento de las enfermedades mentales entre la iGen

El problema más urgente es detener el crecimiento del malestar psicológico entre los más jóvenes. En EE.UU., se ha comprobado que la tasa de enfermedades mentales en la Generación Z ha experimentado un preocupante y repentino aumento desde la década de 2010. Entre 2012 y 2021, el porcentaje de adolescentes (de 12 a 17 años) que han recibido tratamiento por ansiedad y depresión aumentó en un 161% en los chicos y un 145% en las chicas, en comparación con los datos previos a 2010. Además, la tasa de autolesiones, como los cortes o los intentos de suicidio, se incrementó en un 200%. Tendencias similares se han registrado en otros países del mundo. Lo curioso –o inquietante– es que este aumento no afecta a las generaciones anteriores[17].

A menudo se argumenta que el uso de las redes sociales facilita la posibilidad de establecer relaciones a distancia, pero estos beneficios solo se observan en quienes también interactúan con esas personas en la vida offline. Además, los estudios nunca han encontrado efectos positivos del uso de redes sociales en la salud mental de los usuarios más jóvenes. Y esto ocurre precisamente a partir de 2012, cuando plataformas como Instagram, Snapchat y TikTok comenzaron a difundirse ampliamente.

Las consecuencias de la introversión y el aislamiento social son graves, no solo desde el punto de vista psiquiátrico: se observa una creciente dificultad para ingresar a la vida adulta, acentuando las características del «hombre de arena» señaladas por la socióloga Catherine Ternynck. Esto tiene un impacto evidente en la capacidad de establecer relaciones estables, tomar decisiones definitivas en la vida y asumir responsabilidades sobre otros[18]. Es un problema alarmante, que hipoteca el futuro de generaciones enteras y sobre el cual ya no es posible cerrar los ojos.

Los posibles remedios

Las conclusiones de las investigaciones provienen en su mayoría de Norteamérica[19], pero precisamente por eso pueden ser útiles para indicar una posible tendencia y un margen de intervención antes de que, también en nuestra sociedad, un número cada vez mayor de jóvenes tenga que recurrir masivamente a tratamientos psiquiátricos. En este caso, no se trata de hacer un juicio contra una invención, sino de ir más allá de la superficialidad y los estereotipos: «La tecnología es, por definición, un producto humano y, como todos los productos humanos, puede y debe ser debatida»[20]. Reconocer la gravedad y la complejidad del problema, junto con la necesidad de pensar en intervenciones oportunas para reducir los daños actuales y prevenir los futuros, es un paso fundamental para identificar posibles soluciones.

En primer lugar, se debería evaluar a qué edad es realmente apropiado permitir que un niño o niña use un teléfono inteligente. Sin duda, para los padres esto implica enfrentarse a dificultades agotadoras ante las insistentes demandas de sus hijos (cada vez más pequeños) y los argumentos clásicos que suelen presentar: «Todos lo tienen, soy el único que no, me excluirán, se burlarán de mí…». Sin embargo, en estos casos, el propio internet puede convertirse en un recurso valioso, permitiendo la creación de listas de correo de padres con el mismo objetivo educativo: proteger la salud mental de sus hijos. Además, pueden buscar apoyo en expertos que se han ocupado del problema de manera competente[21].

El mensaje que transmiten quienes trabajan en el ámbito digital es unánime: es necesario proteger la infancia. Por ello, es fundamental establecer una edad mínima y un límite de tiempo diario para el acceso a las redes sociales (es decir, para poder firmar un contrato, abrir una cuenta y subir videos, fotos o grabaciones), con el objetivo de salvaguardar la salud mental de los usuarios. Si bien es difícil fijar un límite universal, parece que la edad más vulnerable a posibles daños es hasta los 11-13 años en el caso de las niñas y hasta los 14-15 años en el de los niños[22]. Basándose en estas indicaciones, en 2024 Australia prohibió el uso de redes sociales a menores de 16 años. Sorprendentemente, esta decisión ha recibido apoyo incluso en Italia, tanto por parte de jóvenes entre 10 y 15 años (29%) como de aquellos entre 19 y 24 años (49%)[23]. Se trata de un dato revelador sobre el malestar que los propios jóvenes sienten respecto a su participación en las redes sociales.

Otra ayuda puede provenir de la escuela. Ya en 2023, la Unesco recomendó prohibir el uso de teléfonos inteligentes en los centros educativos para reducir la distracción y el ciberacoso. Esta advertencia fue tomada en serio por varias instituciones, que han restringido el uso de celulares durante las clases (por ejemplo, guardándolos en cajas o casilleros) y han promovido cursos específicos sobre el uso adecuado de las redes sociales, destacando sus riesgos para la salud mental. Al igual que ocurre con la pornografía, analizar el atractivo de las redes sociales es un objetivo educativo esencial para fomentar el pensamiento crítico.

También es fundamental fomentar las actividades al aire libre, como las competencias deportivas, pero sobre todo el juego libre y la participación en asociaciones de voluntariado. Como se ha señalado, la depresión es una enfermedad característica de la civilización. Practicar deporte al aire libre, cultivar relaciones presenciales, evitar la rumiación mental, dormir al menos ocho horas por noche y seguir una dieta rica en ácidos omega-3 contribuyen significativamente a afrontar o prevenir la ansiedad[24]. De este modo, el tiempo que se reduce en redes sociales puede emplearse de forma más saludable, aumentando las oportunidades de recreación y fortaleciendo las relaciones con los compañeros. Esto ayuda a contrarrestar el aislamiento social y el individualismo, que son terreno fértil para el desarrollo de trastornos del estado de ánimo. En diversas ocasiones se ha resaltado la importancia de los ritos de paso para ayudar a los jóvenes a enfrentar los desafíos de la realidad de manera responsable, confiando en sus propias capacidades[25].

En todo esto, el papel de la política es indispensable: es necesario implementar medidas que protejan la privacidad de los ciudadanos y que enfrenten a los lobbies de las redes sociales y a quienes las financian a expensas de la salud de los consumidores. Ya se ha mencionado el ejemplo de Australia. También el Reino Unido ha tomado medidas en esta dirección. Tras la aprobación del «Código de diseño adecuado a la edad» (Age Appropriate Design Code) en 2020[26], varias plataformas digitales, como TikTok, para evitar su cierre, se vieron obligadas a aplicar filtros que garantizan la privacidad, impidiendo que los menores sean contactados por desconocidos. Facebook, por su parte, tuvo que revisar sus políticas publicitarias dirigidas a menores, e Instagram, en 2023, introdujo la opción de ocultar el número de «me gusta» en las publicaciones de los usuarios para mitigar las repercusiones emocionales del «efecto rebaño».

El período de confinamiento confirmó que la vida online no puede considerarse una alternativa a la vida física. Ha llegado el momento de reconocerlo y revertir la tendencia.

  1. Cf. J. Lanier, Dieci ragioni per cancellare subito i tuoi account social, Milán, il Saggiatore, 2018; N. Carr, Internet ci rende stupidi? Come la rete sta cambiando il nostro cervello, Milán, Raffaello Cortina, 2010.

  2. Cf. N. Bilton, «Steve Jobs Was a Low-Tech Parent», en New York Times, 10 de septiembre de 2014; M. Richtel, «A Silicon Valley School That Doesn’t Compute», en New York Times, 22 de octubre de 2011; P. Benanti, Il crollo di Babele. Che fare dopo la fine del sogno di Internet?, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2024, 132 s.; G. Cucci, Internet e cultura. Nuove opportunità e nuove insidie, Milán, Àncora – La Civiltà Cattolica, 2016, 99 s.

  3. Como señaló uno de los entrevistados, Tristan Harris, antiguo director de ética de Google y cofundador del Center for Humane Technology: «Nunca antes en la historia las decisiones de un puñado de diseñadores, en su mayoría hombres, blancos, residentes en San Francisco, de entre 25 y 35 años, que trabajan en tres empresas, Google, Apple y Facebook, han tenido un impacto tan enorme en la forma en que millones de personas de todo el mundo dedican su atención» (citado por B. Bosker, «The Binge Breaker», en The Atlantic, noviembre de 2016). Cf. S. Zuboff, Il capitalismo della sorveglianza. Il futuro dell’umanità nell’era dei nuovi poteri, Roma, Luiss, 2023.

  4. Cf. G. Cucci, Relazioni. Tra Covid e digitale, Milán, Àncora, 2023, 137-179.

  5. J. M. Twenge, Iperconnessi. Perché i ragazzi oggi crescono meno ribelli, più tol­leranti, meno felici e del tutto impreparati a diventare adulti, Turín, Einaudi, 2018, 6. Cf. V. Kannan – P. Veazie, «US trends in social isolation, social engagement, and compa­nionship – nationally and by age, sex, race/ethnicity, family income, and work hours, 2003-2020», en SSM Population Health 21 (2023) 101331.

  6. Citado en J. Haidt, La generazione ansiosa. Come i social hanno rovinato i nostri figli, Milán, Rizzoli, 2024, 150.

  7. Cf. S. Garbarino et Al., «Role of sleep deprivation in immune-related dis­ease risk and outcomes», en Communications Biology 18 (2021) 1304; R. Alonzo et Al., «Interplay between social media use, sleep quality, and mental health in youth: A systematic review», en Sleep Medicine Reviews, abril 2021.

  8. A. Carciofi, Vivere il metaverso. Vita, lavoro e relazioni: come trovare benessere ed equilibrio nel futuro di Internet, Macerata, Roi, 2022, 152.

  9. Cf. J. Hari, L’attenzione rubata. Perché facciamo fatica a concentrarci, Milán, La nave di Teseo, 2023, 357-396.

  10. Cf. J. Twenge, Iperconnessi…, cit., 132-169; A. Sheeman (ed.), «Letter from JANA Partners & CalSTRS to Apple Inc.», en California State Teachers’ Retiremert Sys­tem (https://thinkdifferentlyaboutkids.com/index.php?acc=1), 19 de enero de 2018

  11. Cf. P. Benanti, Il crollo di Babele…, cit., 165-170; R. Girard, Menzogna romantica e verità romanzesca. Le mediazioni del desiderio nella letteratura e nella vita, Milán, Bompiani, 2009; P. Thiel – B. Masters, Da zero a uno. I segreti delle startup, ovvero come si costruisce il futuro, Milán, Rizzoli, 2015.

  12. Cf. G. Cucci, Internet e cultura…, cit., 88-91.

  13. Cf. «Screen Time and Children», en www.aacap.org/AACAP/Families_ and_Youth/Facts_for_Families/FFF-Guide/Children-And-Watching-TV-054/; «The Common Sense Census: Media Use by Kids Age Zero to Eight», en www.common­sensemedia.org/sites/default/files/research/report/2020_zero_to_eight_census_final_ web.pdf/; «Screen time report 2022», en www.uswitch.com/mobiles/screentime-re­port/. Cf. J. Haidt La generazione ansiosa…, cit., 145 s.

  14. El propio Eyal, en su libro Enganchado (Hooked): Como Construir Productos y Servicios Exitosos Que Formen Habitos, dedica un párrafo a la posible deriva manipuladora de la estrategia Hooked. En un libro posterior (How to Become Indistractible), reconocía que él mismo había caído en las trampas de la distracción, y hacía propuestas para reconocer sus causas y contrarrestar la erosión de la atención.

  15. Cf. G. Wells – J. Horwitz – D. Seetharaman, «Facebook Knows Insta­gram Is Toxic for Teen Girls, Company Documents Show», en The Wall Street Journal, 14 de septiembre de 2021; F. Haugen, Il dovere di scegliere. La mia battaglia per la verità contro Facebook, Milán, Garzanti, 2023.

  16. A. Lembke, L’era della dopamina. Come mantenere l’equilibrio nella società del «tutto e subito», Macerata, Roi, 2022, 1.

  17. Cf. M. Askari et Al., «Structure and trends of externalizing and internalizing psychiatric symptoms and gender differences among adolescents in the US from 1991 to 2018», en Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology 57 (2022/4) 737-748; J. Twenge et Al., «Worldwide increases in adolescent loneliness», en Journal of Adolescence 93 (2021) 257-269. Las investigaciones sobre el tema son, en todo caso, multiples, cf. J. Haidt, La generazione ansiosa…, cit., 32-56.

  18. «Durante las últimas décadas, hemos visto a los jóvenes arrastrarse por los márgenes de la vida adulta sin alcanzarla. Parecen atenazados por una angustia que no pueden franquear» (C. Ternynck, L’uomo di sabbia. Individualismo e Perdita di sé, Milán, Vita e Pensiero, 2011, 127).

  19. Por lo que respecta a Italia, los datos, aunque menos llamativos, revelan la misma tendencia: el 27% de los jóvenes (10-24 años) sólo tiene relaciones virtuales; el 49,3% reconoce que las redes sociales ejercen una fuerte influencia sobre ellos, con una gran diferencia entre chicas (65%) y chicos (31%). El 34,2% siente tristeza o insatisfacción después de navegar; el 90% de los jóvenes de 19 a 24 años constata una creciente incapacidad para comunicarse en la vida offline debido al excesivo tiempo dedicado a las redes sociales (véase Il Sole 24 Ore Scuola, 29 de noviembre de 2024).

  20. J. C. De Martin, Contro lo smartphone. Per una tecnologia più democratica, Turín, Add, 2023, 179.

  21. Al respecto, resulta muy instructivo el libro de S. Garassini, Smartphone. 10 ragioni per non regalarlo alla prima Comunione (e magari neanche alla Cresima), Milán, Ares, 2019.

  22. Cf. A. Orben et Al., «Windows of developmental sensitivity to social media», en Nature Communication, 28 de marzo de 2022; J. Haidt, La generazione ansiosa…, cit., 282 s.

  23. Cf. «L’Australia vieta i social agli under 16, in Italia la metà dei giovani sarebbe d’accordo, ecco perché», en Il Sole 24 Ore Scuola, 29 de noviembre de 2024.

  24. Cf. J. Twenge, Iperconnessi…, cit., 352 s.; S. Sassaroli – R. Lorenzini – G. Ruggiero (edd.), Psicoterapia cognitiva dell’ansia. Rimuginio, controllo ed evitamento, Milano, Raffaello Cortina, 2006.

  25. Cf. G. Cucci, «Il suicidio giovanile. Una drammatica realtà del nostro tem­po», en Civ. Catt. 2011 II 121-134.

  26. «El Código especifica que, cuando son utilizados por un niño, los servicios en línea deben utilizar por defecto la configuración de privacidad más alta, a menos que exista una razón de peso para no hacerlo, teniendo en cuenta el interés superior del niño. Esto incluye no permitir el acceso a los datos por parte de otros usuarios, el seguimiento de la ubicación o la elaboración de perfiles de comportamiento (como la selección algorítmica y la publicidad dirigida, o el uso de datos «de una manera que incentive a los niños a participar»)» («ICO’s ‘Children’s Code’ applies from today – what you need to know», en Eversheds Sutherland. Retrieved, 2 de septiembre de 2021).

Giovanni Cucci S.I. – Betty Vettukallumpurathu Varghese
Giovanni Cucci se graduó en filosofía en la Universidad Católica de Milán. Tras estudiar Teología, se licenció en Psicología y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, materias que actualmente imparte en la misma Universidad. Es miembro del Colegio de Escritores de "La Civiltà Cattolica". Betty Vettukallumpurathu Varghese es consejera de Salud Mental por la AdventHealth University.

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